Ammyt anuario 2017 horizontal

Page 1

TODO PERO TODO LO PUBLICADO EN EL BLOG

ARBOLES MUERTOS Y MUCHA TINTA DURANTE 2017 JUNTO EN UNA SOLA PUBLICACION PARA QUE LA DISFRUTEN TODOS AQUELLOS QUE LLEGARON TARDE

1


Contenido

Cochrane Versus Cthulhu ......................................................108

Editorial: Arboles Muertos y Mucha Tinta, Temporada 2017 .. 3

La dama del lago (Pani Jeziora, 1999)...................................110

Peligro en la Antártida (1956)................................................... 4

Rechicero (Sourcery, 1988) ...................................................111

La vida de Viktor Von Doom (prologo).................................... 6

El caminante (Araku Hito 1992-2015) ..................................113

La vida de Victor Von Doom (parte 1) ..................................... 8

Doctor Campeón ....................................................................114

Justicieros en serie: la novela popular española entre 1933 y 1953......................................................................................... 19

Ladrones de cadáveres (Me and my ghoul, 1953) .................116 Explorando maravillas: la novela fantástica en España durante la primera mitad del siglo XX................................................117

¿Quién mató al Doctor Sexo? (Who killed Doctor Sex?, 1964) ................................................................................................. 37

Hora Tres: Antología 2017 ....................................................132

MÁS DE MIL Y UNA NOCHES ........................................... 38

Las Meninas (2014) ...............................................................134

El sanguinario Baron Rojo (The Bloody Red Baron, 1996) ... 49

Tex: Camino a Oregon (Verso l’Oregon, 2011) ....................135

No Hero (1935) ....................................................................... 50

¿De dónde te tengo? – Hoy: Alan Napier ..............................137

Dos hombres............................................................................ 63

Kiky Bananas y otras historias...............................................141

El Valle a veinticuatro imágenes por segundo (parte 2) ......... 64

Los muertos no hablan (Stiffs don´t squeal, 1953)................142

Las chicas de nadie (2016) ...................................................... 81

El futuro no es lo que era – Hoy: ¿Llega la television? .........143

Defoe, reportero de lo sobrenatural......................................... 83

Pánico a flor de piel (Panique a fleur de peau, 1960) ............152

Marco Mono ............................................................................ 85 La Atlántida (L’Atlantide, 1919) ............................................ 87

Lo mejor de Fredric Brown (The best of Fredric Brown, 1977) ................................................................................................153

La realidad cuestionada........................................................... 88

La última jugada de Jack Hamlin (¿1943?) ...........................155

Shock de realidad I – McDonalds y campos de concentración ............................................................................................... 105

De cómo Norman Bates se enfrentó al Ackermonster...........156

Los Contrabandistas .............................................................. 106

Hellhound on my trail (2017) ................................................163

Walt Disney’s Donald Duck: The Complete Daily Newspaper Comics vol.1 (1938 – 1940).................................................. 107

Deedee (1969)........................................................................164

3 libros de no ficción sobre cultura pop 3..............................160

Las primeras aventuras del Pirata Negro. ..............................166

2


¿De dónde te tengo? – Hoy: Lupita Tovar ............................ 172

Editorial: Arboles Muertos y Mucha Tinta, Temporada 2017

Siguiendo a los sajones, vikingos y normandos.................... 178 Colección Patoruzú vol. 1 y 2 ............................................... 181

Por Roberto Barreiro

¡Hasta el Año que viene!....................................................... 185

Como siempre abrimos el año (¡el decimotercero desde que empezamos el blog, que lo parió!) evaluando el año pasado. Y salió un año bonito. Creo que el objetivo de ser un blog de arqueología pop se consolidó. Hubo notas muy interesantes de escribir, otras interesantes de descubrir (gracias al generoso y sesudo análisis del colega Armando Boix Millán, que es un aporte insuperable para 3


que este blog esté mejor cada día), los e-zines me van quedando cada día más profesionales en lo visual (creo yo bah) y siento que tengo ya un público lector fiel. En fin todo bueno Y ya hay en pista más cosas para seguir en el blog este año. No voy a adelantar nada pero hay algunas notas que están en mi cabeza y que espero le pueda dedicar la investigación que se merece. Solo los dejo con una duda: las recopilaciones de material del blog antiguo tarde o temprano terminarán. Y me gusta le formato de revista digital. Entonces la cuestión es ¿seguir o no seguir con ella cuando se termine la recopilación de material? ¿Una revista con material original, aparte del blog, con notas mas largas sobre las mismas temáticas? ¿Con autores invitados y traducciones (pidiendo permiso) de material antiguo en inglés y de viejos fanzines en castellano? ¿Ustedes cómo lo ven? ¿Será factible? Los dejo con la inquietud. Si alguien quiere darme su opinión, puede dejarla en los comentarios debajo o sino en el grupo de Facebook del blog. Mientras tanto, bienvenidos a un nuevo año de Arboles Muertos y Mucha Tinta.

Peligro en la Antártida (1956) Por Roberto Barreiro

Roberto

4


Autor: “R. Sturgiss” (seudónimo de Héctor Germán Oesterheld) Colección: Vistaventuras n° 17 Edita: Indice, Buenos Aires, ¿196..?

suficientemente educado para reconocer a Rockett como un científico valioso y su banda lo sigue porque efectivamente sabe lo que hace. Todo eso sin desmerecer que es un boxeador excelente, que le pelea mano a mano a Rockett en una de las secuencias más impactantes del libro. Si uno compara esto a los clisés del negro bruto que todavía pululaban en esos años, podemos ver el pensamiento progresista de HGO y su interés en salirse de los clisés de la cultura popular en la medida de lo posible. No voy a decir que es lectura imprescindible, incluso para los fanáticos de Oesterheld (diría que las novelas del Sargento Kirk en conjunto son mucho más interesantes que las de Bull Rockett), pero es una novelita de aventuras entretenida y llevadera de leer, que es lo principal aquí.

Un barco con los secretos atómicos del tercer Reich ha aparecido varado en los hielos antárticos. La carrera por quedarse con ellos está desatada. Bull Rockett y Bob Gordon son enviados por estados Unidos. Junto a un grupo de agentes británicos, encuentran al barco… que está en poder de un grupo de profesionales criminales que quieren venderlo al mejor postor. El problema es que los criminales son más, son eficientes y están manejados por el “Emperador” un gigantesco africano que tiene tanto cerebro como tamaño. Y es enorme… Lo interesante de la historia es que Rockett y Bob siempre están en desventaja. Para que solo sobrevivan deben recurrir a osadía, cojones y astucia. E incluso así se necesitan un par de “deux ex machina” para que no perezcan en el intento. Y en eso tiene mucho que ver el desinterés de HGO por escribir estereotipos. El rival de Rockett, el “Emperador” no es solo un negro brutal que gobierna por el miedo: es inteligente, lo 5


Una de las cosas que fascinan del comic book de superheroes es la capacidad de generar (específicamente en el caso de las editoriales Marvel y DC) universos que se desarrollan en el tiempo y las revistas, con personajes que evolucionan y se desarrollan en diferentes tiempos y revistas, cargando con el bagaje de experiencias anteriores. De hecho muchos libros sobre estos personajes tienen como hilo conductor hacer estas biografías de personajes ficticios. Por supuesto quienes reciben normalmente el tratamiento son personajes principales o grupos conocidos. “Biografías” de Batman, Superman, Spiderman, los X Men, los Vengadores y demás personajes principales de ambos universos son relativamente frecuentes de hacerse, tanto online como impresas.

La vida de Viktor Von Doom (prologo) Por Roberto Barreiro

6


emocionales) como para convertirlo en un personaje fascinante. Es claramente un personaje muy interesante para empezar este experimento.

Pero ¿qué pasa con los personajes menores? ¿O con los antagonistas de los héroes, los supervillanos? Raramente reciben un seguimiento similar. Por un lado, difícilmente tengan una serie para ellos, resultando escritos de una aparición a otra por diferentes escritores, que pueden hacer sus personalidades variables. Segundo, un villano no es considerado merecedor normalmente de suficientes seguidores como para garantizar que escribir sobre su vida ficticia tenga seguidores suficientes. Por supuesto, para eso hay bloggers idiotas que se cagan en la sabiduría convencional y quieren escribir sobre algunos de esos personajes menores. Auxiliado con mi colección de comics digitales (compilada tras demasiados años de obsesion-compulsion y trabajos con buena banda ancha) me pareció que era una buena opción tratar de leer de corrido y contar sobre alguno de esos héroes o villanos que nunca merecen notas asi de extensas. Y el primer candidato que me apareció fue Viktor Von Doom, monarca de Latveria, EL archienemigo de los 4 Fantásticos y probablemente uno de los villanos más interesantes y populares de todos los tiempos. Desde su primera aparición, su apariencia y su compleja personalidad atraparon a los lectores. Doom es un científico loco y dictador, pero también es un hombre poseído por la sed del descubrimiento, con un código noble y las suficientes vulnerabilidades (tanto físicas como

Por cierto, el orden cronológico de lectura de las historietas de Doom será el que propone el Complete Marvel Reading Order. Si vemos que hay que hacer alguna aclaración sobre ese orden, lo diremos en su momento. Y, aunque hasta el momento, ya tenemos en orden buena parte de sus primeras 200 apariciones, quedan algunas lagunas que han sido imposible de hallar. Cuando eso pase, avisamos. Esperemos poder leer todas las apariciones pero puede fallar. ¿Cómo haremos? Cada entrada de la biografía consistirá aproximadamente de cinco historietas. Ahí iremos 7


desarrollando lo que pasa con nuestro latveriano favorito en ellas. Terminamos la siguiente tanda de 5 comics y reseñamos. Tengan paciencia, que iremos mechando en el blog con otras cosas. La primera entrega aparece mañana.

La vida de Victor Von Doom (parte 1) Por Roberto Barreiro

Así que solo nos queda decir: Viktor Von Doom, ¡Esta es tu vida ficticia!

8


La primera vez que el Doctor Doom aparece es en el número 5 de la revista de los Fantastic Four, allá por 1962 en una historia hecha por Stan Lee y Jack Kirby, como era de esperarse. Y aparece decidido a que los Cuatro Fantásticos hagan su voluntad. Primero encierra el edificio Baxter con una poderosa red electrificada para que no puedan salir fácilmente. Al hablar, Reed Richards lo reconoce como un colega de la universidad fascinado con mezclar la ciencia y la hechicería. Primer rasgo individualizador de Doom: no es un científico ni un hechicero, sino que quiere saber y mezclar dos vertientes que son básicamente incompatibles entre sí. Justamente experimentando con la mezcla sufrirá un accidente en la universidad que dejará su cara desfigurada de por vida, además de expulsado del establecimiento. Segundo gran detalle de Doom: su armadura no es solo un arma ofensiva, también es una forma de esconder su deformidad, su monstruosidad. Deformidad o monstruosidad que no puede arreglar su intelecto superior. O sea, en las primeras páginas de su primera aparición, elementos centrales de su personalidad ya quedan definidos. Por algo lo que hacían Lee y Kirby en estos años tienen el título de clásico.

La cuestión es que, tras tomarlos prisioneros, Doom lleva a los 4 Fantásticos a un castillo donde aparece la primera de sus grandes invenciones: la máquina del tiempo. Con ella Doom envía a Reed, The Thing y The Human Torch rumbo al pasado, para que le traigan el cofre del tesoro del pirata Barbanegra. La Chica Invisible, eso sí queda como rehén, para que no hagan ningún truquito (porque, como todo el mundo sabe, las chicas parece que solo sirven para ser rehenes). Pero aquí aparece mencionada otra de las características intrínsecas de Doom: es un hombre de palabra. Si promete que soltará a Sue si no vuelven, lo hará y a Reed Richards eso le alcanza.

9


Al volver con el cofre del tesoro nos enteramos de los planes de Doom. Sabe que en él están las joyas de Merlin, que le darán un poder invencible. Lástima que solo le han traído el cofre, porque las joyas las dejaron tiradas en el fondo del mar. Cuando lo atacan, descubren otro de los inventos clásicos de Doom: el Doombot, robot idéntico a Doom mientras este está en otro cuarto, listo para sacarle el aire de la habitación y asfixiarlos (vamos, que no cumplieron con su parte del trato. Doom no es un tipo al que le gusta que lo engañen). Por suerte la Chica Invisible deja de ser ahí solo una rehén, escapándose y rompiendo el mecanismo de la trampa. Los 4F se liberan e incendian el castillo, del que Doom saldrá volando con un jetpack. Fin por ahora.

10


Cuando se tiene un personaje ganador, no hay que desaprovecharlo. Lee y Kirby traerán de vuelta a Doom en el número 6 de Fantastic Four, para juntarlo con otro de los enemigos interesantes que en poco tiempo se habían hecho los 4F: nada menos que Namor. Manipulando su furia ante la destrucción de su ciudad por una bomba atómica del mundo de la superficie (en ese tiempo Namor creía que los atlantes habían desaparecido como civilización y quería venganza) Doom consigue su alianza para eliminar a los 4F. Lo único que tenía que hacer

Namor era entrar en el edificio Baxter, armar un pequeño artilugio de Doom y él haría el resto. El problema es que ese artilugio genera un poderoso campo magnético que levanta al edificio íntegramente. Así, con su nave, Doom arrastra al edificio hacia la estratosfera donde la falta de aire matará a los Cuatro… y a Namor, que también es un peligro para sus planes. Lo que no esperaba era que Namor diera un salto tan largo en el espacio que le permitiera llegar hasta la nave de Doom, donde le pondrá una carga eléctrica que arroja a Doom al espacio. Nuestro villano favorito terminará aferrado de un asteroide viajando al espacio profundo.

Uno creería que aquí se terminó la historia del Doctor Doom, pero, gracias al cielo, estos son comic books.

11


En el número 10 de Fantastic Four, Doom reaparece‌ en las oficinas de Marvel, frente a los propios Lee y Kirby. A los que obliga a llamar a Mr. Fantastic.

Cuando aparece lo desmaya con un gas y les dice a los historietistas que llamen a los otros 4 FantĂĄsticos para que vengan los otros 3

12


Asi que cuando sus compañeros rescatan a Reed, en realidad, rescatan a Doom. Y Richards, en el cuerpo de Doom, queda atrapado en una trampa mortal, mientras Doom (en el cuerpo de Reed Richards) está pensando en usar un rayo reductor con los otros miembros del grupo. Y disfrutándolo como un guanaco, por cierto

Pero ¿cómo se salvó del asteroide? Pues lo salvan unos extraterrestres cabezones…

… que, de buenazos que son, le enseñan a cambiar las mentes con los cuerpos. Cosa que hace con Reed Richards.

13


Pero Richards/Doom se libera y termina convenciendo a sus compañeros que algo raro pasa. Y cuando Doom se ve confrontado, pierde la concentración y cada mente vuelve a su cuerpo original. Y en la pelea subsiguiente, el rayo reducidor le pega a Doom y se vuelve microscópico

Demostrando el éxito del villano, la próxima aparición de Doom será en dos números consecutivos. Primero el numero 16

14


Ahí empequeñece a los 4F y los manda a un micro mundo (que ha conquistado en poco tiempo, demostrando que es un tipo muy talentoso) y está listo para venderlos a unos alienígenas de ese micro mundo, reduciéndolos aún más.

Si no es porque los ayuda Ant Man (Y porque la Chica Invisible resulta más inteligente y habilosa de lo que siempre parece que le quieren dar crédito), Doom es derrotado y vuelve a crecer rumbo a la tierra

Los 4F y Ant Man lo siguen y en el numero 17…

15


Al volver a la Tierra, los 4F buscan a Doom. Pero este los tiene en la mira primero. Primero les manda unos ridículos muñecos flotantes que los siguen a todas parte. Por joder en realidad…

16


Después secuestra a Alicia (la novia ciega de Ben Grimm) y la lleva por el aire a su nave aérea escondida en una nube

Todo eso ¿para qué? Para pedirle a Washington que lo nombren… ministro en el gabinete de John Kennedy. Si, tal cual.

Y después les dice a los héroes que, si intentan detenerlo, puede generar alucinaciones masivas en la población o crear plantas gigantes que destruyan las ciudades. Yo no sé ustedes, pero yo si fuera Kennedy me lo pensaría. Digo un genio del mal así ayudando… claro, el puesto estaba competido por tipos como Kissinger y McNamara Pero el gobierno yanqui dice no y Doom responde dejando paralizado el país.

17


monta nuestro villano favorito. Que termina saltando al vacío

Por supuesto, esto continuará…

Denle el cargo muchachos…

de

ministro,

Los 4f descubren la nave de Doom, pero que está cubierta con un dispositivo que los descubre genéticamente y los ataca. La solución es darle a La Cosa un suero que lo convierte por unos minutos en Ben Grimm (modificando su ADN) para que pueda engañar la barrera y desactivar la barrera. Y así entran y lo derrotan, pese a las trampas letales que

18


de Thomas Malory, y en España a la novela de caballerías alcanzando una difusión espectacular, para gozo de sus admiradores y espanto de sus críticos. Será en el siglo XIX, no obstante, con un aumento significativo de las tasas de alfabetización, una fortalecida burguesía y una clase obrera urbana con más fácil acceso a la cultura impresa, una lenta pero progresiva disminución de la jornada de trabajo y un aumento en su la calidad de vida, cuando de verdad podremos hablar de una industria del ocio significativa, dentro de la cual la producción editorial no será de las menos importantes. A esta época pertenece el origen de la literatura por entregas y los folletines en la prensa, así como las primeras revistas con un contenido de ficción como oferta principal: Blackwood’s Magazine, merecedora de la sátira de Poe; All the Year Round,

Justicieros en serie: la novela popular española entre 1933 y 1953 Por Armando Boix Millán Antes de que los sables sonaran

La industria entorno a la literatura de entretenimiento es tan antigua como la misma imprenta. Es cierto que la nueva tecnología buscó, en principio, dignificarse con productos de prestigio cultural, como hizo Gutenberg con su Biblia o el veneciano Aldo Manuzio con sus exquisitas ediciones de los clásicos griegos. Sin embargo, casi contemporáneos a esos ejemplos, nos encontramos a William Caxlon, primer impresor inglés, ofreciendo a sus lectores al divertido Chaucer o Le Morte D’Arthur, 19


editada por Dickens; o The Strand, donde Doyle publicó sus célebres relatos de Sherlock Holmes… Además, verán la luz esas modestas publicaciones periódicas que, en Estados Unidos, recibieron el nombre de dime novels, novelas de diez centavos, universalizando personajes como Búfalo Bill o Nick Carter, en un formato muy pronto importado a Europa y germen de las futuras revistas pulp. No faltaron, tampoco, las ediciones económicas de literatura de mayor ambición, en publicaciones de aparición semanal y grandes tiradas. Los cuadernillos centrados en un héroe recurrente, al estilo de esas dime novels, tuvieron bastante difusión en nuestro país en las primeras décadas del siglo XX, en la mayoría de los casos traduciendo material foráneo, aunque se dio el caso de la puntual colaboración de anónimos autores locales. El lector de la época, ávido de emociones y no demasiadas alternativas de diversión, podía cabalgar por las praderas o asistir a rocambolescas intrigas

criminales por unos pocos céntimos. Poco después, a principios de los años treinta, la influencia de las modas anglosajonas será cada vez más significativa en nuestro país —el éxito del arte cinematográfico no juega un papel desdeñable en esta colonización cultural— y las publicaciones populares, al estilo de las revistas pulp estadounidenses, desembarcarán en nuestra oferta editorial de la mano de Molino, en aquel entonces el editor más atento a las novedades y realmente perspicaz a la hora de captar hacia dónde se dirigían los intereses del público. Molino, abanderado de la novela popular La editorial Molino puso sus primeros títulos en librería a finales de 1933, naciendo este nuevo proyecto empresarial como fruto de una escisión dentro de la Editorial Juventud. Pablo del Molino Mateus, socio y subdirector de Juventud, tenía el deseo de potenciar la línea de productos populares, viendo el éxito de autores como Zane Grey, Oliver Curwood o Edgar Rice Burroughs, de cuyos derechos eran 20


poseedores. Esa intención no fue correspondida por los restantes propietarios, así que se llegó a un acuerdo amistoso por el cual sus acciones fueron compradas y consiguió, con el capital obtenido, poner una nueva editorial en marcha donde desarrollaría sus ideas en completa libertad. Su hermano, Luis del Molino, le auxilió en las tareas administrativas, instalando sus oficinas en la barcelonesa calle Urgell. Está claro que a Pablo del Molino se le adivina como una persona moderna, muy al tanto de lo que se cocía fuera de las fronteras en el terreno de su competencia, y en especial no desviaba su mirada de la boyante y expansiva industria editorial norteamericana. Entre sus primeros proyectos se cuenta, por ejemplo, la revista Mickey (19351936), pionera del cómic en España, que se nutrió principalmente de tiras de prensa sindicadas procedentes de Estados Unidos, o la célebre Biblioteca Oro , que a través de tres colecciones distintas, identificadas por colores —amarillo, azul y rojo—, ofreció un desfile inmenso de novelas policiacas, de aventura y de capa y espada, por un periodo de casi cuarenta años, presentando por primera vez al lector español autores tan famosos como Agatha Christie, Erle Stanley Gardner, Earl Derr Biggers, S. S. Van Dine, Karl May, Rafael Sabatini o Sax Rohmer. También estableció tratos con una de las más importantes empresas editoriales de revistas neoyorkina, Street & Smith, y adquirió los derechos de publicación de cuatro de sus cabeceras de mayor éxito, dedicadas a las aventuras heroicas al estilo pulp: La Sombra, Doc Savage, Bill Barnes y Pete Rice. Más tarde, a esos personajes se añadirían otros, que intentaron seguir la estela de sus

célebres precedentes, con menor éxito y presencia en los quioscos, como fueron El Susurrador, El Capitán, El Mago o El Vengador. Esta colección de héroes del pulp, reunidos bajo la cabecera Hombres Audaces, empezó a publicarse en 1936, fecha que no podían adivinar cuán desafortunada sería para iniciar nuevos proyectos. Tanto material importado precisaba de un buen número de traductores y Molino reclutó, para desempeñar esas tareas, a una serie de jóvenes que, con el tiempo, dejarían una huella más personal en la literatura popular de lengua española. Basta hojear unas cuantas de aquellas primeras novelas de la editorial para encontrar de inmediato nombres que muy pocos años después serían familiares para todo lector de literatura de evasión: José Mallorquí, Guillermo López Hipkiss, H. C. Granch y Manuel Vallvé, entre otros. Es difícil, hoy, adivinar cuánto tenía Pablo del Molino de buen ojo para captar el talento de sus colaboradores o si simplemente le acompañó la suerte, pues algunas de sus decisiones de contratación parecerían aventureras si el tiempo no nos hubiera confirmado su acierto. Aunque se ha contado a menudo, vale la pena recordar cómo empezó a trabajar José Mallorquí para él. El futuro autor de El Coyote, siendo un joven en busca de un empleo pero sin demasiado oficio al que acogerse, no se le ocurrió otra cosa que pasarse por las oficinas de la editorial, dada su afición por los libros. Allí, el gerente le preguntó si conocía la lengua inglesa, puesto que esa era una de las mayores necesidades de la editorial en aquel momento, ante el volumen de textos de procedencia anglosajona que manejaban. Con desparpajo y cierta falta de vergüenza, Mallorquí no dudó en responder que, en efecto, dominaba el inglés, cosa que no 21


era cierta. Con algunas páginas bajo el brazo a modo de prueba, que no estaba capacitado para completar, decidió recurrir al auxilio de un amigo británico residente en la ciudad. Él le fue leyendo una traducción literal de la novela y Mallorquí redactó el texto final en buen estilo castellano, ya que talento para la literatura no le faltaba. Molino debió quedar satisfecho con el resultado, pues siguió ofreciéndole trabajo. Huelga decir que José Mallorquí, en adelante, se esforzó por aprender inglés a la brava, mediante diccionario y una gramática: repartir el pago de las traducciones con su amigo no resultaba rentable. El estallido de la Guerra Civil española, en julio de 1936, paralizó en buena medida la actividad editorial de Molino y dejó en suspenso algunas de las colecciones recién inauguradas, como es el caso de Hombres Audaces. Muchos de sus colaboradores fueron movilizados y cualquier iniciativa se convertía en dificultosa en tiempos de ocupación y colectivización de las empresas. A falta de otros datos, no me consta que los hermanos Molino sufrieran persecución política en la Barcelona republicana. Luis permaneció en la ciudad durante todo el conflicto, mientras Pablo emprendía viaje a Buenos Aires en 1938, para establecer una filial y reanudar la publicación interrumpida, residiendo allí hasta 1952. Es a través de la delegación argentina cuando José Mallorquí puede dar a imprenta sus primeros frutos como escritor original. Había pasado brevemente por el frente, organizando una excusa para regresar a Barcelona, y allí permanecería el resto de la guerra, con no pocas penurias intentando no hacerse notar. El final del conflicto le permite regresar a su actividad editorial. Mallorquí toma en sus manos diversos proyectos para Pablo del Molino, 22


como la revista Narraciones Terroríficas, que se publicará en Buenos Aires entre 1939 y 1952, y donde él seleccionará los contenidos, realizará las traducciones y escribirá algunos relatos, o la colección La Novela Deportiva, que Mallorquí redactará en su integridad con una única excepción en dos etapas, una argentina, de 1939 a 1941, y otra española, de 1942 a 1945. Bajo la pesada paz de los vencedores y el silencio obligado de los vencidos, Molino reanuda su labor en la capital catalana, descubriendo que de la complicada situación también podía obtener beneficio. La guerra mundial, que estallaría de inmediato, y la dificultad para contratar los derechos de obras extranjeras y disponer de divisas para su pago, inmersos en un régimen de autarquía, impedían a muchos de sus competidores ofrecer las obras anglosajonas más demandadas por el público. Molino, en cambio, tenía a su disposición el fondo editorial acumulado durante sus años de actividad en Buenos Aires y, desde aquellas oficinas, sus relaciones con editores y agentes británicos y norteamericanos se demostraban mucho más fáciles. De este modo pudo continuar con la publicación de Biblioteca Oro y Hombres Audaces, al ralentí, debido a los problemas para obtener papel, aunque también fue intercalando novelas de autores españoles entre las de nombres famosos de la narrativa anglosajona, en previsión de dificultades futuras.

23


montaña del Tibidabo, Yuma, que podría recordarnos un poco a La Sombra; el aviador Bill Barnes tendría su réplica en el santanderino Ciclón, al que acompañan en sus hazañas aéreas dos andaluces, un argentino, un alemán y un hindú, por si faltaba colorido, todo ello contado por M. de Avilés Balaguer. Un rasgo significativo en todos estos personajes es que la mayor parte de sus aventuras transcurría siempre fuera de nuestras fronteras, pues estaba claro que el régimen franquista no permitiría nunca enraizar en nuestra tierra mal alguno que tan entregados justicieros merecieran combatir. Esta colección, heredera en formato de su hermana de origen norteamericano, disfrutó de ilustradores inmejorables, como Bocquet, los hermanos Freixas o Jesús Blasco, tanto en sus cubiertas a color como en sus ilustraciones interiores a blanco y negro, fijando un estándar de presentación —alrededor de 20 x 15 cms., texto a dos columnas, entre sesenta y ochenta páginas— que podríamos denominar «formato pulp » y se convertiría en el más habitual, con pequeñas desviaciones, hasta que en los años cincuenta acabó imponiéndose uno más pequeño, llamado «bolsilibro», de unos 15 x 10 cms. con un centenar de páginas, casi nunca ilustradas.

Dentro de su colección estrella, Biblioteca Oro, ofreció novelas de José Mallorquí, como El ídolo azteca (1942), El valle del olvido (1942), La travesía del Audaz (1944) o Ébano (1944); de Pedro Guirao publicó Sola frente a la policía (1946), y de Manuel Vallvé nos presentaría Garras embrujadas (1944) o una obra de tema prehistórico, El señor del fuego (1944). Tal vez la dificultad para la recepción de material nuevo impulsó la idea de ofrecer una colección similar en contenidos a Hombres Audaces; pero que estuviera protagonizada por personajes españoles y escrita, igualmente, por autores locales. Su epígrafe: Hombres Audaces: Nuevos Héroes, y llegaría a los quioscos en el periodo comprendido entre 1942 y 1946. Para su factura, se ofreció confianza a los autores de la casa, curtidos en la traducción y que ya habían publicado con anterioridad algunas obras de creación propia. Siendo José Mallorquí el más experimentado, se desdoblaba abordando, por un lado, el género policial con grandes dosis de acción, en la serie Duke, mientras aportaba la cuota del socorrido género del oeste con Tres hombres buenos, empleando una premisa argumental que él mismo retomaría bastantes años después, serrando una de sus patas, en el serial radiofónico y posterior colección de novelas Dos hombres buenos. Manuel Vallvé, como Adolfo Martí, escribió las aventuras por los cuatro rincones del globo de un Doc Savage de estirpe vasca llamado Hércules, al que seguía la habitual corte de ayudantes abnegados; Guillermo López Hipkiss, con el seudónimo de Rafael Molinero, narró las andanzas de un justiciero siniestro apoyado por alta tecnología y cuartel secreto en la 24


Clíper conquista el Oeste Aunque, desde 1940, diversas editoriales pequeñas intentaron ganarse un hueco en el mercado de la novela popular, como Marisal, España e Hispano-Americana, en Madrid, o Moderna y Pluma, en Bilbao, donde empezarían a publicar autores como Federico Mediante o Fidel Prado, fue Clíper, desde Barcelona, quien lograría convertirse en el más exitoso editor de novela popular de aventuras, durante buena parte de esa década, en especial gracias a las enormes aptitudes de los autores acogidos bajo su manto. Germán Plaza, quien más tarde se uniría a Janés Editor para formar la bien conocida Plaza & Janés, se inició en el mundo del papel impreso como distribuidor, bajo el nombre de Comercial Gerplá. Fundó Ediciones Clíper seguramente pretendiendo sumarse al éxito de Molino en el mercado de la novela popular; pero con herramientas más modestas, pues no contaba con el cartel de firmas internacionales de las que presumía su potente competidora. Su apuesta sería la producción propia, los textos originales, esquivando problemas de compras de derechos y el sobrecoste de las traducciones. ¿Pero dónde encontraría profesionales capacitados para crear el material que necesitaba? Dentro de la misma ciudad de Barcelona, entre los colaboradores de Molino, los podía encontrar en número suficiente, baqueteados y talentosos. Y deseosos de abrazar mayores oportunidades de despegar como autores, pues Molino, aunque había experimentado con ellos, no acabada de concederles confianza absoluta. Los hermanos Molino se 25


colección Novelas del Oeste, publicada a partir de 1943 y llegando a 1949. Tenía un tamaño algo mayor (21,5 x 15,8 cm) que el formato habitual de la novela popular de posguerra. Su edición era bastante cuidada en lo formal, de las más bonitas de la época, con magníficas portadas a color e ilustraciones interiores de artistas como el elegante Vicente Roso, Jesús Blasco o Francisco Batet, una de las firmas más características de la editorial. El texto se componía a dos columnas con capitulares historiadas, a lo largo de sesenta y cuatro páginas. José Mallorquí se convertiría en el autor más recurrente, desde el primer título, El cantor de Texas, aunque oculto bajo un puñado de seudónimos, como Leland R. Kitchell, E. Mallory Ferguson y Carter Mulford. No sería hasta su entrega número diecisiete, El rancho de la flecha, cuando a Mallorquí se le permitió utilizar su verdadero nombre, alternando con el de J. Figueroa, uno de sus noms de plume más frecuentes. De forma progresiva, otros autores fueron ocupando su lugar en la colección, como J. León o J. Gubern, hasta sustituirle por completo a partir de 1946, cuando Mallorquí la abandonó definitivamente para centrarse en otros trabajos. Podemos considerar que Germán Plaza acertó de pleno con Novelas del Oeste, tanto por resultados económicos —de

sentían demasiado cómodos comercializando versiones de autores de éxito internacional para implicarse en apuestas de mayor riesgo de la mano de desconocidos. Desde luego Clíper aprovechó la existencia de todos aquellos aspirantes a escritores, que habían adquirido armas como narradores en el campo de la traducción, no por ninguna convicción patriótica, sino por la simple imposibilidad de conseguir a autores más apreciados. De hecho, Germán Plaza no dudó en intentar engañar a los lectores, presentando como norteamericanos a los autores nativos, obligados a usar seudónimo, mientras se vanagloriaba de su contratación «venciendo múltiples dificultades y salvando obstáculos que parecían infranqueables», como pregonaba en un texto publicitario. En su disculpa hay que recordar que se encontraba en los años de la II Guerra Mundial, España estaba inmersa en un régimen cerrado al exterior y cualquier trato comercial con el extranjero, a pagar con divisas, debía suponer una complicación extraordinaria. Su primer proyecto fue la 26


algún número especial llegaron a tirarse hasta 120.000 ejemplares—, como artísticos, al dar a su autor estrella ocasión para bregarse en el género que tantos éxitos le proporcionaría, al tiempo que brindaba sus primeras oportunidades a firmas muy apreciadas por los lectores en el futuro. Por ejemplo, es en el número treinta y cinco de la colección, Jimmy el ventajista, cuando veremos aparecer el nombre de Marcial Lafuente Estefanía (19031984). Ningún otro, dentro de la colección Novelas del Oeste, estaba destinado a disfrutar de más larga carrera literaria que este prolífico y conocido autor, quien, paradójicamente, también consideraría el más previsible, monótono y plano en estilo. Lafuente Estefanía tuvo la rara oportunidad, entre sus colegas, de poder conocer de primera mano los escenarios norteamericanos, dado que, formado como ingeniero, llevaría a viajar bastante por motivos laborables en el periodo previo a la guerra. Combatiente en el bando republicano, como tantos otros sufrió la represión en forma de presidio y de dificultades para encontrar trabajo una vez en libertad. Escribir era, pues, una actividad discreta, que podía realizarse desde casa y sin que, por fortuna, nadie exigiera limpios expedientes políticos. Sus primeros trabajos fueron para las pequeñas editoriales Cíes y Maisal, especializándose muy pronto en el género del oeste. Bruguera se convertiría en el gran escaparate de su obra gigantesca, con una producción que se ha llegado a cifrar en unos dos mil seiscientos títulos. Como es normal en todo editor que saborea el éxito, Germán Plaza repitió fórmula mediante colecciones similares. Novelas del Norte, publicada entre 1946 y 1948,

recalaba en el mundo de los tramperos y buscadores de oro en los helados Alaska y Canadá, ofreciendo no pocas obras de interés, como la saga de Lobo Gris, escrita por Manuel Vallvé bajo el seudónimo de R. H. Curtis. Hombres del Oeste se prolongaría de 1947 a 1954, sumando ciento cuarenta y nueve títulos. Pueblos del Oeste, por su parte, también ofreció excelentes textos, entre 1949 y 1950, y uno de sus méritos más importantes es haber publicado la primera novela de uno de los más grandes personajes de Mallorquí, Jíbaro Vargas. También probó la editorial crear series, dentro del género del western, protagonizadas por un héroe recurrente. Dos de ellas fueron Mac Larry (1946-1947), de H. C. Granch, o Mike Palabras (1947), de J. Gubern. Sin embargo, su verdadero e indiscutible triunfo en ese terreno se llamaría El Coyote. El Coyote Viajemos a la California del siglo XIX, recién anexionada a la Unión tras la guerra entre México y Estados Unidos. El joven César de Echagüe, vástago de una familia de nobles españoles afincados en Los Ángeles, regresa al hogar después de muchos años lejos, aguardándole su padre y su prometida, Leonor de Acevedo, a quien no ha visto desde la infancia. No podrían ambos sufrir mayor decepción. Desdiciendo la hidalguía de los Echagüe, el recién llegado se les presenta como un petimetre cobarde y amanerado, bien lejos del osado Coyote, levantisco justiciero enmascarado por el cual suspira Leonor… De hecho, tan diferentes son ambos hombres que nadie llega a encontrar sospechoso que, cuando aparece el Coyote, 27


nunca esté presente César de Echagüe. Su ignorancia se mantendrá hasta una noche, cuando el aventurero llega herido al rancho de los Acevedo. Leonor acoge al forajido. Su voz la llena de asombro y la sospecha se confirma cuando le arranca el antifaz: el timorato César es en realidad el Coyote… El Coyote no nació protagonizando serie propia, sino que fue en el número nueve de la colección Novelas del Oeste donde apareció por primera vez. El personaje prometía y fue la esposa de Mallorquí quien le convenció del potencial de una saga donde se desarrollaran sus correrías. El escritor llevó el proyecto a Molino, donde aún se estaban publicando sus novelas de Tres hombres buenos, pero fue rechazado. No hizo lo mismo el editor Germán Plaza, consciente de que, de todas las novelas del oeste por él publicadas, las más vendidas eran siempre las firmadas por José Mallorquí. La vuelta del Coyote, primera entrega de la nueva colección, se publicó en setiembre de 1944, convirtiéndose en un éxito de ventas desde el primer momento, hasta el punto de agotar tirada. Quedaba demostrado que la fórmula de Mallorquí, donde se huía de calcos extranjeros para pretender hispanizar el género, contaba con la simpatía de los lectores, receptivos también a la elegante fluidez de su prosa. No me cabe duda de que José Mallorquí es uno de los mejores estilistas de la novela popular de posguerra, con una cadencia en su voz que te acompaña y te hace avanzar sin esfuerzo, con algún amaneramiento arcaizante, es cierto, pero sin llegar a los extremos de Debrigode en sus novelas de El Pirata Negro. Las novelas de El Coyote, de las que se publicaron ciento 28


veinte títulos ordinarios, más nueve extras, entre 1944 y 1951, alcanzaron una tirada máxima de 60.000 ejemplares, algo por lo que cualquier editor actual vendería su alma. En el momento de mayor éxito llegaron a publicarse en dieciséis países, vieron su adaptación a varias películas y tuvieron también su reflejo en una revista de cómics donde, además de publicar las aventuras del californiano enmascarado, se recogió a otros personajes literarios de la editorial. Podemos considerar que, ante tan extraordinaria acogida, un autor se vería muy bien recompensado. Pues sí, aunque tampoco se convertía en millonario. En los años cuarenta, una novela popular de firma solvente, pero aún no famosa, solía pagarse por unas mil pesetas. Escritores de primera línea con personajes de éxito, como El Coyote, podían permitirse el lujo de forzar negociaciones y exigir hasta dieciocho mil pesetas por cada entrega de sus series, cantidad bastante apreciable, si tenemos en cuenta que un buen sueldo en aquella época rondaba las doscientas cincuenta pesetas semanales, abundando muchos otros, como entre los peones de la industria y la construcción, que no llegaban ni a las cien.

Hipkiss, aventura sobre el asfalto Probando otros géneros que le alejaran del western, Germán Plaza hizo intentos de corta duración, un tanto vacilantes en sus propósitos, como la revista Fantástica (1945-46), dirigida por Jorge Avilés y textos de Granch y Vallvé, principalmente, lo más cercano a un magazine de contenido variado, a la manera americana, que por aquel entonces se publicara en nuestro país, en esta ocasión dedicado a los cuentos de terror. Más acertado anduvo con otro de los géneros de gran tradición lectora en aquella época: la novela policíaca. A ella dedicó Clíper la colección Misterio, que empezaría a publicarse en enero de 1945, con un total de treinta y siete números, más seis extras de mayor extensión. Como pude imaginarse, también participó Mallorquí en aquella colección, con el seudónimo Leland R. Kitchell; pero, aunque era un género que personalmente le gustaba mucho, no se encontraba dotado para desarrollarlo con fortuna. Todo lo contrario ocurría con G. L. Hipkiss, principal colaborador de Misterio, con diversas obras de intriga de ambientación y reparto anglosajones, algo bastante común en aquel entonces. Aparte de las apetencias 29


del público, la censura contemplaba con malos ojos cualquier obra de tema criminal que se ambientara en la España del Caudillo, donde solo podía reinar la ley y el orden. Guillermo López Hipkiss (1902-1957) fue, en sí mismo, todo un personaje de novela. Sus progenitores, miembros del servicio de una familia aristocrática, cocinero español él, institutriz británica ella, pudieron darle una educación refinada y políglota, que le abriría las puertas del mundo editorial realizando traducciones del inglés, empezando por obras populares como las novelas de La Sombra o de Agatha Christie hasta llegar a clásicos de la talla de Mark Twain, pasando por ese otro gran hito de la literatura infantil, que es Guillermo, de Richmal Crompton. De hecho, G. L. Hipkiss pasó gran parte de su infancia y juventud en Inglaterra y no regresó a España hasta cumplidos los veinticinco años, decisión que alguna suspicacia levantaría, en los años de la II Guerra Mundial, entre nuestras germanófilas autoridades, quienes llegaron a tomarlo por un espía de los aliados que utilizaba el texto de sus novelas para distribuir mensajes en clave. Como hemos apuntado, Hipkiss inició su carrera en las letras como traductor de Molino y creando un personaje bastante olvidado, Diamond Dick (1933-36). Una vez más, y es ya una constante en los autores reseñados en este artículo, su carrera se vio interrumpida por la guerra fratricida y terminó con sus huesos en la cárcel. No obstante, no debieron encontrar grandes cargos contra él, más allá de residir en la roja Barcelona y tener como novia a la hija de un miembro de Esquerra Republicana, pues recuperó pronto la libertad y sus dotes políglotas le brindaron un puesto en Radio Nacional de España,

aunque abandonaría pronto el empleo dado su disgusto con las actuaciones del régimen franquista. Su dedicación a las letras sería, a partir de ese instante, absoluta. Escribió en primer lugar las ya citadas aventuras de Yuma, para Molino, uniéndose muy poco tiempo después también a Bruguera, para quien escribiría numerosos títulos para series de carácter policial en el periodo comprendido entre 1944 y 1950. Fue Germán Plaza, sin embargo, quien más confió en el naciente autor, pues le abrió las puertas de la colección Misterio y le concedió una serie propia con personaje recurrente, del mismo modo que había hecho con José Mallorquí y El Coyote. Esta nueva colección, titulada El Encapuchado, se prolongó entre 1946 y 1953. La primera etapa, que finalizaría en 1950, consta de sesenta y dos títulos y fue editada en formato pulp; la segunda, con sólo dieciocho entregas, pasaría ya a publicarse como bolsilibro a lo largo del año 53. Las narraciones de El Encapuchado son, en esencia, relatos criminales con más énfasis en la acción que en la elucubración detectivesca; pero, al tiempo, tienen mucho de enredo romántico, donde los problemas y confusiones que procuran un amplio reparto de personajes enmascarados dan lugar a muchos y enrevesados arcos argumentales. Por un lado tenemos al millonario residente en Baltimore, Milton Drake, que con traje oscuro y sobria capucha digna del mejor verdugo salta a las calles a azotar al mundo del hampa; por otro tenemos a la espectacular Mavis Donovan, quien hace valer su atractivo sobre el corazón del potentado. Para completar el triángulo, nos encontramos con la misteriosa Antorcha, una heroína con vestido rojo y antifaz, cuya verdadera 30


identidad desconoce Drake. Será bajo su influencia, precisamente, que nuestro protagonista decidirá emprender su labor de justiciero anónimo. ¿Por cual de ambas mujeres acabará por inclinarse? El Encapuchado se convertiría en el más duradero éxito dentro de la producción literaria de Guillermo López Hipkiss y, junto al Coyote y El Pirata Negro, formaría el sagrado triunvirato de los personajes más populares en la novela de entretenimiento española. Es una pena que no haya sobrevivido tan bien al paso del tiempo como sus pares, al no haberse reeditado nunca sus historias y depender su conocimiento del hallazgo azaroso en librerías de viejo. Aunque tanto en El Coyote como en El Pirata Negro existen hilos argumentales que van encadenando las diferentes entregas de sus aventuras, y son frecuentes las reapariciones de personajes del pasado o la mención a sucesos anteriores, aún pueden leerse en su mayor parte de forma autónoma, perdiendo alguna referencia adyacente, tal vez, pero disfrutando sin problemas la trama central. Esa lectura aislada es más difícil con las historias de El Encapuchado, donde el componente folletinesco, de serial por entregas, incluso de enredo de vodevil, se sucede de novela en novela hasta hacer bastante complicada la comprensión de la historia, si se accede únicamente a un episodio.

31


Hay que añadir, por último, que las portadas de José Moreno no pasaron nunca de mediocres, superadas en mucho por las ilustraciones interiores, responsabilidad de Francisco Darnís, un autor de trazo bien reconocible que llegaría a alcanzar gran popularidad en el mundo del cómic, en especial con su creación de El Jabato.

gran despegue en ese campo no se producirá hasta 1947, con un resucitado Pulgarcito, al que seguirán, en años posteriores, El Campeón o El DDT. Mientras tanto, Bruguera tanteará el panorama e intentará pacer en los mismos prados que Clíper. Con Tabú (1945-46), de nueve episodios, recuperaba su folletín de antes de la guerra y le concedía aspecto de novela popular moderna; Dos Pistolas (1945-46), de Fidel Prado, es un western que se quedó en dieciocho entregas; El Cruzado (1947), de autor sin acreditar, es un extravagante producto que a lo largo de ocho novelas une, por un lado, los tradicionales héroes enmascarados con un escenario tan poco habitual en nuestra narrativa como es la estepa rusa. Bruguera no daría con un caballo ganador hasta la llegada de Pedro Víctor Debrigode Dugi. Barcelonés de origen, Debrigode nació en 1914, hijo de franceses, pues su padre, ingeniero, se trasladó a la Ciudad Condal para trabajar en la factoría de HispanoSuiza. De carácter extrovertido, agudo en la expresión, rebelde amante de los placeres y el juego, al tiempo que poseedor de una amplia cultura, su talante y su físico, alto y con bigote a la moda, nos hacen pensar que no poco de él trasladó a sus galantes personajes. Estudió derecho, sin terminar la carrera, pues la Guerra Civil se cruzó en su camino. Reclutado por los nacionales, fue encarcelado varias veces, primero bajo la acusación de espiar a favor de la República, después por malversación de caudales y deserción. No saldría de las prisiones militares hasta finales de 1945, momento en el que se lanzaría de lleno a la redacción de novelas populares como medio de vida, aunque dentro de la misma cárcel ya había empezado a escribir, incluso a publicar. Esta actividad le acompañará

Bruguera al abordaje El origen de la Editorial Bruguera hay que buscarlo en fecha tan temprana como 1910, cuando Juan Bruguera fundó la editorial El Gato Negro, donde se especializó de inmediato en el segmento más popular de los lectores, con revistas infantiles de historietas —Pulgarcito y Charlot— y folletines tremendistas, como el protagonizado por Tabú, un negro norteamericano que lucha por liberar a sus congéneres del yugo de la esclavidad. A la muerte del fundador, en 1933, sus dos hijos, Pantaleón y Francisco Bruguera, se hicieron cargo de la empresa, que siguió adelante sin variar su rumbo hasta el estallido de la guerra civil. En 1939, con el conflicto finalizado y recuperada la empresa del comité obrero que la gestionaba, los dos hermanos Bruguera deciden refundarla, para enviar al olvido cualquier sospecha de colaboracionismo con las autoridades republicanas y conceder su apellido a la editorial, que con los años se convertirá en uno de los mayores colosos del sector en España e Iberoamérica, hasta su desaparición en 1986, siendo su inmenso fondo adquirido por el Grupo Zeta. Muchos recordarán a la Editorial Bruguera por su amplio catálogo de revistas de historietas para niños, pero su 32


a lo largo de muchos años, en algunos momentos con total exclusividad, en otros compaginándola con empleos más convencionales. Debrigode, firmando con diferentes seudónimos, siendo los más conocidos los de Arnaldo Visconti y Peter Debry, seguiría escribiendo novelas de diversos géneros hasta casi su muerte, ocurrida en 1982. Su primera obra, una novela romántica, fue escrita por una apuesta. Su género predilecto fue la novela criminal, al que dedicó gran parte de sus esfuerzos en el trayecto final de su carrera literaria; pero también escribió westerns, aventuras exóticas como las del Capitán Pantera (1948) e incluso ciencia ficción. En el terreno de los justicieros enmascarados, tan populares en esa época, creo para Bruguera las cuatro series de la Colección Superhombres (1944-45) y a El Halcón (1948), un aventurero en tiempos de la Guerra de Secesión, mezcla de El Zorro y Lo que el viento se llevó. Audax (1946) es también un personaje con antifaz, aunque en esta ocasión su escenario son las urbes modernas norteamericanas, avanzando lo que será su producción futura en el terreno de la novela policíaca, con el seudónimo Peter Debry. Pero, en el periodo del que nos ocupamos en este artículo, trabajando bajo el nombre de Arnaldo Visconti, sus obras más relevantes pertenecen al género de capa y espada, dentro del cual desarrollaría, para Bruguera, uno de sus personajes más icónicos y reconocidos, incluso más allá de las fronteras españolas: Carlos Lezama, famoso con el sobrenombre de El Pirata Negro.

33


una serie en abierta competencia, El Corsario Azul, escrita por J. León y con ilustraciones de Batet. Aunque en modo alguno es desdeñable, todo lo contrario, nunca consiguió hacer verdadera sombra a su modelo, cancelándose después de doce entregas. La propia Editorial Bruguera, no queriendo malbaratar la buena acogida de El Pirata Negro entre los lectores, presento en paralelo a un directo descendiente de Carlos Lezama, Diego Montes (1947), en concreto su biznieto, aunque en esta serie ya no serán las espadas las armas más habituales ni los mares su escenario, pues la acción se traslada a nuestra península, en tiempos de la ocupación por parte de las tropas napoleónicas, a lo largo de seis novelas. Otra serie de capa y espada del mismo autor será El Galante Aventurero (1949), tenida por algunos especialistas en la obra de Debrigode como una de las mejor escritas. La prosa de las novelas firmadas como Arnaldo Visconti se enfrenta a los prejuicios que pudiéramos abrazar sobre el estilo literario en la novela popular. No es en absoluto simplista ni desnuda de adorno, todo lo contrario; se nota que Debrigode escribía bajo el influjo de Dumas y Sabatini, y su lenguaje es florido en vocabulario, barroco en la construcción, en cierto modo hasta arcaizante, para adaptarse al escenario y época donde se desarrolla la trama. Todo ello hace que nos asombremos todavía más ante su facilidad para redactar con gran rapidez, improvisando sobre la marcha, pues se cuenta que era capaz, en caso de apuro, de dictar directamente sus historias al linotipista.

La carrera editorial de El Pirata Negro se desarrolla entre marzo de 1946 y julio de 1949, constando de ochenta y cinco entregas, en formato pulp, a las que se añadirán cuatro historias más, ya en formato pequeño, de bolsilibro, en 1952. En tan extensa trayectoria se construirá un elenco de personajes secundarios recurrentes bastante numeroso y la acción se trasladará con frecuencia de escenario, arrancando en el Caribe, pero pasando también por Europa, África y Asia. La época, evidentemente, no será tan móvil, y el autor nos sitúa a finales del siglo XVII, para acompañarnos, con el paso de las aventuras, a principios del XVIII. Su protagonista, Carlos Lezama, nace en Panamá y el barco que le conducirá a él y a su tripulación tiene por nombre «Aquilón». Conoceremos su infancia, como bastardo criado por una buena mulata, mamita Frijoles, su aprendizaje en las artes del mar y sus primeros tropiezos con la injusticia, que le obligan a rebelarse. Lo veremos reunir a un grupo de inseparables, dispuestos a entregar la vida por él —Cien Chirlos, Piernas Largas, Diego Lucientes—, y descubrir sus ocultos orígenes nobles. Ante nosotros combatirá y amará. Llegará a casarse, a tener dos hijos, y delegará parte de sus aventuras en ellos… Incluso lo veremos convertirse en abuelo, con lo cual la serie acabó cancelándose, no por abandono de sus lectores, que no parecían cansados de sus historias repletas de acción vibrante, sino por puro agotamiento del autor, que ya no sabía en qué nuevos lances arrojar a su personaje. Prueba del éxito de estas novelas es que, en el mismo año de su desaparición, desde Ediciones Clíper se lanzaría 34


de novela popular. Tal es así que me pregunto el grado de atención dedicado por la censura a estas publicaciones populares. Con seguridad, si atendemos al gran volumen de producción editorial, los censores debían actuar por tanteo, realizando catas aquí y allá, y leyendo por completo solo una parte. En autores como José Mallorquí, de posiciones conservadoras, apenas debían encontrar algo que objetar; pero escritores como Debrigode eran mucho más audaces en el proceder de sus héroes. El Pirata Negro, a lo largo de sus correrías, no solo esgrimirá una actitud desafiante hacia toda ley escrita, también atentará contra las normas morales y hará valer su atractivo con las mujeres no pocas veces. Sus encuentros no se limitarán a contemplar la luna y recitar versos, pues, sin entrar en detalles licenciosos pero de un modo perfectamente claro para el buen entendedor, el autor nos hace ver que su aventurero no es torpe en las artes horizontes: «Fogosamente, sumiéronse ambos en éxtasis pasional. Carlos Lezama sangrante y recientemente escapando de la muerte, vivió su primera aventura de amor. Los ruiseñores gorjearon en melodiosos trinos, las sombras susurraron, y en el cielo la redonda faz lunar apareció con benévola sonrisa placentera. El delirio emocional que unía dos jóvenes corazones, les hizo olvidar la noción del tiempo. Y sólo cuando a los estremecimientos de pasión, sucedió una calma deliciosa, susurró ella, estrechamente abrazada: —Es tarde, Carlos… Es de noche.»

Es curioso cómo, en el contexto de una España represiva y asfixiante, de fuerte control del estado sobre la ciudadanía, son justicieros que actual al margen de la ley, muchas veces incluso en abierto enfrentamiento a la autoridad, quienes protagonizan las más exitosas series

(El Pirata Negro: La primera aventura) 35


y Germán Plaza sube a escalones editoriales más elevados. Molino hace tiempo que juega en otra liga. Solo Bruguera sigue en la palestra, un titán cada vez más elevado capaz de ocupar todos los nichos, bajo cuya sombra pequeños competidores como Toray o Editorial Valenciana intentarán catar su porción del negocio. Llega el turno de los Silver Kane, Curtis Garland y Ralph Barby, quienes, embutidos en sus seudónimos de sonoridad extranjerizante incapaces de engañar a nadie, practicarán un estilo literario mucho más lacónico, con tramas acordes a un tiempo donde la imaginación ha perdido parte de su inocencia, de su capacidad de asombro, bajo el bombardeo de la narrativa audiovisual, y se necesitan emociones fuertes. Es un nuevo tiempo. Y ese también tendrá un fin.

Cambio de ciclo A principios de los años cincuenta el panorama de la literatura popular española sufre una transformación, formal primero, después también de contenidos. Del mismo modo que en Estados Unidos las revistas de narrativa irían abandonando el formato pulp para adoptar el digest, en España sucedió algo similar, pasando al formato de bolsilibro, que se convertiría en el contenedor habitual de las «novelas de a duro» hasta su casi completa desaparición en la segunda mitad de los años ochenta, coincidiendo con la caída del gigante Bruguera. Las novelas perderán tamaño, pero también perderán sus ilustraciones interiores, lo cual, a mi gusto, supone un empobrecimiento estético. El héroe dejará de ser protagonista e imán, y el lector, despojado de su fidelidad a un personaje, se guiará mayoritariamente por etiquetas de género: vaqueros, espacio, espías… Los autores, como no, seguirán cultivando seguidores incondicionales, en ocasiones hasta exclusivos, pues no será raro encontrar a quien solo lea novelas de Marcial Lafuente Estefanía o Corín Tellado, por más que argumentos semejantes los podría encontrar firmados por otra plumas. Pero en buena medida se producirá un relevo generacional. Escritores como José Mallorquí trasladarán gran parte de su labor creativa al mundo del serial radiofónico o el guión cinematográfico; otros, como Guillermo López Hipkiss, tendrán una muerte temprana. Los Fidel Prado, J. León o Manuel Vallvé desaparecerán de la escena al tiempo que las empresas donde se empleaban. En 1953, Ediciones Clíper cierra sus puertas 36


¿Quién mató al Doctor Sexo? (Who killed Doctor Sex?, 1964)

Autor: Carter Brown Colección: Caiman n°362 Edita: Diana, México df, 1965

Por Roberto Barreiro Hora de nuestra hamburguesa literaria favorita, Carter Brown. Uno sabe que un libro escapista de este tipo no puede ser malo cuando se lee de un tirón en una tarde de playa… El más famoso psicoanalista de Hollywood acaba de morir en un accidente de caza. Hasta ahí todo bien, excepto que varias estrellas empiezan a recibir cintas de sesiones con el fallecido profesional, donde cuentan detalles reveladores de su vida sexual, que puede hacer que sus carreras se vayan al demonio. Y aquí entra Rick Holman, detective de las estrellas, tratando de descubrir quién es el responsable de los chantajes. Y a partir de ahí se viene un misterio entretenidísimo, con sospechosos a granel, giros inesperados y una vuelta que no se ve venir al final. Y por supuesto, con todos los elementos típicos de un misterio de Carter Brown: detectives de frases ácidas y cínicas, mujeres sexys listas a desvestirse en tres segundos, matones duros (aunque nunca tan duros como Holman) y una cierta dosis de violencia. Es lectura pasatista pero de la buena, de la que uno hace que pase las páginas sin problema, pegado a la lectura y se asombre de haberla terminado tan pronto. Como siempre Brown no defrauda si uno sabe a qué atenerse con él.

37


MÁS DE MIL Y UNA NOCHES

A este blog le gustan los invitados. Hay muchos arqueólogos pop que han escrito y escriben cosas interesantes. Como León Arsenal. Arsenal es más conocido por su faceta de autor de novelas históricas (de hecho acaba de publicar Bandera negra, novela ambientada en las Guerras Carlistas). Pero además tiene una faceta menos notoria de autor y conocedor de literatura fantástica. Y por eso, gracias a los buenos oficios de Armando Boix Millán, León generosamente nos permitió reproducir este artículo suyo sobre la influencia de la temática oriental en varias historias fantásticas. Muchas gracias a León por el permiso y a Armando por la gestión. Ahora me callo y los dejo con el artículo 38


MÁS DE MIL Y UNA NOCHES

Orillas que a su vez, con el tiempo, serán el punto de partida para otros innovadores. Ni siquiera los vuelos de la literatura fantástica acostumbran a despegar de la nada. En casi cualquier narración de este género pueden detectarse influencias de obras previas, autores concretos o, lo que es más habitual, de ciertas tradiciones. Tradiciones que pueden o no ser literarias, o serlo sólo en parte. Es fácil señalar esto en autores fantásticos de siglos pasados, muchos de los cuales recurrían al folclore y al cuento popular en busca, no ya de inspiración, sino de argumentos concretos a los que dar forma literaria. Eso por no hablar del fenómeno de retroalimentación que con tanta frecuencia se ha dado entre tradición popular y literatura, una especie de camino de ida y vuelta en el que la segunda acaba contribuyendo en mayor o menor medida a estructurar y perfilar a la primera. Caso, por ejemplo, de los clásicos cuentos de fantasmas ingleses.

Por León Arsenal

Poco hay en este mundo que haya sido hecho partiendo de cero. Cada avance, cada innovación, en la materia que sea, suele estar en deuda con logros previos en ese mismo campo. La literatura no es una excepción y las nuevas tendencias suelen surgir por evolución, más o menos lenta, de movimientos precedentes. Incluso cuando se trata de una ruptura con estilos previos -caso del neoclasicismo frente al barroco, como luego del romanticismo con aquel-, tal ruptura suele buscar fundamento y justificación en el retorno a formas aún más antiguas, aunque luego el lógico desarrollo de la corriente lleve a esta a orillas muy alejadas de su supuesto modelo. 39


Estrictamente, habría que llamar tradiciones a aquellas enraizadas en el mito y la leyenda popular. Pero, con un criterio más amplio y hablando ya de la fantasía, podríamos añadir a estas ciertas creaciones modernas y puramente literarias, de las que un ejemplo reciente sería el steampunk, una etiqueta que designa a las fantasías ubicadas en una Inglaterra Victoriana plagada de magos y hechiceros. Y, entremedias, toda una pléyade de híbridos y estadios intermedios. La simple enumeración de todas sería imposible. Sólo en la primera de estas tres categorías habría cientos, pues cada cultura tiene su propia tradición fantásticas y todas ellas son buena fuente a la que recurrir. Lo que no quita para que el peso en la moderna fantasía no se reparta ni mucho menos por igual, ya que actualmente el panorama está netamente dominado por obras inspiradas, más o menos, en las tradiciones célticas y nórdicas. Tal dominio es total, absoluto, y las producciones de este tipo, cada año, suman más que todas las demás de fantasía juntas. Esto es algo incontestable, fruto del tremendo éxito de El Señor de los Anillos de Tolkien, que ha sido el detonante de todo este fenómeno. De hecho, la narrativa que mimetiza a El Señor de los Anillos forma ya una tradición en sí misma, con sus reglas, sus tics y sus tipos característicos. No obstante, en medio de esta marea, aún es posible encontrar un buen número de libros que nada tienen que ver con lo dicho en el párrafo anterior. Relatos que beben en fuentes muy distintas, algunas muy antiguas, que han tentado, y siguen haciéndolo, a autores de lo más diverso.

40


Una de tales tradiciones fantásticas es aquella que se nutre de Las Mil y Una Noches. Porque, desde siempre, esta obra parece haber producido una tremenda fascinación, fácil de entender, en un sinnúmero de escritores, llevándoles a escribir una gran cantidad de relatos inspirados en ella. Una narrativa muy rica que no se constriñe a nuestros días ni al subgénero de la fantasía, sino que recorre toda la literatura fantástica a lo largo del tiempo, desde que en el siglo XVIII se publicara la primera traducción de estos cuentos árabes. Aunque dispersa en colecciones varias e ignorada como conjunto, esta literatura ha estado siempre disponible, en mayor o menor medida, en el mercado español. Sólo por referirnos al momento presente, es posible citar de corrido media docena de títulos que son accesibles en este momento al lector, en distintas editoriales y obra de autores de lo más vario. E, indudablemente, existen más. Ahora mismo, por ejemplo, el lector puede conseguir sin dificultad el Vathek, un título capital en la literatura inspirada en Las Mil y Una Noches. Obra de William Beckford, uno de esos aristócratas ingleses de novela,

extravagante, curioso y viajero, tiene por protagonista al noveno califa de la estirpe de los Abasíes, hijo de Motassem y nieto de Harún al Rachid, según reza el mismo libro en su comienzo. Este califa, soberbio y desaforado, incapaz de detenerse ante nada, será émulo de Nemrod, aquel que edificó la torre de Babel, entrará en tratos con demonios y acabará por descender a los infiernos, donde vivirá diversas aventuras.

41


Esta narración, publicada en 1786, tiene la fuerza, el esplendor, los tremendos contrastes, como de llama y tinieblas, y esa extraña amalgama de crueldad con enfoque moralizante que son patrimonio de Las Mil y Una Noches. También, lógicamente, adolece de un estilo que se aparta muchas veces del gusto de nuestra época, obligando a una lectura lenta y sosegada para poder degustarla plenamente. La edición actualmente disponible tiene el aliciente añadido de ser completa: el Vathek con sus tres episodios. Estos no son sino relatos independientes que otros condenados hacen al califa durante su estancia en los infiernos y, con frecuencia, han sido publicados independientemente de la narración principal. Pero la intención de Beckford parece ser que siempre fue la de su publicación conjunta. Además, ¿qué más característico en esta clase de narrativa que los cuentos dentro de otros cuentos? Del mismo siglo XVIII, aunque algo anteriores, son también los relatos recogidos bajo el título común de Así Va el Mundo, de Voltaire. Una antología de escritos de corte oriental que reúne narraciones que van del cuento moral a la fábula política y que son de muy desigual valor. Aquí, junto a otros que no pasan de ser meras curiosidades, es posible encontrar algunos relatos que son otras tantas joyitas. Relatos como Zadig o el destino, por citar un ejemplo, que a nadie hubiera sorprendido encontrar dentro de Las Mil y Una Noches como uno de esos cuentos dentro de cuentos antes citados: historias que se cuentan entre sí los protagonistas en mitad de sus aventuras. 42


Y ya en el siglo XIX, un curioso autor, Gerard de Nerval, escribiría El Viaje a Oriente, del que se han extractado dos relatos para su publicación en un mismo libro: Historia de la Reina de la Mañana y de Solimán Príncipe de los Genios, e Historia del Califa Hakem. Es de Nerval un escritor lleno de altibajos y en su narrativa es posible encontrar fragmentos correctos pero insulsos junto a otros llenos de nervio y garra, o que son simplemente preciosos, y todo ello casi sin transición, prácticamente de una línea a otra. Y, en lo que se refiere a estos dos relatos suyos, estos rezuman de muchas de las constantes más señeras de los cuentos árabes: magia, sexo oscuro y prohibido, conjuras, peripecias. La primera de las narraciones Historia de la Reina…, muy influenciado por algunas de las tradiciones masónicas, nos relata el triángulo amoroso que se establece entre el Rey Salomón, Balkis, reina de Saba, e Hiram, el constructor del templo de Jerusalem, cuando la segunda, al visitar al primero en su corte, se prendará del tercero y quedará irremediablemente dividida entre ambos. Es el relato más largo de los dos que componen el volumen y, aunque a veces algo irregular, posee pasajes pletóricos de fuerza y belleza. En el segundo, Historia del Califa Hakem, de Nerval nos narra las aventuras de Hakim, califa de Egipto que acabaría proclamándose a sí mismo dios. Este relato está basado, supuestamente, en las revelaciones que al autor hizo durante su viaje por Oriente un caudillo de los drusos, para quienes Hakim es la décima y definitiva encarnación de Dios. La narración comienza cuando el califa, disfrazado como un don nadie, se aventura en una aldea de paganos, en las márgenes del Nilo, donde a instancias 43


de Yusuf, que después se convertirá en fiel amigo suyo, prueba las delicias del hachís. Allí, entre los vapores de la droga, será donde al califa se le revelará el secreto hasta entonces oculto hasta para sus ojos, pues Hakim no es sino un dios. Ahí comenzará su exaltación y su desventura, que este relato corto y hermoso nos irá desgranando: las intrigas de su visir, los amores prohibidos con su hermana Setalmuc, las conspiraciones en su contra… Pero aún más adelante, ya en este siglo, la poderosa imaginería de Las Mil y Una Noches habría de seguir pulsando las fibras a creadores de todo cuño, entre los que no deberíamos olvidar, por supuesto, a los escritores “pulp” americanos. Estos autores, imaginativos y prolíficos, que nutrían las revistas populares estadounidense de la primera mitad del siglo, se dejaron sojuzgar sin ninguna resistencia por la mítica árabe, lo que les llevó a producir una ingente cantidad de aventuras ambientadas en esa parte del mundo, presente o pasado, imaginario o real. Y de uno de los escritores más señeros de esa época -que lo es puesto que su obra ha sobrevivido, por una u otra causa, al cedazo del tiempo-, Robert E. Howard, está disponible en estos momentos una recopilación de las aventuras fantásticas de Solomon Kane, un puritano del siglo XVII, cuyas andanzas transcurren en buena parte en África, entonces casi completamente inexplorada. Howard, que formó parte del “círculo de Lovecraft” suele recurrir con harta frecuencia a recursos e ideas específicas de los mitos de Cthulhu, que por cierto también forman toda una tradición en sí mismos. Uno de tales recursos, y una de las constantes en la narrativa de

Howard, es la de antiguos seres, de gran poder, que logran sobrevivir a su época, emergiendo a otra posterior con resultados catastróficos. Esta idea, en una u otra de sus variantes, es el eje de multitud de los argumentos de R. E. Howard.

44


recombinarlos entre sí y con otros ajenos, y dar a luz algo totalmente distinto y, sin embargo, con un innegable aire de familia. Un poco, aunque con pretensiones más modestas, como lo que hizo Tolkien con la mitología céltica y nórdica para gestar su monumental El Señor de los Anillos. Esta novela es una suma de tres partes, con dos cuentos cada una, todos independientes pero interrelacionados, compartiendo mundo y algunos personajes. El Señor de la Noche del título es Azhrarn, rey de los demonios en una Tierra que es plana, con un centro sumido en tinieblas perpetuas, punteadas por el llamear de los volcanes, que son las puertas de entrada al mundo subterráneo de los demonios. Los cuentos son irregulares, pero el conjunto es un todo encantador, repleto de belleza, crueldad, atmósfera. Y, de entre las muchas cualidades de esta obra, no es la menos destacable el tratamiento de las escenas de sexo que nos presenta la autora, puesto que tienen algo que, por

Sin embargo, no es difícil encontrar paralelismos de todo esto con Las Mil y Una Noches, en donde abundan las referencias a los tiempos míticos del Rey Salomón y a los antiguos genios por él sojuzgados. Y, en los cuentos de Solomon Kane, Howard salta de una tradición a otra con notable habilidad, dando a sus argumentos de siempre una patina que los hace totalmente diferentes. Así que en alguno de estos cuentos, el héroe se medirá con dijinni, efrits y demás demonios de la mitología árabe; e incluso el bastón que empuña en sus andanzas perteneció, según le revela el brujo N’Longa, al mismísimo Salomón y otorga poder para luchar contra toda clase de seres sobrenaturales. Y, siguiendo con la gran estirpe fantástica anglosajona, aunque muy posterior y aún más distinta, también es posible encontrar en estos momentos El Señor de la Noche, de Tanith Lee. Y si las aventuras de Kane entroncan con los cuentos árabes un poco de refilón, aquí parece advertirse una voluntad manifiesta; un tomar elementos para 45


algún motivo, parece escasear bastante entre los escritores de fantasía, que es la calidad a la hora de abordar tales escenas. En este repaso, resulta inexcusable detenernos en nuestro país para fijarnos en La Noche del Eclipse, de Joan Manuel Gisbert; un autor prolífico, centrado en la literatura juvenil y cuya obra en buena parte toca o entra de lleno en lo fantástico. En La Noche del Eclipse, con la que obtuvo el premio Gran Angular 1989, nos narra la huida de Alfandor, joven persa de sangre real, a través del Asia Central, en el siglo XIV, perseguido por asesinos, hasta llegar a China donde, para salvarse de sus enemigos, se ve abocado a entrar en un extraño concurso organizado por el emperador Luz Perpetua. En este certamen, los participantes están obligados a resolver tres enigmas relacionados con la única hija del emperador, Nacida del Cielo, y, en caso de fracasar, sufrir prisión de por vida en el temible Laberinto de la isla de Gork. Gisbert es un autor que lo tiene todo para triunfar, y de hecho lo hace, ante un público tan riguroso como lo es el juvenil, poco paciente con los alardes de literatura hueca y pomposa. Es ameno, de estilo ágil y directo, que no hay que confundir con lo simplón, pues antes al contrario este escritor da con frecuencia muestras de una narrativa sorprendentemente sutil. Y, en esta novela, es posible encontrar un regusto de esa mítica con que los antiguos árabes asociaban a los países para ellos exóticos, caso de China o el Cáucaso. Una aventura fresca y muy curiosa, más que digna de la atención del lector.

46


narrarnos lo que ocurrió a partir de el momento en que, gracias a la astucia de Sherezade, el sultán Shahriyar reniega de su bárbara promesa de tomar cada noche una nueva esposa y sacrificarla al alba. Sin embargo, Sherezade no ama al sultán y éste tampoco es demasiado feliz, sospechándolo y sabiendo que, en el fondo, sigue al acecho el Shahriyar cruel y sediento de sangre que fuera. Y, con este punto de partida, una explosión de imaginación y buen hacer literario. Doscientas cincuenta páginas llenas de magia, enredos, amores, aventuras, escaramuzas eróticas. En la mejor tradición de Las Mil y Una Noches, unas historias se dan pie a otras, se continúan, se entrelazan, se resuelven definitivamente más allá del propio relato que le da cuerpo. Nadie que guste del género debiera dejar de leer esta obra de Mahfuz, especialmente muchos devotos de la fantasía, que así quizás podrían comprobar que esta última no es sino parte de algo -la literatura fantástica- que es mucho más grande y rico, entre otras cosas gracias a sus aportaciones. Y, de verdad, leyendo este tapiz fantástico en el que se entrecruzan sin cesar barberos, policías, sultanes, sabios, genios buenos y genios malos, es posible encontrar algo nuevo y algo viejo, a su vez tan imbricados entre sí que resultan inseparables. Es totalmente original y sin embargo, al tiempo, es un nuevo avatar de la obra que le dio pie. De forma que es posible que, al pasar la última página de este libro, le quede a uno un regusto extraño y, cediendo a la tentación de cerrar el bucle, acuda a su biblioteca en busca de una nueva lectura de Las Mil y Una Noches.

Como lo es igualmente Las Noches de las Mil y Una Noches, obra del premio Nobel egipcio Naguib Mahfuz. Y sirva el comentario acerca de esta novela como el cierre más adecuado a esta pequeña lista de narraciones inspiradas en las Mil y Una Noches. Porque Las Noche de las Mil y Una Noches no es sino la continuación y epílogo de estas; una fantasía que comienza exactamente donde la otra acaba, para 47


Wakings Thoughs and Incidents o Biographical Memoirs of Straordinary Painters.

BIBLIOGRAFÍA: Vathek. Alianza Editorial. Col El Libro de Bolsillo, nº 1650. Madrid 1993. Traducción de Javier Martín Lalanda. 384 págs. 975 pts. Así va el Mundo. Ed. Valdemar. Col. Avatares, nº 22. Madrid 1996. Traducción de Mauro Armiño. 350 págs. 3000 pts. Historia del Califa Hakem… Ed. Valdemar. Col. El Club Diógenes, nº 39. Madrid 1996. Traducción de Juan Luis Gonzalez y Joaquin Lledó. Aventuras de Solomon Kane Ed. Anaya. Col. Ultima Thule. Madrid 1994. Traducción de Javier Martín Lalanda 2200 ptas. El Señor de la Noche. Ed. Martínez Roca. Col. Fantasy nº 12. Barcelona 1986. Traducción de Albert Solé. 215 pags. La Noche del Eclipse. Ed. SM. Col. Gran Angular nº 111. Madrid 1990. 252 pags. Las Noches de las Mil y Una Noches. Ed. Plaza y Janes. Col. Ave Fenix nª 46. Barcelona 1996. Traducción de Maria Luisa Prieto. 252 pags. 2350 pts.

Voltaire. (1694-1778). Escritor y filósofo francés. Defensor del progreso científico, sumamente combativo contra la religión. Polemista y satírico, partidario de la libertad de pensamiento y de la política encaminada al bien común. Entre sus obras cabe destacar el Diccionario Filosófico, las Cartas Filosóficas, los Cuentos Filosóficos, el Ensayo Sobre las Costumbres, tragedias como Zaïre y Merope o novelas satíricas como Cándido o Micromegas.

LOS AUTORES:

Robert E. Howard. (1906-1936). Autor estadounidense, nacido en Peaster, Texas. Conocido sobre todo por la serie de cuentos protagonizados por Conan, héroe bárbaro que desarrolla sus aventuras en una imaginaria Edad Hiboria, publicó sin embargo, desde muy joven, relatos de todas clases en gran número de revistas. Pasó todos sus años en Texas, la mayor parte de ellos en la localidad de Cross Plains, a pesar de lo cual mantuvo abundante correspon#dencia con escritores como H.P.

Gerard de Nerval (1808-1855). Autor francés, de vida irregular y con grandes altibajos. Sufrió prisión por sus ideas republicanas y malgastó su herencia familiar en la edición de revistas literarias. En 1841 sufre el primero de los ataques de locura que le conducirán finalmente al manicomio. Liberado por intermediación de la Sociedad de Hombre de Letras, se encuentra en la más absoluta de las miserias y aquejado de sus dolencias mentales, lo que le empuja finálmente al suicidio, ahorcándose en la calle de Vieille-Lanterne, en Paris, en 1855.

William Beckford. (1760-1848). Aristócrata inglés, poseedor de una considerable fortuna que acabó disipando. Excentrico, viajero y erudito, siempre sintió una poderosa atracción por todo el mundo de Las Mil y Una Noches, lo que se plasmaría en una serie de relatos de corte árabe entre los que se encuentra Vathek, su obra principal. Otras obras suyas son The Vision; Dreams, 48


Lovecraft o Clark Ashton Smith, de quienes tomó numerosos elementos literarios. Hombre de temperamento inestable, se quitó la vida al recibir la noticia de que su madre, a la que se sentía muy unida, agonizaba sin esperanza de remisión.

El sanguinario Baron Rojo (The Bloody Red Baron, 1996) Por Roberto Barreiro

Tanith Lee (1947). Autora británica. Poseedora de los más prestigiosos premios de la fantasía anglosajona, comenzó escribiendo literatura juvenil para irse posteriormente decantando hacia la fantasía y el terror, terreno en el que ha desarrollado la inmensa mayoría de su producción literaria. Joan Manuel Gisbert. Autor español, nacido en 1949 en Barcelona. Ha trabajado en Teatro y en el ramo editorial. Ganador de varios y prestigiosos premios como el Lazarillo de 1974, ha enfocado su producción literaria hacia la literatura juvenil en los campos de la ciencia ficción y la fantasía, siendo autor en este sentido de más de una treintena de títulos, entre los que se podría destacar El Misterio de la Isla Tokland, Leyendas de Planeta Thamyris o El Museo de los Sueños. Naguib Mahfuz (1911). Escritor egipcio. Autor de más de sesenta novelas, considerado uno de los grandes de la literatura árabe, obtuvo el Premio Nobel de Literatura en 1988. Entre sus novelas, es posible encontrar en español El Espejismo, El Ladrón y los Perros, El Mendigo y Un Señor Muy Respetable (todos en Plaza y Janés), así como la novela histórica León el africano.

49


Autor: Kim Newman Serie: Anno Dracula n°2 Edita: Timún Mas, 1997

No Hero (1935) Por Roberto Barreiro

Tras terminar la primera novela de la serie, Dracula quedaba expuesto en el trono de Inglaterra y era derrocado… para terminar como consejero del Kaiser y arquitecto detrás de la Primera Guerra Mundial. Una guerra mundial peleada no solo por hombres, sino por vampiros. E igual de compleja, sangrienta y brutal. Estamos en 1918, con los aliados occidentales empezando a apretar al gobierno alemán. Todo parece ir en contra de Dracula. Pero este tiene un plan para intentar un golpe maestro que desbarate al frente. Y clave en su éxito está el escuadrón de aviadores vampiros dirigido por Manfred von Richtofen, el Barón Rojo. Que no son vampiros comunes y corrientes (como muchos de los aviadores a ambos lados de las trincheras) sino algo más. Y le toca descubrirlo a Edgar Winthrop, mano derecha de Charles Beauregard, ahora el jefe del Diogenes Club y espía maestro del imperio. Digamos que a esta novela le pasa un poco lo que a la primera: la referencia a otros personajes (reales o ficticios) se come un poco la narración para mi gusto. Pero el desarrollo de la historia alternativa es bastante buena y creíble y la historia atrapa No es para todos. Si te gusta la historia alternativa y te encanta el jueguito referencial, lo vas a disfrutar. Sino, puedes pasar de la novela.

50


El Valle a veinticuatro imágenes por segundo (parte 1)

Tambien conocido como: Your Turn, Mr. Moto Autor: John P. Marquand Serie: Mr. Moto n°1 Edita: Edición electrónica

Por Carlos Diaz Maroto Kenneth “Casey” Lee es un antigua gloria de la aviación que ahora anda por el Extremo Oriente de la década de 1930 con empleos ocasionales y una adicción al alcohol. Cuando le cae una oportunidad: trabajar en un encargo aparentemente inocente para un pequeño japonés, educado hasta la exageración y puntillosamente vestido llamado Moto. El problema es que Moto además resulta ser un muy eficiente agente secreto de Japón y Casey se encuentra metido en un complicadísimo y peligroso juego de espionaje en China, junto a una encantadora rusa blanca que también está metida en el juego del espionaje… La primer novela del señor Moto da el molde para todas las que seguirían en los años subsiguientes: Un americano o extranjero inocente se encuentra con el cortés Moto, que termina siendo un maestro en el Gran Juego del espionaje internacional, siendo un eficaz servidor del servicio secreto Imperial japonés. Y ocultando, tras su máscara de cortesía, una capacidad para ser completamente despiadado si lo requiere, aunque no mata por que si. La novela en si todavía se lee con placer, sin envejecer en su estilo. El señor Moto ya fue reseñado alguna vez en el antiguo blog (ver nuestro Especial Peligro Amarillo) y, si es posible, continuaremos reseñándolo cuando consigamos más de sus novelas. Eso seguro. Es un personaje muy bien escrito y con suficiente incorrección política para continuar su lectura. 51


Para seguir aumentando la gente que contribuye a la página, ahora tenemos a Carlos Diaz Maroto, escritor y especialista en cine que lleva años escribiendo sobre el tema. Carlos fue muy generoso en permitirnos publicar esta nota sobre las adaptaciones fílmicas de una de las novelas de Sherlock Holmes. Como es larga, la dividimos en varias partes. Espero la disfruten y, de nuevo, ¡gracias, Carlos!

cual uno de los personajes principales narra de dónde partió todo, y que se desarrolla en un entorno geográfico totalmente distinto, lejos de Londres. El Valle del Miedo se ofreció serializada en el Strand entre septiembre de 1914 y mayo de 1915, y fue publicada en formato de libro en Nueva York en febrero de 1915. Es, de las cuatro referidas novelas, la que menos adaptaciones cinematográficas o televisivas ha deparado, ofreciendo solo, salvo error, seis versiones. En lo que se refiere a las otras dos novelas que parten de la estructura dual referida, por lo general han sido adaptadas siguiendo dos tónicas: o bien se elimina la segunda parte, quedando resumida en dos o tres frases pronunciadas al final, o bien se presenta en un breve flashback de unos minutos, muchas veces al inicio del film, para después saltar, varios años después, a Londres y al entorno que todos conocemos. Sin embargo, El Valle del Miedo ofrece unas características que dificultan esa estructuración: su primera parte,

Sir Arthur Conan Doyle escribió cuatro novelas dedicadas a su personaje Sherlock Holmes: Estudio en escarlata, El signo de los cuatro, El perro de los Baskerville y El Valle del Miedo. Mientras que El perro de los Baskerville sigue una estructura diferente, las otras tres novelas suministran una distribución idéntica en su disposición. Así, tenemos una primera parte en la cual se presenta el caso ante Sherlock Holmes, este efectúa la investigación pertinente y acaba descubriendo el meollo de todo; y una segunda parte, con formato de flash-back (de menor extensión en El signo…), en la 52


la de la investigación sherlockiana, es notoriamente breve y exhibe muy poca variedad escenográfica, lo cual en una traslación brindaría tan escaso metraje como cierta monotonía visual; y la segunda parte es tan diferente en tono y forma a la primera que el resultado semejaría disperso en exceso. En la celebrada serie de Granada Television protagonizada por Jeremy Brett se rodaron muchas de las historias, y sin embargo El Valle del Miedo no gozó de ese honor, lo cual es significativo.

de hasta setenta títulos, retirándose en 1926 con A Royal Divorce, a partir de una obra teatral. Clásico pionero del cine británico de la época, ninguno de sus títulos ha pasado a la historia del cine, entre los cuales cuenta una versión de Mujercitas o una visión de los amores de Napoleón y Josefina. Sin embargo, en algunas fuentes se presupone que el director bien hubiera podido ser Fred Paul (1880-1967), prolífico actor que también ejerció como realizador. En esta última faceta su carrera discurre entre 1915 y 1931, con gran cantidad de cortometrajes. En todo caso, cabe destacar en su cometido como actor un ciclo de películas centradas en el pérfido doctor Fu Manchú, encarnado por H. Agar Lyons, y donde Paul personificaba a Sir Nayland Smith, némesis del criminal, comenzando con The Scented Envelopes (1923), de A. E. Coleby, y finalizando con The Midnight Summons (1924), que dirigió el propio Paul, junto a otras entregas de la saga compuesta por un total de veintitrés películas. Curiosamente, se cita que en The

Las adaptaciones The Valley of Fear (1916) La primera versión de la novela de la cual tenemos constancia es esta producción británica muda, de muy difícil visionado, si no es que está desaparecida, que es lo más probable. Por no estar claro, ni siquiera lo está quién la dirigió. Las fuentes oficiales citan a Alexander Butler, un activo realizador inglés que debutó en 1913 con una serie de cortos, para pasar al largo ese mismo año. Contó con una filmografía 53


Clue of the Pigtail (1923), también de Coleby, había tres actores para encarnar a Fu Manchú: el habitual Lyons, Paul y Humberston Wright.

Volviendo a la presente cinta, destaquemos que la adaptación de la novela fue realizada por Harry Engholm, quien en 1914 ya escribió una versión de A Study in Scarlet, también desaparecida, dirigida por George Pearson, con James Bragington como Sherlock Holmes y el referido Fred Pole encarnando a Jefferson Hope, sin que sepamos quién encarnaba a Watson, si es que salía. En el film que nos centramos es H. A. Saintsbury (18691939) quien da vida a Sherlock Holmes, siendo esta la única película que rodó. Habitual actor y autor teatral, precisamente fue en la escena donde se popularizó encarnando al detective, y fue mentor de Charles Chaplin cuando este contaba trece años de edad. Ese mismo año, 1903, Harry Arthur Saintsbury encarnó al genio de Baker Street en la versión de William Gillette, y Chaplin asumió el rol de Billy. En 1910 Saintsbury volvió a encarnar a Holmes en una adaptación de “La banda de lunares” escrita por él mismo (1), y de nuevo lo asumió en un revival de la obra en 1921 y una vez más representó la visión de Gillette en 1929. Se dice que cuando el actor interpretó esta película había dado vida al detective más de cien veces en escena, y después de 1929 lo había hecho un total de mil cuatrocientas veces. Chaplin quedó muy impresionado de la interpretación de Saintsbury, a tal punto que en 1964 referiría en su autobiografía: Mr. H. A. Saintsbury, quien interpretó a Holmes en la gira, era una réplica perfecta de las ilustraciones de The Strand Magazine. Tenía un rostro alargado y sensible y una frente majestuosa. De todos los que han interpretado a Holmes fue considerado el mejor, incluso superior a William Gillette, el Holmes original y autor de la obra.(2) 54


Booth Conway figura en las fichas como el tercero en el reparto encarnando a Moriarty, por encima de Watson inclusive, lo que hace sospechar su presencia física, cuando en la novela no llega a aparecer, y solo se intuye su intervención en los hechos. De breve carrera cinematográfica (su trabajo no llega a la veintena), encarnó a Quasimodo en Esmeralda (1922), de Edwin J. Collins, filmación de un extracto de la representación teatral, que también se ofreció con otras a modo de largometraje como Tense Moments from Great Plays. En cuanto al citado Watson, el cometido corrió a cargo de Arthur M. Cullin. En 1914 había encarnado al Espíritu de las Navidades Pasadas en una adaptación cinematográfica de A Christmas Carol, de Dickens, dirigida por Harold M. Shaw. Sin embargo, más significativo resulta, a los efectos que nos conciernen, que volviera a dar vida a Watson en La marca de los cuatro (The Sign of Four, 1923), escrita y dirigida por Maurice Elvey, una de las entregas de la saga de Eille Norwood como Holmes, y en la que en las otras películas fue Hubert Willis quien se ocupó del buen doctor. Incluso ese mismo año volvió a aparecer en otra adaptación de la obra de Sir Arthur Conan Doyle con La tragedia del “Korosko” (Fires of Fate), de Tom Terriss. La producción fue debida a G. B. Samuelson Productions, que también ofreció en 1914 la citada versión de Estudio en escarlata. Las sinopsis que existen de la película son escuetas: “Un ex convicto intenta matar al detective que en tiempos se hizo pasar por miembro de un clan encapuchado en Estados Unidos”.

Dirección: Alexander Butler. Productora: G. B. Samuelson Productions. Guion: Harry Engholm. Intérpretes: H. A. Saintsbury (Sherlock Holmes), Daisy 55


Burrell (Ettie Shafter), Booth Conway (profesor Moriarty), Jack McCauley (McGinty), Cecil Mannering (John McMurdo), Arthur M. Cullin (doctor Watson), Lionel d’Aragon (capitán Marvin), Bernard Vaughan (Shafter), Jack Clare (Ted Baldwin)… Nacionalidad y año: Reino Unido 1916. Duración y datos técnicos: 1981 metros (7 bobinas) B/N 1.33:1. Fecha de estreno: mayo de 1916 (Reino Unido); enero de 1917 (Estados Unidos).

Shakespeare hasta Ben-Hur), y llegaría a actuar en Broadway y otros países, como Italia y Australia. El escritor Sax Rohmer, creador de Fu Manchú, habló con Wontner con el fin de ofrecerle el papel del detective Paul Harley en la lujosa obra teatral The Eye of Siva, que se representó con gran éxito en el New Theatre, en el West End londinense, en 1923. Dieciocho años después de su debut teatral aparecería en el cine, en 1916, con Temptation’s Hour, de Sidney Morgan. Hacia 1923 empezó a encarnar papeles protagonistas, y su primera aparición como Holmes es su también primer film sonoro, tras un cortometraje en 1930. De las escasas películas en que aparece estrenadas en España podrían citarse Una muchacha y diez bandidos (Kate Plus Ten, 1938), de Reginald Denham, la excelente Coronel Blimp (The Life and Death of Colonel Blimp, 1943), de Michael Powell y Emeric Pressburger, La mansión de los Fury (Blanche Fury, 1948), de Marc Allégret, la reconocida comedia Genoveva (Genevieve, 1953), de Henry Cornelius, o Los gavilanes del estrecho (Sea Devils, 1953), de Raoul Walsh, siempre en cometidos menores. Su última película fue Three Cases of Murder [tv/dvd: Tres casos de asesinato, 1955], de David Eady, George More O’Ferrall y

The Triumph of Sherlock Holmes [dvd: El Valle del Miedo, 1935] Arthur Wontner nació en Londres, Inglaterra, el 21 de enero de 1875, y falleció en la misma ciudad el 10 de julio de 1960, a la edad de 85 años. En 1897, con veintidós años, debuta en el teatro, interpretando clásicos (desde

56


resaltaron su gran parecido con Sherlock Holmes, e incluso Arthur Conan Doyle, en un encuentro que había tenido con el actor tiempo atrás, había percibido la semejanza. Así pues, cuando se decidió rodar en el Reino Unido una aventura de nuestro detective, la elección de Wontner pareció evidente; un mes después de acabadas las representaciones fue llamado para hablar sobre el papel, en diciembre de 1930 se le hacen unas pruebas y al poco es elegido. Y así, con cincuenta y cinco años de edad, el actor incorporó por primera vez a Sherlock Holmes. El ciclo completo de películas que se rodaron es el siguiente: • The Sleeping Cardinal (1931) (EE.UU.: Sherlock Holmes’ Fatal Hour), de Leslie Hiscott, basada en “The Adventure of the Empty House” y “The Final Problem”. • The Missing Rembrandt (1932), de Leslie Hiscott, basada en “The Adventure of Charles Augustus Milverton”. • La marca de los cuatro (The Sign of Four: Sherlock Holmes’ Greatest Case, 1932), de Graham Cutts. • The Triumph of Sherlock Holmes (1935), de Leslie S. Hiscott, basada en The Valley of Fear. • Silver Blaze (1937) (EE.UU.: Murder at the Baskervilles), de Thomas Bentley, basada en “Silver Blaze”.

Wendy Toye, en el segmento “Lord Mountdrago” debido a O’Ferrall, que estaba protagonizado por Orson Welles. Su llegada al cometido de Sherlock Holmes fue un poco de rebote. En 1930, y en el teatro Prince Edward de Londres, Wontner interpretó al personaje Sexton Blake, una especie de imitación de la creación de Sir Arthur Conan Doyle. La obra no fue un gran éxito, pero el cometido de Wontner no pasó desapercibido. Los críticos

57


e incluso hoy en día, coinciden en esa aseveración en situar a Wontner entre los actores más dotados que han dado vida a la inmortal creación de Sir Arthur Conan Doyle. Y también se llegaría a decir de él: “Wontner fue el primer Holmes en descargar las constantes impuestas por Gillette(4) y volver a la concepción de las historias originales del maestro detective equilibrado, de moral inquebrantable y vivamente ingenioso”(5). Llegaría a ser tan reconocido que fue nombrado miembro honorario de la Sherlock Holmes Society de Londres.

Wontner volvería a dar vida a Holmes en varias ocasiones más. Por un lado, en 1943, en una representación radiofónica para la BBC del relato de Conan Doyle “The Boscombe Valley Mystery” junto a Carleton Hobbs como Watson, actor que después, por cierto, también se haría cargo de Holmes en la radio. Y de nuevo lo encarnó, ahora para televisión, en 1951, cuando tenía ya setenta y seis años, dentro de un festival de nivel nacional, el Festival of Britain. El especialista en el Canon Vincent Starrett, fundador de la delegación de Chicago de los Baker Street Irregulars, llegó a declarar: “No se ha visto ni oído mejor Sherlock Holmes que Arthur Wontner hasta ahora… El rostro intenso y cordial y la sonrisa tranquila e intuitiva brotan de las mismas páginas de los libros” (3). El caso es que mucha gente, tanto estudiosos como fans del personaje,

The Triumph of Sherlock Holmes (1935), de Leslie S. Hiscott, es la cuarta entrega de la serie, como hemos visto, y el productor Julius Hagen volvió a hacerse cargo de la misma, tras su participación en casi todas las previas,

58


ahora con destino a Real Art Productions. También supuso el regreso de Ian Fleming en el papel de doctor Watson y de Minnie Rayner como la señora Hudson, así como el de Hiscott en el ámbito de la dirección. Ian Fleming se haría cargo de todos los cometidos en el referido papel salvo en La marca de los cuatro. Fleming, por supuesto, nada tiene que ver con el célebre escritor creador de James Bond (6). “Nuestro” Ian Fleming nació como Ian MacFarlane en Melbourne, Australia, el 10 de septiembre de 1888, y falleció en Londres, Inglaterra, el 1 de enero de 1969. Debutó en el teatro en 1904, y en cine en 1927. Con solo cuatro películas a sus espaldas gozó del honor de ser elegido como Watson, y disfrutó de una amplia carrera donde encarnó sobre todo a servidores públicos o jueces. Curiosamente, en 1935, apareció en Sexton Blake and the Mademoiselle, de Alex Bryce, adaptación de la novela de G. H. Teed, con George Curzon encarnando a Blake. Finalizó su carrera en televisión, donde su último cometido fue en la miniserie The Caesars (1968). Minnie Rayner asumiría el papel de Mrs. Hudson en todas las entregas salvo en la previa La marca de los cuatro, de igual modo, pues suponía una especie de ruptura en el ciclo en muchos sentidos. Se trata de una rotunda señora, de abundantes carnes, que puede que sea la más gruesa Mrs. Hudson que nos ha legado el cine, amén de exhibir un fuerte acento cockney. El director encargado de todo fue Leslie S. Hiscott (18941968), que en 1931 dirigió Alibi, primera visión cinematográfica de Hercule Poirot, el detective creado por Agatha Christie, y que tanto debe a Holmes. Y es que Hiscott sería un activo cultivador del cine policiaco y

criminal, adaptando también a otro célebre investigador, el inspector Hanaud, creado por A. E. W. Mason, el autor de Las cuatro plumas. Se inició en el cine mudo, y su última película fue Tons of Trouble (1956). Hiscott haría aportaciones al ciclo de Wontner con la primera película, The Sleeping Cardinal (1931), la segunda, The Missing Rembrandt (1932), así como la presente. H. Fowler Mear y Cyril Twyford, guionistas de los dos primeros títulos, también retornan para escribir esta adaptación de El Valle del Miedo, última de las cuatro novelas sobre Sherlock Holmes escritas por Arthur Conan Doyle, y la menos adaptada de todas ellas (7) .

59


El actor Charles Mortimer asume el cometido de inspector Lestrade, en sustitución de Philip Hewland, presente en entregas previas. Y para encarnar a Moriarty, tras la muerte del actor Norman McKinnel lo reemplaza Lyn Harding. Harding ya había aparecido en otra aventura holmesiana, The Speckled Band (1931), de Jack Raymond, con Raymond Massey en el rol protagonista, dando vida al doctor Rylott, y regresaría en Silver Blaze, de nuevo como Moriarty. En la novela este genio del mal no llega a aparecer físicamente, aunque se percibe su presencia en las sombras, moviendo los hilos de lo que acontece. También reaparece aquí otro personaje procedente de The Sleeping Cardinal, el coronel Sebastian Moran, que allí asumía un rol secundario pese a su importancia en el Canon. El Valle del Miedo o El Valle del Terror, que de las dos maneras se suele publicar en España, está considerado por el especialista John Dickson Carr una de las cinco mejores novelas de detectives de la historia (8). El especialista William S. Baring-Gould estableció que la acción tiene lugar en enero de 1888, y por tanto es anterior a lo acontecido en “El problema final” (9). El libro se estructura en dos partes. La primera es un clásico caso de habitación cerrada, que aporta una vuelta de tuerca final conseguidísima, aunque su extensión es algo inferior a la norma, semejando casi un relato. Durante la segunda parte se nos pone en antecedentes de lo que aconteció, para lo cual se hace uso de un hecho real. En el momento del estreno la crítica refirió: “La película sigue la trama de la novela con fluidez y mucho ingenio, con la excepción de la aparición hoy indispensable de 60


profesor Moriarty. Arthur Wontner es el único Sherlock Holmes. Su modo de interpretar está en perfecta sintonía y parece haber salido directas de las ilustraciones de Sidney Paget que han hecho a Sherlock Holmes universalmente reconocible” (10) De igual modo que en la novela la parte actual difiere de manera ostentosa en tono y estilo con el largo flashback que compone la segunda parte, en la película ese flashbacks (que es narrado a la mitad del film, no al final, y por otro personaje) también ofrece una textura muy diferente, con un enfoque más lóbrego y atmosférico, al punto de que muchos estudiosos han considerado que pudiera haber sido rodado por un equipo distinto. Incluso la interpretación de Jane Carr en ambas partes es muy diferente. Y es que, habiendo visto con anterioridad The Sleeping Cardinal, es difícil creer que el director de esos momentos sea el mismo. Por el contrario, los instantes ambientados en la actualidad son más encorsetados, más teatrales y rígidos, pero ello ayuda a crear un contraste entre ambos segmentos que

proporciona mayor intensidad al resultado, logrando una película bastante apreciable. El film arranca con Holmes retirado, aunque no lo vemos con sus abejas en el campo; presumiblemente está en Baker Street de visita, para comprobar los efectos que han causado su retiro, por un lado, y cómo Watson (que refiere estar casado) adapta las habitaciones para consulta médica. Se hace mención a Moriarty y este aparece, emulando la visita que hizo en The Sleeping Cardinal –y, por ende, en “El problema final”–. Una vez más, se aporta demasiada información al espectador con la escena entre Moriarty y el matón norteamericano; en todo caso, ofrece un atractivo elemento, como es la aparición y desaparición de Moriarty como por arte de magia. Después, ya estamos con Holmes en su retiro, a donde se ha llevado a Mrs. Hudson con él (11); Watson irá a visitarlo, dejando a su esposa en casa, y a la cual no veremos en momento alguno. La mención al retiro de Holmes, el peluquín mucho más leve de Wontner (que 61


acaso no sea sino su propio cabello peinado en “cortinilla”) y la reaparición del maduro Ian Fleming como Watson parecen una buena justificación para la edad de ambos actores. Dejando a un lado la inclusión de Moriarty en la trama, el film supone una adaptación bastante fiel de la novela, eliminando algunos elementos y acelerando la acción, lo cual provoca que determinados asuntos no queden del todo bien explicados, haciendo semejar las deducciones de Holmes algo casuales. Para los autores Chris Steinbrunner y Norman Michaels (12) se trata de la mejor entrega de todas las de la saga, y por mi parte no puedo estar más de acuerdo. Por cierto que la “muerte” final de Moriarty, en determinados aspectos, emula la que aconteció en Reichenbach; aquí no hay cataratas, pero la caída desde lo alto a las aguas parece remedar idéntico fin.

Lynds (Jacob Shafter). Nacionalidad y año: Reino Unido 1935. Duración y datos técnicos: 84/75/79 min. B/N 1.37:1 Fecha de estreno: febrero de 1935 (RU); 24 de mayo de 1935 (EE.UU.). Notas: (1) Véase The “Speckled band” on its errand of death: Sir Arthur Conan Doyle’s new play at the Adelphi (Illustrated London News & Sketch, 1910), escrita con Cyrus Cunfo. (2) Charlie Chaplin, My autobiography (1964), pág. 81. (3) En su libro The Private Life of Sherlock Holmes, publicado en 1933 por Macmillan. Una edición revisada fue publicada por The University of Chicago Press en 1960. Por supuesto, la película de Billy Wilder no tiene nada que ver con esta obra (4) William Gillette (1853–1937) fue un autor y actor teatral. Creador de una versión escénica del personaje, que debutó el 23 de octubre de 1899 en el teatro Star, en la localidad de Buffalo, Gillette impuso muchos de los tópicos y constantes de Holmes: fue el primer actor que vistió el clásico gorro de cazador, y mostró la lupa, el violín y la jeringuilla, todos elementos provenientes de las historias, pero impuso la pipa curvada en lugar de la recta que se veía en las ilustraciones de Sidney Paget. (5) En The BFI Companion to Crime; editado por Phil Hardy; prólogo de Richard Attenborough. University of California Press, 1997; pág. 170. (6) Sin embargo, en algunas ediciones norteamericanas en VHS de esta película se refiere en la contra–carátula erróneamente que sí lo es. (7) A las comentadas en este artículo sumemos también

Dirección: Leslie S. Hiscott. Productor: Julius Hagen para Real Art Productions. Guion: H. Fowler Mear, Cyril Twyford. Fotografía: William Luff. Música: W. L. Trytel; música de stock: Michel Brusselmans. Montaje: Jack Harris, Ralph Kemplen. Dirección artística: James A. Carter. Intérpretes: Arthur Wontner (Sherlock Holmes), Lyn Harding (profesor Moriarty), Leslie Perrins (John Douglas), Jane Carr (Ettie Douglas), Ian Fleming (Dr. John H. Watson), Charles Mortimer (inspector Lestrade), Minnie Rayner (Mrs. Hudson), Michael Shepley (Cecil Barker), Ben Welden (Ted Balding), Roy Emerton (Boss McGinty), Conway Dixon (Ames), Wilfrid Caithness (coronel Sebastian Moran), Edmund D’Alby (capitán Marvin), Ernest 62


una rareza, Odio en las entrañas (The Molly Maguires, 1970), de Martin Ritt, que podría definirse como una adaptación de solo la segunda parte de la novela. Como tal rareza, se analiza aparte. (8) Aparte de ello, muchos expertos consideran que la novela de Dashiell Hammett Cosecha roja (Red Harvest, 1929) debe mucho a El Valle del Miedo, y de hecho si se observa con detenimiento la estructura es muy similar. (9) Lo cual provoca un fallo de continuidad, puesto que en “El problema final” se nos informa que Watson jamás había oído hablar de Moriarty. (10) Monthly Film Bulletin Nº 14 (marzo de 1935). (11) Sherlock Holmes se retiró a una granja de Sussex a finales de 1903; allí le sirvió una asistenta llamada Martha. Mientras, Watson estaba ubicado en un nuevo domicilio, en Queen Anne Street, junto a su esposa de aquel entonces, con quien se había casado el verano de 1902, y había vuelto a la práctica de la medicina. (12) En The Films of Sherlock Holmes. Secaucus (New Jersey): Citadel Press, 1978; pág. 51. Existe edición española: Las películas de Sherlock Holmes; traducción de Rocío Valero. Madrid: T&B, 1999.

Dos hombres Por Roberto Barreiro

63


El Valle a veinticuatro imágenes por segundo (parte 2)

Autor: “Tex Taylor” (seudónimo de Mario Calero Montejano) Colección: Bisonte n° 225 Edita: Bruguera, Barcelona, 1952

Por Carlos Diaz Maroto

Dick Sandon es un peón pobre pero honrado. Sam Kinner es un ranchero rico y prepotente. Ambos están enfrentados desde niños y ambos están enamorados de Kitty… que ama a Dick y detesta a Sam. Que además es víctima del desprecio de Cruz, la hija del dueño del rancho donde trabaja Dick y que Sam quiere casar como una forma para obtenerlo. Y por supuesto, Sam no acepta un no por respuesta, aunque tenga que llevar a todos al desastre, auxiliado por unos “amigos” de mala avería. Por suerte, los otros tienen un ángel guardián: Clark, un vaquero de un pasado pesado que, además está enamorado de Cruz. El resultado es una novela más efectista que efectiva. Sin ser un desastre ilegible, uno no se siente demasiado envuelto por lo que le pasa a los personajes, al os que arrojan a situaciones espectaculares cada diez páginas. Un poco como un guion de una película de Michael Bay, a ver si nos entendemos: mucho efecto, mucho espectáculo pero tras terminar no queda demasiado para sostener el relato. Bolsilibro desechable y no particularmente rescatable, aunque tampoco abominable. Meh.

(Segunda parte del extenso artículo de nuestro colaborador sobre las versiones cinematográficas de El Valle de la Muerte, novela de Sherlock Holmes.) Sherlock Holmes: “The Case of the Pennsylvania Gun” (1954)

64


rodarían en París por parte de Guild Films) producida por el neoyorquino Sheldon Reynolds, que había tenido un gran éxito al pergeñar en Europa una serie titulada Foreign Intrigue (19511955), que daría lugar después a la película Intriga extranjera (Foreign Intrigue, 1956), dirigida por él mismo y protagonizada por Robert Mitchum. Así pues, con este logro a sus espaldas decidió adaptar a Holmes y contactó con los herederos de Doyle para conseguir los derechos. La intención era ofrecer cierta fidelidad, basándose en tal como se retrataba al detective en Estudio en escarlata. En ese sentido, en una ocasión declararía: “Me quedé anonadado por la diferencia entre el personaje de este libro y el del cine y el teatro. Aquí, Holmes es un hombre joven de unos treinta años, humano, inteligente y con inclinaciones filosóficas y cultas, pero sujeto a errores fatales que se derivaban de su impaciencia y falta de experiencia”(13). Y también diría: “En las historias iniciales como esa, Conan Doyle no se había cansado aún de su personaje, que más tarde se convirtió en un monstruo literario para él. Y, como literatura, las primeras historias son mucho mejores. Sin embargo, prácticamente todas las representaciones en teatro y pantalla del detective se basan en las historias posteriores” (14).

Pese a que este artículo se denomina “El Valle a veinticuatro imágenes por segundo”, ahora pasaremos a veinticinco imágenes por segundo, pues también la televisión se encargaría, en cierta manera, de aportar una visión a la novela que nos incumbe. Sherlock Holmes es una serie de nacionalidad norteamericana (aunque casi todos sus capítulos se

65


Por tanto, se contrataría al actor Ronald Howard, que entonces contaba con 36 años, para el papel. Howard (1918-1996) era hijo del mítico Leslie Howard (el Ashley de Lo que el viento se llevó), y guardaba un apreciable parecido físico con su padre. Tras la universidad se dedicó al periodismo, hasta que optó por volcarse a la interpretación. Su primera aparición cinematográfica, nimia, fue en ‘Pimpernel’ Smith [tv/dvd: Pimpinela Smith, 1941], dirigida y protagonizada por Leslie Howard. Si bien el papel que Leslie interpretaba en esta película era una especie de modernización de la Pimpinela Escarlata de la baronesa de Orczy, al mismo tiempo recordaba no poco al propio Holmes (15). Durante la década de los cuarenta Ronald ganaría experiencia actuando en teatro de provincias, para trabajar luego en Londres, y su debut “oficial” en el cine se produjo con el film While de Sun Shines (1947), de Anthony Asquith, una comedia basada en la obra de Terence Rattigan. Tras su éxito con Sherlock Holmes se volcó preferentemente en la televisión, pero al no lograr seguir a ese nivel terminó abandonando la carrera interpretativa y abrió una galería de arte. En los años ochenta escribiría una biografía de su padre. Sobre su papel de Holmes, Howard comentó: “En mi

interpretación, Holmes no ofrece esa personalidad infalible, de ojo de halcón y fuera de lo común, sino que es un joven de una sinceridad excepcional que trata de salir adelante en su profesión. Mientras que el Holmes de Basil Rathbone se mostraba nervioso y tenso, el mío tiene una calidad más ascética, se muestra deliberadamente carente de bohemia, y se ve minimizado por la realidad” (16).

66


En cuanto al personaje de Watson, el actor convenido fue H. Marion Crawford (1914-1964). En el cine desde 1935 con un pequeño papel en Music Hath Charms (1935), de Thomas Bentley, Alexander Esway, Walter Summers y Arthur B. Woods, fue una presencia habitual en las pantallas británicas. En la serie cinematográfica producida por Harry Alan Towers en los años sesenta sobre Fu Manchú, y protagonizada por Christopher Lee como el pérfido oriental, Crawford se hizo cargo del cometido del doctor Petrie, que no era otra cosa que una trasposición de Watson. Encarnó el papel en todos los títulos de la saga, así El regreso de Fu Manchú (The Face of Fu Manchu, 1965), Las novias de Fu Manchú (The Brides of Fu Manchu, 1966), ambos de Don Sharp, La venganza de Fu Manchú (The Vengeance of Fu Manchu, 1967), de Jeremy Summers, Fu Manchú y el beso de la muerte / The Blood of Fu Manchu (1968) y El castillo de Fu Manchú /

The Castle of Fu Manchu (1969), estas dos últimas de Jesús Franco. Ese mismo año 1969 Crawford moría a los 55 años de edad. Desde hacía mucho tiempo H. Marion Crawford iba detrás de interpretar el personaje de Watson, a quien quería aportar un perfil distinto al de bufón que le había otorgado el por otra parte excelente Nigel Bruce en las películas con Basil Rathbone. En ese sentido refirió: “Nunca había considerado a Watson como un constante chapucero sin cerebro, que proporciona alivio cómico en las representaciones anteriores. Es un hombre normal, con los pies en el suelo, un estudiante de medicina que ofrece valiosos consejos… En otras palabras, es el complemento ideal al joven optimismo de Holmes” (17). Para algunos críticos, pese a lo referido, Ronald Howard resultaría demasiado joven y bisoño para el papel. Sin 67


embargo, H. Marion Crawford goza de mayor prestigio, a tal punto que está considerado uno de los mejores Watson de la historia. El reparto semi-fijo se completaba con el actor escocés Archie Duncan en el cometido de Lestrade, que esta vez sí suponía el “alivio cómico” que refería Crawford, y Richard Larke como el sargento Wilkins. Entre los invitados estuvieron el francés Eugene Deckers, que encarnó a lo largo de la serie a siete personajes diferentes, entre víctimas y criminales, amén de figuras de fama como Delphine Seyrig, Michael Gough, Dawn Addams o, en especial, Paulette Goddard. Esta última, que tenía fobia a los cementerios, cuando era llevada en limusina a los estudios hacía que el vehículo diera un rodeo de kilómetros para evitar pasar frente a uno. Se construyeron en estudio varios decorados para figurar tanto el interior como los exteriores de Baker Street. El encargado de ello fue Michael Weight, quien, en verano de 1951, y dentro del Festival of Britain, ya había ejecutado una exhibición sobre Sherlock Holmes y su mundo. Aparte de ello, se edificaron otros decorados para representar parques, las oficinas de Scotland Yard, otras viviendas… Casi todo se filmó en estudio, añadiendo de forma constante una toma de archivo de coches de caballos pasando por el Puente de Londres, con el Big Ben de fondo, una imagen tópica que se ha visto miles de veces. Unos pocos exteriores franceses fueron utilizados, así como actores de esa nacionalidad, para cometidos sin diálogo o de carácter secundario, donde sus acentos colaban con mayor o menor fortuna. Se rodaron 39 episodios distribuidos en una única temporada, para sindicación, si bien hubo rumores de una segunda tanda

a filmar a partir de junio de 1955, si bien no se llegó a hacer. Como directores se contó con Steve Previn, hermano del compositor André Previn, que se hizo cargo de nada menos que veinticinco de ellos. Previn ya había dirigido antes Foreign Intrigue. Después, el propio Sheldon Reynolds dirigió nueve de los capítulos, y por último Jack Gage, que también había colaborado en la citada serie de espías, se hizo cargo de los cuatro restantes. En 1980, Reynolds produjo una nueva serie sobre nuestro detective, ahora titulada Sherlock Holmes and Dr. Watson, en la que muchos de los capítulos eran remakes de los de esta. Esta nueva serie se haría en colaboración con Alemania, y como directores figuraron nombres de la talla de Val Guest o Roy Ward Baker; Holmes sería encarnado aquí por Geoffrey Whitehead, y Watson por Donald Pickering. De los treinta y nueve episodios, la mayoría partió de guiones originales, y solo unos pocos se basan en el Canon: “The Case of the French Interpreter” se basa en “The Adventure of the Greek Interpreter”, “The Case of the Pennsylvania Gun” en The Valley of Fear, como ahora veremos, “The Case of the Shoeless Engineer” en “The Adventure of the Engineer’s Thumb” y “The Case of the Red-Headed League” no es necesario precisarlo. Amén de ello, el primer episodio, “The Case of the Cunningham Heritage”, adapta el inicio de A Study in Scarlet, donde Holmes y Watson se conocen (siendo una de las pocas veces que este hecho se ha visto en pantalla), y luego prosigue con una historia original; y otros cuantos episodios son versiones lejanas de otros relatos de Conan Doyle. 68


El primer capítulo, ya citado, se emitió en la televisión norteamericana el 18 de octubre de 1954, y el último fue “The Case of the Tyrant’s Daughter”, que se vería el 17 de octubre de 1955. En Inglaterra, curiosamente, no se llegó a ver hasta 2006, hasta que se emitió por un canal llamado Bonanza. En España jamás ha podido ser vista. Como se ha referido, el episodio “The Case of the Pennsylvania Gun”, que es el capítulo tres de la serie, se basa en The Valley of Fear, y el guion y la dirección corrieron a cargo del propio Reynolds. Atendiendo a la duración de los episodios, cualquier conocedor de la novela se hará una idea de cómo se ha procedido para la adaptación. Pese a ese escaso metraje, aún se tiene tiempo para introducir elementos humorísticos al inicio, con Holmes tonteando con un equipo de pesca y la reacción que la actitud de la pareja despierta en un mozo que trae una carta. A continuación, la llegada de Holmes y Watson al lugar del suceso se presenta de un modo similar a como en la novela, si bien simplificando la exposición y reduciendo personajes; el tono un tanto burlón, mientras, persiste. El cambio más acusado se refiere al fondo del asunto, pues aquí no tenemos ninguna sociedad secreta, sino simplemente un yacimiento de oro compartido por tres personas: la supuesta víctima, el amigo que comparte vivienda con él y su esposa, y un tercer desconocido. Para cualquier espectador desconocedor del libro, la conclusión es obvia. El inspector encargado del caso, Mac Leod, pese a su definición un poco bufonesca y, por supuesto, estar equivocado en sus conclusiones, sin embargo saca algunas deducciones nada desdeñables. El resultado es una aportación ligera y sencilla, que dado

su tono hacer aparentar la trama más simple de lo que en realidad es. Solo se centra en la primera parte de la novela, simplificando todo de un modo extraordinario, y con el cambio referido sobre la relación entre los implicados. Crawford interpreta a Watson con rasgos muy británicos y, tal como se refería al respecto, no es para nada el lerdo que popularizó el bueno de Nigel Bruce. En cuando a Howard, aparte del sorprendente parecido que tiene con su padre, tanto en el físico como en los gestos, aporta un perfil demasiado jovial de Holmes, sin duda para hacerlo más accesible al público, lo cual difumina ese aura de misterio y complejidad que ha acompañado a la creación de Conan Doyle. Dirección: Sheldon Reynolds. Productor: Sheldon Reynolds para Guild Films. Productora asociada: Nicole Milinaire. Guion: Sheldon Reynolds. Fotografía: Raymond Clunie. Música: Paul Durand. Montaje: George Gale. Decorados: Raymond Druart. Intérpretes: Ronald Howard (Sherlock Holmes), Howard Marion-Crawford (Dr. John H. Watson), Russell Waters (Mac Leod), Maurice Teynac (Morelle), Frank Dexter (sargento), Richard Larke (sargento Wilkins). Nacionalidad y año: Estados Unidos 1954. Duración y datos técnicos: 26 min. B/N 1.33:1. Fecha de emisión: 1 de noviembre de 1954 (1ª temporada, episodio 3). El collar de la muerte (Sherlock Holmes und das Halsband des Todes / Sherlock Holmes et le collier de la mort / Sherlock Holmes la valle del terrore) (1962) 69


En Alemania, la literatura del autor británico de misterio Edgar Wallace (1875-1932) era inmensamente popular. Ya en 1927 se realizó en aquel país una adaptación de su obra, Der große Unbekannte, por parte de Manfred Noa, la primera de una serie de escasas adaptaciones hacia la época. Fue sin embargo, y tras un exitoso grupo de telefilmes a mediados de la década de 1950, cuando se inició un amplio ciclo de adaptaciones cinematográficas del autor con La banda de la rana (Der Frosch mit der Maske, 1959), de Harald Reinl, y que duraría hasta principios de los setenta, dando lugar a toda una tradición de filmes alemanes de misterio denominados krimi. Sherlock Holmes, por supuesto, también era de gran éxito en el país germano, como de hecho toda la tradición criminal y de misterio, y ya en época del cine mudo fue abordado con abundancia, en especial El perro de los Baskerville. No era extraño, pues, que en plena eclosión del fenómeno decidieran realizar una película sobre nuestro personaje. Así, Constantin Film Verleih, uno de los mayores estudios berlineses del momento, se planteó adaptar la obra de Arthur Conan Doyle, para lo cual solicitaron permiso a los herederos, haciéndose cargo de la producción Artur Brauner (junto a su hermano Wolf), responsable del ciclo de los sesenta dedicado al doctor Mabuse. Viendo la ficha técnica, no puede decirse que se lo tomaran con superficialidad, sino que tenían verdades intenciones de hacer un producto de peso. Como director escogieron al británico Terence Fisher, que en la época estaba en su mejor momento.

70


Descubrimiento de la productora británica Hammer Films, Fisher fue el renovador de la tradición de cine de terror de la época con obras maestras como Drácula (Dracula, 1958), The Revenge of Frankenstein [tv/dvd: La venganza de Frankenstein, 1958], Las novia de Drácula (Brides of Dracula, 1960) o La maldición del hombre lobo (Curse of the Werewolf, 1961), por solo citar unas pocas previas a la presente película. Además, y lo más importante, en 1959 había dirigido El perro de Baskerville (The Hound of the Baskervilles), espléndida adaptación de la novela, teñida del toque Hammer, con el gran Peter Cushing como Holmes, André Morell como Watson y Christopher Lee en el rol de Sir Henry Baskerville. Así pues, poner al magnífico Terence Fisher al frente de todo era una decisión admirable. Además, como guionista se contó con Curt Siodmak, novelista de origen alemán que había alcanzado el éxito en Hollywood con algunas aportaciones a los clásicos de terror de los cuarenta, principalmente El hombre lobo (The Wolf Man, 1941), de George Waggner. En todo caso, existen rumores de que su guion sería reescrito en abundancia por un colaborador desconocido. Como Sherlock Holmes se decidió escoger a Christopher Lee, quien haría triplete con personajes del Canon encarnando a Mycroft en la esencial La vida priviada de Sherlock Holmes (The Private Life of Sherlock Holmes, 1970), de Billy Wilder. No serían estas tres las únicas colaboraciones con el mundo de Conan Doyle: a principios de los noventa volvió a dar vida a Holmes en un díptico de mini-series televisivas, Sherlock Holmes y la prima donna (Sherlock Holmes and the Leading Lady, 1991), del 71


hammeriano Peter Sasdy, e Incidente en las cataratas Victoria (Incident at Victoria Falls, 1992), de Bill Corcoran. Además, fue presentador del documental The Many Faces of Sherlock Holmes (1985), de Michael Muscal.

mayor John Sholto en el telefilm El signo de los cuatro (The Sign of Four, 1985), de Desmond Davies. Christopher Lee y Thorley Walters serían los únicos actores británicos dentro de un reparto compuesto por, principalmente, alemanes, junto a algunos pocos intérpretes franceses e italianos que aportaban la coproducción con esos dos países. El papel de Mrs. Hudson corrió a cargo de Edith Schultze-Westrum; dentro de su muy poco conocida carrera en España cabe destacarla como una de las madres de El puente (Die Brücke, 1959), de Bernhard Wicki. Moriarty fue encarnado por Hans Söhnker, prestigioso actor alemán premiado con la Cruz del Mérito en 1973. Más conocida será la “chica de la película”, Ellen Blackburn, a la que da vida Senta Berger, de carrera internacional, destacando sus participaciones para Sam Peckinpah en Mayor Dundee (Major Dundee, 1965) y La cruz de hierro (Cross of Iron, 1977). Esta película se rodó sin sonido directo. Christopher Lee, quien habla excelentemente el alemán, puso su propia voz, por ejemplo, en otra producción germana, el krimi El misterio de los narcisos amarillos (Das Geheimnis der gelben Narzissen, 1961), de Ákos Ráthonyi. Sin embargo, aquí fue doblado para la versión alemana y, cuando el film se exportó a Inglaterra (estrenándose allí en 1968), fue también doblado por una voz anónima, por lo cual no se le puede oír ni en una ni en otra versión (ni, por descontado, en la francesa o en la italiana), como tampoco, de hecho, se puede oír a Thorley Walters. Aparte de ello, en el doblaje al inglés se variaron algunos elementos de los diálogos originales. Esto repercute, lamentablemente, en poder disfrutar de la interpretación completa de este prodigioso actor, quien además posee una voz espléndida

En el papel de doctor Watson se contó con alguien también procedente de la plantilla Hammer, Thorley Walters, quien volvería a asumir ese rol en un cameo en La mejor casa de Londres (The Best House in London, 1969), de Philip Saville, en El hermano más listo de Sherlock Holmes (The Adventure of Sherlock Holmes’ Smarter Brother, 1975), de Gene Wilder, y en el corto televisivo Silver Blaze (1977), de John Davies, dentro de la serie ITV Sunday Night Drama. Y también daría vida al

72


(18). Añadamos que, de paso, se le caracterizó con una nariz postiza. El rodaje, que ocupó entre julio y agosto de 1962, tuvo lugar casi en toda su totalidad en Alemania, aunque algunas escenas se filmaron en Londres y otras en Dublín. En esta última localización, algunos extras de raza gitana se aproximaron a Lee y le interrogaron sobre sus ancestros; él poco sabía al respecto, y aquéllos le informaron que, dado su físico, muy bien pudiera haber tenido antepasados cíngaros, razonamiento que Lee consideró factible. La película fue un fracaso, a tal punto que una segunda sobre el personaje que se anunció, y que trataría sobre Holmes investigando la desaparición de un tren, no llegó a hacerse. Terence Fisher, hablando sobre El collar de la muerte, refirió que “más valdría olvidarse de ella” (19). Christopher Lee, por su parte, comentó: “Creo que fue una

lástima lo de esta película, en más de un sentido. Nunca debimos haberla hecho en Alemania con actores alemanes, a pesar de que tenía un director artístico y un realizador británicos. Los productores alemanes hicieron una mezcolanza de historias que la arruinó. Mi interpretación de Holmes es, creo, una de las mejores que he efectuado, porque traté de encarnarlo tal como fue escrito, un hombre muy intolerante, amigo de las discusiones y complicado, y por medio del maquillaje me parecía mucho a él. Todo el mundo que lo vio me dijo que era el Holmes más cercano a cualquier otro actor, tanto en

73


apariencia como en interpretación” (20). Charles Prepolec, de la web BakerStreetDozen.com escribió: “En líneas generales hay algunos personajes divertidos que añaden un elemento de humor, incluyendo una interpretación de Thorley Walters tristemente cercana al estilo de Nigel Bruce. La comedia abunda en una

secuencia en un pub con un Holmes disfrazado de matón. Hay algunas escenas bien interpretadas entre Lee y Hans Söhnker, que se desarrolló en un banco que rememora el fantástico enfrentamiento entre Holmes y Moriarty registrado en ‘El problema final’. Hay grandes cosas, pero lamentablemente no lo suficientemente frecuentes como en esta película” (21). En realidad, los problemas arreciaron sobre la película desde un inicio. Estaba el caos habitual en este tipo de coproducciones, donde cada actor interpretaba en su propio idioma, por lo cual a un comentario en inglés podría venir una réplica en alemán, junto a un apunte adicional en italiano. Aparte de ello, dos de los productores, los alemanes Artur Brauner y Heinrich Von Leipzinger no se soportaban, hasta tal punto que en un momento determinado llegaron incluso al enfrentamiento físico (22). Esto desquició a Fisher, de tal modo que incluso llegó a gritar a Lee, algo que jamás hizo ni volvería a hacer. Llegado a este punto, el realizador 74


británico decidió irse a rodar los exteriores a Irlanda, y lo que quedaba por hacer en Alemania se lo dejó a Frank Winterstein, su ayudante de dirección y, en especial, el intérprete que mediaba entre el director y los actores y el equipo germanos. De ahí que en los créditos de la copia alemana Winterstein figure como co-director (23). En cuanto al resultado de la película, la verdad es que no es tan mala como se la suele calificar. Tiene el enorme problema de un desastroso guion debido a Curt Siodmak. Por un lado, esa “adaptación” de El Valle del Miedo, que centra una breve parte de la acción en el propio libro (el asesinato y su resolución), con un inicio y un final por completo diferentes, y con Moriarty implicado de forma física, recuerda en muchos aspectos a la versión protagonizada por Arthur Wontner de la que ya hablamos. Aquí, por cierto, la sospecha de adulterio entre la “viuda” y el amigo del “difunto” se confirma, pues ambos están enamorados. Aparte de ello, el arranque rememora un tanto a El signo de los cuatro, sin que, empero, pueda considerarse una adaptación. Además, todos los procesos deductivos de Holmes están reducidos a su mínima expresión, y en ocasiones llega a comportarse incluso de un modo torpe. Sorprende, por otro lado, la machacona insistencia sobre la utilidad del Times para resolver todo, que llega al grado de una especie de gag, solo que carente de gracia. Sumemos además el método en que los acólitos de Moriarty se hacen con el collar que transporta el furgón policial, exactamente igual a como aparecía en el clásico del cine negro El abrazo de la muerte (Criss Cross, 1949), dirigido por… Robert Siodmak, hermano de Curt. Aquí, Moriarty es convertido es un arqueólogo de prestigio

internacional, y que, tras el descubrimiento de nada menos que la momia de Cleopatra, roba un valioso collar perteneciente a esta. Thorley Walters, en su interpretación de Watson, sigue la clásica escuela de Nigel Bruce, mostrándose a veces de un tontorrón subido que asusta, aunque en otras realiza contribuciones estimables. Está lejos, con todo, del sobrio aporte que hizo André Morell en la otra adaptación por parte de Fisher. Con todo, dentro de esos cánones elegidos, Walters realiza una buena interpretación. En cuanto a Christopher Lee como Holmes, referir que está sencillamente magnífico. Pese a que la nariz postiza sea muy ostentosa, si uno se olvida de ello cabe admitir el parecido con los grabados de Sidney Paget. Aparte de ello, en una de las pocas virtudes del guion de Siodmak, Holmes (pronunciado en el doblaje español como “Jolmes”) emplea su habitual técnica del disfraz, y por la cual siento especial debilidad: será dos veces un rudo matón, y en otra un estirado petimetre con bigotito y gafas redondas, estando espléndido en ambos cometidos. Por lo demás, Lee nos ofrece un Holmes extravagante, inteligente, adusto, alegre en ocasiones…; en definitiva, todo un espectáculo interpretativo, y que desde luego supera las limitaciones que se le insuflan en el romo guion. Incluso cabe añadir que el actor alemán que encarna a Moriarty, Hans Söhnker, aporta un innegable empaque al mismo, superando sin esfuerzo a algunos anglosajones que acometieran idéntico cometido, el de la citada película de Arthur Wontner, por ejemplo.

75


Fisher, que en El perro de los Baskerville se sirvió del color, aquí emplea el blanco y negro con elegancia y potencia, utilizando algunos trucos visuales que lo confirman como un gran maestro: el juego de las llamas en la cara de los personajes, o un pequeño foco de luz en un rostro en sombras potencia la expresividad de algunos momentos, así como el flashback que narra Senta Berger, filmado con encuadres inclinados, lo cual le otorga resonancias a lo Orson Welles. El realizador confiere ritmo a la narración y esta se ofrece fluida, sin un solo tiempo muerto, con un hábil uso de la variación de escenarios. El film, como se ha visto, tiene puntos negativos, el pésimo guion y una banda sonora terrible de sones sesenteros. Además, ofrece una ambientación surrealista, que parece alternar los años veinte con los sesenta, mezclando coches de época con vestimentas y peinados contemporáneos (a la época en que se rodó), de un modo incomprensible. Empero, las interpretaciones, la hermosa fotografía y la sobria puesta en escena de Fisher logran paliar esas limitaciones conformando un título, no para las antologías, pero sí simpático y que se ve con agrado. Lástima, porque estando dirigida por Terence Fisher, uno se esperaba una obra maestra. Dirección: Terence Fisher. Productor: Artur Brauner para Central Cinema Company Film, Criterion Productions, Incei Film, Constantin Film Produktion. Productor ejecutivo: Wolf Brauner. Guion: Curt Siodmak. Fotografía: Richard Angst. Música: Martin Slavin. Montaje: Ira Oberberg. Dirección artística: Paul Markwitz. Efectos especiales de maquillaje: Paul 76


Markwitz. Ayudante de dirección: Frank Winterstein. Intérpretes: Christopher Lee (Sherlock Holmes), Hans Söhnker (profesor Moriarty), Thorley Walters (Dr. Watson), Hans Nielsen (inspector Cooper), Senta Berger (Ellen Blackburn), Ivan Desny (Paul King), Wolfgang Lukschy (Peter Blackburn), Leon Askin (Charles), Edith Schultze-Westrum (Mrs. Hudson), Bruno W. Pantel (subastador), Heinrich Gies (comprador de Texas), Bernard La Jarrige (policía francés), Linda Sini (chica), Roland Armontel (doctor), Danielle Argence (bibliotecario del Times), Franco Giacobini (coleccionistas de Texas), Waldemar Frahm (mayordomo), Rena Horten (Emily Kellner), Max Strassberg (Johnny), Corrado Annicelli (Samuels), Pierre Gualdi (Wirt), Kurt Hain (encargado de Correos)… Nacionalidad y año: Alemania, Francia, Italia 1962. Duración y datos técnicos: 83 min. B/N 1.66:1. Fecha de estreno: 30 de noviembre de 1962 (Alemania); 3 de mayo de 1963 (Italia); 20 de mayo de 1964 (Francia); 10 de mayo de 1965 (España).

en especial en el género criminal, en muchos casos versioneando autores extranjeros (Edgar Wallace no podía faltar), a tal punto que ha sido definido como “un experto en el romanticismo inglés”. Rodó una serie de doce episodios titulada Tenente Sheridan (1959-1961), que alcanzaría tal éxito que dispondría de una continuación, Ritorna il tenente Sheridan (1963), ya sin el concurso de él. Parece ser que solo dirigió una película para cines, L’oro di Londra (1967), con el seudónimo de Billy Moore, con fines de exportación, y una vez más basándose en Wallace. Como Sherlock Holmes tenemos a Nando Gazzolo, activo trabajador televisivo que colaboraría en diversas

La valle della paura (1968) El presente es un telefilm italiano muy poco conocido, que adapta, una vez más la novela que nos concierne. Producido por la RAI, en la dirección contamos con Guglielmo Morandi, un hombre, según parece, dedicado casi enteramente al medio. Precediendo a la presente rodó la adaptación también de El perro de Baskerville con L’ultimo dei Baskerville, protagonizada de igual modo por Gazzolo y Bonagura como Holmes y Watson. Por lo que se conoce de la carrera de Morandi, esta parece centrarse 77


ocasiones con Morandi. Y como Watson figura Gianni Bonagura, que también participaría varias veces tanto con el director como con su compañero de reparto. Según parece, La valle della paura se emitió dividido en tres partes, componiendo en total una mini-serie de seis episodios junto a la otra adaptación referida, y bajo el título globalizador de Sherlock Holmes. Tal como se refiere, al ser esta la segunda aportación, aparece más sólida en producción, con una dirección menos estática y un reparto menos teatral. La adaptación parece ser bastante fiel al libro, y se destaca la perfecta dicción (al italiano, por supuesto) del dúo protagonista. Dirección: Guglielmo Morandi. Producción: Radiotelevisione Italiana (RAI). Guion: Anton Giulio Majano. Decorados: Amedeo Puthod. Intérpretes: Nando Gazzolo (Sherlock Holmes), Gianni Bonagura (Dr. Watson), Leonardo Severini (Ames), Cesarina Gheraldi (Mrs. Allen), Anna Miserocchi (Ivy Douglas), Mario Erpichini (Cecil Barker), F. Paolo D’Amato (Jack Mc Donald), Antonietta Lambroni (Mrs. Clarke), Francesco

Sormano (inspector Mc Donald), Enrico Ostermann (inspector Mason), Giuseppe Mancini (Jackson), Mario Laurentino (sargento Wood), Ernesto Colli (Turner)… Nacionalidad y año: Italia 1968. Duración y datos técnicos: 112 min. B/N 1.33:1.

78


El Valle del Miedo (Sherlock Holmes and the Valley of Fear) (1983)

versiones. De procedencia australiana es un ciclo de cuatro adaptaciones de clásicos de nuestro escritor. A la presente se suman también Estudio en escarlata (Sherlock Holmes and a Study in Scarlet), El perro de Baskerville (Sherlock Holmes and the Baskerville Curse) y El signo de los cuatro (Sherlock Holmes and the Sign of Four), es decir, las cuatro novelas que Conan Doyle escribió sobre el detective de Baker Street, y todas ellas realizadas en 1983. La producción proviene de los estudios Burbank Films Australia, que entre 1982 y 1989 originó casi cuarenta versiones de la índole que referíamos al inicio, comenzando con Oliver Twist, de Dickens, y finalizando con Los hermanos corsos, de Alexandre Dumas padre. Estas películas, de cincuenta minutos de duración, estaban destinadas a rellenar la programación televisiva, amén de su venta en formato casero.

El acto de realizar adaptaciones de clásicos de la literatura en el formato de animación (sea para televisión o para lo que, en tiempos, se denominó “directos a vídeo”, o DVD) es bastante común. El motivo puede ser doble: por un lado, se dispone de una historia base de calidad de forma gratuita, al ser la obra ya libre de derechos, y por otro lado se efectúa la noble labor de ofrecer de un modo fácil un acercamiento de la cultura literaria a los niños, supuestos receptores de este tipo de productos. Así, versiones de las obras de autores como Jules Verne, Robert Louis Stevenson, Charles Dickens o Walter Scott, por poner unos ejemplos, son bastante comunes. Sir Arthur Conan Doyle no podía faltar, y es muy posible que, aparte de lo aquí referido, haya más por parte de compañías pequeñas norteamericanas o canadienses, las más habituales en realizar estas 79


Es sorprendente cómo se contó con un alto grado de compromiso artístico al disponer de un actor de la talla de Peter O’Toole para poner voz a Sherlock Holmes. Que uno sepa, tal responsabilidad no se extendió al resto de las producciones de la casa, siendo los demás doblados por actores especializados en estas labores. O’Toole, por cierto, más adelante se haría cargo de interpretar a Arthur Conan Doyle en la muy apreciable Cuento de hadas (FairyTale: A True Story, 1997), de Charles Sturridge. Por lo demás, la voz de Watson fue puesta por Earle Cross, un actor que realizaría igual cometido en una adaptación de El hombre de la máscara de acero, de Dumas padre, amén de aparecer físicamente en unas pocas series televisivas australianas. La conversión de la novela es casi literal, de hecho demasiado, pues se hace en exceso discursiva, con dibujos estáticos hablando sin parar, faltándoles dinamismo cinematográfico. El diseño de los dibujos, por lo demás, ofrece el simplismo característico de este tipo

de producciones. La narración es fría, sobrecargada, y aparenta demasiado aburrida y dialogada para los niños, teóricos destinatarios de esta clase de adaptaciones, como dijimos; para los adultos amantes del original literario, lo cautivante de la historia original se ve perjudicado por la simplista resolución visual y artística del conjunto. En lo que respecta a la trama, ya se ha referido el hecho de la fidelidad; la mayor parte de la historia se centra en la primera parte de la novela, estando resuelta la segunda en menos de diez minutos. Burbank Films Australia. Co-productores ejecutivos: Tom Stacey, George Stephenson. Guion: Norma Green. Música: John Stuart. Montaje: Peter Jennings, Caroline Neave. Consultor creativo: Eddy Graham. Coordinador de producción: Joy Craste. Storyboard: Richard Slapczynski. Intérpretes: Dibujos animados, con las voces (en la VO) de Peter O’Toole (Sherlock Holmes), Earle Cross (Dr. Watson), Brian Adams, Colin Borgonon, Judy Nunn, Ron Haddrick, Robin Stewart, John Stone, Henri Szeps… Nacionalidad y año: Australia 1983. Duración y datos técnicos: 48 min. color 1.33:1. Notas: 13 Citado por Alan Barnes: Sherlock Holmes On Screen: The Complete Film and TV History. Titan Books, 2012; págs. 180-185. 14 Citado por Peter Haining: The 80


Television Sherlock Holmes. Virgin Books, 1994; pág. 57. 15 En todo caso, siempre nos quedará la duda de saber qué tal hubiese quedado Leslie Howard en el cometido de Sherlock Holmes, pero a mi juicio hubiese sido ideal. 16 Citado por Peter Haining. Op. cit.; pág. 58. 17 Íbid. 18 La edición en DVD que hay en España ofrece la versión original alemana. Por suerte, el doblaje que se incluye es el original de su estreno en nuestro país, y no un pésimo redoblaje contemporáneo, por lo cual puestos a ver a Lee doblado al alemán, es preferible verlo en español, que además ofrece una mayor calidad. 19 Davies, David Stuart: Holmes of the Movies: The Screen Career of Sherlock Holmes. Bramhall House, 1978; págs. 129-130. 20 Íbid; pág. 130. 21 http://bakerstreetdozen.com/lee.html 22 Curiosamente, Leipzinger no aparece en los créditos. 23 Como director solo constan dos labores suyas, en una serie de televisión y el film de aventuras Die Hölle von Macao (1967), co-dirigido con James Hill. Como ayudante de dirección cabe apuntar su colaboración en el espléndido díptico El tigre de Esnapur (Der Tiger von Eschnapur) / La tumba india (Das indische Grabmal), dirigido en 1959 por Fritz Lang; también participó en un interesante film bélico producido por la Hammer, Ten Seconds to Hell [tv: A diez segundos del infierno, 1959], de Robert Aldrich.

Las chicas de nadie (2016) Por Roberto Barreiro

81


deriva y hasta el uso del silencio que uno recuerda de las películas alternativas (y, por qué no decirlo, de algunos comics alternativos) de esa década. NO esperen violencia desatada, explosiones espectaculares, tramas que avanzan velozmente: Connelly se toma su tiempo para desarrollar a sus personajes a través de sus diálogos y sus gestos, acompañado eficazmente por el dibujo de San Juan, absolutamente sin estridencias, sólido y expresivo. Hasta la ambientación en la época (esos noventas sin celulares, con grunge y con la generación X a pleno – tan bien retratada en Norma, la guía/interés amoroso incomprendido de Emmett– ) redunda en una novela gráfica que impacta y funciona. Una historieta adulta, bien alejada de los clisés. Y, como dije antes, con un final muy sorpresivo que me pareció brillante. Desde ya espero que este libro sea comprado, leído y difundido más. Lo vale.

Autores: Damián Connelly (guión) y Matías San Juan (dibujos) Edita: Atmosfera, Lanús, 2016

Emmett Leech, profesor de enseñanza media, divorciado, solitario. Su único placer es alquilar películas porno, especialmente las que protagoniza la actirz XXX Deborah Lake. Y ahí es donde comienzan sus problemas. Porque en medio de una cinta , aparece sobregrabada la imagen de una joven latina atada, desnuda y con signos de haber sido lastimada, que mira a cámara y dice angustiada “Mi nombre es Lupe. Deben ayudarme” ante el atónito Emmett. Que empezará una búsqueda de la misteriosa joven ayudada por su vecina (y ex compañera de clase de Lupe) Norma en un descenso a los infiernos personal que incluye la mafia china, drogadictos chicanos y un director porno retirado, terminando con una voltereta final tan inesperada como demoledora. Si esto se hubiera filmado en la década de 1990, habría triunfado en Sundance. La novela gráfica de Connelly y San Juan tiene los ritmos, el tono melancólico, los personajes a la 82


acontecimientos que dejarían una impronta indeleble en la historia más negra de la capital británica y acabarían por manifestarse en alguna de sus páginas literarias: la epidemia de peste de 1665 —su obra Diario del año de la peste retrata sus estragos con una mirada apocalíptica que parece presagiar el recurrente catastrofismo de mucha ciencia ficción británica— y el gran incendio de Londres de 1666. Hijo de un artesano de la cera, más tarde reconvertido en carnicero, Defoe se formó como pastor presbiteriano, pero sus pasos le alejarían de esa vocación inicial para dedicarse a diversos negocios, que le permitirán viajar por Europa, y a los azares de la política. Esta inclinación por participar en los asuntos del Estado le llevarán a complicarse en conspiraciones, ejercer como espía y visitar varias veces la cárcel por causa de sus escritos contra el gobierno. Aunque empieza a publicar en 1689, principalmente ensayos y libelos políticos, con su retirada de los asuntos públicos en 1714 entra en el periodo más fructífero e interesante de creación literaria. Es en ese momento cuando escribe su primera novela, y su obra más conocida universalmente: Robinson Crusoe (The Life and Strange Surprizing Adventures of Robinson Crusoe, of York, Mariner; 1719), un elogio a la razón y a la capacidad del ingenio humano para transformar su entorno en forma de novela de aventuras. Otros de sus títulos de ficción también han sido muy apreciados, como El capitán Singleton (Captain Singleton; 1720) o Moll Flanders (1722). La primera incursión de Daniel Defoe en el género fantástico está datada años antes que su Robinson

Defoe, reportero de lo sobrenatural Por Armando Boix Millán

Daniel Defoe, nacido en Londres hacia 1660, fue espectador, en su infancia temprana, de dos

83


Crusoe, en 1705, y lleva por título La verdadera historia de la aparición de la señora Veal. La crítica anglosajona, tan encerrada en sus propios referentes culturales, suele calificarla como la primera narración moderna de fantasmas. Desde luego Defoe no trajo por primera vez espectros a la literatura, cuya presencia ya es frecuente en textos de la antigüedad; pero sí es cierto que el tratamiento estilístico escogido por este autor para tratar una anécdota nimia —una mujer recibe la visita de una vieja amiga, para descubrir, después, que ya estaba muerta cuando acudió a su puerta— sitúa a su narración un paso por delante de sus precedentes. Con inteligencia, Defoe renuncia al tono de conseja narrada junto a la chimenea para adoptar un estilo impersonal, casi como una crónica periodística. Con esta argucia formal, desarma la prevención del lector de su época, educado y racional, presentando el suceso no como leyenda inverosímil sino como hechos ciertos, propiciando el escalofrío al introducir lo sobrenatural en un entorno ordenado, familiar, quebrando nuestras seguridades. Esta técnica, que aquí se ensaya por primera vez, caracterizará las mejores ghost stories británicas hasta alcanzar su perfección en la obra de M. R. James, a principios del siglo XX. Aunque Daniel Defoe no fue un autor especializado en la ficción fantástica —habría que esperar a la novela gótica y al romanticismo para encontrar escritores centrados en exclusiva en este género—, al contrario que otros autores de contribución puntual, el creador de Robinson Crusoe incursionó repetidamente en el relato sobrenatural. Yo, al menos, sin pretender conocer toda su producción, he tenido la oportunidad de leer nueve relatos suyos de tema 84


espectral, sin olvidar otros textos, como su Historia del diablo (1726) o el ya citado Diario del año de la peste (1722), no menos inquietantes. No se me ocurre otro escritor anterior que que haya recalado con tanta asiduidad en tales puertos; aunque, reconozcámoslo, los cuentos de Defoe son de extensión bastante breve.

Marco Mono Por Roberto Barreiro

85


ventaja sin arriesgar nada, un cobarde que sabe huir para seguir viviendo a costa de lo que sea. El tono sarcástico de los guiones de Trillo se complementa perfectamente con el dibujo caricaturesco hasta el grotesco que le imprime Enrique Breccia, que demostraba una habilidad gigantesca para el tema. Hay mucho trabajo tras la aparentemente simple caricatura de Breccia aquí. Aclaremos: esta NO es una obra clave en ninguno del os dos autores. Se nota que hay mucho trabajo hecho velozmente sin pensar demasiado los guiones, donde hay mucho chiste largo alargado en los argumentos. Es una obra menor en los trabajos de ambos autores. Eso sí, solventado por ambos lados con profesionalismo. Pero comparado con otros de sus trabajos (individualmente o en conjunto) Marco Mono es más una curiosidad que un trabajo necesario si alguien quiere seguirle las trayectorias.

Autores: Carlos Trillo (guiones) y Enrique Breccia (dibujos) Edita: Doedytores, Buenos Aires, 2009 “Marco Mono es un indeciso. Está entre la hipocresía y la maldad sin culpa”. Así arranca Carlos Trillo el prólogo de esta recopilación de una de sus obras, hechas a finales de los años setentas y comienzos de los ochentas junto al dibujante Enrique Breccia. Y es así. Macro Mono, un mono errante y siempre dispuesto a aprovecharse de las situaciones, vive pequeñas historias en un universo extraño y fabulesco, relatos a un paso de la moraleja torcida, con visos de humor negro y una visión muy pesimista del mundo (algo lógico, si pensamos que se hicieron durante los momentos más álgidos de la dictadura argentina que gobernó ese país entre 1976 y 1983). Marco es básicamente un aprovechador, dispuesto a sacar

86


Autor: Pierre Benoit Edita: Pharos, México D.F., 1945

La Atlántida (L’Atlantide, 1919) Por Roberto Barreiro

Pierre Benoit (del que hablamos alla hace mucho tiempo, en los inicios del blog) es uno de esos ejemplos de autores cuyo éxito en vida no se ha convertido en perdurabilidad post mortem. El porqué de ello está más allá de esta reseña. Lo cierto es que –sobre todo en el período de entreguerras- su éxito fue notable. Sin embargo hoy por hoy casi no se lo recuerda. Y cuando eso ocurre se debe principalmente a esta novela. La Atlántida cuenta la historia de dos oficiales franceses en misión científica al Sahara, quienes terminan en el mítico reino de la Atlántida. Porque la Atlántida nunca estuvo en el mar, sino en el centro del desierto, en medio de los tuaregs. Y allí quedarán prendados de la reina del lugar, Antinea, femme fatale en la estela de Ayesha, de la que todos los hombres se enamoran hasta no poder vivir sin ella. El destino de todo amante de Antinea es ser convertido en una estatua de oro y pasar la eternidad en un salón junto a las estatuas-cadáveres de los otros antiguos amantes. Y la inevitabilidad de ello parece completa. Incluso la huida de uno de ellos (que será el narrador de la historia y que, por orden de Antinea, matará al otro hombre casi inconscientemente) solo asegura que volverá. Dentro del subgénero del “mundo perdido”, La Atlántida es un clásico. Pese a su evidente dependencia argumental de Ella de Rider Haggard, la novela de Benoit hace muy bien lo que toda novela de este subgénero tiene que hacer, o sea convencernos de la factibilidad de la existencia de dicha civilización perdida. Y Antinea como 87


Diosa-Que-Ama-y-Mata-A-Los-hombres funciona bien. Definitivamente, si están interesados en el subgénero de mundos perdidos, no pueden dejar de leer está novela.

La realidad cuestionada Poe Armando Boix Millán Publicado en la revista “Stalker” en 1999, con motivo del estreno de la película Matrix, hoy en día a este artículo podrían añadírsele muchos más títulos sobre esos mundos cinematográficos donde la realidad no es lo que parece; sin embargo, creo que el recorrido por los precedentes a la popular obra de los hermanos Wackowski puede tener aún cierto interés para los lectores. «¿Has tenido alguna vez un sueño, Neo, del que estuvieras muy seguro de que era real? ¿Qué sucedería si no pudieras despertar de ese sueño, Neo? ¿Cómo distinguirías el mundo de los sueños del mundo real?» The Matrix En el siglo XVIII, el obispo anglicano George Berkeley formuló por primera vez, y de la forma más perfecta, la teoría solipsista, que Martin Gardner nos resume con claridad envidiable: «Todos somos prisioneros de lo que se ha dado en llamar nuestro “predicamento egocéntrico”. Todo lo que sabemos del mundo se basa en información que recibimos por nuestros sentidos. Este mundo de nuestra experiencia —la totalidad de lo que vemos, oímos, gustamos, sentimos y olemos— es lo que se llama a veces nuestro “mundo fenoménico”. Evidentemente, no hay ninguna posibilidad de percibir nada más que aquello que puede ser percibido, ni de experimentar cualquier cosa 88


aparte de aquello que puede ser experimentado. Charles S. Pierce inventó un término útil para ese mundo fenoménico. Lo llamó “fanerón”. ¿En qué podemos basarnos para creer que existe algo fuera de nuestro fanerón particular?»1 La verdad es que Berkeley, teísta convencido, no negaba la existencia de una realidad exterior a la mente humana, sólo se cuestionada que ésta fuera material, «sólida», que su pervivencia fuera ajena a la del observador. «Ser es ser percibido», escribiría el filósofo irlandés. Pero otros pensadores han ido más allá, dudando incluso de la existencia de ese sustrato fenoménico. Si toda certeza de un mundo exterior la recibimos por nuestros órganos perceptivos, en definitiva una serie de impulsos eléctricos que la mente traduce como imágenes y sensaciones, ¿acaso podemos afirmar que no vivimos inmersos en un espejismo creado por nuestra propia imaginación? Cuando soñamos, el cerebro nos engaña creando para nosotros un mundo de ilusiones perfectamente creíbles, donde podemos experimentar el tacto de una piel, el sabor de una comida o la fatiga tras un largo esfuerzo; al despertar descubrimos que nada de todo eso es «real». Sólo te queda una certeza: tú existes. Este enigma irresoluble, que hunde sus raíces en antiguas creencias y sistemas filosóficos —para los hindúes el mundo es sólo el sueño de Brahma y desaparecerá cuando éste despierte; para Plotino era la creación involuntaria de un demiurgo inconsciente—, ha fascinado a muchos literatos, bajo cuya influencia han escrito textos modélicos. Carroll, Borges y Cortázar son el ejemplo más obvio2, autores a los que habría que sumar, en el género de la ciencia ficción, al norteamericano Philip K. Dick,

quien convertiría el tema de la realidad cuestionada en una de sus obsesiones centrales, a través de novelas como Tiempo desarticulado, El hombre en el castillo, Ojo en el cielo o Ubik, entre otras.

89


si dejamos de lado films surrealistas como un Un perro andaluz o La edad de oro, donde toda lógica se subvierte para adoptar el tono de una pesadilla, los sueños y la alucinación adquirieron ya protagonismo en la era del mudo, principalmente a través de las producciones del expresionismo alemán, tan amante del género fantástico. Podríamos citar Ueberfall (1928), de Ernoe Metzner, con los sueños deformados por espejos de un herido, o Narcosis (1929), de Alfred Abel, donde contemplamos el delirio subconsciente de una muchacha sobre la mesa del quirófano; pero su título paradigmático es El gabinete del Dr. Caligari (Das Kabinett des Dr. Caligari, 1919), de Robert Wiene, sobre los crímenes de un sonámbulo instigados por la mente diabólica de Caligari, primero miembro de una troupe circense, después director del manicomio donde los protagonistas están encerrados. ¿Complot diabólico o alucinación de un demente, como parecen confesar las imágenes, alejadas de toda intención realista, tanto por sus decorados bidimensionales como por la vehemente interpretación de los actores? Paul Leni, refiriéndose a otra película del periodo, El hombre de las figuras de cera (Das Wachsfigurenkabinett, 1924), explicó a la perfección el ideario expresionista y, de paso, la clave para entender el film de Wiene: «He intentado crear unos decorados tan estilizados que marginen cualquier referencia a la realidad. Lo que la cámara percibe no es la realidad externa, sino la de los acontecimientos internos, que resulta más profunda, efectiva y conmovedora que la que vemos todos los días… Creo que el cine es capaz de captar y reproducir esa otra realidad»3.

El cine, concebible en principio como la más verista de las artes narrativas por utilizar como herramienta base a la fotografía, «el aspecto más evolucionado del realismo plástico que se inicia en el Renacimiento» —diría Malraux—, no ha renunciado a emplear la duda solipsista en sus argumentos. De hecho, a poco que nos paremos a pensarlo, son innumerables los films que a través de la imagen objetiva han pretendido plantearnos la mentira que puede encerrar, como si los realizadores y guionistas, a la manera dadaísta, nos advirtieran que el arte nos engaña, que sólo es representación, artificio, en modo alguno el objeto en sí. En esa línea conviene recordar la más denostada película de Alfred Hitchcock, Pánico en la escena (Stage Frigth, 1950), con un flash-back inicial en el que se nos presentan hechos que, sabremos después, nunca han sucedido de esa forma. Hitchcock rompió con la convención de que el espectador, aunque ponga en duda las palabras de los personajes, deberá creer siempre a pies juntillas lo que la imagen le muestra. Una osadía que muchos no le perdonaron. ¿Pero por qué hemos de tomar siempre la imagen como declaración fidedigna? ¿No puede referirse ésta a la construcción mental que los personajes se forman, en lugar de reflejar documentalmente la realidad? LA VIDA ES SUEÑO El camino más frecuentado por el cine para mostrar al hombre inmerso en un mundo de ilusiones es el del sueño; a fin de cuentas se trata de la forma de realidad alterada que todo ser humano visita con mayor asiduidad. Incluso 90


deudora Secreto tras la puerta (Secret Beyond the Door, 1947), de Fritz Lang—, y acaba por adentrarse en el más puro género fantástico jugando con las ideas preconcebidas del espectador o bien convirtiendo todo cuanto nos rodea en objeto de sospecha, ficción o delirio.

La llegada del sonoro, salvo contadas y notabilísimas excepciones como la La bruja vampiro (Vampyr, 1931), de Carl Theodor Dreyer, con la siempre citada secuencia del entierro en cámara subjetiva, marginó un tanto esa corriente onírica de universos íntimos y desquiciados donde nada debe interpretarse al pie de la letra. El cine de terror de la Universal se volvió hacia los mitos clásicos, de raigambre gótica y lectura siempre literal, mientras una minoritaria ciencia ficción se lanzaba a escenificar las utopías del mañana —como en el caso de Una fantasía del porvenir (Just Imagine, 1930), The Tunnel (1933) y La vida futura (Things to Come, 1936)— o a encadenar seriales en la tradición del cómic, el pulp más adocenado y el space opera de segunda clase —Flash Gordon (1936), The Phantom Empire (1935), Brick Bradford (1936)—. Pero a partir de los años 40, en una América fascinada por la vulgarización de las teorías freudianas sobre el inconsciente y la interpretación de los sueños, se generaría una larga serie de thrillers psicológicos donde se socava la validez de nuestra memoria, capaz de crear fantasmas indistinguibles de la realidad —Recuerda (Spellbound, 1945), de Alfred Hitchcock, y su 91


Richard Wanley (Robinson), un hombre de vacaciones, pasea por una exposición de pintura y el retrato de una hermosa mujer atrae especialmente su atención. Esa noche la conocerá en persona y la acompañará a su apartamento, para tropezar con una desagradable sorpresa: la llegada intempestiva del amante. Wanley se verá obligado a matarle en defensa propia y a deshacerse del cadáver. Atrapado en una espiral de angustia, acaba tomando la determinación de suicidarse; entonces, en el momento en que consuma esa acción de apariencia irremediable, se produce la vuelta de tuerca: Wanley despierta en el sillón de su casa. Todo lo que se nos ha contado a lo largo de hora y media no era cierto. Quede dicho por delante que nunca he simpatizado con ese tipo de desenlaces, pues pueden utilizarse como excusa fácil para justificar todo tipo de incoherencias argumentales, pero en este caso Lang rompe con sus tramas anteriores y anuncia obras subsiguientes como la citada Secreto tras la puerta, House by the River o Más allá de la duda.

Hay un film de este periodo en el que merece la pena detenerse: La mujer del cuadro (The Woman in the Window, 1944), dirigido por Fritz Lang en la madurez de su etapa norteamericana y con dos monstruos de la interpretación a la cabeza del reparto: el siempre sólido Edward G. Robinson y la seductora y gélida Joan Bennet.

92


Posterior a este título, que se inscribe en los límites familiares de las historias de misterio, tenemos una verdadera rareza, participe de muchos géneros —el film infantil, el musical, la fantasía— aunque sin parangón con películas precedente: Los cinco mil dedos del Dr. T. (The 5.000 Fingers of Dr. T., 1953), dirigida por Roy Rowland y con guión de Theodore Geisel. Un niño que odia realizar sus prácticas de música traslada sus fantasmas cotidianos al mundo de los sueños, donde se verá secuestrado en el castillo de un profesor demente e implacable, junto a un ejercito de alumnos (los cinco mil dedos del título) condenados a tocar interminablemente en un piano de dimensiones descomunales. La cinta tiene su punto negativo en los números musicales, que relentizan la acción, si bien, por contra, disfrutan de una escenografía comparable a los aplaudidas extravagancias de Busby Berkeley. Reivindicada hoy e incomprendida en su estreno -los tiernos infantes que la vieron entonces se aterrorizaron hasta la médula, para escándalo de sus padres-, se trata de una de las mejores fantasías facturadas nunca por Hollywood.

La Edad de Oro hollywodiense explotó pero no agotó la vertiente de «fantasía» en el cuestionamiento de la realidad —por contraposición a su lectura en clave de ciencia ficción, que veremos más adelante—. Entre los títulos más recientes, citaré a la inquietante, por ambigua, Julia y julia (Julia and Julia, 1987), de Peter del Monte. Producción italiana que buscaba su proyección internacional gracias al atractivo de sus dos estrellas, una Kathleen Turner todavía mito erótico y un Sting que brindaba su rostro inexpresivo y poco más —Gabriel Byrne, el tercero en discordia, no era suficientemente famoso para servir de reclamo—-, nos presenta el drama de una mujer cuya existencia se ha desdoblado en dos, por un lado viviendo como feliz casada y madre de un niño, por otro viuda en el mismo viaje de bodas que intenta resistir a su dolor liándose en un affair de alto voltaje con un fotógrafo (Sting). Dos realidades paralelas que se cruzan sólo a ojos de Julia, consciente de ambas sin entender qué le está sucediendo y sin poder participar a nadie su desconcierto, pues – razonablemente- es imposible que la crean. Con una premisa jugosa, casi

VIDAS IMAGINARIAS 93


kafkiana, se desarrolla carente por completo de ritmo, negándose a aportar explicación alguna y sin acertar con un desenlace satisfactorio, lo cual puede fascinar a unos espectadores e irritar a otros.

Proyecto de lo que pudo ser obra maestra y se quedó a medio camino es La escalera de Jacob (Jacob’s Ladder, 1990), de Adrian Lyne, sobre un guión de Bruce Joel Rubin, quien perpetrara el libreto de la sensiblera Ghost y el de la mucho más interesante Proyecto: Brainstorm, sobre la posibilidad de grabar las sensaciones de una persona para después ser reproducidas en la mente de otra. En La escalera de Jacob encontramos por primera vez a su protagonista, Jacob Singer (Tim Robbins), en Vietnam, donde será herido en el vientre por una bayoneta. A continuación la acción se traslada a la actualidad, con Jacob viajando en el metro, en una secuencia estremecedora que empieza a despertar nuestros recelos —bajo los harapos de los mendigos reptan cosas viscosas, los pasajeros de un tren de paso tienen todos sus rostros pegados a las ventanillas, con miradas alucinadas—. ¿Habrá muerto Jacob y estaremos asistiendo a su descenso a los infiernos? Al tiempo que nosotros, el protagonista empezará a descubrir cosas extrañas a su alrededor y temerá ser objeto del acoso de los demonios. Pero su problema es mucho más complejo: sueño y realidad empiezan a confundirse, hasta el punto de ser incapaz de discernir cuál de los dos mundos en los que se ve inmerso es el real —en uno está felizmente casado; en otro divorciado, viviendo en no muy buenas migas con una compañera de trabajo y atormentado por la muerte en accidente de uno de sus hijos—. Se nos llega a proponer diversas soluciones a las que acogernos, desde la citada posesión demoniaca hasta un oscuro experimento del ejército. La que para mí presentaba mayor atractivo, que Singer estuviera muerto 94


y se encontrara en una suerte de purgatorio donde redimirse de sus errores pasados, encuentra apoyo en diversas secuencias y diálogos, como los que sostiene con su fisioterapeuta de angelical aspecto o con el cirujano de un hospital de verdadera pesadilla dantesca:

Por desgracia, el guionista opta por la que considera salida más racional, sin darse cuenta de que resulta tan fantástica como cualquier otra y, además, cargada de incongruencias que deshacen, en la impresión final del espectador, todos los méritos acumulados: mientras agoniza en un hospital de campaña, Jacob Singer es víctima de un alucinógeno experimental del ejército, elaborando en su mente una vida posterior (vidas, en realidad) que nunca ha existido ni existirá. Pero esta opción no se sostiene en modo alguno, pues durante el supuesto delirio encuentra a un científico que le relata los manejos a los que todo su batallón fue sometido. ¿Cómo un moribundo, en la ficción de sus delirios, puede encontrar las respuestas a lo que le está pasando, si en ningún momento tenía los datos para conseguirlo? ¿Ciencia infusa? Es de lamentar que Rubin escogiera la conclusión más tímida y conservadora cuando el film, por otra parte, está brillantemente construido. Igualmente inconsistente y con una base similar es la reciente Lulu on the Bridge (1998), de Paul Auster, comentada con la extensión adecuada en el tercer número de esta revista. En este caso el protagonista recibe un disparo y mientras agoniza imagina que la herida no ha sido mortal, lanzándose a un romance con una actriz puntuado por algunos elementos mágicos —una extraña piedra que levita y se ilumina—. Parece que aún no ha sonado la hora de dar carpetazo a este tipo de argumentos.

«—¿Adónde quieres ir? »—A mi casa… »—¿A tú casa? Ésta es tu casa. Estás muerto. »—No, no, sólo es mi espalda. No estoy muerto. »—¿Pues cómo estás? »—¡Estoy vivo! »—¿Entonces qué haces aquí? »—¡Sáquenme de aquí! »—De aquí no hay salida, te han matado. ¿No lo recuerdas?»

LA CIENCIA DE LA REALIDAD Hasta ahora he comentado una retahíla de películas de 95


desigual mérito pero con el elemento común del sueño o la alucinación como creador de realidades diferentes — me niego a tentar la paciencia del lector comentando películas sin el más mínimo mérito, como Phantasma (Phantasm, 1979), de Don Coscarelli, pese a encajar en el tema de este artículo—. Una tendencia mucho más moderna, que ha enraizado entre los guionistas cinematográficos básicamente durante los años noventa, con raíces más o menos confesas en la moderna literatura de ciencia ficción —en concreto las fantasías paranoides de Philip K. Dick—, es la que introduce la duda sobre la realidad que están viviendo los personajes no por un proceso interior y puramente mental, sino por causas exógenas. Estamos entrando en el terreno de las simulaciones físicas, la realidad virtual y la memoria implantada, don-de el sujeto de esas construcciones ficticias no es consciente en un principio de la mentira. Sería tema para sociólogos dilucidar por qué precisamente en la última década han cobrado tanta fuerza esta clase de argumentos. ¿Expresión de un soterrado horror milenaristas? ¿Muestra de nuestra insatisfacción ante el mundo en el que nos ha tocado vivir y cuya ordenación a veces no acabamos de comprender? ¿O por el contrario, ante nuestra inseguridad, en lugar de angustia es atracción lo que sentimos por esos universos de bolsillo donde todo está planificado y cortado a medida? Sea como fuere, ya son bastantes los títulos que explotan esa posibilidad, con un elemento común conspirativo pero agrupables en dos bloques por los mecanismos utilizados: por un

lado las películas centradas en simulaciones escenográficas (Dark City, El show de Truman) y por otro las películas más puramente solipsistas, aquellas que plantean la edificación de un universo privado en la mente del sujeto, aunque ahora a través de procedimientos tecnológicos (Desafío total, Nirvana, Abre los ojos, The Matrix). Aunque muchos espectadores sólo acudieran a los cines bajo la llamada de un nombre famoso en el cartel y la promesa de una buena dosis de acción, la película inaugural en esta hornada de películas sobre la duda solipsista4 fue Desafío total (Total Recall, 1990), de Paul Verhoeven. La prensa cinematográfica del momento anunció su estreno con el titular «Schwarzenegger libera Marte»; pero, pese a lo que tal comentario da a entender, Verhoeven tiene una imaginación lo suficientemente

96


inquieta para no ceñirse a una narración de aventuras sin aportar unos granos de subversión —por más que el realizador de El cuarto hombre no siempre lo haya demostrado lo suficiente durante su etapa americana—. Todos conocerán el argumento: Doug Quaid (Arnold Schwarzenegger) es un obrero que aspira a una vida mucho más emocionante, aunque no parece que se le vayan a ofrecer demasiadas oportunidades de mejorarla. Atraído por un anuncio, acude a la empresa Memory Call, especializada en implantar recuerdos en sus clientes. Su deseo es visitar Marte y muy gustoso desembolsa la cantidad que le piden por el paquete completo, incluyendo el ego tour, un sistema que le permitirá adoptar una nueva personalidad, mucho más apasionante, durante su viaje imaginario. Durante el proceso de implantación las cosas empezarán a torcerse. Los técnicos que le asisten descubren que en la mente de Quaid hay un implante previo y un montón de gente —su supuesta mujer incluida— intentará matarle. Una grabación realizada por él mismo en el pasado le advertirá de que él no es Quaid, sino un agente secreto, con una importante misión en el Planeta Rojo… A partir de ese momento asistiremos a continuas vueltas de tuerca, cuyo momento culminante se alcanza cuando un agente de Memory Call le visita en su hotel marciano para advertirle de que todo lo que está viviendo es un sueño y, preso de una espiral paranoide, acabará lobotomizado si no toma la píldora roja que le permitirá regresar a la realidad. El protagonista —y el mismo espectador— llega a creer en la posibilidad de una alucinación, hasta advertir una gota de sudor resbalando por el rostro del visitante. Quaid decide que le están engañando y le vuela la tapa de los sesos; a partir de ese

instante no volverá a cuestionarse la realidad de la montaña rusa por la que está descendiendo. ¿Pero no se habrá equivocado? ¿Acaso esa gota de sudor no puede formar parte de su misma fantasía? Verhoeven, desde luego, persigue abiertamente que su película tenga una doble lectura y siembra unas cuantas pistas para que pueda mantenerse en pie la hipótesis de que toda la aventura marciana es un sueño implantado. Primeramente tenemos el hecho de que el desarrollo de la historia se ajusta punto por punto a la oferta del vendedor de Memory Call —«Al final logra su objetivo, consigue a la chica, mata a los malos y salva a todo el planeta»—, aunque la clave fundamental se encuentra en el desenlace, con Marte adquiriendo una atmósfera respirable y azulada gracias a un ingenio alienígena… Si el lector tiene la película en casa, le recomiendo que vaya directamente a la secuencia donde se va a implantar a Quaid el recuerdo sintético: verá que la doctora entrega el programa a su ayudante, que exclamará sorprendido: «¡Vaya, éste es nuevo! ¡Cielo azul en Marte!». Además Quaid, en la escena final, dice: «Acabo de pensar algo terrible. ¿Y si todo es un sueño?». A lo que su compañera responde: «Bésame rápido antes de que despiertes». Y mientras se besan suena una musiquilla inquietante y la imagen se funde hasta quedar la pantalla en blanco. ¿La lobotomización augurada por el agente de Memory Call? La película adapta muy libremente un relato corto de Philip K. Dick, “Podemos recordarlo todo para usted” (“We Can Remenber It For You Wholesale”), añadiendo una trama de intrigas y acción no presente en el texto original; sin embargo, es fiel al espíritu del escritor al utilizar algunos de sus temas predilectos, como son los recuerdos 97


implantados y las realidades alternativas, pero sobre todo es fiel por dejar siempre una puerta abierta a la duda gracias a los detalles citados, que al parecer fueron aportación personal de Paul Verhoeven —el guión de Dan O’Bannon y Ronald Shusset era mucho más conservador—. Siendo así, debemos felicitarnos de que el proyecto cayera en manos de este realizador. Antes se barajaron muchos nombres, desde Russell Mulcahy — tiemblo al pensar en el resultado— a David Cronenberg — ésta sí habría sido una opción sugestiva—, y fue el mismo Arnold Schwarzenegger quien sugirió el nombre de Verhoeven, quien acababa de estrenar otra cautivante película de ciencia ficción: Robocop. Si no sus dotes interpretativas, al menos hemos de alabar el buen gusto que el austríaco ha demostrado siempre al escoger sus proyectos. Si en Desafío Total teníamos una obra de un realizador holandés desembarcado en Norteamérica, también es de autoría europea la siguiente película donde vamos a detenernos. Nirvana (id., 1996) fue una carísima coproducción entre Italia, Francia y Gran Bretaña, dirigida y escrita por Gabrielle Salvatore, con su prestigio por aquello de haber ganado el Oscar gracias a Mediterráneo. Salvatore se embarcaba por primera vez en el género de la ciencia ficción narrándonos la historia de un programador de videojuegos (Christopher Lamberd) cuya última creación, «Nirvana», es infectada por un virus, causando que sus criaturas digitales adquieran vida autónoma y que una de ellas descubra que el mundo donde vive es una ficción informática, al verse condenada a repetir una y otra vez la misma secuencia de acontecimientos… Cuando consigue ponerse en contacto

con su creador le trasladará su angustia, planteando la posibilidad de que la realidad sólo sea un juego de muñecas rusas en el que todos vivimos una fantasía imaginada por un ente superior: «Es la vida que has elegido, ¿pero quién te ha dicho que es real? Seguro que tienes un montón de cosas buenas, una bonita casa… ¿Pero si todo lo que ves no existiera? ¿Si fuera como en mi caso, si fueras como yo? ¿Sabes lo único que no puedo hacer aquí dentro? Dejar de jugar… Pero tú si puedes hacerlo. Pues deja de jugar, Jimmy. Si lo consigues quiere decir que eres libre… Bórrame, Jimmy». El planteamiento parece prometedor, lo malo es que, salvo por un guiño final que nos permite suponer que los fragmentos «reales» de la película forman parte también del juego, Nirvana apenas rasca en la superficie de las paradojas que entraña la realidad y recurre al misticismo barato, mientras se recrea en los esfuerzos del protagonista por asaltar el ordenador de una gran compañía japonesa y borrar el programa, para lo cual deberá descender al submundo de la metrópoli y mezclarse con la fauna humana más excéntrica que pueda imaginarse. El resultado es un ejercicio manierista que oscila entre el preciosismo visual rozando la pedantería y el más puro ridículo. Con estética que debiera pagar royalties a Blade Runner —incluyendo la noche perpetua y las notas orientalizantes en la banda sonora—, canibaliza igualmente la parafernalia propia del ciberpunk a la manera de William Gibson: futuro cercano y mestizo, 98


contenido. Desde luego Dark City supuso, más que un paso adelante, un salto considerable. Sin dar tiempo a que el espectador se familiarice con personajes y escenario, Dark City arranca ya con una violación de la cotidianidad: los relojes marcan las doce de la noche, el tiempo se detiene y todo el mundo cae en la inconsciencia… Con la excepción de John Murdock. Éste elige ese preciso instante para despertar en la habitación de un hotelucho y encontrar junto a él a una prostituta asesinada. ¿Es él el responsable? Todo parece indicarlo, y el propio Murdock, que ha perdido por completo la memoria, se siente impulsado a huir. Pero las evidencias no convencen al espectador, al que de inmediato se le entregan elementos para creer en su inocencia: Murdock retrocede espantado, derriba inadvertidamente una pecera y se afana para recoger del suelo al pececillo y arrojarlo a la bañera. Un asesino no demostraría tal aprecio por la vida. Uno de los defectos de Dark City es que no sabe jugar con la intriga. Nunca dudamos de la honestidad de Murdock y el complot contra su persona se nos hace evidente. Incluso, por si hay algún espectador miope, antes de los títulos de crédito una voz en off nos revela ya parte del misterio —he aquí una diferencia con el planteamiento típico «dickiano», donde el lector siempre acompaña al protagonista en su descubrimiento de los gazapos de la «realidad», nunca se adelanta—. Los ocultos, una raza con mente colmena capaz de transformar la realidad física con su sola voluntad, han entrado en decadencia, se están muriendo y han escapado de su mundo en busca de un

marginados, ordenadores, hackers, implantes, realidad virtual… Neuromante trivializado para suscriptores del Reader’s Digest. Y lo que es peor, con un Christopher Lambert tan anodido y tedioso como acostumbra. Quizá la mejor definición de la película se encuentre en boca de uno de los personajes sintéticos del videojuego: «¡Eh, amigo! ¿Queréis paranoias? Vendo paranoias de segunda mano, como nuevas. Ansias, fobias, de todo…» ¿RECUERDAS LA LUZ DEL DÍA? Mucho más valiosa es la aportación de Alex Proyas en Dark City (id., 1998). Aun con algunos defectos, este film supuso una sorpresa agradable para quienes vimos El Cuervo, la película precedente de su director, productor y guionista, puro regodeo estético neogótico sin mayor 99


remedio a su mal… En parte, esta introducción es voluntariamente engañosa por la ambigüedad de algunas expresiones. Pretende hacernos creer que los ocultos han desembarcado en nuestra tierra para convertirnos en víctimas de sus manejos, aunque constantes apostillas subrayan lo evidente, como en las palabras de Walenski, un detective que sospecha la verdad y todos toman por loco: «Nada parece real, es como si hubiera soñado esta vida y, cuando por fin me despierte, seré otra persona, alguien totalmente diferente». La ciudad donde se desarrolla la acción es una simulación, un universo de bolsillo de noche perpetua con el vacío tras sus muros; los humanos que la habitan han sido secuestrados para ser encerrados en ella sin escape posible, con sus recuerdos borrados y sustituidos por otros nuevos —«imprimir», en la terminología de la película—. Todo se reduce a un grandioso experimento: para encontrar un modo de sobrevivir, los ocultos necesitan comprender el alma humana, su individualismo, y el sistema utilizado es un juego de permutaciones en el que cada noche se injerta en la mente de determinados individuos recuerdos nuevos, una vida nueva. A partir del momento en que Murdock descubre la verdad se desencadena una conclusión apocalíptica, un combate entre superhombres —que nos remitiría a la reciente The Matrix— con excesiva pirotecnia y unos efectos especiales que, mientras en el resto del metraje resultaban sugerentes, aquí llegan a abrumar. Con todo, el final está dotado de cierta ambigüedad moral, lo cual se agradece. Lo rutinario habría sido que el John Murdock convertido en semidiós iluminara a sus conciudadanos con la verdad sobre su vida,

conduciéndoles de regreso al lugar del que fueron raptados, pero en ningún momento se nos sugiere que vaya a hacerlo; de hecho, lo más probable es que acabe convirtiéndose en el nuevo director del juego: «Me dijo que tenía el poder. Puedo hacer que estas máquinas hagan lo que yo quiera, convertir el mundo en lo que yo quiera, siempre y cuando me concentre lo suficiente.» Dark City es un film de estética expresionista, por sus angulaciones de cámara, por sus juegos de sombras, con elementos del Brazil de Terry Gilliam o el 1984 de Michael Radford, pero alejado del cine puramente escenográfico que tantos éxitos ha cosechado en las últimas décadas, como Batman y sus secuelas, que reivindican idéntica inspiración. También es deudora del cine silente alemán la caracterización de los ocultos, primos hermanos de Nosferatu vestidos en la misma boutique que el Pinhead de Hellraiser. Su fotografía tenebrista, casi monocroma, con una gama que va de los negros a los tierras y ocres, resulta adecuada a la historia y a su escenario, un mundo que nos remite a los años treinta/cuarenta, con leves pinceladas futuristas —véanse los puentes elevados entre rascacielos, a la manera del Metrópolis de Fritz Lang—. El reparto está bien escogido, con un Rufus Sewell calzado a la perfección en su papel de hombre confuso y acosado. Kiefer Sutherland demuestra parecerse cada vez más a su padre, tanto por su físico como por los tics interpretativos, en el papel de un aterrorizado psicólogo al servicio de los ocultos, mientras William Hurt, comedido y elegante, con una nota melancólica, resulta creíble como policía de mente suficientemente abierta para aceptar las más alocadas suposiciones. Jennifer Connelly, la supuesta esposa de John Murdock —en esta película 100


nada es lo que representa—, se limita a cumplir con la belleza estática que le caracteriza, echándose de menos un poco de pasión.

sin darse cuenta de que todas las personas que le rodean, desde su esposa al vendedor de periódicos, son actores al servicio de un guión. Es un juguete de su creador, con el destino fijado de antemano, pero llega un día en que empieza a sospechar que algo no funciona de forma natural, que su «realidad» no es más que un decorado, y se rebelará en busca de la verdad, primero, y de su libertad después. Aunque eso no invalida sus virtudes, el efecto de la historia queda estropeado por la falta de sorpresa —todos sabíamos sobre qué trataba la película cuando fuimos a verla— y por su desarrollo demasiado transparente y lineal. Lo que podría haber sido una película angustiosa, jugando con el desconcierto del espectador, deriva hasta casi obtener el tono de una comedia —negra, si se quiere—, redimida por la escena final, visual y conceptualmente impactante, de Truman topando con el muro que limita su mundo y manteniendo un diálogo con su creador, voz que brota de las alturas como un demiurgo insensible. Por el contrario, en The Matrix (id., 1999), de los hermanos Wachowski, sólo iremos descubriendo las claves de la historia al mismo tiempo que su protagonista, Neo, un programador informático de vida aburrida que constatará para su estupor que la realidad, si realmente merece ese

TU MUNDO NO EXISTE Antes del estreno de The Matrix, para el gran público la película más conocida sobre el tema de los mundos simulados ha sido El show de Truman (The Truman Show, 1998), dirigida por el casi siempre interesante realizador australiano Peter Weir —Picnic en Hanging Rock, La última ola—. Con el factor de contar a la cabeza del reparto con un actor taquillero como Jim Carrey, todos los medios de comunicación se hicieron eco de su estreno, acabó con las esperadas nominaciones a los Oscar y, probablemente, muy pocos de nuestros lectores habrán dejado de verla, sea en la pantalla grande o a través del vídeo. No le faltan méritos para su éxito. Como escribió Carlos Díaz en nuestro número 2, El show de Truman es una película con un guión inteligente que permite diferentes acercamientos por parte del espectador, desde el entretenimiento llano hasta la lectura religiosa, pasando por la crítica a la inmoral persecución del espectáculo a cualquier precio ante la demanda de un público deshumanizado. Truman vive desde el día de su nacimiento inmerso en un grandioso plató de televisión, 101


nombre, no es tan monolítica como aparenta. En ese sentido, estamos ante la más «dickiana» de las películas vistas hasta ahora, aunque no adapte ningún texto del autor americano. Y el parecido no debe ser casual, dado el amplio abanico de referencias a la ciencia ficción literaria —y al cómic, y hasta a la historia sagrada— que preñan el guión de esta superproducción de factura tan poco usual. En el fondo, The Matrix nos cuenta una historia vieja como el tiempo —la llegada de un mesías profetizado, su martirio y su resurrección, transformado en ser divino—, a través de una amalgama de múltiples influencias, algunas completamente gratuitas -como el repugnante bichejo que se extrae del cuerpo de Neo, y una síntesis de ideas apuntadas pero no desarrolladas al completo en buena parte de las cintas que he comentado anteriormente. Creo que la importancia de esta película reside ahí, en su enfoque nada timorato y una espectacularidad que no se eleva sobre el vacío, como tantas otras películas del género durante la última década. El espectador puede disentir ante determinados planteamientos, rastrear defectos aquí y allá, pero no creo que pueda sentirse insultado por una historia infantil y

adocenada. Si acaso, habrá decepcionado a los más irreductibles fanáticos de la ciencia ficción porque, pasada la primera media hora del metraje, buena parte del componente especulativo se esfuma para dejarnos inmersos en una película de acción según moldes asiáticos —pero mejor, mucho mejor rodada—. Pero hay que entender también que The Matrix es una película eminentemente visual, que deslumbra con el poder de sus imágenes para desviar la atención de las pequeñas inconsistencias. Hay un par de planos que seguramente sobrevivirán a los años como iconos del film: uno, Morpheo alargando el brazo y mostrando entre los dedos una pila en primer plano para decir: «Somos esto»; el otro, Neo en el momento de despertar en el útero mecánico de reminiscencias gigerianas, uno de los momentos más angustiosos de la película. Hacía años que una película no había despertado tantas controversias entre los aficionados al género, para entusiasmo de sus admiradores e irritación de sus detractores. Como suele decirse, el hecho de que no haya dejado indiferente a nadie ya es un tanto a su favor, y más cuando íbamos acostumbrándonos a películas de usar y tirar que apenas dejaban poso alguno entre los 102


espectadores una vez abandonada la sala.

César, joven, rico, atractivo y bastante pagado de sí mismo, sufre un accidente mientras viaja en el automóvil de una amante despechada. Las consecuencias son que la muchacha fallece y él queda con el rostro desfigurado. Su vida, fundamentada en el capricho y el placer fácil, parece destrozada por culpa de su aspecto monstruoso; sin embargo, un buen día los mismos cirujanos que se confesaban incapaces de reconstruir su cara le sorprenden con una técnica nueva y le devuelven a la normalidad. César puede regresar a sus fiestas, recuperar a la chica de la que se enamoró antes del accidente. Todo vuelve a circular por los senderos habituales, hasta que una noche descubre en su cama a la amante muerta, ahora vivita, coleando y asegurando que ella es su novia, que la otra chica que él reclama no existe. ¿Se está volviendo loco César o es víctima de una conspiración? Tal vez hay una justificación mucho más siniestra… Aun cuando el sueño es la base de Abre los ojos, no he añadido esta obra a la parte del artículo en la que trataba sobre tal elemento argumental porque, en el presente caso, sí tenemos una historia claramente de ciencia ficción. La simulación de realidad que vive el protagonista, aunque sea construida por su mente, es inducida por agentes exteriores, un novedoso sistema para salvar enfermos incurables mediante la criogenia, construyendo una ficción mental que imita el escenario y tiempo

EL DURO DESPERTAR falta de ver Nivel 13 (The Thirteenth Floor, 1999), sobre la novela de Daniel Galouye Mundo simulado (Counterfeit World, 1964), con una frase publicitaria que no deja lugar a dudas acerca de su contenido —«Cuestiona la realidad»—, he reservado para el final una película que desarrolla magníficamente el tema de este artículo y posee además el mérito añadido —para los chauvinistas— de ser una producción española. Estoy hablando, claro está, de Abre los ojos (1997), de Alejandro Amenábar.

103


del que proceden aquellos que no quieran despertar en un futuro que les resultaría extraño. Montada a partir de flash-backs —al principio de la película encontramos a César en un internado para criminales dementes, un guiño a Caligari—, al igual que en The Matrix el espectador no anda sobre aviso y alcanza la aterradora conclusión al lado de César, pero aquí sucede en un momento mucho más tardío del metraje, casi en la conclusión, con lo cual la atmósfera de realidad desquiciada y la sorpresa se potencian al máximo. La imagen para el recuerdo será, sin duda, la del protagonista descendiendo de su coche y enfrentándose a una gran avenida de Madrid, completamente desierta y silenciosa, primera fractura en su «realidad». Amenábar, que acometía su segundo largometraje tras ganarse a público y crítica con la premiada Tesis (1996), volvió a salir triunfante en taquilla y demostró que también en España podía realizarse cine fantástico con buenos resultados económicos. Y, por supuesto, con premisas mucho más inteligentes que las de nuestros viejos licántropos.

Tusquets Editores, col. Superínfimos. Barcelona, 1989. 2. Dentro de las letras españolas, no podemos olvidar la novela Niebla, de Miguel de Unamuno. 3. Citado en Historia universal del cine, vol. 4. Ed. Planeta. Barcelona, 1982. 4. Existe un interesante antecedente, que caería dentro del bloque «escenográfico», en la película bélica 36 horas (36 Hours, 1964), con guión del retorcido humorista británico Roald Dahl y dirección de George Seaton. En esta obra, ambientada en las postrimerías de la II Guerra Mundial, los alemanes secuestran a un agente aliado e, incapaces de extraerle por la fuerza los planes para el próximo desembarco en Normandía, le harán creer que a resultas de un golpe ha olvidado una parte de su vida y que, transcurridos cinco años, la guerra ha terminado. Para dar fuerza a esta afirmación, aislarán al protagonista en un minucioso decorado que reproduce un hospital americano en la Alemania ocupada…

Notas: 1. Martin Gardner, Los porqués de un escriba filósofo (The Whys of a Philosophical Scrivener, 1983). 104


Pero igual, encontrarse con carteles como el de arriba (que dice “Bienvenidos al campo de concentración de Dachau” al lado del logo de McDonald’s) me parecen una explicación casi tan poderosa de nuestra realidad como el libro mismo.

Shock de realidad I – McDonalds y campos de concentración Por Roberto Barreiro Leyendo el indispensable Fast Food Nation de Eric Schlosser (clave para entender como la comida rápida ha cambiado el panorama global de los consumos culturales de los últimos 40 años) me topo conque McDonald’s abrió en su momento un local en terrenos cercanos al antiguo campo de concentración de Dachau, precisamente en un antiguo sector del campo que no se preservó como monumento a la memoria del Holocausto. Obviamente al abrirse hubo una breve tormenta sobre el tema, que el olvido dejó ahi.

105


Autor: Guillermo Lopez Hipkiss (sin acreditar) Serie: Popular Molino nro. 22 (Bufalo Bill) Edita: Molino Argentina, Buenos Aires, 1942

Los Contrabandistas Por Roberto Barreiro

Bufallo Bill (sí, ese) tiene que enfrentarse a unos contrabandistas en la frontera con México que están dirigidos por un enano jorobado. Y hay una chica que parece que está con ellos, aunque uno de los colegas de Bill está seguro que es su novia y no puede ser porque… bueno porque es su novia. Y, golpe va, tiro viene, encerrona va, cabalgata viene, Bufalo Bill y sus ayudas les ganan. Y la novia estaba hipnotizada. Sí, todo muy burdo. Escrito con cero estilo, con personalidades que decirles bidimensionales es darles una dimensión más de la que tienen realmente. Y no una narración sino más bien acontecimientos que pasan. Uno hubiera supuesto que este era otro ejemplo más de “dime novels” (los antecesores de los “pulps”) escritos a principios del siglo XX y reciclados al formato en esos años. Pero gracias a la información que, en el grupo de Facebook Barsoom (al que recomiendo encarecidamente sumarse si les interesa el tema: van a toparse con gente que sabe mucho pero mucho) y, especialmente a don Jorge Tarancon (uno de los que sabe mucho pero mucho) me desayuno con que esta es una obra primeriza de Guillermo Lopez Hipkiss, uno de los grandes autores de la novela popular española (junto con José Mallorquí y Pedro Debrigode). Hipkiss, que traducía (al igual que Mallorquí) novelas del inglés para Molino, harían sus primeros pinitos narrativos con esta serie, que era considerada de segunda categoría. De ahí la simpleza de su estilo. Posteriormente 106


Hipkiss mejoraría (y mucho) en sus historias de El Encapuchado. Así que, si quieren ver como escribía Hipkiss en sus inicios, pueden ir por esta novela. Sino, pueden pasar olímpicamente de ella sin que les remuerda la conciencia.

Walt Disney’s Donald Duck: The Complete Daily Newspaper Comics vol.1 (1938 – 1940) Por Roberto Barreiro

Autor: Al Taliaferro Serie: The Library of American Comics Edita: IDW, San Diego, 2015 Cuando uno piensa en las historietas clásicas de Donald, uno automáticamente piensa en las historietas de Carl Barks. Sin embargo, la primera versión de Donald en el

107


comic fue como tira diaria, dibujada por Al Taliaferro, un tipo que tiene mucha menos chapa que otros de los dibujantes de patos. Y eso es porque, a diferencia de Barks, Don Rosa o Floyd Gottfredson (que con sus tiras diarias de Mickey generó una historieta de aventuras con continuará muy entretenida), Taliaferro nunca escribió historias largas con el personaje, sino que siempre se mantuvo dentro del gag diario. Su Donald es muy similar al de los dibujos animados: gritón, peleador, ventajero, rabioso. La compleja personalidad con la que Barks le dotará en los comic books aquí no se haya presente. Precisamente uno de los grandes problemas de esta compilación es que con la dependencia del gag, la tira se hace aterradoramente repetitiva. Leer más de doscientas cincuenta páginas de chiste tras chiste tras chiste puede resultar agobiante. Y eso que el dibujo de Taliaferro es de una elegancia notable. Pero la dependencia del gag hace agotador leer el libro. Tal vez lo más interesante sea que aquí, por primera vez, salen los tres sobrinos de Donald, que son básicamente tres pendejos revoltosos (la sutileza de sus personalidades quedará para cunado Barks los use) Como siempre la edición de la Library of American Comics es impecable, con la suficiente información y con el cuidado adecuado para que sirva de rescate de un autor que no merecía su oscuridad. Eso sí, creo que es más para completistas de Disney.

Cochrane Versus Cthulhu Por Roberto Barreiro

108


Autor: Guillermo Villaroel Edita: Suma de letras, Santiago de Chile, 2017

el contexto histórico. Amen de usar a Cochrane (justamente en un período donde efectivamente podría haber estado navegando por la zona de Fort Boyard, explicado todo plausiblemente en la novela) utiliza a Jean Francois Champollion y a su hermano como los sabios que pueden descifrar los jeroglíficos hallados en la zona (algo que hay en todo relato lovercraftiano: un texto antiguo que transmite conocimiento prohibido). Y todo sin sonar forza-do, con el desarrollo creíble y los personajes desenvol-viéndose de manera natural. Cuando los hechos extraños comienzan a pasar y el fantástico se filtra en la historia, la base es tan realista que uno acepta la situación. Algo no menor pero imprescindible para que esta novela no cayera en el absurdo. Eso sí: si bien el respeto a los mitos de Cthulu es literal, no van a encontrar el tono ominoso de los relatos de Lovercraft. Diría que la historia se lee más como una de acción y fantasía, donde Cthulhu y sus minions podrían ser reemplazados por los Aliens de Giger, algún extraterrestre dispuesto a conquistar la Tierra o una tribu de hombres lobos. Es un relato de acción, con tipos duros (granaderos de la Guardia Imperial francesa, marinos británicos) enfrentándose en inferioridad de condiciones a una amenaza no humana. De hecho, no podía dejar de pensar que, si esto fuera película, quisiera que la filmara John Carpenter. Con Jason Stratham en el papel de Cocrhane, pateando culos cthulianos a diestra y siniestra. Y toques steampunk, obra y gracia de las veleidades científicas (que tenía en la realidad) de Cochrane. Nada que hacer. Una gran lectura para pasarse unos días sentado leyendo. Quiero mas novelas actuales así.

¿Qué hace un libro recién salido a la venta en este blog, donde reseño libros que, si tienen menos de una década de publicado son recientes? Échenle la culpa a la tapa (con una ilustración muy buena a cargo de Félix Vega, dibujante chileno más conocido por sus álbumes de historieta publicados en Francia). Y al título: ¿cómo no me va a intrigar el enfrentamiento ficcional entre Lord Thomas Cochrane (probablemente uno de los marinos reales de vida más aventurera en la historia e influencia directa en el Horatio Hornblower de las novelas de C. S. Forrester) y la criatura de H. P. Lovercraft? Al leer la contratapa, el interés subió un poco más: “El marino más audaz de todos los tiempos enfrenta al mayor enemigo de la Humanidad.” “Europa, 1815. Napoleón intenta rearmar su Imperio. En la costa de Francia ha construido el imponente castillo de Fort Boyard donde, una noche, la Guardia Imperial captura en la bahía a su peor adversario: Lord Thomas Cochrane. Al mismo tiempo, extrañas criaturas asedian la fortaleza, obligando a los franceses a unir fuerzas con Cochrane para enfrentar esta amenaza sobrenatural. ¡Acaso es Cthulhu, un dios dormido, quien surge del fondo del océano a reclamar su dominio sobre el mundo?” Ok, ya me convencieron. Pero entro al libro con cierto resquemor, a ver como soluciona el autor algo tan disímil. Y la respuesta es… MUY BIEN Villaroel construye muy verazmente el lugar, la situación y 109


Autor: Andrzej Saprowski Serie: Geralt de Rivia nro. 7 Edita: Alamut, 2009

La dama del lago (Pani Jeziora, 1999) Por Roberto Barreiro

Al fin tenemos el final de la saga de Geralt de Rivia, y es un final realmente apoteósico, de acorde con todas las expectativas que la lectura de los tomos anteriores había generado. Al fin el destino de Geralt, Ciri y Yennefer se resuelve y no hay final feliz comiendo perdiz. Cuando mucho hay un cambio en las roscas políticas del mundo, con nueva gente moviendo los hilos de otra manera. Descubrimos una revelación asombrosa sobre el emperador de Nilfgaard (que se relaciona con algo pasado en los primeros volúmenes de la saga y explica su obsesión por Ciri de una manera… escabrosa si se quiere), tenemos la destrucción del hechicero que más había hecho para escupirle el asado a nuestros protagonistas (magro consuelo si se quiere) y sobre todo, tenemos la sensación de que la leyenda que los tres generan esconde una realidad mucho más triste, opaca e inútil. Y el final de Geralt y Yennefer es increíblemente brutal, azaroso y banal. Al menos Ciri logra escapar del designio al que todo el mundo parecía querer llevarla cambiando de mundo y cayendo en… otro mundo con muchas leyendas de por medio, más conocido por los lectores. Todo esto, Saprowski lo resuelve con una habilidad abrumadora, cerrando todos los subargumentos que venían ocurriendo en los tomos anteriores con una maestría que espero que George Martin consiga cuando finiquite su Canción de Hielo y Fuego. Su visión del mundo es más desoladora aún que la de esta saga: si en Martin la referencia es la Guerra de las Dos Rosas, en Saprowski 110


parece serlo la Guerra de Bosnia: un choque de culturas brutal, absurdo y caótico que no se resuelve sino que apenas se pacifica. Tras un par de tomos que parecían haber perdido el paso ante demasiadas historias que se perdían, este último volumen trae un cierre perfecto y demoledor a una saga que no por nada tiene las buenas críticas que tiene. Absolutamente recomendable si les gusta este tipo de fantasía épica sangrienta y realista.

Rechicero (Sourcery, 1988) Por Roberto Barreiro

111


se salgan de madre, ayudado por Conina (hija de Cohen el Barbaro, con el mismo talento para la masacre que este, pero que sueña con ser peluquera), Nijel el Destructor (héroe bárbaro recién salido de la escuela por correspondencia de héroes), Creosoto (gordo, millonario, y preocupado por la poesía y el que le cuenten historias) y el Equipaje (esa cruza entre bestia del infierno e implemento móvil para llevar cosas que ya habíamos visto en la aventura anterior de Rincewind). Como siempre me pasa en Mundodisco, no puedo parar de reirme ante las certeras observaciones que hace Pratchett sobre las convenciones de los relatos fantásticos en un relato donde el autor expone la idea que no hay nada peor que alguien con mucho poder, poco sentido común y demasiadas buenas intenciones para hacer que todo se vaya al carajo. Seguimos avanzando en Mundodisco. Cada novela lo vale.

Autor: Terry Pratchett Serie: Mundodisco nro. 5 Edita: Debolsillo, 2010 En Mundodisco, el octavo hijo de una persona puede convertirse en un hechicero. Si ese hechicero tiene a su vez ocho hijos, el octavo será un rechicero, una persona que puede manejar la magia como otros usan el cuchillo y el tenedor: con absoluta facilidad. Por suerte, las reglas de las escuelas de hechicería obligan a todo hechicero a ser célibe. Pero cuando un antiguo hechicero concibe a so octavo hijo, Coin, las cosas comienzan a ir mal. Porque a los diez años, aconsejado por su padre (cuya espíritu pasò al cayado mágico que lleva su hijo), Coin llegara para convertirse en jefe de todos los hechiceros y decidir que es hora de usar magia de verdad para hacer del mundo u lugar mejor, les guste o no a las personas. O a los objetos mágicos como el Sombero del Archicanciller Hechicero, que no quiere perder su poder y va a hacer lo imposible para evitar eso. Incluso si para hacerlo hacemos pomada el mundo o no. En el medio de este potencial cataclismo, tenemos a Rincewind (el inepto, cobarde y sensato hechicero de las dos primeras novelas de Mundodisco) tratando de conseguir que las cosas no 112


Autor: Jiro Tanguchi Edita: Ponent Mon, ¿Barcelona?, 2015

El caminante (Araku Hito 1992-2015) Por Roberto Barreiro

Todavía tengo en la memoria una tarde de domingo de verano de hace ya (por lo menos) 25 años. Caminaba por la Avenida Julio A. Roca de mi ciudad natal, Buenos Aires. Es una avenida que recorre buena parte del borde sur de la ciudad. Por una buena cantidad de cuadras tiene u bulevar mas o menos amplio que es básicamente una sucesión de plazas alargadas. Cuando era adolescente, por varios años las plazas de Roca eran el lugar donde ir a jugar a la pelota con los amigos del barrio. Pero esto es varios años luego, teniendo ya veintitantos años, durante una caminata sin rumbo que me llevó ahí un domingo a la tarde. Recuerdo el sol cayendo, el parque, el pasto, los árboles, la tranquilidad de todo (incluso con los autos pasando en ambos sentidos a metros de ahí). Uno de esos momentos en los que todo está bien, más allá de la cotidianeidad. Uno de esos momentos donde uno se da cuenta que estar vivo es estar ahí, en ese lugar respirando y viviendo en ese lugar. Sin pasado, sin futuro. Solo presente, en ese lugar, con ese paisaje de la ciudad. Esa sensación es la que Jiro Taniguchi explora en las historietas de ese tomo. El caminante del título es un hombre de mediana edad, que usa lentes (una de las historietas refleja de manera absolutamente genial lo que nos pasa cuando se nos quiebra un lente y cómo cambia nuestra percepción a los miopes cuando se nos quiebran los vidrios de los anteojos), que parece recién llegado a un barrio tranquilo de una ciudad que no es nombrada. Y lo que hace en todas las historias es caminar por ahí, ver lo que hay, 113


cruzarse con gente. Historias minimalistas que están al nivel de cualquier cosa escrita por Raymond Carver. Sobre todo porque lo que sostiene esto es el sublime, increíble, fastuoso, detallista dibujo de Taniguchi. Que no se puede creer el nivel de detalle en personas y lugares. Todos son de un realismo fastuoso. NO esperen una historieta donde pasen cosas. Justamente esto es todo lo contrario: aquí NO pasa nada. Pero nadie cuenta mejor estas anécdotas mínimas como Taniguchi. Recomiendo muchísimo ese libro, una demostración de cómo se pueden contar cosas cotidianas de verdad sin caer en la parodia grotesca ni la exageración satírica. Algo muy pero muy difícil de hacer bien, se los aseguro.

Doctor Campeón Por Roberto Barreiro

114


Hombres Buenos, una de sus primeras creaciones con un cierto éxito. Y por cierto, acá tenemos un dato interesante: revisando la web, hallo que todo el mundo registra su primera publicación en la serie Nuevos hombres Audaces en 1942. Y aquí tengo un relato en 1941. Otro dato: los protagonistas son el mexicano Diego de Abriles, el portugués Joao Da Silveira y… el americano Allen Moffett, en vez del español César Guzman. Este relato “piloto” casi siempre se salta en las bibliografías oficiales de la serie. Tan solo (como me indica le colega Armando Boix Millan) Ramón Charlo indica de su existencia en su monografía “José Mallorquí, creador de El Coyote”. Pero vamos a la historia en sí, “La ciudad del crimen”. Los Tres hombres Buenos llegan a la San Francisco de 1865, una ciudad para nada pacífica, dominada por la banda de Hubert Hicks. Y la única solución es volver a reflotar los Vigilantes de san Francisco (un grupo que efectivamente existió en la vida real) para ajusticiar a los bandidos (nada de esas tonterías de juicio justo y respeto a la ley, que joder). Lo interesante es que, en esa trama funcional, logra darles ciertas pinceladas tridimensionales a los personajes. Hicks no es un villano obvio: tiene rasgos generosos en un momento, una tristeza oculta y hasta una cierta justificación en sus actos. Y su mano derecha termina enfrentando la horca con un valor innegable y que le gana el respeto de los presentes, pese a ser un hijo de puta de cuidado. En síntesis, tenemos una gran novela corta deportiva y el episodio “piloto” de la primera serie western de Mallorquí (y que casi nadie recuerda). Nada mal para una compra azarosa.

Autor: José Mallorquí Colección: La novela deportiva n° 38 Edita: Molino, Buenos Aires, 1941 Bill Collins es un boxeador excesivamente técnico, con cero emoción a la hora de pelear. No da ningún golpe espectacular, se la pasa defendiéndose del rival, golpeando pequeños golpes en lugares precisos hasta que los cansa y los noquea. Todo muy frio, muy prolijo, muy matemático. Para eso usa sus conocimientos como médico para convertirse en campeón universitario de boxeo. O sea es un “pecho frio”: talentoso pero con menos onda que leer un libro de contabilidad. Y por supuesto el joven médico-boxeador se topa con la disyuntiva de seguir en el boxeo profesional o en su carrera. Y, si bien preferiría seguir como médico, los problemas económicos familiares lo hacen decidir por el ring. Y se labra una carrera de ser el Messi boxeador: un tipo que gana todo pero no emociona. Y de hecho la mayoría cree que es un tipo con suerte. Por supuesto la disyuntiva final es pelear un combate final para demostrar su talento antes de retirarse como campeón invicto… Uno de sus primeros trabajos como novelista de Cesar Mallorquí era escribir estas novelas deportivas que Editorial Molino publicaba en Argentina, aunque con autores españoles. El resultado final (si esta novela es un ejemplo típico, que no lo sé) es que Mallorquí ya estaba para jugar en primera fila. La novela corta se sostiene en todo momento, con personajes creíbles, una trama muy bien llevada y un ritmo muy creíble. Pero, como la historia se quedaba corta, Mallorquí entrega un segundo relato, un western protagonizado por los Tres 115


Autor “Michael Storme” (seudónimo de George H. Dawson) Colección: Pandora nro. 47 Edita: Malinca, Buenos Aires, 1959

Ladrones de cadáveres (Me and my ghoul, 1953) Por Roberto Barreiro

El comienzo promete: el detective Nick Cranley despierta dentro de la tumba abierta de un cementerio, sin tener claro cómo llegó ahí. Una gran imagen para enganchar con una novela. Lamentablemente lo que sigue no es para nada igual de bueno. Cranley está en esa ficticia ciudad americana buscando la pista de una banda criminal y se topa con un caso de ladrones de cadáveres. Que de alguna manera se terminan cruzando. Y de alguna manera hay una intriga de tipos turbios con pasado oscuro. Y de alguna manera siempre hay señoritas dispuestas a dejarse seducir por Cranley, al que no le importa para nada ser un hombre felizmente casado, aparentemente. Y de alguna manera, Cranley es aporreado reiteradamente en el cráneo, colgado de unas cadenas en un sótano y hasta arrojado por un acantilado en un automóvil en llamas y, sin embargo, sigue como si nada. Esto último es casi cómico: Cranley está a un paso de ser un cartoon de la Warner Bros de la manera que le aplican violencia y sale sin que le pase nada. Uno está esperando que de la nada le caiga un yunque en la cabeza. Y de alguna manera hay páginas escritas con acontecimientos que se suceden. Decirle argumento sería abusar un poco de la palabra. No asombra que esta sea una de las muchas novelas seudoamericanas de novela negra (bajas en argumento, altas en sexo y violencia) que en la inmediata posguerra 116


hicieron furor en Inglaterra. De hecho este autor fue bastante prolífico en ellas. Igual, si pensamos que sus novelas si son coleccionadas es porque las tapas originales eran hechas por Reginald Heade 8uno del os ilustradores más buscados de tapas de novelas británicos) nos queda claro que no era un gran escritor que digamos. Pero aparentemente la editorial argentina Malinca tuvo algún tipo de convenio con las editoriales británicas y publicó muchas de ellas en español. Novelas que parecen ser en gran medida como esta: completamente olvidables y solo recuperadas por blogs de arqueología pop como este. De hecho hay tan poco sobre esta editorial, que sospecho que por un rato me pienso dedicar a reseñar los que estén a mi alcance. Así que ahí vamos, a leerlos para ver si les ahorro el esfuerzo…

Explorando maravillas: la novela fantástica en España durante la primera mitad del siglo XX. Por Armando Boix Millán Aun dejando de lado los evidentes corsés de la represión política y la escasez de medios para una subsistencia digna, en los años que siguieron a la Guerra Civil española el día a día de un aficionado a la literatura fantástica era bastante triste. Mientras más allá del Atlántico se contaba, desde la feliz década de los veinte, con publicaciones especializadas en narrativa fantástica —la revista Weird Tales publicó su primer número en marzo de 1923 y Amazing Stories en abril de 1926—, en nuestro país no había nada semejante. Al lector ni le quedaba el consuelo de escapar de la sórdida realidad de esa España «una, grande y libre» hacia espacios infinitos forjados en letra impresa. Es cierto que el género de la ciencia ficción ha estado presente en nuestra literatura desde muy atrás, como ha demostrado Nil Santiáñez-Tió en su libro De la Luna a Mecanópolis. Antología de la ciencia ficción española (1832-1913); pero no lo es menos que las obras de anticipación, en las letras hispanas, sólo han sido salvas al aire de unos pocos francotiradores, en modo alguno una corriente ininterrumpida y prestigiosa. De hecho, si retrocedemos un poco y nos situamos en los años veinte y treinta, cuando en otras tierras el género ya había desplegado todo su abanico temático y producido un buen

117


plantel de autores, dentro de nuestras fronteras el número de escritores que podemos definir como «especializados» se reducía sólo a dos, aungue abundan, en cambio, los autores de una o dos obras en el género, como Domingo Cirici Ventalló, Roque de Santillana o M. R. Blanco Belmonte: los anticuados coronel Ignotus y capitán Sirius, con un tipo de narrativa que se remonta a la que practicara Jules Verne. Bajo el nombre del coronel Ignotus trabajaba José de Elola (1859-¿1935?), militar de carrera, topógrafo y profesor de futuros oficiales. Dejando de lado sus ensayos técnicos y alguna que otra obra de teatro, en el terreno que nos interesa su carrera como escritor se inició con una novela paródica de 1915 titulada El fin de la guerra. Disparate profético soñado por Mister Grey, donde da rienda suelta a su germanofilia e imagina un desenlace alternativo a la I Guerra Mundial con victoria alemana, gracias, sobre todo, a los prodigios científicos de un sabio alemán. Esta obra sólo era una más de las muchas «fantasías políticas» que se publicaron al socaire del conflicto internacional y si Elola ha alcanzado un puesto de honor en la historia de la ciencia ficción española es por sus novelas posteriores, reunidas bajo el título común de «Biblioteca novelescocientífica». La colección arrancó con la trilogía Viajes planetarios al siglo XXII, crónica del viaje a Venus de un grupo de científicos liderados por la sevillana María Pepa, inventora de la nave que les desplaza, nada menos que un planetoide hueco llamado «orbimotor» y que Elola se complace en describirnos con todo lujo de detalles hasta en sus acotaciones más precisas. La expedición se ve amenazada por las disensiones, que les arrastran incluso 118


al motín, y apunto está de concluir catastróficamente zambulléndose en el mismo sol. Mari Pepa lo evita gracias a su habilidad y reconduce la nave hacia Venus, donde se dará solución a los conflictos planteados por la trama antes del regreso victorioso a nuestro planeta. La novela obtuvo suficiente éxito como para que las andanzas de nuestra María Pepa merecieran prolongarse y a la comentada trilogía le siguió una nueva obra en dos volúmenes, La desterrada de la Tierra, con más detalles sobre Venus y la civilización que lo habitaba, apenas esbozada anteriormente, y un Segundo viaje planetario — otra trilogía—, con la misión de rescate de un personaje desaparecido y dado por muerto en la primera obra. Además, el nada perezoso José de Elola escribió otras novelas de anticipación científica ajenas a María Pepa, como El amor en el siglo cien, La mayor conquista o Tierras resucitadas, siempre voluminosas y con ideas que oscilan entre lo profético —el aprovechamiento del sol ante el agotamiento del petróleo y el carbón— y lo estrafalario —la posibilidad de acumular la energía producida por la excitación erótica—. Como se ve, el Coronel Ignotus destacó sobre todo por su atrevimiento imaginativo, planteándonos odiseas espaciales en una época en la que esto no era tan corriente. En su contra hay que reconocer que su lectura resulta hoy poco cómoda, pues el desarrollo argumental se ve lastrado por un afán didáctico y una voluntad de exactitud científica que con demasiada frecuencia levanta barreras al correcto fluir de la historia. No se conocen las fechas precisas de publicación de sus Viajes planetarios…, pero el investigador Augusto Uribe, las sitúa entre 1916 y 1920, «más hacia el final de este lustro que hacia el principio». 119


novelas igualmente trepidantes, como La sombra blanca de Casarás, Los caballeros de la montaña, El demonio del Cáucaso, Los cuatro mosqueteros del zar y Crepúsculo en la noche roja; sin embargo, como tantos escritores que no han visto suficientemente recompensados sus esfuerzos creativos, a mediados de los años treinta Aragón abandonó la ficción para redactar, en adelante, solo libros técnicos. Como anécdota complementaria, merece recordarse el hecho descubierto por Augusto Uribe de que fue Jesús de Aragón el verdadero responsable de completar, hasta alcanzar la extensión de novela, un clásico del fantástico español más delirante, La torre de los siete jorobados, de Emilio Carrere, partiendo de una obra corta de éste publicada previamente como Un crimen inverosímil. Por fortuna, el aficionado al género fantástico no precisaba alimentarse sólo de autores españoles, pues en ese caso su dieta habría sido bastante magra. Estaban al alcance de la mano, claro está, las repetidas ediciones de autores como Edgar Allan Poe o Julio Verne, bien conocidos por nuestros lectores desde el siglo XIX, sin olvidarnos de románticos europeos como Hoffmann, Gautier, Nerval o Nodier, cuyo prestigio les permitía encontrar cobijo en colecciones generalistas. Entre los autores más modernos podía recurrir a la ciencia ficción alemana, de gran vitalidad e inventiva en la época de entreguerras, con títulos como Un disparo al infinito, de Otto Willy Gail, o El túnel, de Bernhard Kellermann; sin embargo, publicados con profusión, hasta alcanzar una parte significativa de su obra, los únicos nombres realmente populares fueron H. G. Wells y Edgar Rice Burroughs. En la amplia difusión de la obra de Wells en España contó

Mucho más moderno en estilo y ameno como narrador, aunque algo limitado en sus especulaciones, fue el segundo gran autor fantástico español de preguerra, Jesús de Aragón (1893-1973), también conocido como Capitán Sirius, creador de novelas de estirpe «juliovernesca» y agilidad digna del mejor Salgari. En Cuarenta mil kilómetros a bordo del aeroplano «Fantasma» y su continuación, De noche sobre la Ciudad Prohibida, de 1924, encontramos una aventura equiparable a la de Phileas Fogg, dar la vuelta al mundo para cumplir una apuesta, aunque en este caso siguiendo un meridiano —con la complicación que entraña sobrevolar los polos—, del mismo modo que nos recuerda a Robur el conquistador su novela El continente aéreo, sobre un dirigible de dimensiones colosales con toda una ciudad edificada sobre su lomo, o nos remite a la aventura submarina del capitán Nemo y el Nautilus Viaje al fondo del océano (1924), donde encontramos a un genio enloquecido gobernando una Atlántida perdida bajo el mar. Menos deudora del célebre novelista galo, aunque repite su esquema del inventor genial enfrentado al mundo, es Los piratas del aire (1929)—sobre un independentista hindú que construye una fortaleza en el Himalaya, desde donde dirige sus ataques contra la pérdida Albión—, pero sobre todo La ciudad sepultada (1929) —otra historia de civilizaciones perdidas— y Una extraña aventura de amor en la Luna (1929), única novela «espacial» del autor con viaje a nuestro satélite, habitado por diversos pueblos en guerra, monstruos tremendos y la oportuna y hermosa princesa selenita. Jesús de Aragón fue un autor fértil que además de las citadas historias de aventura y fantasía escribió otras 120


por igual su capacidad fascinadora como narrador y su adscripción a las ideas socialistas, que le convertirían en autor fetiche de algunas editoriales progresistas, como es el caso de la barcelonesa Toribio Taberner Editor, que dentro de su Colección Esmeralda publicó ya a principios de siglo lo más granado de la obra del novelista británico, incluso títulos imposibles de leer hoy en ediciones más modernas, desde sus magistrales La isla del doctor Moreau, Los primeros hombres en la Luna, El alimento de los dioses o El hombre invisible hasta Anticipaciones, La guerra en el aire, Cuando el dormido despierte o En los días del cometa, sin desdeñar obras realistas menores al estilo de Tono Bungay y El amor y el señor Lewisham. Además de ser un narrador al que el paso de las décadas no ha conseguido ajar en lo más mínimo la frescura de su estilo, sin ninguna duda Wells es uno de los nombres más imperecederos e influyentes en la historia de la ciencia ficción, y el verdadero creador —mucho más que Verne— de las constantes temáticas del género: invasión extraterrestre, viaje en el tiempo, manipulación genética, gigantismo, etc. Incluso sin disponer de otros libros que los suyos, nuestro hipotético lector del siglo pasado habría encontrado suficientes motivos de disfrute. Gran parte de la ciencia ficción que se publicaba en aquel momento procedía directamente del siglo XIX o bien, aunque recién escrita, calcaba pesados moldes decimonónicos en su voluntad educativa o aleccionadora. Por comparación, Edgar Rice Burroughs debió tomarse como un soplo de aire fresco. Sin ningún otro objetivo más que ofrecer evasión y entretenimiento, sus novelas son como una inmensa atracción de feria llena de colorido, una montaña rusa pródiga en emociones fuertes. Sus defectos

como narrador al que poco le importaba la consistencia lógica de su historia y que apenas se tomaba la molestia de documentarse mínimamente —es conocido por muchos que en la primera edición de Tarzán de los monos no se inmutó al plantar en plena selva africana a un tigre o que en el Marte de sus ficciones se nos describen muchos depredadores pero ningún otro animal que les sirva como alimento— apenas hacen palidecer la fuerza primordial de sus aventuras, llenas de estereotipos y héroes monolíticos, y quizá por eso mismo con la fuerza evocadora de los sueños o las leyendas. A rebufo de su personaje más famoso, Tarzán, las novelas de ciencia ficción de Burroughs empezaron a llegar a nuestro país en 1924, publicando Aguilar los cinco primeros títulos de su serie del planeta rojo protagonizada por el virginiano John Carter y la hermosa Dejah Thoris: Una princesa de Marte, Los dioses de Marte, El guerrero de Marte, Thuvia la virgen de Marte y El ajedrez vivo de Marte. El mismo editor las reeditaría en 1947 dentro de su colección Crisol, convirtiéndose en ejemplares tan apetecidos como inencontrables para el coleccionista actual. Su serie de Venus, más moderna, tendría su primera publicación española por entregas dentro de la revista Blanco y Negro, que recogió en 1935 las novelas Piratas de Venus y Perdidos en Venus. Mejor conocida y accesible es la edición preparada por José Janés Editor (después Plaza & Janés) en 1953, con dos títulos añadidos, Carson en Venus y Huyendo de Venus, reeditada ocho años después dentro de la colección Clíper. Como seguramente sabrán, este segundo ciclo contaba con Carson Napier como protagonista, un millonario aburrido que decide financiar un viaje espacial 121


a Marte, aunque los negligentes cálculos de trayectoria acaban conduciéndole a un planeta muy diferente.

He dejado para el final citar otra edición de las novelas sobre John Carter, la ofrecida entre 1945 y 1950 por la madrileña Revista literaria de novelas de cuentos, y eso es porque tal publicación merece comentario más extenso. La Revista literaria… fue una de las más longevas de aquellas colecciones semanales que proliferaron a partir de los años veinte y que recogían obras de ficción en muchas modalidades: novelas de variada extensión, textos teatrales, poesía, incluso relatos «sicalípticos». Su primer número apareció en 1928 y se prolongaría hasta finales de los años cincuenta —el ejemplar más tardío que he tenido en mis manos está fechado en 1956—. Contenía textos de todo género, cubriendo un amplio espectro de calidades, desde clásicos con pedigrí como Balzac, Hugo o Cervantes hasta folletinistas como Ponson du Terrail o Paul Feval. Entre el más de un millar de obras publicadas no iban a faltar algunos títulos dedicados al género fantástico —por aquel entonces los términos «ciencia ficción» o «terror» no tenían uso establecido y así novelas como La guerra de los mundos o El extraño caso del doctor Jekyll y Mr. Hyde recibían la calificación de «misteriosas» o «fantásticas»— . Se empezó con autores prestigiosos, como los citados Gerard de Nerval, Nodier, Hoffmann o Wells, pero se acabó por incluir también ficciones de aventura futurista de otros autores con intenciones más pedestres, como es el caso del norteamericano Ray Cummings —con su novela Terrano el conquistador— o el francés Gustavo Le Rouge —con El naufrago del espacio y El astro espantoso—.

122


Ediciones muy económicas, en papel barato similar al de los periódicos, no aparecían ilustradas salvo en su portada, primero únicamente en blanco y negro y más tarde estampada en tres tintas planas. He aquí la más duradera empresa destinada en aquellos días a ofrecer narrativa de calidad a los bolsillos menos sobrados y sólo por eso ya merece nuestro aplauso. Lo que nunca acabaron de funcionar bien en España fueron los pocos intentos de crear colecciones similares especializadas en la literatura imaginativa, cancelándose siempre tras muy pocos números. Son ejemplo la pionera La Novela Fantástica, preparada por Prensa Moderna, o la posterior Biblioteca Iris, serie fantástica, de Editorial Bruguera, colecciones ambas donde podemos encontrar —en una coincidencia de mal agüero— una novela del norteamericano A. Hyatt Verrill, autor casi olvidado hoy, pero que en su momento gozó de cierta popularidad, sobre todo entre los lectores más jóvenes. Esa obra fue The Bridge of Light, de 1929, publicada primero como Los monstruos del rayo y después como Las extrañas teorías del doctor Harris, pese a contar ambas ediciones con idéntica y anónima traducción de su texto. No obstante, lo más usual era que las novelas de terror, fantasía y ciencia ficción aparecían desperdigadas aquí y allá, en especial dentro de colecciones centradas en la literatura de aventuras o el género policiaco. Es el caso, en los años previos a la guerra civil, de la serie La Novela Aventura, de Hymsa —donde se pudo encontrar las historias siempre apasionantes de Henry Rider Haggard sobre mundos perdidos y reinas inmortales o a Bram Stoker, con su imprescindible Drácula y otra novela 123


medianamente digerible, La joya de las siete estrellas— y, sobre todo, de uno de los mayores hitos en la edición de literatura popular en nuestro país: la Biblioteca Oro, de la barcelonesa Editorial Molino. Dentro de Biblioteca Oro, colección centrada básicamente en la narrativa policiaca y de aventuras, de vez en cuando se deslizó algún título que complacería a los aficionados al fantástico. Fue el caso de ese clásico del terror de Abraham Merrit, ¡Arde, bruja, arde!, las narraciones de Sax Rohmer sobre el doctor Fu-Manchú, novelas de civilizaciones perdidas como La reina del Ártico, de Edison Marshall, o El pitón blanco, de Mark Channing, incluso alguna aventura «prehistórica» a lo J.-H. Rosny, como fue El señor del fuego, del español Manuel Vallvé. Pero con la colección Biblioteca Oro no termina la asociación de Molino con la literatura fantástica, de hecho sería en un par de colecciones posteriores donde el aficionado al género podría encontrar mayor motivo de satisfacción: me estoy refiriendo a Hombres Audaces y su derivada Nuevos Héroes. La primera de ellas se inauguró en 1936, y consistía en la edición española de las aventuras de cuatro populares personajes de las revistas pulp norteamericanas: Pete Rice, Bill Barnes, Doc Savage, y La Sombra. Los dos primeros ofrecían historias aeronáuticas y westerns, respectivamente, mientras que los últimos, aunque en rigor entrarían en el género de la aventura y el misterio, no carecían de elementos fantásticos insertos en sus tramas, con monstruos, bestias prehistóricas y genios del mal —sus contrincantes habituales— desarrollando los más variopintos prodigios tecnológicos. La colección se vio truncada casi en su inicio por el 124


estallido de la guerra, pero tras un paréntesis durante el cual el editor siguió publicando en Argentina, Hombres Audaces volvió a visitar los quioscos españoles. Lo más notable es que Molino no sólo reanudó las aventuras de Doc Savage y sus colegas, sino que, de acuerdo con el clima ideológico reinante, inauguró una colección hermana —Nuevos héroes— con el objetivo de hispanizar el tan norteamericano subgénero del aventurero con facultades extraordinarias. Entre todos los nuevos personajes, el más afortunado e interesante para el tema que nos ocupa fue Yuma, creación de Guillermo López Hipkiss con el seudónimo de Rafael Molinero Su serie contabilizó un total de catorce títulos, aparecidos entre 1943 y 1946, con portada a color e ilustraciones interiores en blanco y negro del extraordinario dibujante Jesús Blasco. No podemos ocultar que Yuma era una imitación de los cánones heroicos de ultramar; si bien, en lugar de ceñirse a un modelo único, se constituía en una hábil fusión del justiciero siniestro tipo La Sombra con los gadgets y tramas fantacientíficas habituales en las aventuras de Doc Savage. El verdadero nombre de Yuma era Ramón Trévelez, millonario español de origen americano. Al instalarse en Barcelona empleó su fortuna en levantar el Instituto de Inventores e Investigaciones Científicas, fundación dedicada a patrocinar el trabajo de científicos sin recursos, pagando su manutención y facilitándoles laboratorios y todo el material necesario en las instalaciones que a tal fin Trévelez había construido en el Tibidabo. Todo esto era bien conocido; lo que menos gente sabía era que Trévelez, él mismo un gran científico, mantenía bajo estas instalaciones el laboratorio secreto desde donde dirigir a 125


los agentes de su alter ego y construir los ingeniosos artefactos que estos utilizarían en sus misiones. Uno de los aspectos que más puede sorprender al lector actual, si tiene en cuenta la fecha en que estas narraciones se publicaron, es la enorme variedad de recursos tecnológicos a los que Yuma recurre en sus aventuras. Diez años antes de la creación de James Bond, Yuma contaba con una enorme variedad de gadgets que nada deberían envidiar a los del agente británico. El más prodigioso de los inventos de Yuma, sin embargo, sólo lo utiliza él mismo, y es una capa con capucha capaz de dotar de invisibilidad a quien la usa para cubrirse. Con este recurso puede seguir a los sospechosos sin ser visto, introducirse en sus cubiles o simplemente aterrorizar a los malvados. Yuma gusta de usar el miedo como principal arma en su lucha contra el crimen y por eso el aspecto que adopta en sus apariciones es fantasmagórico: un rostro de palidez cadavérica y mirada penetrante flotando en el aire sin un cuerpo que aparentemente le sirva de sustento. De todos modos, sus enemigos no le andan a la zaga. Más que los pequeños rateros, los principales objetivos de Yuma son genios del mal con grandes recursos a su disposición. En esa línea son memorables los episodios titulados Una conspiración diabólica, donde el malvado de turno chantajea al mundo entero tras hacer una demostración de su máquina desintegradora con la aniquilación de un barco repleto de pasajeros en el puerto de Barcelona, o bien Las islas malditas, donde el villano pone en jaque al mundo entero, obligando a las naciones enfrentadas durante la guerra mundial a detener las hostilidades para combatir a la nueva amenaza. G. L. Hipkiss, después de José Mallorquí, es 126


probablemente el mejor artífice de novela popular de la posguerra. Sus historias suelen ser entretenidas y bastante bien escritas, teniendo en cuenta las limitaciones de su género y los apretados plazos de entrega. Empezó su labor literaria como traductor en los años cuarenta, actividad que compaginó con la escritura de una ficción propia. Interesado preferentemente por la novela policíaca, colaboró al mismo tiempo con Molino y con su principal competidora, Clíper, editorial de Germán Plaza. Su mayor éxito lo conseguiría a partir de 1946 con una serie con personaje fijo: Milton Drake, más conocido como El Encapuchado, millonario de Baltimore dedicado en su tiempo libre a repartir justicia bajo el anonimato de una máscara. El carácter imitativo de la colección «Nuevos Héroes» tal vez resto entusiasmo a los lectores, que podían acudir tranquilamente a sus fuentes originales en las traducciones de la misma Molino. Germán Plaza empezó a captar a los autores españoles que hasta entonces tenían a la Editorial Molino como único mercado posible y sus primeras espadas fueron espaciando sus aportaciones para «Nuevos Héroes» a medida que se dedicaban cada vez más a las colecciones de Ediciones Clíper. «Nuevos Héroes» murió de inanición en enero de 1947, tras una larga agonía —a lo largo de 1946 sólo había publicado siete novelas, frente a las veintidós que publicó en 1943, su mejor momento—. Mientras tanto, fuera de la literatura «de quiosco», la segunda mitad de los años cuarenta y los primeros cincuenta resultaron francamente anodinos: Bruguera seguía reeditando las novelas ya viejas de Henry Rider Haggard y Janés Editor se dedicaba a Burroughs, 127


singular la revista Fantástica, con el lema «Es imposible no impresionarse leyendo este volumen» sobre cada una de sus cabeceras y el subtítulo «Magazine de historias, leyendas y relatos impresionantes». Claramente inspirada en los pulps norteamericanos, no contenía una sola novela, como otros títulos de la casa, sino una serie de relatos breves encomendados a los autores habituales de Clíper —Manuel Vallvé, H. C. Granch, Federico Mediante…—, por lo común de terror sobrenatural, aunque también hizo acto de presencia alguna incursión fantacientífica. Sigue siendo un placer hojear sus ya amarillentos ejemplares, en especial por la alta calidad de sus ilustraciones interiores en blanco y negro. La que debemos considerar primera revista de literatura fantástica en España fracasó en su empeño de atraer un público propio y no llegó más allá de unos veinte números, distribuidos entre 1944 y 1945. Quizá fuera el fracaso de Fantástica lo que impidió que Germán Plaza mostrará un mayor interés ante el personalísimo proyecto de José Mallorquí, su autor estrella, para inaugurar una colección dedicada en exclusiva a la literatura de anticipación: Futuro. Como en el caso de Hipkiss, José Mallorquí se formó dentro de la Editorial Molino como traductor. Sus primeras novelas originales publicadas datan de 1936, a las que seguirían un importante número de narraciones en diversos géneros: aventura, policiaco, oeste, cuentos de terror… A causa de un natural cansancio entre el público tras la publicación de más de doscientas novelas, 1953 vería la cancelación de su serie más popular, El Coyote. Mallorquí deseaba explorar otros géneros y uno de los que más le atraían era el de la ciencia ficción. Clíper no quiso

produciéndose muy pocas excepciones dignas de captar la atención del coleccionista, como la edición en 1945, por parte de Revista de Occidente, de Cuentos de un soñador, de Lord Dunsany, o la traducción en 1948 del primer libro con relatos de Robert E. Howard, el creador de Conan el bárbaro, Skull-Face and Others, aparecido aquí en tres volúmenes de Matéu Editor — Noches en Zamboula, La ciudad muerta y El templo de Yun-Shatu—, con un texto de solapa tan hiperbólico como curioso: «Se ha puesto de moda en Norteamérica un tipo de novela que es con respecto a la literatura lo que un Picasso o un Dalí respecto a la pintura. Una novela con un espíritu nuevo, una imaginación desatada y unas concepciones que sobrepasan en mucho a las concepciones literarias del mundo literario normal. ¿Qué decir de este nuevo tipo de literatura? En primer lugar que en los países de habla inglesa cuenta con más lectores que ningún otro género literario y que para la persona que busque en la novela una distracción y un entretenimiento es el tipo de novela ideal. Robert E. Howard es su representante más genuino.» A partir del año 1945 Clíper se convirtió en la más fuerte competencia para Molino en el mercado de la literatura de género. Si bien Molino siguió explotando un catálogo impresionante, fundamentado en autores anglosajones como Agatha Christie, S.S. Van Dine o Erle Stanley Gardner, la editorial de Germán Plaza se centró en la producción propia. Dentro de su amplio abanico de publicaciones, entre las que se contaban westerns —El Coyote, Pueblos del Oeste, Mac Larry—, novelas policiacas —El Encapuchado, Misterio— o de piratas —El Corsario Azul—, se distinguió con una personalidad 128


publicar la nueva colección bajo su sello, aunque brindó a nuestro autor los medios —mas bien escasos— para sacarla adelante bajo el nombre de una ficticia empresa llamada Ediciones Futuro, pues no contaba con otro capital humano que el mismo escritor. José Mallorquí, quien ya había mostrado su interés por la ciencia ficción al escribir el guión original de la serie de cómics Jinete del espacio, dibujada por Francisco Darnís, ambicionaba dar a conocer en España la nueva y vital ciencia ficción que en aquellos momentos se estaba produciendo para las revistas norteamericanas, pero contaba con serias limitaciones económicas a la hora de contratar material extranjero, así debió contentarse con escribir él mismo adaptaciones de aquellas historias que admiraba, escritas originalmente por autores como Fredrick Brown, Robert Heinlein o Jack Williamson, firmándolas con diversos seudónimos. De todas formas, Mallorquí no se limitó a cocinar refritos, también produjo obras originales. Entre ellas, las más recordadas son las protagonizadas por el capitán Pablo Rido, una serie que se desarrollaría por entregas y que

apareció firmada inicialmente con el anglosajón nombre de J. Hill, por más que fuera difícil engañar al lector sobre su verdadera autoría, dado la inclinación que Mallorquí siempre sintió por hispanizar todos los géneros de los que se ocupaba. En las historia del capitán Rido la acción nos sitúa en el siglo XXX, si bien, durante sus aventuras, su protagonista saltará adelante y atrás en el calendario, no en vano regenta la Agencia de Viajes Tiempo, Espacio, Tiempo. Rido es un científico brillante y hombre valiente al que tanto particulares como autoridades acuden siempre que surge un asunto de difícil solución. Por supuesto, el capitán encontrará el modo de enderezar las cosas, eso sí, poniendo un precio por sus servicios. Hoy la obra resulta tecnológicamente desfasada, pues al lado de vehículos que se trasladan sobre ondas magnéticas se habla, por ejemplo, de algo tan arcaico como lámparas miniaturizadas; no obstante, sigue siendo posible disfrutarla dada la habilidad del escritor para desarrollar sus historias y salpimentarlas 129


con abundantes granitos de humor, para lo cual son esenciales sus personajes secundarios, como su ayudante Sánchez Planz u Octo, el perro con cuatro pares de patas, indestructible y capaz de girar como una rueda. El capitán Rido no fue el único personaje sobre el cual Mallorquí desarrolló una serie en las páginas de Futuro, aunque ésta fuera la más larga. Le siguió el más que curioso Jan Sith, un extraterrestre expulsado de su planeta por padecer un coeficiente intelectual muy inferior al de sus conciudadanos, pero que, una vez desembarcado en nuestro planeta y comparándose con los terrestres, resulta ser poco menos que un genio —una situación que encuentra su paralelismo en el episodio del capitán Rido “S.O.S. Orión”, donde recibe el encargo de trasladar ochocientos años en el futuro a un androide tan dotado por sus capacidades mentales que resulta un verdadero peligro para la sociedad del momento—. En todos estos episodios Mallorquí demostró una frescura y originalidad en aumento que nos permite imaginarnos cómo podría haber sido una ciencia ficción netamente española de haber recibido mayor apoyo de editores y público. Los tiempos no

estaban maduros y el escritor abandonó la colección tras veintiséis números; ésta sobreviviría un poco más en otras manos, pero tras publicar su volumen treinta y cuatro se canceló definitivamente. Corría el año 1954. Casi al mismo tiempo que desaparecía Futuro, otra colección de intenciones más modestas se presentaba en los quioscos, consiguiendo a la postre mucho más éxito. Su título era Luchadores del espacio, serie de novelas «de a duro» promovida por la Editorial Valenciana y con textos que en principio cayeron bajo la exclusiva responsabilidad del autor Pascual Enguídanos, verdadero nombre del firmante George H. White. El grueso de la colección lo compuso un grupo de novelas con continuidad que acabaría conociéndose como La saga de los Aznar. Quien leyó la primera entrega, Los hombres de Venus, cuando se publicó originalmente, es difícil que imaginara los cauces interplanetarios por los que luego se conduciría. La historia inicial no es una spaceopera, sino una aventura de componentes exóticos y fantásticos. Miguel Ángel Aznar, audaz y varonil piloto de la las fuerzas aéreas estadounidenses -pese a su nacionalidad española- es asignado a un pequeño 130


departamento de la ONU cuya insólita misión es investigar toda noticia sobre platillos volantes. Allí se encontrará con otros personajes tan estereotipados como él mismo: el clásico genio despistado y su secretaria guapa y pizpireta, típicamente irritada con el héroe aunque acabe rindiéndose a sus brazos. Juntos viajarán hasta el Tíbet, para tropezar con una avanzadilla alienígena, los thorbod, siendo secuestrados y llevados por la fuerza hasta Venus, su planeta natal. Como acostumbra a suceder en este tipo de obras, Miguel Ángel Aznar no permanecerá cautivo por mucho tiempo y, acaudillando a un pueblo sometido a la esclavitud, causará una primera derrota a los thorbod y logrará regresar con los suyos a la Tierra. A esta primera aventura seguirán otras de similar talante bélico, pero las cosas cambian para mejor al final del episodio titulado La abominable bestia gris. Los thorbod consiguen someter definitivamente a la Tierra y Miguel Ángel Aznar, junto a unos miles de supervivientes, se verá en la necesidad de huir hacia el espacio abordo de un planetoide artificial, en busca de nuevo hogar para la humanidad. Es aquí cuando La saga de los Aznar se encarrila por los cauces que la distinguen frente a otros productos ligeros. En el siguiente episodio, La conquista de un imperio, Miguel Áznar ya no es el Apolo aguerrido, sino un anciano, y el protagonismo se transfiere a su primogénito, Fidel Aznar… Hablar de La saga de los Aznar como una magna obra de la ciencia ficción sería caer en la exageración; por lo que se refiere a valor literario apenas se despega del resto de la literatura de quiosco, con una prosa funcional y sin colorido como mero vehículo de la acción, que se detiene lo justo para describirnos a personajes y escenarios con cuatro pinceladas. Lo que la 131


convierte en singular es su carácter de novela-río. A partir de La conquista de un imperio no estaremos ya ante una serie de historias centradas en glosar las peripecias de un héroe a lo largo de unos pocos años o décadas; el testigo de la aventura se irá transfiriendo de generación en generación y constantemente asistiremos a la decadencia y florecimiento de nuevos personajes, a lo largo de un arco narrativo de siglos. Como apostilla, hay que decir que la serie se canceló en 1958, tras treinta y tres episodios, pero la Editorial Valenciana se atrevería con una reedición en 1974, para la que se reescribieron, actualizándolas, las novelas ya conocidas y se añadieron nuevas, hasta contabilizar un total de cincuenta y nueve. Aunque eso es otra historia que de momento no nos atañe… En el 58 soplaban ya otros vientos y el gusto del lector se apartaba de las hazañas bélicas del futuro: al mismo tiempo que las obras de George H. White y José Mallorquí iban escribiéndose, la revista argentina Más Allá empezó al fin a desembarcar en nuestro país las traducciones de la ciencia ficción anglosajona más puntera, y en 1955 la editorial barcelonesa Edhasa fundaría la primera colección fuera de la literatura de quiosco especializada en ciencia ficción: Nebulae. Autores hoy clásicos como Heinlein, Asimov o Arthur C. Clarke empezaron a hacerse familiares y su magisterio influiría notablemente en una nueva generación de autores españoles con inquietudes muy distintas a las de los pioneros. El futuro había empezado.

Hora Tres: Antología 2017 Por Roberto Barreiro

132


relojito), El otro espejo de Oubliña y Laura Gulino (un gran dialogo sobre la inmortalidad y su futilidad o no) y Un lied para un soldado muerto de Jorge Morhain y Gianni Dalfiume (una de guerra que estaría impecable en cualquier número de la Skorpio clásica). Y los artículos sobre la historieta argentina y su evolución son impecables, sesudos, muy inteligentes y muy analíticos. Uno quiere leer artículos así de interesantes más seguidos. Y como broche de oro, el largo y profundo reportaje a Jose Muñoz y su carrera es un ejemplo de cómo hacer reportajes a autores locales. Está al nivel de cualquier entrevista hecha en The Comics Journal o en U el Hijo de Urich (por citar dos publicaciones sobre historieta que siempre tuvieron entrevistas de calidad.) En síntesis, Hora Tres es un producto muy recomendable. Si uno no tiene problema en alternar el consumo de historieta argentina con análisis sobre esta (y no debería serlo si todo se mantiene a este nivel), vaya y gaste sus morlacos en esta antología. No se va a defraudar

Edita: Ray Collins Syndicate, Buenos Aires, 2017 Primero, hago la salvedad que hay una historieta mía dibujada por Edu Molina en estas páginas. Julian Oubliña es amigo (y mi sucesor como blogmaster en el otro blog que cree, Zinerama) y nos invitó. Así que, evidentemente, son puntos a tener en cuenta a la hora de evaluar la objetividad de esta reseña. Una vez dicho esto, lo primero que llama la atención es la masividad de la antología: Hora Tres es un tomo de casi 200 páginas y formato grande, repleto de historietas y artículos sobre historietas. De hecho, la sensación que uno tiene es que tenemos bajo el mismo techo dos revistas: por un lado una sesuda revista de análisis sobre la historieta argentina y por el otro una antología de autores de varias generaciones de historieta argentina. Y justamente esta actitud abarca todo puede ser una debilidad: quien quiera leer las historietas ¿querrá perderse en los artículos? Y viceversa, ¿estará interesado en leer las historietas el que quiera leer esos artículos? Es una pregunta esa, si correspondería dividir esto en dos revistas diferentes. Pero ya yendo al contenido, el contenido es asombrosamente de una calidad muy pareja en términos de historieta. A destacar el Boiled de Renzo Podestá (una maravilla con una idea de ciencia ficción muy buena, muy original y muy bien desarrollada), Ubi Sunt de Julián Oubliña y Hernan Castellano (una historia breve que funciona como un 133


Autores: Santiago García (guión) y Javier Olivares (dibujo) Colección: Sillón orejero Edita: Astiberri, Bilbao, 2014

Las Meninas (2014) Por Roberto Barreiro

Hacer una historieta sobre Las Meninas y su creador, Diego Velazquez, sin caer en la mera crónica historiográfica y a su vez dando cuenta de la importancia e influencia en el arte que esta obra y su pintor han tenido en el mundo del arte resulta una tarea muy compleja, difícil de acometer y, más aún, de resolver satisfactoriamente. Asì que, Santiago García y Javier Olivares se las tenían complicada. Por suerte, ambos autores han demostrado estar a la altura, entregando una novela gráfica de una calidad apabullante. Tomando la idea del juego de espejos que tiene en sí la pintura, la historieta crea un retrato fragmentado, con saltos temporales y juegos visuales que recorre toda la biografía de Velazquez, su tiempo (esa España del Siglo de Oro de Felipe IV), su relación con otros pintores de su época, su rol de cortesano y pintor real y su influencia en grandes autores e intelectuales de siglos futuros. Que todo esta complejidad no se pierda en confusión, sino que sea un ejemplo de cómo construir una narración como arquitectura, con cada parte sosteniendo un todo complejo en uso niveles dignos de Alan Moore, es la demostración cabal del buen hacer creativo de los señores García y Olivares. Profundamente investigado, con un trazo que se adapta a cada momento y situación, Las meninas entra claramente en la categoría de clásico de la historieta española. Que ganara el Premio Nacional del Comic en el 2015 en su país 134


natal es justicia. Este libro hay que recomendarlo a todo el mundo. A los fans de la buena historieta. A los amantes del Siglo de oro español. A los que quieran ahondar en la historia de Velazquez o los que quieran generar un análisis profundo de su obra maestra. A todos aquellos a los que simplemente les gustan las narraciones potentes, complejas y literarias. Estas Meninas deben leerse. Así de simple

Tex: Camino a Oregon (Verso l’Oregon, 2011) Por Roberto Barreiro

135


Autores: Gianfranco Manfredi (guión) y Carlos Gomez (dibujos) Edita: Acción Comics, Santiago, 2015

el viaje, ya que descubrirán que el asesino también se dirige a Oregon, junto a su tío, que ¡oh, casualidad también es el reverendo que ha convocado a las mujeres. En ese viaje pasarán miles de peligros, desde ríos traicioneros hasta partidas de indios dedicadas al bandidaje, pasando por cruces montañosos imposibles. Y al llegar a Oregon las cosas no terminan porque hay algo mucho más siniestro detrás de la oferta original. Estel Iibro se lee como lo que es: un western clásico, con héroes, villanos, acción en la medida justa, con personajes muy sólidos (las mujeres de la caravana se van construyendo de a poco como personajes complejos y tridimensionales) y un relato que, por lineal que sea, no deja de ser atrapante. Y todo complementado con el dibujo de Carlos Gomez, muy realista, muy detallado, muy cuidadoso con la expresión y los fondos. Desde ya, esta no es una obra rompedora de nada. Pero es una aventura del Oeste solidísima, bien escrita y excelentemente dibujada. Si les gusta el western, léanla y les va a quedar claro porque Tex todavía sigue siendo un ícono popular en Italia.

En Italia, hablar de Tex es hablar de un fenómeno editorial que sigue intacto desde su primera aparición allá por 1948. Las aventuras de Tex Willer, ranger texano en el Salvaje Oeste norteamericano llevan desde entonces publicándose continuamente en ese país. Muchìsimos autores italianos y extranjeros han pasado por las aventuras de este personaje. En este caso, quien dibuja esta aventura es Carlos Gomez, dibujante argentino cuyo trabajo más conocido sea haber seguido con las historietas de Dago tras el fallecimiento de Alberto Salinas, el dibujante original de la serie. Este es un número especial de la serie con más páginas de las habituales. Un ranger es asesinado a sangre fría por un joven con pinta de inocente pero que, al investigar, resulta haber dejado un rastro de muertos en su viaje desesperado hacia Oregon. Efectivamente el tipo parece ser un desequilibrado, presto a matar al primero que le desencadene la más mínima sospecha. Tex y Kit Carson son designados para perseguir y buscar a este asesino y llevarlo a la justicia. La investigación los lleva a toparse con una pequeña caravana de mujeres solas, que viajan a Oregon, en busca de una vida nueva con esposos que las esperan allí. No es una ruta fácil para mujeres solas y sin experiencia, por lo que Tex y Kit las acompañarán en todo 136


¿De dónde te tengo? – Hoy: Alan Napier Por Roberto Barreiro

Esta secuencia imaginaria sirve para presentar a uno de estos actores secundarios que han actuado en muchas pelis que hemos visto, pero al que sólo reconocemos por un único papel. A Alan Napier le pasa eso: es conocido apenas como el mayordomo de Adam West y Burt Ward, en la serie de tevé Batman. Mientras que el tipo tiene un historial impresionante dentro del género fantástico (y en el cine “serio”, ¡berp!).

– ¡Santos secundarios, Batman! Acabo de descubrir que Alfred trabajó en un montón de films de terror de tos cuarenta, bajo el nombre de Alan Napier. - ¿Recién te das cuenta de esto, Robin? Mmmm… Tal vez tengas que volver a repasar tu tarea de observación detallada. Recuerda que ningún buen paladín de la justicia debe descuidar este trabajo. - Tienes razón. Lo siento Batman.

137


Alan William Napier-Clavering nació en Birmingham, Inglaterra. Era de una familia de clase alta, siendo su primo nada menos que Neville Chamberlain (el Primer Ministro de Inglaterra a principios de la Segunda Guerra Mundial). Según él, su interés por la actuación nació de pequeño, gracias a las historias que le contaba su madre. Ya de joven entró a estudiar en la Royal Academy of Dramatics Arts, para seguir en el Oxford Players. Durante la década del veinte comenzó a conseguir papeles cada vez mayores en el teatro británico. Un problema que tuvo para llevar adelante su carrera profesional fue su estatura: medía más de un metro noventa, lo que dificultó conseguir trabajos en ciertas películas. “¡Cuántas partes perdí simplemente por pararme! Lo

1903

peor de todo es que yo entendía lo que querían”, explicó una vez en un reportaje el actor. Como positivo, tenía esa voz muy cuidada y una excelente dicción. Napier trabajó en varias obras de Broadway durante la década del treinta, hasta que se quedó definitivamente en Estados Unidos en 1940. Pronto Hollywood lo llamó a trabajar. Su primer papel cinematográfico en el país del norte fue en We Are Not Alone (1939). A partir de allí trabajaría como actor de reparto en muchos films de los años cuarenta, en general en roles de hombre suave, educado y “temiblemente británico”, como lo explicó alguna vez.

en

138


Varios de esos papeles lo hicieron ingresar al género de terror. La primera de estas películas que hizo fue Vuelve el Hombre invisible (The lnvisible Man Returns, 1940) donde era el chantajista que amenazaba al protagonista. Otros roles serían el de novio de Ruth Hussey en El Mandato de otro Mundo (The Uninvited, 1944); el crítico de arte que mataba Rondo Hatton en La Mansión del Mal (House of Horrors, 1946); y uno de los atrapados por la peste -junto a Boris Karloff- en La isla de los Muertos (lsle Of the Dead, 1945), producida por Val Lewton; entre otros trabajos en pelis similares. En décadas posteriores tampoco se alejó del cine fantástico, laburando, entre otras, en El Entierro prematuro (The Premature Burial, 1962) de Roger Corman y Viaje al Centro de la Tierra (Journey to the Center of the Earth, 1959). También apareció en Marnie (1964), del maestro Alfred Hitchcock. Y en el Macbeth de Orson Welles, entre otras (muchísimas) participaciones mas.

139


Tras esto, hizo poco y nada, retirándose a pasar los últimos años de su vida en paz. Siempre recibió a los fans que lo buscaban para hacerle preguntas, a veces invitándolos a tomar el té. En 1988, Alan Napier murió. Así que, la próxima vez que miren una peli de los cuarenta y vean a un tipo alto, elegante y de aire familiar, puede que sepan la respuesta a esa pregunta que les quedó rondando en la cabeza: ¿y a éste, de dónde lo tengo?

Pero la carrera de Napier cambiaría totalmente cuando acepta trabajar en una serie de televisión basada en un personaje de historieta: Batman. A partir de ese momento se convierte en Alfred, el mayordomo de Bruno Diaz. Alfred sabe de la identidad secreta de Bruno y lo ayuda en la medida de lo posible. Incluso llega a disfrazarse del Encapotado para despistar a los villanos. El éxito del programa le daría a Alan sus momentos de gloria, pero también quedaría encasillado. dijo en un reportaje.

140


Autor: Claudio Andrés Romero Toledo (a) “Karto” Colección: Ojo Blindado Edita: Ocho Libros, Santiago de Chile, 2016

Kiky Bananas y otras historias Por Roberto Barreiro

Karto fue uno de los autores que surgieron en el Chile de finales de los ochentas, tratando de resucitar la historieta local, que había sido herida de muerte por la dictadura de Pinochet. De la mano de revistas como Trauko, Bandido y Matucana, nuevos autores más influenciados por las revistas internacionales de la época como Fierro, El Vibora, Cairo y Zona 84, intentaron armar una una historieta más acorde con los tiempos que corrían, dejando atrás los productos que en los sesentas y setentas había publicado editoriales como Zig Zag y Quimantú. Fue una etapa breve que dejo una marca en la historieta de Chile. Justamente este libro recopila historietas que Karto hará en ese período, entre ellas las dedicadas al personaje del título del libro, una modelo muy ochentosa que vive aventuras de sexo, droga y rock and roll, con un estilo que recuerda a cosas de El Vìbora y Cairo. Publicada en la Trauko, Kiky Bananas es el personaje más representativo de su autor. Ademas hay otras historietas publicadas en otros medios alrededor del mismo período. ¿Qué me pareció? Honestamente, creo que las historietas que aparecen aquí no han soportado muy bien el paso del tiempo. Sobre todo creo que la falla está en los guiones, que nunca terminan de ser muy profundos ni atrapantes. El dibujo de Karto tiene sus momentos (hay cosas mejores y cosas peores, como toda recopilación de trabajos de diferentes períodos) pero los guiones oscilan entre lo pasable y lo directamente aburrido. Eso sí: nada es 100% por ciento infumable. Solo que medio mediocre. 141


Me parece muy bien que Ocho Libros haga este rescate de autores chilenos de historieta. Pero realmente todavĂ­a no logro encontrar un autor de este paĂ­s que me entusiasme demasiado con sus historietas. Esto no es malo, pero tampoco me parece del otro mundo.

Los muertos no hablan (Stiffs don´t squeal, 1953) Por Roberto Barreiro

142


Autor: “Ricky Drayton” (seudónimo de Michael Gorell Barnes) Colección Débora n° 46 Edita: Malinca, Buenos Aires, 1960

El futuro no es lo que era – Hoy: ¿Llega la television? Por Angélica Barron

A Ricky Drayton, periodista de policiales del New Orleans Messenger, lo llaman para que vaya a una habitación de hotel donde conseguirá una noticia bomba. Cuando llega al hotelucho, hay una noticia peor no la esperada: la persona que lo había citado se ha suicidado tirándose desde la ventana. ¿O no fue suicidio? Al ponerse a investigar Drayton encuentra una trama que involucra a las chicas de un club de “strip-tease “, un club de moda con secreto lugar de apuestas, gente influyente e intentos de extorsión. Que resolverá Drayton usando astucia, redaños, puños y pegando unos cuantos tiros (cosa medio raro en un periodista pero bueh…) Esta es otra de las novelas que se publicaron en la Inglaterra post Segunda Guerra copiando el modelo de las novelas americanas de esos años, muy herederas del exceso de violencia salpicado con sexo de Mickey Spillane y sucesores. Y que la editorial Malinca tradujo de manera frecuente en Argentina. Dentro de ese contexto escribe una historia pasable, pero nada especial. El autor es más conocido por su trabajo posterior como guionista y productor cinematográfico en su país natal. Otro obrero del plumín escribiendo novelas para ganarse el puchero. Solo para lectores aficionados al género o para aquellos que les gustan las tapas de la editorial y quieren ser completistas.

Prologo: Angélica es una fiel lectora del blog, continuamente pasando datos o cosas curiosas para ver si pueden usarse. Como en este caso, al enviar una vieja nota de Selecciones del Reader’s Digest sobre la television cuando recien comenzaba. En vez de darles yo la lata, prefiero copiar y pegar la misiva electronica

143


enviada junto con el artículo (que pegamos al final). Adelante, Angélica…

“¿LLEGA YA LA TELEVISION?” es una nota condensada de “The saturday evening post” sobre la televisión y sus duros, impredecibles y a veces tragicómicos comienzos. Creo que puede interesar a los seguidores de la página, porque, aunque la tele desde que nacimos era tan común como una licuadora, durante muchas décadas fue uno de los sueños de la ciencia ficción y de las novelas “pulp”. Mucho antes de que existiera en nuestros livings, existió en las cubiertas pulp. Todos sabemos que desde principios del siglo veinte ya existía como proyecto en fase experimental y que poco a poco fue progresando hasta lograrse algunas emisiones históricas como la que da la bienvenida a las olimpiadas de Alemania en 1939. Pero en este artículo se habla de la lucha por conseguir la televisión como hoy la entendemos, como medio de comunicación realmente masivo, con una tv en cada casa. En fin nuestra “tele” -la que nos hacía volver corriendo a casa, la que satiriza la apertura de “Los Simpson”- era una más de las “promesas para después de la victoria” a la que, recién acabada la Segunda Guerra Mundial, estaban poniendo todo el esfuerzo y las esperanzas en lograrlo, lo que no era en ese momento nada fácil. Tan complicado estaba resultando, que el título del artículo es una

Hola Roberto: encontré algo que tal vez le pueda ser útil. Se trata de una nota salida en Selecciones del Reader’s Digest, esas revistas antiguas que siempre heredábamos. Más exactamente del número de Septiembre de 1946. Al igual que el artículo que usted subió hace un tiempo sobre los dirigibles (que iban a ser el transporte del futuro) esta nota se ocupa de la televisión, otro sueño del futuro, otra promesa para “después de la victoria”.

144


aguantaban todo el tiempo que hiciera falta y no tenían sindicato… algo que me pregunto es si sirvió de inspiración a Gerry Anderson para sus supermarionation dos décadas después… Después estaban los receptores enormes y pesados. El peso desmesurado de los aparatos primitivos que superaba todos los cálculos (aquí se cuenta como una exhibición en un teatro estaba resultando muy exitosa

interrogación. En estas páginas se muestran en vivo y en directo (nunca mejor dicho) toda clase de inconvenientes que hacían por demás dudoso su éxito inmediato. Desde el calor infernal que producía (recordemos que en un principio funcionaba con válvulas), haciendo que todo objeto de metal se recalentase al punto de sacar ampollas a quien tomara por ejemplo- una tetera con las manos y volvía insoportable el ambiente, bañando a todos en sudor y haciendo muy corto el tiempo en que se podía actuar en cámara, a tal punto que los “actores” más utilizados y famosos en ese entonces fueron muñecos. Ellos

hasta que, debido al peso enorme, el aparato se desfondo el piso del escenario y todo el mundo al suelo). Otro problema eran los constantes errores que se producían al ser todas las transmisiones “en vivo” aun sin grabación y que desembocaban a veces en momentos bizarros muy memorables, como el ocurrido durante el ballet “Carmen” donde una confusión entre el fondo y el vestido de la bailarina protagonista transmitió a los

145


espectadores la imagen de una mujer que bailaba cortada por la mitad… Actores supuestamente muertos en escena que se levantaban antes de tiempo al no poderse “cortar” la transmisión. Televidentes que se echaban hacia atrás al ver un animal peligroso en la pantalla, exactamente como sus abuelos lo hicieron cuando se les “venía encima” el tren de los primeros cortos de los hermanos Lumiere. El precio absolutamente prohibitivo que tenían: si bien todos esperaban que cuando el nuevo medio se masificara, caerían los costos(como siempre ocurre) en ese momento tener un aparato de televisión era una muestra de status tanto o más valorado que poseer una Ferrari. Posiblemente más, por la rareza que suponían en esos años (recordar “Volver al Futuro” y el comentario de la joven madre de Marty Mc Fly:”Nadie en el mundo podría tener mas de un televisor”) Y, quizá lo peor de todo: el paupérrimo nivel general de todos estos programas primitivos. Aunque poco a poco las transmisiones iban mejorando, pero pasada la curiosidad inicial… no había mucho que valiera la pena transmitir. ¿Porque resultaba tan mala la programación? Según se cuenta, porque no era mucho el capital disponible para contratar buenos actores, directores, escenógrafos, músicos, etc. y así mejorarla. Ahora bien, solamente se podía esperar que hubiera más dinero, cuando más personas compraran y miraran televisores, y este nuevo medio se haría más rentable, de lo contrario no mejoraría nunca. Concluyendo entonces que la televisión era tan mala porque nadie invertía y nadie iba a invertir mientras siguiera siendo tan mala. Un círculo vicioso perfecto.

146


Los pioneros de este medio trabajaron durante varios años a pura pérdida, estaban trabajando así en el momento en que se publica este número de Selecciones. Eran arriesgados visionarios que esperaban el futuro mejor, pero en ese momento no ganaban nada. Muchos críticos del nuevo medio temían que nunca saliera de ese estado -el mismo artículo muestra serias dudas de que en las siguientes décadas la esperada televisión continúe tan estancada como la veían en ese año de 1946. Entre otras críticas (algunas ingenuas) se decía que ningún trabajador dejaría la radio que permite moverse por toda la casa y continuar con su trabajo, reemplazándola con la tele, que exige estar sentado enfrente. Esto se aplicaba especialmente a las amas de casa: jamás podrían estar sentadas mucho tiempo con todas las

responsabilidades del hogar. Hoy podemos sonreírnos pensando en el furor absoluto de los teleteatros de la tarde apenas unos años después.

147


especialmente pensadas para que la televisión pueda ser el centro del hogar.Y (fijese esto) ¡¡¡¡sillones especialmente diseñados para ver el televisor cómodamente!!!… Vamoooos, un sillón lo único que necesita para permitir ver tele es que lo ubiquen enfrente de la tele… Ahora bien, el aviso que aparece en este mismo número y del que adjunto copia (es la única página dibujada), ofrece por contraste un visión super optimista ,verdaderamente eufórica de lo que sería este medio en el futuro. Y por esta vez tuvo razón todo el optimismo del aviso y no la prudente reticencia del artículo. Es sorprendente que los televisores dibujados, como se puede apreciar en la imagen, se parecen muchísimo a nuestros plasmas actuales. El dibujante los hace con pantalla bastante grande (cuando en esos años eran de pantalla muy pequeña, rodeadas de un aparato enorme), los hace muy prácticos y livianos (cuando aún estaba fresco el recuerdo de los voluminosos equipos que reventaban escenarios) y tan cómodos que pueden adosarse fácilmente a la pared. Considera que los precios habrán bajado lo suficiente como para permitir que un restaurante tenga varios aparatos, uno en cada pared cuando en aquella época era dificilísimo adquirir uno. Evidentemente el

También aparecen, como siempre que existe una novedad, algunas truchadas risueñas como la promesa de arquitectos y diseñadores de proyectar nuevas viviendas 148


los inconvenientes desaparecerían pronto. Bueno, nosotros que vivimos en este siglo y heredamos o conseguimos usadas estas viejas Selecciones ya sabemos lo que paso con los dirigibles y lo que paso con la tele… es mas ,si esta nota viene de los tiempos “pre tele” al menos pre tele masiva, nosotros ya casi vivimos en la era “post tele”. Hoy hasta los Simpson están desactualizados, los milenial ya no se pelean por un lugar en el sillón frente a la tv, esta cada uno con su propia pantallita y sus redes sociales. La familia Simpson puesta al día nos mostraría a cada uno por su lado, mirando cosas totalmente diferente, quizá Homero riéndose de los blooper, Lisa buscando el National Geographic o algo asi, Marge el canal de cocina, Bart algo quizá no apto para niños… Bueno, ojala le guste, un saludo y gracias por su tiempo!

Ahora les dejamos el articulo completo para que lo puedan leer si les ha llamado la atencion…

dibujante del aviso no comparte las dudas del redactor del artículo, sino que tenía la plena seguridad de que todos 149


150


151


Pรกnico a flor de piel (Panique a fleur de peau, 1960) Por Roberto Barreiro

152


Autor: André Lay Colección: Débora nro. 56 Edita: Malinca, Buenos Aires, 1961

Lo mejor de Fredric Brown (The best of Fredric Brown, 1977)

Hillen ha sido contratado por el magnate cinematográfico Herbert Creston para que vigile a su esposa Helena. Ella ha sido diagnosticada con trastornos de personalidad y Herbert quiere que un psicólogo como Hillen la vigile discretamente, haciéndose pasar por su valet. Pero la cosa no es tan simple: Helena es una mina astuta, jodida y muy hermosa. Así que en menos de lo que decimos “femme fatale”, Hillen está metido en una lucha de poder entre marido y mujer (porque Herbert también tiene planes). Una lucha que termina en crimen y en que el psicólogo tiene todos los números de ser el jamón del sándwich… Un jamón que puede terminar freído eléctricamente… Este es uno de las innumerables novelas policiales de André Lay, uno de los prolíficos autores franceses que publicaron en la serie francesa Fleuve Noir, una de las colecciones más señeras de la literatura popular policial francesa de la posguerra y claramente una de las principales fuentes de novelas de la editorial Malinca (junto con las novelas publicadas en Inglaterra en la inmediata posguerra). Y es una novela típica, bien llevada, con dos personajes muy divertidos como son el comisario Debaker y su ayudante Robin, ambos dotados de cierto sarcasmo brillante en sus frases. Sin ser un clásico, es un policial sólido con ciertas dosis de suspense y escrito agradablemente. En fin, un pasa páginas bastante digno.

Por Roberto Barreiro

153


Autor: Fredric Brown Colección: Libro Amigo Ciencia Ficción n° 16 Edita: Ediciones B, Barcelona, 1988

chiste. NO son malos: solo que, comparado con el resto de las historias, son relatos fallidos. Pero en el balance, la cantidad de historias realmente geniales, con ideas novedosas, desarrollos trepidantesy desenlaces inesperados, se revela abrumadoramente superior en cantidad a los casos no tan buenos. Desde el ejercicio ultracorto formal de “El final” (¡111 palabras!), la apabullante “Respuesta” (que en dos páginas resume todos nuestros miedos tecnológicos con las computadoras), las cómicas “Pi en el cielo” y “Sirio Nada”, la tenebrosa “Eine kleine Natchmusik” y hasta la aventurera “Arena” (que sirvió de base para uno de los episodios más conocidos de la “Star Trek” Original) son ejemplos del talento de Brown para el cuento. A falta de un libro que reúna todos sus relatos breves, esto es una gran manera de acercarse a Fredric Brown. Un autor que cualquier buen lector de ciencia ficción y fantasía no debería dejar pasar.

No es novedad decir que Fredric Brown es uno de mis escritores favoritos, especialmente a la hora de escribir cuentos. Su habilidad para tomar una premisa extraña y retorcerla para dar un resultado original e inesperado es bien conocida por todos aquellos que se hayan asomado a sus relatos ultracortos y cortos. En ese sentido su trabajo para la ciencia ficción es particularmente excelente. Ahora bien, como ocurre en toda antología, no todos los relatos de este libro son, en mi opinión, de los absolutamente mejores que ha producido Brown en su carrera. Si bien absolutamente todos ellos tienen premisas interesantes, no todas las resoluciones son igual de impecables. Ejemplos de esto son “Ven y enloquece”, “Llamada” o “Recesional”, donde los finales no me terminan de convencer o se revelan poco más que un

154


Autor: José Mallorquí Colección: Hombres del Oeste nro. 115 Edita: Cliper, Barcelona, ¿?

La última jugada de Jack Hamlin (¿1943?) Por Roberto Barreiro

Jack Hamlin es un personaje del escritor americano Bret Harte, prototipo del jugador elegante dedicado a esquilmar gente en los pueblos del Far West. Si bien no hay un Hamlin real, Harte se basó en varios personajes que efectivamente pululaban por el oeste real para componer al personaje. Lo curioso es que aquí José Mallorquí decida usar el personaje para su novela. ¿Era exitoso el personaje en esos años? ¿Mallorquí quiso hacer su propia fanfic? ¿Qué motivo hace que use al personaje y no se invente uno con un nombre real? Misterios que quedaran posiblemente sin resolver… La historia, de hecho tiene que ver mas con la compañera de Hamlin, Louise Perry (a) “Serena Lovat”, pobre niña abandonada devenida primero en mujer de vida fácil, después en mano derecha y cuidadora de una dura estanciera y luego heredera del rancho al que están robándole el ganado de manera frecuente. Y de su relación con el hijo de la estanciera, un hijo extrañado, con un pasado igual de turbio. Y aquí es donde hallamos uno de esos giros que hacen a José Mallorquí EL ESCRITOR SUPREMO DE LA NOVELA POPULAR que todos respetamos. Lo esperable sería que le hijo de la estanciera fuera un tipo cobarde, despreciable y traidor, dispuesto de maneras taimadas a sacarle el rancho a la joven. O volverlo un héroe intachable pero con tanta mala fama como rectitud encomiable. Y no hace eso. El personaje cambia, de manera creíble y sin negar sus errores. Que lo logre 155


mientras suceden tres conflictos paralelos (con los cuatreros, con los ex compañeros de rumbo del hijo del ranchero y con Hamlin, que vuelve a reconquistar a su ex amor) en un formato tan breve como el de la novela de bolsillo y logre salir airoso, demuestra el excelente hacer de Mallorquí. Imperdible este western para todos los aficionados a la novela popular y al western. Nada que hacer: Mallorquí la tenía muy clara.

De cómo Norman Bates se enfrentó al Ackermonster Por Roberto Barreiro

Calvin Beck, el protagonista de esta historia y Norman Bates, que tiene mucho que ver con él…

Leo en el indispensable (para todos aquellos que le interesa el mundillo de la cultura popular medio en los bordes) “Cult magazines from A to Z” una interesante historia sobre Calvin Thomas Beck (1929 – 1989), uno de los fans mas conocidos del mundillo de la ciencia ficción estadounidense y que publicaría por veinte años su

156


Castle of Frankenstein, la revista de cine de terror que fue el verdadero único rival de la Famous Monsters de Filmland del adorado en este blog Forrest Ackerman. Pese a su distribución y publicación más que irregular (un hándicap contra la revista del Tío Forry), Castle of Frankenstein tenía a su favor que apuntaba a un público más adulto y a un fan de gustos más elaborados que el de Famous Monsters. Sus artículos apuntaban menos a divertir que a dar opiniones mas serias y elaboradas sobre las películas de terror. Además no se apoyaban mayoritariamente en las películas norteamericanas, sino que se ampliaban a hablar de filmes europeos. Y tampoco se dedicaban exclusivamente al cine, ampliándose a hablar de comics y novelas fantásticas. De hecho, por años hubo una rivalidad bastante abierta entre ambas publicaciones. Una de las cosas que llamaba la atención de Beck era que tenía la Madre Dominante del Infierno: Helen era una pequeña mujer de ascendencia griega que acompañaba a sol y sombra a TODOS lados a su hijo, incluso cuando ya Beck estaba lo bastante grande como para hacer cosas de adulto, como por ejemplo editar u na revista de cine fantástico. O interferir en su relación dentro del fandom de ciencia ficción en Nueva York donde Beck se hizo primeramente conocido.

Un número de la Castle of Frankenstein

157


ver con la que en la vida real sostuvieron Gein y su madre. Bloch de hecho reconoció qun o tenía mucha información sobre el Gein real y necesitaba rellenar al personaje de ficción.

El libro que arrojó la pista de esta entrada. Recomendable 100%

Uno de los habituales de ese mundillo era el escritor Robert Bloch, que estaba ideando la que sería su novela más famosa, Psicosis (Psycho, 1959) tras oir sobre el caso del asesino serial Ed Gein. Sin embargo, si uno lee la novela, las comparaciones entre el Gein real y el ficticio Norman Bates son poco evidentes: si bien ambos tenían el cadáver de su madre momificaod en la casa y que mataron mujeres por compulsión, el tímido, pulcro y obsesivo Bates tiene muy poco que ver con un Gein que vivía básicamente en una pocilga. Y aparentemente la relación maternal que describe Bloch no tenía mucho que

Don Robert Bloch

158


Y decidió modelar a Norman Bates a partir de Calvin Beck y su relación con su madre, convirtiendo a Bates en ese personaje que todo conocemos: el Hijo de Mamá Dominado hasta la Locura.

confirmación o negación oficial por parte del autor (en parte porque asegurarlo hubiera sido no solo mortificar a Beck sino abrirse a un juicio por difamación que nadie quería) pero muchos conocidos de esos años confirmaron, aunque otros lo niegan (si conocen la lengua de Shakespeare lean este artículo de Tom Weaver que profundiza sobre los dimes y diretes del tema). Pero una pista a favor de la opción afirmativa: el Norman Bates de la novela es un tipo gordo, de barba, lentesy puntilloso en sus acciones. Igual que Beck.

Forrest Ackerman (a) el Ackermonster, el gran rival editorial de Beck

Y de última ¿qué más divertido que saber que el principal rivla del Ackermonster era nada mas y nada menos que Norman Bates?

Otro número de Castle of Frankenstein

Por supuesto el rumor se extendió pero nunca hubo una

159


2014. Quien alguna vez se haya acercado a las novelas criminales de Jim Thompson (incluso las mediocres, como la que reseñe en el antiguo blog) se queda atrapado por su prosa cruel y demoledora. La biografía de Polito es el retrato de este hombre, alcohólico, antiguo vagabundo en la Depresión, trabajador manual en condiciones paupérrimas en la Depresión, afiliado al Partido Comunista de Estados Unidos, con una conflictiva relación con su padre, carismático sheriff de un Oeste apenas menos Salvaje y que volcó todo esas experiencias en una sucesión de novelas entre las décadas de 1950 y 1960 que son un muestrario de grandes perdedores, psicópatas y criminales de baja estofa que pueblan un Estados Unidos muy diferente del que el gobierno de Eisenhower y Kennedy vendían. Thompson (como los comics de la EC, como los dobles programas de ciencia ficción de mostros de esos años) nos muestra el lado B del Sueño Americano, cuando éste se convierte en pesadilla. Y lo sostiene con una narrativa fascinante de este tipo que parece haber sacado boleto de Pasajero frecuente al Infierno. Y una edición muy cuidada, de tapa dura que es hermosa de tener.

3 libros de no ficción sobre cultura pop 3 Por Roberto Barreiro En el blog no se nota, pero leo mucho libros de no ficción. De hecho últimamente la historia se ha ganado a pulso mi tiempo lector en cantidades. Como me parece que esas lecturas normalmente no acompañan a lo que pretendo hacer con el blog, quedan sin reseñar. Pero por una coincidencia astral esta vez, en rápida sucesión llegaron a mis manos tres libros que encajan perfectamente con el concepto de “arqueología pop”. Los tres cruzan la historia con la cultura de masas de maneras excelentes, dando pistas para entender cómo evoluciona ese complejo rompecabezas que es la cultura pop. Así que, como mínimo, corresponde hablar de ellos. En primer lugar tenemos Arte salvaje: una biografía de Jim Thompson (Savage art, 1995) de Robert Polito, editado por la editorial española Es Pop en el 160


Siguiendo con Es Pop tenemos Hollywood Gótico (Hollywood Gothic, 1990) el ensayo en donde David Skal cuenta el desarrollo de Drácula desde la novela hasta la primera adaptación cinematográfica, pasando por el teatro. El resultado es un complejo y cambiante fresco que explica con pelos y señales todos los problemas que se fueron dando con las diferentes adaptaciones. Mención especial a los capítulos sobre el juicio por el Nosferatu de Murnau (con la viuda de Stoker literalmente saltando a la yugular a los productores alemanes de una manera feroz) y el de la versión en español del Dracula de la Universal (versión que Skal – que se tomó en su momento el trabajo de ir a la Cuba de Fidel para ver la única copia completa conocida en esos años y que se convirtió en clave para la restauración final del filme- considera –y yo concuerdo con él- muy superior a la versión de Tod Browning y Bela Lugosi). Cualquier buen aficionado a los vampiros o al cine fantástico debería leer este libro.

161


Finalmente tenemos La editorial Acme de Carlos Abraham que hace poco sacó la editorial argentina Tren en movimiento. Para el que no sepa, Acme fue la editorial detrás de la Colección Robin Hood, esos libros de tapas amarillas que alimentaron las infancias de los chicos que hoy tienen entre 35 y 55 años en Argentina y América Latina (y que aparecen con frecuencia en las reseñas de este blog). Una verdadera editorial de literatura de masas, sus colecciones (no solo la Robin Hood sino también Rastros, Suplemento de Rastros, Pistas del espacio, etc.) fueron parte de la cultura lectora argentina durante la segunda mitad del siglo XX. Y Abraham hace lo que raras veces se hace en los estudios de historia cultural: un trabajo de campo rigurosísimo, pleno de entrevistas inéditas, investigación en revistas y libros y catalogación de material de la editorial. Realmente cualquier estudiante de Ciencias de la Comunicación y/o Literatura tiene que leer este libro para ver cómo es de verdad un trabajo sobre la industria cultural. Y más de un académico universitario debería llamarse a silencio tras ver la sonora cachetada que el trabajo de Abraham le da sus manidas gilipolleces cuando hablan de literatura. Yo ya había reseñado sus libros anteriores sobre la editorial Tor y las revistas de ciencia ficción argentinas, pero esta vez se superó. Un aplauso por Carlos que demuestra todo el jugo que la arqueología literaria bien hecha puede dar.

162


Autores: Juan Bertazzi (guión) y Hernan Gonzalez (dibujo) Edita: Buen Gusto, Córdoba, 2017

Hellhound on my trail (2017) Por Roberto Barreiro

Si hay un personaje misterioso en la historia del blues es Robert Johnson. Salido de la nada, sus pocas grabaciones (29 en total) lo convirtieron en un músico que influencio a varias generaciones de bluseros y sus derivados rockeros. Además, la leyenda que corre que su éxito se debió a vender su alma al diablo a cambio de tocar el blues y la escasez de sus datos fehacientes sobre su historia han fascinado a muchas personas en el tiempo. Incluyendo a estos autores, que se despachan con una novela gráfica donde juegan con todos estos elementos para dar una versión mitad realista, mitad fantástica de ese pacto final. Y es una historia con el ritmo justo, el tono justo, el clima justo: Bertazzi construye una historia apremiante, donde Johnsson está a un paso de terminar el contrato y se haya asfixiado, sintiendo que hay un escape inevitable, con un “sabueso infernal en su sendero” (como se titula uno de los blues que Johnson dejó grabado) listo para atraparlo. Y ese ritmo asfixiante se potencia por el expresionismo gráfico que Hernan Gonzalez le pone a las viñetas. Gonzalez me recuerda al Paul Pope de los inicios (elogio poderoso en mi libreta critica) con toques de José Muñoz por ahí . Tal vez el peor problema es que la historieta se lea rápido. Porque realmente hay que seguir leyendo trabajos de ambos. Gran novela gráfica que debería llegar a la mayor cantidad de gente posible.

163


Autor: “Alison Lord” (seudónimo de Julie Ellis) Colección: Jaguar n°66 Edita: Diana, México, 1970

Deedee (1969) Por Roberto Barreiro

Deedee tiene 18 años recién cumplidos, un departamento recién alquilado en la Sunset Strip de Los Angeles de finales de los años sesenta, un novio contracultural que no quiere ir a Vietnam y un gusto por los Doors. Pero tiene una segunda vida, como hija de una superestrella de Hollywood que sucesivamente la consiente y la ignora y que últimamente se ha enrollado en Las Vegas con un tipo que aparentemente es un mafioso… y que la mira como un lobo a una oveja tierna. Y que, en un punto la tienta… Pero tranquilos, porque, la verdad, el triángulo madre/hija/amante que amenaza ocurrir (y que la contraportada vende prometiendo algo muy hot, como pueden leer) se queda en nada y solo una escena final (que deriva en un momento criminal) amaga a ir por ahí. Pero a cambio de eso hay varias escenas de sexo (no descritas pero insinuadas) en la que actúa más que nada la madre antes que la chica protagonista. Parece que las superestrellas decadentes del cine tienen sexo más glamoroso que las jovencitas hippies. Igual, lo más entretenido del libro para un lector hoy día es leer el vocabulario “joven” de esos años. Sobre tod teniendo en cuenta la traducción mexicana, que lo convierte (al menos para mis ojos) en un documento entre sociológico e hilarante. Ponte en onda, fresa, y salgamos de la covacha para chequear la escena. ¿Me explico?

164


Tras el seudónimo se escondía una primeriza Julie Ellis, quien años después sería una prolífica autora de paperbacks románticos e históricos. Y pese a hacer sus primeras armas como novelista es clara y coherente en su estilo. Una productora eficiente de basura softcore de la época. Dentro de ese subgénero, no es lo peor que a uno le puede tocar…

165


información al enemigo y otra por apropiarse de dinero del ejército e intentar desertar. Lo más sorprendente es que no acabara ante un pelotón de fusilamiento siendo días tan crueles, y eso puede darnos un indicio de su labia, encanto natural y poder de persuasión, capaz de vender congeladores a los esquimales. Su colega escritor y empleado en Bruguera, Francisco González Ledesma (Silver Kane) afirmó que Debrigode solía narrar su fuga de la cárcel gracias a la ayuda de una mujer y a unas sábanas anudadas… Esas anécdotas debemos contemplarlas con escepticismo, dado que Debrigode era un fabulador chistoso a quien no conviene creer con fe ciega. Lo cierto es que estando en la cárcel empezó a escribir sus primeras novelas, de géneros policíaco y romántico, que le publicó a partir de 1943 la madrileña Ediciones Marisal. Debrigode sale de prisión en octubre de 1945 y empieza su vinculación con la Editorial Bruguera, emplazada en su

Las primeras aventuras del Pirata Negro. Por Armando Boix Millàn

Es siempre motivo de felicidad regresar a lugares gratos y, ahora que una cercana relectura me ha refrescado sus argumentos, aprovecho para redactar estas líneas como invitación al descubrimiento de El Pirata Negro, la serie más longeva de uno de los tres mosqueteros de la novela popular española de posguerra: Pedro Víctor Debrigode. Debrigode fue un autor nacido en Barcelona en 1914, de padres franceses. Participó en nuestro último conflicto civil desde el lado franquista por la sencilla razón de encontrarse en Canarias, zona nacional, al estallar la guerra y ser reclutado. No fue en modo alguno un soldado modélico; en realidad sería todo lo contrario, pues acabó por dos veces en penales militares, una bajo sospecha de facilitar 166


ciudad natal. Allí recibiría mayoritariamente cobijo a su producción literaria hasta los años 70. Bruguera había nacido como editorial en 1910 con el nombre de El Gato Negro y durante el periodo de la guerra había visto sus talleres nacionalizados por la Generalitat. Llegado el conflicto a su fin, se renovó cambiando su nombre por el de la familia fundadora y propietaria: Bruguera. La editorial se enfocó desde el principio a las publicaciones más comerciales, en forma de revistas ilustradas para niños y folletines sensacionalistas; pero, ante el éxito en el campo de la novela popular que estaban teniendo Molino y Clíper, en 1944 Bruguera decidió participar en ese mercado recuperando, con estética remozada, algún folletín previo a la guerra, como la anónima Tabú, vengador de esclavos, y encargando nuevos seriales a uno de sus primeros autores habituales, Fidel Prado. Escribiría para ellos El dragón de fuego y La secta de la muerte, ambientados en el exótico Oriente.

167


Eran los días en los que José Mallorquí vendía más de cien mil ejemplares de las novelas de El Coyote. Bruguera quería algo semejante, una serie narrativa protagonizada por un personaje fijo. No sabemos si fueron los editores quienes propusieron el tema o si la idea nació del propio Pedro Víctor Debrigode; sea como sea, el género escogido, pura aventura de capa y espada, se alejó por completo de sus competidores, que solían centrar sus preferencias en las novelas policíacas y del Oeste. El Pirata negro apareció a la venta en marzo de 1946, con la firma de Arnaldo Visconti en la cubierta. El seudónimo italianizante, seguramente reclamo y homenaje a Rafael Sabatini y Emilio Salgari, muy populares entre los lectores de aquel entonces, lo utilizaría Debrigode en el primer periodo de su carrera para todas sus novelas de época, como El Halcón, Diego Montes, El Aguilucho o El Galante Aventurero, mientras empleaba su nombre verdadero en novelas de acción contemporánea, como Audax o El Capitán Pantera. Más tarde, en los años cincuenta, inauguraría el seudónimo de Peter Debry, que le acompañará durante décadas en novelas policíacas, de ciencia ficción y westerns. Como vemos desde el primer momento en las ilustraciones de Provensal, el protagonista de El Pirata Negro, Carlos Lezama, debe mucho en su apariencia física a Douglas Fairbanks. El actor norteamericano había protagonizado una película titulada, precisamente, The Black Pirate, cinta muda pero con fotografía pionera en color, que debía mucho en su dirección artística a las maravillosas ilustraciones sobre piratas de Howard Pyle. El propio Debrigode lo describe con un aspecto semejante en el mismo texto: fino bigote curvado, arete en el lóbulo

de la

oreja, pañuelo rojo en la cabeza, botas mosqueteras y todo él vestido de negro… También su carácter, atrevido y juguetón, debe mucho al personaje que Fairbanks gustaba de encarnar en la pantalla. 168


La primera novela, La espada justiciera, es un prologo alejado aún de la variedad de aventuras que habrán de publicarse en el futuro, una obra de presentación de personajes, bastante convencional en su argumento, aunque también revela muchas de sus virtudes. Tenemos, de partida, a la típica joven dama, hija del virrey de Panamá, que regresa a la colonia después de haberse educado en España. Para su sorpresa, encontrará a la población en una situación miserable y a su padre abúlico e incompetente, con su personalidad abotargada, el ánimo vacilante, preso por completo en la influencia de su segundo al mando, un mercenario portugués, y sojuzgado por los encantos carnales y los bebedizos de una hechicera nativa que vive en los pantanos. La muchacha, quien ha oído hablar de las actividades en la región de un caballeroso corsario siempre dispuesto a prestar su acero a las víctimas de la injusticia, hará llegar al Pirata Negro un mensaje rogando su auxilio. Lezama se enfrentará al portugués y a la sensual hechicera, restaurará el orden y propiciara que la joven encuentre el amor en brazos de un apuesto y leal oficial de la guardia. En esta novela, Debrigode nos lleva con su héroe ya en activo y célebre en el Caribe. Deberemos esperar algunos años para que nos cuente con detalle su origen, bastardo de sangre noble criado por una mulata, y sus correrías inaugurales en La primera aventura, aparecida en 1952 dentro de la Colección Iris, cuando ya la serie se había cancelado. La espada justiciera es una novela que juega a introducir rápidamente al lector, mediante la acción y la peripecia, en el escenario y la época, al tiempo que nos describe los rasgos fundamentales de su protagonista y presenta algunos personajes secundarios que 169


desempeñarán papeles importantes en las tramas futuras, como el negro sordomudo Tichli, el angelical Juanón o el feo pirata de rostro maltrecho Cien Chirlos, avanzadilla de un amplio reparto.

Debrigode se nos revela como un narrador ágil y colorido, culto, bien documentado, que no menosprecia a sus lectores por consumir literatura de evasión, pues redacta con una asombrosa riqueza de vocabulario. Se maneja

170


perfectamente tanto en la descripción, sin los esquematismos tan propios de otros autores populares, como en los diálogos, rápidos e ingeniosos, con bastante humor, sobre todo en labios de Carlos Lezama. Con la segunda entrega, La bella corsaria, ya tenemos la prueba de que las aventuras del Pirata Negro no se limitarían a las aguas del Caribe, algo que podría haberse convertido en monótono, si tenemos en cuenta que se escribirían ochenta y nueve novelas sobre el personaje. Sus correrías tienen lugar por todo el ancho mundo, desde el Golfo de México a las ciudades europeas, como París, Venecia o Sevilla, por el Mediterráneo y los desiertos del norte de África, en la jungla y en el pintoresco Oriente Medio… En esta ocasión seguiremos a Carlos Lezama hasta Francia, donde pretende obtener información sobre el derrotero y la fecha de partida

del barco fletado por el rey galo para llevar oro con el que mantener sus colonias americanas. En París hará amistades y enemigos, entablará duelo con un peligroso espadachín y, lo que es más importante, quedará atrapado en las redes del amor. El objeto de su pasión será Jacqueline de Brest, que le corresponde en sus sentimientos. Sin embargo, en un gesto de gallardía, Lezama juzga que un fuera de la ley, un pirata, no puede aspirar al corazón de Jacqueline, y marcha de Francia rechazando su atracción e interiormente destrozado. En la segunda mitad de la novela vemos al Pirata Negro conseguir la captura del oro francés, en el Caribe, y liberar Haití de un aventurero holandés que ha sojuzgado a su población con el poder de las armas -en sintonía con el nacionalismo imperante en la dictadura fascista, las novelas de El Pirata Negro, aunque transcurran en la América 171


hispana, suelen tener como principales villanos a extranjeros, no a españoles-. Además de estas peripecias, Carlos Lezama vivirá un encuentro donde se nos advierte que el carácter burlón del Pirata Negro tiene mucho de disfraz, de coraza, que su corazón también sangra y que en las siguientes crónicas de su vida también tendremos un componente de tragedia. Porque Lezama se enfrenta, en esta novela, a una mujer pirata que auxilia al dictador de Haití, La Corsaria Bretona. Cuando contemple su rostro por primera vez por el catalejo, apunto sus naves de trabarse en combate mortal, descubrirá que la misteriosa corsaria es nada menos que Jacqueline de Brest, la mujer a quien ama desesperadamente… Un primer indicio de las tramas, en ocasiones muy melodramáticas, que habrá de contarnos Debrigode en los siguientes títulos de la serie. La edición original de El Pirata Negro, con su encanto formal propio de las publicaciones pulp, no es fácil de conseguir hoy en día, salvo armándose de paciencia y con una gran dosis de suerte, pues han transcurrido setenta años desde su aparición. Darkland Editorial, en 2015, publicó un volumen con sus cuatro primeras novelas, sustituyendo las ilustraciones originales por otras nuevas de Joan Mundet. Si estas palabras mías han servido para despertar algún interés, tal vez aún tengan tiempo de conseguir un ejemplar.

¿De dónde te tengo? – Hoy: Lupita Tovar Por Roberto Barreiro

Estamos en 1931. Llega a Buenos Aires una nueva película que viene de los estudios Universal y que causa sensación, Drácula. Asombrados, los espectadores porteños del cine Renacimiento (situado en Lavalle 925) siguen a ese seductor Conde vampiro que anda mordiendo señoritas a troche y moche. Su víctima principal es Eva, la novia de Juan Harker. Si, leyeron bien, la chica se llama Eva, no Mina. Porque el film que llegó primero acá fue la versión en español que se hizo en Estados Unidos, al mismo tiempo que se realizaba la protagonizada por Bela Lugosi. Y la chica que hacía el papel de Mina era una jovencita mexicana llamada Lupita Tovar. 172


Tovar nació en Oaxaca, México en 1911. Nunca pensó en dedicarse a la actuación hasta que, siendo adolescente, el cineasta Robert Flaherty la vio haciendo gimnasia en su colegio. Flaherty le hizo un test que llevó a los estudios Fox, y a las pocas semanas la empresa volvió con un contrato para Tovar. Pese a la resistencia inicial de los padres, la chica finalmente viajó a Hollywood junto a su abuela. Alli comenzó a trabajar en algunas películas mudas de la Fox. Mientras, aprendía a bailar con Eduardo Cansino, padre de Rita Hayworth, quien trató a Lupita como a su propia hija.

En esa época apareció el cine sonoro. Se presentó entonces un problema: muchos actores no angloparlantes (como Lupita) perdieron su trabajo de un día para otro. Luego de recibir el aviso de que no le renovarían el contrato, Tovar se dirigió a los estudios Universal con una 173


carta de recomendación de sus antiguos empleadores. El productor que la atendió era un checoslovaco llamado Paul Kohner, joven, ambicioso y trabajador. Kohner había tenido bastante que ver con el ingreso del director Paul Leni a ese estudio. Leni había logrado en poco tiempo dos éxitos: El Hombre Que Ríe (The Man Who Laughs, 1927) y El Gato y el Canario (The Cat and the Canaty, 1927). Kohner enseguida vio algo en Tovar, y no creemos que fueran sólo sus habilidades artísticas. De más está decir que Lupita consiguió trabajo, y conoció así a su futuro marido, porque Paul Kohner se casaría años más tarde con ella. El matrimonio duraría hasta la muerte del productor en 1988.

Kohner era quien producía las versiones en otros idiomas de las pelis que hacía el estudio. Esta fue una práctica común en Hollywood a principios del cine sonoro, cuando el procedimiento del doblaje no era muy conocido. Así fue como Lupita terminaría protagonizando la versión castellana de The Cat Creeps (1930) dirigida por Rupert Julian, a la que titularon La Venganza del Muerto. Este papel la convirtió en una estrella en su país natal. Su próximo proyecto sería la versión española del Drácula, realizada por Tod Browning.

174


filmando de noche. “El equipo norteamericano se iba a las seis y nosotros ya estábamos preparados. Empezábamos a rodar a las ocho de la noche. A la medianoche parábamos para cenar”, recuerda la actriz. La relación entre los actores era muy buena, lo mismo que con la del elenco del film en inglés. Tovar asegura que Lugosi en particular “era terriblemente educado. Acostumbraba a verlo los fines de semana. Todos los europeos se juntaban para tomar café con masas y charlar, Paul Kohner era parte de ese grupo y como me estaba cortejando en esa época, cada vez que lo invitaban, me llevaba con él”. Este cortejo del productor hacia la actriz era obvio para todo el mundo. Los regalos, ya fueran flores o chocolates, eran tan continuos que Barry Norton, el actor argentino que hacía de Juan Harker en el film, le dijo bromeando “si seguis comiendo los chocolates de Kohner, Dracula no podrá cargarte por las escaleras”.

El Drácula español fue dirigido por George Melford quien, pese a no hablar una palabra de castellano, se ganó rápidamente el respeto de sus actores. La película se hacía en los mismos escenarios de la versión en inglés, 175


de retirarse de la Universal) más importante del Hollywood de la edad de oro. “Una vez que renuncié a actuar sólo viví para mi marido y nunca pensé en volver”, reconoció Lupita en una entrevista.

La película se terminó a tiempo y gastando menos de lo presupuestado originalmente. Incluso se estrenó antes que la versión en inglés. Fue tan exitosa en Hispanoamérica como la de Lugosi en Estados Unidos, y Lupita Tovar quedó confirmada como una estrella de la pantalla mexicana. Durante toda la década siguiente, alternaría trabajos en films de su país de origen (entre ellos el protagónico del primer largometraje sonoro de México, Santa, en el año 1931) y norteamericanos. De estos últimos, siguió haciendo versiones en español hasta que el avance de la tecnología hiciera obsoleta la existencia de estas películas. Tovar continuaría, por un tiempo, interpretando papeles secundarios, generalmente en westerns. Pero en 1945, luego de casarse con Kohner, dejaría de actuar para convertirse en ama de casa y esposa de uno de los representantes de estrellas (ese fue su trabajo después 176


Fallecería recién el 12 de noviembre del 2016 (con 106 años) rescatada para la posteridad gracias a su papel en el Drácula español. Ya no tenemos que preguntarnos, al verse atacada por nuestro vampiro favorito en la versión latina “¿De dónde te tengo?”

177


Siguiendo a los sajones, vikingos y normandos

Northumbria, el último reino (The Last Kingdom, 2004). Svein, el del caballo blanco (The Pale Horseman, 2005). Los señores del norte (The Lords of the North, 2006). La canción de la espada (Sword Song, 2007). La tierra en llamas (The Burning Land, 2009) Autor: Bernard Cornwell Edita: Edhasa

Por Roberto Barreiro

Me habían recomendado mucho esta serie de novelas, vendiéndomela como el equivalente en novela histórica de la Canción de Hielo y Fuego de George R.R. Martin. Saber que la BBC la estaba adaptando para televisión también era un punto a favor, teniendo en cuenta le buen gusto que habitualmente tiene la BBC con lo que produce, con lo que me aseguraba que no podía ser un desastre el producto original. Así que me embarqué en la lectura de esta saga escrita por Bernard Cornwell. Normalmente habría comentado tomo a tomo las incidencias de la lectura pero ocurrió algo que no me pasa tan seguido (échenla la culpa al síndrome del lector veterano), que es leer una novela de un tirón y querer leer enseguida la que viene. Sí, así de bien escribe Cornwell. Es de esa prosa pegadiza, que no soltás aunque tengas cosas más importantes que hacer en la vida, absorbente como body snatcher suelto en pueblito americano, devorador del seso como zombie de Romero. Lo que los gringos describen como un “page turner”. De hecho, en ese sentido le gana por robo a Martin: mientras le creador de Juego de tronos 178


nunca deja que el ritmo decaiga. Las descripciones justas, personajes secundarios que no se toman el control de la historia por 30 páginas para desesperación del lector, explicaciones de lugares y costumbres no alargadas más de lo necesario. Ahí Cornwell gana por goleada. Ahora ¿de dónde sale la comparación entre ambas historias? Bueno, hay varios elementos similares en

a veces (sobre todo en los últimos tonos) parece querer perderse en el gigantesco mundo que explora, Cornwell

179


ambas. En primer lugar la ambientación no es tan diferente: ambos mundos son lugares hostiles para la gente, donde la muerte violenta parece dispuesta a caer en un instante sobre las personas y la guerra está desatada y no es nada bonita ni para los que la hacen ni para los que la padecen. También en la cantidad de personajes secundarios definidos y con motivaciones para hacer cosas. No hay un bando bueno ni uno malo: todos tienen sus posiciones justificadas en algún momento (que no necesariamente que las aceptemos como lectores). La historia se ambienta en la Inglaterra sajona que recibe como un vendaval las incursiones de los vikingos escandinavos, dispuestos a conquistar la isla. Allí nos encontramos con Uthred de Babbenburg, el hijo de un señor del norte sajón (del reino de Northumbria) que, por caprichos del destino, termina en manos de los conquistadores y crece en sus costumbres, viviendo como uno de ellos. Pero su destino lo llevará a quedar indisolublemente unido al del rey de Wessex, Alfredo el Grande. Alfredo es un chupacirios de cuidado, con alma de burócrata y siempre listo a escuchar a los sacerdotes en todas decisiones (algo que le cae particularmente mal al pagano, deslenguado y mercurial Uthred). Pero también es un líder astuto, calculador y hasta maquiavélico, que sabe conocer la valía de los hombres y la manera de que sus resortes salten para que lo ayuden en su objetivo final: la construcción de un único reino inglés en la isla. Y en eso Uthred (que se va revelando como un guerrero muy inteligente, capaz de inventar los planes más ingeniosos y vencer en situaciones desesperadas) queda siempre atrapado en la maraña por el rey. Un rey al que más de una vez ha querido abandonar y hasta enfrentar, porque 180


Uthred se siente mucho más cómodo con los daneses paganos que con los ingleses cristianos. Pero al que los juramentos de lealtad (y si hay algo que siempre hace Uthred es respetar esos juramentos a toda costa) lo tienen todavía ahí, bajo el servicio de Alfredo. Otro gran detalle son la vivida descripción de las batallas de Cornwell hace. Debe haber investigado mucho sobre esa faceta del periodo porque las construye muy vivamente, con información clara, todo eso sin dejar de hacer una narración que transmite además la excitación, el miedo y la salvajada que eran esas peleas. No quiero contar mucho que pasa exactamente en cada novela, pero solo quiero decir que las recomiendo plenamente. Ya van cinco y espero seguir con las que falten. Valen mucho la pena

181


Patoruzú era algo sencillamente frustrante. El 95% de todos aquellos que hemos leído sus aventuras, lo hacíamos de la mano de las historias en formato apaisado que reeditaron una y otra vez aventuras hechas normalmente hechas en las décadas entre 1950 y 1970, donde el indio ya no tenía input de su creador, Dante Quinterno, sino que era realizada por los autores de su estudio. Muy pocos habíamos visto el trabajo de Quinterno como autor de historietas, trabajo que le había dado fama y el ímpetu para después seguir como editor. Una deuda que estos dos libros vienen a suplir, al reeditar en orden cronológico las historietas de Patoruzu publicadas originalmente en los diarios de la década de 1930 (y que después el propio Quinterno reeditaría en su propia revista Patoruzu). Gracias al excelente trabajo de restauración de Pablo Sapia, hoy podemos darnos el gusto de leer las bases que permitieron crear a uno de los íconos argentinos del siglo XX Pero, más allá del rescate arqueológico ¿la historieta está buena? ¿Ha soportado el paso del tiempo o es un

Colección Patoruzú vol. 1 y 2 Por Roberto Barreiro

Autor: Dante Quinterno Edita: Assisi, Buenos Aires, 2017 El rescate de material clásico en la historieta argentina es algo normalmente impensable. Incluso hoy día, con el formato del libro bastante instalado en la producción editorial de historieta, encontrar reediciones de historietas antiguas es improbable. Por ende, la tan cacareada tradición de la historieta argentina es algo que se toca de oídas y que- si hay suerte- no pasa de la reedición de las cosas hechas por Oesterheld en Hora Cero. Más allá de 1957, ver reeditado alguna historieta hecha en Argentina es algo casi mítico (aclaremos: reediciones post 1957 tampoco es que haya tantas) Que eso pasara con un personaje de la importancia de 182


artefacto infumable para un lector contemporáneo? La respuesta es un resonante sí. El Patoruzu de Quinterno está lleno de acción, con personajes bien definidos, diálogos bien trabajados, con un equilibro entre la comedia y la aventura muy bien llevado y con un manejo del suspenso (necesario en una tira que continuaba día a dia) muy bien logrado. La influencia del Mickey Mouse de Floyd Gottfredson está bastante clara en el estilo de dibujo de Quinterno (fluido, ágil, que se presta muy fácilmente para adaptarse al dibujo animado) así como en el manejo de la acción y del cliffhanger. Comparado con muchos de sus contemporáneos, quinterno es un autor moderno, uno que no se corta un pelo a la hora de cambiar los puntos de vistas de la viñeta, de darle agilidad al encuadre, de evitar el punto de vista único, ese de “cámara fija” que lastra a varios de sus contemporáneos. También su ambientación habla de situaciones contemporáneas (los veraneos de mar del Plata, cuando esto era algo solo para gente con plata; la etiqueta social de la aristocracia, el futbol cunando ya empieza a sr deporte de masas, la representación de varios personajes típicos de la sociedad en esos años, etc). Aclaremos eso

sí que, si usted es políticamente correcto, raje inmediatamente: no solo hay muchos estereotipos, sino que son estereotipos cargados de su buena dosis de xenofobia y racismo (los judíos son avaros, los negros son ignorantes y supersticiosos, los gitanos son ladrones, etc). 183


estereotipo del paisano que llega de provincias a la gran ciudad ¿Era antipaisano, entonces? Yo creo que no, si no sus personajes no hubieran sido populares como fueron. Tampoco olvidemos que estas historias fueron escritas antes de los pogroms y de los campos de concentración. Naturalmente que respiran el aire de época de la década infame y del caldo de cultivo que desencadenó la segunda guerra mundial. Por eso creo que hay que leerlas en su contexto histórico y hacer una nueva lectura con la perspectiva adecuada y dejar atrás la visión de Steimberg, que es la única referencia sobre este material hasta ahora y que es citada desde Trillo y Saccomanno hasta Gociol y, al disponer de la lectura original, sacar nuevas conclusiones (el análisis de Steimberg es muy anticuado y simplista a esta altura). ¡¡¡Abrazo y gracias por la reseña!!!

Acepten la historia con esos puntos, resultado de que Quinterno era un conservador en lo político (en las páginas de la revista públicamente llega a apoyar a Manuel Fresco, uno de esos gobernadores de la provincia de Buenos Aires que se ganó fama por lo corrupto durante la Década infame de Argentina), si quieren disfrutar las historias. Quiero volver a destacar el trabajo de Pablo Sapia como restaurador de la serie. Además de hacer un trabajo casi detectivesco para poder armar en orden cronológico la serie, contextualiza la publicación de ambos libros con dedicación. Con este y su recopilacion de Pi-Pio, Sapia tiene bien ganado su lugar como restaurador de antiguos materiales de historieta argentina. Hay prometidos dos tomos más de esta serie. Ojala se venda lo suficiente y podamos seguid disfrutando de este clásico de la historieta argentina.

Comparto plenamente su posicion (y hago mea culpa por no dejarlo mas claro en la reseña): lo que hoy percibimos hoy como racismo y xenofobia en esos años era una situación normal. Quinterno no era un tipo considerado racista en el promedio de la sociedad. Que hoy nuestra sensibilidad haya cambiado no deberia ser óbice para leer esta obra y disfutarla como el clásico que es (nadie discute, por poner una comparación, “La Bolsa” de Julián Martel como un clásico de la literatura argenitna de fin de siglo XIX, pese a tener unos tintes de antisemitismo absolutamente recargados, mucho mas que el retrato amable que hace Quinterno). Ahi dejo la aclaración… Esperemos que la aclaración no oscurezca =)

UPDATE: El propio Pablo Sapia hace una acotación muy válida sobre mi reseña en Facebook. No quiero dejar de ponerla aqui: Linda nota… Una pequeña aclaración sobre los estereotipos. Más allá de lo que señalás del personaje judio, el negro, el gitano, etc… tenemos que tener en cuenta que A) trabajar con estereotipos era la metodológía de la época (Quinterno toma el molde Disney de esa misma época, similar) y B) Los estereotipos valen para todos los personajes: El villano mayor es el hotelero francés (¿se lo puede acusar de galicofobia por eso?) Isidoro es el estereotipo del porteño vividor y chanta capaz de vender a la madre por dinero (¿hay que acusarlo de antiporteñismo?) Patoruzú mismo, en sus inicios era el 184


ÂĄHasta el AĂąo que viene! Y no se pierda todo lo que sale de manera regular en nuestro blog, ubicado en http://arbolesmuertosymuchatintawordpres s.com Nos vemos

185


Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.