IBAGUÉ, JULIO 17 DE 2011
FA CE
TAS CULTURA AL DÍA Ejemplo Ernest Hemingway
Un poco de glotonería literaria José Luis Díaz-Granados
Ludmila Weber y Henrik Zarzycki
Talento, buenos maestros y dedicación, las claves del éxito Luz Angela Castaño González Reflexionando
De la oralidad al texto escrito
Benhur Sánchez Suárez
FACETAS
IBAGUÉ, JULIO 17 DE 2011
Un poco de glotonería literaria José Luis Díaz Granados*
Es rara la narración escrita por Ernest Hemingway en la que no mencione, a veces con lujo de detalles, las comidas ingeridas por sus personajes. Así, el narrador recrea continuamente la sensualidad de cada manjar -sin hablar de las bebidas, que pertenecen a otro paseo-, como si un ángel danzara en el horizonte de los sueños. Por ejemplo, en Los asesinos, uno de ellos pide “un filete de puerco asado con salsa de manzanas y puré de papas”. El camarero les ofrece “jamón con huevos, tocino, hígado o bistec”, en tanto que el compañero ordena: “Sírvame croquetas de pollo con guisantes y salsa de crema y puré de papas”. En sus memorias tituladas París era una fiesta, Hemingway parece vivir siempre “muerto de hambre”, pero, apenas puede, invita a Tatie, su esposa, a consumir “unos pescados gordos, de pulpa suave, que comíamos con espinas y todo”, o unos “rabanitos, un buen foie de veau de papas, ensalada y torta de manzanas”. Pero, en general, dice el genial escritor, “nosotros comíamos bien y barato, y bebíamos bien y barato, y juntos dormíamos bien y con calor y nos amábamos”. Y como lo más importante era escribir, la pobreza no importaba mucho, pues a pesar de que a veces debían abstenerse de comer ciertos alimentos apetecibles, fue toda una época memorable “cuando éramos tan pobres y tan felices”. El poeta estadounidense
Margarina El nombre de la margarina proviene del descubrimiento del ácido margárico, en 1813. Se creía por entonces que este era uno de los tres ácidos grasos que, combinados, constituían las grasas animales; los otros dos serían el ácido olei-
Langston Hughes, uno de los que mejor han recreado la entraña profunda de los negros de su país, nos cuenta de sus comienzos en París, en que cansado y muerto de frío, se sentía en el paraíso cuando tomaba un pocillo de café con leche acompañado de un “croissant”. Y al día siguiente aseguraba para la cena un pan tostado con queso y una botella de vino. ¿Para qué más? Cuando recibió los primeros honorarios por sus versos, se desquitó. Entonces comía espagueti con salsa de mariscos o de tomate, con queso “de cualquiera de las diversas formas en que las preparan los italianos”. Pero quizás los tragaldabas más famosos de la literatura aparecen en Gargantúa y Pantagruel, de Rebeláis. De ahí las expresiones “cena rebelesiana” o “comida pantagruélica”. En cambio, las hambres más voraces deben ser las experimentadas por el propio lector cuando se asoma a obras como Hambre, del noruego Knut Hamsum, y Trópico de cáncer, de Henry Miller. Sin embargo, estos autores se sacian en las páginas centrales cuando describen suculentos platos de diversas aves fritas, papas con cebollas, salmones ahumados y postres de grosellas. En nuestra América, los poetas han confesado en innumerables versos su glotonería crónica, a la que le han otorgado categoría estética. Nicolás Guillén, al regalar un exquisito jamón al bardo andaluz Rafael
Alberti, lo hace acompañándolo de un soneto, que comienza diciendo: “Este chancho en jamón, casi ternera, / anca descomunal, a verte vino y a darte su romántico tocino / gloria de frigorífico y salmuera. / Quiera Dios, quiera Dios, quiera Dios, quiera / Dios, Rafael, que no nos falte el vino, / pues para lubricar el intestino, cuando hay jamón el vino es de primera...”. A lo cual Alberti respondió regocijado: “Hay vino, Nicolás, y por si fuera / poco para esta nalga de porcino, / con un champaña que del cielo vino / hay los huevos que el chancho no tuviera...”. En 1965, dos latinoamericanos golosos y hambreados, Miguel Ángel Asturias y Pablo Neruda, acordaron en Budapest escribir un libro sobre comidas y bebidas. Después de saborear la rica culinaria húngara con “apetito in fraganti” por tabernas, bares, hosterías, cafés y viñedos cerca del Danubio, publicaron un libro hermoso y delicioso titulado Comiendo en Hungría. Asturias lo firmó con una cuchara. Neruda con un tenedor
bidente, con lo que los lectores nos adentramos a catar los vinos sangrantes y fluidos de los zíngaros y a mecatear en prosa y en verso la carne a la Krudy, en honor al novelista Gyula Krudy, el famoso “goulash”, las croquetas de cervatillo y los pescados hacinados. No hay que olvidar que en sus Odas elementales Neruda había exaltado en bellas metáforas el sabor del pan, el tomate, la cebolla, las papas fritas y el caldillo de congrio, para luego llegar a la conclusión de que con tantos siglos de hambrunas americanas, él se comería toda la tierra y se bebería todo el mar. El nicaragüense Carlos Martínez Rivas prefería ingerir alcohol sin probar bocado y en el único poema donde habla de comidas es para negarlas; en tanto que en una melancólica novela colombiana titulada Las puertas del infierno, de José Luis Díaz-Granados, aparece que “la receta de José Kristián es deliciosa y sencilla: hervir los gusanos cinco minutos para purgarlos. Luego
Ernest Hemingway
arrojarlos en aceite caliente. Quedan crujientes como las papas fritas”. Imposible olvidar que Juan Lorenzo de Astorga, en su Poema de Alexandre, clásico castellano del siglo XIII, cuenta que Alejandro Magno pintaba en su tienda los meses del año, y de diciembre decía que los soldados “mataban los puercos por la mañana y almorzaban los fégados (hígados) por amatar la gana”. Y Cervantes, a través de los labios sapientes de Don Quijote, advierte que “el trabajo y el peso de las armas no se pueden llevar sin el gobierno de las tripas”. Pero el revés de la medalla lo encontramos en un olvidado poeta chileno, José Antonio Soffia, quien no escribió sobre gastronomía, pero sí la vivió (o mejor, la murió), pues falleció repentinamente a orillas del río Magdalena, mientras hacía el amor con una sensual morena a quien apetecía desde hacía varios meses. Minutos antes de efectuar el erótico ritual, había terminado de consumir un opíparo sancocho de gallo viejo, con papas, auyamas, arracachas, yuca, plátano, ñame, alcaparras, cebolla, tomate y salsa picante. Vivió pues, instantes de sumo placer en todos (y con todos) los sentidos. Lo importante de todo esto -y la crónica es apenas el aperitivo-, es que como lectores saboreemos las viandas de todos los libros y al finalizar de paladear las más apetitosas, las guardemos para siempre en la memoria gustativa. * Escritor colombiano. Con-Fabulación, periódico virtual.
Palabra del día co y el esteárico. Sin embargo, 40 años más tarde se supo que el ácido margárico era en realidad una combinación del ácido esteárico y del ácido palmítico, hasta entonces desconocido. Por esa época, hacia 1860,
Luis Napoleón propuso una recompensa a quien crease un producto similar a la mantequilla, pero de más bajo precio para los pobres y para las tropas del ejército. El premio lo ganó el químico Hippolyte Mège Mouriés, quien creó
una sustancia hecha a partir de grasa vegetal que, combinada con la butirina, da lugar a un producto muy semejante a la mantequilla. Lo llamó óleo margarina, posteriormente abreviado a margarina, en referencia al ácido margárico.
En realidad, este último había tomado su nombre del griego márgaron ‘perla’, porque el «descubridor» del supuesto ácido margárico, Michel Eugène Chevreul, encontró esta sustancia muy parecida, por su color, a las perlas.
IBAGUÉ, JULIO 17 DE 2011
FACETAS
Los hablantes prevén lo que dirá su interlocutor
Vanguardia*
Las últimas investigaciones en materia lingüística desvelan la capacidad humana de predecir las palabras ajenas cuando dos personas están dialogando. En una reunión con varias personas, incluso desconocidas, ¿alguna de ellas parece ser capaces de anticipar lo que va a decir un interlocutor determinado con un notable grado de acierto? ¿A menudo interrumpe a la persona con la que está dialogando para expresar lo que ella está a punto de comentar? De acuerdo con un estudio de investigadores de las universidades de Standford, en Estados Unidos, y de Griffith, en Australia, las personas son bastante precisas al anticipar lo que alguien está a punto de decir, no sólo en cuanto al contenido básico del mensaje, sino también en lo que respecta a
la elección de las palabras y la expresión de las oraciones. Según los expertos, muchas personas son capaces de predecir, dentro de un contexto y con eficacia, la sintaxis de los demás, es decir la forma en que otro individuo ha de coordinar y unir una serie de vocablos para formar las oraciones y expresar conceptos. Al parecer, esta capacidad procede del conocimiento que los investigadores denominan como «probabilidad lingüística», según el estudio de EE.UU. y Australia, recogido por el Servicio de Información y Noticias Científicas, Sinc. Según los autores de la investigación, la capacidad humana para determinar el probable discurso ajeno se fundamenta en la experiencia cotidiana de la utilización del lenguaje. Por otra parte, cuanto mayor sea la experiencia en materia de palabras de una persona, mayor
es su capacidad de predecir lo que van a expresar los demás.
Desvelando los patrones lingüísticos
Este fenómeno se cumple para los diferentes dialectos de una misma lengua, de acuerdo a la investigación centrada en la lengua inglesa, denominada “Prediciendo la sintaxis: proceso de construcción dativa” y liderada por los investigadores anglosajones Joan Bresnan y Marilyn Ford. Según Bresnan y Ford, las personas australianas y americanas que se comunican en inglés pueden captar modelos ligeramente diferentes en la expresión y el uso del idioma entre quienes comparten su misma habla. Este hecho les posibilita profetizar con mayor eficacia la sintaxis que utilizarán los distintos interlocutores en una variedad de contextos.
o patrones lingüísticos también podría ayudar a optimizar las herramientas clínicas utilizadas actualmente para elaborar perfiles y diagnósticos de las personas que presentan trastornos del lenguaje como las dislexias, disfonías o afasias. De acuerdo con la psicóloga clínica Lola Mayo, «a menudo la capacidad de anticipar lo que va a expresar una persona con la que estamos dialogando se amplia todavía más cuando la escuchamos con atención, lo que puede ser muy revelador. «Cuando se dialoga hay que procurar concentrarse en lo que nos dicen, en lugar de dejar que la mente divague y salte de una idea a la otra de forma errática», señala Mayo, para quien «a veces una charla se torna tediosa, porque no nos implicamos en ella, y sólo escuchamos parte de lo que nos dicen. Podemos descubrir aspectos interesantes de la otra persona, si nos centramos en ella. «La capacidad de adivinar lo que nos van a decir, constatado por el estudio de Estados Unidos y Australia, también puede tornarse perjudicial, si nos conduce a la costumbre de interrumpir continuamente a la persona con la que hablamos, evitando que termine las frases que se dispone a expresar», dice la psicóloga. Para Mayo, hay que evitar las interrupciones y hacer un esfuerzo consciente y sostenido para conseguirlo. Cortar con frecuencia una conversación, además de molesto, suele ser poco eficaz, porque hace que se pierda el hilo de la charla o se desvíe en otra dirección. «Hay que cambiar la costumbre de interrumpir a quien habla, por el saludable hábito de responder cuando termine de hablar. Los silencios no sólo permiten entender a la otra persona, sino también reflexionar sobre lo que ha expresado o lo que hemos de decir a continuación», explica la experta.
La constatación de nuestra capacidad de predecir lo que otros van a comunicar tiene una serie de repercusiones en la comprensión del lenguaje. Podría tener algunas aplicaciones prácticas, según los expertos, que creen que su hallazgo permitirá, por ejemplo, «a los pedagogos dedicados a la enseñanza de lenguas extranjeras que centren eficazmente sus esfuerzos iniciales en las construcción de las oraciones más probables». Estos hallazgos sobre probabilidad lingüística también podrían ser de utilidad para conseguir un lenguaje informático más natural. Además, ayudarían a los publicistas y expertos en mercadeo a elegir las frases más probables cuando elaboren sus mensajes publicitarios destinados a comercializar un producto o servicio. La investigación de Bresnan y Ford sobre los modelos *España. Elcastellano.org.
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IBAGUÉ, JULIO 17 DE 2011
IBAGUÉ, JULIO 17 DE 2011
FACETAS
Entrevista a Ludmila Weber y Henrik Zarzycki Talento, buenos maestros y dedicación, las claves del éxito profesores como los alumnos. La primera experiencia de enseñar a los talentosos jóvenes del Tolima nos brindó mucha satisfacción y nos inspiró a buscar metodologías adecuadas a las condiciones que encontramos en Ibagué. Queríamos trabajar con los jóvenes para que se desarrollaran en lo técnico y artístico, con el ánimo de que alcanzaran estándares internacionales con rapidez. En muchos casos lo logramos. Casi todos nuestros estudiantes, algunos de Ibagué y la mayoría de Bogotá han logrado terminar sus maestrías en el exterior y otros han sido ganadores de concursos nacionales e internacionales.
Luz A. Castaño González
Ludmila Weber y Henrik Zarzycki son dos maestros polacos que han dedicado sus vidas a la música. Su formación la adelantaron en su totalidad en Cracovia, Polonia, desde la primaria. Los estudios superiores los cursaron en la Academia Superior de Música, de gran reconocimiento mundial, donde también recibieron el título de Máster de Música y el Doctorado: Henrik, en violonchelo; Ludmila, en piano acompañante. Esta pareja de polacos vivió en Ibagué durante tres años en la década de los 90. Luego se mudaron a otras ciudades colombianas y continuaron su trabajo musical con jóvenes colombianos que hoy ocupan importantes lugares en el campo de la música. En total, vivieron en Colombia por 13 años. En 2007 regresaron a Polonia. Conversamos con Ludmila sobre su vida en Ibagué y en Colombia y sobre sus planes y proyectos. ¿En qué año y por qué vinieron ustedes a Ibagué? Llegamos a Ibagué en 1994 por invitación de doña Amina Melendro, y bajo el auspicio de OIM, con sede en Ginebra. El
Para alcanzar buenos resultados se necesita tener talento, buenos maestros y dedicar mucho tiempo a un estudio consciente. Ludmila Weber
propósito de nuestro viaje fue el de apoyar los profesores del Conservatorio en sus procesos de enseñanza junto con otros dos polacos: Larisa Lebeda, violinista de origen ruso, y Wiktor Lebeda, contrabajista. Buscábamos crear una escuela de estos instrumentos a partir de nuestra experiencia profesional y una metodología europea. Nuestro equipo trabajó con mucho entusiasmo para que el Conservatorio del Tolima se convirtiera en un centro de enseñanza profesional de alto nivel, al servicio de jóvenes que quisieran cursar sus estudios superiores. Nuestro objetivo también era establecer convenios con la Academia Superior de Música en Cracovia y el Instituto Gnesine de Música en Moscú.
¿Cómo les fue en Ibagué? Infortunadamente, por problemas económicos y logísticos no pudimos avanzar mucho en nuestros planes en Ibagué y, después de tres años como profesores del Conservatorio, nos trasladamos a Bogotá, donde nos integramos a otras universidades: Henryk pasó el concurso como Profesor Asociado de violonchelo de tiempo completo en la Universidad Nacional, a la vez que enseñaba en la Javeriana. Yo trabajé seis años como profesora de piano en la Javeriana. Después, me invitaron a hacer parte del equipo fundador de Unimúsica, junto con las maestras Pilar e Inés Leyva y el maestro Jorge Zorro, entre otros. Posteriormente, en 2002 nos vincularon a la Fundación Universitaria Juan N. Corpas para
crear la Facultad de Música, que, en unos pocos años, se posicionó como uno de los centros más fuertes de enseñanza en el país. Participamos, además, en el Festival Internacional de Piano en Bucaramanga, en 1995, y en un taller de piano, cello y música de cámara en Medellín. Cuéntenos sobre su experiencia en Ibagué… Quiero decir que nuestra experiencia de vivir y trabajar en Colombia fue una de las más afortunadas y felices en nuestras vidas y carreras profesionales. Especialmente, recordamos con mucho afecto los primeros años en Ibagué, una ciudad muy agradable, alegre, llena de sol, con la gente muy amable. En el Conservatorio nos recibieron con mucho entusiasmo, tanto los
¿Dónde están hoy sus exalumnos brillantes? No es fácil mencionarlos a todos. De los mejores cellistas que ayudamos a formar, uno estudia en la Universidad de Nueva Zelandia. Este muchacho, tan talentoso, hoy con 16 años, llamado Santiago Cañón, ha ganando varios premios en concursos internacionales como el de Beijing (2010), en el que compartió el segundo puesto con un ruso. Hay varios alumnos de violonchelo que estudiaron en Estados Unidos, Canadá y Europa. De los alumnos de Ibagué es importante mencionar a Juan Gabriel Monsalve, quien, después de terminar sus estudios en la Universidad Nacional, pasó a ser asistente del grupo de violonchelo en la Orquesta Filarmónica de Bogotá. Muchos de los estudiantes de violonchelo de Henryk, hoy profesionales, estudiaron en el exterior y hoy son profesores o miembros de
violonchelo. Uno de los estudiantes que han logrado los resultados extraordinarios es Santiago Cañon, quien empezó a trabajar con este método a los cinco años y todavía lo practica diariamente.
Por los campos de Polonia, en 2010.
las orquestas. Y, ¿los pianistas? Entre mis alumnos más destacados está Óscar Aponte, estudiante del Conservatorio del Tolima, ganador de varios premios de concursos nacionales: fue tercer puesto en 1996 y primer premio en 2001, en el Concurso Nacional de Piano en Bucaramanga. Óscar hizo su maestría en EU. Otros de mis alumnos brillantes son de la Corpas. Hoy, uno de ellos, Mauricio Arias, termina su doctorado en Arizona. Es ganador de varios premios nacionales e internacionales. En 2003 se presentó con la Orquesta de la Universidad del Tolima bajo la dirección del maestro Zambrano. Tuve una alumna, Manuela Osorno, que estudió conmigo apenas tres años y medio hasta los 12 años de edad. Progresó bastante y ganó varios concursos. Entre ellos, fue la ganadora, tres veces, para tocar en la Sala Luis Ángel Arango en Bogotá en el ciclo ¨Jóvenes Intér-
pretes¨. Fue finalista en el Concurso de Piano en Costa Rica y actualmente adelanta su carrera en Música en Eafit con la maestra Blanca Uribe, con quien también hace su maestría otro de mis alumnos, Carlos Rodríguez, ganador de II premio del Concurso en Bucaramanga en 2006. Otros, Hernando Flórez y Ernesto Rossi, hicieron su maestrìa en Suiza. Henryk ideó un método propio para la enseñanza del Cello. ¿Cuál piensan ustedes que fue el aporte de su método? El método de Henryk fue resultado de muchos años de investigación. Henryk lo empezó utilizar especialmente en Colombia con el objetivo de desarrollar rápidamente la técnica del instrumento. El resultado fue espectacular: los alumnos que incluyeron su método de escalas en sus estudios diarios durante mucho tiempo lograron desarrollo importante y facilidad en la técnica del
¿En qué universidades colombianas utilizan el método de Henryk? Algunos de los estudiantes que están enseñando utilizan este método. Uno de ellos es Fidel Mario Castillo, de la Corpas, quien ve su importancia en el estudio de las escalas y lo aplica con sus alumnos con excelentes resultados. Ha sido muy reconfortante recibir el agradecimiento y aprecio expresado por los resultados obtenidos gracias a este método. Por ejemplo, Andrea Fajardo, estudiante de la UN, escribió hace poco: “¡Quería saludarlo y decirle que lo recuerdo mucho! yo diría que cada día, cuando realizo las escalas de su libro. La verdad es que el día que no las hago no me siento en forma. Maestro, ¡tengo tantas cosas que agradecerle! Todas sus enseñanzas las tengo muy presentes. Quisiera hacerle sentir mi gratitud y mi cariño. Aquí, en Colombia lo extrañamos mucho.” Otros maestros también mostraron el interés por conocer este método. Un ejemplo es el de Javier Arias, maestro mexicano, quien actualmente está vinculado con Eafit como profesor de violonchelo. En este momento, Henryk trabaja para hacer algunos cambios, perfeccionar su método y buscar la
forma de editarlo. Ludmila, usted, especialmente, ha regresado varias veces a Ibagué. ¿Cómo ve el Conservatorio después de tantos años? He vuelto varias veces a Ibagué para visitar a mis amigos, por el aprecio, el sentimiento y los gratos recuerdos que me dejó mi estadía en Ibagué. Pero no hemos estado en contacto con el Conservatorio desde entonces, a pesar de nuestros logros pedagógicos en Colombia. No conozco el desarrollo actual del Conservatorio. ¿Cómo vieron el potencial de los jóvenes colombianos y qué sugeriría a los maestros de música de hoy? Los jóvenes latinos son muy talentosos. Si se les ofrece buenas enseñanzas profesionales con dedicación, entusiasmo y amor, ellos responden rápidamente. El progreso depende de sus posibilidades de dedicar tiempo al estudio del instrumento. Cuando se les da áni-
mos a los jóvenes; cuando ellos sienten que uno se preocupa por ellos y por sus logros, ellos alcanzan grandes progresos. Siento que para alcanzar buenos resultados se necesita tener talento, buenos maestros y dedicar mucho tiempo a un estudio consciente. Estas son las claves del éxito pedagógico. ¿Qué planes tienen en lo musical? Ahora vivimos contentos en Polonia. Aquí disfrutamos de nuestra jubilación y del lugar donde vivimos. Sin embargo, si resulta algo interesante en Colombia, si nos invitan para realizar cursos o clases magistrales, por ejemplo, estamos dispuestos a seguir compartiendo nuestros conocimientos y experiencia como maestros de estos dos instrumentos.
Ludmila Weber y Henrik Zarzycki vivieron en Ibagué durante tres años en la década de los 90.
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IBAGUÉ, JULIO 17 DE 2011
El cuento
Cazador de crepúsculos
mujeres o la geopolítica. No es así y me consuelo imaginando el crepúsculo ya cazado, durmiendo en su larguísima espiral enlatada. Mi plan: no solamente la caza, sino la restitución del crepúsculo a mis semejantes que poco saben de ellos, quiero decir la gente de la ciudad que ve ponerse el Sol, si lo ve, de-
Por Julio Cortázar*
Si yo fuera cineasta me dedicaría a cazar crepúsculos. Todo lo tengo estudiado, menos el capital necesario para el safari, porque un crepúsculo no se deja cazar así nomás, quiero decir que a veces empieza poquita cosa y justo cuando se lo abandona le sa-
len todas las plumas, o inversamente es un despilfarro cromático y de golpe se nos queda como un loro enjabonado, y en los dos casos se supone una buena cámara con buena película de color, gastos de viaje y pernoctaciones previas, vigilancia del cielo y elección del horizonte más propicio,
cosas nada baratas. De todas maneras, creo que si fuera cineasta me las arreglaría para cazar crepúsculos, en realidad un solo crepúsculo, pero para llegar al crepúsculo definitivo tendría que filmar cuarenta o cincuenta, porque si fuera cineasta tendría las mismas exigencias que con la palabra, las
Poesía Adiós al siglo XX Eugenio Montejo Escritor venezolano
A Alvaro Mutis
Cruzo la calle Marx, la calle Freud; ando por una orilla de este siglo, despacio, insomne, caviloso, espía ad honorem de algún reino gótico, recogiendo vocales caídas, pequeños guijarros tatuados de rumor infinito. La línea de Mondrian frente a mis ojos va cortando la noche en sombras rectas ahora que ya no cabe más soledad en las paredes de vidrio.
Cruzo la calle Mao, la calle Stalin; miro el instante donde muere un milenio y otro despunta su terrestre dominio. Mi siglo vertical y lleno de teorías... Mi siglo con sus guerras, sus posguerras y su tambor de Hitler allá lejos, entre sangre y abismo. Prosigo entre las piedras de los viejos suburbios por un trago, por un poco de jazz, contemplando los dioses que duermen disueltos en el serrín de los bares, mientras descifro sus nombres al paso y sigo mi camino.
trás del edificio de correos, de los departamentos de en frente o en un subhorizonte de antenas de televisión y faroles de alumbrado. La película sería muda, o con una banda sonora que registrara solamente los sonidos contemporáneos del crepúsculo filmado, probablemente algún ladrido de perro o zumbidos de moscardones, con suerte una campanita de oveja o un golpe de ola si el crepúsculo fuera marino. Por experiencia y reloj pulsera, sé que un buen crepúsculo no va más allá de veinte minutos entre el clímax y el anticlímax, dos cosas que eliminaría para dejar sólo su lento juego interno, su caleidoscopio de imperceptibles mutaciones; se tendría una película de esas que llaman documentales y que se pasan antes de Brigitte Bardot mientras la gente se va acomodando y mira la pantalla como si todavía estuviera en el ómnibus o en el subte. Mi película tendría una leyenda impresa (acaso en voz off) dentro de estas líneas: “lo que va a verse es el crepúsculo
del 7 de junio de 1976, filmado en X con película M y con cámara fija, sin interrupción durante Z minutos. El público queda informado de que fuera del crepúsculo no sucede absolutamente nada, por lo que se le aconseja proceder como si estuviera en casa y hacer lo que le dé la santa gana; por ejemplo, mirar el crepúsculo, darle la espalda, hablar con los demás, pasearse, etc. Lamentamos no poder sugerirle que fume, cosa siempre tan hermosa a la hora del crepúsculo, pero las condiciones medievales de las salas cinematográficas requieren, como se sabe, de la prohibición de este excelente hábito. En cambio, no está vedado tomarse un buen trago del frasquito de bolsillo que el distribuidor de la película vende en el foyer”. Imposible predecir el destino de mi película; la gente va al cine para olvidarse de sí misma y un crepúsculo tiende exactamente a lo contrario, es la hora en la que acaso nos vemos más al desnudo, a mí en todo caso me pasa, y es penoso y útil; tal vez que otros también aprovechen, nunca se sabe. *Escritor argentino.
IBAGUÉ, JULIO 17 DE 2011
FACETAS
De la oralidad al texto escrito Benhur Sánchez Suárez*
Tener el don de la conversación agradable y coherente, no es común. Son pocos, en realidad, los que cautivan con la magia de la palabra oral y mucho más cuando se trata de personas que también se dedican al arte de la escritura. Se entiende que el escritor lo es porque no puede comunicar todo lo que piensa y siente a través del habla y le es imperioso escribir historias para comunicarse con los demás. Pero hay personas que no sólo las escriben sino que también las hablan, o viceversa, es decir, son buenos conversadores y buenos escritores. El buen conversador se conoce, no sólo por la riqueza y fluidez del lenguaje que utiliza sino porque, por largo que sea su discurso, nunca “pierde el hilo”. Y el escucha permanece con él, así el narrador haga muchos circunloquios, regrese o avance por los vericuetos invisibles del tiempo y visite multitud de escenarios, porque la historia está ahí y él siempre resuelve, con un final suficiente, el caso planteado. Esto lo debe hacer en caliente y sin titubeos, con un dominio absoluto del tema, del lenguaje y de la estructura del relato, mientras que en la escritura se tiene la coartada de la revisión y la corrección del lenguaje, la comprobación del tema y el análisis de los niveles del relato. Una historia hablada no pasa de unos minutos, a veces unas pocas horas, mientras que la escrita consume días, cuando no meses o años en su desarrollo y conclusión. Habladores amenos y grandes escritores, de quienes puedo hacer mención porque los he escuchado y los he leído, Héctor Rojas Herazo (Q.E.P.D.) y Carlos Orlando Pardo. Esa manera fluida y amena de comunicar experiencias,
conocimientos y vivencias, es envidiable porque cumple con uno de los atributos de la literatura y es el de atrapar la atención de los otros con lo contado. Con Héctor y Carlos Orlando me pasa que al leer sus escritos me parece tenerlos al frente y de manera inconsciente escucho sus voces, graves y sonoras, con lo cual me ratifican que eso que está ante mi vista es sólo de ellos. Creo que primero se lo apropiaron desde la oralidad y luego ejercieron el don de escribir en múltiples páginas eso que ya conocía a través de sus palabras. Cuando Héctor me regaló un ejemplar de Celia se pudre, por ejemplo, ya le había escuchado apartes de la historia en alguna tertulia bogotana. Por supuesto que hablar y escribir son dos ejercicios distintos, sujetos a normas diferentes, pero no hay que olvidar que la literatura nació en la oralidad, en la narración de experiencias que de tanto repetirlas se convirtieron en leyendas y luego se trasladaron a la escritura. Así que escuchar al escritor no es condición para leerlo, pero sólo leerlo, como nos acontece con casi toda la literatura, tampoco nos impide gozar de la magia de sus palabras. En Carlos Orlando esa fluidez de la oralidad, que maneja con tanto acierto, se traslada a su escritura y el lector siente que está ante un gran contador de historias. Supongo que a medida que ha ido hablando sus temas, en tantas amenas tertulias compartidas, al mismo tiempo ha ido depurándolos y enriqueciéndolos hasta llevarlos al papel. Es una suposición mía, de pronto un atrevimiento, pero me gusta imaginarlo así, porque entonces pienso que Carlos Orlando ha instaurado un procedimiento nuevo para elaborar sus textos, procedimiento que muy
pocos pueden darse el lujo de utilizar. Esta suposición me surge después de haber leído su más reciente libro de cuentos, Un cigarrillo al frente y otros cuentos, lanzado en la Feria Internacional del Libro de Bogotá bajo el sello editorial Caza de Libros, y contrastarlo con nuestras conversaciones. Estos cuentos los he leído con la misma fruición con que le he escuchado las anécdotas que les han dado origen. El libro consta de 17 cuentos, en su mayoría breves, siendo el que da título al libro, Un cigarrillo al frente, el más extenso y el único nuevo en este volumen. Los otros ya habían sido publicados en distintas recopilaciones, aunque aquí adquieren una extraña coherencia, un mejor ordenamiento que le da al libro una textura diferente. Releerlos me permite afianzar las calidades literarias de este importante narrador tolimense, refrendadas en múltiples publicaciones tanto en el país como en el exterior. Sobra decir que el tema lo habíamos conversado varias veces, con el mismo ardor de todas sus charlas, hasta que su manera de exorcizarlo fue llevarlo a la literatura. El caso de Un cigarrillo al frente es la lucha interior de un hombre que debe dejar de fumar y así como busca todos los métodos posibles para lograrlo, también aduce todas las disculpas y los pretextos para evitar el sufrimiento que trae consigo el síndrome de la abstinencia. Cualquier fumador o exfumador se sentirá plenamente identificado con el tema, así el primero no deje de hacerlo o el otro pueda reincidir en el vicio. El cuento lo desarrolla con el humor y la gracia con que su narrativa conversacional ha llevado a la literatura tantos temas que oscilan entre el amor y la
muerte, entre el erotismo y la cotidianidad, entre las vocaciones y los oficios del hombre común y corriente, entre las vivencias de los extraños y aún las de su propia familia. Y a pesar de ser un cuento largo, cuando no el más extenso que Carlos Orlando haya publicado hasta ahora, mantiene en sus dieciocho páginas el interés del lector, que asiste asombrado al peregrinaje del vicioso por consultorios, salones de conferencias, consejos de amigos, medicinas alternativas, sentencias médicas, etc., para tratar de abandonar por fin el nefasto vicio del tabaquismo. El cuento nos cautiva con el drama existencial de ese hombre, atrapado en el vicio más tonto que haya creado la humanidad: echar humo por boca y nariz, oler a demonios durante
toda la vida y caer abatido por un enfisema pulmonar, un cáncer de garganta o un infarto fulminante. El lenguaje que utiliza para lograr la magia de la permanencia del lector es cotidiano, conversacional, íntimo y amigable, y la estructura es lineal y progresiva. Con este engranaje, el destino del fumador conquista nuestra solidaridad y en esa ansiedad por una solución, plena de justificaciones, nos lleva hasta el punto final. En buena hora aparece esta recopilación de cuentos de Carlos Orlando Pardo, un hombre que habla y escribe, respira y transpira literatura por todos los poros de su cuerpo. *Escritor y pintor colombiano.
FACETAS
IBAGUÉ, JULIO 17 DE 2011
Novedades bibliográficas en Ibagué HERNÁN CAMILO YEPES VÁSQUEZ
Haciendo un recorrido por librerías de la ciudad de Ibagué es impredecible encontrar variedad en publicaciones nuevas que recrean, instruyen,
educan y hasta formulan consejos para tener un mejor rendimiento en las finanzas y en el ámbito espiritual. Así, libros como los siguientes, que se han ganado su espacio en eventos como
la pasada Feria Internacional del Libro de Bogotá y premios extranjeros de gran relevancia, ahora se quedan en la ciudad, disponibles para la diversidad de públicos a que vienen dirigidos.
Con 116 páginas, “¿Cómo domesticar a tus papás?”, del chileno Mauricio Paredes (Editorial Alfaguara). Ha publicado nueve libros más para niños.
Señor, ahoga mi dolor, del Padre Alberto Linero. Viene de la Feria del Libro. 196 páginas.
5a. edición de “¿Por qué le pasan cosas malas a la gente buena?”, de Pbro. Iván Gutiérrez. Editorial Arca Editores
El clan de los doce apóstoles, de la periodista Olga Behar (Editorial Ícono)
La saga de los confines, de Liliana Bodoc. Se divide en Los días del Fuego, Los días de la Sombra y Los días del Venado. (Nueva edición. Editorial Suma de Letras)
El ruido de las cosas al caer, de Juan Gabriel Vásquez. (Editorial Alfaguara). Llega a la ciudad tras haber conquistado el premio Novela de dicha editorial en su versión 2011.
Queremos que sea rico. De Donald Trump y Robert T. Kiyosaki. 335 páginas. Publicado en 2008.
Trotski: una biografía. De Robert Service. Ediciones B. 735 páginas
DIRECTOR: Antonio Melo Salazar JEFE DE REDACCIÓN: Martha Myriam Páez Morales COORDINADOR: Benhur Sánchez Suárez, Redacción cultural EL NUEVO DÍA Colaboración: Luz Ángela Castaño EDITOR: Hernán Camilo Yepes Vásquez DISEÑO: Ingrith Johanna Buitrago Castañeda ILUSTRACIONES: Obras del pintor colombiano Mario Ayerbe FOTOS: Camilo Yepes - Suministradas - Internet - Colprensa Carrera 6a. No. 12-09 Tels.: 2770050 - 2610966 Ibagué - Tolima - Colombia Apartado Aéreo 5476908-K www.elnuevodia.com.co Todos los derechos reservados. Prohibida la reproducción total o parcial sin autorización expresa del Grupo Editorial Aguasclaras S.A.. ISSN: 021545-8.