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Una promesa

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La extraña pareja

La extraña pareja

Una promesa

Isabel Pedrero

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BALASAB SE MIRÓ AL ESPEJO. Tenía la piel grisácea, con unas profundas arrugas que le cortaban las facciones. Se pasó por la cabeza una mano huesuda y blanquecina, moteada por las manchas del sol. Respiró hondo, tosiendo tan fuerte al soltar el aire que acabó doblándose por la mitad. Al volver a erguirse y sentir el chasquido de su columna vertebral, decidió que no podía seguir así.

Se vistió con cuidado, no sería la primera vez que se rasgaba la fina piel con un botón. No se puso sus mejores galas, ya no era tiempo de eso, optando por un pantalón y una camisa básicos de color azul, ese color siempre había resaltado sus ojos. Salió a la calle cuando el sol aún no había comenzado a ponerse. Era pronto pero, por su aspecto, no podía permitirse otro horario.

El camino lo tuvo que hacer despacio, afianzando cada paso y parándose a retomar el aliento de cuando en cuando. Había transcurrido demasiado tiempo, se había dejado demasiado. Estaba claro que no podía seguir así, a pesar de todo, a pesar de su promesa. «Serás la última. No habrá nadie más hasta que muera», había prometido.

Pero ahora, cuando veía su final tan cerca, sabía que había sido una promesa vacía que nunca llegaría a cumplir. No se dejaría morir.

—Liv... —susurró.

Los recuerdos de aquella noche le golpearon tan fuerte que tuvo que sentarse en uno de los bancos de la calle. Apoyó los codos en las rodillas, hundiendo la cabeza entre las manos. El aire se le hacía un nudo en los pulmones y sintió que era incapaz de respirar. La recordó como si fuese algo tangible, como si pudiese estar sentada a su lado en el banco cogiéndole de la mano.

La conoció en un bar, uno cualquiera, uno de tantos. No recordaba en qué ciudad había sido y tenía dudas sobre en qué época fue. Hacía demasiado tiempo, de eso no tenía ninguna duda. Le bastaba con mirarse al espejo para comprobarlo.

Se acercó a ella en la barra. No estaba sola, pero se había apartado de su grupo. Su instinto le decía que ella no debería estar allí. Al colocarse a su lado, antes incluso de hablar con ella, lo sintió.

—¿Lo has notado? —le preguntó sin más.

—¿La electricidad? —preguntó ella.

Su sonrisa decía mucho más que sus palabras. Él le devolvió una de sus sonrisas ensayadas hasta la perfección.

—Mi nombre es Alan —dijo Balasab.

—Liv —respondió. Balasab tuvo la sensación de que era un nombre tan falso como el suyo. No le importó—. ¿Vas a sacarme ya de aquí o seguimos preguntándonos cosas que no nos importan?

Agradeció la forma directa en la que se le había insinuado. Podía ser la primera vez, en todo el tiempo que llevaba allí, que no tuvo que seguir los pasos habituales del cortejo. La sonrió de forma sincera, había algo en ella que sentía de forma diferente al resto. La cogió de la mano y volvió a sentir la electricidad.

Se besaron por primera vez mientras esperaban al taxi. Era complicado para Balasab recordar cuál de los dos había besado a quién. Fue una atracción física de ambos cuerpos que les unió en el medio. En realidad, eso habría sido lo más lógico. Pura física, puro instinto. No podría haber nada más en ese encuentro.

Tampoco recordaba con claridad lo ocurrido en el trayecto hasta su apartamento. Recordaba las frías manos de Liv por debajo de su camiseta, recorriendo cada centímetro de su torso como si estuviese leyendo bajo su piel. Recordaba haber sentido sus dientes mordiéndole el labio inferior y el sabor de la sangre mezclado con su saliva. Pero, sobre todo, recordaba ese deseo incontrolable que le cegaba y la mirada lasciva del conductor a través del espejo retrovisor. Nunca antes había perdido la conciencia de sí mismo como en aquel taxi. No existía nada más que Liv, su piel y su olor inundándolo todo.

El recuerdo de haber subido a su apartamento desapareció por completo de su mente y sólo conservaba imágenes sueltas de lo que ocurrió después. Liv, de pie frente a él, se desnudaba de forma lenta y controlada, con una elegancia sensual que le hizo sentir torpe cuando él se había quitado la ropa con prisas y de forma atropellada.

Volvió a sentir el tacto de sus uñas en su espalda y el sabor salado de su piel. Pudo volver a notar su largo pelo, que cambiaba del rojo al naranja en sus recuerdos, rozándole los muslos cuando se agachó entre sus piernas. Y recordó, con total nitidez, haberla observado a través del espejo cuando se había sentado sobre él: aquel movimiento ondulante de sus caderas y los dos pequeños bultos en los omoplatos que, en ese instante, le parecieron perfectos. La imagen de sus ojos tornándose violáceos mientras dejaba salir un grito de placer desde el fondo de su garganta, flotaba ante sus ojos.

Balasab gimió en aquel banco, dejándose llevar por el éxtasis del recuerdo.

Liv se quedó dormida a su lado y, ya en aquel instante, él tenía un recuerdo confuso de lo que acababa de ocurrir, como si hubiera pasado en otra vida. Rozó su espalda con la yema de los dedos, justo en el lugar en el que había visto aquel bulto que se movía como si tuviera vida propia. Su piel estaba suave y tersa, más fría de lo normal, teniendo en cuenta que él aún la tenía cubierta de sudor; pero no notaba nada extraño. «¿Qué eres?», había pensado.

—Lo que no estabas buscando —respondió Liv como si le hubiera escuchado mientras se giraba para mirarle a los ojos.

Balasab sintió de nuevo aquel deseo que le cegaba y le hacía perder el control de la situación. Fue consciente, en ese momento, de que él no había terminado con su cometido. Ella seguía allí, tumbada a su lado, sonriéndole de forma extraña. Cerró los ojos intentando reconducir sus pensamientos para no volver a perderse entre su piel. La lucha de su propia naturaleza contra el deseo animal le hacía respirar de forma agitada.

—¿Qué eres? —preguntó esta vez en alto y de forma sobria.

—Puede que la pregunta correcta sea: ¿qué eres tú?

Sintió que el ensueño se esfumaba, recuperando sus pulsaciones, y abrió los ojos. Ella se había sentado frente a él y le miraba extrañada, inclinando la cabeza hacia un lado. Esa fue la primera vez que sintió el peligro en una parte primaria de su cerebro. Balasab sonrió. Hasta entonces, se había sentido atrapado en una espiral que no le dejaba sacar la cabeza para respirar, arrastrándole entre sus piernas, mientras le embriagaba con sus labios. Pero el peligro era algo que controlaba y eso le devolvía la cordura.

Se sintió lúcido por primera vez desde que Liv le había sonreído. Le devolvió la mirada, dejando que la profundidad de su ser se mostrara en sus globos oculares, tornándose negros por completo. Aquella mirada, que era como asomarse a un vacío infinito, solo la veían sus víctimas antes de que las vaciase.

Por norma general, Balasab solía elegir un objetivo y modificaba su cuerpo según los deseos subconscientes de su víctima. Al contrario que otros de su especie, que se empeñaban en tener siempre un determinado aspecto físico y siempre ajustado a los cánones de belleza de la época, él había entendido que los cánones no siempre funcionaban y que era mucho más efectivo adaptarse a sus deseos más profundos. Nunca le había importado modificar su cuerpo. De hecho, había descubierto miles de formas diferentes de placer al hacerlo.

Con el aspecto y la actitud adecuada para cada objetivo, se acercaba a ellos y les decía exactamente lo que querían escuchar. Era muy sencillo, sólo había que tocar la música adecuada para que todos acabasen bailando para él.

El final siempre era el mismo: les turbaba la mente, emborrachándoles de deseo, consiguiendo que todo su mundo se derrumbase a su alrededor y únicamente existiera Balasab. Se entregaban al placer en la misma cama en la que yacía con Liv, buscando el sumun, el éxtasis extremo. Cuando acababan gritando desde las entrañas, abandonándose al placer infinito de ese instante, veían el negro de sus ojos y comprendían que ya era tarde.

Les arrebataba todos y cada uno de los días que les quedase por vivir, dejándoles grises y secos. Los cuerpos, desmadejados, eran engullidos por el espejo como parte del pago. El tiempo que les quedara de vida a aquellos infelices pasaba a formar parte del contador del inmortal Balasab, tras pagar el tributo a su Creador.

Pero con Liv, todo había sido diferente desde el principio. Se había mostrado a ella basándose en los cánones. En su momento creyó que era lo que a ella le gustaba, ahora entendía que era lo que ella le había hecho creer. Ese ensueño de deseo en el que no podía pensar con claridad más allá de su piel, era igual al que sentían sus víctimas. Y por eso se le había escapado el momento del éxtasis sin pensar en su propia naturaleza, dejando a un lado la vida que pudiera sacar de ella y entregándose al placer que le ofrecía de forma absoluta. Ahora entendía que aquellos bultos que creyó ver a través del espejo eran tan reales como el violeta de sus ojos.

—Llegados a este punto —había dicho Liv—, creo que lo mejor es que lleguemos a una tregua.

Balasab supo que esa podía ser la mejor de las opciones que se abrían ante él. Empezar una guerra no entraba en sus planes.

—Que yo llegue a una tregua contigo, beltrame —dijo Balasab, refiriéndose a su raza para dejar claro que sabía lo que era—, no implica que el resto de los míos la vaya a respetar.

—Puedo decirte lo mismo, byaxar —respondió juguetona, indicando que ella también lo sabía.

Tras haber dicho eso, Liv se arrodilló en la cama dejando que las dos poderosas alas celestes emergieran de sus omoplatos, mientras sus colmillos crecían y sus ojos volvían a brillar. En respuesta, la piel desnuda de Balasab se tornó del negro brillante de la brea caliente y las púas brotaron de su espina dorsal y ambos se dejaron llevar por la espiral de lujuria desde su propia naturaleza durante años.

—No volveré a cazar mientras tú estés a mi lado —le había prometido a Liv.

—No volveré a cazar mientras tú estés a mi lado —respondió ella, y se forjó la promesa que les encadenaría.

Una lágrima amenazaba con rodar por las mejillas arrugadas de Balasab y se hundió, aún más, en aquel banco. No recordaba cuánto tiempo había transcurrido desde que Liv había sido eliminada, al descubrir su unión. Se miró las manos temblorosas. Hacía tiempo que su cuerpo se había degradado y sentía que su reserva de vida empezaba a escasear. Habrían transcurrido más de doscientos años desde aquello, sin lugar a dudas.

—Lo siento, Liv —murmuró para sí, sintiendo que la estaba defraudando por aquello.

Se levantó de aquel banco y siguió caminando hacia su destino. Necesitaba un nuevo objetivo, una nueva víctima que le entregase los años de vida que le quedaran, aunque fueran pocos. Con el aspecto que tenía en esos momentos, no podía optar a nadie con media vida por delante, pero podía conseguir lo suficiente para ir rejuveneciendo unos cuantos años y así, poco a poco, volver a la edad física necesaria para optar a víctimas en la flor de la vida. Era una espiral maldita que había que recorrer tramo a tramo.

Se apoyó en la puerta del centro de reuniones y volvió a recordar el calor que emanaba entre las piernas de Liv, cerrando los ojos extasiado por el recuerdo. La estaba traicionando y nunca se lo perdonaría.

«Mientras tú estés a mi lado», recordó. Pero ella ya no estaba a su lado, no estaba rompiendo su palabra. De todos modos, la palabra de un byaxar nunca había sido de fiar. Aun así, tomó una decisión drástica para sentirse mejor consigo mismo. Se escondió tras una esquina y convirtió su cuerpo en el de una mujer. No volvería a ser Alan para nadie.

Entró al centro de reuniones atusándose el cabello con las manos y desabrochando un botón de la camisa para que no le molestara en sus nuevos pechos. Se alegraba de haber elegido ropa básica, no desentonaba en el cuerpo de mujer. Se acercó al hombre que parecía más vital de entre todos aquellos ancianos.

Está bien este sitio, no lo conocía —dijo Balasab de forma casual y con una voz dulce y amable.

—¿Cómo te llamas, encanto? —le preguntó aquel hombre, sonriendo de forma pícara, dejándose engatusar.

—Liv —respondió Balasab sin pensarlo.

—Ese no es un nombre real —replicó el hombre, riendo divertido.

Para aquel hombre no había sido más que un juego de cortejo, pero para Balasab aquella respuesta fue una revelación. Fue consciente, en ese instante, de que ninguno de los dos supo el nombre real del otro. A pesar de todo lo que habían compartido, siempre fueron Liv y Alan. Tuvo la impresión de que aquella profunda conexión con la que se sentía encadenado a ella se tambaleaba desde sus cimientos. Por fin empezaba a verlo todo de forma clara. Liv era una beltrame y, como tal, lo único que buscaba era acabar con los byaxar y, por aquel entonces, Balasab era reconocido como uno de los que más vidas segaba. Él siempre se había vanagloriado de que ningún beltrame había conseguido matarle. Qué imbécil había sido. Habían enviado a Liv para acabar con él, pero no clavándole una daga en los ojos, sino haciéndole perder la razón por culpa del deseo hasta que se encadenase a una promesa que le haría perder la vida por su propia voluntad. Si no cazaba, no acumulaba años. Los beltrames no tenían más que sentarse y esperar a que se consumiera. Y casi lo habían conseguido, no le quedaría más de una década.

Sintió su pecho latir de nuevo, pero esta vez el deseo era diferente: no era un deseo carnal, era el deseo de la venganza. Pero antes, debía recuperar su juventud. Le dio la mano a aquel hombre, sonriéndole de forma pícara, haciendo que se cegara de deseo.

Dos horas más tarde, mientras el espejo líquido engullía aquel cuerpo vacío, miraba su reflejo concentrándose en su propio aspecto. Había rejuvenecido unos años, pero no los suficientes. Las arrugas aún le marcaban la piel y tenía los pechos blandos y fláccidos. Necesitaría cinco, o tal vez seis víctimas más para volver a ser joven y deseable. Después, buscaría a Liv.

El cuerpo rejuvenecido de Balasab se movía de forma rítmica mientras se aferraba a las caderas del hombre que estaba en su cama. Por primera vez desde que comprendió todo, había vuelto a su forma de hombre. Hacía tanto tiempo que era mujer, que temía haber perdido sus habilidades.

Subió su mano por su espalda, haciendo que el hombre se arquease, hasta llegar a la cabeza. Le tiró del cabello con la fuerza justa para hacer que se irguiera y quedarse de rodillas. Balasab, tras él, no dejaba de mover sus caderas mientras le mordía el cuello. Aquel hombre emitió un gemido sordo, abandonándose al placer, poniendo los ojos en blanco. Al mismo tiempo, los de Balasab se tornaron negros por completo absorbiendo cada instante de vida que le pudiera quedar.

Sintió la juventud corriendo por su interior, apretando sus músculos, haciendo que su corazón bombease con vigor y llenando de aire sus pulmones. Su pelo volvía a ser fuerte y sus ojos grandes y brillantes. Dejó surgir su propio cuerpo, notando el calor negro de su piel y las púas de su espina dorsal emerger; sintiéndose libre. Se acercó al espejo y colocó la palma de la mano sobre la superficie.

Necesito localizar a una beltrame —pronunció en su propia lengua.

La imagen de Liv reverberó en el líquido. Estaba en un bar, bebiendo de un vaso ancho y rozando de forma lánguida el brazo de alguien sin definir. Sintió que las piernas comenzaban a flaquearle y se le nublaba la razón, como si una parte profunda de su ser aún estuviera bajo su influjo. Asentó los pies en el suelo y se estiró, volviendo a sentirse poderoso, pensando que solo era una beltrame más y concentrándose en el resto de la imagen. Reconocía aquel lugar, no era un bar cualquiera, no era uno de tantos, era el bar en el que ella le había embrujado. Se observó a sí mismo una vez más y se preparó para ir en su busca.

Balasab se apoyó en la fachada del bar, temeroso de entrar. Al igual que los byaxar vaciaban de vida a sus víctimas, las beltrame les arrebataban sus sueños, su felicidad y su esperanza. Permanecían con vida, eso era cierto, pero de ellos no quedaban más que carcasas vacías: piel y huesos que vagaban sin rumbo.

Balasab inspiró profundamente y sonrió. Sabía exactamente lo que tenía que hacer. —¿Me dejas invitarte a tomar algo?

—No sin que antes me digas tu nombre —respondió Liv coqueta, mientras enredaba su pelo entre los dedos.

—Evelyn —respondió la mujer.

—Un nombre precioso, como tú… ¿y si vamos a un lugar más tranquilo?

Se miraron a los ojos durante un instante y Evelyn asintió sonrojada. Liv la tomó de la mano con suavidad y salieron de aquel bar.

El camino hacia casa de Evelyn lo hicieron como dos adolescentes, paseando cogidas de la mano y sonriendo sin parar. No fue hasta llegar a su calle que Liv se acercó a ella, con los ojos brillantes de emoción, y le apartó el pelo de la cara para besarla con suavidad. Fue un beso suave y sencillo que encerraba cálidas promesas.

No se dijeron nada más, no fue necesario. Se desnudaron despacio, bailando la una con la otra al son de una música que sólo ellas escuchaban. Liv la acarició bajando con la punta de los dedos desde el cuello, rozando su pecho de forma sutil y acariciando con el dorso de la mano su vientre firme y joven. Evelyn esperaba, respirando con cuidado para no romper la magia.

La besó con cuidado, como si Liv fuese una joya que pudiera desaparecer al contacto, disfrutando de cada segundo de espera. Ella le devolvió un beso ansioso, apresurado, queriendo beber del dulce licor que Evelyn le insinuaba sin acabar de mostrarlo.

—No tenemos prisa —susurró Evelyn a medio milímetro de su oreja, dejando que su aliento le acariciara el lóbulo.

Evelyn acarició su piel con los labios, bajando despacio, recorriendo cada centímetro de piel desnuda mientras Liv se movía despacio, acompañándola. De nuevo, bailaban. Las manos se entrelazaron y se mezclaron las pieles, llegando a perder la conciencia de dónde acababa una y comenzaba la otra. Se rozaron con cuidado hasta que el calor de sus cuerpos se unió en un único ser ardiente. Entonces, y solo entonces, se entregaron al deseo de forma pura y sencilla como si nada ni nadie más pudiera llegar a existir ni en ese ni en ningún otro mundo.

Liv apretó la mano de Evelyn con la suya, abandonándose al instante mientras arqueaba la espalda. Hacía demasiado tiempo que nadie le transmitía las sensaciones que Evelyn le estaba regalando y había decidido que la mantendría a su lado. A veces, y solo a veces, Liv no les dejaba vacíos en el primer encuentro, sino que mantenía la magia durante un tiempo. Sólo cuando era precioso, sólo cuando era excepcional. Se mordió los labios, ahogando un gemido que no se permitía dejar escarpar desde hacía muchos años, desde aquel tiempo que compartió con Alan.

Levantó la cabeza para mirar a Evelyn, comprendiéndolo todo. Los ojos negros del byaxar le sonrieron de forma malvada y supo que ya era tarde. Sintió que su interior se vaciaba como si alguien hubiera abierto un grifo y sin que pudiera hacer nada por evitarlo. Lo último que pudo ver fue la imagen del byaxar, en su forma original, lanzándole un beso a su reflejo en el espejo líquido.

Balasab la había sonreído con todo el odio que había acumulado durante años. En el instante en el que ella arqueó la espalda y no vio el brillo violáceo en el fondo de sus ojos supo que su sospecha era cierta: las beltrames no conseguían bloquear el deseo si provenía de una forma femenina. Ellas, únicamente tenían poder sobre los hombres. Tenía que informar.

Vio el cuerpo de Liv desapareciendo a través del espejo y no pudo evitar sentir una punzada de añoranza. Gracias a él, la eterna lucha entre byaxar y beltrames por fin se inclinaría hacia su bando. Se convertiría en leyenda. Pero eso ya no le importaba.

Isabel Pedrero (España)

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