Facetas 01 de noviembre de 2015

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El la erná deomel H R

Libardo Olaya

10 años con el teatro ‘superior’

Hernán Camilo Yepes Vásquez


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DOMINGO 1 DE NOVIEMBRE DE 2015 - IBAGUÉ

FACETAS Un relato

El siglo de la vida (Romel Hernández) A los ocho años mi interés por los diarios se limitaba a las aventuras, como llamábamos entonces a las tiras cómicas. Aparecían los domingos, en un cuadernillo a color que mis hermanos y yo extraíamos ansiosos de la mitad de los diarios, perturbando la concentrada lectura de papá. Él siempre se despertaba muy temprano para comprar El Tiempo y El Espectador. En defensa de su tranquilidad, mi viejo optaría luego por dejar las historietas encima de una mesa apartada de su mecedora, desde donde nos miraba serio por encima de las gafas, frunciendo sus cejas ya canosas y exigiendo silencio. Nos repartíamos a Tarzán, al Fantasma, a Mandrake y a Roldán el Temerario. Después de unos minutos, intercambiábamos las historietas. Cuchicheos, protestas, ruido de papeles y nuevas miradas de reprobación, se alternaban hasta que nuestros héroes nos dejaban en suspenso, esperando el próximo domingo.

De vez en cuando papá compraba El Siglo. Tropezábamos allí con unos héroes extraños, cuyos incidentes desconocíamos y pronto dejábamos de lado. Mamá recogía los pliegos con cuidado, los ordenaba y se los entregaba a papá. Al lado de los rimeros del Tiempo y del Espectador, el del Siglo era apenas un enano. Yo pensaba que era por ser tan enano que ése montoncito recibía un cuidado especial. Nosotros crecimos y el interés por las historietas decayó. Papá continuaba comprando los diarios y los rimeros crecían en la proporción descrita. Con los años comprendí que papá leía asiduamente los diarios liberales no por dejarnos leer las historietas, sino porque él era un liberal militante. ¿Y eso de leer El Siglo? Es que es importante saber qué piensa el oponente, me dijo alguna vez. Finalizando mi bachillerato mamá debió considerarme lo suficientemente mayor para confiarme porqué estaba tan agradecida con El Siglo. Y cómo será de buena y saludable la práctica de leer el diario de los oponentes, que a ella le debe la vida éste humilde servidor. Esta es la historia. Allá por 1956 Ibagué era un municipio con una décima parte de la población actual. Todavía faltaban algunos años para que yo me contara entre sus habitantes. Donde hoy está la plaza de la veintiuna había un cementerio, y el cuartel de policía y la catedral ni siquiera eran proyectos arquitectónicos. El año anterior, en el tiempo récord de ciento cincuenta y cinco días se había construido el estadio de fútbol, con capacidad para ocho mil espectadores. El Deportes Tolima se inició como profesional en el estadio Pascual Guerrero de Cali perdiendo 4-1 ante el Boca Juniors de ésa ciudad. Debutó luego como local, y en un merecido desquite goleó 3-0 al Santafé capitalino. La tribu pijao, con refuerzos argentinos, continuó con una racha de victorias y apaleó de nuevo 7-0 al Santafé, esta vez en el mismísimo Campín, haciendo vibrar las casas de bahareque y techos de paja o de zinc, con las notas orgullosas del bunde tolimense. Hubo muchos entusiastas que bailaron tomando tapetusa en las calles polvorientas, aún sin asfaltar. Los partidos se escuchaban por la radio y los ibaguereños veían las jugadas en su imaginación. Cierto que ya la televisión había llegado al país en 1954, pero ése era un adelanto tecnológico que sólo las élites detentaban. Y era que no todas las viviendas contaban con luz eléctrica; las pocas lámparas del alumbrado público iluminaban con luz débil y vacilante algunas calles. Los trasnochadores aseguraban que entre las sombras neblinosas habían

visto al Cura sin Cabeza, llevando en una mano su cabeza que mascullaba letanías y en la otra un rosario ensangrentado. Sobre el Río Combeima, rumbo a la vereda Santa Teresa, existía una central hidroeléctrica, propiedad de la familia Lasema. Con ella se generaba la electricidad que consumía Ibagué. Sus ruinas herrumbrosas son testigos de las innumerables crecidas del Combeima. Y siguen allí, como deseando contar su propia historia escrita con kilovatios en las antiguas redes de energía. En el sitio que hoy ocupa el Terminal de Transportes funcionaba La Estación del Ferrocarril; el tren humeante llevaba y traía cargamentos de ganado y mercancías. Algunos pasajeros calzaban botines; alpargatas los campesinos, y de sombrero, poncho o ruana iban todos, porque en ésa época el clima de Ibagué era frío y lluvioso. Desde abril de 1948 la violencia política había recrudecido y las poblaciones se engrosaban con gentes del campo que dejaban fincas, parcelas y enseres abandonados. Apenitas pudimos salvar el hilacho e’ vida, decían. Unos pocos habían podido traerse una gallina o hasta algún marranito escondido debajo de la ruana. La zona urbana de la futura ciudad llegaba hasta la calle veinte; sobre la carrera tercera, cerca a lo que hoy es el Centro Comercial Combeima funcionaba la Foto Morales, donde le prestaban al cliente saco y corbata para ponerlo presentable, o darle un toque cachaco, como se decía entonces. Eso sí no lo afeitaban, por lo cual muchos quedaban con facha de bandolero mejicano. Los llamados pájaros y los chulavitas, es decir los paramilitares de entonces, eran hordas armadas encargadas de limpiar los campos de liberales; conformaban el brazo armado de la oligarquía arrellanada en el poder. Su contraparte la constituían grupos de campesinos que se enmontaron para salvar el pellejo, parientes de la chusma armada que se había desbocado con el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán en 1948. Cabe anotar que tanto los unos como los otros poca o ninguna instrucción poseían. Se contaba que en las afueras de Ibagué una banda armada liberal, detuvo a un bus de pasajeros. ¿Y usted a qué se dedica? Le preguntaron a un señor de saco, corbata y portafolio. Yo soy profesor del Conservatorio de Música, contestó el educador. Maten a éste godo infeliz, ordenó con saña el jefe de la banda. Mordaz y contestatario, Tribuna Liberal era un periódico de la oposición que incomodaba con sus dardos al gobierno dictatorial de Rojas Pinilla. De formato reducido y en blanco y negro, le daba cabida a

columnistas inconformes y atrevidos. Por ésta Tribuna también se asomaban caricaturistas un tanto obscenos, que si no respetaban las altas mitras, mucho menos las sotanas parroquiales. Censurado por el gobierno, ese pasquín difamatorio era prohibido a los católicos desde los púlpitos. Su director Héctor Echeverry Cárdenas caería luego, asesinado por sujetos desconocidos en 1957, a las puertas de su periódico. Es que los godos tienen la mano negra y el corazón corrompido, sentenciaría alguien en el Café París, el cual quedaba en una de las esquinas del Parque Murillo Toro. Corrompido no, podrido es que lo tienen, lo apoyó Agustín Angarita Somoza, periodista, contertulio y asiduo asistente del París, del Grano de Oro, del Molino y demás cafés de la calle quince hacia arriba. Mi papá rentaba una habitación en la calle 16 con carrera tercera. En una máquina de escribir Remington adquirida de segunda mano, redactaba a pedido oficios de reclamos, peticiones, contratos de compraventa y de arrendamiento, testamentos y otros que hoy día son prerrogativa de notarios y abogados. Y sí, aciertan ustedes: en ésa máquina usada mi viejo tecleaba los artículos que le publicaban en Tribuna Liberal. Me consta que era mal dibujante, así que algunos gráficos que aparecían allí no eran obra suya. Una mañana se encontraba en su habitación, sentado en un taburete leyendo el periódico a la luz que entraba por la ventana. A su lado, una mesa de madera con la Remington lista para trabajar. De pronto abrieron la puerta de una patada y cinco sujetos enruanados irrumpieron, unos con machete y otros con carabina. Otra patada y ya papá estaba tumbado en el suelo medio cubierto con el periódico que leía. El rodillo de la máquina de escribir voló hecho trizas de un machetazo. Con el cañón de la carabina uno de los pájaros revisó el periódico. Se trataba de El Siglo. El jefe de la banda se quitó el sombrero, se rascó la cabeza mientras escupía en el suelo y ordenó: Mejor vámonos, casi que la cagamos con este copartidario.


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DOMINGO 1 DE NOVIEMBRE DE 2015 - IBAGUE

FACETAS

La preocupación del maestro Libardo Arturo Olaya siempre ha estado en brindar a los jóvenes de la ciudad, el Departamento y el país un espacio para mostrar su talento, así en la ciudad sea notoria la carencia de escuelas.

Lo que él llama “desbandada” de jóvenes que fueron a otras ciudades a estudiar ha significado más contactos para este Encuentro.

Libardo Olaya estudió Arte Escénico en Bogotá, además perteneció a la compañía distrital Apoteosic, antes de regresar a Ibagué.

Aunque se carezca de un fuerte apoyo gubernamental

Más de 10 años al tanto del teatro universitario

HERNÁN CAMILO YEPES VÁSQUEZ Si se dijera que cada disciplina artística tiene su centinela y su defensor, uno de los más esmerados en el teatro del Tolima sería Libardo Arturo Olaya, alguien que siempre supo que lo suyo sería esta práctica y en su sitio de origen ha hecho el máximo esfuerzo por dignificarla. Él es uno de los responsables de que hoy en día se hable del Encuentro Nacional de Escuelas de Teatro, una integración anual de talentos que por cinco días reúne las mejores propuestas de las academias de teatro del país.

¿Y cómo inició?

Traer a la Capital Musical talento representado en decenas de jóvenes y adultos nació de manera muy sutil, en trabajo mancomunado con Ana María Rivera, Alberto Lozano, Hugo Manuel Barrero y Fernando Trujillo, representantes de otros grupos teatrales de la ciudad.

No sé por qué Ibagué es una ciudad de contradicciones. Veo que tiene gente con un potencial artístico grandísimo y que a la vez no existen esos espacios para formarse. Libardo Arturo Olaya

IBAGUÉ Y NO BOGOTÁ Olaya es ibaguereño y egresado del Colegio Nacional de San Simón, aunque por su ímpetu de estudiar teatro de forma profesional se vio obligado a salir a Bogotá, donde se formó en Arte Escénico. “Esa experiencia de frustración ha servido para sostener esto”, dice ante la falta de una escuela en su ciudad natal, lo que lo motivó de alguna manera a abrir el camino a que los jóvenes pudieran practicar. Formó parte de una compañía del Distrito, “me fui renegando del arte como tal, buscaba otros rumbos, pero entendí que lo mío era esto y traté de empezar (...) Dejé el estudio, pero no encontrar un espacio en la ciudad me motivó”, cuenta sobre el inicio del Encuentro.

Entre ellos tenían una pequeña academia en Belén, cerca de lo que antes fuera la tradicional La Cigarra: ahí gestionaban y programaban actos culturales, en su mayoría de teatro y música. “Ahí se hacía lanzamiento de libros y montajes, así como también se traía películas de Bogotá... Uno quiere abarcar todo, pero la parte económica no permite hacer cosas”, cuenta Olaya. Ante ese difícil momento, añade, se vio obligado a emprender camino a Bogotá, con el maestro Barrero, con el fin de trabajar en algo que le permitiera “inyectar presupuesto al proyecto aquí”, justo en su ciudad. Regresó a su terruño y en

2002 se dio el comienzo del mencionado sueño, a partir de los talleres de Escenotécnica con Gabriela Menéndez y Ricardo Neira, de los que resultó la producción de vestuario y escenografía de ‘Sueño de una noche de verano’, de Shakespeare. “Al quedar esos elementos, propusimos crear el montaje y para ello hicimos convoca-

toria a colegios, hicieron el proceso, así como unos entremeses de Cervantes. También hubo jóvenes que se interesaron y se fueron a estudiar a otras universidades, por ello pensamos que había mucho interés”, narra. Primeros visos Luego de esas dos primeras experiencias, aprovechadas

más que todo por jóvenes de la Universidad del Tolima y aquellos que llegaban por contactos tanto de Olaya como de quienes buscaban futuro en otras ciudades. “Con la desbandada de los muchachos se tuvo el Tercer Encuentro (2006), con la Universidad Pedagógica, la Efac y la UT, con el profesor Javier Vejarano. Salió muy bien sin recursos y por eso pensamos ‘aquí puede iniciar algo’, lo entregamos a la Dirección de Cultura departamental y volvió a durar dos años sin celebrarse”, narra. Hasta que en 2009, por sugerencia de un funcionario del Programa Nacional de Concertación del Ministerio de Cultura, quien había participado en esa reciente edición del Encuentro, se retomó el proyecto para seguir ejecutándolo, esta vez con ese apoyo nacional. “Lo presentamos y ahí sí hubo continuidad, no quisimos perder de vista los otros dos porque fueron importantes. Los muchachos que se fueron abrieron contactos

Todos vienen y nos dicen (del teatro Tolima) ‘no saben lo que tienen ustedes’, pero qué tristeza saber uno en este momento el abandono en que está. Libardo Olaya

Desde 2009 el Encuentro ha venido celebrándose con continuidad, gracias a la colaboración de las escuelas participantes y al apoyo del Ministerio de Cultura. con las universidades, por eso lo vimos de manera distinta”, comenta el maestro. Devenir y expectativa Estas 10 ediciones celebradas, con decenas de universidades como Antioquia, Valle, Francisco José de Caldas, Central, Distrital y Pedagógica, dejan grandes expectativas en este gestor. “Todos los maestros tienen un nivel de confianza tan alto que me obliga a hacerlo cada año mejor”, resume Olaya su experiencia anual. No obstante desea que Ibagué tenga de una vez por todas una o más escuelas profesionales de teatro, como ocurre con las almas máter que cada año envían delegaciones que deben conformarse con talleres informales. “No sé por qué Ibagué es ciudad de contradicciones, tiene gente con potencial artístico grandísimo y no existen esos espacios para formarse. Se hace un encuentro de escuelas donde no hay escuelas, y todas las universidades quedan sin ver representación del Tolima”, indica.


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DOMINGO 1 DE NOVIEMBRE DE 2015 - IBAGUÉ

FACETAS Los poemas

Nietzsche / El espejo William Ospina* Nietzsche Está muriendo un Dios en el centro de un ópalo del color del crepúsculo. Está muriendo una hoja de hierba en el pecho de Cristo. Está muriendo una rosa en el aire estancado de la catedral de Maguncia, traspasada en el aire por una quemante aguja del sol.

Algo muy bello está borrándose por las bahías de mi infancia. Algo muy triste calla en sus violines. El espejo Una región del muro está hechizada. Sólo el ojo lo sabe. Un cristal incansable paso a paso repite las rectas sombras que la tarde desplaza.

Está muriendo una llanura donde retozan embriagados leopardos. Está muriendo un ángel sobre un glaciar blanquísimo. Está muriendo un barco lleno de ancianos en una colina del cielo, en un aire cargado de delfines livianos y azules.

Terriblemente dócil, no desdeña la vertical sinuosa de una hormiga extraviada y al fondo de sus cámaras también crecen las plantas.

Está muriendo una cúpula bajo el asedio de las mariposas. Está muriendo un lupanar lujoso y sonoro de besos enfermos. Está muriendo mi corazón bajo los crueles halcones del olvido de Lou. Me estoy borrando en sus pupilas bellas y esperanzadas como lienzos. Está muriendo un pájaro en un bosque de nubes. Está muriendo una lucha glacial bajo mis sábanas de seda.

A veces miro ese país extraño cuyos hombres no tienen más lenguaje que el gesto, ese país sin música. Sé que no puedo ser ese hombre que me mira, sé que a él no lo alcanzan el temor ni la idea. Cuando la noche apaga las letras y los ángulos, en su país de eclipses él no te ama. *Escritor tolimense

RECOPILACIÓN LITERARIA

El caminante sobre el mar de nubes Óleo sobre lienzo - Caspar David Friedrich

SIEMPRE FERNANDO VALLEJO BOGOTÁ, COLPRENSA

BOGOTÁ, COLPRENSA

Esta es la obra completa literaria de Álvaro Cepeda Samundio, uno de aquellos creadores del grupo de Barranquilla, de la mítica Cueva, quien se fue a muy temprana edad, pero dejó un legado literario que siempre valdrá la pena leer y releer. Esta está compuesta por sus libros de cuentos, como ‘Todos estábamos a la espera’, ‘Los cuentos de Juana’, y por la reconocida novela ‘La casa grande’, que sin duda alguna ha sido una de las obras literarias más importantes de Colombia durante el siglo XX. Álvaro Cepeda Samudio siempre ha sido exaltado en virtud de su originalidad y su fuerza en los diálogos, junto a sus recursos técnicos, por lo que siempre valdrá la pena leerlo y releerlo.

Editorial: Alfaguara Título: Cepeda Samudio

Autor: Álvaro Cepeda Samudio Páginas: 352

Esta es la nueva novela del escritor antioqueño radicado en Ciudad de México, Fernando Vallejo, en la cual el polémico autor retoma lo más dulce de los momentos de la niñez, para adentrarse de lleno a lo más oscuro de la vida antes de la muerte. En este trabajo editorial se refleja una mirada desde la distancia del espacio y el tiempo, hacia el pasado, con sus añoranzas y momentos felices, aunque siempre desde la óptica oscura del presente con todo su dolor. Este es, además, un libro sobre el paraíso corrompido con la presencia del ser humano que llega y se convierte en una plaga. Se quiera o no, Vallejo suele tener mucha razón con su visión apocalíptica del mundo.

Editorial: Alfaguara Título: ¡Llegaron!

Autor: Fernando Vallejo Páginas: 172

La palabra del día

Tantalio El tantalio es un metal escaso, de número atómico 73, que suele aparecer en la naturaleza en compañía del niobio. Fue descubierto por el sueco Ekeberg en 1802. Se usa en la fabricación de materiales quirúrgicos y prótesis debido a su característica más saliente, su notable resistencia a la corrosión, que le valió el nombre. Se emplea también en aparatos electrónicos muy compactos, como teléfonos celulares, GPS y satélites artificiales. En efecto, este metal

se llama así en alusión a Tántalo, rey de Frigia, extremadamente rico, hijo de Zeus y de Pluto, hija de Cronos o de Atlas. En la mitología griega, Tántalo era admitido en las fiestas de los dioses, pero cometió el error de contar a los hombres los secretos que oía en ellas y, como castigo, fue condenado a quedarse en los infiernos, sumergido por toda la eternidad en agua hasta el cuello, pero sin poder beberla porque el líquido huía cada vez que

intentaba tocarlo con su boca. Este castigo, que se llamó suplicio de Tántalo, fue la razón del nombre tantalio, debido a la resistencia del metal a absorber los ácidos en que se introduce. Este mito sirvió también para bautizar el otro metal mencionado más arriba, de número atómico 41, que adquirió su nombre en alusión a Níobe, la hija de Tántalo que siempre acompañaba a su padre, pues el niobio se halla siempre junto al tantalio.

GERENTE: Miguel Ángel Villarraga Lozano EDITOR GENERAL: Edwin Ballesteros Vásquez COORDINACIÓN: Redacción Cultural EL NUEVO DÍA PERIODISTA: Hernán Camilo Yepes Vásquez EDITOR: Óscar A. Varón B. DISEÑO: Hernán Camilo Yepes Vásquez FOTOS: Colprensa. Internet. Suministradas. TEL.: 2770050. Ibagué - Tolima - Colombia. PÁGINA WEB: www.elnuevodia.com.co CORREO ELECTRÓNICO: culturales@elnuevodia.com.co FACEBOOK: Cultura El Nuevo Día - Todos los derechos reservados. Prohibida la reproducción total o parcial sin autorización expresa del Grupo Editorial Aguasclaras S.A.. ISSN: 021545-8.


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