Médicos y Medicinas en la Historia N° 26

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Comentario de libros La tuberculosis en la historia de la medicina Alfonso R. Fiorino y Adolfo S. Yunis, Buenos Aires, Dunken, 2008 Hay ciertas enfermedades que, con su sola mención, sacuden o contorsionan; una es la tuberculosis y, en parte, se debe a que el imaginario colectivo la asocia a pacientes sufridos, lánguidos, abatidos, resignados. De ahí que su referencia esté muy presente en la literatura, el teatro, la ópera, la pintura, los guiones de radioteatros y teleteatros. Tal vez, en los tiempos presente lo más próximo por su impacto sea el sida, pero aquélla sigue siendo “más romántica” (y, sólo para sustentar esta afirmación remitimos, a modo comparativo, a dos famosos filmes: La dama de las camelias, de 1936 y Philadelphia, 1993). Recientemente ha aparecido un volumen que por su tamaño ya causa asombro, responsabilidad de dos médicos tisiólogos en quienes valoramos el esfuerzo de compendiar información y adentrarse en un terreno histórico que no es de su dominio. Aún así la honestidad manda y nos vemos obligados a destacar sus aspectos negativos y, por otro, los positivos. Vamos con los primeros: el capítulo I (La Prehistoria), plasma detalles en exceso, innecesarios; donde las referencias concretas a la enfermedad de análisis insumen unos pocos párrafos. Con bibliografía intercalada entre múltiples datos o subtítulos, alguna menor, precaria, sintética o superada. Capítulo II (La Antigüedad), acá se puede reiterar lo dicho antes e interpola, un tanto caprichosamente, a la América Precolombina donde, con sorpresa, leemos esta afirmación: “El poblamiento de América del Sur ha tenido cuatro vías de acceso, una terrestre por el Istmo de Panamá (12.000 años a.C.) y tres marítimas, por el Pacífico, el Atlántico y el Antártico” (cfr. p. 125). Además, menciona las enfermedades transportadas por los europeos a América y elude tratar el asunto al reverso. Capítulo III (La Edad Media), presenta algunos anacronismos o bien, reclama del lector una buena formación histórica para comprender que se retrocede/avanza en los tiempos. Damos un ejemplo que, por otra parte, nos moviliza a reflexionar si esta afirmación es posible de aceptar: “El período griego es la fase de brillo de la medicina antigua. La tisis está completamente individualizada y definida como una enfermedad grave causada por una úlcera del pulmón y se manifiesta con tos, fiebre y adelgazamiento. El tratamiento ya tiene una base científica, la higiene y la

medicación” (cfr.: p. 201). Capítulo IV (Humanismo y Renacimiento), repite las generalidades anteriores y aún más, resultaría conveniente repensar algunos contenidos. Ponemos un ejemplo (en p. 247): 3. Los anatomistas pos-vesalianos y, a continuación, Nicolás Copérnico, insignificante pues el Copérnico-médico no reclama un espacio en la historia de la medicina. Cuando llega la tisis renacentista, acá, como en múltiples otras ocasiones, serían apropiadas algunas entradas de pie de página para no interrumpir el relato con datos que distraen del sentido general del apartado. Capítulo V (Siglo XVII. El Barroco), en medio de abrumadores datos, casi nada se dice de la dolencia que nos concentra. Capítulo VI (Siglo XVIII …), al aludir a la tuberculosis, hay una omisión casi imperdonable: la falta de relación entre su notable crecimiento y expansión con los cambios en los hábitos y costumbres de la población urbana europea, por la irrupción del primer momento de la revolución industrial y sus colaterales negativos, como puede ser el hacinamiento humano en habitaciones precarias. Además, con afirmaciones históricas no posibles

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