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Sumario
A 200 años del nacimiento de Claude Bernard, pionero de la medicina experimental
Federico Pérgola y Adolfo Héctor Venturini
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Existen verdades irrebatibles. Una de ellas es que el avance de la medicina del último siglo ha producido intervenciones quirúrgicas indoloras y perfeccionadas al máximo, mientras que la clínica médica y todas las especialidades que surgieron por la necesidad de abarcar los nuevos conocimientos lograron –junto con el confort– que la vida del hombre se extendiera como nunca había ocurrido hasta entonces. Otra de ellas es que este avance fue producto de la labor creativa de quienes brillaron por emprender un camino que no es otro que el recoleto de los laboratorios de investigación científica. Tal vez, una tercera verdad sea que de grandes maestros han surgido grandes discípulos aunque debemos reconocer que esta consecuencia no siempre se cumple. Muchas veces depende de la capacidad inspiradora del profesor.
Un notable fisiólogo francés, fundador de la toxicología, fue François Magendie (1783-1855) quien en 1828 publicó el Compendio elemental de fisiología 1 y ya en 1822 había demostrado que las raíces anteriores de la médula espinal son motoras y las posteriores sensitivas. Fue un exigente, duro formador de discípulos y maestro de Claude Bernard.
Claude Bernard, fundador de la moderna fisiología y de la farmacología, nació el 13 de julio de 1813 en el corazón de Beaujolais, en la aldea de Saint-Julien, no lejos de la Saôna, Borgoña, en un hogar humilde, con un padre vitivinicultor. Ayudado, dada la situación económica de la familia, por los eclesiásticos pudo estudiar en los colegios de Villefranche y de Thoissey. Viajó siendo muy joven a Vaise, suburbio de Lyon, como aprendiz de un boticario. Pero no surgió aquí su vocación médica sino que comenzó a escribir obras de teatro. Compone un drama en prosa que titula Arthur de Bretagne. Parte hacia París a la conquista de la Comedia Francesa (primero compuso una comedia que tuvo cierto éxito en un pequeño teatro). Pero llegó la decepción: un brillante crítico de arte, Saint-Marc de Girardin, leyó la obra y le recomendó que dejase la labor literaria y emprendiera el estudio de la medicina. Es difícil sospechar qué inclinación vocacional le habrá notado al novel escritor pero lo cierto es que acertó plenamente con su sugerencia.
Magendie lo tomó como asistente en el Hotel-Dieu y poco después como ayudante de trabajos prácticos en el Collège de France. Hasta el apogeo de Magendie la fisiología francesa se hallaba orientada con un sentido fuertemente vitalista por Bichat. A partir de su magisterio se orienta hacia el positivismo. Es en esta rígida escuela experimental donde Bernard se forma. En 1843 se gradúa, a los 30 años de edad. Su tesis se refiere al jugo gástrico y su papel en la digestión. Tras ella, se suceden largos años de incesante labor científica en condiciones poco favorables: trabaja en una oscura y húmeda sala del referido Collège de France. Construye sus propios aparatos destinados a la investigación con animales vivos que atraen la atención policial y el horror de sus familiares que temen por él. Todos los lunes, se reúne con un pequeño grupo de amigos en su laboratorio para escuchar sus propias conclusiones experimentales. No todos son médicos: Berthelot es químico y Paul Janet y Ernest Renan filósofos 2 . Muy pronto se ubica entre los mejores fisiólogos de su país. Después de estudiar el jugo gástrico y concluir que su influencia era preparatoria para el resto de la digestión, descubrió la importancia del jugo pancreático, basando sus estudios en una fístula pancreática experimental.
Singer y Underwood 3 refiriéndose a Bernard expresan: “Su inteligencia pertenecía al tipo especial de mentalidad francesa que está totalmente libre de tendencias místicas. Tuvo pocos discípulos eminentes directamente relacionados con él, pero la influencia de sus ideas, a través de sus escritos, ha sido auténticamente extraordinaria. Bernard fue el creador de la medicina experimental, es decir, de la producción artificial de enfermedades por medios físicos y químicos. Este es uno de los más importantes movimientos científicos que nos atañen”.
Especialmente interesado en el metabolismo de los carbohidratos (azúcares) demostró la función glucogénica del hígado –que denominó secreción interna– y, consecuentemente, descubrió el glucógeno, sistema molecular para el depósito de azúcar en el hígado y en los músculos. Con estas investigaciones originó la creación de dos conceptos que son las columnas del edificio humoral de la fisiología moderna: el de la secreción interna y el de la química biológica.
En 1948, efectuó punciones en el cuarto ventrículo, especial región del cerebro, y obtuvo aumento de la glucosa sanguínea y urinaria, llegando de este modo a la diabetes mellitus experimental. Comprobó que era consecuencia de la estimulación del sistema simpático y, a partir de este hallazgo, se dedicó a su estudio y a su influencia sobre los otros órganos y los vasos sanguíneos. Por otro lado, su pasión por la investigación lo condujo –en 1856– a estudiar la naturaleza del curare y su acción sobre los nervios motores (demostró que el efecto del curare era debido al bloqueo funcional de los nervios motores) como así también investigó los efectos del monóxido de carbono. Sería su discípulo Félix Alfred Vulpian (1826-1881) quien explicó que el curare actúa en la placa motora (placa neuromotriz). Obtuvo una valiosa conclusión: los venenos no actúan sobre la totalidad del organismo sino que cada sustancia tóxica tiene un sitio específico de acción, lo cual consideró válido también para las sustancias medicamentosas que, en su época, se reducían a unos pocos elementos. De esta forma nacería la farmacología como una verdadera ciencia experimental.
En 1855 sucedió a Magendie en el Collège de France. En ese entonces ya era miembro de número de la Academia de Ciencias y poco tiempo después ocupa la cátedra de Fisiología Experimental, especialmente creada para él. “La historia de todos sus trabajos y hallazgos de este infatigable investigador y de sus misterios biológicos presenta el atractivo de una aventura sorprendente. Estudia la cuerda del tímpano, el jugo gástrico (sujeto de su tesis para el doctorado en medicina), los secretos del calor animal y del páncreas y pone en relieve la influencia del sistema nervioso sobre la circulación local gracias al descubrimiento de los nervios vasomotores, aclarando así el modo de acción de algunos venenos (por ejemplo el curare de las flechas indígenas y el óxido de carbono). Claude Bernard da la impresión que fuerza a la naturaleza a responder a las preguntas que le formula.
The Lesson of Claude Bernard (1813–1878) by Léon Augustin L’hermitte
“También se comprende el entusiasmo con el cuál generaciones de estudiantes de todo el mundo, del Colegio de Francia (en donde el asume la sucesión de Magendie) y del Museo de la Sorbona, siguen las experiencias de este maestro que hasta llega a manifestar ante sus auditores un descubrimiento sin previo aviso. “Ellos veneraban al maestro, pero también amaban la causa por su benevolencia, su noble carácter, su radiante figura, su majestuosa estatura, su mirada velada de melancolía… Melancolía muy natural en un hombre atormentado por su mujer, que desafortunadamente no amaba, y que terminaría por quitarle sus dos hijas acusándolo además de maltrato a los animales, de no practicar la religión y de no tener la voluntad para volverse un médico rico y mundano” 4 .
En 1875 estudió la acción de los anestésicos en la rana y comprobó sus efectos inhalatorios sobre el sistema nervioso central. Bernard, luego de ligar la pata de una rana la sumergía en un recipiente con agua y cloroformo. Aunque la circulación no llegaba al miembro con el lazo, esta tenía el mismo comportamiento que el resto del organismo. Sus primeras experiencias las realizaba en ranas para repetirlas en pájaros y mamíferos. Es por ello, que en la estatua que se halla en el frente de la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires, donde lo acompañan las figuras de Hipócrates y Pasteur, entre otras, Bernard tiene una rana en sus manos. (ver figura pág. 9) genial y revolucionario que introdujo el determinismo como base de la investigación. Sus obras sentaron precedente: Leçons de Physiologie expérimentale appliqueé a la Medicine; Nutrition et developement; Physiologie génerale; La Science expérimentale; Leçons de Physiologie opératoire, entre muchas otras. Una de sus mayores contribuciones a la fisiología fue el concepto de la constancia de los fenómenos vitales independientemente de los factores externos que denominó el milieu intérieur, con lo cual estableció el principio biológico de la homeostasis.
Dice Laín Entralgo 5 : “Para Cl Bernard, la base de la investigación fisiológica es lo que él llama ‘el razonamiento experimental’, que consta de tres tiempos. En el primero concibe el espíritu una ‘idea a priori’ de la realidad que observa; en el segundo construye intelectualmente una elaboración racional de la ‘idea a priori’; en el tercero confirma o desecha esa construcción racional mediante el experimento. Este experimento debe ser analítico. Guiado siempre por sus previas interpretaciones racionales, el investigador va descomponiendo la realidad en los diversos momentos que la integran, suprimiendo o alterando todos ellos uno a uno y observando atentamente el resultado de su intervención. Mediante el experimento, en suma, el fisiólogo trata de conocer la relación entre todos los fenómenos naturales y las condiciones que determinan su existencia. Tal relación es constante y necesaria en sí misma y para el espíritu humano se expresa de modo propio en la ‘ley’ del fenómeno en cuestión; la palabra ‘excepción’ es, pues, rigurosamente anticientífica. A esta visión de la realidad y de nuestro modo de
conocerla por la vía de la ciencia es a lo que Claude Bernard llamó ‘determinismo’. Pero la ciencia, piensa el gran fisiólogo, no podría alcanzar conocimientos válidos sin ayuda de la filosofía: ‘Esta unión sólida de la ciencia y la filosofía es útil a las dos; eleva a la una y contiene a la otra’. Cuando se rompe el lazo que las une, la filosofía ‘se extravía entre las nubes’ y la ciencia, ‘privada de dirección y sin aspiración elevada, cae, se detiene o boga a la ventura’”. Palabras estas que dan cuenta del porqué las verdades de la ciencia muchas veces son provisorias y de esa unión –vista por los grandes pensadores– de la filosofía con la ciencia experimental.
Sus propias palabras son elocuentes en cuento al significado de la investigación médica: “El sentimiento engendra la idea o la hipótesis experimental, es decir, la interpretación anticipada de los fenómenos de la Naturaleza. Toda la iniciativa experimental está en la idea, porque esta es la que provoca la experiencia. La razón o el razonamiento no sirven más que para deducir las consecuencias de esta idea. “Una idea anticipada o hipótesis es, pues, el punto de partida necesaria para todo razonamiento experimental. Sin esto no podría uno hacer ninguna investigación ni instruirse; solo se podrían acumular observaciones estériles. Si se experimentase sin idea preconcebida, se iría a la ventura; pero, por otro lado, como lo hemos dicho ya, si se observase con ideas
preconcebidas, se harían malas observaciones y estaría uno expuesto a tomar las concepciones de su propio espíritu como realidad” 6 .
Podemos decir que su Introducción al estudio de la medicina experimental más que una obra médica constituye un instrumento filosófico de primer orden llamado a sentar los fundamentos de la experimentación moderna y abrir el cauce de una nueva corriente renovadora 7 . En esa misma obra Bernard se muestra hasta en cierto aspecto ingenuo, sin embargo debemos ubicarnos en la época de iniciación de la medicina experimental. Así dice: “El experimentador que se encuentra frente a fenómenos naturales se parece a un espectador que observa escenas mudas. Es, en cierto modo, el juez de instrucción de la Naturaleza; solo que en lugar de habérselas con hombres que traten de engañarle con confesiones mentirosas o con testimonios falsos, tiene que ver con los fenómenos naturales, que son para él personajes cuyo idioma y costumbres no conoce, que viven en medio de circunstancias que le son también desconocidas, y cuyas intenciones, no obstante, quiere saber. Para ello emplea cuantos medios están a su alcance: observa sus acciones, sus marchas, sus manifestaciones, y procura discernir cuál es su causa, por medio de diversas tentativas llamadas experiencias. Emplea todos los artificios imaginables y, como se dice vulgarmente, sostiene con frecuencia lo falso para saber lo verdadero. En todo esto el experimentador raciocina necesariamente conforme a si mismo y presta a la Na-
turaleza sus propias ideas; hace suposiciones sobre la causa de los actos que pasan delante de él, y para saber que la hipótesis que sirve de base a su interpretación es justa, se las arregla para hacer que ofrezca hechos que en el orden lógico pueda ser la confirmación o la negación de la idea que ha concebido. Ahora bien, lo repito, esta comprobación lógica es la única que puede instruirlo y darle experiencia” 8 .
Dice Millet 9 : “Muchos otros honores –a los cuáles no daba mayor trascendencia– llegaron a su frío laboratorio en donde contraerá la afección renal, la que sumada a otras miserias físicas le producen la muerte el 16 de febrero de 1878. Había sido nombrado para presidir el Senado imperial por Napoleón III poco tiempo antes del desastre de 1870, hecho que lo resintió profundamente como lo prueban sus cartas de una gran y admirable amiga de sus últimos años: la señora Raffalovich.
“Alrededor de su tumba (que se encuentra en Père Lachaise), se produce a veces enconos entre ateos y creyentes, ya que en las proximidades de la muerte Bernard se inclina hacia la religión tal como lo hace pensar una conversación que mantiene con el padre Didon. El famoso ‘determinismo’ de Claude Bernard prohíbe a la fisiología hacer intervenir en sus investigaciones argumentos de orden religioso o metafísico, y por consiguiente incontrolables a la hora de experimentar. Sin embargo, Bernard, hacia el fin de su carrera se encuentra tanto contra las doctrinas materialistas como contra las espiritualistas. El mismo escribe que admite una causa inicial del mundo [...]”
Así lo describe Papp 10 : “Los resonantes éxitos de Pasteur, que se iniciaron cuando los sustancial de la obra de su gran compatriota ya habían alcanzado su término, eclipsaron un tanto, sin llegar a hacerlo olvidar, el magno legado del genial fisiólogo. Sin embargo, Bernard pertenece a la estirpe de aquellos inmortales cuya figura –al retroceder en el tiempo– se agiganta. Su ideal de liberar el arte de curar del mero empirismo, anclándolo en el experimento fisiológico y patológico, está transformándose actualmente en firme realidad, y en el vasto campo de las ciencias biológicas, nuestra centuria (se refiere al siglo pasado), aun más que su propio tiempo, reconoce en Claude Bernard al insuperable maestro del método experimental”.
Pi-Sunyer 11 también se ocupó de este notable sabio. En el prefacio de la segunda edición de su obra El pensamiento vivo de Claude Bernard enumera algunas de las obras que lo recuerdan: Hiel y miel de Claude Bernard de Miralta (1948), La philosophie de Claude Bernard de Serillanges (1944), Dos biólogos: Claude Bernard y Ramón y Cajal de Pedro Laín Entralgo (1949) y Bernard, creador de la medicina científica de Izquierdo; luego expresará: “Hemos presenciado muchos cambios durante los últimos tres lustros (nota de los autores: se refiere a 1944), pero el significado de la obra de Claude Bernard se mantiene firme. A medida que miramos la figura del fisiólogo del Collège de France con perspectiva más remota, nos parece más eminente. Esta es la razón de que sigan publicándose libros sobre su pensamiento, y la que justifica esta segunda edición […]”
Con Bernard comienza el verdadero Renacimiento de la Medicina.
Bibliografia
1. François Magendie. Aparato de la voz, MD en español, Buenos Aires, 11 (Nº 5): 159-172, mayo 1972. 2. Pérgola Federico y Okner Osvaldo H, Historia de la medicina, Buenos Aires, Edimed, 1986. 3. Singer Charles y E Ashhworth Underwood, Breve historia de la medicina, Madrid, Guadarrama, 1966. 4. Millet R, “Claude Bernard”, en Les Medicins Celebres, Genève, Lucien Mazend, 1947 5. Laín Entralgo Pedro, Historia de la medicina moderna y contemporánea, Barcelona, Editorial Científica Médica, 1963 6. Bernard Claude, Introducción al estudio de la medicina experimental, Buenos Aires, Emecé, 1944. 7. Buzzi Alfredo y Pérgola Federico, Breve historia de las especialidades médicas, Buenos Aires, Ediciones Médicas del Sur, 2012. 8. Bernard Claude, op. cit., supra, cita 5. 9. Millet R, “Claude Bernard”, op. cit., supra, cita 4. 10.Papp Desiderio, C. Bernard, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1968. 11.Pi-Sunyer Jaime, El pensamiento vivo de Claude Bernard, Buenos Aires, Losada, 1944.