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El Papel Periódico — 003

OPINIÓN

Sin tiquete de regreso

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Para lo que no tengo referentes es para el sentido de compromiso de ciudad de los paisas. Un sentido que los lleva a veces a ver las cosas con lentes rosa, pero que se despierta con toda la fuerza cuando es necesario.

Por Cristina Vélez Valencia

Por primera vez en mi vida, me fui a vivir a otra ciudad sin tiquete de retorno a Bogotá. Llegué al Valle de Aburrá con un camión con mis muebles, mis libros, mis cuadros y la vajilla que acabo de heredar de mi abuela, dos gatas y un par de maletas con un ropero que poco a poco tendré que cambiar para ajustarme a esta nueva vida.

Como rola, he tratado de entender esta nueva ciudad desde mis referentes. El aterrizaje en una ciudad nueva pasa siempre por los filtros de lo conocido. Ese barrio es como la Soledad, pero un poco más pequeño y queda en la montaña. Conseguí una casa di tu en Usaquén, como si estuviera viviendo en Santa Paula al lado del caño, pero en Envigado. Mi trabajo nuevo es en una universidad, parecida a la universidad en la que estudié, pero en vez de estar clavada en las montañas, está en la parte más plana de la ciudad. La Minorista es como Paloquemao pero entrando por La Carrilera. Me pasa hasta con las orquídeas. Me deslumbro con las catleyas colgadas de los árboles, pero el corazón se me llena cuando veo los epidendrums en el piso que se parecen más a las que se dan en los jardines de las Torres del Parque en la Macarena.

Me falta mucho para conocer Medellín y los municipios que la acompañan en el área metropolitana. No conozco sus secretos, no puedo recomendar panaderías, no sé dónde está ese restaurante nuevo al que uno quiere llevar a todos los amigos. Todavía no tengo peluquería de confianza, no tengo un restaurante en el que se sepan mi nombre y me sirvan el trago que me gusta sin tener que pedirlo, no conozco al que atiende en la droguería cerca de mi casa, no tengo una ruta preferida para trotar y todavía no he tenido la valentía de vencer la timidez para conocer a mis vecinos. Tampoco tengo árbol favorito, como tengo en Bogotá.

En mi última visita a Bogotá, ya se empezaron a mezclar los referentes. Este trancón se parece al de las Vegas a las seis de la tarde, con la diferencia de que el taco de las Vegas dura 5 minutos y no 35. El Transmilenio ha resuelto problemas de conectividad efectivamente, pero no se parece al Metro, y el metro capitalino todavía se parece al de los Sims. El Paseo del Río no se parece a nada, a menos que nos imaginemos el cuerpo de agua del Eje Ambiental como río.

Para lo que no tengo referentes es para el sentido de compromiso de ciudad de los paisas. Un sentido que los lleva a veces a ver las cosas con lentes rosa, pero que se despierta con toda la fuerza cuando es necesario. Y se acaba de despertar. En la ciudad de las catleyas y de las ardillas pelirrojas, en la que sus habitantes se han aguantado muchas dificultades cívicamente y con un optimismo envidiable, se despertó la fuerza de la Revocatoria, con «r» mayúscula. Mis referentes rolos, en los que hemos visto procesos de revocatoria revanchistas, no sirven para entender lo que está pasando acá. La fuerza de la revocatoria del Alcalde es de verdad. En torno a ella se unieron diferentes sectores políticos, privados y otrora enemigos políticos pusieron de lado sus diferencias para trabajar por su ciudad. Con mis filtros de rola, solo puedo ver con admiración y algo de envidia lo que está pasando: una ciudadanía comprometida, activa y diversa trabajando de la mano para que Medellín retome el rumbo que los llenaba de orgullo. Y yo, que me vine con mi trasteo a una nueva aventura, tengo el privilegio de vivirlo en la primera fila.

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