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El Papel Periódico — 003

OPINIÓN

Capitales y arraigos

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Bogotá es una ciudad de lucha permanente contra todos los elementos: el clima helado y lluvioso, el tráfico, el desorden...

Por Juliana Bustamante Reyes

Después de pasar cerca de dos semanas en Ciudad de México me quedan varias reflexiones sobre el significado de vivir en una ciudad. Me considero una persona citadina, tanto, que no consideré ni por un instante –tal vez equivocadamente– la posibilidad de pasar el tiempo duro de la cuarentena fuera de la ciudad que habito, Bogotá, la de todos y la de nadie.

Existe una especie de estereotipo sobre México y las personas de ese país. Las novelas y programas de televisión que vimos desde la infancia, Los ricos también lloran, La fiera, Quinceañera, El chavo del 8, El chapulín colorado y La carabina de Ambrosio, por ejemplo, hablan de una sociedad desigual e injusta (pero de buen humor), en la cual el pobre –de buen corazón pero de mal gusto y sin educación– siempre aspira a tener la vida del rico –que es malvado, pero distinguido y elegante–. No olvido que hace años se decía que el arribismo colombiano se estratificaba así: los pobres querían ser mexicanos, la clase media quería ser gringa y la clase alta quería ser inglesa. Esa simplista idea popular refleja eso en lo que sí coincidimos todos los nacidos en Colombia: no quisiéramos ser de aquí, preferiríamos cualquier destino distinto del que nos tocó.

No puede decirse que las diferencias socialesde la capital mexicana no sean una realidad; pero tampoco puede decirse que la ciudad, como está concebida, refleje en su cotidianidad lo dramático de esa desigualdad. Tal vez ello se deba al hecho de que en ese país líderes de todos los sectores, históricamente, han promovido un sentido de la mexicanidad y del orgullo patrio que es transversal a toda la sociedad, en todos los estratos. Incluso, sin profundizar en la cantidad y calidad de exposiciones y muestras de arte, historia y cultura que hay por toda Ciudad de México, es evidente el sentido de arraigo de sus habitantes y su determinación por defender los valores y tradiciones propias, con un fuerte rechazo a las intervenciones colonialistas que pretendan arrebatar la memoria y costumbres de ese pueblo altivo.

La forma como la ciudad se presenta dice mucho de lo que es: un clima que favorece el colorido del entorno y que contagia de buena energía; un sentido de la defensa de la propia identidad que se ve, oye, huele y saborea en cualquier parte; un énfasis del valor social de lo diverso y lo auténtico, con una profunda convicción sobre el rol esencial que jugaron los ancestros; un comportamiento amable, generoso, desprevenido, que genera confianza y bienestar.

Bogotá es una ciudad de lucha permanente contra todos los elementos: el clima helado y lluvioso, el tráfico, el desorden, la falta de sentido de pertenencia a la ciudad, la actitud de desprecio que le profesan los que no son de acá, el costo de vida, la pobreza y falta de oportunidades, la inseguridad, la agresividad de todos quienes la habitan.

Tal vez aprender algo de los mexicanos sobre el valor de volver a las raíces lo nuestro y recuperar ese orgullo y amor por lo que somos, que se ha perdido entre tanta violencia y descomposición social, podría realzar esas grandes cosas que olvidamos que nos ofrece nuestra ciudad: las construcciones de ladrillo, los cerros majestuosos, los parques y calles arborizadas, los espacios culturales, la historia, el festival de teatro, la música, el arte callejero, las onces santafereñas, el canelazo, y, en fin, esa gente común y corriente que no volvimos a mirar a los ojos, que batalla a diario su vida en una ciudad que a todos acoge, a pesar de la hostilidad que a tantos les produce.

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