EL PAPEL PERIÓDICO ENERO DE 2022
VISIÓN 13
Sin tiquete de regreso
P
or primera vez en mi vida, me fui a vivir a otra ciudad sin tiquete de retorno a Bogotá. Llegué al Valle de Aburrá con un camión con mis muebles, mis libros, mis cuadros y la vajilla que acabo de heredar de mi abuela, dos gatas y un par de maletas con un ropero que poco a poco tendré que cambiar para ajustarme a esta nueva vida. Como rola, he tratado de entender esta nueva ciudad desde mis referentes. El aterrizaje en una ciudad nueva pasa siempre por los filtros de lo conocido. Ese barrio es como la Soledad, pero un poco más pequeño y queda en la montaña. Conseguí una casa di tu en Usaquén, como si estuviera viviendo en Santa Paula al lado del caño, pero en Envigado. Mi trabajo nuevo es en una universidad, parecida a la universidad en la que estudié, pero en vez de estar clavada en las montañas, está en la parte más plana de la ciudad. La Minorista es como Paloquemao pero entrando por La Carrilera. Me pasa
hasta con las orquídeas. Me deslumbro con las catleyas colgadas de los árboles, pero el corazón se me llena cuando veo los epidendrums en el piso que se parecen más a las que se dan en los jardines de las Torres del Parque en la Macarena. Me falta mucho para conocer Medellín y los municipios que la acompañan en el área metropolitana. No conozco sus secretos, no puedo recomendar panaderías, no sé dónde está ese restaurante nuevo al que uno quiere llevar a todos los amigos. Todavía no tengo peluquería de confianza, no tengo un restaurante en el que se sepan mi nombre y me sirvan el trago que me gusta sin tener que pedirlo, no conozco al que atiende en la droguería cerca de mi casa, no tengo una ruta preferida para trotar y todavía no he tenido la valentía de vencer la timidez para conocer a mis vecinos. Tampoco tengo árbol favorito, como tengo en Bogotá. En mi última visita a Bogotá, ya se empezaron a mezclar los referentes. Este trancón se parece al de las Vegas
a las seis de la tarde, con la diferencia de que el taco de las Vegas dura 5 minutos y no 35. El Transmilenio ha resuelto Cristina Vélez problemas de Valencia conectividad efectivamente, pero no se paPara lo que rece al Metro, y no tengo el metro capitareferentes es lino todavía se para el sentido parece al de los de compromiso de ciudad de los Sims. El Paseo del Río no se paisas. parece a nada, a menos que nos imaginemos el cuerpo de agua del Eje Ambiental como río. Para lo que no tengo referentes es para el sentido de compromiso de ciudad de los paisas. Un sentido que los lleva a veces a ver las cosas con lentes
rosa, pero que se despierta con toda la fuerza cuando es necesario. Y se acaba de despertar. En la ciudad de las catleyas y de las ardillas pelirrojas, en la que sus habitantes se han aguantado muchas dificultades cívicamente y con un optimismo envidiable, se despertó la fuerza de la Revocatoria, con «r» mayúscula. Mis referentes rolos, en los que hemos visto procesos de revocatoria revanchistas, no sirven para entender lo que está pasando acá. La fuerza de la revocatoria del Alcalde es de verdad. En torno a ella se unieron diferentes sectores políticos, privados y otrora enemigos políticos pusieron de lado sus diferencias para trabajar por su ciudad. Con mis filtros de rola, solo puedo ver con admiración y algo de envidia lo que está pasando: una ciudadanía comprometida, activa y diversa trabajando de la mano para que Medellín retome el rumbo que los llenaba de orgullo. Y yo, que me vine con mi trasteo a una nueva aventura, tengo el privilegio de vivirlo en la primera fila.
país líderes de todos los sectores, históricamente, han promovido un sentido de la mexicanidad y del orgullo patrio que es transversal a toda la sociedad, en todos los estratos. Incluso, sin profundizar en la cantidad y calidad de exposiciones y muestras de arte, historia y cultura que hay por toda Ciudad de México, es evidente el sentido de arraigo de sus habitantes y su determinación por defender los valores y tradiciones propias, con un fuerte rechazo a las intervenciones colonialistas que pretendan arrebatar la memoria y costumbres de ese pueblo altivo. La forma como la ciudad se presenta dice mucho de lo que es: un clima que favorece el colorido del entorno y que contagia de buena energía; un sentido de la defensa de la propia identidad que se ve, oye, huele y saborea en cualquier parte; un énfasis del valor social de lo diverso y lo auténtico, con una profunda convicción sobre el rol esencial que jugaron los ancestros; un comportamiento amable, generoso, desprevenido, que genera confianza y bienestar.
Bogotá es una ciudad de lucha permanente contra todos los elementos: el clima helado y lluvioso, el tráfico, el desorden, la falta de sentido de pertenencia a la ciudad, la actitud de desprecio que le profesan los que no son de acá, el costo de vida, la pobreza y falta de oportunidades, la inseguridad, la agresividad de todos quienes la habitan. Tal vez aprender algo de los mexicanos sobre el valor de volver a las raíces lo nuestro y recuperar ese orgullo y amor por lo que somos, que se ha perdido entre tanta violencia y descomposición social, podría realzar esas grandes cosas que olvidamos que nos ofrece nuestra ciudad: las construcciones de ladrillo, los cerros majestuosos, los parques y calles arborizadas, los espacios culturales, la historia, el festival de teatro, la música, el arte callejero, las onces santafereñas, el canelazo, y, en fin, esa gente común y corriente que no volvimos a mirar a los ojos, que batalla a diario su vida en una ciudad que a todos acoge, a pesar de la hostilidad que a tantos les produce.
Capitales y arraigos
D
espués de pasar cerca de dos semanas en Ciudad de México me quedan varias reflexiones sobre el significado de vivir en una ciudad. Me considero una persona citadina, tanto, que no consideré ni por un instante –tal vez equivocadamente– la posibilidad de pasar el tiempo duro de la cuarentena fuera de la ciudad que habito, Bogotá, la de todos y la de nadie. Existe una especie de estereotipo sobre México y las personas de ese país. Las novelas y programas de televisión que vimos desde la infancia, Los ricos también lloran, La fiera, Quinceañera, El chavo del 8, El chapulín colorado y La carabina de Ambrosio, por ejemplo, hablan de una sociedad desigual e injusta (pero de buen humor), en la cual el pobre –de buen corazón pero de mal gusto y sin educación– siempre aspira a tener la vida del rico –que es malvado, pero distinguido y elegante–. No olvido que hace años se decía que el arribismo colombiano se estratificaba así: los
pobres querían ser mexicanos, la clase media quería ser gringa y la clase alta quería ser inglesa. Esa simplista idea popular refleja eso en lo que sí Juliana coincidimos toBustamante Reyes dos los nacidos en Colombia: no quisiéramos ser Bogotá es una de aquí, prefeciudad de lucha riríamos cualpermanente contra todos los quier destino distinto del que elementos: el nos tocó. clima helado y No puede lluvioso, el tráfico, decirse que las el desorden... diferencias sociales de la capital mexicana no sean una realidad; pero tampoco puede decirse que la ciudad, como está concebida, refleje en su cotidianidad lo dramático de esa desigualdad. Tal vez ello se deba al hecho de que en ese