Facetas 06 de noviembre del 2016

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DOMINGO 6 DE NOVIEMBRE DE 2016 - IBAGUÉ

FACETAS

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La inspiración y el talento son imposibles de evocar por medio de la voluntad. Comparten esa característica: el bloqueo de escritor es permanente, los momentos en que la escritura fluye sin trabas son tan pocos que no entran en la estadística. Conviene quitar esas variables de la ecuación y quedarme solo con el esfuerzo; sentarme a escribir todos los días, dedicar la cantidad de horas que sean posibles a alternar la mirada entre la pantalla de la computadora y la ventana. Y leer siempre, todo lo que se pueda.

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Escribo sobre lo que no entiendo No, sobre lo que ya sé ni con alguna idea ingeniosa que creo poder manejar. El misterio que encierra un cuento, que es su núcleo, se devela a medida que lo voy escribiendo. Parto de una imagen que me inquieta, del rasgo de algún personaje, y busco qué hay ahí, qué pasa luego, hacia dónde va la historia. En algún momento, el misterio se percibe con cierta claridad, se lee sin estar enunciado. Recién entonces entiendo de qué trata el cuento; y cuando llego al final vuelvo al principio, empiezo a corregir para que todo apunte en la misma dirección. Como lector, lo más placentero son esos momentos epifánicos en los que comprendo algo sin que me lo digan.

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A veces imagino la historia completa, con principio, desarrollo y final. En otras ocasiones es apenas una imagen, algo bastante vago que no toma forma hasta que empiezo a escribir. Lo que sucede siempre, en cualquiera de los casos, es que antes de bajarlo al papel ese cuento en potencia tenía una gracia que se pierde. Al rodear eso que vimos en determinada situación de coordenadas y descripciones, necesarias para que otro comprenda, se vuelve pesado y torpe. Es inevitable, lo importante es aprovechar el envión y seguir adelante, no detenerme en cuestiones de estilo, mucho menos preguntarme de qué trata el cuento hasta haberlo entendido sin necesidad de explicármelo.

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Después viene el trabajo real, corregir.

10 pasos para escribir un

cuento 10 Sentarse a escribir es un acto de fe. Por eso necesito recordarme estas cosas todos los días. Algunas de ellas, probablemente, sean mentiras, quizás solo suenen bien. Porque en literatura no existen las certezas, lo que me permite cambiar de opinión, adquirir mi propia experiencia, buscar respuestas nuevas para las mismas preguntas. El argentino Tomás Downey, uno de los cinco finalistas del Premio Hispanoamericano de Cuento Gabriel García Márquez que se entregó el miércoles 2 de noviembre, preparó para Arcadia este decálogo en el que detalla su proceso a la hora de escribir.

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Si algo no funciona, no funciona. Hay que ser honesto y despiadado. A veces cuesta tanto escribir una página, que luego parece un despropósito desecharla. Pero todo sirve, quizás como germen de otra historia, o al menos para saber que ese camino en particular no conduce a ningún lado. Una vez que tengo la primera versión, puedo hacerle al texto todas las preguntas incómodas que quiera, eliminar lo que sobre, tensar lo que está flojo y reordenar para acercarme lo más posible a aquel estado previo, de pureza y fluidez. Eso requiere tiempo y paciencia, dejar pasar uno o dos meses, releer con una mirada más fresca, corregir de nuevo. Y, por último, asumir la frustración de que nada de lo que escriba va a estar a la altura de mis expectativas.

*Tomás Downey es uno de los cinco finalistas del Premio Hispanoamericano de Cuento Gabriel García Márquez 2016. Llegó a esa instancia con el libro ‘Acá el tiempo es otra cosa’, un total de “dieciocho cuentos extraños que oscilan entre el género fantástico, el terror y cierto naturalismo enrarecido”, según reza la contraportada.

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Las opiniones de colegas y amigos son más que útiles, son necesarias. Aportan la distancia y objetividad que yo no tengo. Y no tiene sentido defender mis interpretaciones frente a las de los demás, mucho menos ofenderme ante las críticas. Lo mejor es saber escuchar y aprovechar la oportunidad, única, de saber qué ve un lector en eso que escribí. Eso no significa que tenga que escribir para alguien en particular, no se escribe para complacer. Tengo que escribir pensando que a nadie le interesa lo que estoy haciendo, que nadie me lo pidió y que, quizás, nadie lo vaya a leer. Pero tengo que escribir de todas formas.

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No importa qué estoy contando, lo importante es cómo. Tengo que avanzar con seguridad y sin prejuicios, olvidar que estoy inventando a un narrador, a personajes que atraviesan situaciones que estoy imaginando. Hay que habitar ese mundo, observarlo como si fuese real y hubiese estado siempre ahí; e hilar una lógica interna que no se explique sino que se desprenda de las acciones de los personajes, de la causalidad del relato. La verosimilitud se construye en los detalles y las particularidades. Si uno escribe un cuento desde el punto de vista de un monstruo, ¿qué es la monstruosidad?

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La novela suele apoyarse en sus personajes –con tiempo y espacio para desarrollarlos en profundidad– y en la empatía que generan, el arco que recorren. Un buen cuento, en cambio, se sostiene en la tensión de determinadas situaciones; en lo no dicho y la inminencia que genera. Tiene que haber algo contenido, que en general no termina de estallar y que se lee entre líneas e impide cerrar el libro.

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El autor de un cuento tiene que ser invisible. No tengo que intentar lucirme con palabras rebuscadas o juegos de ingenio, mucho menos hablar de mí mismo. Tengo que crear un narrador que cuente lo mejor posible una buena historia, nada más. El cuento es un objeto estético autónomo, no se completa buscando en él pistas de la personalidad del autor, sus gustos o secretos.


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DOMINGO 6 DE NOVIEMBRE DE 2016 - IBAGUE

FACETAS Sofía Sánchez ha dedicado casi toda su vida a monumentos de grandes dimensiones

Gracias a

Dios no he perdido la

sensibilidad Si tuviera mucho dinero, ella feliz dejaría una escultura en cada municipio. Así lo hizo en Prado, su ciudad natal, donde reposa un pescador elaborado en la modalidad costumbrista, a la que siempre se ha dedicado.

HERNÁN CAMILO YEPES VÁSQUEZ

En varios municipios de Cundinamarca, Boyacá y Tolima reposa un pedacito del alma que la escultora Sofía Sánchez ha puesto a su vocación de vida. Ya van 31 monumentos en su carrera empírica con la tendencia costumbrista y ese número, aspira, seguirá creciendo. Campesinos, pescadores, arrieros, niños, indígenas y bustos, además de varios galardones y un obelisco, cuentan la historia de esta mujer nacida en Prado hace 58 años, quien piensa que “si uno no hace un homenaje a nuestro pasado, no tendrá una historia para las futuras generaciones”. Y lo cuenta no solo la experiencia, sino además sus exposiciones en recintos como el centro comercial La Quinta, la biblioteca Soledad Rengifo, las casas de la Cultura de Ibagué y Guamo, el centro de convenciones León de Greiff, de Bogotá, y el Banco de la República en Girardot. “Cuando me llaman ha sido mi prioridad resaltar la parte autóctona. Nunca un alcalde ha dicho ‘ella vino aquí e hizo algo foráneo’. Me he llevado una satisfacción grande, porque mis reconocimientos lo he tenido de la gente del común”, asegura.

Filosofía de vida

Su más reciente escultura es ‘Eclosión’, un homenaje a la creación de vida, que reposa en la restaurada Casa Presidencial, de Chaparral.

Para ella, es motivo de satisfacción el que la gente interactúe con las esculturas; eso sí, le duele cuando al paso de varios años las ve descuidadas por cuestiones políticas.

Hace 30 años empezó a esculpir en pequeño formato, siempre impulsada por su búsqueda empírica, el taller recibido en la escuela Jesús Niño Botía y la recepción de la tarjeta profesional del Ministerio de Educación, se aventuró a grandes obras. Su primera elaboración fue de 3 mt x 1,20: La Jardinera, ubicada a un costado de la plaza de mercado de Fusagasugá: allí

Cuando a uno le inculcan eso de pequeño, esos son patrones de comportamiento en el futuro

“muchos participaron con otras cosas pero yo lo hice con eso. Vi que agradó mucho porque se le hacía un homenaje a esa tierra”. Desde esa ocasión, han venido otros 30 monumentos de diversas proporciones, en su mayoría en la técnica ‘in situ’ (en el sitio), en Purificación, Anzoátegui, Alvarado, Chaparral, Prado, Pereira, Silvania y Guayatá (Boyacá). Su trayectoria es respaldada por la herencia artística de sus padres, María del Carmen, a quien, dice, ‘le quedó en pañales’, y ‘el viejito Juan’, y que ahora se plasma en dos de sus hijas, que aunque se formaron en otras áreas, están muy pendientes, por lo que “quiero dejarles ese legado”. Y es que, afirma, “en 2003 hice la primera escultura y tengo la gran suerte de que he ido a una parte haciendo una y termino haciendo tres, porque a la gente le gusta el trabajo y pide otra (…). Yo tuviera mucho dinero, en cada municipio dejaría algo”. OTROS PENSAMIENTOS Sofía Sánchez piensa que una clave de la aceptación de sus esculturas es que “no soy una persona que haya ido a dejar en bancarrota al municipio: mi trabajo es muy cómodo pues me adecúo a los recursos que puedan dar en los municipios. Lo que me importa es que se haga obra”. Y considera que su trabajo le gusta, “aunque no es que sea machista, pero la escultura in situ es un trabajo para varones, al ser con material pesado, pero como lo amo tanto, lo hago”. Cabe añadir que en la actualidad es tallerista en la Universidad de Ibagué. También recuerda con orgullo que la aceptación de su obra ‘La Lechonera’ como ganadora del Salón BAT regional Tolima en 2015 le reconfirmó que lo costumbrista no estaba “mandado a recoger”, porque “de pronto la gente no puede comprender la emoción que uno siente” al elaborar la escultura.


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FACETAS La culpa

El cuento

Gonzalo Hernández Sanjorge

Paseó su frente entreabriendo el aire humeante de las calles. Pensó que esa grafía desprolija y taciturna era el laberinto que el Minotauro necesitaba para su victoria. Cada piedra, cada bocacalle le era extraña. Todo eran botellas sin mensajes. Le pesaban los pies, los mismos con los que había sorteado perros, escaleras, puteadas inútiles, hasta llegar a esa ciudad. A los huesos les pesaba el polvo, la humedad de las noches que no lograba desprender de las gastadas ropas. Encontró en una pared una huella anaranjada: letras pintadas desparejamente que llamaban a un amor perdido. Recordó entonces a Charlie Parker y cómo le dolían los días cada vez que pretendía trepar a los sonidos de su saxo. Recordó también un blues más triste que un pájaro atravesado por alfileres. Tanteó en sus bolsillos. Fue un gesto innecesario porque bien sabía que apenas si le quedaban unas monedas. Los últimos billetes arrugados se habían ido entre las piernas de una mu-

jer obesa que olía a alcohol y pastillas de menta. El estómago comenzaba a arderle. Pensó de nuevo en aquél auto que aquella tarde había hecho de su hermano un adolescente muerto. Una vez más le sonaron las sonrisas de su hermano que no quería jugarle esa carrera de bicicletas. Pero había insistido una y otra vez con bromas obscenas hasta que logró que se le sumara al desafío y comenzara a pedalear velozmente. Después todo terminaría en esa horrible fotografía que publicaron los periódicos. Hacía tres días y tres noches que su cuerpo se hamacaba sin rumbo. Supo que no habría resurrección alguna. No era hijo de Dios y eso para él quedaba claro. Entonces se prometió que pagaría su culpa. De no sabe dónde tomó una barra de metal con la que mató a una mujer. Se aseguró que hubiera testigos en una esquina y detrás de un par de vidrieras. Después se metió en un cine cercano, a esperar que llegara la policía. Eclosión (Sofía Sánchez y Andrés Camilo Bueno, 2016)

Desde El Síndrome de Ulises Santiago Gamboa viene reflexionando sobre un tipo de viajero muy particular: aquel que se ve obligado a salir de su ciudad, de su país o de su continente en busca de mejores condiciones de vida. Es un individuo desarraigado, solitario, atravesado por una nostalgia que lo conduce a buscar cabinas telefónicas gratis para poder escuchar a los suyos allá, al otro lado del mundo, en Guinea Ecuatorial, Siria o Bolivia, aunque sea unos breves minutos. Se trata de un trashumante que lo ha perdido todo en el camino. No puede mirar hacia atrás, su presente es muy incierto y no sabe si tiene un futuro posible.

Editorial: Random House Autor: Santiago Gamboa

Título: Volver al oscuro valle Páginas: 504

NOVEDADES LITERARIAS Un encuentro casual en el centro de Bogotá entre un escritor y una testigo cercana de los hechos acaecidos el 9 de abril de 1948 cuando la Capital del país prendió en llamas, es el punto de partida para que Miguel Torres narre en 487 páginas su más reciente novela: ‘La invención del pasado’. Continuando con la línea de ‘La Siempre Viva’, Miguel Torres, dramaturgo y escritor capitalino se decide a contar la vida familiar de una casa ubicada en el centro de la ciudad, la misma que describe en detalle dejando que el lector camine, sin estar en ella, por sus pasillos y aprecie los patios y los jardines colmados de flores de múltiples colores.

Editorial: Tusquets Autor: Miguel Torres

Título: La invención del pasado Páginas: 488

La palabra de la semana

Veterinario Es el nombre del profesional legalmente habilitado para tratar las enfermedades de los animales. Los veterinarios cuidan de la salud de los animales desde que estos nacen hasta que mueren, pero no siempre ha sido así. En sus orígenes, los veterinarios se encargaban solo de los animales viejos, como indica el nombre de la profesión, que proviene, al igual que palabras como vetusto o veterano, del latín vetus ‘viejo’ o vetulus ‘viejecillo’, derivada a su vez del indoeuropeo wet- ‘año’. El Imperio romano, que basaba su poder en la fuerza de las armas, cuidaba muy bien de los soldados que se retiraban por edad, los veteranos, quienes contaban con numerosos privilegios, tales como la concesión de la ciudadanía romana y el otorgamiento de tierras. Era una manera de hacer sentir a los jóvenes reclutas que valía la pena enrolarse en las legiones del Imperio. Y así como un soldado viejo ya no sirve para la guerra, lo mismo ocurría con los caballos viejos, los veterinus, que –a diferencia de los veteranos– no gozaban de privilegio alguno y eran destinados a la carga. Fernando Navarro, en su libro Parentescos insólitos del lenguaje, observa que, en cierta época, el plural femenino veterinae y el plural neutro veterina pasaron a designar a estas bestias de carga. Los veterina sufrían muchos achaques por su edad, por más que todavía fueran útiles a sus propietarios. Esta situación propició el surgimiento de un nuevo profesional encargado de cuidar la salud de los veterina: el veterinarius. Mucho más tarde, los veterinarios ampliaron su campo de acción a otras especies animales y lo extendieron a todas las edades. GERENTE: Miguel Ángel Villarraga Lozano EDITOR GENERAL: Edwin Ballesteros Vásquez COORDINACIÓN: Redacción Cultural EL NUEVO DÍA PERIODISTA: Hernán Camilo Yepes Vásquez DISEÑO: Edison Guarnizo FOTOS: Colprensa. Internet. Suministradas. TEL.: 2770050. Ibagué - Tolima - Colombia. PÁGINA WEB: www.elnuevodia.com.co FACEBOOK: El Nuevo Día - Colombia CORREO ELECTRÓNICO: culturales@elnuevodia.com.co Todos los derechos reservados. Prohibida la reproducción total o parcial sin autorización expresa del Grupo Editorial Aguasclaras S.A.. ISSN: 021545-8.


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