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NOVIEMBRE NEGRO ANTOLOGÍA DE CUENTOS BREVES VV.AA.
EL NARRATORIO EDICIONES NOVIEMBRE 3 NEGRO
NOVIEMBRE NEGRO : Antología de Cuentos Breves : Varios Autores / Compilado por Federico Marongiu. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : El Narratorio Ediciones , 2019. Libro digital, PDF EPUB Archivo Digital: descarga y online ISBN 978-987-783-167-2 1. Antología de Cuentos. 2. Cuentos. I. Marongiu, Federico, comp. II. Título. CDD A863
© de los cuentos: Sus autores © de la edición: Renate Mörder y Federico Marongiu © de la publicación: El Narratorio Ediciones, 2019 www.elnarratorio.com.ar
Queda hecho el depósito que indica la Ley 11.723 Todos los derechos reservados. Prohibida su reproducción sin la autorización de los titulares del copyright. Edición Digital de Distribución gratuita.
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ÍNDICE NUESTROS NOVIEMBRES 7 AJUSTE DE CUENTAS ERNESTO TANCOVICH 9 OBEDIENCIA DEBIDA ADRIANA SALINARDI 10 INSTRUMENTO DE JUSTICIA KALTON HAROLD BRUHL 12 CRIMEN FANTASMA MARTA NAVARRO CALLEJA 13 CELEBRIDAD RENATE MÖRDER 14 NOCTURNIDAD Y ALEVOSÍA MARIAN PEYRÓ 15 SEXTO SENTIDO PLÁCIDO ROMERO 16 ¿QUÉ HECHO HE? CARLOS ENRIQUE SALDIVAR 17 INSOMNIO OSVALDO VILLALBA 18 SIN CABOS SUELTOS
FEDE MARONGIU 20
LA COMBA YOLANDA GIL JACA 21 REUNIÓN VECINAL
SALVADOR ESTEVE 22
CULPABLE ÁLVARO MORALES 23 LA VENGANZA DE UNA MUJER DIANA MARINA GAMARNIK 24 FIESTAS PATRONALES CLARA GONOROWSKY 25 ¿DÓNDE ESTÁN TODOS? YOLANDA SA 26 EN LA CURA COMO EN LA ENFERMEDAD JORGE LUIS ALONSO 27 PERSECUCIÓN DANIEL ANTOKOLETZ 29 MINUTO FINAL
OSWALDO CASTRO ALFARO 30
MM
FINO SOSA 31
LA TRAMPA LUCIANA ELSA BONZO SUÁREZ (BONSUA) 32 FESTEJOS
ANDREA ALVES 34
MI PENÚLTIMO TRABAJO DIEGO VIDAL SANTURIÓN 36 GAJOS DANIELA ROSTKIER 37 TRABAJO FÁCIL
DARÍO DÍAZ LEGUIZAMÓN 38 NOVIEMBRE 5 NEGRO
LA CATACUMBA DE SAN FRANCISCO
EMILIO PAZ PANANA
39 EL PLAZO
OSWALDO CASTRO ALFARO 40
ÚLTIMO DESEO
CARLOS TENA TAMAYO 41
CONTAMINADO
JOSÉ LUIS DÍAZ MARCOS 43
GANAS DE FUMAR… TEMBLOR
RAMÓN MARTÍNEZ VENTURA 45
ROLANDO JOSÉ DI LORENZO 46
LA MUJER DANIEL ANTOKOLETZ 47 ATLETA
ANGEL MANUEL SANTAMARÍA ORTIZ 48
VISIÓN DE ÚLTIMA HORA CARLOS ENRIQUE SALDIVAR 49 ORIGINAL COMO ELLA FINAL DEL CASO
JUAN PABLO GOÑI CAPURRO 50 CARLOS ENRIQUE SALDIVAR 51
AMERICANO
FRANK HERRERA 52
SUEÑO TRANSFIGURADO VICTOR ANDRÉS PARRA AVELLANEDA 53 CRIMEN FERPECTO LA BALA PRECISA
CARLOS ENRIQUE SALDIVAR 55 CARLOS ENRIQUE SALDIVAR 56
DESARROLLO INFANTIL
DAMARIS GASSÓN PACHECO 57
EL MICRÓFONO DELATOR
EMILIO GONZÁLEZ
VALCANERAS 58 LA ABOLICION DE LA NOCHE WISH YOU WERE HERE EL INTRUSO
ALVARO SINARAHUA 60
MIGUEL ÁNGEL DI GIOVANNI 61 ADELA HERRERA P 62
UN SÁBADO COMO CUALQUIERA
ERIKA REYES 63
EL ASESINATO FREDDY ELIAS AYQUIPA CRUZ 65 JAQUE MATE
CARLOS ALBERTO DE LA CRUZ SUÁREZ 66
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NUESTROS NOVIEMBRES Los noviembres de El Narratorio son de cuento. Este
año
convocamos
a
autores
de
todas
las
nacionalidades a escribir cuentos breves de género noir. Se animaron: Alonso, Alves, Antokoletz, Ayquipa Cruz, Bonzo Suárez, Bruhl, Castro Alfaro, De la Cruz Suárez, Di Giovanni, Di Lorenzo, Díaz Leguizamón, Díaz Marcos, Esteve, Gamarnik, Gassón Pacheco, Gil Jaca, Gonorowsky, González Valcaneras, Goñi Capurro, Herrera, Herrera P, Marongiu, Morales, Mörder, Martínez
Ventura,
Navarro
Calleja, Parra Avellaneda, Paz
Panana, Peyró, Reyes, Romero, Rostkier, Sa, Saldivar, Salinardi, Santamaría Ortiz, Sinarahua, Sosa, Tancovich, Tena Tamayo, Vidal Santurión y Villalba. El resultado es esta antología habitada por seres oscuros: asesinos
a
sueldo,
vengadores,
condenados,
delincuentes,
femme fatales y perdedores varios. Con sumo placer los invitamos a conocer sus historias, eso sí no olviden cuidarse y traer el chaleco antibalas.
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AJUSTE DE CUENTAS ERNESTO TANCOVICH (Argentina) Uno, finado en el pavimento; tres en galeras; el cargamento perdido; la casa allanada: el chancho y yo, prófugos... Aunque lo matáramos veinte veces, haciéndole escupir cada minuto vivido, no alcanzaría a saldar semejante deuda. Y ahí lo teníamos, lloriqueando, tembloroso, toda su arrogancia hecha trapo, deshaciéndose en súplicas. Que nos entregó porque lo apretaron malamente, que está arrepentido, que reconoce haber sido débil. El chancho, inconmovible, no movía un centímetro la 11.25 con que apuntaba a la cabeza. Yo filmaba la escena, gozando al saber que los noticieros del día siguiente mostrarían al mundo la basura que era. Mejor eso que matarlo. Quitarle la vida en vida. Hacerle pagar el diezmo cada uno de sus días. “Dejémoslo ir”, dije. “Dios lo juzgue”. El infeliz me miró con ojos de resucitado, “No le podemos dejar todo el trabajo a dios”, refunfuñó el chancho. “A diosito hay que darle una mano”. Y apretó el gatillo. Ese chancho, un rústico. Creyente, casi diría devoto, pero demasiado práctico. Un profesional, apegado a la rutina, como tantos. Las especulaciones sutiles no eran lo suyo. Para él se trataba de un ajuste de cuentas más.
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OBEDIENCIA DEBIDA ADRIANA SALINARDI (Argentina) Era una niña dulce que obedecía a papá. Vivía en un barrio donde delito y muerte eran cotidianos. Frecuentemente papá decía: “Molestaba demasiado. Tuve que hacerlo”. Estas palabras le daban miedo. Ya adolescente, la buscaban los pibes de la escuela para divertirse un rato. Exuberante y hermosa, se entretenía saliendo con todos, pero dejándolos sin lo que querían. Jugaba a ser la “mujer fatal”. Pero dejó de ser un juego. “Tenés que ganar plata con ese cuerpo”. Papá comenzó a llevar hombres a quienes debía complacer o sería castigada. Recordaba los golpes recibidos por mamá y le parecía que cualquier cosa era mejor que eso. Debía atender a los clientes de papá. Ideó infinitas formas de escapar. Siempre la descubrían. Mamá no opinaba. Solo la abrazaba cuando quedaban solas. “Es el destino de las mujeres de nuestra condición”. Muy tarde, se dormía soñando con una vida en la que nadie la obligaba a hacer aquello que no quería. Pasó el tiempo. Una tarde, mamá volvió de hacer las compras y se
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encontró con el cadáver del esposo tirado en la cocina. Tenía un cuchillo clavado. En un papel, la joven había escrito: “Molesta demasiado. Tuve que hacerlo”.
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INSTRUMENTO DE JUSTICIA KALTON HAROLD BRUHL (Honduras) Cuando admitieron mi escrito de personación, tuve la certeza de que muy pronto prevalecería la justicia. La vista del juicio llevaba ya varios meses, durante los cuales, sin haber hablado siquiera con el que luego fue mi cliente, trabajé sin descanso en el diseño de una defensa impecable. Tras una sola entrevista me nombró su apoderado y, en poco tiempo, lo declaraban inocente. Toda la asistencia a la sala del tribunal dio señales de indignación. Yo evité sus miradas. Se sabía que mi representado desaparecería de la ciudad ese mismo día, así que lo invité a mi casa a celebrar con unas copas. Diluí un somnífero en su bebida y me limité a esperar. Despertó en mi sótano, atado a una mesa. Lo defendí porque sabía que la prisión no era castigo suficiente para un pederasta. Esgrimí la estatuilla de Temis. Nos esperaba una larga jornada de trabajo.
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CRIMEN FANTASMA MARTA NAVARRO CALLEJA (España) Encendió un cigarrillo, aspiró suavemente su perfume y con infinito desconcierto cruel traición de unos ojos verdes comprendió que moría. Porque sí, en aquel instante, Jaime murió. Nadie lo sabe todavía y es posible que nadie lo descubra jamás. Siempre fue bueno disimulando. No se hallará el arma homicida. No habrá delito ni culpable. Quizá, ni siquiera cadáver. Y, sin embargo, está muerto. Un disparo al corazón. Certero. Inesperado. Brutal. Inmenso agujero en el pecho por el que, veloz, se le fue la vida. “Nunca te quise”, dijo con despiadada indiferencia su asesina. Agónico y obstinado, su corazón sigue latiendo.
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CELEBRIDAD RENATE MÖRDER (Argentina) Los guardias le quitaron las esposas y lo sentaron en una silla junto al periodista. David le extendió la mano para saludarlo, le llamó la atención la flojera del apretón y la forma en que transpiraba. No lo conocía, en el corredor de la muerte no le dejaban ver la televisión, pero ahora que había negociado para que le cambiaran la pena de muerte por una cadena perpetua, de seguro iba a poder hacerlo. Los guardias se fueron y los dejaron a solas. David se quedó mirando la cámara y se sintió toda una celebridad. Imaginó millones de personas mirándolo desde sus casas, esperando escuchar algún detalle de sus asesinatos. Se distrajo y no prestó atención a los movimientos del camarógrafo que en un segundo lo inmovilizó mientras el periodista le metía un pañuelo en la boca. Esto es por María Smith dijo uno y por Mariel Deraux agregó el otro. Después con un cable como el que él usaba apretaron su cuello hasta hacer justicia.
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NOCTURNIDAD Y ALEVOSÍA MARIAN PEYRÓ (España) ¿Me oyes?, grito cada tarde al interior del pozo al volver de la escuela. Pero no hay nadie, aunque me llegue desde el fondo la misma pregunta, con idéntica voz. «Está vacío», dijo la policía cuando registraron la casa, justo después de que desapareciera papá. Yo, por si acaso, he puesto una cuerda para cuando se decida a subir. Quién sabe, quizá soñé lo que vi por la ventana. Eso es lo que dice el sheriff. Y que soy un niño muy imaginativo, que leo demasiado. Después me guiña el ojo y me revuelve el pelo. Me cae bien, pero echo de menos a mi padre. Aunque tengo que reconocer que ahora soy popular. ¡Todas las mañanas al cole en el coche patrulla!
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SEXTO SENTIDO PLÁCIDO ROMERO (España) Agustín Pereira tenía un sexto sentido que le permitía elegir a los clientes más convenientes para su bufete, aquellos que le sirvieran para llenar la caja y al mismo tiempo tuvieran posibilidades de obtener un fallo absolutorio. Me sorprendía que consiguiera siempre saber cuándo merecía la pena llamar a testificar a sus clientes. Siempre admiré (y envidié) ese sexto sentido de Pereira. Era como el ultrasonido de los murciélagos, que le evitaba estrellarse contra jueces difíciles y clientes peligrosos. Por eso, cuando aceptó el caso de Yuri Sherbanenko, supuse que encontraría la forma de sacarle de prisión (y de España). Me sorprendió que el juez del tribunal provincial decretara la inadmisión del recurso de apelación. Esperaba la siguiente jugada de Pereira. La habría realizado, sin duda, si alguien no le hubiera acribillado en su despacho. Pero supongo que el sexto sentido, como los otros cinco, falla de vez en cuando.
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¿QUÉ HECHO HE? CARLOS ENRIQUE SALDIVAR (Perú) Hoy, temprano, me levanté como nunca, con inusitada energía, dispuesto a hacer de todo. Ahora, al mediodía, abro los ojos y me encuentro malherido, en la cama de un hospital. Los policías se acercan a mí, para arrestarme. Me preguntan por qué lo hice. Les digo que no recuerdo nada, pero no me creen. Soy sincero. Tan solo recuerdo que al amanecer desperté como jamás en mi vida, lleno de vitalidad, de ansias, y salí a la calle con el piyama puesto y dos cuchillos grandes en cada mano. ¿Por qué lo hice? No sé. Solo sé que lo hice.
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INSOMNIO OSVALDO VILLALBA (Argentina) Lo peor del mundo es intentar dormir y no hacerlo F.Scott Fitzgerald
Se dio vuelta en la cama. ¿Cuántas veces lo había hecho sin resultado? Tocó el celular sobre la mesa de luz. Se encendió. Eran las cuatro de la mañana. Desde las once de la noche no había podido conciliar el sueño, salvo en pequeños lapsos, interrumpidos abruptamente cuando volvía a su mente esa imagen. Se quedó un rato mirando el techo. Las luces de los automóviles por la autopista se colaban por la ventana de su habitación como veloces linternas. Decidió levantarse. Puso a calentar el café del día anterior y fue a ducharse. Cuando regresó a la cocina, ya había tomado una decisión. No esperaría que vinieran. Sorbió el café lentamente y se vistió. Buscó la pistola de la cartuchera, sacó el cargador y los guardó por separado en su mochila junto a la placa. Mientras conducía rumbo a la comisaría comprobó que, frente al motel ubicado en las afueras del pueblo, las luces azules de varios patrulleros, hacían su trabajo. En ese instante, revivió la escena: Julia, su mujer, saliendo de una de las habitaciones del motel con ese hombre, subiendo entre risas en N O V I E M B R E 18 N E G R O
el auto estacionado afuera, sus grandes ojos, llenos de asombro, al verlo parado frente a la ventanilla del automĂłvil, su boca abierta en un grito ahogado cuando el primer disparo penetrĂł en la sien de su acompaĂąante, y el gesto de horror cuando el segundo se estrellĂł en su frente.
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SIN CABOS SUELTOS FEDE MARONGIU (Argentina/Italia) Apunta directo a la cabeza. Siente el impulso de apretar el gatillo pero espera. Sabe que hay un segundo exacto en el cual el disparo es más que eso, es una obra de arte. Inspira profundo y contiene el aire en sus pulmones. El dedo índice ahora tiene vida propia. Un tiro perfecto y el fiscal se desploma con un orificio en la frente. Es el tercero que ejecuta en el día. Hace tiempo que no tiene su agenda tan cargada. Mejor así. Sabe que Don Enrico es despiadado, que no deja cabos sueltos. Mira el cuerpo caído del fiscal y el lago de sangre que se forma bajo los restos de su cabeza. Oye gritos y corridas. Con tranquilidad desarma el fusil, limpia las piezas y pone cada una en el lugar del estuche que le corresponde. Baja las escaleras hasta el auto estacionado junto a la entrada lateral del edificio. El chofer lo mira y enciende el motor. La ventana trasera desciende. Solo ve el caño del arma que lo apunta y siente un dolor en el pecho. “Don Enrico no quiere testigos”, alcanza a escuchar mientras cae.
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LA COMBA YOLANDA GIL JACA (España) Anita está acurrucada en un rincón del aula, abraza sus piernas, la cabeza pegada a las rodillas. La mirada perdida, fija en algún punto incierto. Se balancea. La comba, la comba repite en un susurro sin cesar. A su alrededor, un caos de gente: la directora nerviosa se frota las manos, dos maestras que lloran abrazadas, el conserje sin su bata porque la ha echado sobre el cuerpo para taparlo, pero no llega a cubrir las merceditas de charol negro, los policías serios… Le preguntan. Pero Anita no quiere hablar. Tendrá que inventarse otra mentira. No les contará que tomó la comba para saltar con las otras niñas. Y que ninguna quiso jugar con ella. Como siempre. Porque son malas. Porque Marta les dijo que no la quieran. La muy… Y tuvo que darle lo que se merecía.
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REUNIÓN VECINAL SALVADOR ESTEVE (España) Mi vecino del 2º A me vio entrar en mi apartamento acompañado de una menor, su mirada irónica le sentenció a muerte. Intentaba deshacerme de su cuerpo envuelto en una manta cuando vi que la decrépita anciana del 4º B corría la cortina
precipitadamente;
sin
duda
me
había
visto.
La
estrangulé con la bufanda de lana de punto bobo que me regaló por mi cumpleaños. Cuando transportaba su liviano cuerpo observé un reflejo tras el ventanal, el destello de las gafas de mi vecino del 3º A lo delató. Era una noche de tormenta y el trueno amortiguó el sonido de mi Beretta al dispararle esparciendo sus sesos sobre la moqueta de su salón. Sudé lo mío para depositarlo en la parte trasera del automóvil. Ya daba el asunto por zanjado, pero de repente una colilla cayó a mis pies. Al comprobar la marca supe de inmediato que era el tabaco que fumaba la vecina del 5º C...
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CULPABLE ÁLVARO MORALES (Uruguay) Ayer, justo cuando el gran reloj del salón anunciaba las doce de la noche, se cortó la luz. Al volver, el dueño de casa estaba muerto. Alguien le había clavado un abrecartas en el cuello. Dos horas más tarde Peter, su hijo mayor, comenzó a vomitar. Se le desorbitaron los ojos y cayó fulminado con las manos en la garganta. Le habían puesto veneno para ratas en el té. La muchacha apareció en el baño del piso intermedio, amarrada y con las venas abiertas. El perro, un admirable mastín inglés, amaneció sin vida, colgado de un roble en el jardín. El cadáver del jardinero exhibe la marca de la pala en la nuca. Una de mis colaboradoras, la señorita Finey, permanece sentada en la cocina con un puñal asomándole del pecho. La otra, la señora Robertson, ha sido molida a palos con un atizador para el fuego. Luego, sin descaro, han sobrealimentado a los esturiones del estanque. Todos han ido cayendo, uno a uno. Solo queda la señora, que siempre ha sido amable y considerada, y el niño. Esta vez, mujeres y niños han quedado para lo último. Yo, por mi parte no me preocupo. Al fin y al cabo soy el mayordomo.
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LA VENGANZA DE UNA MUJER DIANA MARINA GAMARNIK (Argentina) El agua tibia en la cara le trajo un alivio momentáneo. Encerrada en el baño de caballeros, Lola intentaba calmar las náuseas y el temblor de las manos. “Abran, ¡la policía!”. Golpeaban la puerta, pero no importaba. Había matado a Rivera, el hombre más temido del Armenonville y de tantos otros boliches. Lo hizo para vengar al Anselmo, el bailarín moreno que la encendía mientras desplegaban sus firuletes1 entrelazados como si fueran un único cuerpo al ritmo de un tango. Cuando Rivera lo desafió por ser el primero en bailar con una mujer, Anselmo aceptó el duelo. Lola intuyó que era por celos y el final se lo confirmó. Su compañero murió desangrado por una herida en la ingle, claro mensaje de amor no correspondido. Esa noche, oculta en un traje a rayas y funyi2, entró al salón invadido de acordes de bandoneón. Rivera le echó el ojo, “jopende3 nuevo”, sonrió lascivo. Con una seña, la sacó a bailar. El hombre le enlazó la cintura y susurró: “Así me gusta, mansito”. Lola, sin demorarse, le clavó un puñal en el corazón. “Por el Anselmo”, dijo. Y se fue sin mirarlo caer. 1
Adorno, mudanza exagerada en un bailarín. Sombrero. 3 Pendejo (muchacho) al “vesre”, forma típica del habla porteña. 2
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FIESTAS PATRONALES CLARA GONOROWSKY (Argentina) La calle se vistió de fiesta. Ese fin de semana eran las patronales de mi pueblo y habría numerosas intervenciones religiosas y artísticas. A mí, me tocó pintar el mural bajo el balcón de esa casona colonial. Recuerdo el clamor de los espectadores que pasaban y decían: ¡Qué realismo!, si hasta parece auténtica sangre. La tercera vez que escuché el comentario, levanté la cabeza y observé un hilo rojo que bajaba desde el balcón y se desparramaba sobre mi diseño. Efectivamente, era sangre. La gente no se daba cuenta pero solo yo sabía que había olvidado el tubo del color bermellón en casa. Los nervios me llevaron a concluir en forma acelerada la obra e introducirme sigilosamente en el lugar. Atravesé la puerta entornada, subí los gastados peldaños que crujían a mi paso; el espectáculo que encontré fue dantesco. Tirada junto a la ventana yacía Gervasia, la anciana moradora de la vivienda, en un charco de sangre. A un costado, el encapuchado blandía el hacha que transformaría mi obra, aún sin título, en póstuma.
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¿DÓNDE ESTÁN TODOS? YOLANDA SA (Argentina) Era un ganador. Me lo decía mi madre, orgullosa del buen físico y las hazañas deportivas de su hijo. Me seguían mujeres de película, a las que no incomodaba el sexo ni la cerveza tirada. La que me excitaba, ofrecía resistencia. Fui tenaz, actor impecable y me casé con ella. En la metalúrgica escalé posiciones y gracias a mi labia, la conducción del sindicato. De allí, la vida acomodada, las entrevistas, los retornos, estar en el candelero. Lástima las cachetadas a Laura para que sonriera en la cama o el exilio de mi hija, cuando en la fiesta de quince, la arrinconé y manoseé su culo redondo. La bala vino de atrás, de algún competidor o del padre de una bella pitusa, que se entregaba por un fajo de billetes. Me vi recostado en una camilla oxidada, después en terapia intensiva. Mi mujer llenaba papeles. Alejó a la prensa, a los amigos de boliche, era su asunto personal. Era noche de viernes y yo con la barba crecida, en completa soledad, me resistía a ese ataúd barato, apto para la cremación, recostado sobre caballetes, en el garaje sucio y oscuro de la funeraria. No hubo regreso.
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EN LA CURA COMO EN LA ENFERMEDAD JORGE LUIS ALONSO (Argentina) Joaquín apagó el televisor, su cara pálida se reflejó en la pantalla. “Primero ella, después él...”. Se acomodó la corbata frente al espejo. El traje negro. Vio a una cucaracha que apenas podía caminar, envenenada. Se había afeitado y sin querer cortado el cuello. “Primero ella, después él y...”. Sacó el maletín del placar, de ahí adentro una cajita delgada. Llevó el bisturí al bolsillo del saco. Transpiraba. Sobre la mesa, el revólver calibre veintidós. “Primero ella, después él y...”. Transpiraba. Sonó la bocina del taxi. Fumaba. Las cenizas sobre las fotos de ella: ella en la escuela, ella desnuda alguna vez. Salió, fumando. Una llovizna negra se estampaba en la ventanilla. Su cara iluminada por pasajeras luces filosas. “Primero ella, después él y...”. Transpiraba. El taxi tomó la 59. “Es ahí”. “Que tenga buenas noches”. No contestó. Cruzó, fumando. “Primero ella, después él y...”. Transpiraba. Llegó al salón y un hombre sin cara le habló: “¿Su
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nombre?”. “Pase, que tenga buenas noches”. Entró, nadie reparó en él. Pidió una copa de vino y salió al patio a fumar, lloviznaba. Transpiraba. Los novios entraron, ella lloraba de felicidad. “Primero ella, después él y...”.
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PERSECUCIÓN DANIEL ANTOKOLETZ (Argentina) Su vista de águila ya no le sirve. Lo siguen, sabe que lo siguen y que llegó su hora. Esa última bifurcación de su vida lo confirmó. No sabe quién es, no conoce su disfraz; pero lo siente cerca, muy cerca. El miedo se apodera de él, y se clava en su cuerpo hasta la médula. Se vuelve para mirar. Apenas atisba el movimiento de una túnica y la sombra de una guadaña… ahora, alejándose. Ya muerto, ve su propio cadáver desangrándose en la acera.
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MINUTO FINAL OSWALDO CASTRO ALFARO (Perú) Siempre le dijeron que la felicidad era cuestión de tiempo. En el colegio la tarea fue difícil y esperó la juventud, porque la adolescencia tampoco sirvió de mucho. Experimentó amores y paseó por burdeles hallando sinsabores y un par de venéreas. Quiso hacer la revolución y comprobó que sus ideales escapaban a la realidad. Cambió de piel como de camisa. Conoció gente intrascendente, caminó las madrugadas y hasta olvidó dónde vivía y que nadie lo esperaba para desayunar. A la mitad de la vida, canoso y con rodillas adoloridas, decidió irse de este mundo. Aburrido de no tener a quien llevar de la mano, de pasar los domingos en cualquier parque y ver el amor dando vueltas a su alrededor sin tocarlo, espera el ocaso para la decisión final. Delante de él la ventana abierta de la habitación y abajo el frío pavimento. El revólver obtenido clandestinamente, la nota explicativa, el perdón al mundo y las disculpas a su centro de trabajo reposan sobre la cama desordenada. Duda sobre el método a usar y comprueba que la indecisión fue el reglamento de su vida. Le llega la respuesta en el minuto final y decide adecuadamente.
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MM FINO SOSA (Uruguay) El vaso cayó de su mano y ella se durmió para siempre. Estaba sola. Marañas platinadas de pelo revuelto llueven por su cara lavada y un lunar-lucero se va despintando rumbo a su boca de manzana. Patearon la puerta para poder entrar, luego encendieron las luces de la sala, y allí estaba su cuerpo desprotegido, al descubierto bajo la bata de seda blanca. Hay cientos de cartas arrugadas, de amores vencidos, desparramadas alfombrando el piso de un mundo que se quema, que no está a la altura de un invento con plumas de neón. Sus anillos diamantes descansan ahogados en el fondo de una hielera de cristal. El desorden, los muebles destruidos rodean su trono perdido en la batalla contra la soledad en el tumulto. Ella se durmió para siempre, flotando frágil en una balsa de pastillas rumbo a lo desconocido y como siempre, sola. Una vez más, sola, sin fantasías, ni decorados pero con la verdad desnuda de ser quien no se es. El vaso sigue rodando por el piso, rebotando una y otra vez contra las manos y las conciencias manchadas de sangre que invaden la habitación. Ella no pudo volver a casa y mientras descorren las cortinas, la bestia ríe escapando por las azoteas con trozos de la víctima en la boca, vísceras, corazón y hermosa carne blanda. N O V I E M B R E 31 N E G R O
LA TRAMPA LUCIANA BONZO SUÁREZ (BONSUA) (Argentina/Italia) Jefe, una nueva víctima dijo entre tos y tos Antonio por teléfono. ¿Cómo? No le entiendo. Hable claro. Un segundo se excusó mientras se alejaba del cuerpo sin vida de una adolescente. Tenía un pañuelo en la nariz que le cubría también la boca. El olor es nauseabundo. Debe haber estado acá unos cuantos días. ¿Acá dónde? En el tanque de agua de una escuela. ¡Maldición! Adivine… el asesino se volvió a llevar otro souvenir. Voy a convocar una rueda de prensa. Le vamos a tender una trampa. Nuestros peritos determinaron que su muerte se debió a causas naturales. Sus restos serán velados hoy en su casa. En medio de los deudos se encontraban algunos agentes de civil. Llegaron amigos y compañeros de la joven para despedirse. Unos a otros se miraban extrañados cuando entre ellos se abrió paso una muchacha como de su edad, vestida de
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negro con medias bucaneras agujereadas y los ojos delineados profusamente. Se acercó al cadáver, se inclinó sobre el mismo. Apoyó sus labios e intentó abrirle la boca ante la mirada atónita de todos. Yo le saqué la lengua. ¿Por qué dijeron que su muerte fue natural? chilló.
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FESTEJOS ANDREA ALVES (Uruguay) ¡Quisiera saber cómo lo mataron en medio de una fiesta y nadie vio nada! dijo Palatino, observando aquel lujoso baño tapizado de sangre. Le falta el corazón precisó incorporándose el forense. ¿Qué? ¿Esa fue la causa de la muerte o ya estaba muerto cuando se lo sacaron? ¡Basta, Palatino! Ya te dije todo lo que sé por ahora. ¡Con permiso! ¡Tengo que regresar a un cumpleaños! ¡Mañana te llamo desde el laboratorio! ¡Hasta
mañana! ¡Juan,
vamos
a
interrogar
a los
invitados! ordenó Palatino. Para resumir, Señor y Señora Fernández, ustedes estuvieron todo el tiempo bailando. ¿Y antes? preguntó Palatino frotándose los ojos. Lo que todos: cenamos. Éramos cuatro en la mesa; puede usted verificarlo dijo el hombre parsimoniosamente. ¿Por qué cuatro, si todas las mesas eran de ocho personas? Es que nosotros somos veganos indicó la mujer cruzando sensualmente las piernas No soportamos ni siquiera ver carne. N O V I E M B R E 34 N E G R O
¿Me disculpan? masculló Palatino saliendo del cuarto. ¡Increíble, Palatino! ¡Caso resuelto! El tipo hablando tranquilamente contigo y tenía tremendo pedazo de corazón entre los dientes. ¿Te dijo por qué lo hizo? Cuestión de amores, aseguró.
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MI PENÚLTIMO TRABAJO DIEGO VIDAL SANTURIÓN (Uruguay) Fue en el baño del bar de Larry. El tipo, retorciéndose sobre un charco de mierda y sangre, suplicaba por su vida. Lo había desfigurado a patadas y ahora mi bota apretándole el cuello lo estrangulaba contra el inodoro. No había sido él, pero qué más daba, tenía el dinero y un cuaderno con anotaciones que ni siquiera estaba en mis planes. Era
un señuelo.
Sabía
de
antemano que
una vez
culminado el trabajo iban a liquidarme, así que cuando el desgraciado confesó, ahí mismo le metí el tiro. Bajo el resguardo de mi borsalino gris, dejé el pago al bueno de Larry y me largué de allí. La rubia en la barra esperaba su parte del trato por lo que no demoró en notar mi ausencia. Era ella quien iba a entregarme. Abordé el tren justo a tiempo y entre las sombras del vagón me puse a hojear la libreta. Nombres, cuentas, fechas y grandes sumas de dinero. Aquel librito era pura dinamita e iba a darme una buena ganancia. Me acomodé en el asiento, encendí un puro y sonreí pensando en Larry, en la rubia embustera, y en mi añorado, aunque poco probable retiro en la Costa Oeste.
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GAJOS DANIELA ROSTKIER (Uruguay) Ya se los dije: no sé, no sé... Vamos, encontramos el arma y tiene sus huellas dactilares; además, una testigo lo reconoció cuando usted salía de la habitación sentenció el detective Fagúndez. Muchas imágenes se arremolinaban en la mente del detenido: muchos cuerpos voluptuosos, mucha sangre arañando pieles
muy
blancas,
muchos
charcos
sobre
alfombras
desgastadas... Jefe, hallamos algo interesante en la casa del sospechoso y le entregó una bolsa negra. Mmm… como pensábamos… ¿Es suya? Los recuerdos del hombre se condensan ahora en un solo rostro, en una única discusión, en los mismos celos de siempre, en aquel cuello desgajado por primera vez. Fagúndez le arroja el costal a los pies. El individuo vacila, lo abre con miedo, y grita ante la cabeza alzada: esos ojos grandes y penetrantes que lo observan no son los de su mujer, pero se parecen a los de todas.
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TRABAJO FÁCIL DARÍO DÍAZ LEGUIZAMÓN (Argentina) Estoy esperando en la estación de trenes. Cerca de mí, una madre habla con su pequeño a través de una videollamada. Miro mi reloj, son las 21.30, el tren llegará a las 21.40. El bolso que me dio Aramburu tiene papeles sin importancia, el bueno es el otro. La madre sigue haciendo morisquetas, si no supiese que está en videollamada pensaría que está loca. Trabajo fácil dijo Aramburu Tiene un bolso cómo el tuyo, se te va a acercar, te va a pedir fuego, bajará su bolso, encenderá su cigarrillo y se va a llevar tu bolso, agarrás el que te deja y lo traés. Trabajo fácil. La madre sigue con las morisquetas y risas. El tren llega, el tipo se me acerca y sigue el guión convenido… agarra mi bolso, me deja el suyo, agradece por el fuego y se va. Termino mi cigarrillo y empiezo a caminar. Paso al lado de la madre que sigue en lo suyo, salgo de la estación, camino hacia la esquina, me detengo, enciendo un cigarrillo, una sombra junto a la mía, giro. Es la madre, me apunta con una pistola. Trabajo fácil dijo Aramburu, me recuerdo. La madre dispara.
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LA CATACUMBA DE SAN FRANCISCO EMILIO PAZ PANANA (Perú) En sus ojos hervía la sangre. Sus huesos se resquebrajaban al igual que sus esperanzas. Solo podía mirar la osamenta que le sonreía en su hora final. Y ella, tan dulce como siempre, le sonreía mientras le apuntaba con la pistola. Él, callado, solo lloraba amargamente y pedía clemencia. Pero no era posible, ella tenía la venganza grabada en su vientre, en el himen desgarrado y ensangrentado que formaba una catarata de sangre que descendía por sus piernas. Él entendió que esa fue su condena: robarle la virginidad a tan temprana edad. Pero era tarde para arrepentimientos, nada iba a calmar su sed de venganza. Un sonido. Huesos rotos. Un cuerpo en el piso de la catacumba y San Francisco se hinca para recoger el alma. La hermana muerte se lleva al hombre condenado y deja que la pequeña se retire en silencio. La osamenta sonríe y todo termina. La noche es pesada y tapa todo asesinato. Mañana la muerte ya limpiará la escena del crimen y podrá descansar hasta el próximo acto.
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EL PLAZO OSWALDO CASTRO ALFARO (Perú) No hay deuda que no se pague ni plazo que no se cumpla y Ramírez lo sabe. Caído en desgracia solicitó demostrar su valía y fidelidad a la organización. La banda le encargó el trabajo de asesinar a Gómez y falló. Durante la semana lo buscó infructuosamente. Confiado en sus antecedentes de sicario antiguo solicitó una prórroga para ejecutar la misión. Espera que le aprueben la petición. El hilo de sus preocupaciones es roto por el llamado de unos nudillos sobre la puerta de la habitación del hotelucho donde se aloja. El que sabe de su paradero es Rojas y seguramente viene a confirmarle la ampliación del plazo solicitado. Abre la puerta y se encuentra con una mujer de mediana edad. Ramírez le ofrece una sonrisa mezcla de sorpresa e interrogación. La mujer le devuelve el gesto alcanzándole una pequeña tarjeta. Ramírez la lee: Teresa Gómez. Una descarga eléctrica le sacude el cuerpo violentamente y experimenta el terror comunicándose a través de los nervios. Alza la vista y detecta una pistola apuntándole. En sus últimos instantes comprueba que el tal Gómez recuperó la confianza de los jefes.
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ÚLTIMO DESEO CARLOS TENA TAMAYO (México) Imelda llegó presurosa al cementerio junto a la playa. Estaban enterrando a su miserable abuela. Una extraña y repentina enfermedad la había matado. ¿Qué hacen? preguntó. ¿No ves? Sepultando a tu abuela respondió su madre. Ella no quería ser enterrada, sino arrojada al mar. Lo diría de broma. ¡No! ¡Ese fue su último deseo! El último me lo pidió a mí y se lo cumplí, ¿te lo digo? No, no me importa saberlo. De inmediato ordenó que acercaran un bote y subieran el féretro de metal. La familia también lo hizo. Después de avanzar varios kilómetros lo lanzaron al mar. Al regresar, Imelda fue a su casa. Entró a la recámara, abrió el cofre de la abuela, y se puso a gritar: ¡¿En dónde está?! ¡¿En dónde está?! ¿Qué buscas? preguntó su madre. El collar de esmeraldas. Sabes cómo lo quería. Su último deseo fue que se lo pusiéramos al morir. ¡¿Queeé?! N O V I E M B R E 41 N E G R O
Imelda fue por la escopeta de su padre y se disparĂł en la boca. HabĂa sido inĂştil envenenar a la abuela para vender su alhaja y saldar las deudas con sus proveedores de droga.
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CONTAMINADO JOSÉ LUIS DÍAZ MARCOS (España) En la cafetería, sentado en su mesa de siempre, el ya maduro subinspector Núñez lee en el portátil la noticia del macabro hallazgo que, solo veinticuatro horas antes, ha realizado un grupo de párvulos allí mismo, en un vertedero de San Fernando de Henares, Madrid. Para él, también testigo del levantamiento, esta no es otra víctima más. Al contrario: entretuvo su niñez desde la pantalla televisiva en aquellos remotos años ochenta del siglo XX. «¡Qué lástima acabar así!». Fuera, sin embargo, al otro lado del escaparate, el mundo sigue ajeno o, quizá peor, insensible a la fatal pérdida. Estrella de Televisión Española domiciliada en el infantil Barrio Sésamo. Evocar sus apariciones vespertinas supone a Núñez
revivir,
«¡Cuánto
tiempo!»,
aquellos
ratos
dichosos
también mezcla de deberes, meriendas de pan con chocolate y anécdotas domésticas. Se interroga, preciso: ¿Quién? ¿Cuándo? ¿Por qué?... La prensa digital aventura un sinfín de antecedentes y especulaciones, fecunda materia prima para su investigación. Agrega varios titulares al menú Favoritos. «Para desmigarlos luego». Ahora, melancólico, abre Youtube y teclea:
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«ESPINETE». Desplaza la lista de vídeos resultantes, melancólico. Recuerda, o cree recordar, algunas de las instantáneas. «¡Qué triste destino para un disfraz! Contaminado, según dicen, con amianto».
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GANAS DE FUMAR… RAMÓN MARTÍNEZ VENTURA (Uruguay) Mi memoria no es la de antes. Ahora, por ejemplo, mientras iba en el auto, no recordaba exactamente si había tomado mi medicación antes de salir o no… también quería arreglar el comando del espejo del auto que estaba flojo, y tenía que ajustarlo con un destornillador que tenía a mano en el bolsillo de la puerta. Carajo. No tomé el remedio… frené para volver a casa, pero inmediatamente sentí un choque en la parte trasera. No me alteré, mi médico me decía que era malo para mi aneurisma de aorta… ¡Viejo de mierda! ¡Bajate que te voy a reventar!! Quise mirar hacia atrás para ver quién me puteaba así, pero se me movió el espejo y tomé el destornillador para ajustarlo. En eso apareció a mi lado la cabeza de un gordo puteando y con una manaza me agarró del cuello queriendo sacarme del auto. Todavía soy rápido…. Le metí el destornillador en un ojo y revolví con fuerza… me bañó un chorro de sangre mientras el gordo caía contra mi puerta entre convulsiones. Esperé a la policía. Hacía mucho que no fumaba, para cuidar mi aorta; pero ahora un cigarrillo me habría caído muy bien.
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TEMBLOR ROLANDO JOSÉ DI LORENZO (Argentina) Un tremendo temblor sacudió el territorio, las casas se resquebrajaron y algunas cayeron vencidas, solo las más viejas de madera aguantaron, pero se movieron demasiado. Dentro de una de ellas, dos hombres hablaban con voces graves, que demostraban que la circunstancia era aún más terrible que el terremoto. Uno de ellos, el más viejo, estaba de rodillas con las manos atadas a la espalda, el otro; más joven, de pie detrás de este, apuntando a la cabeza del anciano con una pistola. Debes irte mientras puedas dijo el viejo. No, ahora es el momento, llegué hasta aquí para hacerlo. No puedes estar seguro, no será ni antes ni después. Sí lo haré, puedes apostar por ello. Solo si es el momento y el lugar. Eso lo decidiré yo y es ahora y aquí. El segundo temblor terminó de aflojar los cimientos y la pesada viga de noble madera no soportó más y cayó sobre él.
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LA MUJER DANIEL ANTOKOLETZ (Argentina) La he deseado desde el primer momento que la vi. Y ella lo sabía. Siempre le cumplí todos sus deseos... y ella se burlaba, aprovechaba
cada
momento
para
humillarme.
Y
no
me
importaba. Antes muerta me decía cada vez que le pedía que fuera mía. Y me miraba con desdén, y ese gesto la hacía más hermosa, deseable. Me había transformado en su sombra y eso la deleitaba. Podía hacer de mí lo que quisiera. Con promesas que apenas se vislumbraban, conseguía que le diera todo. Hice lo indecible por ella: he rogado, suplicado, me he arrastrado... Hasta que no lo soporté más: me harté. Cansado de sus estupideces vacuas, mi puñal se tiñó de granate. Y después que logré deshacerme de ella, me doy cuenta que es mía. Quizás, a su manera, siempre lo ha sido. No la quiero más, pero es mía. Y lo será para siempre: ahora me sigue a todos lados. Hermosa, fría... muerta.
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ATLETA ÁNGEL MANUEL SANTAMARÍA ORTIZ (España) La adrenalina: Bajar mi mejor marca. El braceo sincronizado. Adoptar la posición aerodinámica que me permita reducir mi resistencia al viento. El impulso. La flexión y torsión de mis pies. La lucha de mi cuerpo para no frenar el impulso y la energía generada. El esfuerzo. Mi esfuerzo… La lucha: La victoria final sobre mi rival. Mi némesis. El peso del metal colgado de mi cuello en el podio. Mi sudor. La gloria. Bendito peso. Bendito sabor a gloria. Bendita victoria… Nadie recuerda al segundo. La competición: tan inherente al ser humano como su deseo de vencer al rival. Como todo atleta solo me vale ganar. Solo el vencedor permanece y perdura. Solo él es capaz de no sucumbir al paso del tiempo. Al inexorable olvido. No quiero ser olvidado. Nadie recuerda al segundo. La victoria: He vencido tantas veces y llevo tanto tiempo compitiendo en este juego que no puedo recordar a ninguno de mis oponentes. En cambio, sí su sabor. El sabor de la tierna carne del que ante mí sucumbió. Puedo recordar su sabor. El de la victoria. El de su vida al escaparse como arena entre mis dedos. Nadie recuerda al segundo. Solo su dulce sabor…
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VISIÓN DE ÚLTIMA HORA CARLOS ENRIQUE SALDIVAR (Perú) Era un asesino a sueldo. Estaba viendo una película en el cine: una cinta peruana a la cual se había acercado sin expectativas y que le terminó por encantar. ¡Qué actores, qué producción, qué guion, sobre todo, qué dirección! Era un film de corte policial y esos le gustaban mucho. Le sorprendió que el cine nacional hubiese dado a luz un producto de tan altísima calidad. Lo malo fue cuando terminó la película y salió en los créditos: «escrita y dirigida por…». Al leer el nombre se deprimió bastante. Aquel mismo día, muy temprano en la mañana, se había topado con aquel guionista y director, y le había disparado una bala en el cráneo que le destapó los sesos. Un crimen por encargo. Al menos no hizo sufrir al pobre desgraciado. El sicario nunca preguntaba quiénes eran sus víctimas, era profesional. De haber sabido que el muerto era alguien tan talentoso nunca lo hubiera hecho. Ahora no podrá ver más cintas de ese gran sujeto al cual tuvo la descortesía de volarle la cabeza. Se retira del cine cabizbajo. Se formula muchas preguntas que no tienen respuesta. Se dice que no sería mala idea a estas alturas cambiar de profesión.
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ORIGINAL COMO ELLA JUAN PABLO GOÑI CAPURRO (Argentina) Dos auxiliares trabajaban sobre el cuerpo de la ciclista caída sobre el costado de la ruta. El forense daba su informe preliminar a los investigadores, reunidos a diez metros del cadáver, rodeados de periodistas. Había terminado de describir las heridas de la mujer, cuando un bombero lo interrumpió, acercándoles la riñonera hallada cerca de la bicicleta. El forense se puso guantes y la abrió con cuidado. Sacó de la riñonera una carta, luego el documento de identidad. Leyó la letra manuscrita; una mujer se despedía del mundo por no soportar las presiones. A continuación, leyó la identificación; era Ella Serve. El fiscal tomó el papel y señaló aliviado: «caso resuelto». Recuperó la sonrisa; Ella Serve no era cualquier mujer, era la candidata opositora que encabezaba las encuestas, a partir de una campaña muy ocurrente. Los periodistas tomaron notas. El inspector reafirmó la sentencia del civil con un comentario: «Ella fue siempre original, la única persona que se suicida con veintitrés disparos». Todos asintieron; «quién sabe hasta dónde hubiera llegado con tanto carisma», dijo un reportero a guisa de despedida.
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FINAL DEL CASO CARLOS ENRIQUE SALDIVAR (Perú) El teniente había perseguido al delincuente prácticamente desde que iniciara su carrera policial. Lo había tenido entre ceja y ceja, y muchas veces estuvo a punto de atraparlo, pero el criminal (un poderoso jefe mafioso) se le escapaba. Incluso el policía una vez consiguió llevarlo a juicio, pero un tecnicismo (o un acto de corrupción judicial) habían hecho que el hampón quedara libre. El teniente se obsesionó con el facineroso y muchas veces estuvo a punto de ser despedido por no prestar atención a otros casos, por enfocarse en ese rufián dedicado al narcotráfico al cual no podía arrestar. Tal era su obsesión, que había desistido de formar una familia y perdió a sus amigos. Sucedió que un día el policía halló las pruebas necesarias para culpar al sospechoso, pero cuando iba a detenerlo se dio con la sorpresiva noticia de que el granuja había muerto. Ahora va seguido a visitarlo a su tumba, suele dedicarse un par de horas a contemplar su lápida y a decirle: «Ya no harás daño. Nunca pagaste por tus crímenes, pero ahora te hallas en una cárcel de la que nunca saldrás». Luego se va a continuar su labor de agente de la ley.
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AMERICANO FRANK HERRERA (Costa Rica) Observaba con nostalgia la docena de reflejos que le devolvían las burbujas del americano recién servido. Cada reflejo le contaba una pequeña historia, y todas las historias acababan inevitablemente en aquel “diner”, en aquella misma mesa y frente a aquel café intacto. En paralelo, las moléculas volátiles del café se mezclaban con el embriagante olor a pólvora recién disparada. Cuando pensaba en cuáles serían las últimas palabras que le habría dicho a su padre, este se desplomó sobre la mesa, tumbando el jugo de naranja. La mesa ahora lloraba las gotas amarillas y rojas que el hijo no lloraría jamás.
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SUEÑO TRANSFIGURADO VÍCTOR ANDRÉS PARRA AVELLANEDA (México) La soñaba todas las noches. Pretendió olvidarla, pero no pudo. Simplemente la insistencia de su subconsciente promovió un extraño enamoramiento con alguien que no veía hace años. Salieron a varios cafés, al cine, al teatro, salieron a todos los lugares posibles… todo ello en imaginación, porque seguían sin verse. La obsesión dominó su mente. El sentimiento de posesión terminó por provocar la búsqueda de aquella mujer hasta donde residía. Las asperezas aparecieron al instante. Cuando llegó, hablaron a solas. Él declaró el capricho disfrazado de amor y apareció el reclamo de por qué ella no era la mujer que veía en sus sueños. Si no eres como en mis sueños, entonces te dormiré, me dormiré, nos dormiremos dijo sacando una jeringa de un maletín. Como la lluvia de una tormenta tropical cientos de golpes y gritos sonaron violentamente en la habitación ahora manchada de sangre. La chica jadeaba, menos mal que había usado bien las tijeras. Ahora solo miraba aturdida el cuerpo del hombre que trató de reducirla a unos cuantos pensamientos caprichosos de una noche. Qué delgada línea hay entre soñar y convertir la vigilia en N O V I E M B R E 53 N E G R O
la mรกs abrupta pesadilla.
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CRIMEN FERPECTO CARLOS ENRIQUE SALDIVAR (Perú) Era el típico asesinato. Sacarle un seguro de vida a su esposa, ser el único beneficiario, fingir un asalto que terminó en el homicidio de su mujer, cobrar el seguro y pasarla de lo lindo con un millón de dólares por el resto de su vida. Supo fingir, supo llorar, supo hacer los preparativos para el entierro. Supo mantenerse tranquilo un tiempo para que no sospecharan de él. Había sido el crimen perfecto. Tuvo la suficiente sangre fría para llevarlo a cabo. No tenía sentimiento de culpa (al principio), su matrimonio iba de mal en peor y Andrea se había tornado insoportable los últimos años. Menos mal que no habían tenido hijos, ya que ella no podía engendrar. Pero las cosas no fueron tan perfectas como parecían. Resultó que comenzó a extrañarla y la consciencia le remordía a cada instante. No podía dormir bien, tenía pesadillas. Pensaba que descubrirían su ardid y lo atraparían en cualquier momento. Se volvió un paciente psiquiátrico. Las cosas se tornaron terribles y casi lo enloquecían. Pensó en contárselo todo a alguien, en entregarse a la policía, pero no, debía cuidarse y no arruinar un delito que le había salido bien, aunque solo al inicio.
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LA BALA PRECISA CARLOS ENRIQUE SALDIVAR (Perú) No podía deprimido
y
vivir
con tranquilidad.
nervioso.
Sentía
que
Estaba había
a
un
menudo enemigo
acechándolo, que lo seguía las veinticuatro horas, que no le permitía ser feliz. Recurrió a los fármacos, al alcohol y a otras drogas. Se convirtió en un paria, en uno de esos tipos que camina por las calles con un arma de fogueo para asaltar a quien se le cruce en el camino. Hasta ese momento había tenido suerte de no ser capturado, aunque no tanta. El adversario silencioso estaba ahí, atrás de él, susurrándole palabras al oído, diciéndole que sus horas estaban contadas Decidió que ya era momento de dejar de sufrir, que tenía que vender lo poco que tenía para comprarse una pistola de verdad y, al menos, una bala, para dispararle a aquel extraño y escurridizo personaje que lo atormentaba. Eso hizo. En el sucio cuarto que alquilaba, disparó. Sintió que lo había hecho de frente, pero la bala giró en el aire y le impactó a él mismo en la cabeza. De esta manera su vida había llegado a su fin, pero en el último instante se dio cuenta de que todos
los
problemas
que
lo
aquejaron
terminado.
N O V I E M B R E 56 N E G R O
también
habían
DESARROLLO INFANTIL DAMARIS GASSÓN PACHECO (Venezuela) Crecer en el barrio más pobre de la ciudad se aleja bastante de lo que los demás llamarían niñez. La feroz competencia por ganar la atención de los narcos, demostrar que uno es un “duro” y que está dispuesto a lo que sea por unirse a la banda. Mi primera prueba fue matar a un niño menor que yo, los mayores me gritaban y me azuzaban para que lo hiciera, la pistola temblaba en mis manos y las lágrimas no paraban, ni las mías ni las del otro niño. Al fin disparé, como tres veces, sangre y sesos me bañaron la cara. Los mayores me felicitaban y me daban de tomar aguardiente, gritaban alborozados que me había convertido en un “hombre” a los diez años y hasta me premiaron dejándome tocar los senos de la novia de uno de ellos. Ahora que soy uno de los “duros” me pregunto cómo será volver a sentir los remordimientos y el miedo que viví en ese momento, o si acaso volveré a sentir lástima ante el cuerpo tirado y maltrecho de una de mis víctimas. No fui niño, porque ya no recuerdo cómo serlo.
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EL MICRÓFONO DELATOR EMILIO GONZÁLEZ VALCANERAS (España) Alicia
se
consideraba
una
Cenicienta
redimida
al
contemplar las facciones pálidas de tía Carmen. La señora yacía silenciosa, sin que se vislumbrara réplica alguna en aquellos afilados
labios,
ahora
incapaces
de
escupir
improperios
humillantes durante el discurso que su sobrina pronunciaba. La voz solemne, que recordaba las miserias sufridas desde la infancia, dejó de revolotear entre el flamear de las velas. Alicia dio un respingo: dos policías irrumpieron en la estancia acompañados por el infame primo Luis. Este la observó con el mismo desdén y cautela cobarde de siempre. Alicia Uría, queda detenida por intento de asesinato manifestó el inspector Ramírez; un hombre bajo, delgado, con bigote de ratoncillo. Y en semejante desconcierto, la palabra «intento» golpeaba los atónitos oídos de Alicia. El inspector le acercó ese frasco con veneno que Carmen no llegó a tomar gracias a la disimulada intervención del hijo. Después, le mostró el micrófono delator que había aireado su monólogo íntimo, de resarcimiento, en el velatorio-trampa. Los ojos derrotados de Alicia se clavaron en los párpados de Carmen, que ya se abrían bajo el blanquecino maquillaje,
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ante la sardรณnica sonrisa de Luis. El inspector, pensativo, esbozรณ un inopinado gesto de indulgencia.
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LA ABOLICIÓN DE LA NOCHE ÁLVARO SINARAHUA (Perú) La calle Centenario estaba dormida a unos minutos de la medianoche. Hilda había dejado de vender cigarrillos, aceptando la invitación de un hombre que pedía sus últimos chicles y una cajetilla de mentolado. ¿Me aceptas? Es solo una cerveza. Ella asintió con la mirada y empinó la botella. Y volvió hacia el camino, debía buscar dónde dormir. La venta del día no era suficiente para alquilar un piso en el hotel. Recordó que la comadrona del lugar se había ido de viaje y su cerradura era vulnerable ante cualquier réplica corriente. Entró con una llave que usaba de destapador, sus párpados hacían esfuerzo para no cerrarse. Trató de encontrar el interruptor de la luz palpando las paredes
y
solo
encontró
una
superficie
lisa.
Se
fue
desesperando, comenzaba a sudar, entonces quiso volver a la puerta y solo sintió la continuidad de una pared tras otra. Gritó tropezando con sus pies y en el suelo sintió el olor a tierra húmeda. Sus ojos se cerraban lentamente en un amago de luz y lo último que pudo ver fue un cráneo con el maxilar entreabierto. Había visto ese rastro de sonrisa en otro lugar. No había duda, se trataba del mismo hombre.
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WISH YOU WERE HERE MIGUEL ÁNGEL DI GIOVANNI (Argentina) Fui, Beto, y Richard supo que no me gustaba trabajar. Cuando él conoció a Isabel, rati, buchona y puta, la cosa se complicó. Recuerdo que ella decía: Pink Floyd me gusta para garchar. Le deslizamos la carnada de un laburo y ella picó. Amor, pasame a buscar a la noche. Sí, Isa le contestó. Richard fue enfierrado. Eligió la salida, Pilar. Rotonda oscura, galpón abandonado, y el paredón de Estudiantes Unidos de Pilar. Ideal para descartarla. Pero saliendo de la Panamericana, una moto se les cruzó. La moto giró en u y de frente, el tipo empezó a disparar. Richard quiso pisarlo. Pero la delantera izquierda estaba reventada. Volanteó a la derecha y se le escurrió. El de la moto volvió. Estaba encima. El auto se fue a la izquierda. La moto se puso a la derecha y chau. Richard
murió
desangrado.
Ella
zafó.
Sigue
en
el
Churruca, porque le contó al médico que escucha voces. A mí me fueron a buscar, y mientras tomaba unos mates, pum, pum, dos balas en la cabeza. Así que a esa, la voy a enloquecer susurrándole al oído: Wish you were here, Isabel, wish you were here. N O V I E M B R E 61 N E G R O
EL INTRUSO ADELA HERRERA P (México) Juan Aldama
se
sentó en una
banca
del parque,
observando a los transeúntes. Se apretaba las manos y sudaba. Pero se hacía el tonto a propósito. Sabía con qué se llenaba el vacío. Le tembló la boca y miró alrededor. Pensó en lo fácil que le resultaría obtener lo que necesitaba. El recuerdo le provocó un escalofrío de intenso regocijo. Tuvo una erección. No distinguía género ni posición económica. Las llaves ejercían tal poder en él que el estómago se le llenaba de mariposas cada vez que conseguía tener éxito. El momento de usarlas y entrar. Observar los lugares vacíos como conchas. Gritaba y chillaba feliz como un cerdo a punto de ir al matadero. No había placer más exquisito. En pocas ocasiones tenía necesidad de eyacular, puesto que la alegría absoluta de saber que los dueños podrían volver en cualquier momento llenaba cada espacio del inmenso mar en que se convertía su pensamiento. Y flotaba extasiado. Juan se pellizcó antes de levantarse. Cuando pasó cerca de la cerrajería, sus pensamientos más bajos resurgieron como un reptil que asoma la cabeza apenas por encima del agua.
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UN SÁBADO COMO CUALQUIERA ERIKA REYES (México) Es sábado, seis de la mañana y decido quedarme en la cama, pero imagino oír la voz de mi padre. “¡Eri, levántate! ¡Hay mucho que hacer!” Intento ignorar aquel eco del pasado y me enrollo en las cobijas. No puedo dormir. Odio a mi padre. Su voz otra vez y me levanto con un brinco. Imposible ignorarlo. Mi padre siempre decía que no se debería gastar el tiempo haciendo cosas que no valen la pena. Siempre había algo por hacer. Salgo de mi casa en prisa como un perro caminando por la calle, aparentando tener una cita urgente. Pero nada planeado hoy es de urgencia. Se me voló el dinero en comprar ropa nueva pero todavía llevo lo suficiente para cenar con mis amigas. Camino a mi coche y de repente se me atraviesa una muchacha en patín, pierdo el balance, y me pego en la cabeza con el filo de la banqueta. Ya ha oscurecido y los mirones comienzan a alejarse de la calle. Los médicos al fin han llegado a cubrir el cuerpo y empiezan a llevárselo a un lugar más apropiado. La sirena de la
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ambulancia quiebra el silencio torpe y la noche se llena de frio.
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EL ASESINATO FREDDY ELIAS AYQUIPA CRUZ (Brasil) Con la frente arrugada, el policía miró el cadáver tirado en el piso, tenía una gran herida a la altura del corazón, de esta bullía gran cantidad de sangre, embadurnando el embaldosado de rojo. Aquel hombre era arquitecto, de mediana estatura, bastante fornido, calvo, frente ancha y convexa. Su rostro reflejaba franqueza, inteligencia y mucha energía. En la sala, llena de vapor, encontraron tres hombres más, dialogando nerviosamente. Uno era ingeniero, tenía entre sus manos una pequeña revista; el otro era profesor, tenía un recipiente de agua y el último era arqueólogo, tenía su celular entre sus manos. Los tres sospechosos, interrogados por la policía, dijeron no haber visto nada. El arma homicida no fue encontrada, preguntándose los policías ¿Qué sucedió en este asesinato? ¿Quién fue el autor? Al mirar su cuerpo, se dio cuenta de que había un gran forado, brotando mucha sangre que adornaba su tórax. Estaba muerto, en el recipiente estaba la daga, hecha de hielo y congelada; pero la transparencia de éste, le hizo pensar, en un juguete sin valor. Cayó a un pozo, era tan profundo que se asustó. A los pocos segundos despertó exasperado de su sueño. El policía resolvió el asesinato tiempo después. N O V I E M B R E 65 N E G R O
JAQUE MATE CARLOS ALBERTO DE LA CRUZ SUÁREZ (México) En torno a una mesa, se encontraban dos hombres ensimismados en su estrategia de juego. Jair, el más joven de los dos, con los codos sobre la superficie y con los ojos de malicia, observaba cada movimiento de su contrincante. De vez en cuando bebía sorbos de la botella de ron como buscando estar despabilado. Alberto, el de mayor edad, a quien se le notaban algunas canas, sigilosamente analizaba la escena, debía extremar
cuidados
respecto
a
su
joven
rival,
cualquier
movimiento sería sinónimo de amenaza. Sobre la mesa, todo parecía en orden, nadie imaginaba la controversia que se desataría. Jair miraba su reloj, faltaban cuarto para las doce. Esto no podía
continuar
más,
debía
sacar
todo
su
arsenal
sin
remordimiento alguno, y acabar con su rival. Movió con delicadeza su pieza clave y puso en jaque a Alberto, en ese momento él sonrió como quien augura el triunfo, no tuvo más que proteger a su rey mientras contraatacaba. Parecía una victoria indiscutible, justo se disponía a dar el jaque mate cuando un apagón repentino no le permitió continuar. Al encenderse las luces, Jair había desaparecido junto con la reina de Alberto y su rey había muerto. N O V I E M B R E 66 N E G R O
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