Editorial Federico Pérgola Thomas Robert Malthus (1766-1834), economista y pastor anglicano británico, tal vez evitando aquello de “creced y multiplicaos”, escribió un libro de largo título: An essay on the Principle of Population as it Affects the Future Improvement of Society, cuyas dos primeras ediciones oscilaron entre dos siglos (1798 y 1803). Allí formuló una teoría que reduciré a su primera visión –pregona muchas cosas más– que era que los alimentos, o los medios de subsistencia humana para ser más preciso, limitaban necesariamente a la población cuando escaseaban y viceversa, la aumentaban cuando crecían. Desde siempre fue desechada porque nunca en términos de cantidades fueron inferiores a las necesidades del hombre pero, su distribución realmente lo fue, y ocasionó desnutrición en sectores pobres de las sociedades. Se dice que, por largo tiempo eclipsada, esta idea resurgió cuando la volvió con la pluma de J. M. Keynes en 1936. Pero en realidad, con sus equivocaciones, Malthus fue uno de los primeros en adelantarse en lo que vendría en los siglos XX y XXI. Uno de los problemas, mencionado en forma ácida pero real, en unas líneas de autores conocidos, del libro Historia del siglo XX de Eric Hobsbaum, corresponde al historiador de arte inglés Ernst Gombrich y dice así: “La principal característica del siglo XX es la terrible multiplicación de la población mundial. Es una catástrofe, un desastre y no sabemos como atajarla”. Palabras a las que me adhiero con fervor. Pero no es solamente eso lo que está ocasionando la gran preocupación de los pensantes. Hambrunas y todas las enfermedades derivadas de ellas, contaminación del planeta permanente e in crescendo de ríos y de mares agregada a la de la propias tierras por los desechos humanos, cambio climático que todavía algunos niegan (pueden aducir que la capa de ozono se regeneró espontáneamente), una creciente también población sin trabajo y en la mayor pobreza, etc., etc. Nuestro país fue granero del mundo cuando tenía entre 10/15 millones de habitantes, cuando esa era la regla de la productividad y, superada esa etapa por la industrialización, esta no le fue favorable. El tercer período mundial de la economía: la era tecnológica nos es poco factible porque quienes tienen el cerebro privilegiado para acceder a ella generalmente emigran a lugares donde son aceptados. Para integrarse a esta fase se necesita educación y cultura. Ambas son accesibles para las clases con mayor poder adquisitivo y una visión distinta del futuro o, para algunos pocos iluminados que, con esfuerzo y tesón, logran esa meta. La medicina en el último medio siglo comenzó a ocuparse de la salud social, de la antropología médica y de la bioética que también tienen gran ingerencia en todos estos aspectos. Un ejemplo casi risueño. Mientras esto escribía me enteré que, en el Carnaval de Río de Janeiro, se habían repartidos una gran cantidad de preservativos. ¿Qué quieren significar con esto? ¿Un hijo puede originarse en un chapuzón festivo? Por ello queda un solo camino: educar al soberano. Deseamos, anhelamos, esperamos, llegar a culminar este fin, cuando ya hemos triplicado o cuadriplicado la cantidad de habitantes de inicios del siglo pasado. Pero debemos insistir con la mejoría intelectual de los habitantes de esta Tierra.
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