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Tragicomedia de Eustaquia y Clodomiro
Tragicomedia de Eustaquia y Clodomiro
Luis J.Goróstegui
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HACE UNOS DÍAS FUI AL TEATRO. Representaban una obra del escritor Nyosio Trinoalto Capitolino, versión libre de otra muy antigua, y tenía ganas de verla. Había mucho público, muy almidonados ellos, muy emperifolladas ellas. ¡Nunca entenderé estas nuevas modas! Entré en la sala y el acomodador me condujo, muy servicial, a mi asiento. Dieron el aviso y se apagaron las luces. La gente tardó unos segundos en guardar silencio. Se levantó el telón y comenzó la obra.
ACTO I – ESCENA 1ª
(Año 1275. Se ve un gran jardín. A lo lejos un castillo con una alta torre. Se ve luz en la ventana de la habitación situada en lo más alto de dicha torre. En el rincón del escenario, a mano izquierda, unos matorrales. Tras ellos dos personas: Clodomiro y Osvaldo. Son dos jóvenes amigos… amigos de la juerga y el despiporren).
OSVALDO.— ¿Estás seguro de que es aquí, Clodomiro?
CLODOMIRO.— Seguro, Osvaldo. Tengo su carta en la que me cita en este lugar. Ese es el castillo de su familia y aquella, la habitación donde ella me espera. (Dice señalando a la torre del castillo).
OSVALDO.— No me fío. Ya sabes lo que dicen de Eustaquia las malas lenguas. ¡Ándate con ojo!... ¡Esa sólo va a lo que va!... ya me entiendes.
CLODOMIRO.— Tranquilo, amigo. Sé lo que me hago. Pero por estar con ella sería capaz de todo. Es joven, guapa no… ¡guapísima!... y tiene un cuerpo… ¡para comérselo! Ya te dije que nos conocimos hace un par de días en la fiesta que dio Armando en su chalet de la playa. ¡Fue un flechazo!... te lo aseguro. Y ella siente lo mismo por mí… ¡me lo ha asegurado! Mira, lee tu mismo la carta que me envió ayer.
(Osvaldo coge la carta y lee).
Mi apasionado Clodomiro: Desde que te vi sólo puedo pensar en ti. Todo mi cuerpo se estremece de pasión. ¡Mi amor! ¡Quiero estar contigo! No puedo esperar. ¡Hazme tuya! ¡Mis perjúmenes se suliviantan por ti! ¡Amor mío! ¡Quiero tocarte! ¡Tenerte!… Ven mañana, a media noche, al castillo de EstirpeNoble, calle del Alceburlón, nº 529 bis. Mi habitación está en la torre del ala norte. No te preocupes, mi padre estará durmiendo, y la servidumbre vive en el otro extremo del castillo. Sube a mi habitación con la escala que colgaré de la ventana. Te estaré esperando con ansiedad. Toda tuya. Tu apasionada Eustaquia.
(Osvaldo devuelve la carta a Clodomiro aunque no está del todo convencido).
OSVALDO.— Bueno… si tú lo dices… Pero, por si las moscas, llévate esto (y le da un pequeño chisme), tenlo activado todo el rato.
CLODOMIRO.— Todo saldrá bien, Osvaldo. ¡Pienso ponerme las botas!… Tú vigila hasta que suba a su habitación, por si viene alguien, y después marcha a tu casa, que la noche arrecia y hace frío. Ya te contaré mañana. Adiós.
(Se ve a Clodomiro marchar hacia el castillo. Desde la ventada de la habitación de la torre una escala cae por la pared. Clodomiro comienza a escalarla).
(CAE EL TELÓN)
ACTO I – ESCENA 2ª
(Inmediatamente, el telón vuelve a subir. El escenario ha cambiado.
Se ve el interior de una gran habitación. En la ventana se ve el garfio de una escala. En la habitación hay una gran cama y sobre ella una bella joven en camisón… muy pequeño y transparente leyendo un libro. Junto a la cama: un mueble tocador y una silla; en la pared: un armario doble y un par de pósteres de unos trovadores melenudos.
Por la ventana surge Clodomiro. En cuanto Eustaquia le ve, corre a abrazarle).
EUSTAQUIA.—¡Clodomiro!
CLODOMIRO.—¡Eustaquia!
EUSTAQUIA.—¡Por fin has llegado! No te habrá visto nadie, ¿verdad?
CLODOMIRO.— Nadie. He tenido mucho cuidado. Mi amigo Osvaldo está vigilando. Le he dicho que se fuera en cuanto me viera entrar en tu habitación.
EUSTAQUIA.— Bien. No lo debe saber nadie, aún. Mi padre me mataría si nos viera juntos, sobre todo si supiera lo que vamos a hacer.
CLODOMIRO.— Por cierto… Tu habitación está demasiado alta. ¿No podríamos habernos visto en otra más baja? ¡Estoy derrengado de subir por la escala!, ¡y casi me caigo!
EUSTAQUIA.—¡No seas quejica! Ya verás como hago que lo olvides… ¡cariño!... Ven.
(Sin cruzar una palabra más, los dos fogosos jóvenes se fueron a la cama. Entonces comenzó lo bueno: besos, camisa fuera, arañazos apasionados, camisón fuera, más besos, calzones fuera, más arañazos, triqui, traca… que si boca arriba, que si boca abajo, es decir, ¡la repanocha madre!
Entonces se oyen ruidos de pisadas subiendo las escaleras de la torre. Eustaquia, que no es tonta, adivina que vienen su padre y algunos de los sirvientes. Se escuchan voces. Y, por lo que se oye, sabe que su padre está muy cabreado. No sabe cómo, pero su padre ha averiguado que está donde está, y está haciendo lo que está haciendo. Y, como sabe lo que la espera si la descubren, reacciona rápido. Comienza a dar gritos, pide socorro, se desgarra la poca ropa que le queda encima. Comienza a simular que Clodomiro está abusando de ella. Clodomiro no sale de su asombro —el pobre es un poco corto—, y no entiende el cambio de actitud de su amada).
(Y EUSTAQUIA exclama) .—¡Socorro!, ¡déjame, bribón! ¡No me toques, abusón! ¡Socorro! ¡A mí… auxilio… a mí! ¡Que alguien me ayude!, ¡que me deshonran!, ¡socorro!
CLODOMIRO.—¿Pero qué dices, Eustaquia?, ¿por qué gritas? ¡Si eres tú la que llevas la voz cantante. Yo sólo estoy haciendo lo que dices que haga! ¡No seas bruta, y no te rompas la ropa!
(Entonces se abre la puerta de la habitación y, como un torbellino, entra su padre, don Alustio Floridagrande y Vialáctea, conde de EstirpeNoble, seguido de sus acompañantes: su tía Edelmira, la hermana menor del conde, y su marido Hierónides. Incluso están sus hermanos menores Eleuteria y el pequeño Wenceslao, que no sabe exactamente lo que está pasando, pero ha subido porque todo esto le parece muy divertido. También está su prima Crescencia, aunque esta sólo ha subido para burlarse de Eustaquia. Por último, están algunos de los sirvientes del castillo. El conde está rojo de ira, azul de desesperación, verde de vergüenza, amarillo de ira…).
ALUSTIO.—¡Estoy rojo de ira!…, ¡azul de desesperación!…, ¡verde de vergüenza!…, ¡amarillo de ira!… (Sí, ya sé que también estaba rojo de ira, pero es que la ira es una policromía). ¿Qué está pasando aquí? ¡Suelta a mi hija, desgraciado!
(En cuanto Eustaquia le ve, salta de la cama y corre a abrazarle hecha un mar de lágrimas… (de cocodrilo… pero de eso su padre no se da cuenta, claro).
EUSTAQUIA.—¡Oh, padre… papá… papaíto!... Ese malnacido ha querido abusar de mí…, tu hijita. ¡Menos mal que me habéis oído pedir socorro!... si no, no sé lo que hubiera pasado…
(En un aparte, exclama EUSTAQUIA) .— ¡Maldita sea!... ¿Cómo se habrán enterado?... ¡Con lo fetén que lo estaba pasando! Pero debo seguir fingiendo o mi padre me matará. ¡Aunque Clodomiro deba morir por salvar mi honor!)
ALUSTIO.—¡Guardias!, ¡guardias!... ¡Arresten a este alfeñique!
CLODOMIRO.— Pero…, pero…
EUSTAQUIA.—¡Matad a este desalmado!, ¡matadlo! Ha querido mancillar mi honor y debe morir sin dilación.
CLODOMIRO.—¡Pero Eustaquia!... ¿Qué dices?... ¿Te has vuelto loca?
ALUSTIO.—¡Silencio, greñudo!, y da gracias de que no te mate aquí mismo. ¡Llevároslo! ¡Deprisa! Bajadlo a las mazmorras. Mañana habrá un juicio… un juicio justo y equitativo… ¡y será ejecutado!... ¡Como me llamo Alustio!
(Se ve cómo se llevan a Clodomiro encadenado, mientras Eutaquia sonríe aliviada).
(En un aparte, exclama EUSTAQUIA) .— Mi honor será salvado… ¡aunque muera Clodomiro!
(En un aparte, exclama CLODOMIRO) .— ¡Qué bruta es Eustaquia!... Esta me quiere… ¡muerto!
(CAE EL TELÓN)
INTERMEDIO
Se encendieron las luces del teatro. Se oyó una agradable voz que anunciaba un intermedio de 15 minutos. También se recordó al respetable público que en el bar del teatro se ofrecían unos canapés y bebidas totalmente gratis, galantería de los patrocinadores del evento: Electrodomésticos robóticos «El Mirlo», los más listos del mercado; y lejía «La Alondra Blanca», la mejor lejía del planeta y parte del sector galáctico, que deja la ropa tan blanca que, más que limpiar, quita el cacho. Como en todas estas ocasiones, en las que se anuncia comida gratis, los asistentes perdieron el culo por bajar al bar y arramplar con toda la comida y la bebida.
Tras los 15 minutos anunciados se avisó que la función iba a continuar. El público, tras acabar con todas las viandas del bar, volvió elegantemente a sus asientos.
Tras el tercer aviso de rigor las luces se apagaron. Comenzó el segundo y definitivo acto.
ACTO II
(Sube el telón y vemos una gran sala. En ella se va a celebrar el juicio, juicio justo y equitativo en el que Clodomiro será declarado culpable y condenado a morir, aunque aún no se ha decidido la forma en que morirá… que para eso se celebra el juicio.
En la sala hay mucho público ansioso de contemplar cómo se condena a un inocente. Entre el público está también Osvaldo, algo nervioso. Sabe que su amigo es inocente y espera que Clodomiro haga uso de su as en la manga para salir airoso del juicio y demostrar su inocencia. A su lado está su hermana, Eunice, que está enamorada de Clodomiro).
OSVALDO.— Esto está a rebosar, Eunice. ¡Cómo le gusta a la gente el morbo de un juicio injusto!
EUNICE.— Tienes razón, Osval.
OSVALDO.—¡Te he dicho mil veces que no me llames Osval!... ¡Euni!
EUNICE.—¡Vale, vale! No te sulfures… Osval…do.
OSVALDO.— Mira, Eunice, ahí está el banquillo de la acusación, con el gran abogado don Nicasio Sauceflorido y Silvestre y sus tres ayudantes, contratados por el conde para la ocasión. Mira, también están Eustaquia, muy compungida, ¡la muy mentirosa!; su padre, el conde, tan cabreado que parece que va a estallar; la marquesa del Fresnoaliñado, doña Edelmira, tía de Eustaquia y hermana menor del conde, totalmente fuera de sí; Eleuteria, hermana menor de Eustaquia, que conoce de sobra a su hermana, y sabe que es más puta que las gallinas, pero que, sin embargo, no ha salido en defensa de Clodomiro por dos motivos: primero, porque Clodomiro prefirió a su hermana antes que a ella para «eso»… (No hace falta aclarar qué es «eso», ¿verdad?).
EUNICE.— No, no hace falta. Y no me recuerdes esas cosas, que ya sabes lo que siento por Clodomiro, ¿vale?
OSVALDO.— Perdona, no me acordaba. Además, aunque saliera en defensa de Clodomiro su padre no le haría el menor caso… Y segundo, porque cualquiera lleva la contraria a su querido padre, el conde… «¡Ni que estuviera loca!»... según me dijo hace un rato al entrar en el juzgado; también está Wenceslao, hermano pequeño de Eustaquia y Eleuteria, que no sabe muy bien por qué está aquí, pero que parece que se está divirtiendo mucho viendo cómo han venido vestidas algunas de las señoras de la ciudad…, sobre todo aquella gorda de la segunda fila del público y la de la quinta fila, butaca tercera por la derecha, que incluso se ha traído al juicio a su mascota: una cría de isseching de ala roja; mira cómo se ríe Wenceslao y las señala con el dedo; ahí está también Hierónides, marqués de Nuezalmizclera y esposo de doña Edelmira…, exactamente en ese orden…, ¡con eso está dicho todo!; y, por último, Crescencia, hija de doña Edelmira y don Hierónides, que, según me ha dicho, sería infinitamente feliz si su prima Eustaquia se rompiera una pierna… Sin embargo, en el banquillo de la defensa solo está ese delgaducho abogado, Teójenes del Ríobravo Seco, sin apenas experiencia judicial, que ha sido contratado in extremis para la defensa de Clodomiro, más por cumplir el expediente que por justicia y que no ha tenido ni tiempo para preparar la defensa. ¡Así ya se puede ganar un juicio!
EUNICE.— No te preocupes, Osvaldo. Clodomiro es listo y sabrá lo que tiene que hacer… ¡ya verás!
OSVALDO.— Esperemos que así sea, hermanita.
(En eso, entra el juez. Se sienta en su sillón. Los guardias hacen entrar a Clodomiro en la sala y le sientan en el banquillo. El juicio da comienzo).
SECRETARIO DEL JUZGADO.— Todos en pie. Da comienzo el juicio. Caso nº 735/1275. El reino contra don Clodomiro Cascoalado del Bosque. Pueden sentarse.
JUEZ.— Señor Clodomiro, se le acusa de abuso con violencia y nocturnidad e intento de violación y deshonra manifiesta contra la persona de la señorita Eustaquia Floridagrande y Vialáctea. ¿Cómo se declara el acusado?
TEÓJENES.— Inocente, señoría.
JUEZ.— Bien, entonces… puede comenzar la acusación.
(El abogado de la acusación se acerca al estrado).
NICASIO.— Señoría, dada la delicada naturaleza del caso y para no alargar inútilmente el sufrimiento de la señorita Eustaquia, sólo voy a llamar a una persona al estrado a pesar de que existe un considerable número de testigos que podrían testificar en contra del acusado y su inexcusable comportamiento en la noche de autos. (Dice el abogado señalando al banquillo de la acusación donde están sentados todos los parientes de Eustaquia).
JUEZ.— De acuerdo, letrado. Dé comienzo.
NICASIO.— Gracias, señoría. ¡Llamo al estrado a la señorita Eustaquia!
(El público, expectante, contempla cómo la hija del conde se sienta en el estrado. Lleva un precioso vestido de hilo de plata que realza su fina figura. ¡Todo el público alaba el buen gusto de su nueva heroína! Se oyen comentarios: «¡Realmente le queda muy bien!», «¡Está guapísima!», «¡A ver cuándo matan ya a ese cabezabote de Clodomiro!», y cosas por el estilo).
SECRETARIO DEL JUZGADO.— Levante la mano derecha. ¿Jura decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad? Diga lo juro.
EUSTAQUIA.— Lo juro.
SECRETARIO DEL JUZGADO.— Diga su nombre y domicilio.
EUSTAQUIA.— Eustaquia Floridagrande y Vialáctea. Castillo de EstirpeNoble, calle del Alceburlón, nº 529 bis.
NICASIO.— Señorita Eustaquia, ¿podría indicarnos qué pasó en la noche de ayer en su habitación?
EUSTAQUIA.— Sí, señor. Verá, estaba yo tranquilamente echada en mi cama leyendo un libro, un precioso libro que mi queridísimo papá me había regalado por mi cumpleaños, cuando, de repente, veo cómo entra una persona por la ventana.
NICASIO.— Perdone, ¿por qué tenía echada la escala por la ventana?
EUSTAQUIA.— Verá, señor abogado. Ya sé que no debo hacerlo, pero, en ocasiones, en lugar de bajar por las escaleras de la torre, me gusta hacer un poco de ejercicio y utilizo la escala para bajar y subir por ella. ¿Es un delito eso?
OSVALDO.—¡Será mentirosa la muy…! ¡Si nunca ha hecho más ejercicio que llamar por holoteléfono!
EUNICE.— Calla, hermano, no sea que te expulsen de la sala.
NICASIO.— Nada de eso, señorita. Por favor, siga con la explicación de los hechos.
EUSTAQUIA.— Pues bien, vi cómo entraba alguien. Después supe que se trataba de Clodomiro. Yo no le había visto en mi vida, ¡lo juro! Me pilló por sorpresa. Se abalanzó sobre mí y… (Gimotea), y… (Vuelve a gimotear más fuerte).
OSVALDO.—¡Está fingiendo la muy sinvergüenza!
NICASIO.—¿Se encuentra bien? ¿Desea que aplacemos el juicio?
EUSTAQUIA.— No… Puedo continuar. Todo sea por hacer justicia y condenar a ese malnacido de Clodomiro… Se avalanzóme y forzóme… desnudarme quiso… ¡Deshonrarme se propuso! Yo con todas mis fuerzas me opuse, pero él más fuerte que yo era mucho…
OSVALDO.— (Gritando). ¡Eso es mentira!
JUEZ.—¡Silencio! No permitiré otra interrupción. ¡Silencio!
NICASIO.—¿Se encuentra bien, señorita?... Como se ha puesto a hablar al revés…
EUSTAQUIA.— Perdón, señor abogado…, es que cuando me pongo nerviosa me sale la forma de hablar de mi madre, que en paz descanse... Era de las Tierras Altas del Este, ¿sabe?
NICASIO.— Bien. Continúe, por favor.
EUSTAQUIA.— Como decía, yo intenté defenderme. Grité todo lo que pude. Él me arañaba y estuvimos forcejeando. Afortunadamente mi padre, y tras él mi querida familia junto con algunos de nuestros sirvientes, entraron en mi habitación antes de que pasase nada peor… Y eso fue todo. (Vuelve a gimotear).
NICASIO.— Muchas gracias. Sólo una última pregunta. ¿Tiene alguna prueba que corrobore lo que nos acaba de decir?
EUSTAQUIA.— Sí, señor. (Eustaquia se arremanga el vestido y muestra al juez los arañazos que Clodomiro le había provocado).
NICASIO.— Eso es todo. Muchas gracias.
JUEZ.— Su turno, abogado defensor.
TEÓJENES.— No…, no haré preguntas, Señoría.
JUEZ.— De acuerdo. Señorita Eustaquia, puede volver a su asiento. Pasaremos ahora al turno del abogado de la defensa. Cuando quiera, letrado.
TEÓJENES.— Gracias, señoría. Con su venia, llamo a declarar al acusado: don Clodomiro Cascoalado del Bosque.
(El público observa impaciente cómo Clodomiro sube al estrado. Se oyen algunos insultos… que no voy a repetir aquí por respeto).
SECRETARIO DEL JUZGADO.— Levante la mano derecha. ¿Jura decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad? Diga lo juro.
CLODOMIRO.— Lo juro.
SECRETARIO DEL JUZGADO.— Diga su nombre y domicilio.
CLODOMIRO.— Clodomiro Cascoalado del Bosque. Calle del Racimojugoso, nº 33, 2ºB.
TEÓJENES.— Señor Clodomiro Cascoalado, ¿puede contar a esta sala lo que, según usted, sucedió en la habitación de la señorita Eustaquia en la noche de ayer?
CLODOMIRO.— Por supuesto.
(Clodomiro narra lo mejor que puede, el pobre, lo que sucedió ayer noche: lee al juez la carta que le envió Eustaquia…, cómo subió por la escala que Eustaquia le había dejado caer por la ventana…, cómo le estaba esperando Eustaquia toda ansiosa por… por… ¡por hacer eso con él, vamos!).
TEÓJENES.— Bien. Díganos, cuando entraron el señor conde y sus acompañantes en la habitación, ¿por qué no se defendió exponiendo lo que nos acaba de contar?
CLODOMIRO.—¡Pero si no me dejaron hablar!... Yo no hacía más que intentar razonar con el Conde, pero estaba hecho un energúmeno, y no pude ni abrir la boca. Todo fue tan rápido…
NICASIO.—¡Protesto, señoría! El acusado está injuriando el buen nombre del conde y de su hija.
JUEZ.— Protesta aceptada. En adelante el acusado se abstendrá de realizar tales tipos de afirmaciones.
OSVALDO.—¡Joder!... ¡Este juez está comprado!... Así ya podrán.
EUNICE.— Tranquilo, hermano, aún no ha terminado esto.
TEÓJENES.—¿Tiene alguna prueba que corrobore lo que acaba de decir?
CLODOMIRO.— Sí, señor abogado.
(Entonces Clodomiro sacó del bolsillo derecho de su chaqueta un pequeño chisme. El silencio se cortaba en la sala. Clodomiro entrega el aparato a su abogado).
TEÓJENES.— Señoría, presento esto como prueba de la defensa.
JUEZ.— Bien. Pero espero que no sea ningún subterfugio para alterar el buen curso de este juicio, abogado. ¿De qué se trata?
TEÓJENES.— Lo cierto es que no lo sé, señoría. El acusado no quiso decírmelo cuando hablé con él esta mañana temprano. Pero le aseguro que es crucial para este juicio… por lo que me ha dicho el acusado.
JUEZ.— Bien. Continúe, pero si veo algo raro corto esto por lo sano, ¿entendido?
TEÓJENES.— Sí, señoría. Señor Clodomiro, ¿puede explicarnos qué es esto?
CLODOMIRO.— Se trata de un GHP3D…, un grabaproyector holográfico panorámico 3D, modelo Lewec-58... Ayer grabé todo lo que pasó.
(Sin dejar que nadie de la sala, sobre todo el juez y el abogado de la acusación, pudieran reaccionar, Clodomiro acciona el pequeño chisme. Lo lanza al aire. Entonces algo asombroso sucede. El GHP3D, suspendido en el aire en medio de la sala, comienza la proyección holográfica y esta se transforma, al menos visualmente, en la habitación de Eustaquia).
OSVALDO.—¡Sí!... Al menos me hizo caso y usó el chisme que le di… ¡Ahora verás, hermana!... Ya no podemos perder el juicio… ¡Mira cómo se ha quedado Eustaquia!... muda de pánico.
(Entonces en medio de la sala, ahora convertida en el lugar de los hechos, se ve cómo Clodomiro aparece por la ventana, cómo Eustaquia corre a abrazarle, se ve y oye lo que ambos jóvenes se dijeron en la noche de autos).
«(…) EUSTAQUIA.— ¡Por fin has llegado!... No te habrá visto nadie, ¿verdad?... (…)
CLODOMIRO.— Nadie. He tenido mucho cuidado… (…)
EUSTAQUIA.— Bien. No lo debe saber nadie…, aún. Mi padre me mataría si nos viera juntos… (…) (…)»
(Se ve cómo Eustaquia, pérfida serpiente mentirosa, engaña a todos simulando que Clodomiro la estaba atacando, y cuál fue la inocente reacción de Clodomiro).
«(…) EUSTAQUIA.— ¡Socorro!, ¡déjame, bribón! ¡No me toques, abusón! ¡Socorro! ¡A mí… auxilio… a mí! ¡Que alguien me ayude!, ¡que me deshonran!, ¡socorro!
CLODOMIRO.— ¿Pero qué dices, Eustaquia!, ¿por qué gritas? ¡Si eres tú la que llevas la voz cantante. Yo solo estoy haciendo lo que dices que haga! ¡No seas bruta, y no te rompas la ropa! (…)»
(Cuando la grabación holográfica finaliza nadie se mueve. Todos están como hipnotizados. Los abogados de la acusación no hacen más que mirarse entre ellos y al juez… No pueden hacer nada. Saben que han perdido el juicio).
TEÓJENES.— No hay más preguntas, señoría.(El juez no tiene más remedio que declarar inocente a Clodomiro).
JUEZ.— Ante esta nueva y sorprendente prueba no creo que haga falta seguir con el juicio. Declaro inocente al acusado don Clodomiro Cascoalado del Bosque. En cuanto a la actitud de la señorita Eustaquia… lo dejo en manos de su padre, él sabrá ejercer justicia.
ALUSTIO.—¡Voto a Bríos! ¡Por supuesto que haré justicia! ¡La mandaré a nuestros campos de labranza… hasta que se haga una mujer decente! ¡Como me llamo Alustio!
(Clodomiro baja del estrado. Cuando pasa delante de donde está sentado el conde, este le dice:)
ALUSTIO.— Perdona, hijo.
CLODOMIRO.— No se preocupe. Yo también tengo parte de culpa. No debimos hacerlo. De todas formas… tiene una hija de cuidado, ¿sabe?
(Se ve cómo Clodomiro sale de la sala acompañado de su amigo Osvaldo y su hermana Eunice).
OSVALDO.—¡Felicidades, Clodomiro! Ni por un minuto he dudado de ti.
CLODOMIRO.— Gracias Osvaldo, pero todo ha sido gracias a ti. Si no me llegas a dar el grabador holográfico hubiera estado perdido… Por cierto, Eunice, ¡estás hecha toda una mujer!... ¿Sabes que estás muy guapa?
EUNICE.—¿De veras, Clodomiro? Muchas gracias. (Y se sonroja).
(CAE EL TELÓN)(FIN DE LA OBRA)
Se encendieron las luces del teatro. Mientras el público se levantaba de sus butacas y comentaban la obra, yo permanecí sentado escuchándoles con cierta curiosidad vanidosa de autor, lo admito. En la butaca de atrás, un chiquillo de unos diez años le preguntaba a su madre, todo intrigado:
—Mamá, ¿qué es un isseching de ala roja?
—Creo que es una especie de dragón volador enano —respondió su madre.
—¿Me comprarás uno, mamá?
—No. No son autóctonos de nuestro planeta y los pocos que hay son carísimos y no podemos permitirnos el lujo de comprar uno de importación.
—¡Jo, mamá! ¡Yo quiero un isseching de ala roja!... ¡Yo lo quiero!
Vi cómo la madre intentaba sacar a su hijo a rastras del teatro mientras el chico luchaba y lloraba porque quería uno de esos bichejos.
Finalmente me dirigí fuera. A las puertas del teatro quedaba ya poca gente. El resto se habían marchado a sus casas en aerotaxi, en hiperbús o en turbosubway; algunos en sus aerodeslizadores particulares. Recuerdo un par de viejetes que aún conversaban comentando la obra. Parecían estar discutiendo.
—¿Qué te ha parecido la función, Desidónio? —preguntó uno de ellos.
—¿Qué función dices, Sínforo? —le respondió el otro.
—¿Cómo que qué función?, pues la que acabamos de ver, ¿para qué has venido si no, viejo chivo?
—Yo, no sé tú, pero… ¡yo he venido por los canapés gratis!
A esa hora nocturna la ciudad de Daracia aún bullía de actividad, y la gente presumía con sus extravagantes vestimentas —sí, confieso que nunca entenderé estas nuevas modas, mezcla de excentricidad y gusto por lo retro, y eso que ya tenemos cierta historia como para haber aprendido a vestir mejor: no en vano la humanidad colonizó este planeta, Ageranthia, en el año terrestre 33775 d.C., según cronología galáctica estándar (CGE); y por tanto, el año 1275 en el que vivimos, según cronología local ageranthiana, corresponde al 35050 d.C. CGE, y, sin embargo, en cuestión de modas seguimos en las nubes—. ¡En fin! Llamé a un aerotaxi y me fui a casa, al día siguiente tenía mucho trabajo.
Luis J. Goróstegui Ubierna (España) Blog: observandoelparaiso.wordpress.com