HUMANIDAD SIN FRONTERAS. DESAFÍO Y APRENDIZAJES DE LAS PANDEMIAS.

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HUMANIDAD SIN FRONTERAS DESAFÍOS Y APRENDIZAJES DE LAS PANDEMIAS

HUMANIDAD SIN FRONTERAS DESAFÍOS

Y

APRENDIZAJES DE LAS PANDEMIAS

HUMANIDAD SIN FRONTERAS DESAFÍOS Y

APRENDIZAJES DE LAS

PANDEMIAS

Este libro cuenta con el aval de la Academia Nacional de Medicina - Buenos Aires y el reconocimiento de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires.

Edición general: Nora Bär

Investigación periodística y textos: Martín De Ambrosio

Dirección editorial: Juan Manuel Duhalde

Asesoramiento editorial: Gigliola Zecchin (Canela)

Arte y diseño gráfico: Daniela Coduto y Ariana Jenik

Asesoramiento médico: Dr. David Peña

Investigación y edición fotográfica: Silvia Gabarrot

Traducción al inglés: Camila Rufino

Producción gráfica: Daniela Coduto y Ariana Jenik

Corrección: Irene Domínguez

Producción general: Canela Producciones SA

Supervisión editorial: Relaciones Institucionales. Laboratorios Bagó

Bär, Nora

Humanidad sin fronteras : desafíos y aprendizajes de las pandemias / Nora Bär ; Martín De Ambrosio ; Contribuciones de Silvia Gabarrot ; Coordinación general de Juan Manuel Duhalde ; Editado por Gigliola Zecchin. - 1a edición especial - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Laboratorios Bagó, 2024. 160 p. ; 30 x 21 cm.

Traducción de: Camila Inés Rufino.

ISBN 978-631-90209-1-5

1. Ciencias Sociales y Humanidades. I. De Ambrosio, Martín. II. Gabarrot, Silvia, colab. III. Duhalde, Juan Manuel, coord. IV. Zecchin, Gigliola, ed. V. Rufino, Camila Inés, trad. VI. Título. CDD 303.4909

ISBN 978-631-90209-1-5

Todos los derechos reservados. Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio, sin permiso escrito de los titulares del copyright.

Queda hecho el depósito que previene la ley 11.723. ©2024, Laboratorios Bagó SA

Carta presentación 7

Palabras preliminares 9

Prólogo 11 1

Las batallas secretas de la humanidad 14

3

Epidemias y pandemias, endemias y sindemias, un mundo de definiciones 52

4 0

Estrategias de supervivencia 84 5

2

Argentina, las enfermedades que nos cambiaron 38

Vigilar, detectar el origen de la amenaza 66

7

Impacto y aprendizajes en la sociedad

124

6

El camino de la solución 106

8

Desafíos futuros 138

Traducción al inglés 154

Bibliografía 158 Agradecimientos y Créditos fotográficos 159

Desde hace nueve décadas, en Laboratorios Bagó nos inspira la innovación, el desarrollo y el compromiso de contribuir a mejorar la salud y optimizar el bienestar de las personas Está en nuestro ADN y es, a la vez, una fórmula que contribuye a que continuemos avanzando en este camino.

En el año de nuestro 90 aniversario, y a modo de balance, repasamos todo lo que hemos logrado trabajando juntos. Nuevos productos, nuevas patentes científicas, más mercados internacionales para nuestras alternativas terapéuticas, más y más personas en las que impacta positivamente nuestro hacer cotidiano. Siempre lo hicimos con pasión, adaptándonos a los cambios. Con compromiso, creando juntos, para lograr resultados superadores.

Este libro confirma ese espíritu, la vocación de dar visibilidad a los desafíos que enfrentamos y los aprendizajes que logramos cuando, como sociedad, nos unimos con la mirada puesta en un futuro mejor.

Humanidad sin fronteras. Desafíos y aprendizajes de las pandemias tiene por objetivo reunir y compartir las experiencias y las formas con las que la humanidad afrontó –históricamente– cada uno de estos retos; cómo las sociedades coordinaron los esfuerzos y trabajaron en conjunto para resolver y evolucionar frente a estos inesperados desafíos. Este trabajo nos invita a reflexionar sobre cuál fue el impacto y cuáles los avances que se dieron en la medicina y la salud en contextos de pandemias, y cómo se unieron las comunidades para superar el miedo, sumando coraje e imaginación desde el ámbito de las ciencias, la tecnología, la medicina, con miradas multidisciplinarias. Estos eventos que irrumpieron –e irrumpen aún hoy– en el devenir de la sociedad humana nos interpelan, ya que nos convocan a establecer un nuevo punto de equilibrio en el curso de nuestras vidas.

Con el aval de la Academia Nacional de Medicina y la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires, la dirección editorial de la reconocida periodista científica Nora Bär, el prólogo del prestigioso médico infectólogo Eduardo L. López, y la asesoría editorial de Gigliola Zecchin (Canela), presentamos esta obra que, junto a otros 36 títulos publicados en las últimas décadas, muestran nuestra vocación en participar del debate y la difusión de los grandes temas de la cultura argentina.

Deseamos que esta obra se constituya en un valioso aporte al conocimiento, a la lectura crítica, y, por sobre todo, al camino que nos acerca a un concepto más amplio y profundo de la salud, la convivencia y el bienestar.

For the past nine decades, we at Laboratorios Bagó have been inspired by innovation and development, and driven by the commitment to helping improve the health and wellbeing of people. We carry that in our DNA and it is also a formula that helps us continue advancing on that path.

In the year of our 90th anniversary, and upon examining our history, we make a review of all that we have achieved working together. New products, new scientific patents, more international markets for our therapeutic alternatives, more and more people enjoying the positive impact of our everyday work. We have always worked with passion and adapting to changes. With commitment and creating together to achieve outstanding results.

This book confirms that spirit, our calling to make visible the challenges we face and the lessons we learn when, as a society, we join each other looking towards a better future.

Humanity without Borders. Challenges and Lessons from Pandemics (Humanidad sin fronteras.Desafíosyaprendizajesdelaspandemias) is to gather and share the experiences and the ways humankind faced (historically) each of these challenges; how societies coordinated their efforts and worked together to resolve and evolve in the face of these unexpected challenges. This work invites us to think about the impact and the advances in medicine and health in pandemic contexts, and how communities came together to overcome fear by combining courage and imagination from the fields of science, technology, and medicine, with a multidisciplinary approach. These events that disrupted—and still disrupt—the course of human society challenge us, as they call on us to establish a new point of equilibrium in the course of our lives

With the support of the National Academy of Medicine and the Buenos Aires Academy of Sciences, the editorial management of the renowned scientific journalist Nora Bär, the foreword of the prestigious infectious disease doctor Eduardo López, and the editorial consulting of Gigliola Zecchin (Canela), we present this work which, along with other 36 titles published in recent decades, evidences our commitment to participating in the discussion and dissemination of major Argentine culture topics.

We hope that this book becomes a valuable contribution to knowledge, to critical reading and, above all, to a path that brings us closer to a broader and deeper concept of health, coexistence, and wellbeing.

Acd. Lic. Sebastián Bagó
Acd. Dr. Juan Carlos Bagó

El 5 de mayo de 2023, Tedros Adhanom Ghebreyesus, director ejecutivo de la Organización Mundial de la Salud, anunció que había llegado el momento de dar por finalizada

la emergencia sanitaria global por COVID-19. En los tres años previos, el virus se había llevado decenas de millones de vidas, había arrasado las economías de países, familias e individuos, desatado conflictos, interferido con la salud mental y el bienestar de las personas y las comunidades, reformulado la vida en las grandes urbes y obstaculizado el tratamiento de patologías crónicas.

Recién ahora estamos cayendo en la cuenta del impacto que significó en nuestra existencia, nos haya tocado o no padecerlo en sus aristas más agudas. Es inevitable que sintiéramos, cada uno a su manera, la necesidad de entender exactamente qué había pasado y, lo más importante, de saber cómo prepararnos para un evento futuro de estas características, que según virólogos y epidemiólogos ocurrirá con certeza, aunque no se pueda precisar cuándo. Y es lógico: en un planeta en el que los virus, bacterias y hongos nos precedieron y se cuentan por millones –muchos de ellos desconocidos–, epidemias y pandemias nos acompañan desde el amanecer de los tiempos.

Esta es la tarea que nos encomendó Laboratorios Bagó -encabezada por su gerente general Edgardo Vázquez- y que intentamos plasmar en Humanidad sin fronteras. Desafíos y aprendizajes de las pandemias. Analizar, contextualizar y dar sentido a este reto milenario entablado entre seres humanos y microbios patógenos, esas entidades infinitesimales, invisibles al ojo desnudo, pero capaces de cambiar el curso de la historia.

A través de estas páginas, desfilan los relatos de epidemias que dieron forma a la humanidad desde tiempos remotos y que jugaron un papel definitorio en la creación de nuestras ciudades y la medicina, en ellas se pasará revista a los remedios (en el pasado, apenas “menjunjes” rudimentarios) y tecnologías cada vez más poderosas que se fueron desarrollando para enfrentarlas, se expondrán los resortes organizativos de los diversos sistemas sanitarios del mundo para atender cantidades de pacientes que desbordan los servicios médicos, y se advertirá que estos fenómenos son mucho más que hechos biológicos que se pueden circunscribir a un consultorio o un hospital. Son eventos complejos que exigen miradas múltiples. Y así como nos ponen en zona de riesgo, también, y tal vez por eso mismo, pueden encender la creatividad, aguzar la astucia y fortalecer los lazos de cooperación entre seres humanos y países. Son momentos únicos en los que médicos, enfermeros, farmacólogos, biólogos moleculares, genetistas, matemáticos, bioinformáticos, sociólogos, psicólogos, antropólogos, comunicadores dejan de lado el lucimiento personal para trabajar en pos de una meta común: controlar la expansión del patógeno y salvar vidas. Esperamos que el recorrido, salpicado de historias increíbles y hechos curiosos, sea no solo entretenido, sino que además nos ayude a entender lo que nos tocó vivir y a prepararnos mejor para lo que nos depare el futuro.

Profesor Dr. Eduardo L. López

Médico (UBA). Obtuvo la especialidad de clínico pediatra luego de su residencia en el Hospital de Niños Ricardo Gutiérrez. Realizó la subespecialidad de Infectología Pediátrica en Universidad de Texas, Houston. Investigador Principal en 2019 del Sistema de Salud del Ministerio de Salud de la Ciudad de Buenos Aires, miembro de la Comisión Nacional de Inmunizaciones del Ministerio de Salud de la Nación (2013-2019). Fundador de la Sociedad Argentina de Infectología Pediátrica (y su presidente desde 2008 hasta 2016). Miembro del comité de expertos del Ministerio de Salud de la Nación y asesor del Ministerio de Salud de la Ciudad de Buenos Aires para COVID-19. Actualmente, profesor de Pediátrica y Vacunología (USal), director del Programa de Infectología Pediátrica de la Facultad de Medicina - UBA, sede Hospital de Niños Ricardo Gutiérrez, y jefe del Departamento de Medicina del mismo. Ha recibido veinte premios de distintas Sociedades Científicas y Academias, publicado más de 120 trabajos científicos y realizado numerosas presentaciones en Congresos en el área de Pediatría, Infectología Pediátrica y Vacunas. Es editor y autor de siete libros sobre el tema.

Durante mis años de estudiante de Medicina y como médico residente, la palabra “pandemia” se utilizaba poco, y remitía a algo del pasado; en particular, a dos hitos históricos en este tema, la peste y la mal llamada gripe “española”. Corrían los años 70 del siglo pasado y la infectología estaba dedicada al uso de antibióticos y vacunas para las enfermedades inmunoprevenibles, como el sarampión o la poliomielitis, que habían provocado importantes epidemias en distintos países. Por otra parte, el concepto de pandemia siempre se relacionó con agentes infecciosos, especialmente virus y bacterias. Sin embargo, las hay de diferente índole, las que podrían definirse como “silenciosas”, por ejemplo, la tuberculosis o el hábito de fumar, que provocaron y provocan un número significativo de muertes en el mundo. También hay pandemias que no son reconocidas en su verdadera magnitud, como es el caso del dengue, que afecta a más de 390.000.000 de personas por año y causa más de 500.000 hospitalizaciones: quizás no se tenga tanto en cuenta porque no afecta significativamente a los países centrales.

Recientemente, distintos agentes infecciosos siguieron provocando pandemias. Así, el virus de la inmunodeficiencia humana (VIH), el de la gripe A H1N1 y, en los albores de esta década, el denominado SARS-CoV-2, conocido por causar la de COVID-19. Estas tres pandemias tienen características distintas, afectaron en su inicio a diferentes franjas etarias, evolucionaron en tiempos y con una velocidad de transmisión asimétrica.

La gripe A y el COVID-19, que ocurrieron en 2009, y entre 2020 y 2022, respectivamente, tuvieron algunos rasgos comunes: la aparición brusca, el hecho de que se trata de virus que afectan el aparato respiratorio, que se transmiten por vía aérea y que tienen capacidad de aerolizar las partículas virales infectantes, con lo cual optimizan la diseminación y el contagio. No obstante, tienen, también, diferencias importantes.

La pandemia de gripe A H1N1 se originó en México, y afectó en mayor proporción a niños y adolescentes. Durante ese evento se evidenció un dato importante en la diseminación del agente causal, que fue el rol decisivo que tuvieron los viajes y en particular el movimiento aéreo de pasajeros provenientes de México y Estados Unidos. Resultó crucial que la Organización Mundial de la Salud (OMS) lanzara precozmente la alerta global y difundiera las medidas a tomar.

Nuestro país registró el primer caso a fines de abril de 2009, procedente de México. Esto generó preocupación en las autoridades sanitarias, tanto locales como de la Organización Panamericana de la Salud, dado que en el hemisferio sur comenzaba el período invernal y el virus de la gripe tiene una característica estacional. Entre las medidas iniciales que se tomaron figuró suspender por quince días los vuelos desde el país azteca. Por primera vez, se decidió cerrar las escuelas durante el mes de julio de ese año, dado el alto número de casos en alumnos, tanto primarios como secundarios. Participé en la toma de esta decisión en la Ciudad de Buenos Aires teniendo en cuenta que en realidad los chicos perderían solo dos semanas de cursada, pues también en julio el calendario escolar prevé todos los años las vacaciones de invierno. Esa medida abarcó a 11.000.000 de estudiantes.

Esta pandemia pudo controlarse en un corto plazo gracias al rápido desarrollo de vacunas debido, en gran parte, a la experiencia previa de la industria farmacéutica. Cabe mencionar que los individuos adultos, especialmente los mayores que se habían vacunado contra la gripe estacional en forma anual, presentaron una protección cruzada a este virus pandémico, lo que subraya el valor de las vacunas antigripales, habitualmente subutilizadas.

Se difundieron comportamientos como el lavado de manos, el uso de barbijo, la ventilación de ambientes y el distanciamiento social y se verificó fehacientemente la incidencia del embarazo y las enfermedades neurológicas como factor de riesgo.

En esta pandemia un tráiler con consultorios externos que implementó el Hospital de Niños Ricardo Gutiérrez evitó aglomeraciones y riesgo de intercontagio hospitalario, lo que fue todo un éxito. Se decidió utilizar una droga antiviral, el oseltamivir, en forma precoz, especialmente en pacientes internados y para contactos estrechos. Esta estrategia también demostró utilidad; de hecho nuestro grupo de Infectología del hospital pediátrico publicó un trabajo al respecto en una revista internacional. El sistema de Salud respondió adecuadamente, se trabajó con intensidad en todos los niveles y se evitó su colapso.

Además, empezó a ponerse de manifiesto la necesidad y el valor de la comunicación, y se tomó conciencia del daño que pueden infligir las noticias falsas y/o malintencionadas. En la primera etapa, desde esferas oficiales no se informó adecuadamente ni se le dio la jerarquía necesaria a la aparición de la pandemia que, según las estimaciones, provocó 1.400.000 casos con 157.000 a 575.000 fallecimientos en el mundo. En la Argentina, el número de pacientes oficialmente reportados y confirmados por tests de laboratorio fue de algo más de 12.000, con una hospitalización un poco superior a 14.000, pero la denominada Enfermedad Tipo Influenza (ETI) produjo 1.479.108 casos que representaban el 3,5% de la población, lo que revela que hubo un número importante de ellos que no fueron estudiados con testeo diagnóstico.

Esta pandemia, a mi criterio, dejó muy buenas lecciones, tales como su reconocimiento precoz, la acción rápida y eficiente del sistema de Salud, el uso inmediato de oseltamivir, el comienzo incipiente de la prevención comunitaria para disminuir la transmisión de la enfermedad.

El más reciente de estos episodios, provocado por el coronavirus SARS-CoV-2, fue imprevisto e inesperado. En primer lugar, la velocidad de diseminación de este virus fue algo nunca visto en la era moderna; a punto tal, que se lo compara con el sarampión y la gripe. En sus comienzos, algunas situaciones contribuyeron a la propagación: la OMS demoró en reconocerla, la ausencia de inmunidad previa por parte de la población hizo que se

difundiera de forma brutal en todo el mundo, llegando a todas las clases sociales y a todos los continentes. Pensemos que se registraron unos 692.000.000 de casos con casi 7.000.000 de fallecidos en 260 países. La Argentina informó algo más de 10.000.000 de casos y unos 130.000 fallecidos. El COVID afectó a todas las edades, pero especialmente a los adultos mayores de 65 años y a aquellos con factores de riesgo, como diabetes, enfermedades pulmonares crónicas e inmunodeficiencias, lo cual impactó en la morbimortalidad.

Esta pandemia en la Argentina necesitó una gran colaboración de la comunidad al aceptar medidas complejas como el distanciamiento social, el uso del barbijo y una cuarentena larga que provocó efectos indeseados. Tanto las instituciones públicas como privadas aunaron esfuerzos y el sistema se tensó, pero no colapsó como en otros países. El equipo de Salud desarrolló su trabajo con heroísmo. Hubo un extraordinario esfuerzo de la comunidad médica y de la industria para fabricar respiradores y para el desarrollo de vacunas, que fueron elaboradas en tiempo récord. Todo esto está extraordinariamente descripto en los sucesivos capítulos de este libro. El periodismo merece un párrafo particular por su tarea al comunicar permanentemente sobre el desarrollo de la pandemia y demostrando, una vez más, el valor de la información veraz para la toma de decisiones y el cuidado de la vida.

Las pandemias han sido, y probablemente seguirán siendo, un fenómeno y una problemática constante en la historia de la humanidad. Marcaron hitos en la salud pública y tuvieron un importante impacto en la evolución económica y cultural de las sociedades. Han demostrado no solo la vulnerabilidad de nuestra especie ante microorganismos, sino también la resiliencia que se construye con la cooperación de la comunidad, con el consiguiente cambio de hábitos, implementando medidas de protección individuales y colectivas, como el uso de barbijos o el lavado de manos. El ingenio humano, la industria con el desarrollo de nuevos medicamentos, representan un aire fresco y en la pandemia de COVID impulsaron los veloces mecanismos de prevención que la ciencia médica proveyó, como las vacunas.

La historia nos enseña que las pandemias son inevitables, que pueden acelerar su frecuencia por los cambios ambientales que genera el ser humano, como la deforestación, el aumento del contacto con los insectos y la urbanización de enfermedades que antes estaban confinadas a áreas rurales o selváticas. Además, la globalización promueve la expansión rápida de los agentes infecciosos.

Una de las características de las pandemias es que se sabe cuándo empiezan, pero no cuándo terminan. En todas se cometen errores por desconocimiento y, a veces, para no alarmar a la población en general. Sin embargo, a medida que estas se desarrollan, el ingenio humano, el trabajo mancomunado con el equipo de Salud, las medidas gubernamentales, la industria farmacéutica y los medios de comunicación son fundamentales para lograr controlarlas o mitigarlas, como quedó en evidencia durante la última que nos tocó enfrentar.

Este libro era necesario y ofrece un recurso valioso no solo para médicos y comunicadores, sino para toda persona interesada en comprender mejor las pandemias. Es una investigación profunda, con datos concretos y análisis exhaustivos, que proporcionará una base sólida para el diálogo y la acción futura.

Las batallas secretas de la humanidad

No cabe duda de que los gérmenes y las infecciones dieron forma a la humanidad.

Si se mira la historia, cuando los seres humanos no pelean entre sí –para obtener más recursos para su propio provecho o el de los suyos, por ejemplo– es que están ocupados en una pelea sorda contra virus, bacterias y hongos (VBH); a veces se dan ambas cosas al mismo tiempo, guerras y epidemias, y esos no son buenos tiempos.

La idea metafórica acerca de que existe una batalla constante entre los sistemas inmunológicos individuales y los microorganismos que buscan infectarlo y multiplicarse puede llevarse al ámbito de las sociedades. Cuando el VBH encuentra cómodo reproducirse dentro de un miembro de la especie Homo sapiens , tenemos un enfermo; si el VBH tiene éxito y logra pasar a muchas personas dentro de una o varias comunidades, estamos ante una plaga-peste-epidemia que desafiará su supervivencia o, al menos, la pondrá en serio riesgo. No les pasa solo a los humanos; es un mecanismo que la naturaleza ha establecido y que mantiene un cierto equilibrio demográfico. Lepra, gripe, peste bubónica, viruela, tuberculosis, sífilis, cólera, poliomielitis, VIH, SARS: una rápida enumeración, no exhaustiva, sin contar los virus emergentes, muestra que el “enemigo” toma varias formas, que es un ente camaleónico, y que, justamente, aprovecha ciertas deficiencias de organización de las sociedades para prosperar: el hacinamiento, la ausencia de agua potable, el malo o nulo tratamiento de la materia fecal y los residuos, entre otras, han resultado históricamente ideales para su propagación. A veces, los problemas para lidiar con las epidemias no están en las cosas sino en las mentes. Un recorrido a vuelo de pájaro muestra que, ante las enfermedades, en su tratamiento y catalogación, en ocasiones se cuelan prejuicios, errores epistemológicos o de interpretación, y egoísmos, así como también, eventualmente, lo mejor de la especie en la forma de cooperación y solidaridad hacia los demás. Como en cualquier acto bélico, en estas luchas se conjugan la bajeza y la grandeza, héroes y villanos, altruismo y egoísmo.

La peste marcó a la antigua Grecia, donde el comienzo de la filosofía occidental y de un pensamiento sistemático acerca de causas y consecuencias no alcanzó para detener el paso de las enfermedades. Michael Sweerts, La plaga de Atenas, circa 1652, óleo sobre lienzo (detalle).

“Doctor Pico de Roma”, un “médico” de la peste negra. Utilizaban máscaras que parecían picos de aves llenas de artículos aromáticos para protegerlos del aire podrido, visto como la causa de la infección. Grabado en cobre de Paul Fürst (1656).

Durante siglos fue el movimiento de bienes y personas (y, en particular, de ejércitos), lo que favoreció el transporte de VBH ocultos. Con la globalización, ese tráfico, ese movimiento, es ahora el más grande de la historia y los microbios pueden cruzar el planeta cómodamente en un asiento de una aerolínea comercial. Eso, más la superpoblación mundial, genera otro caldo de cultivo ideal para su proliferación, diferente, pero equivalente, a la pobreza medieval.

La analogía con la guerra –con los cuestionamientos del caso– puede incluso llevarse más allá. Como en los propios conflictos bélicos, la ciencia y el arte médico desarrollaron una serie de mecanismos para contrarrestar y hacerle frente a los VBH. Podría decirse que existe una escalada, en la que el sistema inmunológico de los individuos se defiende, pero a su vez los VBH también encuentran resquicios para adaptarse. Por eso, solo se ha podido erradicar un virus (el de la viruela) en todo este tiempo, y gracias a la tecnología de la vacunación. Los VBH han convivido con los humanos a lo largo de toda la historia y, como veremos, incluso desde antes: desde que el mundo es mundo. Así, la gripe cada año cambia su combinación proteica para sobrevivir y volver a atacar, y emergió el amplio repertorio de linajes y cepas que generó el SARS-CoV-2. Un juego de astucias, trampas y triquiñuelas que virtualmente no acaba nunca y se amplifica cuando se presenta un resquicio en los asuntos humanos o problemas con la naturaleza, desde donde pueden saltar los VBH. De todo esto, de héroes, epistemologías varias, microorganismos adaptados y aprendizajes de la sociedad, se hablará en las siguientes páginas.

De las plagas de la Antigüedad a la del COVID-19

Peste antonina (165-180) 5 millones

Viruela japonesa (735-737) 1 millón

Plaga de Justiniano (541-542) 30-50 millones

Peste negra -peste bubónica(1347-1351) 200 millones

Viruela (1520) 56 millones

Grandes pestes del siglo XVII 3 millones

Generación tras generación, los seres humanos rezaron a todos los dioses, ángeles y santos, e inventaron innumerables utensilios, instituciones y sistemas sociales, pero siguieron muriendo por millones a causa del hambre, las epidemias y la violencia. Muchos pensadores y profetas concluyeron que la hambruna, la peste y la guerra debían de ser una parte integral del plan cósmico de Dios o de nuestra naturaleza imperfecta, y que nada excepto el final de los tiempos nos libraría de ellas. Sin embargo, en los albores del tercer milenio, la humanidad se despierta y descubre algo asombroso. La mayoría de la gente rara vez piensa en ello, pero en las últimas décadas hemos conseguido controlar la hambruna, la peste y la guerra. Desde luego, no se han resuelto, pero han dejado de ser fuerzas de la naturaleza incomprensibles e incontrolables.

Yuval Noah Harari, Homo Deus

La primera de todas

Por supuesto, las epidemias inaugurales se pierden en el fondo de los tiempos y a primera vista resulta imposible conocerlas; allí donde las hubo, no existían cronistas para registrarlas. Sin embargo, la ciencia se ha creado herramientas para desandar siglos y milenios y conseguir sacar agua, o datos, de las piedras. Es así como se puede penetrar en el pozo del pasado, en esa prehistoria que no nos dejó documentos escritos. Por ejemplo, a través del análisis del ADN rescatable de huesos. Uno de esos estudios mostró que ya los neandertales –esa especie prima del ser humano y con la que nuestros ancestros se cruzaron antes de que desaparecieran (ciertos humanos modernos tienen

Los profesores Robert Koch y Richard Pfeiffer formaron parte de una misión científica alemana para investigar el brote de peste bubónica en Bombay en 1897. En la fotografía, atribuida al capitán C. Moss, trabajando en su laboratorio.

Grandes pestes del siglo XVIII 600.000

Fiebre amarilla (finales del siglo XIX) 100.000 - 150.000

Gripe rusa (1889-1900) 1 millón

Gripe asiática (1957-1958) 1,1 millones

Gripe Hong Kong (1968-1970) 1 millón

6a pandemia del cólera (1817-1923) 1 millón

3a pandemia de peste (1855) 12 millones

Gripe española (1918-1919) 40-50 millones

VIH/sida (1981-presente) 25-35 millones

Gripe porcina (2009-2010) 200.000 Ébola (2014-2016) 11.300

SARS (2002-2003) 700

MERS (2015actualidad) 850

COVID-19 (2019-actualidad) 25.097

Arriba: Modelo neandertal, a partir de los fósiles de La Chapelle-aux-Saints. Abajo: Los primeros humanos, cultura de la Edad de Piedra.

hasta un 2% de genes neandertales)–, hace unos 50.000 años, convivían con patógenos que aún hoy nos acompañan, como el adenovirus, el virus del herpes y el papilomavirus, que pueden causar desde resfríos hasta cáncer. Aunque aún falta una respuesta clara acerca de por qué los neandertales dejaron de existir de una manera tan abrupta, una de las hipótesis que podría explicarlo es que fueron los virus que portaba el Homosapiens, tras desarrollar sistemas inmunológicos de manera separada, los que los destruyeron. Otros estudios, quizá algo más especulativos, sugieren que la peste negra pudo haber afectado a esa población en una época tan temprana como el Neolítico europeo, hace entre 5.000 y 2.500 años. El trabajo, liderado por investigadores del Ancient Genomics Laboratory del Instituto Francis Crick, de Londres, y publicado en Nature, en mayo de 2023, mostró que la plaga se propagó a la periferia noroccidental de Europa. Lo supieron mediante la secuenciación de tres genomas de la bacteria Yersiniapestis, hallada en Gran Bretaña y datada en unos 4.000 años de antigüedad: encontraron dos individuos en un inusual entierro masivo en Charterhouse Warren, Somerset; un tercero procedía de un entierro singular bajo un mojón circular en Levens, Cumbria. Sostienen: “los tres genomas británicos de Yersiniapestispertenecen a un sublinaje observado previamente en individuos de la Edad del Bronce de Europa central que habían perdido el supuesto factor de virulencia”. Si bien admiten que “la gravedad de la enfermedad no está clara en la actualidad, la amplia distribución geográfica en unos pocos siglos sugiere una transmisibilidad sustancial”, y la relacionan con la gran debacle demográfica entre aquellos misteriosos humanos; hasta sugieren un recambio de población: lo que hoy existe como ADN del británico moderno fue posible por la llegada de otro grupo que ocupó el lugar que quedó vacante.

El modelo veneno-antídoto de introgresión adaptativa

Los neardentales y los humanos modernos se cruzaron e intercambiaron virus.

El ADN neandertal introducido en los humanos les ayudó a adaptarse frente a los virus.

La adaptación basada en el ADN de los neandertales fue particularmente fuerte contra los virus ARN en los europeos.

Las epidemias antiguas pueden detectarse a través de la lente de la abundante adaptación genómica del huésped.

Virus patógeno (veneno)

Humano moderno Neandertal

Segmento de ADN adaptado y que brinda protección (antídoto)

Fuente: revista Cell

Y llegó la historia

Grecia, Roma, Cercano Oriente, la cuna de la civilización occidental: allí donde empezó la historia empezó también la historia de las epidemias. Se sabe que en el siglo V antes de Cristo Atenas sufrió una peste, según la registró el historiador Tucídides, que, sin ser médico, de todos modos describió qué les pasaba a los enfermos: calores, ojos enrojecidos e hinchados, aliento fétido, lengua sanguinolenta, úlceras en la piel, tenían una sed espantosa y morían al cabo de siete días, “como rebaños”, dice. “Se vaciaron muchas casas” –agrega–y los cadáveres se incineraban por temor a más contagios. Se especula que pudo haber sido tifus esta enfermedad que mató a alrededor del 30% de los atenienses e inauguró la penosa tradición.

Heredera de la antorcha occidental tras la decadencia de Atenas, Roma sufrió por supuesto sus propias pestes. Entre ellas, se destacan la peste antonina y la peste de Cipriano. En la primera, la infección, posiblemente viruela, fue traída hacia la metrópolis en el año 165 por los soldados que habían combatido en la región que hoy es Irán. Produjo miles de muertos al menos, despobló ciudades y consagró a un médico que haría escuela: Galeno, quien describió sus síntomas: fiebre, problemas intestinales, inflamación de la laringe y erupciones en la piel. El mal de Cipriano, en tanto, se extendió un siglo después, y posiblemente haya sido causado por el sarampión. Pese a que no hay estudios definitivos, se tiende a creer que esos fueron los primeros contactos de los europeos con ambos virus.

El ángel de la muerte golpeando una puerta durante la peste antoniana. Grabado de J. G. Levasseur (1894), a partir de la obra de Jules-Élie Delaunay.

LAS BATALLAS SECRETAS DE LA HUMANIDAD

Según el relato bíblico, la segunda plaga en Egipto: la plaga de las ranas. Aguafuerte, con acuarela, 1775-1779.

La peste de Justiniano, otra de las primeras que citan los libros de historia, tuvo lugar algunos siglos después. Se trata posiblemente de la misma peste bubónica que mencionaremos en breve; según algunas fuentes, se llevó entre 30.000.000 y 50.000.000 de personas –otras dicen que incluso más–, en distintas oleadas durante los años 541 y 542. La estructura del Imperio bizantino que, tras la caída de Roma, comandaba Justiniano tomó cartas en el asunto e hizo un conteo de los fallecidos y creó –para que no se siguieran acumulando los cuerpos en casas y la vía pública– cementerios especiales alejados de Constantinopla (hoy, Estambul) para evitar contagios; eran una especie de fosas comunes a las que los cuerpos se llevaban en barcos.

Párrafo aparte para las diez plagas de Egipto, entre mitológicas y con algún asidero, anunciadas en la Biblia: son la plaga de la sangre, la plaga de las ranas, la plaga de los piojos, la plaga de las moscas, la plaga del ganado, la plaga de las úlceras, la plaga del granizo, la plaga de las langostas, la plaga de la oscuridad y la plaga que caería sobre los primogénitos. Si bien la documentación que respaldaría su existencia es escasa, el mero hecho de que se anunciaran en el Libro de Dios marca que la población tenía contacto con estas calamidades, de manera directa o a través de la tradición oral. La plaga es como un espectro que recorre el espinazo de la humanidad.

El río criará ranas, y estas entrarán en tu casa, y en la cámara donde duermes, y se treparán a tu cama, y se meterán a las casas de tus siervos, y en tu pueblo, en tus hornos y en tus artesas.

Éxodo 8:3

Alejandro Magno, en la batalla de Issos. Mosaico de suelo, encontrado en la Casa del Fauno, Pompeya, copia de una pintura helenística de Filoxeno de Eretria.

El peor enemigo

Aristóteles le había enseñado a Alejandro que el extremo de la Tierra se encontraba al otro lado de las montañas del Hindú Kush, y este quería llegar hasta el último confín. “La idea de ver el borde del mundo lo atraía como un imán”, cuenta Irene Vallejo en El infinito en un junco. “¿Encontraría el gran Océano Exterior del que le habló su maestro? ¿O las aguas del mar caerían en cascada sobre un abismo sin fondo? ¿O el final sería invisible, una niebla espesa y un fundido en blanco?”, escribe. Sin embargo, su ambición sucumbiría no bajo la ferocidad de aguerridos soldados de ejércitos más poderosos, sino a manos de enemigos invisibles e insidiosos: microbios y enfermedades. Los hombres de Alejandro, “enfermos y malhumorados… habían recorrido miles de kilómetros masacrando por el camino al menos a setecientos cincuenta mil asiáticos. Habían tenido que enterrar a sus mejores amigos caídos en combate. Habían soportado hambrunas, fríos glaciales, sed y travesías por el desierto”, pero “muchos habían muerto como perros en las cunetas por enfermedades desconocidas, o habían quedado horriblemente mutilados –cuenta Vallejo–. Habían sufrido la agresión conjunta de la malaria, la disentería, tigres, serpientes e insectos venenosos y, tras su expedición a la India, solo quedaba la cuarta parte de los efectivos”.

Un ícono medieval

Triste emblema de una época, los leprosarios continúan aún hoy como un símbolo de lo que fue la Edad Media, de sus dificultades y excesos. Pese a que hay referencias bastante más antiguas –por ejemplo, en la India, dos mil años antes de Cristo– y en la propia Biblia, hacia comienzos del 1200, tras las Cruzadas, se había extendido tanto la patología que existían alrededor de 19.000 leprosarios en toda Europa, casi uno en cada pueblo, con el fin de detener la epidemia. Pero más que un lugar donde se trataba a los enfermos, eran sitios de castigo, ya que se creía que quienes habían cometido pecados eran penados por la divinidad con la enfermedad y por los hombres, con el apartamiento de la sociedad; constituían más una institución de reclusión, que un hospital. Por eso, se consideraba al leproso una persona con una tara mental, o más bien del alma.

Lo curioso es que la lepra no es una enfermedad de fácil contagio, sino que más bien necesita de un contacto estrecho y frecuente durante meses con un enfermo para que se dé la transmisión. Pero eso no se sabía. Tampoco que era una bacteria, la Mycobacterium leprae, la responsable de este mal que afecta la piel y los nervios periféricos, puede causar deformaciones y llevar a la ceguera, lesiones progresivas y discapacidad. Esto se supo mucho tiempo después, y la humanidad y las autoridades, pero sobre todo los enfermos fueron presa de los prejuicios porque recién fue descripta en 1873 por el noruego Gerhard Armauer Hansen (por eso también es conocida como el mal de Hansen). Hoy se puede tratar, sigue presente en más de 100 países (incluida la Argentina) y hay unos 200.000 casos nuevos cada año, según la Organización Mundial de la Salud (OMS).

Qué son los bubones

Posiblemente haya sido la peor de todas, o al menos está en el ranking entre las tres o cinco más devastadoras de todos los tiempos. La llamada “peste negra” destruyó Europa, y sometió a Asia y al norte de África. Lo dicen los números: por su causa murieron entre 100.000.000 y 200.000.000 de personas, cuando la población no era como la actual sino sustancialmente más exigua, por lo que la tasa de mortalidad rondó el 25%. En Inglaterra fue del 40%, y en Florencia, que un siglo después sería cuna del Renacimiento, murieron la mitad de sus 100.000 habitantes.

La peste negra se inició hacia 1330, tuvo como punto máximo el año 1350 y era transmitida por lo que después –casi seis siglos más tarde– se llamaría Yersinia pestis, una bacteria que vivía entre las pulgas y las ratas. Provocaba bubones, inflamaciones con aspecto similar a las ampollas, pero más grandes, y aparecían en las axilas, ingle y cuello de los afectados u otras zonas cercanas a la picadura de las pulgas, por eso también se la conoce como “peste bubónica”. En aquel siglo XIV se creía que convenía drenarlas, pero, por el contrario, de este modo se favorecía la dispersión de la bacteria (y tampoco se beneficiaba al enfermo).

Fotomicrografía de una muestra derivada de una lesión cutánea lepromatosa. Revela la presencia de numerosas Mycobacterium leprae

“San Sebastián sacando un bubón de peste”, detalle de los murales de la Capilla de San Sebastián, Lanslevillard, Francia. Anónimo del siglo XV.

Sandro Botticelli, Historia de Nastagio degli Onesti (primer episodio), témpera sobre tabla, 83 x 138 cm, 1483. Tomado de la octava novella de la Quinta Jornada del Decamerón, “El infierno de los amantes crueles”.

El hacinamiento, la falta de agua potable y saneamiento en las ciudades medievales, además de los prejuicios, constituían el caldo propicio para que la enfermedad se propagara, así como los crecientes vínculos comerciales entre Europa y Asia. De hecho, existen indicios respecto de que la Ruta de la Seda, que unía Oriente y Occidente, tuvo bastante que ver con su diseminación. En 2022, una investigación en la que trabajaron la genetista Maria Spyrou, de la Universidad de Tübingen (Alemania) y el historiador Philip Slavin, de la Universidad de Stirling (Escocia), publicada en la revista Nature , encontró trazas de la bacteria en un cementerio de lo que hoy es Kirguistán, país del Asia central con más de mil kilómetros de frontera con China. Más precisamente, en los restos de los dientes de personas enterradas allí, de modo que se supone que ese pudo haber sido el lugar de origen de aquella feroz epidemia. También azotó a aquel imperio milenario con unos 13.000.000 de muertos solo durante el primer año. El Decamerón, de Giovanni Boccaccio, una de las obras más famosas del período (y de todos los tiempos), trata sobre historias de gente aislada por la plaga que buscaba distracción. La epidemia no solo es telón de fondo para los diez cuentos, sino que también detalla cómo su ciudad, Florencia, reaccionó ante el ataque atribuido entonces a la ira de Dios.

Ya habían los años de la fructífera Encarnación del Hijo de Dios llegado al número de mil trescientos cuarenta y ocho cuando a la egregia ciudad de Florencia, nobilísima entre todas las otras ciudades de Italia, llegó la mortífera peste que o por obra de los cuerpos superiores o por nuestras acciones inicuas fue enviada sobre los mortales por la justa ira de Dios para nuestra corrección que había comenzado algunos años antes en las partes orientales privándolas de gran cantidad de vivientes, y, continuándose sin descanso de un lugar en otro, se había extendido miserablemente a Occidente. Y no valiendo contra ella ningún saber ni providencia humana (como la limpieza de la ciudad de muchas inmundicias ordenada por los encargados de ello y la prohibición de entrar en ella a todos los enfermos y los muchos consejos dados para conservar la salubridad) ni valiendo tampoco las humildes súplicas dirigidas a Dios por las personas devotas no una vez sino muchas ordenadas en procesiones o de otras maneras, casi al principio de la primavera del año antes dicho empezó horriblemente y en asombrosa manera a mostrar sus dolorosos efectos. […] en su comienzo nacían a los varones y a las hembras semejantemente en las ingles o bajo las axilas, ciertas hinchazones que algunas crecían hasta el tamaño de una manzana y otras de un huevo, y algunas más y algunas menos, que eran llamadas bubas por el pueblo. Y de las dos dichas partes del cuerpo, en poco espacio de tiempo empezó la pestífera buba a extenderse a cualquiera de sus partes indiferentemente, e inmediatamente comenzó la calidad de la dicha enfermedad a cambiarse en manchas negras o lívidas que aparecían a muchos en los brazos y por los muslos y en cualquier parte del cuerpo, a unos grandes y raras y a otros menudas y abundantes.

Giovanni Boccaccio, Decamerón

Un reguero de pólvora

Aunque su origen es aún motivo de conjeturas, la sífilis se difundió en Europa como un reguero de pólvora desde Nápoles, donde fuerzas francesas y españolas se enfrentaban por el dominio del territorio. En 1496, a la muerte del conde Gilberto, que representaba a Carlos VIII, los 6000 mercenarios que servían bajo sus órdenes volvieron a sus tierras o se involucraron en nuevas guerras y sus rutas trazaron el mapa de la diseminación de la enfermedad, escribe Enzo Fernando Costa en Historia de la sífilis. Desde Europa, los grandes navegantes portugueses la llevaron a la India en 1498, a la China en 1505, y en 1569 ya había arribado a Japón. Los moros y judíos expulsados de España en sucesivas oleadas propagaron el mal hacia el norte de África y, desde allí, al mundo árabe. Y la campaña del enorme ejército napoleónico en Rusia terminó en desastre no por las operaciones militares, sino por el frío, el tifus y otras infecciones transmitidas por los piojos, afirma Fèlix Badia en la revista Historia y Vida (mayo 2020): “hasta la Primera Guerra Mundial, en las guerras causaban más muertes las infecciones que las armas”.

Flagelantes: proclamaban que la peste era fruto de la ira de Dios. El papa Clemente VI los declarará herejes en su bula Inter sollicitudines

Napoleón Bonaparte tocando el bubón de una víctima de la peste en su visita al hospital de Jaffa, 1799. Grabado xilográfico coloreado de Thiébault.

Pieter Bruegel, el Viejo, El triunfo de la Muerte, 1562-1563. Óleo sobre tabla, 117 x 162 cm. Refleja la agitación social y el terror que desató la peste negra, que devastó la Europa medieval.

Nixon felicita a los astronautas, que miran por una ventana en la instalación de cuarentena móvil a bordo del portaaviones USS Hornet, la cual recuperó el módulo de mando del Apolo XI, el 24 de julio de 1969.

La madre de todas las cuarentenas

¿Y si separamos a los enfermos del resto de la comunidad para que no contagien? La primera vez que se dispuso oficialmente que las personas sospechosas de tener un mal debían aislarse de los demás fue en Dubrovnik, en la costa de Croacia, en 1377. Allí se decidió que durante cuarenta días tenían que estar fuera de la ciudad debido a la peste negra y se estableció una tradición que llega a nuestros días. Previamente, no obstante, la literatura árabe registra las sabias palabras de Avicena, que recomendó este aislamiento en escritos del año 1025 como una medida racional en pos del control de enfermedades como la tuberculosis. Por supuesto, el filósofo árabe no usa la palabra que tiene un evidente origen italiano (la actual Dubrovnik estaba bajo control de peninsulares y se llamaba Ragusa).

Como curiosidad, una cuarentena interestelar: los astronautas que pisaron la Luna en 1969 debieron hacer una cuarentena en una especie de tráiler o camión tras el regreso a la Tierra. La precaución tenía sentido: las autoridades de la NASA no estaban seguras de que en el viaje o incluso en el propio satélite natural no hubieran tenido contacto con algún tipo de microorganismo que podría infectar el cuerpo humano y trasladar una peste lunática. La foto de aquel trío inaugural de Armstrong, Collins y Aldrin hablando a través de un vidrio grueso con el presidente de Estados Unidos, Richard Nixon, es icónica. Pasado ese lapso, los tripulantes de la Apolo XI fueron paseados como verdaderos (y sanos) héroes.

Viruela: más que gérmenes y aceros

Otro supervillano de esta historia que llegó a arrasar hasta el 90% de ciertas poblaciones. Es más, América no habría podido ser conquistada por los europeos sin esa subyacente batalla epidemiológica que no sospechaban unos ni otros. Para alivio de la humanidad, el virus que la causa hoy no existe más que en algunos refrigeradores, supuestamente bien resguardado en laboratorios de máxima seguridad. La trayectoria del virus de la viruela también va en paralelo con la de la humanidad durante siglos hasta su fin, gracias a la ciencia del siglo XX.

Pero, antes del triunfo de la medicina, vino el desastre. La magnitud de las epidemias que generó en lo que para los europeos eran nuevas tierras fue registrada por los mismos colonizadores. Hubo brotes que provocaron al menos tres oleadas durante el primer siglo de intercambio entre europeos y americanos: 1526-1527, 1546 y 1558-1559. Y es la manera en que muchos historiadores últimamente tienden a explicar cómo un grupo de apenas unos cientos de soldados españoles sometieron un imperio como el azteca, conformado por millones de guerreros y con conocimientos avanzados de matemática y astronomía, entre otros, pero que relativamente rápido quedó rendido a los pies del león. Podría decirse que se dio una verdadera “guerra bacteriológica” o vírica entre dos pueblos que entran en contacto.

Y no solo América sufrió el virus de la viruela. El famoso capitán James Cook llegó a Hawái, donde moriría tiempo después, en enero de 1778. Vivían en aquellas islas alrededor de 500.000 personas que no tenían contacto con las grandes masas continentales ni con los sistemas inmunológicos de quienes las habitaban. Cook y los suyos transmitieron a los hawaianos una tríada letal: gripe, sífilis y tuberculosis. Cinco décadas después, de aquel medio millón inicial quedaba poco más del 15%, el resto había muerto.

Vector fundamental en la redistribución del poder en el mundo, el virus de la viruela siguió causando la muerte de millones, incluso hacia 1960, justo antes de la difusión de la vacuna. En las décadas siguientes, dejó de ser un asunto de agenda urgente. En 1980, la OMS declaró que la enfermedad estaba erradicada, tras un intenso programa de vacunación; tanto que desde 1983 ni siquiera hace falta vacunar contra la viruela. Se transformó así en la primera enfermedad en ser erradicada de la faz de la Tierra, aunque se conservan algunas cepas en ciertos laboratorios controlados por potencias nucleares. Se ha buscado lograr una segunda erradicación (o tercera si se cuenta como erradicada la peste bovina), y con la polio y el sarampión se estuvo cerca, pero por ahora no se consiguió.

Sarampión: también en las barbas de Pizarro y Cortés

En este hipotético ranking de las enfermedades que más muertos ocasionaron a lo largo de la historia, después de la viruela y de las gripes, es probable que el sarampión esté en el podio. Causado por un virus, unas 200.000.000 de personas fallecieron por el sarampión epidémico. Es considerada una de

Rendición de Cuauhtémoc ante Hernán Cortés. Lámina del Lienzo de Tlaxcala. Elaborado a mediados del siglo XVI, reúne imágenes sobre la participación de los tlaxcaltecas en la conquista como aliados de los españoles.

En el período Edo se imprimieron xilografías coloreadas conocidas como hashika-e o ”imágenes del sarampión”. En esta, varios trabajadores afectados castigan a un dios del sarampión, a un médico y a un farmacéutico, mientras estos dos últimos intentan proteger al dios de los trabajadores. Sōsai Ryōko, 1862.

las enfermedades más contagiosas que existen; se transmite por vía aérea: es decir, por respirar el mismo aire que una persona infectada. Las primeras referencias a una enfermedad que provoca erupciones en la piel son del siglo X, en lo que hoy es Irán, pero un análisis genético publicado en la revista Science mostró que podría haber saltado desde el ganado vacuno hasta unos 1.500 años antes. Lo que hizo un equipo del Instituto Robert Koch (de Alemania) fue reconstruir el genoma del virus a partir de muestras de un pulmón recogidas de una persona que tuvo sarampión en 1912. Lo cierto es que del sarampión no hay referencias en la literatura médica clásica. Hizo su aparición como problema de salud pública recién en la Edad Media y fue transportada por los colonizadores a todo el globo. Como con otras enfermedades epidémicas, comenzó a ser controlada gracias a las investigaciones para desarrollar una vacuna y lograr la adhesión de la población para su aplicación. Fue en 1963 cuando se obtuvo la primera a partir del virus atenuado; unos años después, se popularizó la vacuna triple que incluyó la inmunización contra las paperas y la rubeola. De las 150.000.000 de vidas de niños que salvaron las vacunas en los últimos 50 años, dos de cada tres, casi 100.000.000 se deben a la antisarampionosa (seguida en segundo puesto por la antitetánica, con casi 28.000.000, según divulgó el sitio Ourworldindata en 2024).

Sin embargo, pese a los esfuerzos de autoridades sanitarias y de la OMS, y con la vacuna al alcance de la mano, la erradicación de esta enfermedad resultó difícil. En 2019 se alcanzó el mayor número de casos registrados en 23 años: 869.770. Las muertes por sarampión a nivel mundial aumentaron casi 50% desde 2016, y se estima que solo en 2019, la enfermedad se cobró 207.500 vidas. El problema es la baja adhesión a la aplicación de vacunas.

Una enfermedad de moda

La plaga blanca. Así era conocida la tuberculosis, enfermedad pulmonar causada por una bacteria. También ha convivido con nosotros desde hace milenios, cuando saltó del ganado bovino. Desde entonces, se las ha ingeniado para estar siempre con el ser humano: se la encuentra en la tradición hindú, en la tradición egipcia, en la tradición precolombina, en la China imperial y en la filosófica Grecia. Pero, posiblemente, el punto de mayor impacto sanitario (y cultural) de la tuberculosis haya tenido lugar durante la epidemia europea que asoló a su población desde el siglo XVI hasta el siglo XIX, cuando la industrialización que arrancó en Inglaterra propició su propagación. Lo curioso es que durante aquella época romántica fuera considerada parte de un bagaje artístico que se debía tener, debido a las modificaciones fisiológicas que genera una fiebre moderada permanente. Así fue que la lista de grandes personalidades que padecieron tuberculosis porque “tenían” que tenerla va de Chopin a Poe, y de Katherine Mansfield a Edvard Munch; y en ciertos círculos europeos, quienes no desarrollaban la enfermedad simulaban una palidez tuberculosa. Según anota Susan Sontag, “se pensaba y se piensa

hoy que la tuberculosis produce rachas de euforia, aumento del apetito, un deseo sexual exacerbado”, que “era un afrodisíaco y que confería extraordinarios poderes de seducción”. Lo justo y necesario para el ideal romántico del genio torturado que forja obras inmortales a partir de un cuerpo mortal. En la actualidad, la tuberculosis continúa siendo un problema de salud pública. Según la OMS, el 25% de la población tuvo contacto con la bacteria y la mantiene en un estado latente, a la espera de transformarse en enfermedad (solo lo hace en uno de cada diez casos). Todo un desafío para los nuevos tiempos: la tuberculosis resistente a los antibióticos.

El descubrimiento de Koch

Es el Pasteur alemán, el hombre que estudió los microorganismos que causaban las enfermedades con nuevos métodos. Si bien está asociado para siempre con el descubrimiento de la bacteria que causa la tuberculosis, el bacilo de Koch, también dio con los agentes causales del cólera, y el ántrax o carbunco. Por ende, pudo dar fundadas recomendaciones de salud pública que siguieron las autoridades de su país y salvó millones de vidas. Robert Koch obtuvo el premio Nobel de Medicina de 1905.

Cólera: agua que no has de beber

La historia del cólera es, como la de tantas de estas enfermedades, algo recurrente y se remonta a la Antigüedad, a las civilizaciones griega e hindú. Su primera aparición moderna y fuera de su zona endémica oriental fue en 1817. Durante los siguientes siete años el Vibrio cholerae se extendería hacia países vecinos desde la India, donde nació: Medio Oriente, África occidental, China y Europa; en 1832 llegó a Estados Unidos, en la costa Este, desde Nueva York a Nueva Orleans; las estimaciones hablan de millones de víctimas. El cólera se define por sus ataques intestinales que generan vómitos y un cuadro grave de deshidratación.

Frédéric Chopin, Edgar Allan Poe y Amedeo Modigliani, sus vidas y obras fueron atravesadas por la “peste blanca”.

Mycobacterium tuberculosis resistente a los antibióticos.

Unos años después, también en el siglo XIX, llegó a Londres, donde propició una de las intervenciones de salud pública más célebres de la historia: el médico John Snow detectó, con paciencia y acumulación de datos, en una época donde no estaba claro que las enfermedades eran causadas por microorganismos, que muchas de las muertes se daban en torno a una bomba del servicio de agua londinense. Snow armó una serie de mapas con los lugares donde vivían los pacientes y, sin advertirlo, inauguró la estadística aplicada a la medicina. ¿La conclusión? Un segmento del sistema de aguas municipal tenía las tomas cerca de donde llegaban las aguas servidas y eso causaba una alta mortandad.

Según la OMS, el cólera es hoy “una enfermedad de la pobreza que afecta a las personas con un acceso insuficiente al agua potable y a un sistema de saneamiento básico; los conflictos, la urbanización no planificada y el cambio climático aumentan el riesgo” de contraerla. En el mundo hay entre 1.000.000 y 4.000.000 de casos de cólera por año, y entre 21.000 y 143.000 defunciones por esta causa.

La mañana del 16 de abril, el doctor Bernard Rieux, al salir de su habitación, tropezó con una rata muerta en medio del rellano de la escalera. En el primer momento no hizo más que apartar hacia un lado el animal y bajar sin preocuparse. Pero cuando llegó a la calle, se le ocurrió la idea de que aquella rata no debía quedar allí y volvió sobre sus pasos para advertir al portero.

Albert Camus, La peste

Mapa de la ruta del cólera. John C. Peters, 1885.

No le digan española

Este es otro gran hito en la historia de las epidemias. Unos 20.000.000 de muertos, casi al mismo tiempo en que Europa terminaba aquella Gran Guerra, que después de 1939 sería rebautizada como Primera Guerra Mundial. Era 1918 y se propagó por todos los continentes de la misma manera en que lo hicieron todos los virus hasta la llegada de los aviones comerciales y la globalización: transportada por los soldados. La gripe no se originó en la península ibérica, ni tuvo allí la mayor cantidad de víctimas; pasó a la historia con ese nombre por un equívoco: como la gran mayoría de los países involucrados en la contienda disponían de una férrea censura, solo en España se divulgaba el número de muertes y las dimensiones del desastre sanitario.

Y la “española” –provocada por el virus influenza A H1N1– es apenas una más, una variante, de la gripe que, aunque parezca algo cotidiano, es uno de los virus posiblemente más mortales de la historia. Con una casuística que continúa año a año, con mutaciones o recombinaciones genéticas que requieren cada temporada una nueva vacuna. Y siempre acompañada del temor a alguna variedad como la porcina o la aviar que resulte igual de transmisible y a la vez más letal. De hecho, hubo otras oleadas pandémicas de gripe en 1957-1958, 1968 y 1977. Los sistemas de monitoreo sanitario están continuamente atentos a la posibilidad de una próxima que sea más letal.

Una curiosidad histórico-etimológica: uno de los sinónimos de gripe es influenza (de hecho, de este término deriva su denominación en inglés: flu) debido a que se pensaba que era producida por la “influencia” de las estrellas. Todo esto hasta que Louis Pasteur ganara su batalla y demostrara la existencia de los microorganismos que causan enfermedades.

Un hombre y una mujer se protegen de la gripe con lo que hoy consideraríamos unas curiosas mascarillas. Londres, 1919. Pacientes de la epidemia de gripe de 1918 en el hospital de la base militar Fort Riley, Kansas, donde se registraron los primeros casos.

Cazadores de ratas de la Autoridad Sanitaria del Puerto de Liverpool: el procedimiento preveía sumergirlas en baldes de gasolina para matar pulgas y así controlar la peste. Fotografía, 1900/1920.

Corte coronal a través de los ganglios basales del cerebro de un niño con encefalitis por sarampión.

Un misterio llamado encefalitis

Como vino se fue, y para algunos se trató de una consecuencia más de la gripe de 1918. Llegó y arrasó con alrededor de 500.000 vidas, a las que segó o mantuvo aletargadas de forma impiadosa, en ciertas ocasiones, durante décadas. Once años después, se apagó repentinamente. El extraño caso de la epidemia de encefalitis letárgica es uno de los misterios médicos que cada tanto reaparecen y dejan a los expertos todavía con la boca abierta, con hipótesis dando vueltas y el temor de que pueda volver. Como otras tragedias, además, dio un par de obras maestras.

Se inició en 1916, cuando médicos europeos, en medio de la Primera Guerra Mundial, detectaron pacientes con inusuales síntomas neurológicos que diagnosticaron indistintamente como meningitis, delirios o esclerosis. Fue un especialista vienés llamado Constantin von Economo, quien advirtió que se trataba de algo diferente. En 1917 escribió sobre la “encefalitis letárgica”, una cierta inflamación de esa parte del cerebro que dejaba a la gente sin tonicidad, como muertos en vida, aletargados, según cuenta en detalle una revisión de la revista Brain publicada en 2017.

En 1919, y como consecuencia del movimiento de tropas más allá del continente europeo, el virus había generado víctimas en lugares tan distantes como Centroamérica o la India. A medida que se sumaron casos, se añadieron síntomas en la fase aguda, como movimientos oculares extraños que hicieron pensar en los típicos del mal de Parkinson, y psiquiátricos, como cambios en el estado de ánimo, euforia y alucinaciones. Pero lo central era el estado de catatonia que dejaba a los pacientes como desprendidos del mundo. La hipótesis principal es que se trató de un virus no detectado, pero lo cierto es que no se sabe. Tampoco están claras las vías de contagio. Lo singular es que, tras la epidemia de COVID, los neurólogos volvieron a preocuparse por la encefalitis letárgica debido a esta posible relación entre los virus epidémicos (gripe entonces, SARS-CoV-2 ahora). El asunto escaló y hasta se habló del tema en el Congreso Mundial de Parkinson de 2022, realizado en Londres.

Aquellos despertares

En 1969, un joven médico inglés se instaló en la costa Este de Estados Unidos. Estaba interesado en asuntos neurológicos y en el hospital Mount Carmel, de Nueva York, se encontró con pacientes que habían tenido la gripe de 1918 y padecían como secuela encefalitis letárgica. Y se le ocurrió que podía darles L-dopa, un precursor de la dopamina hoy usado, por ejemplo, contra el Parkinson. Lo que vivió los siguientes meses fue increíble: pacientes aletargados durante décadas volvieron en sí, hablaron y caminaron. El médico –que luego se transformaría en uno de los escritores científicos más importantes del último siglo– se llamaba Oliver Sacks. Escribió la historia en un libro fascinante llamado Despertares (publicado en 1973), cuyos derechos compró después Hollywood para llevar la historia al cine en 1990 con Robin Williams y Robert De Niro en los papeles estelares.

Polio, una pesadilla con final

Hay evidencia de que la poliomielitis existía en la Antigüedad (por jeroglíficos egipcios, por ejemplo), pero recién en el siglo XIX se dieron los primeros brotes epidémicos. Y atacó duramente en varias oleadas durante el siglo XX, como en la década de 1950 cuando solo en Estados Unidos hubo más de 20.000 casos de polio paralítica, lo que obligó a una generación de niños a estar alejados de piletas, cines y otros lugares públicos por temor al contagio. Como provoca una debilidad que puede impedir el normal funcionamiento de los pulmones, se crearon máquinas que respiraban por las personas y en las que se introducían los enfermos: los tristemente célebres pulmotores. El desarrollo de las distintas vacunas de Albert Sabin y de Jonas Salk redujeron el miedo notablemente y el virus solo permanece en algunos sitios, como Nigeria y Pakistán, donde la resistencia a la vacuna está enmarcada dentro de un contexto político y religioso particular. Desde 1994, se la considera erradicada de las Américas.

El primer caso de polio de aquel verano se produjo a comienzos de junio, poco después del Día de los Caídos, en un barrio italiano pobre que estaba en el otro extremo de la población donde nosotros vivíamos. En el ángulo sudoeste de la ciudad, en el barrio judío de Weequahic, apenas nos enteramos, como tampoco oímos hablar de la siguiente serie de casos. desperdigados por casi todos los barrios de Newark excepto el nuestro.

Comienzo de la novela Némesis, de Philip Roth

Como Oliver Sacks, el doctor Malcolm Sayer (Robin Williams), decide utilizar un medicamento nuevo para tratar a sus pacientes con encefalitis letárgica, en esta escena, a Leonard Lowe (Robert de Niro). Despertares (1990).

Niña recibiendo una dosis de la vacuna oral contra la polio, en la India, 2011.

Rent es un musical con libreto, música y letra de Jonathan Larson. Un grupo de jóvenes bohemios que luchan por salir adelante en el Alphabet City neoyorquino de principios de los 90, bajo la constante amenaza del VIH/sida. Cartel, Broadway, 1996.

La peste de 40 años

La historia del virus de inmunodeficiencia humana (VIH) se remonta al África y todo su devenir tiene puntos de contacto con la última pandemia de COVID. A principios de la década de 1980, los médicos comenzaron a hallar personas que tenían un compromiso en su sistema inmunológico con características nunca vistas. Se pensó que podía ser un tipo diferente de cáncer, hasta que un equipo del Instituto Pasteur encabezado por Luc Montagnier y Françoise Barré-Sinoussi identificó y halló al virus causante de lo que se conocería como sida.

Luego se trazó el recorrido inverso para detectar su procedencia. Como en un juego detectivesco, se halló que el VIH saltó de los chimpancés (que conviven desde hace milenios con el virus de la inmunodeficiencia de los simios, VIS) a los humanos, probablemente en fecha tan temprana como la década de 1940 por el contacto que en las selvas africanas hay entre humanos y monos. Un salto vírico no tan grande si se piensa que Homo sapiens y Pan troglodytes (nombre científico del chimpancé) comparten un 98% de genes.

Los números son aterradores: el sida causó la muerte de alrededor de 40.000.000 de personas y otras tantas son hoy portadoras del virus; dos de cada tres, en África. Por su cualidad de afectar a las células del sistema inmunológico, el VIH mostró ser difícil de derrotar para quienes intentaron una vacuna durante buena parte de los más de cuarenta años que llevamos de epidemia. Lo que sí logró la ciencia fue generar antirretrovirales que mantienen a raya el progreso de la enfermedad. Sin embargo, aún permanece alto el nivel de transmisión. Se calcula que 140.000 argentinos son portadores del virus y más del 10% (unos 17.000) no lo saben porque no se hicieron el test correspondiente. Más aún, esa sensación de que el sida ya no es un problema genera comportamientos que promueven el aumento de los casos de sífilis, hepatitis B y otras enfermedades de transmisión sexual por el uso inexistente o ineficiente del preservativo.

La OMS lleva adelante un plan para que durante 2025 se logre que el 95% de las personas que viven con VIH reciba un diagnóstico, el 95% de ellas siga tratamientos antirretrovirales, y que el 95% de las personas que viven con VIH supriman la carga vírica, “tanto para beneficio de su salud como para disminuir la transmisión”, destacan. Hasta este momento, se conocen tres pacientes que se curaron de sida, es decir, que no tienen trazas del virus en su cuerpo. Se siguen estudiando los casos para terminar de saber por qué, y generar quizá, ahora sí, una terapia definitiva.

SARS-1, la precuela, y gripe A

Durante el siglo XXI dos epidemias distintas pero controladas fueron el anuncio de lo que vendría en 2020 con la pandemia de coronavirus. Primero fue el SARS (síndrome respiratorio agudo grave, por sus siglas en inglés). Hacia fines de 2002, médicos de Hong-Kong y Singapur detectaron en varios pacientes una neumonía atípica, que no reconocían y que rápidamente provocaba la muerte. Luego se supo que el virus había saltado hacia los humanos desde un mamífero llamado civeta que vive en el Sudeste Asiático y se utiliza como alimento. Si bien tuvo una tasa de letalidad mucho más alta que su hermano de 2020 (11% en comparación con menos del 1% del SARS-CoV-2), su transmisión se limitó a menos de 9.000 casos registrados, aunque se dispersó por cuatro continentes en los escasos nueve meses que duró.

Luego, en 2009, la OMS declaró pandemia una gripe. Se la llamó “gripe porcina”, porque contenía genes de la influenza porcina, y luego “gripe mexicana”, porque allí se la detectó por primera vez, hasta que se advirtieron los problemas de discriminación que podía generar. Entonces se adoptó la más aséptica denominación de gripe A variante H1N1; provocó unas 200.000 muertes en todo el mundo y se ensañó con jóvenes y embarazadas, a diferencia de otras gripes y del COVID. En 2010, la OMS declararía el fin de la emergencia y esta gripe circula ahora entre una población mayormente inmunizada.

Una década después, se nos plantearía un desafío extraordinariamente mayor para la salud y la ciencia, un desafío que requeriría, como nunca, trabajar en equipo y sin fronteras para lograr superarlo.

Representación de las estructuras de la proteína de la espícula del SARS-CoV.

Argentina, las enfermedades que nos cambiaron

El puerto del fin del mundo, la última capital. Por más que su distancia geográfica respecto de Europa y Asia, que siempre fueron “centro del mundo”, sea una de las características históricas del Río de la Plata, el país no pudo escapar a la globalización de las epidemias que se dio desde la llegada de los colonizadores a estas tierras. Tarde o temprano fue parte del sistema y sufrió los azotes de la viruela, la fiebre amarilla, el sarampión, el tifus, la lepra y otros males que pusieron en riesgo al resto del mundo, así como de algunas enfermedades autóctonas, por ejemplo, la fiebre hemorrágica que provoca el virus Junín. Es más, con la hiperconexión que se dio a partir del siglo XX, la Argentina sufrió casi en tiempo real las diferentes olas de gripe, la pandemia de VIH-sida y la de COVID que arrinconaron al resto de la población mundial. Por distintas circunstancias, mantuvo en cero su contador de casos de los coronavirus anteriores, el SARS-CoV-1 y el MERS manifestados sobre todo en el Sudeste Asiático y el Medio Oriente). No cabe duda de que hoy impera la conexión total: el mundo es uno y, así como no hay fronteras que detengan la circulación de bienes y personas, tampoco interrumpen el rumbo de las enfermedades infecciosas.

Basta con remontar aguas arriba los ríos de la historia, para advertir que hubo una que fue un hito en la salud pública local. La fiebre amarilla reorganizó la capital del país, modificó líneas de ferrocarril y hasta la forma en que se pensaba la salud pública, ya que promovió la construcción de hospitales, un notable déficit de aquella época. Desde entonces, tras la confirmación de los hallazgos en microbiología llegados desde Europa y su impacto en la práctica médica, se conocieron aquí también los beneficios de los cuidados que comenzaron a aplicarse en los países centrales. Conocer transforma la medicina y entender cómo se transmiten las enfermedades también reorganiza las sociedades. Así, se pusieron en marcha muchos cambios que mejoraron la calidad de vida. Desde el tratamiento de la basura, de los residuos cloacales y los sistemas de provisión de agua, hasta la prevención con médicos de familia y la difusión de la vacunación –que tuvieron gran desarrollo durante el siglo XX, después de su tímido inicio en el siglo anterior–, o las mejoras en nutrición. Todo eso promovió transformaciones demográficas, descenso progresivo de la tasa de mortalidad infantil y aumento de la expectativa de vida.

La “revista de la Patria” muestra que la profilaxis contra la gripe denominada “española“ era muy similar a la sugerida por los médicos durante el reciente coronavirus que apareció en 2019. “Profilaxis contra la gripe”, Caras y Caretas, 2 de noviembre de 1918.

Buenos Aires a vista de pájaro, litografía de Jean Desiré Dulin, ca. 1865. En el centro, el edificio de la Aduana Taylor (o Aduana Nueva), con su muelle. En el río, carretas para el desembarque de pasajeros y mercaderías, así como navíos a vela y a vapor. Esta ciudad puerto recibirá los azotes de la fiebre amarilla y luego de ella cambiará para siempre.

Para la Argentina, como para muchos países, el siglo XX fue el del gran progreso médico. Y también fueron décadas en las que se construyó el último escalón de la integración de los países: se comprendió que, ante la amenaza de epidemias, era indispensable coordinar las respuestas con otras naciones. En un primer paso, con las de la región y, luego, con el resto del mundo. Como concreción institucional de esas necesidades se crearon la Organización Panamericana de la Salud, que dicta guías y protocolos de intervención, además de intervenir activamente, por ejemplo, en la compra de vacunas, y la Organización Mundial de la Salud (que había tenido como antecedente la Conferencia Sanitaria Internacional de París en 1851, organizada por temor al cólera, entre otras reuniones que se sucedieron durante el siglo XIX). Los problemas globales debían atacarse globalmente. Pero la Argentina también tuvo los suyos propios.

Las primeras oleadas

Nuestro país se constituyó como nación en sucesivas oleadas migratorias llegadas desde el Norte, que ingresaron por el puerto de su futura capital (célebre por haber sido fundada dos veces) y que se instalaron en un territorio ocupado por grupos dispersos de indígenas, que acá tampoco escaparon al destino sufrido en otras latitudes, ya que fueron vulnerables al ataque de los microorganismos que portaban los europeos. Así fue como, a principios del siglo XVII, la fiebre tifoidea, causada por la bacteria salmonela, mató a alrededor del 50% de los apenas 1500 habitantes que tenía Buenos Aires. Todavía no se había creado el Virreinato del Río de la Plata y la ciudad, que dependía del lejano Virreinato del Perú, tambaleaba. No fue el único desafío grave de salud que debieron enfrentar esos pioneros, según muestran los cronistas de la época. Los brotes epidémicos estallaban por lo general tras la llegada de buques “negreros” que estaban sobrecargados de esclavos transportados en condiciones inhumanas, sin

buena provisión de agua potable y mal alimentados, situación ideal para la proliferación de bacterias y otros patógenos. Meses después, el cólera llegó incluso a Córdoba y Tucumán, a bordo de carretas y caballos. Buenos Aires sobrevivió y la documentación disponible muestra que en 1717 hubo otro duro golpe epidémico, de un virus o una bacteria que no se ha podido establecer, pero que por distintos relatos se especula que podría haber sido la fiebre tifoidea. Cuentan los investigadores Silvana A. Gómez y Lucas Andrés Masán, en Nuevo Mundo. Mundos Nuevos, que las enfermedades llegan por las aguas a esta parte del globo. En esos días se creía que se propagaban por “miasmas”; es decir, por “una combinación de factores atmosféricos que incluían la existencia de focos insalubres y la corrupción de elementos como el agua, el aire o la atmósfera”. Se consideraban los miasmas como “efluvios malignos, enfermedades que podían emanar de cuerpos enfermos, cadáveres, aguas estancadas o basurales”. Los científicos agregan que “con el avance médico-científico occidental, el desarrollo de la técnica y el advenimiento de las distintas epidemias durante la segunda mitad del siglo XIX, paulatinamente se fue conformando un nuevo paradigma que comenzó a explicar las enfermedades de otra manera. Pues con la llegada de los ‘cazadores de microbios’ hacia finales del siglo XIX, se demostraría que muchos de estos padecimientos eran ocasionados por minúsculos agentes llamados microorganismos. Es a partir de allí, precisamente en las décadas de 1870 a 1890, donde la bacteriología moderna comienza a ser decisiva”.

Como en otros sitios de América y del resto del mundo, la viruela fue protagonista de la cruzada contra los indígenas que encabezó Julio Argentino Roca desde 1878, conocida como “Conquista del Desierto”. Los números son elocuentes. Cuenta la historiadora María Silvia Di Liscia que en 1879 habían ingresado al Hospital San Roque de Buenos Aires 171 mujeres con viruela, de las cuales 80 eran “indias”. La mortandad fue del 38,8% en las indígenas y solo del 11% en el resto. Poco después, en 1886, se hizo obligatoria la vacunación en Buenos Aires (y en 1906 para todo el país).

La viruela, sin embargo, era una enfermedad endémica en el Río de la Plata desde hacía mucho tiempo. Había atacado la ciudad-puerto ya muy pronto tras su fundación: en 1605; hay documentos que prueban que también se presentó en 1621, 1660, 1701 y quizás 1717. Ya desde 1805 se pudo prevenir con la vacuna, apenas nueve años después de la primera inmunización europea de Edward Jenner, aunque este procedimiento tardó muchos años en ser obligatorio por ley.

Cuenta Daniel Herrera en Buenos Aires Historia, que “Ante la contundencia de la epidemia, que poco a poco se apoderaba de la ciudad, y atendiendo los reclamos de la opinión pública, el presidente Sarmiento (1868-1874) tomó la resolución, a mediados de febrero de 1871, de ordenar el cese de las actividades de los mataderos y saladeros apostados a las orillas del Riachuelo, a partir del primero de marzo, y hasta que la epidemia fuese erradicada. Con esto se buscaba combatir ‘aquellas cosas que puedan infeccionar el aire que respiramos’, contando ‘en primer término los Saladeros y el Riachuelo de la Boca’, responsables, según se creía, del brote epidémico”.

Detección de salmonela mediante células epiteliales humanas, tipo 2. La bacteria fue responsable de la muerte de la mitad de la población de Buenos Aires a principios del siglo XVII.

Muestra de piel vista a aumento medio. Se aprecian múltiples Mycobacterium leprae presentes.

El último bien de Hansen

En General Rodríguez, cerca de Luján, hay una institución de otra época que persiste, aunque actualmente, “reconvertida”. Se trata del Hospital Nacional Baldomero Sommer. Inaugurado el 21 de noviembre de 1941 en cumplimiento de la Ley de profilaxis de la lepra, junto con otros cuatro establecimientos ubicados en las provincias de Misiones, Córdoba, Chaco y Entre Ríos, funcionó como albergue de las personas que padecían el Mal de Hansen. Recién en 1983 la “ley de la lepra” eliminó el aislamiento obligatorio. En el Sommer llegaron a vivir unas 2300 personas sin contacto con el resto de la sociedad. Eran desamparados, estaban inermes y sufrían el estigma de una patología temida e incomprendida.

Sarampión: un mal contenido

Fue la probable causa de la primera epidemia importante de los territorios que conformarían la Argentina, en 1685. Invadió en seis oleadas durante el siglo XVIII y un par más registradas en 1800 y 1822. Sin embargo, en el imaginario popular, el sarampión no integraba el grupo de las enfermedades infectocontagiosas más temidas. Al menos, así lo creía un secretario del Consejo de Higiene, una suerte de Ministerio de Salud de aquellas épocas, Manuel Augusto Montes de Oca, quien sostuvo en su tesis de doctorado de 1854 que “las únicas epidemias que visitaban con frecuencia nuestro país eran la viruela, la escarlatina, el sarampión y el coqueluche; siendo el sarampión la más benigna de todas; frecuente en la niñez y la juventud”. Esta patología caracterizada por erupciones en la piel, y muy extendida y peligrosa entre los niños antes de la vacunación, requirió incluso la clausura de es-

Sarampión. Lanzamiento binacional de la 12ª Semana de Vacunación de las Américas en las ciudades de Salto (Uruguay) y Concordia (Argentina), 27 de abril de 2014.

cuelas para una “desinfección general de los locales y mobiliario por medio del ácido sulfuroso y blanqueo de las paredes”, según decía en 1889 la publicación El Monitor de la Educación. También se sufrió por estas tierras en el siglo XX. La vacunación en el país comenzaría en 1965, pero al principio las coberturas fueron bajas, lo que dio lugar a un brote epidémico en 1968. Recién desde 1972 se puso en práctica un programa de vacunación masiva y los casos cayeron abruptamente. Tres años después, dejó de haber picos epidémicos. Luego, la Argentina solo tuvo casos esporádicos, siempre relacionados con brechas en la cobertura vacunatoria, que debería estar por encima del 95% para impedirlos. Entre 1996 y 1998, tras ingresar por la frontera con Brasil, se registró otro brote con miles de notificados que llegó a las tapas de los diarios.

Una tormenta (amarilla) perfecta

Se recuerda la peor, la de 1871, pero la fiebre amarilla tuvo varias oleadas en el país desde 1852. La última llegó por dos vías, relacionadas ambas una vez más con la guerra: por la clásica de la navegación marítima, cuando en Río de Janeiro arrasaba y era endémica, pero también por la fluvial, desde Asunción del Paraguay, que también la había “importado” desde Brasil tras el regreso de las tropas derrotadas en la Guerra de la Triple Alianza. Antes de llegar a Buenos Aires, donde modificaría la ciudad para siempre, había dañado fuertemente

Las clases altas abandonaron el centro histórico y se desplazaron al norte huyendo de la fiebre amarilla. Sus residencias se convirtieron en precarias viviendas comunitarias de inmigrantes.

Teatralización de la fiebre amarilla. Una mujer enferma, el esposo y el médico en una pieza de conventillo.

Ilustración. Éxodo de la ciudad frente a la “tormenta“ amarilla.

Corrientes, lugar clave de la organización de tropas argentinas, brasileñas y uruguayas que atacaban al Paraguay. Allí se llevó a unas 2000 personas de una población de 11.000. A principios de ese 1871, Corrientes había quedado casi despoblada, incluso sin empleados en las dependencias oficiales: faltaron sepultureros y tuvieron que abrirse fosas comunes.

Muy poco después, llegaría a la capital del país. La crónica es precisa respecto de cuándo empezó y dónde se ubicaron los primeros casos: fue el 27 de enero de ese año, en medio de un verano cálido y húmedo. El Consejo de Higiene Pública de San Telmo registró tres casos en los conventillos de Bolívar 392 (entre Cochabamba y San Juan) y en Cochabamba 113 (entre Bolívar y Perú). Pero los médicos estaban a ciegas: no tenían idea de qué era lo que causaba la enfermedad, a la cual relacionaban vagamente con la falta de higiene. Pasó un tiempo hasta que se identificó que el culpable de transmitir un arbovirus patológico para los humanos era el mosquito Aedes aegypti (aunque no es la única especie que lo hace). Se trata de un mosquito que vive en las casas (el anófeles de la malaria prefiere los pantanos). Quien hizo la relación causal en 1881 fue Carlos Finlay, en su Cuba natal, donde la fiebre amarilla también era endémica. Como le pasó a Louis Pasteur, le costó ser escuchado. Sus argumentos no terminaban de generar consenso entre sus colegas, que tardaron en aceptar las evidencias.

Ese verano de 1871, Buenos Aires perdió casi 10% de su población de 180.000 habitantes, unos 14.000 porteños. El número se conoce con precisión porque en 1869 se había hecho un censo que arrojó poco más de 1.800.000 para todo el país. El exceso de mortalidad –concepto que permite medir el impacto de un patógeno comparando las muertes en un lugar y período determinado con las ocurridas en promedio antes de ese episodio– fue de 300%. Para comparar: durante la pandemia de COVID el exceso de mortalidad fue de 18% para el período 2020 y 2021. Aquel año terminó con 20.748 muertos en la ciudad, contra los 5.886 del año anterior, y los 5.982 de 1869. Un verdadero desastre. El médico e historiador Miguel Ángel Scenna lo definió así: “Si deseáramos encontrar pares al azote de 1871 tendríamos que remontarnos a las epidemias europeas de la Edad Media”.

“El caos fue tan grande que el puerto interrumpió sus actividades; los que pudieron, huyeron, incluidos muchos médicos, y en muchos casos los muertos quedaron en sus hogares sin que hubiera nadie para enterrarlos”, escribió por su parte Hugh Warneford-Thomson. Prácticamente no quedó casa en el sur de la ciudad que se librara de la enfermedad, lo que llevó a la creación del cementerio de la Chacarita. Es difícil exagerar el impacto de ese primer semestre; debió llegar el 2 de junio para que no hubiera bajas por la epidemia en la ciudad.

Además de los conflictos armados con su cortejo de penurias, existe una explicación demográfica para la violenta expansión de esa epidemia: entre 1850 y 1870, la población de Buenos Aires se había triplicado, pero no así su infraestructura, por lo que los inmigrantes europeos que llegaban escapando de las pésimas condiciones que imperaban en el Viejo Continente

vivían más apiñados, no había desagües de lluvia, tampoco cloacales, y la basura se desechaba a cielo abierto. Fue entonces que nacieron los célebres conventillos (oficialmente llamados inquilinatos) en los que vivían familias enteras apiñadas en pocos metros cuadrados, con baños comunes o, a veces, ni siquiera eso.

Pese a la deserción de los responsables de Salud y funcionarios, que insólitamente incluyó al propio presidente Domingo Sarmiento, que se fue a Mercedes, algunos médicos heroicos alcanzaron a describir los síntomas. Después de unos 12 días de incubación, aparecía una fiebre altísima, de más de 40°, dolor de espalda, ojos inyectados de sangre, cefaleas, vómitos y el típico color amarillento. A quienes superaran el momento crítico, les esperaría una lenta recuperación. Hoy la fiebre amarilla se mantiene restringida gracias a la vacuna, que desarrolló en 1937 el virólogo sudafricano Max Theiler, luego Premio Nobel de Medicina, tras intentos fallidos de otros investigadores, y es en Argentina apenas un mal recuerdo cuyas huellas quedaron dispersas por los barrios de su capital.

Un episodio de la fiebre amarilla en Buenos Aires, ca. 1871. Óleo sobre tela del pintor uruguayo Juan Manuel Blanes. Gracias al parte policial del comisario Lisandro Suárez, se sabe que la mujer en el piso era italiana, se llamaba Ana Brisitiani y vivió en un conventillo de la calle Balcarce hasta encontrar su trágico fin el 17 de marzo de 1871. El abogado Roque Pérez y el médico Manuel Argerich, poco tiempo después de ser pintados por Blanes, serían también víctimas de la enfermedad.

en su adultez. Desde 1904 el Hospital de Enfermedades Infecciosas de la ciudad de Buenos Aires lleva su nombre.

Ratón silvestre en el bosque, vector del hantavirus.

Muñiz, una figura monumental

La vida y la muerte de Francisco Muñiz estuvieron cruzadas por las epidemias y por el amor a la patria que vio surgir a sus quince años. Nacido en 1795, ya estaba retirado cuando la epidemia de fiebre amarilla golpeó a las puertas de Buenos Aires y no dudó, a sus 75 años, en asistir a sus vecinos; se contagió y falleció el 8 de abril de 1871, el día de máxima mortandad en la ciudad. Antes, había sido uno de los pioneros en usar la vacuna antivariólica en el Río de la Plata, por lo que fue nombrado miembro de la Sociedad Jenneriana de Londres: vacunó a una de sus hijas y a más de 20 personas en fecha tan temprana como 1844. Mantuvo intercambios con Charles Darwin, quien lo cita cuando habla de la adaptación de un tipo de vaca (la vaca ñata). También participó en la lucha contra la epidemia de cólera, organizando en 1866 la respuesta que se le daba en la provincia de Corrientes con hospitales montados especialmente para ese fin. Cuando no era médico de celebridades (atendió a Juan Manuel de Rosas), ni militar (participó en varios conflictos bélicos de la época desde que a los 11 años se instruyó para repeler las invasiones inglesas), ni diputado (fue elegido en 1853), se dedicaba a buscar fósiles (descubrió, por ejemplo, un caballo extinguido y un tipo de tigre), a tal punto que el mismísimo Florentino Ameghino lo bautizó como “padre de la paleontología argentina”.

Las hemorrágicas

La fiebre hemorrágica argentina tiene características epidémicas, pero con la particularidad de estar confinada geográficamente a la zona central del país (Buenos Aires, Córdoba, Santa Fe y La Pampa), el núcleo de la actividad agropecuaria. Transmitida por el virus Junín, aislado en 1958, causa intensas fiebres y fallos de múltiples órganos, y su mortalidad puede alcanzar el 30%. El vector es una especie de laucha o ratón que se alimenta de maíz. Antes de la introducción de la vacuna, en la década de 1990, era responsable de entre 500 y 1000 casos anuales de mal de los rastrojos, como también se lo conocía, y luego se pasó a menos de 20, todos en personas no inmunizadas. Cuando se carecía de inmunización, para tratar a los enfermos, Julio Maiztegui empleó exitosamente la estrategia conocida como “transfusiones de plasma de convalecientes” (que volvió a ensayarse durante la última pandemia, aunque sin evidencias de efectividad). En honor de su trabajo incansable, el Instituto Nacional de Enfermedades Virales Humanas de Pergamino lleva su nombre.

También por roedores silvestres se transmite el hantavirus, que provoca un síndrome cardiopulmonar en el continente americano. El microbio, que no ocasiona síntomas en los animales, se presenta en orina, saliva y heces de los roedores, y cuando el humano entra en contacto con ellas o sus aerosoles, puede contraerlo. Sus síntomas iniciales son similares a los de una gripe. Se reportan unos cien casos anuales; en especial, en la zona de la Patagonia donde es endémico el ratón colilargo que la transmite.

Retrato del doctor Francisco Javier Muñiz

Cuando las gripes son epidemia

También desembarcó en la Argentina, en distintas oleadas, según reconstruyó Adrián Carbonetti, investigador de la Universidad Nacional de Córdoba. Como en otros lugares, la primera noticia que llegó a estas costas fue lo que sucedía en España, hacia mediados de 1918, y luego en el resto de Europa. En un principio fue apenas una curiosidad en una tierra (todavía) preocupada por la viruela, la sífilis y la tuberculosis. Unos meses después, el panorama cambió. Ya en octubre de ese año se dieron los primeros casos y hubo unos 2200 muertos, ocho veces más que los provocados por la gripe estacional. Como suele suceder, la segunda oleada fue la peor: golpeó fuerte durante el invierno del año siguiente y atacó con más ferocidad en el norte del país; Jujuy y Salta. Causó casi 13.000 muertes, cinco veces más que el primer brote (hay fuentes que estiman que este número es conservador y podría ser hasta el doble). Sin embargo, hacia septiembre de 1919, solo subsistía en Santiago del Estero; se fue tan rápido como vino. De manera similar a lo que ocurrió con la epidemia de fiebre amarilla, esta gripe aceleró medidas y legislación de salud bajo el paradigma higienista, lo que mejoró las condiciones sanitarias de ciudades como Rosario, San Miguel de Tucumán y Salta. Como ocurriría un siglo más tarde con el COVID, durante los momentos con más enfermos, se restringieron las actividades públicas.

Pero la “española” no fue la única gripe epidémica. Como efecto colateral de la creciente interconexión mundial, antes había llegado al país la llamada “gripe rusa” de 1889. En 1892 causó 182 muertes en la ciudad de Buenos Aires, según un trabajo contemporáneo de Leónidas Facio.

En 1957, también nos llegó una oleada de la llamada “gripe asiática”, causada por el virus de la influenza H2N2, que en el país fue casi una continuidad de la crisis sanitaria que había provocado la polio. Llegó por barco hasta Chile, afectó mucho a la población de Mendoza, donde forzó un cierre de escuelas y provocó hasta 40% de ausentismo laboral, y desde allí se dispersó al resto del continente. La siguiente, poco más de una década más tarde, fue conocida como la “gripe de Hong Kong”, H3N2, la última escala antes de la pandemia de 2009.

Polio: las máquinas respiraron

Cuando un microorganismo patógeno se ensaña con los chicos, las sociedades entran en pánico. Fue lo que ocurrió con el virus de la polio. En la Argentina, atacó por primera vez en 1906, con un brote importante en 1936, año en que el pediatra Juan Pedro Garrahan alertó sobre su potencial capacidad epidémica. Dos años antes había habido un brote en Santa Fe con casi 1000 casos, la misma cantidad que en Buenos Aires, más unos 100 en Tucumán y 42 en Santiago del Estero.

Pero sin dudas su irrupción más atemorizante fue la de 1956, cuando hubo más de 6500 casos notificados y un terror generalizado que llegó a afectar la vida cotidiana. Los primeros enfermos se detectaron en enero de ese año. Cuenta Abel Luis Agüero, del Instituto de Historia de la Medicina de la Universidad de

El tango también dejó testimonio de aquellos días. “La Grippe, tango contagioso“, de Antonio Viergol y Alfredo Mazzucchi.

Representación en 3D de cápsides (envoltura proteica) del virus de la polio (en color violeta).

Ezeiza. Llegada y descarga de gammaglobulina, 17 de marzo de 1956.

La Argentina sufrió reiterados brotes de polio desde 1906. Recién en 1957 se produjo la primera experiencia de inmunización masiva con vacuna a virus muerto de Jonas Salk.

Buenos Aires, que “en Buenos Aires, las 140 camas disponibles para esta enfermedad en el Hospital Muñiz no dieron abasto, y lo mismo ocurrió en el recién creado Centro Municipal de Rehabilitación”. Al principio, el gobierno dictatorial del momento negó la epidemia, pero la realidad y el índice de contagiosidad pudieron más. “La población debió atravesar entonces una etapa de gran desconcierto: no se conocía popularmente casi nada acerca de la polio, salvo sus terribles secuelas. Así pues, espontáneamente en la capital y en muchas ciudades de provincias, la comunidad empezó por sí sola a extremar las medidas de higiene, a encalar los cordones de las aceras, a colocar bolsitas con alcanfor en la ropa interior de sus hijos, a confiar en los vahos con eucaliptus y otras medidas similares”, agrega Agüero en un trabajo publicado en 2020 en la Revista Argentina de Salud Pública. A falta de ciencia, soluciones mágicas, como cuando se le teme a algo que se desconoce.

Pero no fueron los rituales ni los curanderos, sino la ciencia médica la que derrotó al virus. En 1957, con las sucesivas campañas de vacunación, empezó a quedar atrás el problema. La polio se erradicó de la Argentina en 1984; una década después, el mismo triunfo se logró en el resto del continente. En general, la enfermedad se cursa como una gripe común, con dolor de cabeza y malestar, pero de acuerdo con la gravedad del cuadro pueden verse afectadas las neuronas motoras, y hasta los músculos respiratorios, que pierden la capacidad de contraerse para que ingrese aire a los pulmones, lo que genera insuficiencia respiratoria. Una máquina conocida como “pulmotor” suple la función de los músculos afectados. Se trata de un cilindro donde se introduce al paciente, se sella de manera hermética y el cuerpo queda aislado de la cabeza; un mecanismo de fuelle genera presión negativa que expande el tórax, y hace que el aire ingrese por la nariz y la boca; y también por diferencia de presión vuelve a salir. Si falla la conexión eléctrica, el pulmotor debe ser activado de manera manual para que el paciente siga respirando. Hubo miles de niños confinados a ese destino que, sin embargo, continuaron su vida de manera relativamente normal.

Cólera

Sin respiro, unos cuatro años luego de la aparición de la fiebre amarilla en Buenos Aires, se sufrió una fuerte epidemia de cólera, que se benefició de las mismas condiciones sanitarias que favorecieron la proliferación del mosquito Aedes aegypti. También ocasionó centenares de muertos y se la relacionó con la Guerra de la Triple Alianza, ya que una vez más los soldados fueron los más afectados. Solamente en Curuzú Cuatiá, hubo 4000 enfermos de los que murieron 2400: más que los fallecidos en combate. Después, Rosario y finalmente a Buenos Aires sufrieron el brote que mató a Marcos Paz, entonces vicepresidente de la república, también Catamarca, Río Cuarto, Mendoza. Una vez identificado al origen del problema, la bacteria Vibrio cholerae, que ataca el sistema digestivo, Buenos Aires sancionó una ley para, mediante un impuesto especial, realizar obras de agua potable, como la construcción de una planta en la Recoleta. Sin embargo, siguió habiendo cólera en Buenos Aires hasta 1895, cuando empezó a dar frutos un mejor ordenamiento de la ciudad y el mencionado saneamiento de las aguas. Más o menos al mismo tiempo, se aplicaron cuarentenas a los barcos que llegaban al puerto con sospechosos de padecerla a bordo. Sin embargo, el cólera volvió y se propagó en las provincias. Como consecuencia, los gobernantes modernizadores impulsaron la creación de hospitales y centros de atención. El último episodio importante se registró en 1915, antes de que, muy recientemente, en los años noventa, un nuevo brote dejó en evidencia que todavía el acceso a la modernidad era incompleto para buena parte de la población argentina. Hace tres décadas, atacó a todo el continente americano, con las excepciones de Uruguay y Canadá, y produjo en total más de un millón de casos y decenas de miles de muertes, 4500 de las cuales se dieron en el territorio nacional.

Ilustración extraída del informe del Comité de Investigaciones Científicas de la Junta General de Salud británica (apéndice), en relación con la epidemia de cólera de 1854.

Cándido López, Vista interior de Curuzú mirado de aguas arriba (norte a sur) el 20 de septiembre de 1866, muestra los momentos previos a la marcha del ejército argentino a tomar posiciones para el ataque a la trinchera de Curupaytí. Óleo sobre tela, 1891.

Una desagradable noticia tengo que darle. Parece que el cólera nos visita también este año. Han ocurrido ya varios casos en el hospital de hombres, en el del Retiro y en diversos puntos de la ciudad. La alarma empieza a hacerse sentir. Espero todavía que Dios nos libre del flagelo… Todos los que pueden huyen al campo, el pueblo va quedando solo.

Marcos Paz, que moriría de cólera el 3 de enero de 1868, en cartas al presidente Bartolomé Mitre, el 4 y el 18 de diciembre de 1867, citado por Miguel Ángel Scenna.

Con A, de Argentina

La gripe A (H1N1), primero denominada “gripe porcina”, golpeó más en la Argentina que en cualquier otro país, quizá junto con México, en el invierno de 2009. Generó unos 12.000 casos y 600 muertes, y un impacto que anticipó lo que ocurriría con el COVID, con obligados cierres de escuelas durante el mes de julio, una desbordada demanda en hospitales, así como la cancelación de vuelos directos desde y hacia México, considerado país de origen del brote (aunque no de los vuelos que partían de allí y hacían escala en otros aeropuertos sudamericanos). A diferencia del SARS-CoV-2, no atacó con mayor virulencia a las personas de más edad, quizá por algún tipo de inmunidad cruzada con gripes anteriores, y sí con especial saña a bebés y embarazadas.

Dengue y COVID

El verano de 2020 fue paradójico: por un lado, se vivía hasta entonces el peor brote de dengue de la historia del país (superado en 2024), pero por otro, fruto de la manera en que circulan las noticias, se hablaba del COVID como una amenaza global que comenzaba a generar cuarentenas y cierres de ciudades enteras en China y Europa. Ese año hubo alrededor de 60.000 casos de dengue confirmados (casi 100.000, si se toman los últimos meses de 2019) y 19 muertes. Esa cifra fue el doble de los que hubo en la temporada 2015-2016, y por lo menos hasta mediados de ese año, el sistema sanitario estuvo más desafiado por el tradicional dengue que por el novedoso COVID, que hasta julio registró poquísimos casos en todo el país, en parte gracias a la cuarentena decretada.

Como en casi todos los casos, también la epidemia de COVID llegó del extranjero, a través de los puertos marítimos y aéreos, y se difundió hacia el interior. Obligó a una cuarentena larga y luego a cierres focalizados que arrancaron el 20 de marzo de 2020 y gozaron al principio de enorme popularidad. A medida que transcurrían los meses de encierro forzado, ese apoyo se socavó y todavía se debaten las consecuencias del cierre de comercios, industrias y escuelas, en términos económicos y por su impacto en la salud mental de niños y adolescentes.

El dengue y el COVID tienen un común denominador: ambos están relacionados de alguna forma con la crisis ambiental. El Aedes aegypti, que puede portar el virus del dengue (y también el del zika y la chikungunya) había sido erradicado en 1965, pero volvió a fines de los años ochenta y, al amparo del calor creciente, se estableció con naturalidad cada vez en más zonas de la Argentina. Y en el caso del COVID, todo indica que saltó desde animales silvestres que se mantienen vivos para su comercio en mercados como los de Wuhan, donde conviven en contacto estrecho con seres humanos, o cuyo hábitat natural se encuentra en peligro por el avance de asentamientos de población, la agricultura y la deforestación.

Mariana Puntel (der.), directora del grupo de Biotecnología Viral, Conicet-UNS, junto a la becaria Luana Homann, desarrollan nanoanticuerpos que combaten el virus de la gripe H1N1.

Plan de Vacunación contra el COVID-19. Comienza la distribución, a todas las provincias, de más de dos millones de dosis de Sinopharm, octubre de 2021.

Epidemias y pandemias, endemias y sindemias, un mundo de definiciones

“El que nomina, domina”, decía el sociólogo francés Pierre Bourdieu, uno de los más importantes del siglo XX. Pero lo cierto es que la pasión humana por clasificar, nombrar, colegir, distinguir, archivar, encasillar, catalogar, relacionar, describir se remonta a los primeros pensadores de todas las civilizaciones. Pasión por ponerle nombres a las cosas y a los fenómenos para comprenderlos y desde esta comprensión, dado el caso y si es posible, modificarlos.

La tradición ordenatoria es vasta. Aristóteles, por poner uno de los primeros ejemplos, no solo en el terreno biológico, se destaca en esa línea de tiempo. Plantas, animales con y sin sangre, de los más simples a los más complejos, pasaron por su lente diferencial, lo que permitió a quienes lo siguieron continuar a partir de esta base. A la hora de estudiar la naturaleza hacía falta, por supuesto, un orden para nombrar las especies y analizar sus particularidades. Es entonces que llega el biólogo sueco Carl Linneo, en el siglo XVIII, que organiza la catalogación de una vez y para siempre. Él inventó un sistema de nomenclatura de las especies que continúa hasta hoy, y al que se recurre cada vez que se habla del Homo sapiens, del Felis catus (el gato) o de la bacteria Escherichia coli. El sistema menciona primero el género y luego la especie, siempre en latín; un ordenamiento que ya implica pensar y sacar conclusiones sobre los fenómenos.

Lo mismo ocurre con las enfermedades que han jalonado la historia: hace falta clasificar para ordenar, estudiar para intervenir. Por mucho tiempo, a falta de mejores y más complejos, el concepto fue el de plaga, una idea imprecisa, más cercana al misticismo bíblico, a la manera de aceptar los insondables caminos de la divinidad, que a una clasificación científica. Durante la fiebre amarilla que asoló Buenos Aires en 1871, los médicos apenas si podían caracterizar sus síntomas, sin tener ni remota sospecha de sus causas para así contrarrestarlas, ¿cómo proceder, cómo conducirse? No se sabía. Ese actuar a tientas comenzó a cambiar con los trabajos pioneros de Louis Pasteur, Robert Koch y Carlos J. Finlay en la

La hiperconectividad de la globalización permite que seres humanos, con su bagaje de virus y bacterias patógenos, lleguen al otro lado del mundo en lo que dura un suspiro. Multitud de personas esperando por el check-in en el Aeropuerto Internacional de Phuket, Tailandia.

Una posible ilustración de las infodemias. Los medios y las redes sociales hablan de la propagación de virus y enfermedades a raíz del COVID-19, cual inmensa ola; una persona con barbijo, abrumada, huye.

biología de los microorganismos y el origen de las enfermedades. La ciencia empírica y clasificatoria empezó a hilar un camino de triunfos –la mayor parte de las veces, parciales– sobre los entes que atacan nuestro sistema inmunológico. Pero en esos días faltaba mucho para llegar al dominio, la discriminación y el conocimiento preciso de la medicina actual sobre las distintas etapas de las enfermedades que cruzan fronteras, cómo atacarlas, qué se debe hacer para su prevención y qué medidas deben tomar individuos, sociedades, Estados y otras organizaciones para evitar que retornen. O, si lo hacen, que perjudiquen lo menos posible. Pasar de lo individual a lo colectivo y aun lo global es un camino de progreso en el que está embarcada la humanidad.

Como Pierre, entonces

Dada la importancia de lo que implica elegir cómo y qué definir, así como los alcances de esas definiciones, se trata por supuesto de terrenos en disputa semántica. Y quien define cuándo una nueva enfermedad se transforma en pandemia es la Organización Mundial de la Salud (OMS), institución cuyos propios dominios se encuentran en tensión y que tiene que revalidar su legitimidad casi a cada paso, mientras sigue siendo la que establece las principales líneas de acción en materia de salud en el mundo. Una enfermedad se define como epidemia cuando afecta a muchas personas y se disemina con tasas altas a más de un país y región. Una pandemia es una epidemia que se extiende a varios continentes o todo el mundo (el prefijo pan significa “todos”). En tanto endemia es una enfermedad que genera brotes episódicos en un mismo territorio, con tasas de contagio más

o menos similares todos los años, lo que causa preocupación, desde ya, pero acotada en tiempo y espacio. Y también están los brotes epidémicos, dentro de los cuales se incluyen episodios de varios casos de una misma enfermedad relacionados, pero que no superan una tasa crítica en cantidad y lugar de dispersión como para transformarse en epidemia o pandemia.

Por si fuera poco, hay que hablar asimismo de las sindemias, allí donde se unen, casi como en un complot, más de una enfermedad desbocada a tasas epidémicas; pasó en la Argentina durante 2020 con el dengue y el COVID, y sucedió en las épocas previas a la constitución del país con brotes de cólera en sintonía con gripe, viruela y/o sarampión. ¿Ejemplos de cada una? El de la pandemia es, por supuesto, el COVID, pero también el VIH-sida que lleva más de cuarenta años de vigencia sin que su transmisión haya podido ser dominada (pero cuya sutil forma de contagio no requiere cuarentenas sino profilaxis sexual). Entre las epidemias actuales podemos citar el dengue, por poner otro caso cercano, que no se transforma en pandemia por su modo de contagio (exige un vector, el Aedes aegypti) y limita la dispersión a la geografía a la que se adapta el mosquito que la transmite y a las temperaturas a las que estos están acostumbrados. Por último, ya en el terreno de lo comunicacional, se habla de las infodemias, es decir, de la aparición de información sesgada o directamente falsa acerca de un problema de salud cuando está tan diseminada que incluso forma parte del lugar común o del imaginario de una población. Según la OMS, que la definió y la propuso como categoría que es necesario tener en cuenta, la infodemia “provoca confusión y conductas de riesgo que pueden perjudicar la salud”. También “genera desconfianza en las autoridades sanitarias y socava la respuesta de salud pública” y puede “intensificar o prolongar los brotes cuando las personas no están seguras de lo que deben hacer para proteger su salud y la de quienes las rodean”. Y advierte que, con el crecimiento de las redes sociales, la información se difunde más rápido, lo cual es positivo, pero también se pueden amplificar los mensajes dañinos. Las dudas sobre la eficacia de las vacunas y otros tratamientos médicos, así como las teorías conspirativas acerca del comienzo de las enfermedades pandémicas (pasó con el COVID, pero había pasado asimismo con el VIH-sida) son casos paradigmáticos.

De película

En 1995 se estrenó Epidemia, una película que anticipaba algo de lo que se vería en 2020 en cuanto a enfermedades mundiales, gente con trajes para no contagiarse y acciones equívocas de los gobiernos en medio del caos generado frente a millones de casos. De igual modo que sucedió con el VIH en la vida real, este virus de ficción se transmitió en principio a través de monos contagiados. Como no podía ser de otro modo, el argumento central del filme pasaba también por cuestiones sociales, así como por la mala relación de los humanos con el ambiente. En 2011, otro filme, bautizado Contagio, se basó en la trama (real) de la epidemia de gripe A para contar un drama personal y la búsqueda de una vacuna.

Fotograma de la película Epidemia, dirigida por Wolfgang Petersen y protagonizada por Dustin Hoffman (en la imagen).

153ª Reunión del Consejo Ejecutivo de la OMS, Ginebra (Suiza), 31 de mayo de 2023. Integrado por 34 miembros. Sus principales funciones son aplicar las decisiones y políticas de la Asamblea de la Salud, y asesorar y facilitar su labor.

Etapas, fases, ciclos

Primero, el aviso de la detección de casos de una neumonía atípica, que los médicos del lugar nunca habían visto. Luego, la certeza de que esos casos eran cada vez más y de que la transmisión entre humanos fuera un hecho comprobado. En ese momento, la alarma salta el ámbito local: ante los nuevos casos, las autoridades sanitarias del país toman nota e inicialmente avisan a los responsables sanitarios de otras regiones, y luego a entidades y organismos internacionales. Enseguida, los científicos se ponen a debatir si se trata de una enfermedad emergente (es decir, que no existió antes), reemergente (ya conocida, pero que se consideraba extinta o controlada), o una patología que se presenta con asiduidad.

Cuando se llega a la certeza de que es nueva, la OMS pone a su vez en alerta a los directores regionales y por su intermedio a todos los ministerios de Salud que la componen (virtualmente, de todo el planeta). Si la tasa de mortalidad y la transmisibilidad son altas, comienza a ser necesario cuidar al personal de salud con el debido equipamiento de protección para que esa primera línea de cuidado no quede desamparada. Al mismo tiempo, si se llega a la conclusión de que se trata de un microorganismo que nunca antes había estado en contacto con el sistema inmunológico humano, se procede a analizar desde la microbiología de cuál se trata, adjudicarle un nombre o denominación, establecer su relación con otros patógenos con los que está emparentado y seguirle las huellas para encontrar su origen, es decir, dónde se alojaba antes de saltar entre especies.

Esta fue, a grandes rasgos, la cronología de las primeras semanas del COVID-19 y cómo actuaron los distintos componentes del sistema de

salud global. Después de haber alertado a la OMS el último día de 2019, ya en la primera semana de enero de 2020, científicos chinos tenían la secuencia genética del SARS-CoV2, lo que resultó clave para que desde ese momento mismo se empezara a investigar la posibilidad de desarrollar una vacuna. Esas secuenciaciones luego se siguieron realizando en distintos lugares a medida que progresaba la pandemia para monitorear las mutaciones.

Así, la industria farmacéutica consiguió en tiempo récord tener vacunas efectivas, tanto con plataformas tradicionales de virus inactivos, como con las que usaban adenovirus como vectores, las de proteínas recombinantes o con las prometedoras nuevas plataformas de ARN mensajero. Incluso en países no centrales como la Argentina, los equipos sanitarios pudieron recibir las primeras inmunizaciones durante diciembre de ese mismo año. Un progreso científico jamás logrado por la humanidad y quizá ahora poco valorado en breve retrospectiva, pese a que en el momento fue un enorme alivio.

Otra parte del progreso estuvo relacionado con asuntos científicos algo laterales, pero de igual importancia para detener los contagios, tales como la producción de pruebas con la ahora célebre tecnología de PCR (reacción en cadena de la polimerasa, por sus siglas en inglés), testeos caseros y la generación de suficiente cantidad de barbijos, por ejemplo. O el seguimiento estadístico de los casos para poder establecer una ruta del virus y poner a mayor resguardo a las poblaciones más vulnerables.

Mientras tanto, los gobiernos, empezando por el propio de China, habían decidido cuarentenas desparejas alrededor del globo, cuya necesidad imperiosa y efectos precisos aún se discuten, pero que en el momento de aplicarse parecieron la mejor respuesta para cuidar a los más desvalidos, en virtud del desconocimiento del nuevo virus y su tasa de mortalidad.

Este es el modo en que se reaccionó ante la última pandemia y que, teniendo en cuenta cada vez las particularidades de los posibles gérmenes que nos amenacen, servirá como parámetro, como grado cero, como modelo para atenuar sus consecuencias y sobrevivir, según han logrado hasta ahora las distintas civilizaciones. Está fuera de discusión que hubo medidas que funcionaron bien, pero que se puede hacer incluso mejor, y por eso la OMS ahora está embarcada en liderar esfuerzos en pos de un tratado pandémico mundial.

Un Tratado Pandémico

Durante 2024, la OMS impulsó lo que sería el primer Tratado Pandémico mundial, una serie de guías y protocolos de acción ante nuevas amenazas epidémicas para mejorar la reacción que los Estados tuvieron durante el episodio COVID. El tratado comenzó a pensarse en 2021, en pleno ataque pandémico, dadas algunas limitaciones en las respuestas de los países, así como la falta de suministros y vacunas. Sin embargo, pese a los tres años de deliberaciones y consultas, durante la reunión anual de la OMS en junio de 2024 en Ginebra, no se llegó a un acuerdo y la apuesta es plantearlo como un crucial tema de agenda 2025. Bandera de la OMS. Sobre el símbolo de las Naciones Unidas, una vara con una serpiente enroscada, en alusión a Esculapio, dios de la medicina.

Cupido inspirando plantas con amor en un paisaje tropical Grabado coloreado de T. Burke, ca. 1805, a partir de una obra de Philip Reinagle.

Cuando ya no quedó nada que comer en los platos, el capitán se limpió los labios con la esquina del mantel, y habló en una jerga procaz que acabó de una vez con el prestigio del buen decir de los capitanes del río. Pues no habló por ellos ni para nadie, sino tratando de ponerse de acuerdo con su propia rabia. Su conclusión, al cabo de una ristra de improperios bárbaros, fue que no encontraba cómo salir del embrollo en que se había metido con la bandera del cólera. Florentino Ariza lo escuchó sin pestañear. Luego miró por las ventanas el círculo completo del cuadrante de la rosa náutica, el horizonte nítido, el cielo de diciembre sin una sola nube, las aguas navegables hasta siempre, y dijo: “Sigamos derecho, derecho, derecho, otra vez hasta La Dorada”.

Gabriel García Márquez, El amor en los tiempos del cólera

Antiguos conocidos, virus emergentes y otras hierbas

No todos los brotes epidémicos son necesariamente causados por virus nuevos, como sucedió con el COVID o el VIH-sida, por ejemplo. A veces, son viejos conocidos que vuelven, como el sarampión, la gripe en sus virtualmente infinitas variantes o, incluso, la polio. Sin embargo, los nuevos se llevan las luces por el temor que generan y el mismo desconocimiento acerca de sus consecuencias y de cómo se puede dar la interacción con una vasta cantidad de seres humanos. Entre ellos, hay una lista importante sobre la que la ciencia ya pone el foco: virus del Nilo occidental, Ébola, virus de Marburgo, un nuevo SARS, encefalopatías espongiformes, fiebre de Lassa y más están en la mira.

El virus del Ébola, que produce una fiebre hemorrágica, por ejemplo, ha estado bajo el microscopio durante décadas, desde que se lo detectó por primera vez. Como el coronavirus, provoca una infección de origen zoonótico, es decir, de un patógeno que vive en los animales –curiosamente, no siempre los enferma– y que en algún momento salta a los humanos. Su transmisor es un tipo de murciélago y algunos monos. El Ébola surgió más de una vez en países africanos como Sudán, el Congo y Nigeria, con una altísima tasa de mortalidad –de entre el 50% y el 90%–; sin embargo, de momento su transmisibilidad es limitada, con menos de mil casos por año de promedio desde su primer hallazgo en 1976. Lo bueno, además, es que ya hay ensayos preliminares de una vacuna que muestran resultados positivos.

No es el único patógeno que alarma y pone en guardia a científicos, médicos e investigadores. Los nuevos hantavirus inquietan en las Américas, así como en su momento los priones (proteínas infecciones) que originan el mal de Creutzfeldt-Jakob o enfermedad espongiforme bovina, conocida popularmente como “de la vaca loca”. Entre los reemergentes están el dengue y la fiebre amarilla, todos con el mosquito Aedes aegypti como vector.

Pero… ¿qué son las zoonosis? Se trata de enfermedades que se adquieren a partir del trato poco inteligente con la naturaleza. Dado que es difícil que un virus evolucione dentro de los humanos, la aparición de nuevos patógenos se da cuando uno de estos salta de un huésped animal y logra alojarse en hombres y mujeres. Casi todas las enfermedades que dan lugar a epidemias y pandemias son finalmente zoonóticas, de ahí la necesidad imperiosa de tener protocolos de seguridad a la hora de interactuar con animales, que impidan este tipo de saltos inter-especie. Para que este salto se transforme en un asunto de salud pública no solo tiene que infectar a la persona en contacto con los animales, sino que el virus debe tener la capacidad de transmitirse entre seres humanos.

Izq.: Un mosquito gigante intenta atacar a un soldado francés protegido por una mosquitera. Litografía en color según H. Stephany, 1917. Der.: Aedes aegypti, dibujo coloreado de Amedeo John Engel Terzi.

Tapa del libro Pandemias. Todo lo que necesitás saber, de Peter C. Doherty, Autoría Editorial, publicado en 2016.

El Nobel australiano Peter Doherty lo explica en su libro Pandemias: “Si bien la transmisión zoonótica es una de las causas principales de muchos de los brotes de enfermedades humanas e incluso pandemias, los médicos están atentos a un amplio espectro de infecciones zoonóticas habituales que nunca evolucionan hacia un contagio horizontal entre personas. Un ejemplo clásico es la toxoplasmosis, una enfermedad febril crónica y debilitante causada por el protozoo Toxoplasma gondii que transmiten por lo general los gatos domésticos, ante el que las embarazadas deben tener especial precaución y lavarse muy bien las manos si entran en contacto con gatos ya que puede transmitirse de manera vertical a través de la placenta y es una causa posible de aborto espontáneo”.

Un caso particular en el que sí hay transmisión horizontal comprobada es el de la viruela del mono o viruela símica, luego bautizada M-pox para evitar la discriminación hacia los pacientes. Se trata de un virus análogo al de la viruela histórica, que causa síntomas similares a los de una gripe, con eccemas o erupciones en la piel. Si bien no es de contagio fácil, durante 2022 este virus encendió las alarmas de las autoridades sanitarias porque se encontraron casos por fuera del lugar en el que es endémico –África–. Se registraron en las Américas, Europa y Asia. Se transmite a través del contacto estrecho con animales u otras personas infectadas; en especial, por la actividad sexual sin protección. Aunque, por lo general, se autolimita luego de un lapso relativamente breve, de una a dos semanas, la posibilidad de que el virus mute y genere una tasa más alta de mortalidad está latente y causa preocupación. Más aún porque hacia mediados de 2024, durante un conflicto civil en la República Democrática del Congo, se registraron más de 20.000 casos con alrededor de mil fallecimientos en un año.

Portada de un número especial de la revista Nature sobre COVID-19 (20 de agosto de 2020).

Los inmunes

Así como para el VIH-sida se descubrió que había personas –1% de la población– que no se contagiaban ni aún expuestas al virus por las vías tradicionales debido a la carencia de un receptor específico que permite su ingreso, también hay personas genéticamente inmunes al SARS-CoV-2. La sospecha fue confirmada por un trabajo de investigación publicado en la revista Nature que descubrió un gen específico que genera una eficaz respuesta inmune, tras una prueba con una infección intencional de voluntarios que no habían estado expuestos al virus ni, por supuesto, a vacuna alguna. Tanto para el VIH como para el COVID, estudiar a estas personas es vital para generar una mejor respuesta en medicamentos para el resto de los seres humanos que no resultaron favorecidos en la ruleta genética. Por ejemplo, para aquellos cuyo genoma posee un gen neandertal –bastante difundido entre los habitantes del Sudeste Asiático– que aumentó la posibilidad de enfermar y morir de COVID entre sus portadores. Una hibridación de hace decenas de miles de años que aún tiene consecuencias en la población.

Olas, letalidades y otras tasas

¿Por qué las segundas olas pandémicas son las peores? Interesante pregunta que puede abordarse desde un punto de vista relacionado con el comportamiento de los microorganismos o, desde otro, que se refiere a la dinámica social. En el primer caso, se explica por la presión evolutiva que ejerce la batalla entre el microorganismo y el sistema inmune de millones de individuos que buscan suprimirlo: de todos los que ingresan al organismo, sobreviven y se transmiten los más aptos para evadir nuestras defensas. Esas mutaciones supervivientes originan en general una deriva más virulenta y mortal.

Cuando se analiza desde el comportamiento colectivo, una vez que pasa lo peor y se va conociendo el nuevo patógeno, hay un cierto relajamiento de las medidas de precaución y se cumplen en menor medida las recomendaciones oficiales de cuidados y cuarentenas. Se comienza a pensar en otras consecuencias de la inactividad, por ejemplo, las económicas, educativas y de salud mental, más que en el daño que pueda causar el virus o bacteria en sí.

En 1919, Japón, las niñas caminaban a la escuela con máscaras faciales.

Multitudes celebrando la firma del armisticio al final de la Primera Guerra Mundial, Reino Unido, 11 de noviembre de 1918.

Sucedió con el COVID, pero también mucho antes, con la gripe de 1918, cuando ambos efectos se combinaron. Noviembre fue el mes con más afectados por aquella influenza y, a su vez, aquel en que terminó la Gran Guerra, con festejos y multitudes que fueron el caldo de cultivo para la dispersión del virus, justo al comienzo de la temporada fría en el hemisferio norte. Pero a diferencia del COVID, que se ensañó con los más ancianos, la gripe pandémica produjo la mayor cantidad de muertes en la franja de adultos jóvenes de hasta 40 años. Hay diferentes formas de medir los costos de una pandemia, desde los días de clase perdidos hasta los de falta de actividad en la industria, o la inversión en medicamentos y otros insumos médicos. Uno de los indicadores que utilizaron los expertos en análisis de datos para hacer un balance de la última pandemia fue el denominado “exceso de mortalidad”. En la Argentina, durante la pandemia, las muertes anuales por todas las causas pasaron de unas 340.000 a 430.000 en 2021, precisamente el año de la segunda ola, el peor. Así, se advierte que en el primer semestre el exceso de decesos debidos al SARS-CoV-2 alcanzó 40,5%. Como durante el segundo semestre de 2021 la llegada y administración de vacunas se aceleró, las muertes bajaron y la suba fue de “apenas” 9,3%. El promedio para esos doce meses da 26,3%; casi el triple

que en todo 2020, cuando no estaba lista la inmunización y predominó la estrategia de cierres o “cuarentenas”, que contuvieron la dispersión del virus, estrategia que no se sostuvo durante el año siguiente.

¿Por qué un patógeno particular impacta más en algunos grupos que en otros? Como suele suceder, son muchos los factores involucrados. En particular, el haber estado en contacto con otros virus similares hizo que las personas de más edad no fueran las más perjudicadas durante la epidemia de gripe A de 2009. Algo que no sucedió con el COVID que, a su vez, lograba desarticular con mayor eficacia y causaba más daño en sistemas inmunológicos senescentes, como los que prevalecen durante la edad avanzada.

Y respecto de las mutaciones, también rigen los principios de la evolución: cuando más posibilidad de circular tiene un virus, más oportunidades se presentan para que al duplicarse se den cambios en su estructura genética; como todos, algunos de ellos lo harán más virulento y otros no, mejorarán su transmisibilidad o pasarán inadvertidos. Así ocurre en el reino animal y vegetal, aquellos que tengan una mutación que los vuelva más aptos para sobrevivir en el ambiente serán exitosos, sobrevivirán y se multiplicarán. De allí surge la relación que se establece entre mayor circulación de un virus y aumento de riesgo.

Compañero infaltable

El barbijo, de distintas maneras, contexturas y formas, fue uno de los objetos cotidianos centrales durante la última pandemia, la de COVID-19. Utilizado al menos desde la Edad Media, aunque hay evidencias previas en la milenaria China y el Imperio persa, tuvo su importancia durante la gripe española de 1918 y se ha empleado para paliar las consecuencias del esmog en las grandes ciudades y para evitar el contagio de microorganismos (su presencia en ciudades asiáticas era norma mucho antes de la aparición del COVID). Uno de los pioneros en su uso para las intervenciones quirúrgicas fue el médico malayo Wu Lien-teh, que mejoró los diseños precarios que había visto en Europa al comienzo del siglo XX, como primera respuesta preventiva a la teoría de los gérmenes.

Lien-teh también fue un destacado investigador durante una epidemia de la misma peste negra del Medioevo europeo (causada por Yersinia pestis) que ocasionó más de 60.000 víctimas en Mongolia y China en 1910-1911. Al realizar autopsias a cuerpos afectados comprobó que los patógenos se transmitían por el aire y propuso limitar los aerosoles con este artilugio que, con los años y más mejoras, daría lugar a los barbijos quirúrgicos conocidos como N-95. Lien-teh también se destacó en el combate contra la epidemia de cólera que sufrió China en 1920 y en la década de 1930 dirigió el servicio nacional de cuarentenas de ese país; incluso llegó a ser considerado para el Premio Nobel, pero la Academia Sueca no se lo otorgó. Murió en 1960 a los 80 años, justo después de ponerle punto final a un extenso libro sobre su vida titulado Combatiente de la peste: la autobiografía de un médico chino moderno

Arriba: Doctor Wu Lien-teh. Abajo: Integrantes de una familia californiana munidos de barbijos durante la mal llamada gripe española.

El tabaquismo, junto con la obesidad y el alcoholismo, enfermedades crónicas no transmisibles, pero de propagación y números “pandémicos”. “El humo en que vivimos” reza el anuncio.

Cuando los microbios y virus no tienen la culpa

Las epidemias y pandemias no solo se circunscriben al territorio de los virus, bacterias y otros microorganismos. La misma palabra se utiliza, en sentido metafórico, para designar otras enfermedades no transmisibles, pero que también afectan a número creciente de personas en todo el planeta. Así, se habla de una “pandemia” de Alzheimer, de obesidad, de diabetes, de enfermedad pulmonar obstructiva crónica (EPOC), de males cardiovasculares, y hasta de tabaquismo y de adicciones a las drogas, a las pantallas y a las apuestas en línea.

En todos estos casos, no son (malas) condiciones de salubridad las que las promueven, sino que es una determinada manera de vivir la que genera problemas en la salud. Comer en exceso y en especial una alimentación en la que predomina la comida conocida como “chatarra”, compuesta de ultraprocesados y de gaseosas con alto contenido de azúcar, se transmite entre culturas y se asocia con un deterioro de la salud que está superando la capacidad de sistemas sanitarios y seguros sociales.

Se conocen en conjunto como “enfermedades crónicas no transmisibles”. No tienen una causa única, pero sí graves consecuencias a largo plazo debido a los estilos de vida, y condiciones sociales y ambientales que es difícil cambiar. ¿Cómo prevenirlas y curarlas? Parece a la vez sencillo e imposible controlar la manera en que se ingieren alimentos y se consumen productos como el tabaco y el alcohol, en el marco de sociedades cada vez más sedentarias. Por eso, lo que intentan médicos y autoridades es no solo dar información a los individuos, que se encuentran vulnerables ante publicidades e instituciones que obstaculizan la adopción de costumbres beneficiosas, sino generar entornos saludables.

En particular, la obesidad y la diabetes crecen a pasos agigantados. Se estima que hay más de 2.000.000.000 de adultos con sobrepeso en el mundo. De ellos, 650.000.000 califican como obesos, algo que además multiplica la posibilidad de comorbilidades como el cáncer, ciertas hepatitis y problemas cardiovasculares. Para algunos expertos, es un problema único que ha sido bautizado con el neologismo “diabesidad”.

Un informe de la OMS de 2019, previo al COVID, mostró que, de las diez principales causas de muerte en todo el planeta, siete tenían que ver con estas enfermedades no transmisibles; y se anticipa que durante el siglo XXI estas seguirán en aumento. Si bien existe la creencia de que este tipo de enfermedades afligen a países ricos o de altos ingresos, se trata de algo mucho más extendido. Pero, aunque no las causen los microorganismos, estos flagelos también constituyen problemas globales que merecen respuestas no solo sanitarias, sino también culturales. Ya no se trata solo de agregar más años a la vida, sino más vida a los años. Para revertir estas pandemias silenciosas que deterioran la calidad de la edad avanzada, son necesarios cambios de estilos de vida, conductuales y sociales que trascienden la farmacia, el hospital y el consultorio médico, y están obligando a reformular la práctica de la medicina y el cuidado de la salud.

La isla de Icaria en Grecia es una de las cinco ”zonas azules” del mundo. Una tercera parte de sus habitantes vive más de 90 años, y se cree que factores como los fuertes vínculos sociales y familiares, el ejercicio integrado en la vida diaria, las siestas frecuentes y la alimentación saludable son la razón de su longevidad. Festival tradicional, isla de Icaria, 16 de agosto de 2016.

EPIDEMIAS Y PANDEMIAS, ENDEMIAS Y SINDEMIAS, UN MUNDO DE DEFINICIONES

Vigilar, detectar el origen de la amenaza

“ M e parece que hay una determinación obstinada en parte de algunos de nuestros honorables colegas de persistir en el camino rutinario de prácticas anticuadas, inútiles, ruinosas para el comercio y perjudiciales para la salud pública como las cuarentenas, en el sentido de que, en lugar de iluminar a los pueblos sobre los verdaderos medios de ponerse a salvo de las epidemias, inspiran, por el contrario, una falsa sensación de seguridad que les impide tomar las únicas precauciones sanitarias que pueden ofrecer reales garantías. En resumen, me parece ver algunas personas serias y respetuosas, hombres capaces que, en lugar de difundir la luz develada por el progreso de la ciencia, quieren revivir y perpetuar prácticas seguidas bajo la influencia de siglos pasados”.

El elocuente discurso no se pronunció ante la irrupción del COVID-19 por un opositor a las cuarentenas y cierres de ciudades dispuestos por los gobernantes de casi todos los países del planeta. De hecho, fue dicho más de 150 años antes de la pandemia que empezó en 2020. El escenario era París; la fecha,1851, y quien hablaba era Anthony Perrier, el delegado por el Reino Unido frente a la primera conferencia sanitaria de la historia. El objetivo era tomar medidas en conjunto que permitieran coordinar la acción entre naciones contra un problema que no tenía fronteras. Se habían reunido representantes de once Estados europeos además de Turquía (que tiene la particularidad de estar entre dos continentes) para trenzarse en discusiones que duraron seis meses, lo que parece muchísimo tiempo desde la vertiginosa perspectiva actual.

En aquellos años de la Primera Conferencia Sanitaria Internacional, el Viejo Mundo no tenía la división política interna de hoy. Además de países que mantienen su mismo territorio, límites más, límites menos, como Austria, Francia, Gran Bretaña, Grecia, Portugal, Rusia y España, estaba el Imperio otomano (Turquía), Cerdeña y Sicilia (cuyos dominios llegaban al Piamonte y hasta incluían partes de la actual Suiza), los Estados papales (que mucho después se convertirían en el acotado Vaticano) y la Toscana. Allí, en su capital, fue que se discutió, por pedido de Francia, la inclusión del

Festival de los cerezos en flor en el Jardín de los Cerezos del Lago del Este, Wuhan. Esta imagen de la ciudad china, floreciente y llena de vitalidad, contrastará con las de la estricta cuarentena que sufriría momentos más tarde por la llegada del virus bautizado SARS-CoV-2.

Macaco salvaje (Macaca sinica) en el Parque Nacional Yala, Sri Lanka. La ciencia cada vez con más precisión y prevención enfrenta infecciones cuyo origen es un hospedador silvestre.

cólera como una de las enfermedades que obligaban a cuarentenas, junto con las más tradicionales peste negra y fiebre amarilla. El debate fue extendido e intenso pues había quienes estaban en contra de esta medida ya que, decían, “en algunos casos, podría llegar a ser peligrosa y contraria a la finalidad pretendida”. Los cuatro reinos que luego conformarían Italia estaban a favor; Austria, Gran Bretaña y Francia se oponían por razones mayormente económicas.

El delegado de Rusia, Carlos Rosenberg, fue quien inclinó el debate. Contó que, durante la primera epidemia de cólera en su país, entre 1829 y 1832, había habido severas cuarentenas y de todos modos fallecieron 290.000 personas por la peste, lo que, por supuesto, no abonó la fama de la cuarentena, posteriormente desestimada. Pero acto seguido agregó que, así, durante la segunda ola de la misma enfermedad, entre 1846 y 1849, se decidió no aplicarla, y los muertos escalaron a 880.000, entonces su gobierno no dudó en apoyarla y hacerla obligatoria de allí en más.

Como fuere, con el paso de los años se hizo más claro cómo surgen las infecciones, en muchas ocasiones, saltando de un hospedador silvestre hacia el humano; de ahí, el foco puesto en los animales y la idea de tener una buena profilaxis a la hora de estar con ellos. Luego, por supuesto, se requieren las condiciones adecuadas para diseminarse en la humanidad: esa es la diferencia entre un foco que se manifiesta en pocos casos y otro cuya expansión puede ser mundial. Se necesitan sistemas con la suficiente sensibilidad como para estar atentos, aun con el riesgo de exagerar las alertas y una consiguiente pérdida de credibilidad por parte del público. Tener ese mecanismo aceitado es una de las claves de éxito ante una amenaza epidémica.

Lo cierto es que nada fue fácil en los inicios de una mundialización que luego sería globalización, también en los aspectos técnicos: fue ese mismo 1851 el año en que por primera vez el telégrafo logró comunicar en tiempo real Londres con París. ¿Conclusiones tras tantas disputas, emociones y discursos? Poco más que esta decisión acerca de las cuarentenas contra el cólera, finalmente aprobada con 15 votos a favor, 4 en contra y 4 abstenciones. Pero, tal vez, la principal fue que se forjó el mecanismo que volvería a reunir a los delegados de los países ocho años después, también en París, y, periódicamente, doce veces más hasta 1938, cuando el nazismo quebró Europa durante una década. No obstante, las raíces ya estaban firmes y a partir de allí la colaboración europea sería la norma que luego se extendería, con la fundación de la sucesora de la Sociedad de las Naciones, la Organización de las Naciones Unidas, conocida por las siglas ONU, y su rama sanitaria, la Organización Mundial de la Salud (OMS), en 1946. Además, por supuesto, de las entidades supranacionales que rigen actualmente buena parte de Europa a través de la Unión.

Así nacería el rol clave de los gobiernos y organismos mundiales que, muy perfeccionado, continúa hasta la actualidad.

Animales bajo sospecha

Ya se ha mencionado la (mala) relación entre los animales y humanos como causa de los saltos de patógenos entre especies que desencadenan enfermedades zoonóticas. Pero ¿de qué tipo de animales hay que precaverse más, o a qué animales siguen más de cerca investigadores y médicos? La lista es larga. Por ejemplo, la última influenza aviar, la H5N1, a diferencia de la gripe estacional, ya se transmitió al ganado en países como Estados Unidos y a otros mamíferos, como lobos marinos (se encontraron varios ejemplares muertos en los puertos de Mar del Plata y Quequén, donde se los analizó), así como a algunos trabajadores de tambos. Debido a ese contagio en animales tan cercanos al humano aumentó la alarma durante 2024, lo que derivó en una intensificación de la vigilancia y preparativos para dar respuesta, por ejemplo, a través de una vacuna. El temor era que el virus sufriera una mutación que lo haga transmisible de humano a humano, lo que podría desencadenar una nueva pandemia.

Hacia mediados de 2024 los científicos creían que en las actuales condiciones el virus no tenía condiciones pandémicas, pero con la influenza “una pequeña mutación podría cambiar todas las previsiones”, tal como señaló el inmunólogo Scott Hensley, de la Universidad de Pensilvania (Estados Unidos), a la revista Nature . Hasta el momento, la transmisión se dio solo a través de equipamiento contaminado, pero se teme que el virus se modifique y pueda propagarse a través del aire, algo característico de los virus de influenza. La respuesta que se da a través de modelos computacionales de la eventual epidemia y la evaluación de riesgos es parte de la solución ya encarada. Se piensa asimismo en vacunar preventivamente a los trabajadores agrarios, algo que ya hizo Finlandia, o incluso a las vacas, una medida que evalúan en Estados Unidos, con la dificultad propia de hallar una vacuna eficaz, así como implementar análisis de rutina en la sangre y la leche del ganado para poder seguir con exactitud las huellas de contagios.

Mamífero folidoto (cubierto de escamas) de la familia Manidae, conocido vulgarmente como pangolín. Su nombre proviene del vocablo malayo pengguling, que se traduce por “rodillo“

Murciélago de lengua larga de Pallas (Glossophaga soricina), alimentándose del néctar de las flores durante la noche.

Gato y perro con simpáticos pero innecesarios (para ellos) barbijos pueden ayudar a la concientización sobre su uso.

Apenas un ejemplo, el más cercano. Las aves no son, por supuesto, los únicos animales que hay que mirar con cuidado. Los murciélagos quedaron bajo la lupa tras el COVID-19 porque son un reservorio de este y otros virus. Parecen haber sido un eslabón de una cadena que habría incorporado un huésped intermedio antes de aparecer en los trabajadores del mercado húmedo de Wuhan, en China. El sospechoso número 1 de haber actuado como puente es el pangolín, un singular mamífero que vive en Asia, y está en peligro de extinción por la caza furtiva y la pérdida de hábitats. Sin embargo, además de vigilarlos y mantener a raya sus virus, a los murciélagos hay que agradecerles su trabajo de control de plagas del maíz, el algodón y el tomate, entre otros servicios tales como la dispersión de semillas de plantas (el higo es un ejemplo) que dependen de ellos para completar un ciclo de vida exitoso. También intervienen en la polinización del agave tequilero, una “suculenta”, y controlan la proliferación de insectos en las ciudades, como el mosquito. Existen más de 1300 especies de estos mamíferos voladores, por lo que, aunque hayan sido demonizados en 2020, acabar con ellos no parece ser una buena solución. Más animales a poner bajo la lupa: los monos y otros simios, por el VIH-sida y virosis como la recientemente célebre viruela símica o Mpox, o el Ébola (en cuya dispersión también interviene una especie de murciélago). Dada la estrecha relación genética con los seres humanos por tener un ancestro común, la adaptación de los patógenos puede resultar incluso más sencilla. Justamente por estos y otros riesgos para la salud pública es que se busca erradicar el tráfico de animales silvestres que, sin embargo, ha crecido en las últimas décadas ya sea con la finalidad de mantenerlos como mascotas o para alimentación que, en ciertos lugares, entra dentro del rango de los menús “gourmet”. No es el único desafío que estas especies enfrentan para sobrevi -

vir: así como los humanos podemos contagiarnos de otros primates, ellos también pueden contagiarse virus de los que nosotros somos reservorios, como el de la polio.

En síntesis, los virus, claramente, están allí, a la espera de dar el salto. ¡Y su variedad es inconmensurable! Según un reporte de la plataforma intergubernamental para la biodiversidad (IPBES, según sus siglas en inglés), hay entre 631.000 y 827.000 virus desconocidos en la naturaleza que aún podrían infectar a las personas, con más frecuencia y con impactos económicos cien veces más altos que el costo estimado en la prevención. Los expertos del IPBES propusieron la creación de un organismo de control al que llamaron Consejo Intergubernamental para la Prevención de Pandemias, con el objetivo de abordar los factores de riesgo, incluida la deforestación y el comercio de vida silvestre, y proponen gravar con impuestos las actividades de alto riesgo pandémico, para pasar de la reacción a la prevención. El COVID es la sexta pandemia global desde la de gripe de 1918, y aunque tiene su origen en microbios transportados por animales, como todas, su aparición ha sido impulsada enteramente por actividades humanas, destaca el mencionado informe. “No hay un gran misterio sobre la causa de la pandemia de COVID-19 –o de cualquier pandemia moderna–. Las mismas actividades humanas que impulsan el cambio climático y la pérdida de biodiversidad también generan riesgos de pandemia a través de sus impactos en nuestro ambiente –dijo Peter Daszak, presidente de EcoHealth Alliance–. Los cambios en la forma en que usamos el suelo, la expansión e intensificación de la agricultura, y el comercio, la producción y el consumo insostenibles perturban la naturaleza y aumentan el contacto entre la vida silvestre, el ganado, los patógenos y las personas. Este es el camino que conduce hacia las pandemias”, agregó. Porque los patógenos, condicionados como todo ser vivo a seguir los dictámenes de la evolución, aprovechan toda circunstancia para prosperar.

La gripe aviar se transmitió al ganado y a otros mamíferos, como este lobo marino de dos pelos, usual habitante de la costa patagónica.

La triple crisis ambiental (pérdida de biodiversidad, cambio climático, contaminación del aire) favorece la multiplicación de VBH. Vista aérea de la deforestación en la selva amazónica, Bosque Nacional de Jamanxim, Pará, Brasil.

La majestuosidad y belleza de algunas aves parecen desmentir que también ellas puedan ser responsables de los saltos de patógenos entre especies que desencadenan enfermedades zoonóticas. Guacamayo azul y dorado volando en Tailandia.

VIGILAR, DETECTAR EL ORIGEN DE LA AMENAZA

Un detective suelto

El más famoso detective de la literatura, Sherlock Holmes, fue la creación de alguien como Arthur Conan Doyle que, además de a la literatura y a la ciencia (era médico), se dedicó con mucho fervor al espiritismo. Han aparecido en las páginas del investigador de Baker Street referencias a publicaciones célebres como The British Medical Journal y The Lancet. Introduce enfermedades infecciosas en las tramas, como el tétanos y la lepra, e incluso un caso de asesinato consumado mediante la inoculación de una bacteria, probablemente del agente de la melioidosis, y hasta un trasplante de órganos, según analiza el microbiólogo chileno Walter Ledermann. Sin embargo, curiosamente, no aparecen las pandemias cuyo impacto el autor británico sufrió y mucho: su hermano menor, Innes, y su hijo Kingsley murieron por la gripe pandémica de 1918 con meses de diferencia. Según cuentan los biógrafos de Conan Doyle, esto no hizo más que intensificar su interés por la comunicación con los espíritus. En la actualidad, son miles los “detectives” del mundo real que rastrean continuamente el paisaje epidemiológico en busca de posibles riesgos. Tal vez la organización más famosa del mundo en este tema sea la de los Centros de Control y Prevención de las Enfermedades (CDC, según sus siglas en inglés) de Estados Unidos, creada en 1946, dirigida en este momento por Mandy Cohen, y en la que trabajan alrededor de 10.000 médicos, científicos, epidemiólogos y expertos en salud pública, además de personal administrativo. En la Argentina, la Administración Nacional de Laboratorios e Institutos de Salud Doctor Carlos Malbrán es una institución de referencia para toda América Latina en materia de investigación, diagnóstico y vigilancia epidemiológica. Durante la última pandemia tuvo un rol clave en el monitoreo de la circulación de las distintas variantes del virus.

¿Y entre humanos? ¿Cómo se transmite?

La discusión fue fuerte durante la pandemia de COVID-19 y reverberaron otras disputas históricas semejantes: ¿el virus pasaba de persona en persona a través del contacto estrecho, de las cosas que quedaban impregnadas por aerosoles, esas partículas invisibles que se emiten al cantar, hablar o incluso (en menor medida) por la misma respiración? La propia OMS, como reflejo de una antigua resistencia existente entre los médicos, no le dio la suficiente importancia a la principal fuente de contagio, como luego se comprobó: los aerosoles, gotitas minúsculas que permanecen suspendidas en ambientes mal o nulamente ventilados. Esa fue la razón de la demora en la universalización del uso del barbijo o el énfasis en limpiar y esterilizar productos comprados en los supermercados, acción irrelevante en materia de prevención.

La primera evidencia sólida de esto se obtuvo a partir de una detallada investigación realizada tras el contagio de COVID en un coro que había ensayado

Afiche del Consejo Central de Educación para la Salud, Gran Bretaña, durante la Segunda Guerra Mundial.
Basil Rathbone personificando a Sherlock Holmes alcanzó una gran popularidad por su trabajo, no solo en cine sino también en radio, entre 1939 y 1946.

en un salón cerrado y en el que se pudo reconstruir cómo se había producido la transmisión entre una única persona infectada y el resto. A partir de ese momento, se subrayó la necesidad de ventilar ambientes en los que se reúnan varios individuos, como aulas y restaurantes. La ventilación debe ser cruzada, con puertas o ventanas abiertas en los extremos de las habitaciones que permitan la circulación del aire. Aunque se hizo mucho para comunicar la necesidad de esta práctica para disminuir la transmisión de virus respiratorios, todavía continúan viéndose salas de espera y guardias médicas con ambientes encerrados, muy propicios para el contagio generalizado. La ventilación también es recomendada en los hogares, para reducir la transmisión intrafamiliar de distintos virus, como el de la gripe que nos visita cada invierno. Las partículas más pesadas que conforman los aerosoles caen a unos dos metros de distancia y las más livianas – las más preocupantes– pueden flotar durante dos o tres horas con posibilidad de infectar. Estos aerosoles son como nubes que se dispersan en forma homogénea en los ambientes y causan infecciones en personas que se encuentran más allá de esos dos metros que se consideraban, la así llamada, “distancia social”. Se hizo mucho foco en el eventual contagio a través de superficies durante 2020 porque se publicaron investigaciones que mostraban cuánto tiempo se mantenía activo el virus en papel, plástico y madera, pero estos hallazgos no se trasladaron de manera directa a la vida real: que el virus sobreviviera no significaba que pudiera contagiar. De algún modo, buena parte de la humanidad quedó anclada en esos datos iniciales y se vio en muchas empresas e instituciones lo que se ha definido como “teatro de la pandemia”: gente con máscaras y mamelucos, armados de dispositivos para desinfectar superficies… en vano y, a la vez, ofreciendo una falsa sensación de seguridad. Lo mismo sucedió con las mamparas de plástico que separaban a personas que trabajaban juntas, o con las cabinas desinfectantes: no funcionan como elemento preventivo. Mucho dinero invertido que pudo haberse utilizado en una prevención o comunicación más eficaces.

El artista callejero Banksy y esta obra sobre la emergencia sanitaria. Achoo!! muestra a una mujer mayor estornudando con tanta fuerza que incluso pierde su dentadura postiza. Bristol, Inglaterra, 12 de diciembre de 2020.

Campaña de la OMS para concientizar sobre la importancia preventiva del lavado frecuente de manos.

De todos modos, la pregunta sobre cuántos virus hay en los ambientes puede ser difícil de responder con precisión (no hay manera de discriminarlos en el aire), pero ingenieros y físicos encontraron un atajo asociado directamente con el dióxido de carbono (CO2) presente en el aire que respiramos y que está en relación lineal con la posibilidad de que haya más o menos virus: cuanto más CO2, más posibilidad de presencia de virus porque se inhala parte de lo que otra persona exhaló. A esto apuntaba la campaña Ventilar, que inició el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación argentino, o el grupo internacional Aireamos, encabezado por el investigador de la Universidad de Colorado (Estados Unidos), José-Luis Jiménez, que durante toda la pandemia de COVID lideró una cruzada por la correcta ventilación de ambientes, difundió las pruebas científicas que la respaldan y hasta se enemistó con la OMS y otras entidades sanitarias por los errores en la comunicación y la lentitud en cambiar los protocolos de prevención.

También la transmisión sexual ha jugado y juega un rol en la diseminación de enfermedades causadas por microbios que prefieren esa vía, y porque los contactos íntimos, sobre todo cuando no se toman precauciones, son una ruta ideal para el contagio. Por supuesto, por el número de pacientes y la velocidad de progresión hasta que se descubrieron los fármacos antirretrovirales, el VIH-sida encabeza la lista, pero históricamente la sífilis (causada por una bacteria, que en los últimos años volvió a estar cada vez más presente) fue un problema de grandes proporciones a lo largo de la historia. A estas, se suman la gonorrea y la clamidia, también provocadas por bacterias. Entre los virus de transmisión sexual se encuentran las hepatitis B y C, y el herpes genital. El aspecto positivo de todo esto, que podría considerarse solamente un flagelo, es que cuando se comunican bien las causas de estas enfermedades, estimulan cambios en las medidas de prevención y estilos de vida. El VIH-sida impuso el uso universal del preservativo, lo que contribuyó a reducir la incidencia de otras enfermedades de transmisión sexual. Del mismo modo que el lavado de manos, definido por la OMS como uno de los hábitos que más incide en el autocuidado y la prevención, pero que hasta la llegada del COVID no se había convertido en protagonista de las recomendaciones en espacios sociales, laborales y familiares. En efecto, esta medida tan sencilla es una de las más básicas y a la vez más eficaces entre los mecanismos de prevención y reducción del daño.

La inteligencia artificial al rescate

Con presencia creciente en casi todos los aspectos de nuestra vida, no podían ser la medicina y las epidemias ajenas a los aportes de la Inteligencia Artificial (IA), que también se puede usar para predecir la aparición de una pandemia, así como su eventual evolución en un lapso y lugar determinados. Ya hay una nutrida literatura científica que lo intenta y promete crecer en el corto plazo.

Por ejemplo, un estudio publicado en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences reveló el desarrollo de un método que incluye distintas variables, y un sistema autónomo y automatizado que emite respuestas para descubrir “puntos calientes” en la geografía mundial desde los cuales pueden surgir patógenos que inicien la cadena de transmisión. De la misma manera, permitiría identificar qué especies son potenciales huéspedes intermedios en el camino hacia el ser humano. Por el momento, los responsables –un grupo de científicos mexicanos y estadounidenses– la aplicaron a la relación entre los coronavirus y los murciélagos, así como al virus del Nilo Occidental y la malaria de las aves, según cuenta la revista National Geographic. “Sus resultados sugieren que la transmisión de la malaria aviar depende en gran medida de la distancia entre anfitriones, mientras que la transmisión de los coronavirus entre murciélagos se ve afectada principalmente por la distribución geográfica entre especies”, señalan los autores. En tanto, la transmisión del virus del Nilo Occidental se ve influida en gran medida por una combinación de factores medioambientales, geográficos y filogenéticos. También encontraron que entre Europa y Asia hay puntos álgidos propicios para la aparición de patógenos como la malaria aviar (causada por el Plasmodium relictum) y este virus del Nilo Occidental.

Remedios disparatados

Ante epidemias que no podían ser controladas, se buscaron diversas maneras de detener los contagios. Algunas fueron ingeniosas, aunque contradictorias, como las que cuenta el francés, nacido en Estrasburgo, Henri Scoutetten, enviado a Berlín y Varsovia para entender el fenómeno e intentar dar con alguna solución. Así fue que encontró una cama especial para tratar a los pacientes con cólera mediante calor. Se trataba de un dispositivo en forma de embudo que sobresale del pie de la cama y contiene una lámpara de alcohol con cuatro mechas. La base del dispositivo presenta muchas perforaciones. Se podían colocar sobre la lámpara un cuenco y un trípode para vaporizar hierbas aromáticas o azufre. Sin embargo, el mismo Scoutetten también vio que otros médicos estaban convencidos de que se debía aplicar frío contra el cólera. Estos últimos daban a sus pacientes hielo para chupar y enemas fríos y, a veces, incluso los bañaban con agua casi congelada. El hecho de que un paciente fuera asado o refrigerado dependía de la elección o la intuición del médico; de todos modos, está claro que nada de eso servía.

El “herrerillo común“, una de las especies afectadas por la malaria de las aves.

Croquis realizado por Henri Scoutetten: cama especial para tratamiento del cólera.

ACE2

Espícula

Escape

P La mutación escapa a la inmunidad

Ab: anticuerpo. P: Probabilidades.

EVEscape solo necesita contar con la información que exista al inicio de una pandemia.

Esto ofrece más tiempo de advertencia temprana, lo que es fundamental para el desarrollo de vacunas.

EVEscape evalúa la posibilidad de que haya una mutación que escape a la respuesta inmunológica sobre la base de las probabilidades de que una mutación específica mantenga la eficacia biológica viral, se presente en el epítopo de un anticuerpo e interrumpa la unión del anticuerpo.

Eficacia biológica Accesibilidad

P La mutación mantiene la eficacia biológica

Aprendizaje profundo de secuencias evolutivas

Inicia la pandemia

Tiempo de advertencia temprana con EVEscape, gracias al cual pueden desarrollarse vacunas.

P La mutación puede acceder al Ab /adaptativa

Aparece la variante

Disimilitud

P La mutación interrumpe la unión con el Ab /adaptativa y accesible

Información biofísica

La variante se convierte en variante preocupante

Tiempo de advertencia de modelos anteriores (entre 2 y 4 meses) Fuente: nature.com

Otro desarrollo de IA que ha dado que hablar es el que hicieron investigadores de la Universidad de Oxford. El modelo se llama EVEscape y predice la probabilidad de que una mutación viral escape a la respuesta inmune del cuerpo humano a partir de información estructural de los virus y secuencias de evoluciones virales anteriores. De este modo, podría anticipar las nuevas variantes de los virus solo con información del comienzo del brote epidémico. Esto permitiría generar vacunas más rápidamente, entre otras acciones preventivas. El equipo probó la capacidad de respuesta del modelo para hacer predicciones solo con información disponible al comienzo de la pandemia de COVID-19, en febrero de 2020. Basándose en secuencias genéticas de proteínas espículas (spike, en inglés) en la familia Coronaviridae, preguntaron a EVEscape qué pasaría con el SARS-CoV-2 y anunció con éxito qué mutaciones se producirían durante la pandemia y cuáles serían las más prevalentes (lo hizo posfacto, desde luego). “Su precisión fue similar a los enfoques experimentales que prueban la capacidad del virus para unirse a los anticuerpos producidos por el sistema inmunológico. Además, el modelo predijo qué terapias basadas en anticuerpos perderían su eficacia a medida que avanzara la pandemia y el virus desarrollara mutaciones para escapar de estos tratamientos”, se lee en un comunicado de la universidad. Los investigadores repitieron el esquema para ver si podía predecir mutaciones de escape inmunitario para la gripe, el VIH-sida y virus relativamente poco estudiados con potencial pandémico, como el de Lassa y el Nipah. En principio, el modelo podría aplicarse a cualquier virus, afirman.

Como en otras áreas, la ventaja principal de usar IA es que puede reunir enormes cantidades de datos – lo que se conoce como big data – imposibles de manejar para un único cerebro humano y a partir de allí elaborar

TIEMPO

escenarios, modelos y pronósticos. Pero no solo para eso puede usarse la IA. En la Universidad de Yale (Estados Unidos) también aplicaron la herramienta para saber qué número de camas requeriría un brote y cómo gestionar el uso de estas ante un eventual desborde. El modelo se encarga de determinar, según los síntomas de los pacientes, cuánto tiempo necesitarán las instalaciones, prediciendo la gravedad del cuadro sobre la base de biomarcadores clínicos y metabólicos que ayudan a anticipar su evolución y así mejorar la gestión de hospitales, sanatorios y clínicas.

Análisis de aguas residuales

La respuesta no sopla en el viento, como decía Bob Dylan, sino que más bien nada en las aguas servidas. Tras la emergencia del COVID aumentó la vigilancia de las aguas residuales con el fin de rastrear la presencia de un virus en una determinada comunidad. Es una técnica de investigación que se utiliza cada vez más, no solo para el COVID sino también para ver otros virus como el de la polio, hallado en las aguas de Nueva York en 2022 tras un caso confirmado en un adulto, lo que llevó a las autoridades locales a renovar las campañas de vacunación ya que el 14% de sus menores de 5 años no estaban inmunizados.

La lista de sus aplicaciones es amplia. La técnica también se usa para constatar la presencia de enterovirus, hepatitis A y Mpox, así como bacterias comunes, tales como la Escherichia coli y el cólera, según informa la Organización Panamericana de la Salud, que instó a los países de la región a seguir el ejemplo. Una médica mexicana consultora de la entidad, Emilia Cain, describió que “la información contenida en las aguas residuales está ayudando a las autoridades sanitarias a comprender dónde hay enfermedades, identificar zonas de riesgo, detectar brotes precozmente, vigilar la evolución de un patógeno y actuar como sistema de alerta temprana para las comunidades vulnerables”. El Centro para el Control de Enfermedades de Estados Unidos (CDC) cuenta en su página web cómo funciona esta vigilancia de aguas residuales para el caso del COVID, pero puede extenderse a otros:

Muestras de agua contaminada. Si bien se ha detectado SARS-CoV-2 en detritus humanos, no hay información de enfermos debido a la exposición directa a aguas residuales tratadas o sin tratar.

Ilustración del médico John Snow, considerado el padre de la epidemiología moderna a partir de su hipótesis probada sobre la causa del cólera: tomas de agua de la red municipal y su contacto con aguas servidas en la Londres de la primera mitad del siglo XIX.

Los métodos de testeo de calidad de aguas se han sofisticado desde los tiempos de John Snow.

Las personas infectadas con SARS-CoV-2 pueden excretar ARN viral (material genético del virus) en las heces, y este ARN puede detectarse en las aguas residuales de la comunidad también llamadas aguas de alcantarilla, incluyen las provenientes de casas y edificios (como las de inodoros, duchas y lavamanos), así como el agua que proviene de fuentes que no son viviendas (la lluvia y las industrias).

Las aguas residuales de una red de alcantarillas (el área de la comunidad a la que presta servicios un sistema de recolección de aguas residuales) se recolectan a medida que ingresan a una planta de tratamiento.

Las muestras se envían a laboratorios ambientales o de salud pública para detectar la presencia de SARS-CoV-2.

Los departamentos de salud envían los datos para hacer los análisis a los CDC por medio del portal en línea para la recolección e integración de datos para la respuesta a un evento de salud pública.

El sistema analiza los datos y notifica los resultados al Departamento de Salud para que los use en su respuesta al COVID-19. Los resultados están disponibles al público por medio del rastreador de datos de COVID del CDC. Si bien las personas con COVID-19 pueden excretar el SARS-CoV-2 en las heces, hasta la fecha no hay información de que alguien se haya enfermado debido a la exposición directa a aguas residuales tratadas o sin tratar.

Aquellos eran los días del cólera de 1849. La gente a lo largo del Mississippi estaba paralizada del miedo. Los que podían escapar, lo hacían. Y muchos morían del susto en el trayecto. Si el susto mataba a tres personas, el cólera mataba una. Quienes no podían huir se llenaban con preventivos contra el cólera y mi madre me eligió el remedio de Perry Davis. Ella no estaba angustiada por sí misma. Evitaba este tipo de medicamentos. Aunque me hizo prometerle que tomaría una cucharadita de té con el remedio todos los días. Originalmente era mi intención mantener la promesa, pero en ese momento no sabía tanto del remedio como lo supe después del primer experimento que hice. Mi madre no se preocupaba en mirar la botella de Henry (podía confiar en Henry). Pero marcaba mi botella con un lápiz en la etiqueta todos los días y la examinaba para ver si había tomado la cucharita de té. El piso no estaba alfombrado. Tenía grietas y yo alimentaba las grietas con el remedio, con muy buenos resultados (nunca hubo cólera allá abajo).

Mark Twain, Capítulos de mi autobiografía

Aguas altas en el Mississippi. Litografía de Frances Flora Bond

Palmer publicada por Currier & Ives, 1868. “Fanny”, como la llamaban, murió no de cólera como describe Mark Twain, sino de tuberculosis a la edad de 64 años, en 1876.

Las agencias

Aunque aún no se aprobó el Tratado Pandémico impulsado por la OMS, sí existen vastas redes de alerta y respuesta contra brotes epidémicos que funcionan globalmente. Una de ellas es la GOARN, cuyas siglas en inglés significan “Red de Alerta y Respuesta ante Brotes Globales”, en la que colaboran instituciones que trabajan en la identificación rápida, confirmación, notificación y respuesta de casos potencialmente graves o de importancia internacional con el fin de detener su propagación. En total, a la red pertenecen más de 250 instituciones técnicas de todo el mundo que son coordinadas desde la sede en Ginebra de la OMS, y tiene un comité directivo con 21 instituciones que supervisan la planificación, implementación y evaluación de las actividades y objetivos de la red.

No es la única en su tipo. Como la gripe es un problema estacional y recurrente, existe desde 1952 el GISRS, o Sistema de Vigilancia y Respuesta a la Influenza Global. Se dedica a la colaboración efectiva y el intercambio de datos sobre el virus “basados en el compromiso de los Estados miembros con un modelo de salud pública global”, según informa su sitio digital. Su misión es proteger a las personas de la amenaza de la influenza. Funciona de manera continua como mecanismo mundial de vigilancia, preparación y

Red Mundial de Alerta y Respuesta ante Brotes (GOARN, por sus siglas en inglés), aporta recursos internacionales de salud pública para controlar brotes y emergencias de salud pública en todo el mundo. OMS, 2024.

Estados miembro

Garantizar que los laboratorios nacionales compartan con el SMVRG los virus de la gripe que podrían causar una pandemia.

Reciben apoyo del PIP para mejorar su capacidad de preparación y respuesta a pandemias.

Laboratorios del SMVRG de la OMS

Red internacional de laboratorios de vigilancia de la gripe.

Evalúan el riesgo de pandemia y desarrollan virus para vacunas que luego fabricará la industria

La OMS coordina las actividades del SMVRG.

GRIPEPANDÉMICA

Sociedad civil

Orienta y asesora a la OMS y al Grupo Consultivo del PIP para que el Marco del PIP se aplique de manera justa y transparente.

MARCODEPREPARACIÓ N

MARCO DE PIP

El Marco de Preparación ante una Gripe Pandémica tiene por objeto mejorar la preparación y respuesta mundiales a una gripe pandémica, y fortalecer el Sistema Mundial de Vigilancia y Respuesta a la Gripe (SMVRG) de la OMS.

OMS

Utiliza fondos que proporciona la industria para ayudar a los países a prepararse para la próxima pandemia de gripe.

Firma acuerdos con fabricantes ahora para poder tener acceso equitativo a vacunas y otros productos, cuando sean necesarios.

Industria

Fabrica productos relacionados con la gripe (vacunas, medicamentos antirretrovirales e instrumentos de diagnóstico).

Paga a la OMS una contribución anual por el uso de materiales e información del SMVRG.

Firma con la OMS acuerdos de donación anticipada o de reservas en relación con productos de respuesta.

Más allá de la proliferación de las publicaciones de divulgación, durante la pandemia de COVID las revistas científicas más prestigiosas del mundo decidieron levantar sus paywalls (muros de pago) y permitieron el acceso gratuito a sus artículos.

respuesta ante la gripe estacional, pandémica y zoonótica; plataforma global para monitorear la epidemiología y la enfermedad de la influenza; y alerta global sobre nuevos virus influenza y otros patógenos respiratorios. Lo integran instituciones de 129 Estados miembros de la OMS.

También contra la influenza existe la FluNet, una herramienta virtual lanzada en 1997 para la vigilancia de la gripe, con datos ingresados como el número de virus detectados por subtipo, insumo clave para los investigadores con el fin de observar el movimiento global de los contagios y su interpretación epidemiológica; la base se actualiza de manera semanal. Por último, hay un Reglamento Sanitario Internacional (RSI) de 2005, que es “un acuerdo jurídicamente vinculante suscrito por 196 países, entre los que se encuentran todos los Estados miembros de la Organización Mundial de la Salud” cuyo objetivo consiste en “ayudar a la comunidad internacional a prevenir y dar respuesta a los riesgos graves para la salud pública que puedan cruzar fronteras y amenazar a la población mundial”. Quizá falle la coordinación, pero instrumentos no faltan.

Epidemia… pero de publicaciones

El cólera impactó fuertemente en Europa durante el siglo XIX. Y uno de sus efectos fue lo que los contemporáneos llamaron “epidemia de publicaciones” acerca de él. En fecha tan temprana como 1831, uno de los médicos moscovitas más activos, de apellido Jaehnichen, escribió: “Desde que la Divina Providencia ha librado a la ciudad del flagelo del cólera, sus habitantes se ven afligidos por otra calamidad: las obras que los autores se apresuran a publicar, uno por uno, sobre esta fatal enfermedad”. Se lanzaron más de 15 revistas especializadas dedicadas solo al cólera y entre 1817 y 1881 se editaron más de 7000 publicaciones al respecto en el continente. Algo similar sucedería con el COVID después de 2020 con el agravante de que esta profusión de textos encontró al público más bien harto del fenómeno que convulsionó todos los aspectos de su vida a partir de ese año y prefirió el olvido, lo que dejaría buena parte de esas obras en las estanterías. No obstante, lo importante es que se pone en agenda un tema que despierta los intereses tanto de los expertos como del resto de la sociedad, lo cual promueve una mejor preparación: al permitir cambio de hábitos y aumentar, por ejemplo, los presupuestos que las comunidades invierten en la salud.

La pandemia X

La fecha se conoce con precisión. Fue el 8 de noviembre de 1895 cuando un profesor de Física llamado Wilhelm Röentgen irradió un tubo de vidrio particular y vio algo extraño, que no había observado antes nadie, una fluorescencia que lo hizo practicar una y otra vez hasta que probó con el cuerpo humano: los nuevos rayos atravesaban las partes blandas, pero no los huesos, que quedaban como expuestos en una fotografía. Röentgen, partícipe de la euforia en la que vivía la física de comienzos del siglo XX, bautizó a aquellos singulares rayos “X” porque no tenía idea de qué diablos se trataba, y así lo dejó como una ecuación a despejar por el futuro.

Más de un siglo después, para evitar que cruce como un rayo los cuerpos de los habitantes del mundo, la OMS comenzó a desarrollar una hipótesis acerca de X, una nueva pandemia para la cual debemos estar prevenidos. Si bien es todavía eso, una hipótesis, un plan de trabajo, ya hay candidatos para despejar esa X. Fue en febrero de 2018 que la OMS habilitó la idea para que los planes de ataque y prevención sean flexibles, más allá de cuál fuera el patógeno involucrado. Así, se pidió generar una lista de menos de diez posibles enfermedades como prioridad: Ébola, zika, SARS (que originó el COVID), Lassa, Marburgo y Nipah, entre otros, estaban en las primeras listas elaboradas por los expertos a quienes se había encomendado hacer el trabajo así como algunas fiebres hemorrágicas, enterovirus o, incluso, alguna superbacteria originada por la resistencia a los antibióticos.

Pero también estuvo claro desde el principio que X podría ser un virus emergente aún desconocido, más allá de las probables mutaciones de los ya catalogados. Aunque ha generado alguna disputa acerca de si fue inteligente desde lo comunicacional que la OMS advirtiera acerca de la pandemia de virus X, porque hay gente que pudo haber interpretado que un virus con ese nombre ya existía, existe un cierto consenso entre los expertos acerca de que se trata de un paso más en la incesante tarea de necesaria prevención. De hecho, parte de la financiación para las plataformas de nuevas vacunas de ARNm que resultaron claves en el control del coronavirus nacieron de esta necesidad de prevención así diagramada; lo mismo con algún tipo de antiviral que resultó igualmente exitoso contra el COVID. Siempre, siempre, más vale prevenir que curar. O, tal vez mejor dicho en este caso, siempre, siempre, es mejor prevenir para curar.

Diagnóstico de laboratorio del virus de la viruela del mono: Instituto Nacional de Salud Dr. Ricardo Jorge (Lisboa, Portugal).

Trabajo conjunto para mejorar las capacidades regionales de vigilancia de resistencia antimicrobiana (RAM): Instituto Malbrán (Buenos Aires, Argentina) y OPS.

Estrategias de supervivencia

Hacia abril de 2021, apenas un año después del inicio de la pandemia de COVID-19, un hospital de Buenos Aires publicó el resultado de una convocatoria singular a sus profesionales médicos. Con la intención de generar información desde la denominada “medicina narrativa”, se los invitó a expresarse respecto de ese momento tan singular que estaba atravesando la humanidad en general, y ellos en particular, en la primera trinchera de una batalla global, a través de relatos, orales o escritos. Lo publicado a partir de esa iniciativa incluyó información preciosa acerca de los desafíos por vencer, ciertos padeceres y el heroísmo necesario para derrotarlos.

Un texto de Paula Gutiérrez, una especialista en medicina interna, da idea del ambiente y de cómo se trabajó durante esos largos, largos, meses, y la fuerza que requirió vencer los contratiempos: “Los residentes imprimiendo fotos propias y pegándolas en el camisolín para que los pacientes sepan cómo es la cara de los que los están atendiendo. Una enfermera, aspirando a un paciente sedado (maniobra de alto riesgo). Ver cómo alguien se despide de un ser querido por videollamada, y ver cómo hay colegas que tienen la templanza de acompañar y sostener esa situación... Comprarle una Coca-Cola a un paciente... Pararnos a aplaudir a Dominga, de 94 a ños, cuando se va de alta”.

El aporte de Viviana Arancibia, enfermera de la Unidad de Terapia Intensiva de Adultos: “El domingo salí de mi casa y mientras viajaba hablaba con mis amigas y sentía una sensación rara, pensaba en mi hijo, que había quedado en casa, le dejé un cartelito que decía: ‘Hijo te amo, nos vemos’. Y le envié esa foto a mis amigas y ahí entendieron todo lo que me estaba pasando en ese momento y me largué a llorar… Veo a mis compañeros, al equipo de salud en general, que trabajan con los pacientes con COVID-19 y me emociona porque cada uno de ellos tiene familia, hijos, amigos, nietos, y están ahí poniendo todo para cuidar a la persona que está en la cama, aislada de sus afectos, de sus seres queridos. Una compañera nos dice ‘voy a entrar a asistir al paciente X porque no quiere que lo dejemos solo’...”.

El sacrificio sobrehumano de los que enfrentaron en la primera línea al COVID-19 fue una de las grandes barreras contra el avance del virus. Diana Dowek, Abrazo/Primera Línea II, 2021, acrílico sobre tela, 160 x 180 cm.

Dominique Jean Larrey, barón Larrey, el primer cirujano militar moderno, desarrolló técnicas que todavía se utilizan hoy en día. Grabado punteado de Ambroise Tardieu.

O, finalmente, lo que envió Silvana Figar, jefa de Epidemiología Clínica, acerca del trabajo comunitario en el Programa Detectar: “En dos días tenemos que reconvertir la escuela en un Detectar, mañana nos reuniremos con referentes y organizaciones sociales en ese patio cubierto, veremos cómo la comunidad se acerca a la escuela para saber si está enferma, y estará en nuestro arte persuadir que es mejor estar internado si das positivo, que vamos a hacer el test ahí y esperarás en esas aulas, que intentamos poder calentar con días de 4 ºC y que vengas con un bolsito y tu cargador para ir a internarte por si te da positivo. Mi compañera dice: ‘¡Cómo me cuesta estar en una escuela! Preferiría un comedor comunitario, acá tienen que estar los niños’”. La pandemia impuso enormes exigencias a los profesionales de la salud: cambios en los horarios y rutinas asistenciales, nuevos protocolos y uso de elementos de protección personal, además de un contexto en el que prácticamente nadie estaba trabajando y las rutinas de todo el mundo se habían quebrado. “Todas estas transformaciones implican consecuencias emocionales ya documentadas en trabajos recientes, tales como el incremento del nivel de estrés y la presencia de síntomas de ansiedad y depresión”, dice este trabajo titulado Relatos sobre COVID-19 de profesionales de la salud en un hospital, publicado por un equipo del Hospital Italiano en medio de la crisis.

Como siempre desde que la humanidad consiguió comunicarse entre sí, contar historias es parte esencial de la supervivencia e, incluso, hasta del sentido de la vida misma. Además, la moderna psicología tiene claro que escribir, poner en palabras los momentos traumáticos ayuda a salir de lo peor de los trances. Y esa fue una de las claves para la supervivencia de los profesionales, de los sistemas de salud, de la misma industria farmacéutica que enfrentó en distintos campos la propagación comunitaria de la enfermedad. Trabajaron, se prepararon, adaptaron y sumaron innovación y tecnología aplicada, con buen manejo de los datos y labor en equipo. Todo eso más la participación protagónica de individuos y comunidades permitió alcanzar el triunfo ante este monumental desafío.

La era del triage

La palabra, como otras, salió de la jerga de médicos y especialistas, y pasó al habla cotidiana durante la pandemia de COVID-19. Con esa sonoridad tan francesa, triage (“escoger”, “clasificar”, proveniente del latín por “triturar”, “desmenuzar”) remite a la necesidad de identificar a los pacientes que requieren atención inmediata y distinguirlos de aquellos que no están en emergencia y pueden esperar. Es un recurso de primera necesidad en catástrofes, accidentes o conflictos bélicos, pero ante situaciones como una pandemia, cuando los recursos hospitalarios y de personal son limitados, también es imprescindible para determinar quiénes tienen que ser atendidos inmediatamente y quiénes deben aguardar. Durante 2020 también fue importante para separar a aquellos pacientes que tenían síntomas compatibles con los de la nueva enfermedad de aquellos que presentaban otras patologías y cuyo contagio debía evitarse a toda costa para interrumpir, o por lo menos reducir, la veloz expansión del virus.

Aunque hay referencias que nos llegan de prácticas y tiempos tan lejanos como el Antiguo Egipto, la historia del triage se remonta a la Francia apenas posrevolucionaria, cuando en 1792, un cirujano de la Guardia Imperial de Napoleón, Dominique Jean Larrey, creó el sistema para asistir a los caídos en las batallas, según las necesidades de los soldados heridos, más que por su rango o incluso su nacionalidad. Larrey también fue quien inventó las “ambulancias voladoras”, llamadas así por la velocidad con que asistían en el campo de combate. Incluso ya entonces los médicos tenían claro que las clasificaciones que se hacen en los triages son parte de un proceso dinámico y una persona en principio no prioritaria de atención inminente puede pasar a serlo en un abrir y cerrar de ojos. La complejidad de los sistemas sanitarios modernos hace que sea importante un flujo ordenado de pacientes, así como centros especializados en una u otra afección para evitar precisamente estos cruces y el intercambio de gérmenes. Todo eso nace con este médico francés que no sospechaba que más de dos siglos después algunas de las decisiones médicas tomadas en el terreno se estandarizarían al extremo y hasta comenzarían a reemplazarse por la rama de la Inteligencia Artificial conocida como machine learning , que seleccionará los datos centrales para dar una respuesta incluso más eficiente.

Batalla de Aspern-Essling (21 y 22 de mayo de 1809). Napoleón visita al mariscal Jean Lannes, herido. Llevado a Kaiser-Ebersdorf, el doctor Larrey (en la escena) le amputó la pierna derecha. Luego de una leve mejoría se le declaró una fiebre perniciosa y desarrolló gangrena. Pintura de Paul-Émile Boutigny, 1894.

Triage: Niveles de riesgo y categorización

I

ROJO-EMERGENCIA

Signos y sintomas graves, descompensación con riesgo de vida

II III

AMARILLO-URGENCIA

Presencia de sintomas con signos estables, con factores de riesgo

Estabilidad respiratoria, sin factores de riesgo

Apnea Disnea leve Fiebre

Disnea grave

Taquipnea

Taquicardia-Bradicardia

Hipertermia

Vómitos y diarrea

Cefalea

Debilidad

Respiración con tiraje

Hipertensión arterial/hipotensión Antecedentes de factores de riesgo

SpO2 <93% (con aire ambiente)

Tos

Ardor de garganta

Rinorrea

Ejemplo de triage. Pandemia COVID-19, recomendaciones para Equipos de Salud del Primer Nivel de Atención, Ministerio de Salud de la Nación, Argentina.

La reacción de la industria

Como en el caso de las vacunas, en esto también el conocimiento adquirido con la premura de atender a las necesidades que generaba la pandemia del COVID se derramó en una serie de tratamientos virtualmente listos para otras virosis o incluso enfermedades causadas por otro tipo de patógenos. El sistema de investigación y desarrollo acelerados quedó listo para cualquier eventual nuevo ataque. Como en múltiples aspectos sociales, el COVID fue el gran acelerador de procesos subyacentes.

Modelo de esferas y barras de la molécula de dexametasona, eficaz antiinflamatorio frente al COVID.

Entre los frutos de estos avances, se destaca el primer antiviral aprobado, el remdesivir, de administración endovenosa. Es el que le aplicaron, incluso antes del visto bueno de la Food and Drug Administration (el organismo regulador de alimentos y medicamentos de Estados Unidos) al entonces presidente Donald Trump. Se recetó a pacientes hospitalizados que necesitaran oxígeno y corrieran riesgo de desarrollar cuadros graves. También se usaron otros antivirales vía oral, algunos de los cuales causaron controversia entre los expertos.

En los primeros momentos de la crisis, se depositaron esperanzas en terapias empleadas con éxito en otras patologías, como la administración de plasma de convalecientes o las células madre. Pero esta inmunoterapia, como ocurrió con el suero equino “hiperinmune”, que prometía reducir a la mitad la mortalidad en pacientes con cuadros graves, no resultó tan exitosa como se esperaba habida cuenta de la efectividad que había mostrado

contra la fiebre hemorrágica argentina. Los anticuerpos monoclonales, que demoraron más en desarrollarse, funcionaron muy bien. Basados en la investigación pionera del argentino Luis Federico Leloir, estos ayudan al sistema inmunitario a eliminar los virus y en algunos casos se combinaron en formato “cóctel”.

Sin embargo, estrella entre las múltiples terapias ensayadas fue una antigua conocida, la dexametasona, corticoide de uso común que, aplicado en pacientes internados en terapia intensiva, funcionó como un eficaz antiinflamatorio que redujo alrededor de un 10% la mortalidad en esas instancias (pero no en otras, donde los corticoides pueden incluso ser perjudiciales).

A la tecnología se le sumó el conocimiento del personal de salud para sostener a los pacientes críticos. “Les damos dexametasona, asistencia respiratoria, oxígeno y kinesiología. Todo eso es un montón”, resumió un infectólogo argentino durante la crisis al diario La Nación antes de la disponibilidad de opciones más adecuadas. A eso se le sumaron antibióticos, no para tratar directamente el COVID (ya que combaten bacterias, no virus), sino para evitar las coinfecciones, muchas veces provocadas como efecto indeseado de otras medicaciones, que vulneran la capacidad del cuerpo para luchar contra estos microorganismos.

Pandemia, la primera línea, muestra de Diana Dowek, Pabellón de las Bellas Artes de la UCA, 2022.

Meses viviendo en estado de emergencia, la supervivencia como resultado del esfuerzo y la inteligencia de los profesionales de la salud.

Diana Dowek, Pandemia, 2020, acrílico sobre tela, 160 x 180 cm (izq.); La larga marcha, 2020, acrílico sobre tela, 160 x 180 cm (der.).

5 de junio de 2020: Un “Hércules” C-130 de la Fuerza Aérea Argentina, bajo un estricto protocolo sanitario, realizó el primer vuelo a la Antártida desde que se declaró la pandemia de COVID-19, para abastecer a las 13 bases argentinas y brindar el apoyo logístico a las actividades científicas.

Pandemia hasta en la Antártida

No hay lugar donde escapar, ni tampoco “islas” en la actual forma que ha tomado la civilización humana. Y se comprobó una vez más con el COVID en la Antártida, un sitio que ya tiene huellas humanas permanentes, como plásticos u otros contaminantes químicos, pese a lo prístino que todavía luce. El virus que había salido de China en diciembre de 2019 llegó en menos de un año al Continente Blanco, que –hay que recalcar– no tiene hoy población estable, sino apenas bases militares y científicas de una docena de países. No obstante, el 21 de diciembre de 2020 se detectaron los primeros casos en la base General Bernardo O´Higgins. Fueron 36 personas las contagiadas, según una prueba de PCR que condujo la Armada chilena, lo cual resulta natural dada la manera en que se transmite el SARS-CoV-2 y las dificultades para aislamientos y ventilaciones cruzadas con temperaturas bajo cero. Por fortuna, todos tuvieron una evolución favorable. Luego los contagios llegaron a otras bases, de Argentina, Gran Bretaña, Estados Unidos, Nueva Zelanda y Alemania, donde tampoco hubo que lamentar fallecidos ni necesidad de traslados urgentes a otros continentes. Es que, dadas las condiciones de aislamiento, todos aquellos enviados a la Antártida tienen que pasar estrictos controles de salud porque cualquier infección se puede diseminar muy rápidamente. De todos modos, la situación de encierro y poco contacto que impone el lejano y frío continente austral llevó a que algunos miraran desde allí con ironía lo que sucedía en el mundo de cierres y cuarentenas durante 2020. Como señaló, en nota de The Washington Post, el coordinador médico del programa antártico alemán, Tim Heitland, con un humor propio de su nacionalidad: “No hay mejor cuarentena y aislamiento que la Estación Neumayer”.

Los éxitos contra el virus más esquivo

Demostró ser un hueso durísimo de roer, pero finalmente la ciencia triunfó. Luego de cuarenta años de epidemia, el virus del VIH-sida comienza a estar rodeado. Tras los primeros tratamientos, con el entonces célebre AZT (el primer antirretroviral, que detenía la progresión de la enfermedad a corto plazo, pero no aumentaba la supervivencia), se pasó a un cóctel de drogas que pudo ponerlo a raya. Ahora, se suman tratamientos exitosos y parece que se está incluso más cerca que nunca de una vacuna. En julio de 2024 se demostró la efectividad del antirretroviral lenacapavir, que tiene la ventaja de que su costo es más bajo que el de los tratamientos tradicionales y requiere solo una inyección cada seis meses para los pacientes; por eso al momento de escribir estas líneas se descuenta que pronto podría estar disponible en el mercado.

Y se suman buenas noticias. También se conoció en Alemania el caso del, probablemente, séptimo paciente al que se considera curado del VIH-sida tras recibir un tratamiento con células madre. Fue declarado libre del virus después de que no se lo detectó en seis años de seguimiento. El tratamiento se basa en el trasplante de médula de personas que no se infectan porque su sistema inmunitario no permite el ingreso del virus a su cuerpo. Según consigna la revista Nature para dar cuenta del hallazgo, “en un mes, las células madre de la médula ósea del paciente habían sido reemplazadas por las del donante. El paciente dejó de tomar medicamentos antirretrovirales, que suprimen el VIH, en 2018. Y casi seis años después, los investigadores no pueden encontrar evidencia de que el VIH se esté replicando en el paciente”. Aunque todavía hoy unas 40.000.000 de personas en todo el mundo viven con VIH-sida y muchas están infectadas sin conocer su condición, la situación de quienes tienen acceso a la salud cambió completamente desde la incorporación masiva, a partir de 1995-1996, del llamado cóctel de antirretrovirales, que debía tomarse todos los días y confería importantes tasas de supervivencia, aunque con altos costos sanitarios y la dificultad que siempre presentan los tratamientos crónicos para sostener la adhesión de los pacientes a lo largo de años o décadas. Pese a que los investigadores creen estar cerca, la vacuna todavía se presenta como el cofre de oro al final del arco iris. A pesar de los esfuerzos monumentales de la comunidad científica mundial, este virus sigue siendo escurridizo, precisamente porque su misión es afectar a las células del sistema inmunológico. Quizá –se esperanzan algunos expertos–, esto pueda cambiar con las nuevas tecnologías para producir las vacunas.

Izq.: Diagrama de las formas inmaduras y maduras del VIH. Der.: Obra de Alejandro Kuropatwa, de su serie Cóctel, 1996. Forma parte de un conjunto de fotos del reconocido artista, en las cuales las cápsulas del cóctel (donde se mezclaban diversas drogas antirretrovirales) para pacientes de VIH protagonizan las imágenes.

Animales urbanos. Una manada de cabras aprovecha las calles tranquilas cerca de Trinity Square, en Llandudno, al norte de Gales, y pasea.

El original en francés de La Quarantaine fue publicado por Gallimard en 1995.

La recuperación de la naturaleza

Un respiro para la Tierra: eso significó para los ecosistemas, para la flora y la fauna que llevan literalmente siglos de retroceso en el planeta, que el ser humano estuviera una buena cantidad de meses encerrado y con actividades económicas reducidas durante aquella primera ola de COVID en 2020. Al compás del decrecimiento de las economías, los gases de efecto invernadero tocaron un piso, comparados con los niveles crecientes de emisiones. Y las imágenes de animales acercándose nuevamente a ciudades que estaban vedadas para casi toda otra especie que no les proporcionara comida u otro servicio dieron la vuelta al mundo, desde carpinchos y liebres hasta pumas y jabalíes. Así se reveló una resiliencia de la naturaleza, quizá para algunos insospechada, y se hizo trizas para todo aquel que supiera advertirlo que el desarrollo económico infinito fuera posible.

La luna ilumina la arena y la laguna. El viento ha despejado el cielo negro. Hace casi frío. Camino descalzo por mi sendero, sin hacer ruido. Solo llevo unos pantalones y una camisa sin cuello, y el aire nocturno me produce escalofríos deliciosos. El corazón me late como a un colegial que se ha escapado saltando la tapia. Mientras esperaba que todo el mundo se durmiera, escuchaba los latidos de mi corazón y tenía la impresión de que resonaban por todo el edificio de la Cuarentena, de que incluso atravesaban el suelo, de que se mezclaban con esa vibración regular que marca el paso del tiempo.

J.M.G. Le Clézio, La cuarentena

El auge de los ensayos clínicos (y de los voluntarios)

Para conseguir que un medicamento sea aprobado por las exigentes instancias regulatorias que rigen en la Argentina y en el resto del mundo es imprescindible generar información confiable respecto de cómo actúa, qué consecuencias puede tener y su grado de eficacia, y sopesar toda esta información a la hora de tomar decisiones sobre nuevos tratamientos y políticas públicas. La consolidación de esa información pasa por distintas etapas, desde que el nuevo medicamento es una hipótesis en la cabeza y las probetas de los investigadores, hasta que llega a las farmacias. Cuando esa hipótesis se concreta en una fórmula con cierta viabilidad, comienzan los primeros ensayos, llamados preclínicos porque se realizan por lo general en células y animales de laboratorio. Si estos producen resultados positivos, al tiempo que muestran baja toxicidad y efectos secundarios admisibles, se inician los estudios con seres humanos, en sus tres fases. La diferencia entre fases está dada por el número de pacientes, primero con cohortes de pocos individuos, que luego se amplían.

En la Argentina, durante la última década crecieron muchísimo los ensayos clínicos para probar nuevas drogas, tratamientos y vacunas, lo que coloca al país en un lugar importante dentro del mapa mundial y a la vez le otorga beneficios a los habitantes, que así tienen la seguridad de que lo que se comercializa estuvo probado en personas de su grupo genético e idénticas condiciones socioambientales. Durante la última pandemia el sector tomó más visibilidad, sobre todo por los estudios pioneros que se realizaron para probar vacunas de distintos laboratorios y plataformas. Solo durante 2020,

Una voluntaria sana recibe la vacuna de ADN en investigación contra el virus del zika del Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas (NIAID, por sus siglas en inglés) como parte de un ensayo fase 1 para evaluar su seguridad e inmunogenicidad.

El primer ensayo clínico de la historia, realizado por el médico escocés James Lind en 1747, logró identificar que la ingesta de cítricos (que más tarde, se descubriría, son ricos en vitamina C) curaba rápidamente el escorbuto que afectaba a los marineros de la Armada británica. La ilustración es de Robert Alan Thom, de su serie de 45 pinturas que representan la historia de la medicina, encargada por Parke-Davis en el año 1959.

fueron presentados a la Administración Nacional de Medicamentos, Alimentos y Tecnología Médica (ANMAT) 173 protocolos, 20 de los cuales tenían que ver con el COVID-19; el resto con oncología e infectología, entre otras áreas. En total, el Ministerio de Salud de la Nación aprobó 14 diferentes ensayos clínicos para vacunas contra esta enfermedad, originados en peticiones de laboratorios de distintas nacionalidades (incluyendo la vacuna de producción enteramente nacional, ARVAC-Cecilia Grierson); en tanto, fueron decenas los que se probaron de distintos medicamentos. Si bien la Ciudad de Buenos Aires, por su peso específico, tuvo un lugar protagónico, cada vez más se observa la creación de capacidades en las provincias que se suman a los protocolos e incluyen a sus pacientes. Un altísimo porcentaje de estos estudios se llevan a cabo en instituciones, pero está creciendo el área de los llamados estudios clínicos descentralizados (ECD, también conocidos como virtuales, porque se pueden hacer de manera domiciliaria), que ganan aceptación por la reducción de costos y un mayor grado de efectividad. Al respecto, la ANMAT fijó una posición en la que destaca que “ha venido observando con interés el desarrollo de ECD, y acepta diversas tecnologías y modalidades innovadoras toda vez que el nivel de protección de la

de gripe

seguridad, derechos y bienestar de los participantes y de la calidad de la información obtenida sea equivalente al brindado en los estudios convencionales. Se debe dar cumplimiento a las Buenas Prácticas Clínicas, las leyes y normativas locales vigentes en todos los procesos, siendo el patrocinador e investigador los responsables de su implementación. El patrocinador debe contar con planes de contingencia para minimizar impactos que cualquier situación adversa imprevista pudiera ocasionar… Los alcances de la aplicación de las herramientas innovadoras se reevaluarán con la experiencia que arroje la validez de los datos obtenidos a través de estas. La posibilidad de uso de elementos descentralizados en estudios clínicos depende del análisis de muchas variables tales como el diseño del ensayo clínico, la población a incluir, la patología en estudio, el producto en investigación y su avance en el desarrollo, entre otros”.

Beneficios colaterales

Como consecuencia de las cuarentenas, los cambios de hábitos y otras medidas sanitarias que se toman por una infección en particular, pueden generarse beneficios colaterales para otras enfermedades que nada tienen que ver con las infecciosas. Durante 2020, por ejemplo, la mortalidad por accidentes viales, la principal causa de fallecimiento entre los jóvenes en Argentina, se redujo un 45%, debido sobre todo a la restricción en la circulación. De acuerdo con cifras oficiales, el promedio diario de muertes por accidentes de tránsito se redujo de 15,3 a 8,5, en tanto que la tasa cada 100.000 habitantes pasó de 12,5 a 6,9 en ese período. Otro ejemplo claro es que el uso extendido del barbijo, la ventilación de los lugares cerrados y las cuarentenas mismas redujeron también la transmisión del virus de la gripe tradicional.

James Lind. Un ensayo sobre los medios más eficaces para preservar la salud de los embarcados, 1762.

Cantidad de muestras respiratorias analizadas y porcentaje con resultado positivo para gripe, por año: Estados Unidos, temporadas 2016-17 a 2019-20.

Estados Unidos: Declaración de la emergencia nacional de COVID-19

Pruebas 2019-2020

PP 2019-20

PP 2018-19

PP 2017-18 PP 2016-17

de muestras analizadas para gripe

Semana de vigilancia
Cant.
Fuente: Centers for Disease Control and Prevention (CDC).

Este gráfico representa la evolución de la persona con probable infección de SARS tomando varios países y los ratios de mortalidad en las dos semanas previas al 7 de julio de 2003.

Es más, algunos científicos sostuvieron que 2020 fue, a nivel global, el año sin gripe. “Simplemente no hay gripe circulante”, dijo el experto Gregory Poland, de la Mayo Clinic, en una nota de la revista Scientific American. “En Estados Unidos hubo alrededor de 700 muertes por influenza durante la temporada 2020-2021. En comparación, los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades estiman que hubo aproximadamente 22.000 muertes en la temporada anterior y 34.000 muertes hace dos temporadas”. La esperanza, entonces, era que el lavado intensivo y frecuente de manos, la ventilación y el uso de barbijos, así como la distancia interpersonal cuando aparecen los primeros síntomas, redujera de manera permanente la gripe. Luego de aquellos años 2020 y 2021, los números de la gripe se reacomodaron, pero la enseñanza perduró: está en nosotros aplicar ese aprendizaje.

El primer SARS

La alarma se desató en noviembre de 2002 cuando en la provincia china de Cantón identificaron a pacientes que tenían un síndrome respiratorio poco común. En marzo de 2003, la Organización Mundial de la Salud emitió una alerta global para evitar la dispersión del virus que causaba lo que se conocería finalmente como Síndrome Agudo Respiratorio Severo (SARS, por sus siglas en inglés). Llegó a unos treinta países antes de lograr ser contenido, en julio de 2003. Se dispersó sobre todo en áreas del Sudeste Asiático, aunque hubo casos en Canadá y Estados Unidos, Europa y Sudáfrica. Por sus características, y porque el intercambio mundial no era tan intenso como lo sería 20 años más tarde, no se extendió a todos los continentes como el coronavirus de 2019. Sudamérica no tuvo un solo caso y causó en total menos de mil muertes. Cuenta el Premio

Estadística del SARS, año 2003

TASA DE MORTALIDAD

TASA DE MORTALIDAD

TASA DE MORTALIDAD PROMEDIO

CHINA

HONG KONG

CANADÁ

TAIWÁN

OTROS

TOTAL

Fuente: World Health Organization (WHO).

Nobel de Medicina australiano Peter Doherty cómo se logró frenarlo: “La principal preocupación fue siempre limitar el contagio. En este sentido resultó de gran ayuda haber podido aislar el virus, además de nuestra capacidad para desarrollar métodos de diagnóstico adecuados. Al comienzo del brote, las autoridades chinas construyeron en Pekín, en apenas una semana, un hospital de campaña para aislamiento de pacientes. En ese momento yo estaba de viaje, y al pasar por el aeropuerto de Singapur para un transbordo, vi que mucha gente en la sala de embarque usaba barbijo, algo que se convirtió casi en un accesorio de rigor en las ciudades golpeadas por el SARS. En las zonas de aduanas y de control migratorio, un sensor remoto les tomaba la temperatura a los pasajeros. Una vez identificado el patógeno, fue sencillo determinar dónde y cuándo los pacientes excretaban el virus, para mantener a esas personas en aislamiento y proteger al personal médico mientras los afectados aún tenían capacidad de contagiar. Al poco tiempo, se desarrollaron pruebas de anticuerpos para detectar muy velozmente si había rastros de exposición reciente o pasada”.

Pese al éxito sanitario, el nuevo patógeno encendió las alarmas de los epidemiólogos porque se trataba de un coronavirus singular que generaba neumonías muy atípicas. Una vez pasado el brote, las autoridades sanitarias lograron determinar que el SARS es un virus endémico entre los murciélagos y que tuvo un huésped intermedio en las civetas, un pequeño mamífero nocturno de los bosques asiáticos. Poco más de quince años después, otro virus de esa familia mutaría y generaría otra historia.

Los respiradores cordobeses

Ante enfermedades que atacan las vías aéreas y complican el sistema respiratorio, tener soporte vital resulta imprescindible. Y en momentos en que por la demanda creciente no alcanzan los respiradores, contar con una fábrica que los produce localmente resulta una ventaja considerable. Es lo que sucedió en la Argentina, donde no una sino dos pymes de la provincia de Córdoba –creadas en los años 1960 y 1980, respectivamente– producen respiradores artificiales y fueron clave en la lucha contra la última pandemia en el país. En medio del brote, una de ellas decidió dejar de exportar (a sus principales mercados en Brasil, la India, China y Alemania) y multiplicó los turnos de los trabajadores para lograr triplicar su producción para atender la demanda intensificada de las terapias intensivas. La otra tiene también una filial brasileña, aunque fue fundada por tres ingenieros argentinos en la provincia mediterránea, y abasteció una demanda de aparatos diez veces superior a la normal durante 2020. Los respiradores requieren ajustes más o menos permanentes y un intenso servicio de posventa. En toda Latinoamérica hay cinco empresas que los producen: las dos argentinas y tres en Brasil. Cuando empezó la pandemia, en el país había unas 8500 camas de terapia intensiva que podían requerir cada una el uso de un respirador; ese número sobrepasó los 10.000 en los momentos más difíciles, durante 2021.

Peter Charles Doherty, veterinario e investigador australiano, Nobel de Fisiología y Medicina en 1996 por su trabajo acerca de cómo las células inmunes del cuerpo protegen contra los virus.

Tecme, una de las dos pymes cordobesas que abastecieron la creciente demanda de respiradores durante la emergencia.

Hospital Huoshenshan, Wuhan, China. La foto aérea fue tomada el 30 de enero. La construcción se completó el 2 de febrero de 2020, es decir, 10 días después de ser iniciada.

El hospital chino hecho a velocidad supersónica

Las imágenes dejaron impávidos a los occidentales cuando aún la pandemia de COVID no había exigido las duras cuarentenas que sobrevendrían: en el insólito plazo de diez días, las autoridades de China habían erigido desde la nada un hospital de 60.000 m2, en dos pisos, con capacidad para albergar 1500 camas y 30 unidades de terapia intensiva atendidas por unos 2000 trabajadores de la salud. Es el Hospital Houshenshan, construido en Wuhan (la provincia donde apareció el virus) entre el 23 de enero y el 2 de febrero de 2020 para frenar la pandemia. Otro hospital de similares características, el Leishenshan, también se construyó en la misma zona en un plazo igualmente veloz. De todos modos, pasado el momento que se consideró más crítico y al detenerse la transmisión comunitaria por la política de COVID cero, ambos fueron cerrados el 15 de abril de 2020 y quedan disponibles para emergencias semejantes en el futuro, que, por otra parte, voces expertas y evidencia científica prevén. Los más de 7000 trabajadores que trajinaron intensamente en su construcción debieron hacer cuarentas de 14 días por haber estado en la zona de contagio.

La protección es lo primero

Es imprescindible que los médicos se cuiden a sí mismos para poder cuidar a los demás. Es el mismo principio que se tiene en cuenta cuando en los aviones la tripulación advierte a los pasajeros que, en caso de que caigan las mascarillas por una súbita despresurización, primero hay que ponerse la propia y luego ayudar a los demás, sobre todo si entre “los demás” hubiera niños o adultos mayores. Durante la última pandemia, el personal de la salud fue instruido para cuidarse a partir de un protocolo que incluía guantes, batas o delantales, tapabocas y protectores respiratorios, así como gafas y caretas, que sirven tanto para el contacto directo con fluidos corporales de un paciente afectado como para enfermedades transmitidas por el aire, tal el caso del COVID-19. De este modo, se reducen las posibilidades de exponerse a los patógenos, así como de multiplicar las infecciones dentro de la institución. Entre los barbijos, se requirió un tipo especial llamado N95, que provee un sello hermético alrededor de la nariz y la boca. La protección de los ojos también es importante ante ciertos virus para que no ingresen a través de las membranas mucosas. Durante la última pandemia, el personal médico tuvo que aprender a hacer uso correcto de estos recursos, y agregar su colocación a la rutina diaria antes y después del contacto con los pacientes. La disposición final para lavandería o en contenedores de residuos patológicos también exige cuidados especiales.

Cumplir el protocolo para la utilización de Equipos de Protección Personal (EPP) por parte de los trabajadores de salud podía demandar más de 30 minutos, y a veces requería supervisión.

El humor de Tute nos interpela sobre la vuelta a la “normalidad”.

El Ministerio de Salud de la Argentina generó un documento de ocho páginas con las recomendaciones que se deben seguir para cada caso. Decía que las medidas de precaución “comprenden: la higiene de manos, higiene respiratoria, uso de equipos de protección personal según evaluación de riesgo, descarte seguro de materiales cortopunzantes, manejo adecuado del ambiente y de los residuos patológicos hospitalarios, esterilización y desinfección de dispositivos médicos y hospitalarios, limpieza del entorno hospitalario. Deben ser aplicadas: a TODO paciente que requiere atención de salud por TODOS los trabajadores de la salud y en TODOS los entornos sanitarios ya que son medidas generales encaminadas a minimizar la diseminación de la infección y evitar el contacto directo con sangre, fluidos corporales, secreciones o piel no intacta de los pacientes”. Por ejemplo, detalla para el barbijo N95, indicado para tomar muestra respiratoria y otros procedimientos directos que pueden generar aerosoles en influenza o COVID-19, que “el uso debe ser individual (no se comparten) y pueden ser reutilizados hasta 15 días en jornadas de trabajo menores a 7 horas diarias o hasta 7 días en jornadas mayores a 7 horas diarias”, no se deben llevar a los domicilios particulares y en caso de rotura hay que descartarlos de inmediato. Estas y otras normas se inspiraron en las elaboraciones técnicas de la Organización Panamericana de la Salud (OPS), “basadas en ejercicios de simulación del uso de EPP [equipos de protección personal] en brotes, con mecanismos de transmisión semejantes, tales como el síndrome respiratorio agudo severo (SARS) y Síndrome Respiratorio por el coronavirus del Medio Oriente (MERS) ”.

El ecosistema de la cooperación

Todo lo anterior es una muestra cabal de cómo la humanidad concentró esfuerzos para responder a la emergencia pandémica. Los gobiernos, las poblaciones, los médicos, los investigadores, los laboratorios de todo tipo aunaron esfuerzos con la población general en la conciencia de que era la única manera de escapar del atolladero, del complejo brete planteado por el virus. Hay innumerables ejemplos de esta unión. Quizá corresponda colocar en primer término al grupo de 120 científicos de 30 instituciones (desde el Conicet hasta el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria, pasando por el Hospital Garrahan) que se unieron para hacer el monitoreo genético de la deriva del SARS-CoV-2 y sus diferentes variantes (a veces mal llamadas “cepas”), para saber cómo cambiaba su capacidad de transmisión, así como su dispersión geográfica. Fue el Proyecto PAIS (Proyecto Argentino Interinstitucional de Genómica de SARS-CoV-2). En el mismo sentido, a nivel panamericano, la OPS creó en 2020 la Red Regional de Vigilancia Genómica COVID-19, que funcionó como un mecanismo para fortalecer la capacidad de secuenciación de los laboratorios participantes y “estimular a los países a implementar la vigilancia genómica de rutina, como estrategia para incrementar la cantidad de datos de secuenciación disponibles en el mundo, lo cual es crítico para mejorar la implementación de protocolos de diagnóstico, generar información para el desarrollo de vacunas y para entender correctamente patrones de evolución y epidemiología molecular de SARS-CoV-2”. A fines de 2023 llevaban casi 600.000 secuenciaciones del virus.

Integrantes y logo del Consorcio Argentino de Genómica de SARS-CoV-2, constituido en el marco del Proyecto Argentino Interinstitucional de genómica de SARS-CoV-2 (PAIS/Conicet).

El test de diagnóstico

“Neokit COVID-19”, producido en la Argentina, abrevió los tiempos de espera de resultados.

También hay que incluir dentro de ese esfuerzo el extenso listado de científicos argentinos que respondieron a una llamada del entonces Ministerio de Ciencia para atacar diferentes aspectos de la emergencia sanitaria. Fueron cientos de investigadores que dejaron sus puestos y temas habituales para atender a la inusual demanda, y poner su conocimiento y capacidades al servicio del bien común, con la certeza de que permitiría contribuir al control del virus y de que sus otras investigaciones y su carrera personal podrían esperar momentos más convenientes, cuando el riesgo hubiera menguado. Se financiaron así más de 300 proyectos concretos para el conocimiento y abordaje del virus. De ellos, surgieron algunos resultados que ayudaron a paliar la situación, como el test serológico COVIDAR IgG, producido por el Laboratorio de Biología Estructural y Celular de la Fundación Instituto Leloir, el primero de este tipo desarrollado en el país que permite determinar, a partir de muestras de sangre o suero, si una persona tiene anticuerpos contra el SARS-CoV-2. O el Neokit, que permite testear muestras y obtener resultados en menos de dos horas, con igual o mayor sensibilidad que las técnicas actuales de la prueba de PCR (reacción en cadena de la polimerasa), diseñado por equipos del Instituto de Ciencia y Tecnología Dr. César Milstein y la Fundación Pablo Cassará. También el kit ELA-Chemstrip, desarrollado a partir de una alianza entre las universidades nacionales de San Martín (UNSAM) y de Quilmes (UNQ) y dos pymes tecnológicas: Chemtest y Productos Bio-Lógicos SA. Funciona en tres pasos a partir del hisopado nasofaríngeo del paciente y todo el proceso dura una hora y media. Pero quizá el más popular de todos, utilizado por millones de argentinos, fue el barbijo Atom Protect, conocido simplemente como “el barbijo del Conicet”, generado conjuntamente por la Universidad de Buenos Aires, el Conicet, la Universidad Nacional de San Martín y la empresa Kovi SRL: tiene propiedades viricidas, bactericidas y fungicidas, y demostró mejor o igual desempeño que los barbijos N95.

Ese espíritu de amplísima colaboración internacional redundó, también, en que las revistas científicas más prestigiosas del mundo, que tienen habitualmente sus artículos con muro de pago, decidieran levantarlos para facilitar la circulación inmediata del conocimiento y los descubrimientos que llegaban de todas partes del planeta. Asimismo, se hicieron populares los llamados preprints, publicaciones sin revisión de pares, pero que mostraban cómo se iba sumando saber sobre el virus y sus derivaciones epidemiológicas, y sus modos de tratarlo en la clínica y las terapias intensivas. Una forma de la solidaridad casi sin precedente en tiempos recientes. Y no solo entre científicos: todos querían aportar su grano de arena, lo que se tradujo, por ejemplo, en el auge de los voluntarios para ensayos clínicos.

Y lo último, pero no por eso menos importante, fue un hito en la historia científico-tecnológica argentina: el desarrollo de la vacuna contra el COVID “ARVAC Cecilia Grierson”, concebida, desarrollada, escalada y ensayada en el país, y la única de América Latina. Un fantástico ejemplo de colaboración entre la universidad, la industria y el sistema sanitario.

Pero más allá de esta comprobación, las pandemias dejan huellas y cambios insospechados sobre la manera en que una sociedad se organiza y se reorganiza a partir de haber sobrevivido a esa inclemencia. Durante la emergencia y también en la pospandemia tuvo lugar la aceleración de algunos procesos larvados, como la digitalización o el auge del trabajo remoto, entre muchos otros.

Las paredes de las ciudades también hablaron del COVID-19, ilustradas por muralistas y grafiteros.

El camino de la solución

La sociedad como problema, la sociedad como solución. ¿Qué cosas hace ese conjunto de personas que viven agrupadas cuando advierte que está atravesando una epidemia o el brote de una enfermedad?

¿Qué mecanismos de supervivencia se activan para sobrellevar la situación?

¿Cómo usar la experiencia de la forma más sabia posible? Son muchos los mecanismos, en algunos casos contradictorios, a veces irracionales, lo malo, lo bueno, el egoísmo, lo que enaltece, pero siempre en la búsqueda de la supervivencia, de hacerle frente al desafío y seguir adelante. En todo caso, esa multiplicidad de recursos integra la nutrida caja de herramientas de la que hoy dispone la humanidad tras diez mil años de historia y muchísimos más de convivencia con los virus, bacterias y otros patógenos. Son numerosas las acciones a tomar antes, durante y después de cada reto. Una de las recomendaciones que da el Premio Nobel de Medicina Peter C. Doherty, en su libro Pandemias, todo lo que necesitás saber, es ser un turista sensato, además de un ciudadano igualmente sensato. En un mundo en el que el turismo es una de las principales industrias, a punto tal que mueve alrededor de 10% del PBI global, y para muchos es la manera central de gastar el excedente generado en otros trabajos y motivo de felicidad, trasladarse de una región a otra, de un continente a otro puede ser uno de los más importantes vectores involuntarios de infecciones. En ese contexto, ¿en qué consiste la sensatez? Doherty la entiende como la responsabilidad de tener las vacunas al día, averiguar de antemano cuáles son las infecciones prevalentes en el lugar de destino, adoptar conductas responsables a la hora de interactuar con animales y ecosistemas en general y ser todo lo cuidadoso que sea posible en el caso de entablar relaciones sexuales con extraños.

Pero el listado no se agota ahí: “Una vez en casa, y según cómo funcione el sistema de salud de nuestro país, hay que ir de inmediato al médico [ante cualquier sospecha]. Las infecciones, sobre todo las bacterianas, pueden matar muy rápidamente. Es fundamental acudir durante esos primeros momentos de la enfermedad a un médico de formación occidental, clásica, con título oficial, que haya estudiado en alguna universidad reconocida”, escribe Doherty, y agrega que los homeópatas o naturistas pueden aliviar dolencias

El artista Ricardo Siri, conocido como Liniers, publicó esta obra que fue tapa de la revista
The New Yorker, marzo de 2021, ilustrando el florecimiento de la esperanza.

Un amplio número de viales de vacunas multidosis meticulosamente organizado ilustra su producción a gran escala.

crónicas o dolores persistentes, pero no saben cómo utilizar el poder de la ciencia para curar infecciones agudas. Estas requieren de toda la pericia de la ciencia académica: medicamentos recetados, pruebas de laboratorio cada vez más exhaustivas, a la vez que el cuidado de profesionales con experiencia.

Incluso si no se sale del país, las infecciones pueden viajar hasta nosotros, lo que nos obliga a mantenernos alerta, sobre todo si estamos en contacto con viajeros. En este sentido, el Nobel australiano añade que la educación permanente a la población acerca de cómo se transmiten virus y bacterias, y cómo es que pueden llegar a ser peligrosos, es una de las claves de la prevención. Medidas tan simples como no toser y estornudar sobre las manos, sino sobre los codos y lo más lejos posible de otras personas son de gran utilidad, como se hizo costumbre desde 2020. Lo mismo que el lavado continuo de manos con jabón, por unos 40 segundos. Durante la pandemia de COVID se acompañaba esta recomendación con la inteligente sugerencia de que los niños canten el feliz cumpleaños mientras lo hacen, porque añade a su utilidad un espíritu lúdico y a la vez transcurre el lapso suficiente como para que el jabón actúe químicamente y rompa los enlaces víricos. Situaciones que se suponía que llegaban para quedarse, como el uso masivo del barbijo o la intención de no concurrir al trabajo si uno tiene síntomas de algún tipo, pasado un tiempo parecen haberse olvidado o caído en desuso. La enumeración previa se refiere a medidas que podríamos denominar “sociales” o “educativas”. Pero a estas se suma todo otro conjunto, más vinculado con el “ hardware ”, con la maquinaria que se pone en marcha ante una alarma. Son soluciones de ingeniería, de inteligencia hospitalaria, de tecnología médica (con las vacunas como eje central), pero que a su vez apalancan decisiones de los gobiernos acerca de cómo lidiar con la adversidad. Sobre ellas se montan los movimientos sociales, el uso intensivo de celulares, y sistemas digitales para enseñar y trabajar a distancia, redes y aplicaciones computacionales, así como tests y análisis bioquímicos cuyo uso pasa de estar en manos de pocos expertos altamente entrenados, como la reacción en cadena de la polimerasa (PCR, por sus siglas en inglés), a incorporarse a la práctica cotidiana de numerosos laboratorios. Las pandemias pueden llegar a modificar ciudades enteras y promover el desplazamiento de personas hacia zonas menos pobladas en una inesperada vuelta a la ruralidad. Recorramos esos cambios pequeños y grandes, superficiales y profundos, que imponen patógenos diminutos.

Dispositivos y estrategias

Además de las soluciones para el tratamiento de pacientes individuales que registraron avances inimaginables hace solo décadas, existe todo un repertorio de dispositivos y estrategias que se ponen en práctica para hacer frente a microbios que nos afectan en forma masiva. El hospital mismo, aunque su cercanía a veces nos lo oculte, puede ser también una tecnología para contener la dispersión de brotes en la comunidad. Durante las pandemias, estos centros de salud modificaron hasta su arquitectura para adecuarse a las nuevas circunstancias, se prepararon alas especiales para atender la urgencia y el aluvión de personas damnificadas, preservando el cuidado de pacientes con otras patologías, ya que las enfermedades crónicas siguen su curso.

“Flexibilidad espacial, doble circuito de acceso de pacientes y revisión de los materiales de las superficies”, dijo al diario Clarín Rita Comando, especialista en Planificación del Recurso Físico en Salud del Hospital General de Agudos Carlos G. Durand de Buenos Aires, respecto de cómo se adecuó la entidad al nuevo fenómeno a lo largo de 2020 y los años siguientes. La ventilación, aspecto central, así como la generación de dos distintos circuitos de acceso y el perfeccionamiento del triage (es decir, la priorización de pacientes por su gravedad) fueron temas de preocupación para quienes tenían que planificar la nueva demanda hospitalaria: un trabajo multidisciplinario de médicos, ingenieros y arquitectos, entre otros. Por ejemplo, para tener bien delimitados los diferentes tipos de circulaci ón : de pacientes (ambulatorios e internados), de familiares o visitantes, de personal médico y no médico, de abastecimiento y procesamiento de material limpio y usado. Ante la necesidad de disminuir los contagios, una vez confirmado que el virus se transmite por el aire, también aparecieron los medidores de dióxido de carbono como forma indirecta de evaluar la posibilidad de que

Una profesional realizando tests de reacción en cadena de la polimerasa (PCR, por sus siglas en inglés).

En medio de la pandemia de COVID-19, un grupo de diseñadores, ingenieros, profesionales médicos y expertos militares se han unido para trabajar en CURA, un proyecto de código abierto destinado a la creación de Unidades de Cuidados Intensivos (UCI) a partir de contenedores marítimos reutilizados. El primer modelo de CURA se construyó e instaló en un hospital de Turín, Italia, en la primavera de 2020.

haya virus en los ambientes y la recomendación de intensificar la ventilación cruzada en oficinas, aulas, comercios y otros lugares donde se reúnen personas.

Por otra parte, florecieron los testeos, importantes por dos razones concomitantes. En primer lugar, permitieron conocer con rapidez si se estaba en presencia de un individuo infectado y confirmar el diagnóstico. Pero también fueron una herramienta eficaz para seguirle las huellas al virus, ver cómo se iba dispersando y hacer el rastreo epidemiológico. A tal fin, primero, se debieron calibrar las máquinas de PCR, para que localizaran y ampliaran un fragmento de la molécula de ARN del SARS-CoV-2. Solo después, en una segunda instancia de la pandemia, se popularizaron los análisis de diagnóstico rápido, hechos por profesionales o como autoprueba, según el caso, que tenían la ventaja de tardar entre 10 y 15 minutos en lugar de las varias horas que puede demorar la PCR en arrojar resultados. Los testeos rápidos no detectan el virus, sino los anticuerpos que produce el organismo para enfrentarlo, o bien proteínas del virus presentes en las muestras respiratorias.

Las vacunas más rápidas de la historia

Cuando en agosto los investigadores rusos del Centro Nacional de Investigación de Epidemiología y Microbiología Gamaleya comunicaron al mundo que tenían la primera vacuna efectiva contra el nuevo coronavirus habían transcurrido apenas siete meses desde la secuenciación del genoma del SARS-CoV-2, paso previo y necesario para generarla. Hasta entonces, los pronósticos más optimistas hablaban de un mínimo de 18 meses o, en el mejor de los casos, de 12, contra los cinco o diez años que eran lo habitual para las vacunas conocidas hasta el momento. Pocos pensaban que en ese plazo habría ya varios millones de personas inmunizadas, con esa y con otras varias plataformas. “Se hizo el esfuerzo más grande que haya conocido la humanidad para generar, probar y producir vacunas. Son cientos las que se probaron clínicamente, y unas cuantas pasaron el filtro y se aplican. Fueron la mayor esperanza de derrota de, o convivencia con, el coronavirus”, sintetizó Roberto Etchenique, investigador de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA y el Conicet en una nota publicada en La Nación. Los nombres utilizados por algunas potencias para sus programas de desarrollo (Operación Warp Speed, en Estados Unidos, y Sputnik, en Rusia) remiten a otras epopeyas también financiadas por los Estados con el aporte de miles de millones de dólares. Ese muy rápido avance en nuevas vacunas y nuevas tecnologías, con fuerte inversión de parte de algunos países, es uno de los hechos más positivos de todo el proceso.

Cuatro años después, en 2024, ese conocimiento está disponible para enfrentar otra emergencia internacional declarada por la OMS, la de la Mpox, también conocida como viruela símica, una enfermedad causada por el virus de la viruela del mono, que puede transmitirse a los humanos a través del contacto físico con una persona infectada, con materiales contaminados o con animales infectados. En agosto de 2024, el director general de la OMS, Tedros Ghebreyesus, anunció que había puesto en marcha el proceso de autorización de uso de emergencia de las vacunas contra esta infección por la rápida propagación de la enfermedad, que se inició con un brote en la República Democrática del Congo, y la detección de una variante viral de más fácil y nuevos modos de transmisión.

“El procedimiento de autorización de uso de emergencia se desarrolló específicamente para acelerar la disponibilidad de productos médicos sin licencia, como las vacunas, que se requieren en situaciones críticas de salud pública. Se trata de una recomendación limitada en el tiempo, basada en un enfoque de riesgo-beneficio”, explicó el comunicado de la OMS que al mismo tiempo solicitó a los fabricantes que presenten datos para garantizar que las vacunas sean seguras, eficaces, de calidad y adecuadas para las poblaciones objetivo. La autorización de uso de emergencia también permite a consorcios como Gavi (la Alianza para la Vacunación) y Unicef acelerar y facilitar los trámites para su distribución. Actualmente se utilizan dos vacunas contra la enfermedad, y el grupo de expertos en asesoramiento estratégico sobre inmunización de la OMS (conocido por las siglas SAGE) recomendó su uso.

Llegada a la Argentina de la vacuna Spunik V, vía aérea, proveniente de Rusia.

Sello oficial de la OWS, asociación público-privada iniciada por el gobierno de Estados Unidos para luchar contra el COVID-19.

La bioquímica húngara

Katalin Karikó y el inmunólogo estadounidense

Drew Weissman, Premio Nobel de Fisiología o Medicina 2023. Esta vez la Academia se “precipitó”.

Un Nobel merecido

Apenas cuatro años después de que apareciera el nuevo coronavirus en China, la Academia Sueca decidió premiar a la nueva tecnología de desarrollo de vacunas con la que se atacó principalmente la pandemia. La húngara Katalin Karikó (Universidad de Szeged, en su país natal, y de Pensilvania, Estados Unidos) y el estadounidense Drew Weissman (también de esta última casa de estudios) compartieron el galardón de alrededor de un millón de dólares por haber trabajado en las inmunizaciones conocidas como de ARNm (ARN mensajero, la molécula que traslada la información del ADN fuera del núcleo celular y dirige la síntesis de proteínas). El comité del Nobel enfatizó que fueron administradas más de 13.000.000.000 (trece mil millones) de dosis y se salvaron millones de vidas. También subrayó que la misma forma de producir inmunidad podría permitir avanzar en tratamientos contra el cáncer y otras enfermedades infecciosas. Como se señaló durante la conferencia de prensa del anuncio, en Estocolmo, se trata de un mensaje de la ciencia a los grupos antivacunas que proliferaron durante la pandemia en los países centrales, y en menor medida en la Argentina. En cierto sentido, la elección fue contraria a una tendencia del Nobel de no premiar investigaciones muy novedosas y cuyos resultados no fueron avalados por largos años de aplicación. La ventaja de las nuevas vacunas es la posibilidad de desarrollarlas en tiempo récord y lograr enormes volúmenes de producción, tal como es necesario durante una pandemia. Según explicó la Academia, “el interés en la tecnología de ARNm comenzó a aumentar y, en 2010, varias empresas estaban trabajando en el desarrollo de este método. Se buscaron vacunas contra el virus zika y el MERS-CoV (otro coronavirus que proviene de los camellos); este último, estrechamente relacionado con el SARS-CoV-2”. Y puntualiza que “después del estallido de la pandemia de COVID-19, se desarrollaron a un ritmo récord dos vacunas de ARNm con bases modificadas que codifican la proteína de superficie del SARS-CoV-2. Se informaron efectos protectores de alrededor del 95% y ambas vacunas fueron aprobadas ya en diciembre de 2020”.

Retrato de Louis Pasteur, precursor de las vacunas de virus inactivado. Fotografía de Eugène Pirou.

Las tecnovacunas

La sola enumeración de las múltiples plataformas que se usaron contra el COVID permite valorar la enorme cantidad de conocimiento, recursos e inventiva de los que la humanidad se benefició para sobreponerse a una pandemia que no por estar dentro del rango de lo posible dejó de ser sorpresiva. Algunas de ellas son las conocidas como de virus inactivado, de vector viral, de proteínas recombinante y de ARN mensajero. Cada cual con virtudes particulares, tanto desde el punto de vista estrictamente médico como también de escalado, logístico o de almacenamiento, estas tecnologías reflejan las opciones disponibles ante el ataque de los patógenos y justamente por haber sido generadas durante la última pandemia son un ejemplo para mejorar la prevención de las que vendrán. También permiten

tomar conciencia de lo que se avanzó desde las primeras y rudimentarias inmunizaciones, centradas en lo que se conoce como “variolización”, prácticas de las que tenemos referencia desde antes de la era cristiana, que consistían en exponer a una persona, a través de la piel, a pequeñas dosis de los patógenos para generar la respuesta inmune.

Pero veamos en qué consiste cada una de ellas.

De virus inactivado: es hija directa de las primeras vacunaciones modernas, las del médico británico Edward Jenner, luego perfeccionadas por Louis Pasteur contra la rabia. Para obtenerla, se aísla el patógeno y se lo destruye (se lo inactiva) por medios físicos o químicos, de tal modo que no se pueda reproducir en el organismo, pero que igual promueva la reacción del sistema inmune como si se encontrara con el virus completo. Es la tecnología de rutina que se emplea para las vacunas antigripales de todas las temporadas. En las de virus atenuado la estrategia es similar, pero el virus está debilitado en lugar de destruido. Es el principio bajo el que actúa, por ejemplo, la vacuna contra el dengue aprobada en la Argentina en 2023.

De vector viral: también fue muy importante para el control del COVID-19. En este caso, se usan virus que normalmente conviven con el ser humano y que funcionan como transporte para ciertas proteínas del patógeno para así estimular la respuesta inmune. Laboratorios de Estados Unidos, Rusia y Gran Bretaña trabajaron en esta plataforma y también se usó en ensayos de vacunas contra el Ébola, contra el virus de la parainfluenza (que causa diferentes enfermedades respiratorias), el de la rabia y el citomegalovirus (un tipo de virus herpes que provoca desde fiebre y fatiga hasta afectación de los ojos y otros órganos).

De proteína recombinante: tienen una larga tradición, pero se modernizaron. Aprovechan partes del virus llamadas antígenos para producir la respuesta inmune. Se utilizaron antes y después del COVID, contra la hepatitis B, la gripe, para prevenir el cáncer cervicouterino causado por el virus del papiloma humano o VPH, y es la que usó el grupo argentino que creó la ARVAC-Cecilia Grierson).

Edward Jenner, vacunando a su hijo pequeño, en brazos de la señora Jenner; una criada se arremanga, un hombre de pie afuera sostiene una vaca. Grabado en color de C. Manigaud.

Vacuna de vector viral.

Se crea al insertar material genético del virus del COVID-19 en un virus inofensivo y sin relación con aquel. Cuando el vector viral ingresa a las células, entrega el material genético del virus del COVID-19 que brinda instrucciones a las células para hacer copias de la proteína de la espícula. Una vez que las células presentan las proteínas de la espícula en su superficie, el sistema inmunitario crea anticuerpos que combaten el virus del COVID-19.

Vacuna de vector viral

1 Extracción de material genético de la proteína de la espícula.

Introducción del material genético en virus inactivado (inocuo).

COVID-19

ESPÍCULA

Vacuna con vector vírico.

Virus (vector) no relacionado e inocuo.

INMUNIDAD 2 3 6 5 4

El sistema inmunológico produce anticuerpos específicos contra el virus del COVID-19.

El virus inocuo ingresa en la célula.

Se crea la proteína de la espícula del virus del COVID-19.

Si una persona está infectada con el virus de la COVID-19, los anticuerpos se unen al virus y evitan su multiplicación.

Fuente: Mayo Foundation for Medical Education and Research.

ANTICUERPOS

De ARN mensajero: fue la estrella de la pandemia. La nueva plataforma usa el mecanismo de la célula para formar proteínas, precisamente el ARNm, la molécula que lleva la información del ADN y la ejecuta. Lo que hace es introducir una porción de ARNm sintetizado en el laboratorio que corresponde a una proteína del virus, por lo general un fragmento que se encuentra en su membrana externa (en el caso del COVID, la espícula o spike ). De ese modo, las células producen la proteína del virus, el sistema inmunológico la reconoce como extraña y genera anticuerpos. El éxito de este tipo de vacunas contra el COVID provocó tal entusiasmo por su adaptabilidad a diferentes cepas y la velocidad con la que permite su desarrollo que ya hay investigaciones que buscan extender el uso de esta tecnología a otras infecciones e incluso a tratamientos contra el cáncer y el VIH. De hecho, se anunció en julio de 2024 que una empresa argentina está detrás de la posibilidad de generar una vacuna contra el virus H5N1 de la gripe aviar con tecnología transferida con la intermediación de la Organización Mundial de la Salud.

Todo esto fue posible porque, ya en enero de 2020, los científicos chinos habían obtenido la secuencia genética del SARS-CoV-2, una única cadena de ARN; por la dedicación de miles de investigadores que durante los años de la pandemia dejaron de lado sus líneas de trabajo para atender la emergencia global; por la inversión de miles de millones de dólares de los distintos Estados para conseguir la inmunización lo más rápido posible. Y lo más importante: todos estos avances están disponibles para futuras epidemias y brotes.

CÉLULA HUMANA

La vacuna de San Martín

Todo comenzó en una modesta oficina de una universidad del conurbano bonaerense. Allí el grupo de científicas encabezado por Juliana Cassataro tuvo la idea, ya en los primeros meses de 2020, de intentar la proeza de generar una vacuna contra el virus que entonces se había convertido en pandémico. La estrategia elegida fue la de proteína recombinante. Siempre con la certeza de que, si lo lograban, iban a llegar después de la mayoría de los grandes laboratorios de los países centrales, de modo que convenía desde un principio pensarla como un refuerzo de otras inmunizaciones y con capacidad para atacar las variantes que pudiera tener el SARS-CoV-2. La investigadora del Conicet, que arrancó con un presupuesto ínfimo en comparación con los equipos de países centrales, consiguió que la Universidad Nacional de San Martín se aliara en diciembre de 2020 con un laboratorio local para escalar el proyecto y, luego, con un grupo de expertos argentinos en ensayos clínicos –encabezado por Gonzalo Pérez Marc, del Hospital Militar y la Fundación Infant– probar la vacuna en voluntarios. Así fue como en mayo de 2024 se anunció, tras los éxitos en cada uno de los pasos y la aprobación final por parte de la Administración Nacional de Medicamentos, Alimentos y Tecnología Médica (Anmat), que la vacuna estaba disponible en las farmacias.

“ARVAC Cecilia Grierson”, diseñada y producida íntegramente en Argentina como refuerzo contra el COVID-19.

Juliana Cassataro y equipo, Instituto de Investigaciones Biotecnológicas (ConicetUNSAM).

Aplicación para celular desarrollada en China para luchar contra el coronavirus: asigna un código de color (verde, amarillo o rojo) que indica si el portador es un riesgo de infección.

Apps para todos

Por otro lado, se abrió con la pandemia de 2020 un mundo de aplicaciones para celulares que también fue parte de la solución. El hecho de que los teléfonos móviles sean ubicuos y recojan enormes cantidades de datos 24 horas al día es una especie de santo grial que ningún epidemiólogo de la historia soñó nunca tener. Hoy es algo que está literalmente al alcance de la mano y se usan del mismo modo que algunos dispositivos portátiles que registran datos de las personas (conocidos en inglés como wearables).

La revista Nature publicó en junio de 2022 una revisión de algunas de las apps que más se usaron durante estos años, que ayudaron a paliar la situación y aumentaron el conocimiento respecto de cómo se desarrollaron los distintos brotes, el rastreo de contactos estrechos y los diagnósticos individuales. Y la perspectiva es que sirvan aún más y se multipliquen en futuras pandemias. Con más de 6.000.000.000 de usuarios de teléfonos inteligentes sobre una población de unas 8.000.000.000 de personas, no cabe duda de que tienen la capacidad de generar información en tiempo real, con datos demográficos y de geolocalización, a los que se suman sobre intereses personales, compras y demás. En “tiempo real” significa de manera instantánea, en comparación con las entre una y tres semanas que insume la vigilancia tradicional en países que pueden hacerla, una demora que juega a favor de la diseminación del patógeno, en ocasiones, incluso antes de que se identifique. Así, se pueden hallar más rápido los puntos calientes de un brote y planificar la acción individual en función del potencial riesgo asociado. Por ejemplo, se usan plataformas como Flu Near You (Gripe cerca) en Estados Unidos, InfluenzaNet , en Europa, y Reporta , en México, entre otras, que permiten recabar síntomas compatibles con la gripe. El Covid Symptom Survey de Estados Unidos y el Reino Unido reunió a más de 4.000.000 de usuarios y ayudó a encontrar, por ejemplo, factores de riesgo o chequear la efectividad de las vacunas. Otra plataforma, la Healthmap’s Outbreaks Near Me , monitorea automáticamente y visualiza la ubicación y el tiempo de los brotes de enfermedades infecciosas reportadas globalmente a través de medios electrónicos. El programa Kinsa Health’s FLUency conecta termómetros inteligentes con las escuelas para que los padres vean cuáles son los riesgos individuales que afrontan los chicos, así como para que las escuelas mismas detecten indicios de eventuales brotes, todo a través de una aplicación de celular. Kinsa ya comprobó científicamente su funcionamiento y pudo hasta predecir un brote de COVID-19 en Florida. En tanto, la Universidad Johns Hopkins usó sitios digitales como COVID-19 Map y Outbreak.info , este último con datos de vigilancia genómica para permitir un seguimiento rápido de la aparición de nuevas variantes en todo el mundo. Otra app , llamada Safer-COVID calcula el riesgo individual de contagiarse teniendo en cuenta la edad, ubicación geográfica y tipo de actividad que se desarrolla basándose en la última información provista por los Institutos Nacionales de la Salud de Estados Unidos y el Centro de Control de Enfermedades (CDC) de ese país.

Por su parte, China usó el Health Code , que clasificó a los ciudadanos en tres categorías según su evaluación de riesgo derivada de la extracción de datos de ubicación, plataforma de pago y contactos. A las personas en categorías de alto riesgo se les prohibió la entrada a ciertos lugares públicos, edificios y sistemas de transporte.

En el plano individual, tal vez la más exitosa aplicación haya sido ZOE COVID Symptom Tracker , bajada por 2.500.000 de usuarios en menos de un mes, y que ayudó a consolidar la idea de que la pérdida de gusto y olfato estaban directamente relacionadas con la infección por COVID. Otra aplicada a la verificación de síntomas fue la web COVID-19 de Apple, que ayudaba a las personas a determinar si necesitaban una prueba o test. En tanto que la DETECT ( Digital Engagement & Tracking for Early Control & Treatment ) utilizó un enfoque híbrido activo y pasivo al incorporar Fitbit o cualquier sensor de muñeca (reloj inteligente o pulsera de actividad) conectado a los datos de Apple HealthKit o Google Fit, además de cuestionarios de síntomas para dar sus veredictos. “Durante 72 días, esta aplicación inscribió a más de 35.000 usuarios y fue la primera en demostrar que los datos de los sensores pasivos mejoraban la predicción de COVID-19 en casos sintomáticos cuando se añadían a los datos de síntomas subjetivos”, dice el trabajo de Nature firmado por Eric Topol – el célebre científico del Scripps Research Translational Institute de California – y equipo. En Alemania, la Corona-Datenspende desarrolló un mapa de fiebre para identificar zonas con un número de casos superior a lo normal.

La promesa, dice el trabajo, es que las tecnologías wearables continúen su desarrollo con “aplicaciones de cámara para teléfonos inteligentes que midan datos faciales para detectar signos vitales y las mascarillas faciales que utilicen biología sintética para permitir la detección del virus SARS-CoV-2, lo que abre la posibilidad de realizar pruebas e informes en tiempo real a través de aplicaciones asociadas”. La próxima generación de aplicaciones digitales

Termómetro médico inteligente, también denominado termómetro digital clínico.

App “Flu Near You”, la plataforma estadounidense que recaba datos y tendencias de gripes en escala planetaria.

para el seguimiento de síntomas sumará otra capa de datos objetivos de química de fluidos como el sudor, la saliva y el microbioma intestinal, para complementar los signos vitales de los sensores portátiles y los cuestionarios subjetivos.

Por supuesto, estos recursos también se usaron en la Argentina, donde la aplicación Cuidar, del Ministerio de Salud de la Nación, fue obligatoria. Desarrollada por la Secretaría de Innovación Pública, junto con el Ministerio de Ciencia, el Conicet y la Fundación Dr. Manuel Sadosky a fines de abril de 2020, tenía como objetivo la autoevaluación de síntomas en una serie de pasos para poder obtener un certificado de circulación, de no detectar rastros del virus. Si daba positivo, en cambio, se contactaban médicos para la atención. En 2023, una vez terminada la emergencia, se informó que fue dada de baja junto con todo el contenido de datos privados de los usuarios.

Más inmunidad genética

La herencia de las pandemias también se puede medir a través de los genes. Un estudio publicado en 2024 por la revista Nature mostró que indígenas mayas de la zona de Yucatán (México) poseen “cicatrices” genéticas de epidemias que flagelaron a sus comunidades durante la era colonial. Lo descubrieron comparando ADN obtenido de restos de 64 personas que vivieron antes de la llegada de los españoles con el de 68 pobladores actuales de una misma localidad y con otros datos genómicos disponibles. Así, vieron que hay una región genética relacionada con la inmunidad que presenta señales de adaptación debido a enfermedades infecciosas previas; por ejemplo, en genes de inmunidad que dan mayor resistencia a la infección por salmonella, que causa la fiebre tifoidea. Otra investigación publicada en Nature, pero en 2017, mostró que parte del colapso de la sociedad azteca estuvo relacionado con una catastrófica epidemia, precisamente, de salmonella. Lo hicieron con muestras de ADN de entierros de aquella epidemia de la década de 1540, que –según las estimaciones– mató hasta un 80% de los habitantes.

Arriba: Quetzalcóatl (en náhuatl: Serpiente de plumas preciosas) es un símbolo de la realeza mesoamericana y la dualidad, aplicable, tal vez, al par salud-enfermedad. Der.: Mujer maya tejiendo de manera tradicional.

Decisiones políticas en cascada

Fue otra forma de contagio, intangible: yo hago cuarentena, ella hace cuarentena. A medida que la ola del COVID se extendía desde el Este hacia el resto del mundo, los gobiernos fueron tomando determinaciones drásticas. Desde los primeros casos y clausuras de actividad en China en aquel invierno boreal de 2020, se dieron sucesivos cierres provinciales, o incluso nacionales, en otros países asiáticos de menor tamaño. Luego, hacia febrero, tuvieron lugar los brotes del norte de Italia, que obligaron a más cierres localizados. Y se multiplicaron las imágenes de toques de queda con policías patrullando las calles e instando a la gente a permanecer en los hogares, y de funcionarios implorando por la misma actitud.

La Argentina anunció su cuarentena/cierre a partir del 20 de marzo de 2020. Iba a ser en un principio de dos semanas -hasta el 31 de marzo-, que se fueron prorrogando, con diferencias en cada jurisdicción. Se conoció como ASPO, “aislamiento social preventivo y obligatorio”, y permitió disminuir la velocidad de transmisión del virus en la comunidad –tiempo que se aprovechó para sumar camas de terapia intensiva, que casi duplicaron las previas– durante el peor momento de la crisis, en 2021. Para aquel entonces, a comienzos de 2020, Brasil ya había cerrado sus fronteras terrestres, Colombia había prohibido los vuelos internacionales, y Perú había implementado el toque de queda durante la noche.

Si bien todos los gobiernos tomaron sus medidas, hubo circunstancias y criterios locales. Según consigna una nota de la BBC, en Colombia, los días en que se podía salir de la casa dependían del número del documento nacional de identidad del sujeto; en Serbia, se introdujo una hora específica para pasear a los perros. Pero entre las disposiciones draconianas también hubo lugar para curiosidades, como cuando se difundió que “El presidente de Bielorrusia

La Argentina extiende la cuarentena para contener la propagación de COVID-19. Una transeúnte pasa junto a una publicidad oficial que pide “quedate en casa”, 31 de marzo de 2020, Ciudad de Buenos Aires.

Desde el colectivo (transporte público de pasajeros), por las calles de la ciudad de Buenos Aires, 3 de abril de 2020. Barrio de Mataderos. Día 14 de cuarentena obligatoria.

ha ido en contra de los consejos médicos y ha recomendado vodka y saunas como forma de mantenerse a salvo”.

En esta obra Saramago nos muestra personajes anónimos dirigidos por una heroína (la mujer del médico), que harán frente a una pandemia que se extiende por todo el mundo: la ceguera blanca.

Entre marzo y abril de 2020 entraron en cuarentena también casi todos los países europeos, con la excepción de Hungría y los nórdicos, con Suecia a la cabeza. Estados Unidos y Canadá eligieron los cierres localizados y la baja drástica de los vuelos internacionales (que se redujeron en todo el mundo un 25%). En África, las cuarentenas fueron más excepcionales, y las eligieron los gobiernos de Kenia, Ruanda y Sudáfrica. Lo cierto es que hacia fines de marzo de ese año más de cien países habían anunciado cierres/cuarentenas e impuesto restricciones a los movimientos de miles de millones de personas. Para muchos, fue la realización de lo que habían anticipado novelas y películas de ciencia ficción, con las calles quietas, la economía y la sociedad totalmente paralizadas por un virus. Fue una decisión que se tomó bajo el fragor de la emergencia causada por un patógeno desconocido que se propagaba a la velocidad del rayo, pero que impuso un enorme peso en las economías de los países, las empresas y los individuos, y que luego daría lugar a acaloradas controversias por su efecto en otras esferas de la salud y la vida social de las comunidades; en especial, en la educación y el bienestar mental de los más chicos y de los adultos mayores.

Cómo vivieron desde que empezó la epidemia, Salimos del internamiento hace tres días, Ah, son de los que estuvieron en cuarentena, Sí, Fue duro, Eso sería decir poco, Fue horrible, Usted es escritor, tiene, como dijo hace poco, obligación de conocer las palabras, sabe que los adjetivos no sirven para nada, si una persona mata a otra, por ejemplo, sería mejor enunciarlo así y confiar que el horror del acto, por sí solo, fuese tan impactante que nos liberase de decir que fue horrible, Quiere decir que tenemos palabras de más, Quiero decir que tenemos sentimientos de menos, O los tenemos, pero dejamos de usar las palabras que los expresan, Y, en consecuencia, los perdemos, Me gustaría que me hablasen de cómo vivieron en la cuarentena, José Saramago , Ensayo sobre la ceguera

Estrategia de enfermedad cero

Los números sorprenden y, sin datos fehacientes, dan lugar a la sospecha y las teorías conspiranoicas. Pero lo cierto es que China, lugar en el que emergió el COVID, tiene cifras increíblemente bajas de fallecidos por la enfermedad en comparación con la mayoría de los países occidentales. Cómo lo lograron es algo que llevó a muchos análisis de expertos que todavía buscan respuestas a la pregunta de si se trató de una buena estrategia y si hubiera sido aplicable en el resto del mundo. ¿Cómo consiguió el gigante asiático esos números, de apenas 60.000 fallecidos sobre una población de más de 1.300.000.000 de personas? La respuesta corta es “con la política de COVID cero”. Suena bien, en principio. Pero para lograrlo, el gobierno de aquel país debió aislar provincias y ciudades enteras, militarizarlas y prohibir absolutamente todo movimiento. Al reducir los contactos, se reducían también los casos, lo que permitió volver más rápidamente a la normalidad y reencender los motores de la economía.

Para expertos como José Rogelio Pérez-Padilla, del Instituto Nacional de Enfermedades Respiratorias Ismael Cosío Villegas, de México, que tuvo una actividad destacada durante la pandemia de H1N1, en 2009, estas “medidas de prevención no farmacológicas” permitieron que la vida cotidiana en Wuhan haya “regresado a la normalidad con el florecimiento inclusive de la vida económica después de medidas de aislamiento severísimas que resentían y sufrían sus propios ciudadanos”. Y agregó que “fue importante reducir los casos hasta cero en lugar de mantenerlos en un número inferior al de las capacidades hospitalarias, y ahora más que nunca lo percibimos con la inminencia de la llegada de un virus más transmisible en un momento en el que el sistema de salud está saturado y bajo estrés”, dijo en referencia a la situación en su país natal.

Otras naciones aplicaron variantes de esta estrategia, que entre otras cosas permitió dilatar la propagación masiva del virus hasta que se desarrollara o una inmunización eficaz o un tratamiento que redujera sustancialmente las

Región bloqueada. Personal médico con traje blanco de protección camina por la calle en Shanghái, China.

muertes (o se dispusiera de más recursos, equipos de protección personal y camas de terapia intensiva, como en la Argentina). Durante la misma pandemia se la conoció como estrategia de “achatar la curva” pandémica. Es la que emplearon países insulares – con la ventaja precisamente de ser islas – como Australia o Nueva Zelanda, pero también otros estados asiáticos como Taiwán, Vietnam, Camboya y Laos. En el extremo norte del espectro, Suecia optó por no cerrar y dejar que sus habitantes contrajeran la enfermedad y desarrollaran inmunidad natural, una decisión criticada con vehemencia por el riesgo al que exponía a las personas vulnerables, pero defendida con el argumento de que la idiosincrasia local no favorece el contacto cercano de las personas y alcanzó con que el gobierno “sugiriera” reducir los contactos para que estos bajaran hasta un 70%, según Citymapper , la app que se usa en Estocolmo para la movilidad.

Noah Lyles, visiblemente afectado, celebra en el podio su bronce olímpico de los 200 metros, París 2024.

COVID de bronce

Aunque la sensación, en el presente, es que la pandemia ya pasó, siguen habiendo brotes esporádicos. Incluso dejó su huella en el medallero de los Juegos Olímpicos de París. El atleta estadounidense Noah Lyles, de 27 años, dio positivo de COVID antes de la final de los 200 metros llanos. De todos modos, decidió correr, no había ningún impedimento legal para que lo hiciera, pero terminó tan exhausto que tuvo que ser retirado en silla de ruedas del estadio olímpico. Finalizó tercero, con 19,7 segundos, siendo favorito al Oro ya que había ganado los 100 metros llanos cuatro días antes. No fue el único atleta afectado por la enfermedad; también hubo nadadores y waterpolistas de varias nacionalidades en la misma situación. “Estuve tres días con COVID y aun así gané la medalla de bronce, ha sido un juego salvaje”, declaró luego Lyles.

Aspectos por mejorar: las soluciones mágicas

“Vemos con enorme preocupación la forma en la que organismos gubernamentales, nacionales, provinciales y municipales, están alentando, de muchos modos, la utilización de medidas terapéuticas para COVID-19 carentes de evidencias concretas que muestren su utilidad clínica. Plasma de convaleciente, vitamina D, suplementos de zinc, carragenina nasal, ivermectina e ibuprofenato inhalado integran el arsenal de los tratamientos experimentales que son prescriptos sin pruebas válidas de su eficacia a la fecha”, expuso un comunicado de la Sociedad Argentina de Infectología (SADI), firmado durante la pandemia por su presidente, Omar Sued. Y agregó: “Que esta falta de apego a la evidencia científica sea promovida desde las instancias gubernamentales resulta de una gravedad que no podemos dejar pasar sin levantar la voz”. Lo mismo hizo la OMS, que desaconsejó “a médicos y asociaciones científicas recomendar o administrar tratamientos no probados a pacientes de COVID-19 o la automedicación con tales tratamientos” mientras no haya pruebas suficientes.

Ya había ocurrido otras veces. En medio de la desesperación por encontrar una salida a la crisis, existe la tentación de acudir a recetas mágicas y fórmulas por fuera de “lo oficial”, en muchas ocasiones alimentadas por teorías conspirativas. Y aunque sorprenda, médicos e investigadores, incluso con una larga trayectoria, no estuvieron exentos de ese impulso. Así fue como se hizo célebre, en los inicios de la pandemia, el virólogo francés Didier Raoult, que proponía como solución la hidroxicloroquina (medicación que se usa contra la malaria) e incluso tachaba de inmorales a los que no se la administraran a sus pacientes con cuadros graves. Y hasta Luc Montagnier, codescubridor del VIH y Nobel de Medicina (fallecido en 2022), llegó a criticar las vacunas contra el COVID y defender la homeopatía, todavía no respaldada por estudios científicos. También circularon profusamente sugerencias de periodistas e influencers a consumir productos que no habían sido probados ni aprobados e incluso potencialmente dañinos, como el dióxido de cloro. Otro fármaco que se hizo muy popular por influjo del pensamiento mágico fue la ivermectina, utilizada contra los parásitos y no contra los virus, y que puede causar daños graves.

A lo largo de la historia (y la última pandemia no podía escapar a ese hábito), también se buscaron chivos expiatorios a los que atribuir las tragedias. Eso derivó en que se atacara a minorías o grupos que tenían una relación lejana con los hechos. Ocurrió cuando se habló de “virus chino” para referirse a la causa del COVID. “Se trata de pensar en sobrevivir, no en echar culpas. Si resulta que una acción humana tiene alguna responsabilidad por lo que pasó, eso inevitablemente se sabrá más adelante. Y para eso está la justicia”, escribió Doherty, mucho antes del COVID-19.

A pesar de los claroscuros, el balance final de cada uno de estos episodios que fue marcando a la humanidad en su conjunto no puede obviar contabilizar innumerables gestos de solidaridad, avances y aprendizajes. A veces, el progreso nos exige esfuerzos extremos que no parecen estar a nuestra altura o que creemos insuperables. Y sin embargo…

Futuros perdidos: una visión del siglo XIX para el año 2000. Tarjetas en papel encargadas para la Exposición

Universal de París 1900. Así imaginaban la futura lucha contra los microbios, antes del descubrimiento de la penicilina.

Impacto y aprendizajes en la sociedad

Inevitablemente, la disrupción que supone una epidemia provoca quebrantos en las rutinas y formas habituales de desenvolverse de las sociedades. Sin salud, el resto casi no importa; quizá por eso esta ocupa el primer término de la tríada que rige nuestros anhelos: salud-dinero-amor. Como sea, la superación de cada sobresalto epidémico viene acompañada de cambios. Nada ni nadie sale indemne o igual que antes de una pandemia: ni en el nivel físico, ni en el espiritual, ni los individuos, ni las comunidades. Todo y todos sufren/sufrimos modificaciones; desde la forma en que se trabaja, hasta la organización de las clases en las escuelas, cómo se dan los vínculos entre las personas, la demografía, la arquitectura, las innovaciones tecnológicas... Y también, por supuesto, la economía.

Y no se trata solamente de la última pandemia que acabamos de atravesar: baste recordar cómo toda una generación modificó la manera en que encaraba las relaciones sexuales debido al espectro del VIH-sida. Había que cuidarse, porque el sida es un asunto de todos –tal como decían las publicidades–, y se popularizó como nunca el preservativo, cuyo uso pasó a representar una cuestión de vida o muerte. En las décadas de 1980 y 1990, los jóvenes, y luego también los mayores fueron obligados por el virus y por el miedo que provocaba y sigue provocando, a tomar precauciones que antes no tenían en cuenta.

En el contexto de una conmoción sanitaria global, que está presente no solo en los consultorios, sino también en los medios masivos de comunicación, muchas tendencias, conocimientos y tecnologías que apenas asomaban o que avanzaban a paso de caracol se aceleran a ritmo vertiginoso. El preservativo existía desde antes del VIH-sida, por supuesto, pero se transformó en un artículo expuesto no solo en farmacias, sino también en kioscos y supermercados; las plataformas de teletrabajo y tele-reunión también preexistían, pero su uso se multiplicó en forma exponencial durante el COVID-19. Y lo mismo ocurrió con procesos como el abandono de ciudades y las modificaciones arquitectónicas.

La ”ciudad de quince minutos”, una módica utopía en un mundo amenazado por pandemias, cambio climático y precios exorbitantes del transporte. Una reconfiguración pospandémica.

Invitación virtual a cumpleaños virtual, o zoomcumpleaños.

Durante esas crisis se despiertan deseos y necesidades que podríamos llamar nuestras “geografías internas”, y muchas personas advierten que no siempre es imprescindible vivir en la ciudad, donde ciertamente las posibilidades de que los microbios prosperen son mayores que en los campos o en las pequeñas poblaciones. A partir de 2020, por ejemplo, esto generó el fenómeno de la llamada neo-ruralidad. Y la misma Buenos Aires, como 150 años atrás con la fiebre amarilla, también reconfiguró sus barrios céntricos, con el horizonte de mejorar la calidad de vida, tener una alimentación más consciente, estar más cerca de la naturaleza, hacer actividad física para prevenir los males del sedentarismo, y gozar de otras ventajas, como evitar el estrés citadino. Los virus y otros patógenos exceden el campo de lo estrictamente médico. Y aunque podríamos decir “No es la economía, es la salud”, un poco sí es también: al frenarse la sociedad y frenarse la economía por influjo de la enfermedad de vastos sectores de la población, la producción puede llegar a reducirse casi a cero en muchos rubros, como el turismo, y en amplias regiones del planeta. Durante la última pandemia la mayoría de los gobiernos decidieron implementar planes de ayuda, subsidios y distintas medidas de alivio fiscal, y los organismos plurinacionales otorgaron préstamos para solventar la situación de emergencia de aquellos que no podían ganar su sustento. Muchas cosas siguieron igual, pero en otros aspectos fue la oportunidad de un gran “reseteo” o reinicio, como cuando la computadora se queda tildada.

Un Zoom para los chicos

Durante 2020 no hubo solo “zoompleaños”, festejos forzosamente virtuales para adecuarse al aislamiento obligatorio, con las consabidas dificultades para coordinar la canción entre distintas conexiones. No solo se multiplicaron las rutinas de distintos tipos de gimnasia por YouTube y similares. También buena parte de la carga de la educación pasó a la virtualidad, en una tendencia que era incipiente, pero que se incrementó y aceleró, como sucedió con otras prácticas sociales.

Ese cambio súbito de la modalidad presencial a la virtual resultó un desafío enorme tanto para docentes como para estudiantes; unos, para readecuar el material y tratar de comunicarse con un grupo de jóvenes cuya reacción a lo que se dicta no se puede percibir; otros, para asimilar conceptos y tareas en un contexto distinto del escolar o universitario, incluso con la presencia de padres, hermanos y otros familiares compartiendo los espacios y realizando otras actividades al mismo tiempo.

Distintos relevamientos mostraron cómo creció el uso de Zoom y de otras plataformas semejantes para encontrarse, y dar y recibir clases, incluso en los niveles de formación básicos. Un relevamiento hecho por el observatorio Argentinos por la Educación en familias con hijos en la escuela primaria mostró que más de la mitad de los estudiantes en el país tuvieron

clases sincrónicas en entornos virtuales en el segundo semestre de 2020 en comparación con alrededor del 30% en la primera mitad. Y la mayoría lo hacía a través del celular.

Esto también sirvió para generar información respecto de qué sucede con la educación en contextos digitales. Por ejemplo, se confirmó que la atención decae más fácilmente, que la falta de movilidad entre clases (recreos) es perjudicial, así como la carencia de contactos físicos con colegas. Lo que llevó a que se hablara de zoomfatigue o fatiga por Zoom, que también sufrieron otras profesiones, como el periodismo, abrumado por conferencias virtuales y seminarios web (o webinarios), y los propios médicos e investigadores que buscaban estar al tanto de los últimos descubrimientos sobre el virus. Más allá de los obstáculos, la virtualidad fue la manera que se encontró para mantener el contacto entre docentes y alumnos en medio de las sucesivas cuarentenas y cierres planificados para reducir la curva de contagios. Las conclusiones acerca de cómo afectó a los niños y adolescentes son todavía motivo de arduo debate entre los especialistas, aunque la primera sensación es que la virtualidad puede ampliar ciertas posibilidades, pero también implica la pérdida de cualidades importantes de la comunicación frente a frente, con consecuencias a largo plazo, incluso en la esfera de la salud mental. Cabe señalar, sin embargo, que estas transformaciones obligadas por la epidemia finalmente otorgan nuevas herramientas y formas novedosas para ver los contenidos de siempre, herramientas que llegaron para quedarse.

“Ventanitas” familiares. Durante lo más álgido de la pandemia, la virtualidad fue la vía de comunicación segura de afectos y contenidos escolares.

Moledo se pregunta si se ha triunfado en la lucha contra las epidemias. Un ejército de vacunas hacen más pareja la batalla.

Una epidemia, hasta hace muy poco, era un castigo de los dioses de turno: algo invisible, algo mínimo, recorría el mundo de cuerpo en cuerpo, dejando tras su paso solamente cadáveres. Era imposible saber qué era, era inaprensible, pequeño o grande, era la sombra del pecado o el brazo incontenible de la justicia divina; hombres y mujeres se enfrentaban a ella completamente desarmados (…) ¿Se ha triunfado en la lucha contra las epidemias? En buena medida sí, ya que se identifican rápidamente los agentes causales, y la química nos provee, con bastante rapidez, una artillería adecuada.

Leonardo Moledo, prólogo a Historia de las epidemias, de Matías Alinovi

Famosos ante el COVID

Las celebridades también sucumbieron a las olas de COVID. Además de múltiples presidentes infectados en su momento durante el ejercicio de su función (con Donald Trump a la cabeza), personas reconocidas en diferentes facetas de la vida pública perecieron por la infección. Entre muchísimos otros, el cantante y compositor de boleros mexicano Armando Manzanero, el presentador y periodista estadounidense Larry King, así como el músico y arreglador Phil Spector, el escritor chileno Luis Sepúlveda, el cantante Luis Eduardo Aute o, incluso, el japonés Kenzo Takada, el señor de los perfumes. Entre los argentinos, fallecieron el actor Hugo Arana, el sociólogo y director de la Biblioteca Nacional Horacio González, el cineasta Fernando “Pino” Solanas, el director de teatro Agustín Alezzo y el periodista Mauro Viale. El boxeador Juan Domingo “Martillo” Roldán y el futbolista campeón del mundo en 1978, Leopoldo Jacinto Luque. Recientemente, en agosto de 2024, el matemático y divulgador Adrián Paenza reconoció que continuaba con síntomas de COVID que le impedían pensar con claridad y llevar una vida normal.

El teletrabajo

De pronto, la interacción física con compañeros de trabajo empezó a ser un problema. Después de siglos de trabajar juntos en oficinas, talleres y fábricas, y luego de milenios de cazar coordinadamente para la obtención de proteínas, ahora convenía estar alejado de otros humanos por la presencia del virus SARS-CoV-2, y en los casos en que ese contacto fuera ineludible, debía estar mediado por un implemento que borra los rasgos faciales, que despersonaliza, como el barbijo. Fue así como una nueva necesidad, derivada de las recomendaciones de los epidemiólogos, se apoyó en una realidad tecnológica preexistente: ya casi todo el mundo tenía su computadora, o al menos su celular, y muchas tareas y reuniones dejaron de existir. Ya no había espacio para las conversaciones casuales ni para los encuentros alrededor de la máquina de café o

del bidón de agua; todo un mundo de relaciones y conocimiento mutuo se terminaba. Había llegado el “teletrabajo”.

Pero existía una base previa, por supuesto. En la Argentina, antes de la pandemia el 17% de los empleados ya teletrabajaba (14% de las mujeres y 20% de los varones), según un informe del Centro de Implementación de Políticas Públicas para la Equidad y el Crecimiento (CIPPEC) de julio de 2021, que a su vez destacó que, si se resolvían restricciones de infraestructura digital y de capacidades tecnológicas, así como de reglamentaciones internas y externas de las empresas, ese número podía llegar hasta el 30% de los empleados. “El teletrabajo constituye una mejor forma de organizar el proceso productivo y el flujo de trabajo para ciertas ocupaciones. Además, dicha modalidad puede contribuir a disminuir la congestión urbana y de tránsito en las ciudades, y la contaminación ambiental asociada”, señalaba el informe, y agregaba que “la pandemia representó una oportunidad para acelerar la tendencia del mercado de trabajo de moverse a entornos más flexibles… Las nuevas prácticas y la regulación emergente dieron los primeros pasos, pero resta un largo camino para hacer de esta modalidad un sistema que sea beneficioso tanto para la parte empleadora como para la parte empleada”.

En el resto del mundo occidental, el panorama es similar. En España, por ejemplo, en mayo de 2022, ya el 36% de los trabajadores telelaboraba al

Tira cómica sobre teletrabajo y pijamas del artista Shannon Wheeler, creador de cómics muy conocido por su trabajo en The New Yorker

El crono-urbanismo: las ciudades le ponen minutos a su calidad de vida.

menos un día a la semana, con mayor incidencia (54%) entre los altamente calificados. Según un informe del European Trade Union Institute, en el pico del COVID el teletrabajo llegó al 48%, contra 11% del año previo. Este estudio a la vez señala que solo el 37% de los trabajos pueden ser realizados eficientemente de manera remota.

Más allá de los números, volátiles incluso por las diferencias en las metodologías de medición, como herencia quedó el sistema híbrido. Aunque cada vez más lugares prefieren que el empleado vuelva a estar presente, se ha generado un sistema de 3x2 o de 4x1, que exime parcialmente a los trabajadores del desgaste –y el costo– del traslado, sobre todo en las grandes ciudades. Entre los desafíos para la instalación de este nuevo orden está el acondicionamiento de hogares en la faz tecnológica (computadoras, internet de banda ancha y otras facilidades), así como tener en cuenta los horarios en los que se puede contactar al empleado por parte de los empleadores. Hasta tal punto que surgió una nueva figura laboral: el llamado “derecho a la desconexión” (ya legislado en Francia), para que el trabajador no esté obligado a estar a disposición del empleador durante toda la jornada.

La transformación de los centros urbanos

Otra pandemia, otra reconfiguración de la ciudad de Buenos Aires. Ciento cincuenta años después de que la fiebre amarilla empujara a las clases altas a abandonar San Telmo y la zona sur, en la que se domiciliaban desde la fundación de la metrópolis, y afincarse hacia el norte, con el COVID, el llamado microcentro porteño –esa zona sin límites precisos que se extiende alrededor de la Avenida de Mayo– se despobló: “Galerías vacías, persianas bajas, restaurantes históricos que se quedaron sin clientes y debieron cerrar, y farmacias o perfumerías que abandonaron sus locales son las postales de un microcentro desolado que se fue quedando sin gente cuando comenzaron las restricciones y que aún no recuperó la actividad habitual”, decía una nota del diario La Nación de diciembre de 2021. Fue una de las zonas más golpeadas, porque, sin oficinas, dejó de ser atractiva para nuevos emprendimientos comerciales, que prefirieron otros polos y espacios públicos.

“El centro no se pisa más. Cuando comenzaron las reaperturas todos se volcaron a los comercios de cercanía, fue un cambio de hábito. Hubo muchos cierres, pero las franquicias abrieron también en los barrios, lugares donde antes había barcitos ahora se transformaron en bares de onda”, explicó en la misma nota Ana Lía Toccalino, secretaria de la Asociación de Hoteles, Restaurantes, Confiterías y Cafés y de la Cámara de Restaurantes de Buenos Aires. Durante la pandemia cerraron unos 20.000 comercios en la capital argentina (5000 se volcaron a la venta online), la mayoría eran de esa zona de la ciudad. También en Tribunales quedó poca gente de día trajinando con expedientes bajo el brazo: los abogados estuvieron entre los primeros en acogerse a la posibilidad de las declaraciones virtuales y ya abandonaron el lugar.

Para que esos barrios no se conviertan en desiertos de departamentos vacíos, con la importante carga de lucro cesante que conlleva, el gobierno local propuso en 2021 líneas de créditos para revitalizarlos, y hacer que los edificios con oficinas que ya no se usan se transformen en viviendas familiares. El plan de rescate incluye programas como “Mudate al Microcentro”, entre otros con exenciones e incentivos para que la zona vuelva a ser lo que era.

El COVID inspiró otras reacciones a la crisis organizativa de la capital del país y grandes urbes, como Rosario y Córdoba, por ejemplo. En respuesta a la pandemia, el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires adaptó su diseño urbano para incentivar el comercio barrial, “eliminando los traslados en transporte público y vehículos particulares no esenciales, para asegurar el distanciamiento social y evitar aglomeraciones en el espacio público, y promover la movilidad peatonal y en bicicleta”. Es una agenda que confluye con las necesidades de adaptación a las que obliga el cambio climático, ya que permite la reducción de emisiones de gases contaminantes ocasionadas por el transporte. La intención final declarada es avanzar en lo que se conoce como “ciudades de quince minutos”. La idea es que los habitantes puedan vivir, trabajar, abastecerse y recrearse en un radio que no requiera un movimiento mayor a un cuarto de hora. Proyectos similares tienen París y Melbourne, entre otras, aún con éxito relativo.

Campaña París en Común (2020). Propuesta de su alcaldesa, Anne Hidalgo, ilustra el concepto “ciudad de los quince minutos” adaptada a la capital francesa.

Una nueva forma de contacto con la naturaleza fue la apuesta de los que decidieron dejar las ciudades por vidas más tranquilas y saludables. Cerro Fitz Roy, Santa Cruz, zona cercana a El Chaltén.

Un nómada digital, trabajando en el entorno deseado.

Neo-ruralidad y nómades digitales

En ese contexto, otra opción, mitad fantasía, mitad realidad, fue la de abandonar las grandes aglomeraciones urbanas y mudarse a centros más pequeños o incluso hacia ámbitos rurales. Es otro fenómeno que venía desde antes de la pandemia, pero se vio intensificado sobre todo aquellos primeros meses de 2020: la neo-ruralidad, los exhabitantes de las ciudades que van en busca de la tranquilidad perdida y de nuevos paisajes y relaciones sociales, circunstancia que invierte el tradicional flujo –hacia las metrópolis y sus áreas suburbanas–. Si bien es un fenómeno acotado, ciudades como Tandil y las patagónicas suelen ser receptivas de porteños arrepentidos; igual que la provincia de Córdoba con sus sierras. Justamente ahí, en Traslasierra, el COVID llegó tres meses después de los primeros casos registrados en el país, lo que reforzó la idea de aislamiento paradisíaco, que cada vez más empezó a verse quebrantado por personas que escapaban del hacinamiento de las grandes urbes.

“El despertar de lo natural viene rumiándose hace décadas, y ya desde fines de los noventa puede observarse en ciudades como Santiago de Chile, Bogotá o Buenos Aires una articulación de prácticas relativas a la búsqueda de una vida ‘más pura’, asociada con el buen vivir, de ‘escala humana’, con relaciones comunitarias y donde el bienestar corporal reciba un cuidado permanente a través de la dieta y el deporte”, escribieron los expertos Lucía de Abrantes, Ricardo Greene y Luciana Trimano. “La pandemia y su muerte han profundizado estos relatos, y la posibilidad de huir se ha colado en las mesas de muchas familias y amigos. Especialmente de profesionales jóvenes de clase media y alta, quienes calculan presupuestos y vitrinean propiedades lejanas para fantasear con otras vidas. La playa, el bosque, la montaña o la sierra se figuran como escenarios apacibles donde pasar unos días de confinamiento, e incluso asentarse de forma permanente”, afirmaron en un artículo periodístico de junio de 2020 publicado por el Centro de Investigación Periodística de Chile (CIPER Chile). Un último fenómeno para consignar también intensificado después de 2020 es el de los nómades digitales, aquellas personas, muchas de ellas jóvenes y sin familia constituida que las arraigue, que se dedican a trabajos que pueden hacerse a distancia y viajan de país en país, en general mezclando el conocimiento de nuevos lugares y culturas con actividades redituables, como las relacionadas con los sistemas informáticos o las redes sociales. Si bien es muy difícil precisar cifras respecto de la cantidad de gente que elige este estilo de vida, hay consenso respecto de su multiplicación pospandemia. Un informe de 2022 de la consultora MBO Partners, citado por la BBC, estima que el número de nómadas digitales estadounidenses es de millones y que se ha más que duplicado desde 2020.

A recuperar las vacunas perdidas

Otro desafío tras la salida de la última pandemia es recuperar el terreno cedido en el cuidado de otras enfermedades. Y, como se ha dicho muchas veces, la prevención es la mejor manera, de ahí que lo principal sea volver a la práctica de la vacunación masiva que se perdió por la emergencia que supuso el COVID,

al menos durante dos años. Para lograrlo, la Alianza para las Vacunas, conocida como Gavi, junto con la OMS y Unicef, asignó en diciembre de 2023 alrededor de 200.000.000 de dosis de inmunizaciones a 35 países de bajos ingresos destinadas a niños que no las recibieron durante la pandemia. La intención es detener brotes surgidos por subinmunización de enfermedades que ya habían sido controladas, como los que ocurrieron entre diciembre de 2022 y noviembre de 2023, período en el que 51 países experimentaron brotes de sarampión importantes o disruptivos, según la propia OMS.

En las Américas, la OPS denominó “brecha de inmunización” al hecho de que, en 2020, casi tres millones de niños de la región no recibieran las vacunas necesarias para mantenerlos sanos debido a las interrupciones en los servicios de salud. La entonces directora de la entidad, Carissa Etienne (fallecida a fines de 2023), afirmó que la pandemia hizo retroceder casi tres décadas el progreso en la vacunación contra la polio y el sarampión, lo que vuelve a generar un riesgo real. “Volvemos a estar en los mismos niveles de cobertura de vacunación que en 1994, cuando estas enfermedades todavía suponían una grave amenaza para nuestros niños, familias y comunidades”,

Carissa Faustina Etienne, la médica dominiquesa experta en gestión sanitaria bregó por cerrar todas las brechas en la cobertura de vacunación, incluyendo las de COVID-19.

La Alianza para la Vacunación tiene como objetivo mejorar el acceso a las vacunas de los países en desarrollo, especialmente para los niños.

dijo Etienne. Las tasas de vacunación contra la poliomielitis, el sarampión, la rubéola, la difteria y otras enfermedades prevenibles por vacunación agrava una tendencia que ya existía.

En la Argentina, el Observatorio de la Infancia y la Adolescencia de la Sociedad Argentina de Pediatría y Unicef encontraron que durante 2021 aún no se había logrado alcanzar los niveles prepandémicos de las coberturas de vacunación en todos los grupos etarios, lo que impide alcanzar el objetivo de inmunidad colectiva o “efecto rebaño”, en lactantes e infantes de un año. Lo curioso es que el informe conjunto muestra a quienes gozan de mejor situación socioeconómica con menores niveles de cobertura. Los esquemas incompletos se daban contra coqueluche, Hib (Haemophilus influenzae tipo B), difteria, tétanos, hepatitis B y poliomielitis; también hepatitis A, sarampión, rubéola y parotiditis, según las edades. Entre los adolescentes, 184.000 mujeres y 217.000 varones no recibieron su segunda dosis de vacuna contra el virus del papiloma humano o VPH.

El fin del miedo y las secuelas

El manejo del trauma es esencial en cualquier emergencia, y la pandemia no escapa a esta definición. Qué hacer ante circunstancias tan inusuales, tan duras, en el momento y en los meses y años siguientes, que se traducen en ansiedad y depresión. Cómo luchar contra la tendencia a la soledad que ya existía antes del COVID, pero se multiplicó por los aislamientos y la inercia en la conducta de poca sociabilidad que los psicólogos ya habían detectado. La ansiedad social alimenta lo que algunos han denominado epidemia de soledad (hasta hay países centrales que crearon el Ministerio de la Soledad, como Japón y el Reino Unido, dada la magnitud del tema como problema social y económico).

Una ilustración del “Principito y su zorro”, en diálogo sobre la soledad, la responsabilidad y la amistad.

Según las Naciones Unidas, “la pandemia aumentó entre un 25% y un 27% la prevalencia de la depresión y la ansiedad en escala global”, en un mundo que ya tenía mil millones de personas con algún trastorno psicológico antes del COVID. La cantidad de profesionales no es suficiente para tratarlas, pero se ha atacado el asunto desde distintos ángulos, como la Iniciativa Especial para la Salud Mental de la OMS (en la que la Argentina figura entre los primeros nueve asociados), que interviene de modo sistemático para “implantar programas orientados a largo plazo dirigidos a transformar los sistemas de salud mental, integrar la salud mental en la cobertura sanitaria universal y conceder un carácter permanente a los cambios”.

En particular, en el país, una encuesta del centro de estudios CEIL-Piette, del Conicet, realizada en 2022 sobre unos 4.500 casos, encontró que más del 47% sufría algún tipo de trastorno de ansiedad y más de un tercio, 36%, depresión.

Pero para todo existen soluciones, o principios de soluciones. El Centro contra el Cáncer Memorial Sloan Kettering de Nueva York anota una serie de pasos a seguir para lidiar con el asunto que, recalca, es normal ante el tamaño de los problemas actuales. Entre ellos, pide mantenerse

en co ntacto con amigos y familia, de forma presencial, o virtual, si no queda otra opción; pueden incluirse juegos, que refuerzan los vínculos. Aconseja también reducir el consumo de noticias que afecten nuestro estado de ánimo, sobre todo las relacionadas con contenido que puede resultar abrumador, alimentarse en forma saludable, mantenerse hidratado, realizar actividad física y dormir al menos siete horas, en la medida de lo posible. También recomienda iniciar nuevas actividades o hobbies que insuman tiempo y ayuden a concentrarse en nuevas metas, e incorporar técnicas de relajación que incluyan respiraciones profundas, estiramientos y meditación frente al estrés. Por último, sugiere admitir el problema y no dudar en pedir apoyo de profesionales.

En este sentido, recurrir a expertos no solo en salud mental sino clínicos con conocimiento de nuestra historia personal y familiar es parte de la nueva revalorización de los médicos y su experiencia y saber, una herencia de la época brava de 2020, donde los epidemiólogos y otros especialistas de ramas de la medicina eran escuchados como oráculos en la desesperación por dilucidar hasta cuándo continuaría la disrupción de la vida cotidiana forzada por el COVID.

Atravesar una pandemia nos pone a prueba en todos los sentidos: tanto en el puramente físico, como en el emocional, el económico y el simbólico. Pero finalmente nos deja un tesoro invaluable, el crecimiento como sociedad y avances notables en el conocimiento científico que en circunstancias normales nos llevaría mucho más alcanzar. Como reza la sabiduría popular, lo que no nos mata, nos fortalece.

Cada vez es más reconocida por todos la importancia fundamental del contacto humano para el mantenimiento de la salud personal.

Desafíos futuros

No es pesimismo, aunque pueda parecerlo. Muchos lo considerarán una muestra de realismo; otros, de prevención: para los expertos está claro que vivimos en un mundo “muy contemporáneo”, como decía con humor Roberto Fontanarrosa, en el cual, por muchas circunstancias, virus y bacterias (¡y hasta hongos!) encuentran campo fértil para ingresar al organismo humano y proliferar; en especial en momentos en que el planeta está afectado por la triple crisis ambiental (pérdida de biodiversidad, cambio climático, contaminación del aire) que les ofrece condiciones favorables para su multiplicación.

Los retos para controlarlos y así defendernos de las enfermedades que causan son muchos, pero no imposibles de enfrentar. Un informe de la Federación Internacional de Fabricantes y Asociaciones Farmacéuticas (IFMPA) analizó qué se puede hacer ante una amenaza de estos patógenos y cómo responder rápidamente. En cien días desde la declaración de la eventual pandemia, dice el trabajo, deberían poder desarrollarse productos efectivos y seguros y, no menos importante, a los que todos tuvieran acceso equitativo, lo que “debe lograrse a través de la colaboración con los gobiernos, las agencias reguladoras, los organismos multilaterales y otras empresas”, y al poner números a este “escudo” global presupuesta una inversión necesaria de 15.000.000.000 de dólares anuales, en una operación coordinada, con marcos regulatorios y alianzas público-privadas.

El mismo informe de IFMPA, dado a conocer en febrero de 2023, habla de la generación de una “arquitectura mundial” que permita responder a futuras pandemias y recomienda acciones como mantener un ecosistema de innovación próspero, en el que se pueda confiar para un rápido desarrollo de contramedidas pandémicas, y para garantizar un acceso veloz, seguro y sin trabas a los agentes patógenos y su información genética, entre otras premisas. También, dice, se debe “fomentar una producción sostenible en escala mundial que pueda ampliarse para un suministro de grandes volúmenes de vacunas y fármacos”. Y, entre otras acciones, propone “apoyar los esfuerzos actuales para garantizar una mayor preparación de los países para anticiparse y responder a futuras pandemias mediante la inversión en capacidades claves del sistema sanitario, incluidos los programas de inmunización a lo largo de la vida”, así como la vigilancia de enfermedades.

El reino de los hongos, con su enorme cantidad de especies todavía desconocidas para la ciencia, es una de las posibles fuentes de nuevas amenazas pandémicas.

La imagen muestra cómo el compuesto halicina impidió el desarrollo de resistencia a los antibióticos en Escherichia coli (fila superior).

Esos son algunos de los desafíos futuros que requerirán más esfuerzos en la investigación, preparación e información de las sociedades, los sistemas de salud, los profesionales médicos y la propia industria farmacéutica. ¿Cuáles son las principales amenazas detectadas y cómo podremos detenerlas? Algunos de los patógenos que se atisban sobre el horizonte como candidatos a ser motivo de malas noticias ya los conocemos. Habrá que ver, por ejemplo, cómo se desenvuelve la situación de la viruela símica o Mpox, cómo evoluciona el reemergente virus oropouche, así como la resistencia a los antibióticos por parte de las “superbacterias”. También preocupa la tríada dengue - zika - chikungunya (virus muy similares en cuanto a comportamiento y que comparten el mismo vector), de igual modo que la posibilidad de que surja un nuevo coronavirus. Todos esos microorganismos figuran en el radar de los epidemiólogos y sanitaristas, y obligan a mantenerse en pie de alerta si se desea evitar sorpresas o situaciones que pueden llegar a ser graves y costosas desde todo punto de vista.

Resistencia a los antibióticos

Es un tema que se viene analizando desde hace un tiempo y que puede complicarse y tornarse más difícil de manejar, porque no se terminan de tomar las medidas necesarias. Los antibióticos fueron el descubrimiento que cambió la historia de las infecciones. Pero, tal como ocurre con las plantas, los insectos, las aves, los mamíferos y todos los componentes del árbol de la vida –se sabe desde Darwin–, funciona la evolución y la adaptación, también en las bacterias. Así que, cuando un antibiótico no es usado correctamente (no se completan los tratamientos por lo general de dos semanas cuando el paciente se siente bien) o cuando no corresponde, ante infecciones virales, o en enormes proporciones para fomentar la cría de animales, sucede que un porcentaje de las bacterias se mantiene con vida y no muere ante la acción del remedio, sino que, al contrario, se reproduce.

De este modo se da la resistencia, que es ya evidente en contextos hospitalarios. Y se empieza a ver cada vez más una situación que puede salir de los hospitales y las internaciones de terapia intensiva.

A comienzos de 2024, el sistema de vigilancia de resistencia a los antimicrobianos (como se conoce también a los antibióticos) de la OMS expresó su preocupación por el aumento de aislamientos de Klebsiella pneumoniae , una de estas bacterias resistentes que pueden causar infecciones graves, identificada en mayor número y con capacidad “para infectar tanto a individuos sanos como inmunodeprimidos y con tendencia a producir infecciones invasivas”. En el informe se destaca que este microorganismo fue detectado en al menos un país de cada una de las seis regiones de la OMS.

Un siglo después de la revolución de la penicilina, que pareció una “bala de plata” para librarnos de las bacterias, estas vuelven a representar un de -

Cómo se propaga la resistencia a los antibióticos

Administración de antibióticos

Animales

Desarrollan resistencia a los antibióticos en los intestinos.

Cuando no se manipula o cocina como corresponde, las bacterias resistentes pueden transmitirse a las personas. Carne

Agricultura

Los fertilizantes o el agua con heces de los animales se usan en el cultivo de alimentos.

Las bacterias resistentes pueden quedar en los cultivos que luego se ingieren.

Los pacientes se van a casa.

Fuente: Centers for Disease Control and Prevention (CDC).

Hogar

Personas

Desarrollan resistencia a los antibióticos en los intestinos.

Se transmiten las bacterias resistentes en el hogar y en la comunidad en general.

Internación en hospital Los gérmenes resistentes se transmiten a otros pacientes.

Contacto con superficies dentro del establecimiento.

Contacto con manos no higienizadas de los proveedores de salud.

Arriba: mosquito Culex quinquefasciatus, asociado con la transmisión arboviral del virus del Nilo occidental. Abajo: imagen del virus mismo.

safío de proporciones que podría hacer retroceder muchos de los avances logrados y ponernos en riesgo incluso frente a infecciones banales. Si no queremos perder lo ganado, se impone un uso inteligente de los antibióticos, además de la vigilancia y el incentivo para la investigación de nuevas generaciones de ellos. En particular, según anota un artículo de la revista Nature , moléculas descubiertas con la ayuda de la inteligencia artificial y drogas que ayuden a fortalecer el sistema inmune podrían ofrecer nuevas estrategias para evitar una pandemia causada por infecciones que antes eran tratables. “Tenemos que correr para permanecer en el mismo lugar”, sostuvo Kim Lewis, microbióloga de la Northeastern University en Boston (Estados Unidos) en ese artículo. Las cifras impactan. Según un estudio de The Lancet , en 2019 se produjeron 1.270.000 de muertes en todo el mundo por resistencia a las drogas. Y la previsión es que ese número seguirá creciendo hasta 10.000.000 por año hacia el 2050. La idea es que con la IA se puedan identificar proteínas en toda clase de animales, incluso extintos, que combatan las infecciones. La coincidencia entre los expertos es que la acción debe empezar cuanto antes: correr para seguir en el mismo lugar.

Virus del Nilo occidental

Durante agosto de 2024 fue noticia porque se dieron una serie de casos en Estados Unidos y se llegó a infectar el principal epidemiólogo del país, asesor de gobiernos y de destacada actuación durante el COVID, Anthony Fauci, que incluso debió ser internado a sus 83 años. El West Nile virus es otro de los patógenos que se transmiten a los humanos a través de mosquitos (de varias especies, que a su vez se infectan de las aves) y tiene en principio los mismos síntomas que otras virosis como el dengue, es decir, fiebre e intensos dolores musculares, pero con particularidades. Entre ellas, aún mayor proporción de asintomáticos (hasta el 80%). Sin embargo, en otras ocasiones afecta el sistema nervioso central, con inflamación del encéfalo y las meninges, lo que puede provocar confusión, convulsiones y parálisis hasta llevar al coma, en 1 de cada 150 casos. Por el momento sin tratamiento ni vacuna, el manejo de los enfermos consiste en el alivio de los síntomas. Como otros virus, debe su nombre al lugar donde fue identificado por primera vez, en 1937: una provincia de Uganda. Pero actualmente se dispersó hacia el resto de África, Europa, América, Australia y Asia. En Estados Unidos, es la principal enfermedad transmitida por mosquitos, según los Centros de Control de Enfermedades (CDC). El West Nile está emparentado con otras encefalitis, como la de Saint Louis y la encefalitis japonesa. Su ruta evidencia una vez más lo importante de un trato respetuoso y una relación sana entre los humanos y el ambiente: el virus llega a los mosquitos cuando pican un ave infectada, se multiplica dentro del mosquito y luego pasa así a otro animal cuando vuelve a picar, con un período de incubación en el humano que es de entre dos y seis días.

La peste, como temía el Tribunal de Salud, entró en Milán con las tropas alemanas. También es un hecho conocido que no se limitó a ese territorio, sino que se extendió y gran parte de Italia quedó desolada. Nuestra historia nos obliga, en este momento, a relatar las circunstancias principales de esta gran calamidad, en la medida en que afectó a los milaneses, y principalmente a la ciudad de Milán, ya que los cronistas de la época limitan sus relaciones principalmente a este lugar. Al mismo tiempo, no podemos evitar dar un esbozo general, aunque breve, de un acontecimiento en la historia de nuestro país del que se habla mucho y se comprende poco.

Alessandro Manzoni, Los novios

El virus que llegó desde las estrellas

Como se sabe, hasta ahora no se ha encontrado vida por fuera del planeta Tierra, por más que se la ha buscado por múltiples vías. Si bien lo primero que se trató de encontrar es un tipo de civilización similar a la humana en cuanto a inteligencia y posibilidades comunicativas, lo cierto es que otro tipo de seres compatibles con la definición de vida también serían hallazgos extraordinarios. Un virus, una bacteria, un hongo que haya crecido por alguna razón en otro cuerpo celeste reconfiguraría la ciencia mundial, la cultura y la manera en que nos vemos a nosotros mismos. Tampoco nada de eso existe por ahora. Sin embargo, la ciencia ficción ha imaginado cómo sería ese potencial encuentro y qué tipo de consecuencias tendría en nuestra propia biología, más allá del choque cultural. ¿Cómo sería una infección llegada del espacio exterior? En Plaga del espacio, el escritor estadounidense Harry Harrison imagina que “una nave espacial enviada a Júpiter regresa con sus tripulantes gravemente enfermos, deformes a causa de una enfermedad muy contagiosa”, según detalla el investigador de la Universidad Complutense de Madrid, Rutwig CampoamorStursberg, en un artículo sobre “plagas devastadoras en la ciencia ficción”, que recopila los cuentos más célebres con esta idea. En la obra de Harrison, un médico se encarga de formar un equipo para detener la pandemia que amenaza con acabar con la humanidad. Señala Campoamor-Stursberg que hay un libro de Michael Crichton (el de Jurassic Park) que es igual, al borde de la copia, llamado La amenaza de Andrómeda, a partir del cual se hizo una película en 1971. Pero la ciencia sin ficción también toma recaudos ante potenciales virus interestelares. A las cuarentenas de los astronautas se suman similares prevenciones para los trozos de roca que se traen de satélites o cometas. Y más, como las esterilizaciones inversas, hechas en las aeronaves que salen de la Tierra hacia otras comarcas cósmicas (algo que se puede hacer en las misiones no tripuladas, desde luego), para no contaminar con virus terrestres y exterminar potencial vida extraterrestre. La nave de la NASA Viking 1, que llegó a Marte en 1976, debió ser hipercalentada durante 30 horas para desinfectarla. Aun así, los accidentes suceden: en 2019 una compañía privada estrelló en la Luna una carga con muestras de ADN humano y tardígrados, unas criaturas microscópicas que, acaso, hayan sobrevivido allí. Si por alguna circunstancia lograron reproducirse, serían los primeros selenitas de verdad.

La sonda Viking I que llegó a Marte el 19 de junio de 1976. Abajo: Harry Harrison, escritor de ciencia ficción, ideolingüista y destacado impulsor del esperanto, imaginó un regreso de Júpiter.

Ante la sospecha de que un satélite estrellado cerca del pequeño pueblo de Piedmont (Nuevo México) trajo un germen extraño y letal del espacio exterior, es trasladado a un laboratorio subterráneo secreto situado en el desierto de Nevada y conocido como Complejo Wildfire. Imagen de la filmación de la película La amenaza de Andrómeda, dirigida por Robert Wise, 1971.

Micrografía electrónica de barrido coloreada del virus Mpox (naranja) en la superficie de células Vero E6 infectadas (verde).

Mpox

Al cierre de esta edición, en septiembre de 2024, la historia de la Mpox, conocida durante mucho tiempo como “viruela del mono” o “viruela símica” es una historia en desarrollo. Reapareció durante 2022 en los titulares de los grandes medios porque hubo una cantidad de casos por encima de lo normal en zonas rurales del Congo, donde no es endémico, lo que llevó a la OMS a declarar en julio una alerta internacional para intentar dar una respuesta coordinada.

Había sido descubierta en 1958 en monos cautivos que tenían síntomas similares a la viruela, de allí su nombre; en 1970 se dio el primer contagio en humanos. El brote de 2022, con unos 100.000 casos en 116 países, fue la comprobación de que se trataba de una enfermedad de las poco y mal estudiadas, pese a su peligrosidad, las alarmas de los médicos locales y la certificación de transmisión humano-humano (no solo a través del contacto con animales salvajes). Esa alarma cesó, pero nuevos casos en 2024 volvieron a ponerla en el centro de la escena.

Lo bueno es que la mortalidad es baja (3,6% en la peor de las hipótesis) y existen tratamientos disponibles. Lo malo es que 2024 fue el año de la aparición internacional de un clado o variante que es más contagioso y letal. La forma de transmisión, a través de contactos íntimos, recuerda al comienzo de la pandemia de VIH-sida. Pero el mundo está ahora más alerta y sabe a qué atenerse. Un artículo de The Lancet explicita medidas para prevenir la dispersión de la enfermedad, como el acceso a los testeos, vacunas y antivirales, investigaciones respecto de las variantes del virus y monitoreo epidemiológico.

PCR en tiempo real para analizar brote de Mpox en Ghana, noviembre de 2022.

Centros pandémicos

Después de que la llegada del COVID evidenciara falencias, la inversión en la prevención y la investigación sobre posibles pandemias es cada vez mayor. Además del Tratado Pandémico que auspicia la OMS y que posiblemente se firme en 2025, se suman los esfuerzos de otras instituciones. La National Science Foundation (NSF), de Estados Unidos, anunció en agosto de 2024 que invertirá unos 72.000.000 de dólares para que cuatro de sus universidades propias creen centros de investigación sobre pandemias, según contó la revista Forbes, con la idea de predecir cuándo surgirán nuevos brotes y estar preparados para prevenirlos, así como de entrenar a científicos especializados. El programa se titula “Inteligencia predictiva para la prevención pandémica” y contará con expertos en biología, computación, inteligencia artificial e ingeniería, entre otros de diferentes disciplinas. Cada centro de estudio (Kentucky, Tennessee, California-Davis y Virginia Tech) se especializará en un aspecto de los múltiples que deben atenderse, tanto en el plano social, como biológico o económico.

Vaca loca por los priones

Si existe una disputa acerca de la entidad de los virus (si son seres vivos o no, porque no tienen forma de replicarse si no es en un huésped, pero a la vez se modifican y están bajo las reglas de la evolución darwiniana), qué decir de los priones, que son incluso más singulares desde el punto de vista biológico. Constituidos apenas por partículas proteicas que pueden replicarse sin genes, al plegarse de forma defectuosa transmiten esas anormalidades del plegamiento a otras proteínas y pueden desencadenar enfermedades neurodegenerativas. Una de ellas, un síndrome que incluye pérdida de memoria, afasia y otros problemas del sistema nervioso central, se conoce bajo el nombre de enfermedad espongiforme o de Creutzfeldt-Jakob (dos neurólogos alemanes). Afecta tanto a humanos como a vacunos, y ha generado situaciones

Un investigador trabaja en una prueba de escaneo rápido, por correo y sin contacto, para COVID-19 y otros brotes.

Veterinario, provisto de uniforme protector, vacunando a terneros infectados de la “enfermedad de la vaca loca”.

preocupantes. Durante febrero de 2001 se observó en vacas británicas que manifestaron problemas para caminar o tenían comportamientos violentos, por lo que se lo denominó la “enfermedad de la vaca loca”. Los bovinos del Reino Unido se habían enfermado por comer restos reciclados de animales en forma de harinas. Fue necesario sacrificar tres millones animales y el consumo de carne bajó drásticamente por el temor al contagio en humanos, ya que las proteínas alteradas una vez ingeridas pueden llegar al sistema linfático y luego al cerebro. Allí se registró la mayoría de los casos detectados en vacas, 183.000 de un total de 190.000; hubo otros en Canadá y Estados Unidos. Pero el temor de que a través del alimento los humanos contrajeran una enfermedad potencialmente mortal se extendió por todo el globo, con restricciones a las importaciones tanto de animales como de productos lácteos (en la Argentina, se aconsejó no comer chocolates de marcas inglesas). Finalmente, nada de eso sucedió, pero se instaló la alarma por la manera en que se generan alimentos y se alimenta al ganado, con tecnología que a veces olvida a la naturaleza.

Micrografía electrónica de transmisión coloreada de partículas del virus de Marburgo (azul), recolectadas del sobrenadante de células Vero E6 infectadas.

Ébola, Lassa y Marburgo

Cada uno de los integrantes de este trío fatal tiene su historia y es fuente de preocupación. El Ébola es quizá uno de los virus más temidos por protagonizar brotes letales que se repiten con cierta frecuencia. Se trata de una infección que se transmite no por el aire sino por contacto directo con fluidos, como la saliva, y tiene una mortalidad mayor al 50%. Fue detectado por primera vez cerca del río Ébola, en la República Democrática del Congo, en 1976, y ha habido brotes en países cercanos, así como algunos casos “importados” en Estados Unidos y Europa. Es una fiebre hemorrágica, y por eso está emparentada con el virus de Lassa (que tomó su nombre de una población africana), transmitida por ratas y ratones en zonas rurales de ese

Un médico es rociado con agua y cloro diluido después de una ronda en la unidad de virología del Hospital Federal Universitario de Abakaliki, en Nigeria.

Número básico de reproducción - R0

Ébola

El número básico de reproducción -R0- del Ébola es bajo comparado con otras enfermedades contagiosas como la viruela, el sarampión o las paperas. Se encuentra entre 1 y 2, lo que significa que cada persona infectada, en promedio contagiará a entre 1 y 2 personas. continente; y con el virus de Marburgo (ciudad alemana donde se registró un brote en 1967). Su hospedador es el murciélago de la fruta, desde el cual pasa a los humanos. Los brotes tienen una letalidad de entre 25% y 80%. Para este virus Marburgo solo existen tratamientos sintomáticos que se basan principalmente en la rehidratación de las personas afectadas. Se detectaron brotes esporádicos en Uganda, Congo y Kenia, entre otros países africanos, además del mencionado en Alemania y otro en Serbia, también en la década de 1960.

La enfermedad de Lassa, por último, genera cada año entre 100.000 y 300.000 casos y alrededor de 5000 muertes en Nigeria. Es también un virus hemorrágico que se contagia por los fluidos corporales y vive en una rata desde donde salta al ser humano. Las condiciones socioambientales afectan la transmisión, ya que durante las épocas de sequía las ratas salen a buscar alimentos en zonas donde viven los humanos y dejan rastros del virus en sus heces.

Si bien todos estos patógenos tienen por ahora un área de influencia particular, el salto de endemia a pandemia puede depender de un par de mutaciones o de algún cambio mínimo en las condiciones ambientales o de transmisión.

Lo mismo ocurre con la última integrante de la familia que se citará aquí: en Crimea –territorio actualmente en disputa entre Rusia y Ucrania– fue identificado en 1944 el virus de la fiebre hemorrágica congénita, que se transmite a través de las garrapatas de los animales domésticos y de las vacas y también de humano a humano. Tiene una letalidad del 50% y es endémica de los Balcanes, Oriente Medio, Asia y zonas de África.

Nipah y otros virus amigos de los murciélagos

Con la súbita aparición del último coronavirus, se hizo evidente que –aunque cumplen un rol importante en los ecosistemas como dispersores de semillas y controladores de plagas de insectos– los murciélagos son reservorios de una cantidad de virus que, si continúa nuestra mala relación con la naturaleza, pueden saltar a los humanos. Antes del SARS-CoV-2 ocurrió con el SARS-CoV-1 y también con el MERS, detectado por primera vez en 2012 y que causó un brote en Oriente Medio y fue asociado con los dromedarios. Aproximadamente 35% de los pacientes con MERS que fueron notificados fallecieron.

Micrografía electrónica de una partícula extracelular madura del virus Nipah (púrpura) cerca de la periferia de una célula Vero infectada (marrón).

Fuente: nature.com
SARS VIH Paperas Viruela Tos convulsa Sarampión

Mercado de pescado de la bahía de Otaheite, Vega del Oropouche, Trinidad y Tobago. Allí fue identificado el virus.

Pero estos no son los únicos. Otros dos virus figuran en la lista de la OMS y las principales instituciones de salud del mundo por su capacidad pandémica. Uno es el Nipah, que se aisló en 1999 tras un brote de encefalitis en cerdos asiáticos y que desde entonces tiene una cierta recurrencia. En los animales presenta una sintomatología leve, pero en humanos posee una letalidad del 40%. Se transmite por exposición a cerdos, murciélagos o contacto de las heces de murciélagos que quedan en hojas de ciertos árboles, y hay casos de transmisión entre humanos por contacto directo. El Hendra es similar, pero fue detectado en caballos en lugar de cerdos; hubo un brote en Australia en 1994, también con una altísima letalidad, por sobre el 50%.

El virus oropouche

Dio que hablar durante 2024 por su potencial infectivo. Se trata del oropouche, conocido desde hace 70 años y que solía estar confinado a una región del Amazonas y no causar más que síntomas leves, pero desde fines de 2023 se detectó en otras regiones y hubo casos que llamaron la atención. En julio de 2024 hubo dos muertes (mujeres de menos de 30 años sin comorbilidades) y se investigan otras, y malformaciones en bebés recién nacidos, más de 8000 casos en total en apenas seis meses, en Perú, Colombia, Bolivia y Cuba, además de Brasil. El oropouche se transmite a través de un jején presente desde Estados Unidos hasta la Argentina, causa síntomas similares al dengue (dolores musculares, intensa fiebre, vómitos, náuseas) y para el cual no existe todavía tratamientos. La Organización Panamericana de la Salud elevó a mediados de 2024 el riesgo de moderado a alto para la diseminación de este virus. Por estas características entra en la categoría de virus reemergente, porque circuló durante décadas en una región y ahora expande su área de influencia. Su nombre deriva de la localidad de Vega del Oropouche, en Trinidad y Tobago, donde fue identificado.

¿También los hongos?

Cronología de los brotes de fiebre de Oropouche

Los puntos rojos indican brotes con evidencia serológica y/o detección confirmatoria de ácido nucleico viral.

Fuente: nature.com

También los hongos. Aunque no suelen estar bajo el radar de los epidemiólogos, últimamente diversas publicaciones llamaron la atención sobre el potencial pandémico de este grupo de organismos. Fue la serie televisiva The Last of Us la que los puso bajo foco al imaginar precisamente que es un hongo el que convierte a sus víctimas en zombies que buscan sangre. Lo que hicieron los guionistas fue extrapolar a humanos algo que ya sucede en el resto de la naturaleza: existen parásitos de distinta clase que infectan los cerebros de insectos y los hacen actuar contra su naturaleza para la reproducción del huésped. Una vez que entran las esporas del hongo, este crece y “secuestra” la mente de su hospedador.

En su inmensa diversidad, se estima que existen entre 1.500.000 y 3.000.000 de especies distintas de hongos de las que se conocen poco más de 100.000 y es posible que estén adaptados para atacar a los humanos. De hecho, convivimos con ellos en interacción con virus y bacterias “no patógenas”. Unos 300 son capaces de producir enfermedades cuando alcanzan una cantidad tal que se considera infecciosa. Este intrincado universo de microorganismos que nos son fundamentales para mantener el equilibro de nuestro organismo es lo que se designa con el término de micobioma y en este momento atrae el interés de microbiólogos, fisiólogos y sanitaristas. Si bien por ahora los casos graves son reducidos y la manera en que se puede contagiar está restringida, la OMS identificó 19 tipos de hongos de preocupación que son agentes causales de hasta 1.500.000 muertes, por lo general, en personas con comorbilidades. Entre ellos se cuentan los Mucormycetes, conocidos con el nombre de “hongos negros”, que provocan una mucormicosis grave (infección en los senos nasales, el cerebro o los pulmones), sobre todo en personas con sistemas inmunes comprometidos. Ataca en veloz progresión rostros y cerebros. En paralelo con el COVID, la India sufrió un brote que dejó 4000 fallecidos.

Levaduras patógenas humanas de hongos Candida Menos nocivas que las de virus y de bacterias, también debemos prevenir infecciones fúngicas.

Otro hongo, el Cryptococcus neoformans , penetra en el sistema nervioso de las personas y causa meningitis. Y también está la Cándida auris, que emerge en hospitales con alta transmisibilidad y mortalidad. Del mismo modo que con los antibióticos, la OMS llama la atención respecto del mal uso de los antifúngicos.

Lo cierto es que, pese a las alarmas, la manera restringida en que se puede dar el contagio de una infección fúngica hace que, por ahora, la posibilidad de una pandemia sea reducida (ya que es muy difícil el contagio entre humanos). Aunque, como se vio a lo largo de este relato, a veces lo inesperado se convierte en realidad

Qué nos depara el futuro

Como escribe el virólogo argentino Mario Lozano en Vivir apestados. Una historia de nuestra convivencia con los virus (y cómo serán sus próximos ataques), publicado en 2024 por Siglo XXI Editores, el futuro es incierto en la mayoría de sus innumerables dimensiones, tanto en lo que hace a cada uno de nosotros como individuos, como para la humanidad en su conjunto, pero hay algo sobre lo que podemos tener completa certeza: habrá nuevas epidemias. Las hubo a lo largo de nuestra evolución como especie y seguirá habiéndolas, aunque no podamos ponerles fecha. “Las pandemias son la búsqueda de un nuevo equilibrio de la naturaleza. La humanidad es una máquina de generar desequilibrios. De hecho, ha generado muchos más desequilibrios en cortos períodos de tiempo que los provocados en la historia de cualquier especie viva en la Tierra. Esto se debe, entre otros factores, a nuestra capacidad de adaptarnos a distintos nichos ecológicos y de sobrevivir en lugares donde históricamente no estábamos”, afirma Lozano.

Virus, bacterias y hongos nos rodean. El desplazamiento de especies silvestres de sus territorios originales, la producción masiva para consumo humano, el aumento y hacinamiento de la población, la falta de obras de saneamiento y otras condiciones socioambientales, y por cierto el cambio climático promueven la ruptura del equilibrio natural y hacen que los brotes, epidemias y pandemias parezcan cada vez más frecuentes.

Sin embargo, incluso en este escenario que inquieta, hay lugar para una mirada esperanzadora. Por lo menos desde el nacimiento de la ciencia, cada uno de estos eventos nos dejó mejor preparados para lo que vendrá. La medicina empírica, en primer lugar, pero también la microbiología, la genética, la estadística, la epidemiología, las vacunas, los estudios antropológicos y sociales, los sistemas sanitarios globales y nacionales, la industria de los medicamentos y, ahora, las comunicaciones instantáneas, la inteligencia artificial y las simulaciones computacionales nos permiten enfrentarlos y hasta anticiparlos con medios de los que antes carecíamos. La mayoría de ellos se desarrollaron en el último medio siglo o poco más. Tenemos las herramientas para evitar la amenaza de las pandemias. Está en nosotros darles el mejor uso posible para proteger no solo a las poblaciones de países desarrollados, sino a las más vulnerables. A esto se refiere la OMS cuando promueve el concepto de “Una salud”.

El estadounidense Edward Hopper muestra en esta obra cómo, incluso después de los peores vendavales, el sol vuelve a salir y el futuro luce luminoso (Cape Cod Morning, 1950, óleo sobre tela, 86,6 x 102,3 cm).

On May 5, 2023, Tedros Adhanom Ghebreyesus, Director-General of the World Health Organization, announced that it was time to declare COVID-19 over as a global health emergency. During the three previous years, the virus had taken dozens of millions of lives, destroyed the economy of countries, families and individuals, triggered conflicts, interfered with the mental health and wellbeing of people and communities, redefined life in big cities, and hindered the treatment of chronic conditions. It is only now that we are becoming aware of the impact it had on our existence, regardless of whether we had to face the most difficult aspects of the pandemic or not. It was inevitable for us to feel, each in our own way, that we needed to understand exactly what was happening, and most importantly, how to be prepared for a future event of similar characteristics which, according to virologists and epidemiologists, will certainly occur, though it is impossible to ascertain exactly when it will occur. And that is logical: in a planet where viruses, bacteria and fungus have existed before us and are numbered in millions —many of them unknown—, epidemics and pandemics have co-existed with us since the dawn of time.

This is the task entrusted to us by Laboratorios Bagó -led by its General Manager Edgardo Vázquez- and that we tried to reflect in. “Humanity without Borders. Challenges and Lessons from Pandemics“: an analysis, contextualization and attribution of meaning to this millennial challenge between human beings and pathogenic microbes, those infinitesimal entities that are invisible to human eye, but which may change the course of history.

These pages contain stories of epidemics that shaped humanity from remote times and that were decisive for the creation of our cities and medicine; they will review the medicines (in the past, mere rudimentary mixtures) and increasingly powerful technologies that were developed to face those epidemics; they will show how different organizational resources that world health systems have to deal with a number of patients that overflew the medical services, and they will warn that these phenomena are much more than biological facts limited to a doctor’s office or hospital. They are complex events that require multiple perspectives. And as well as they put us in a risk scenario, and maybe just because of that, they may spark creativity, sharpen cunning and strengthen the bonds of cooperation among human beings and countries. Those are unique times when doctors, nurses, pharmacologists, molecular biologists, geneticist, mathematicians, bioinformaticians, sociologists, psychologists, anthropologists, communicators leave aside their personal success to work in pursuit of one common goal in mind: controlling the pathogen expansion and saving lives.

We hope this journey, scattered with incredible stories and curious facts, is not only entertained but also help us understand what we had to live through and prepare better for what the future holds.

Foreword by Eduardo L. López*

During my years as a med student and as a resident doctor, the word “pandemic” was rarely used and referred to something from the past; in particular, the two historical milestones regarding this topic, the plague and the wrongly named “Spanish” flu. During the 70’s of the twentieth century, Infectology was strictly related to the use of antibiotics and vaccines for vaccine-preventable diseases, such as measles or polio, which had caused significant epidemics in different countries. On the other hand, the concept of pandemic was always related to infectious agents, in particular, viruses and bacteria. However, there are different pandemics; some may be defined as “silent,” such as tuberculosis or smoking, which caused and still cause a significant number of deaths worldwide. There are also pandemics that are not fully acknowledged as such, as the dengue, which affects more than 390,000,000 persons every year and causes more than 500,000 hospitalizations. Maybe it is not given much consideration as it does not significantly affect central countries.

Recently, different infectious agents have continued causing pandemics, for instance, the human immunodeficiency virus (HIV), the influenza A (H1N1) virus and, at the beginning of this decade, the so called SARS-CoV-2, known by causing the COVID-19 pandemic. These three pandemics have different features; initially they affected different age groups, evolved at different times and with an asymmetrical transmission speed.

The influenza A and the COVID-19, which occurred in 2009, and between 2020 and 2022, respectively, shared some features: the sudden onset of the disease, the fact that they are viruses that affect the respiratory tract, that they are airborne viruses and that they may aerosolize infectious viral particles, thus, increasing the spread and transmission. However, there are also significant differences between them.

The serious influenza A (H1N1) pandemic originated in Mexico and affected mostly children and teenagers. During that pandemic, important data was obtained regarding the spread of the causative agent: the decisive role of travels and, in particular, the air traffic of passengers from Mexico and the United States. It was essential that the World Health Organization (WHO) issued an early global warning and communicated the measures to be taken.

The first reported case in our country was a person coming from Mexico at the end of April 2009. This raised concern in healthcare authorities, both from Argentina and from the Pan-American Health Organization, as winter was starting in the southern hemisphere and the influenza virus is seasonal. One of the first measures was to suspend flights from Mexico for fifteen days. For the first time, it was decided that schools were closed during July that year, given the high number of cases among students, both from the primary and secondary school. I participated in making that decision in the City of Buenos Aires. The decision took into account that, in fact, children would lose only two school weeks, as the school calendar contemplates the winter holidays in July every year. That measure covered 11,000,000 students.

That pandemic could be controlled within a short term due to the fast development of vaccines mostly because of the previous experience of the pharmaceutical industry. It should also be mentioned that adults, in particular, older adults that had received annual immunization against the seasonal flu had a cross protection from this pandemic virus, which highlights the value of flu vaccines, which are usually underused.

Behaviors such as handwashing, wearing masks, ensuring proper ventilation, and social distancing were promoted, and it was duly verified that pregnancy and neurological diseases were risk factors.

During the pandemic, the Ricardo Gutiérrez Children’s Hospital used a trailer with external medical offices which avoided crowds and the risk of hospital cross-infection, a measure that was a complete success. A decision was taken to use an antiviral drug, oseltamivir, early, in particular, for hospitalized patients and close contacts. This strategy was effective; in fact, our Infectology group of the pediatric hospital published a paper about that in an international journal. The healthcare system responded properly; people worked intensely at all levels and the system’s collapse could be avoided.

Furthermore, the need and value of communication started to become evident and awareness was raised about the damage that fake and/or malicious news may cause. Initially, the emergence of the pandemic was neither properly communicated by the official authorities nor given the necessary importance. It is estimated that the pandemic caused 1,400,000 cases and from 157,000 to 575,000 deaths worldwide. In Argentina, the number of patients officially reported and confirmed by lab test amounted to just over 12,000, with about 14,000 hospitalizations, but the so-called Influenza-like illness (ILI) caused 1,479,108 cases that represented 3.5% of the population, which means that a significant number of cases were not studied through a diagnostic test.

I believe this pandemic taught us very good lessons, such as the early detection of the disease, the fast and efficient action of the healthcare system, the immediate use of oseltamivir, the incipient start of community prevention to reduce disease transmission.

The most recent of those episodes, caused by the SARS-CoV-2 coronavirus, was unforeseen and unexpected. First, the virus spread at a pace never seen before in the modern era, so much so that it is compared with measles

* Professor Eduardo L. López, MD Doctor (UBA). He obtained the specialization as pediatric primary care physician after his residency at the Ricardo Gutiérrez Children’s Hospital. He sub-specialized in Pediatric Infectology at University of Texas, Houston. Main researcher in 2019 of the Health System of the Ministry of Health of the City of Buenos Aires, member of the National Committee for Immunization of the Argentine Ministry of Health (2013-2019). Founder of the Argentine Pediatric Infectology Society (and president of that institution from 2008 to 2016). A member of the expert committee of the Argentine Ministry of Health and advisor of the Ministry of Health of the City of Buenos Aires in connection with the COVID-19. Currently, professor of Pediatrics and Vaccinology (USal), director of the Pediatric Infectology Program of the School of Medicine-UBA, Ricardo Gutiérrez Children’s Hospital venue, and head of the Medicine Department of that hospital. Mr. López has been awarded twenty prizes by different scientific societies and academies. He has published more than 120 scientific papers and submitted presentations in conferences on Pediatrics, Pediatric Infectology and Vaccines. He has edited and authored seven books on that topic.

and flu. At the beginning, some situations contributed to the spread: the WHO was slow to acknowledge it, and the lack of prior immunity in the population caused it to spread brutally across the world, reaching all social classes and every continent. Let’s consider that there were about 692,000,000 recorded cases, with nearly 7,000,000 deaths across 260 countries. Argentina reported just over 10,000,000 cases and about 130,000 deaths. COVID affected people of all ages, in particular adults over 65 years-old and people with risk factors, such as diabetes, chronic pulmonary diseases and immunodeficiencies, and impacted on morbimortality.

In Argentina this pandemic required a great deal of cooperation from the community that accepted difficult measures such as social distancing, wearing masks and a long quarantine that caused undesired effects. Both public and private institutions joined forces, and the system was strained, but it did not collapse as in other countries. The healthcare team worked heroically. Extraordinary efforts were made both by the medical community and by the industry to manufacture ventilators and develop vaccines, which were manufactured in a record time. All this is extraordinarily described in the successive chapters of this book. Journalism deserves a specific paragraph as they worked to permanently communicate the development of the pandemic, thus, showing, once again, how valuable true information is to take decisions and take care of lives.

Pandemics have been, and probably will continue to be, a constant phenomenon and problem in the history of humanity. They marked milestones in public health and they had a significant impact on the economic and cultural evolution of societies. They have shown not only the vulnerability of our species to microorganisms, but also the resilience that is built with the cooperation of the community, with the subsequent change of habits, and by implementing individual and collective protective measures, such as wearing masks or washing hands. Human ingenuity and the industry that develops new drugs are a breath of fresh air, and during the COVID pandemics they promoted the fast prevention mechanisms that were developed by medical science, such as vaccines.

History has taught us that pandemics are inevitable, that they may become more frequent due to environmental changes caused by humans, such as deforestation, the increase in contact with insects, and the urbanization of diseases confined in the past to rural or jungle areas. In addition, globalization fosters the fast spread of infectious agents.

One of the characteristics of pandemics is that we know when they start, but not when they end. In all of them, mistakes are made due to lack of knowledge and, sometimes, to avoid alarming the general population. However, as they unfold, human ingenuity, joint work with the healthcare team, government measures, the pharmaceutical industry, and the media are crucial to controlling or mitigating them, as became evident during the last one we faced.

This is a necessary book, a valuable resource not only for doctors and communicators but for anyone interested in better understanding pandemics. It is a deep investigation, with specific data and thorough analyses, which will provide a sound basis for future dialogue and action.

Chapter 1: The Secret Battles of Humanity

There is no doubt that humanity has been shaped by germs and infections. If we look at history, when humans are not fighting among themselves —to get more resources for their own benefit or that of their group, for instance—, they are engaged in a silent struggle against virus, bacteria and fungi (VBF); sometimes wars and epidemics happen together, and those are not good times.

The metaphorical idea of a constant battle between individual immune systems and microorganisms that seek to infect them and multiply may be extended to communities and societies. When the VBF finds it easy to reproduce within a member of the Homo sapiens species, the person gets sick; if the VBF is successful and manages to jump to many people within one or several communities, we have a plague/pest/epidemic that will challenge their survival or, at least, will seriously endanger it. It is not something that only affects humans; it is a mechanism set by nature and that keeps a certain balance.

Leprosy, influenza, bubonic plague, smallpox, tuberculosis, syphilis, cholera, polio, HIV, SARS: this brief, though non-exhaustive, enumeration, which does not include emerging virus, shows that the “enemy” appears under different shapes, that it is chameleonic, and that it takes advantage of certain development deficiencies that exist in the organization of societies, such as crowding, the lack of drinking water, the poor or non-existing treatment of fecal matter and waste, which, among other factors, have historically created the ideal conditions for those diseases to spread.

Sometimes, the problems to handle epidemics are not in things but on minds. An overview shows that prejudices, epistemological or interpretation mistakes, and selfishness sometimes sneak into the treatment and classification of diseases. Sometimes also the best things of humankind sneak into them, such as cooperation and helping others. As in any act of war, vileness and nobility, heroes and villains, altruism and selfishness combine in these struggles.

For centuries, the circulation of goods and people (in particular, armies) helped to transport hidden VBFs. With globalization, that traffic, that circulation, is now the largest in history, and microbia may comfortably cross the globe on a commercial airline seat. In addition, the world overpopulation is another ideal breeding ground for its proliferation, different but equivalent to medieval poverty.

The analogy with war —with the objections that may be raised— may be extended even further. As in the case of war conflicts themselves, science and medical art developed a series of mechanisms to neutralize and face VBFs. We could say there is an escalation, where the human immune system defends, but where VBFs also find opportunities for adaptation. Thus, during this whole period only one virus could be eradicated and that was due to the vaccination technology. VBFs have coexisted with humans throughout history and, as we will see, they have existed even before: ever since the world began. Therefore, as we will see, influenza changes every year its protein combination to survive and reattack; that is how the broad repertoire of lineages and strains which generated the SARS-CoV-2 arose. A virtually never-ending game of ruses, traps, and tricks that spreads when there is a gap in human affairs or problems with nature, from where VBFs may jump. The following pages will deal with all this, heroes, several epistemologies, and adapted microorganisms.

Chapter 2: Argentina: The Diseases that Changed Us

Theend-of-the-world port, the southernmost capital. Even though one of the historical features of the Río de la Plata is its geographical distance from Europe and Asia, that were always the “center of the world,” Argentina was not able to escape from the globalization of epidemics that happened with the arrival of colonizers to these lands. Sooner or later it became part of the system and suffered the scourge of smallpox, yellow fever, measles, typhus, leprosy, and other affections that endangered the rest of the world, as well as some autochthonous diseases, such as the hemorrhagic fever that is caused by the Junín virus. Moreover, with the hyperconnectivity that has existed as from the twentieth century, Argentina suffered almost in real time the different waves of influenza, the HIV-AIDS pandemic, and the COVID pandemic that beset the rest of the world population. Due to different circumstances, with the previous coronaviruses, SARS-CoV-1 and MERS (that so far have appeared mostly in Southeast Asia and the Middle East), it kept its case count at zero. There is no doubt that today there is a total connection: the world is one, and as no borders may stop the circulation of goods and people, they do not interrupt the course of infectious diseases either.

Reviewing our past history we may discover one of those diseases that was a milestone in local public health. The yellow fever reorganized the capital city of Argentina, and changed from the rail lines to the way public health was conceived, as it caused the building of new hospitals at a time when there was a remarkable lack of such facilities. From then on, after the confirmation of the microbiology findings that came from Europe and their impact on medical practice, the benefits of care that started to be applied in the central countries also became known in our country. Knowledge transforms medicine, and understanding how diseases are transmitted also reorganizes societies. Thus, many changes were implemented that improved the quality of life; from the treatment of waste, of sewage residues and water supply systems to the prevention with family doctors and the dissemination of vaccination —which had a huge development during the twentieth century after a slow appearance during the previous century— or the improvements in nutrition. All that fostered demographic transformations, a progressive reduction in children mortality rate and an increase in life expectancy.

For Argentina, as for many countries, the twentieth century was a century of great medical advances. And during those decades the last part of country integration took place: it was understood that, in the face of epidemics, coordinating the responses with other countries was essential. First, with regional countries, then, with the rest of the world. These needs were reflected institutionally by the creation of the Pan-American Health Organization, which issues intervention guidelines and protocols, and which intervenes actively, for instance, in the purchase of vaccines, and the World Health Organization (the successor of the 1851 International Health Conference of Paris, which was organized in fear of the cholera, among other meetings that were held one after the other during the nineteenth century). Global problems required a global attack. But Argentina had its own problems too.

Chapter 3: Epidemics and Pandemics, Endemics and Syndemics: A World of Definitions

“Naming is controlling” said French sociologist Pierre Bourdieu, one of the most important of the twentieth century. However, it is true that human passion for classifying, naming, inferring, distinguishing, archiving, categorizing, cataloguing, relating, and describing dates back to the earliest thinkers of all civilizations. There is a passion for naming things and phenomena to understand them, and based on that understanding, if applicable and if possible, change them.

There is a broad tradition on putting in order. Aristotle, to mention one of the earliest examples, stands out in that timeline, not only in the biological field. Plants, blood and bloodless animals, from the simplest to the most complex ones, were analyzed by him, and his successors continued working based on his findings. The study of nature required, of course, an order to name species and analyze their specific characteristics. It was then, in the eighteenth century, that Swedish biologist Carl Linneo appeared and organized taxonomy once and forever. He invented a species nomenclature system that still exists, and that is used whenever speaking about the Homo sapiens, the Felis catus (the cat) or the Escherichia coli bacteria. The system mentions first the gender and then the species, always in Latin, an order that already entails thinking and making conclusions on the phenomena.

The same happens with the diseases that have marked history: classifying is necessary to order, studying is necessary to intervene. For a long time, in the absence of better and more complex concepts, the one used was that of “plague”, a vague notion that was closer to biblical mysticism, like accepting the unfathomable paths of divinity, than to a scientific classification. During the yellow fever that ravaged Buenos Aires in 1871, doctors could barely describe its symptoms and did not have the faintest idea about the causes of the disease so as to be able to fight against it. So, what could be done? What to do? No one knew. Those fumbling acts started to change with the pioneering works of Louis Pasteur, Robert Koch and Carlos J. Finlay on the biology of microorganisms and the origin of diseases. Empirical and classificatory science began to weave a path of successful (most of the time, partial) results on the organisms that attack our immune system.

But on those days there was still a long way to go to achieve the precise proficiency, differentiation, and knowledge that current medicine has on the different stages of diseases that cross borders, how to attack them, what to do to prevent them and what measures should be taken by individuals, societies, States and other organizations to prevent such diseases from returning or to minimize the harm caused if they do return. Going from the individual to the collective and even the global is a progress path on which humanity is still working.

Chapter 4: Monitoring; Detecting the Origin of Evil

“Ibelieve some of our honorable colleagues stubbornly still insist in pursuing a routine path of old-fashioned and useless practices that cause the ruin of our trade and damage public health, such as quarantines, meaning that, instead of teaching the people about actual means to protect themselves from epidemics, they inspire, on the contrary, a false sense of safety that prevent them from taking the only sanitary precautions that may offer actual guaranties. In brief, I think there are some serious and respectful individuals, capable men and women who, instead of disseminating the light revealed by the progress of science, want to bring back and perpetuate practices followed under the influence of past centuries.”

This vigorous speech was not given in connection with the sudden emergence of COVID-19 by an individual opposed to quarantines and the confinement of cities decided by the governing sector in almost all countries of the planet. In fact, it was given more than 150 years before the pandemic that began in 2020. The place was Paris; the date,1851, and the speaker was Anthony Perrier, the United Kingdom delegate in the first sanitary conference of history. The purpose was to take joint measures to coordinate actions among nations to face a problem that had no borders. Representatives from eleven European States, in addition to Türkiye (which is unique in that it straddles two continents), met and discussed the issue for six months, a term that seems too long from the current fast-speed perspective.

In those years of the First International Health Conference, the internal political limits of the old world were not the same as today. In addition to countries that still have the same territory, give or take some borders, such as Austria, France, Great Britain, Greece, Portugal, Russia, and Spain, there was the Ottoman Empire (Türkiye), Sardinia, and Sicily (whose domains extended to Piedmont and even included parts of present-day Switzerland), the Papal States (which would much later become the small Vatican), and the Tuscany. The discussion on whether or not cholera should be included as one of the diseases for which quarantine should be established (in addition to the more traditional diseases such as the black plague and the yellow fever) was carried out in the capital city of France, at the request of that

country. The debate was long and heated, as this measure was objected to by some people on the grounds, they said, that “in some cases, it could even be dangerous and contrary to the intended purpose.” The four kingdoms that would later form Italy were in favor; Austria, Great Britain and France were against that idea based mainly on economic grounds.

The Russian delegate, Carlos Rosenberg, swayed the discussion. He told that, during the first cholera epidemic in his country, between 1829 and 1832, there were several quarantines and, anyway, 290,000 persons died due to the plague. This, of course, was not helpful to the idea of establishing quarantines, which was then disregarded. However, he immediately added that, during the second wave of the same disease, between 1846 and 1849, the decision was not to impose any quarantine, and there were 880,000 deaths; then, his government supported the quarantine without any doubts and made it mandatory for the future.

Anyway, as years went by, it became clearer how infections arise, on many cases, jumping from a wild host to a human one; hence, the focus placed on animals and the idea of keeping a good prophylaxis when interacting with them. Then, of course, proper conditions for propagation to humans are required: that is the difference between an outbreak in a few cases and another which may expand globally. Sufficiently sensitive systems are required to be attentive, even at risk of exaggerating the alerts with the subsequent loss of credibility by the public. Having that mechanism well-oiled is one of the keys to success in the event of an epidemic threaten.

The truth is that nothing was easy at the beginning of an internationalization that then became globalization, also in the technical aspects: it was also in 1851 that the telegraph could communicate London and Paris in real time for the first time. Which were the conclusions after so many disputes, emotions and speeches? Not much than this decision about quarantines against cholera, which was finally approved with 15 votes for it, 4 against and 4 abstentions. However, the main outcome was, maybe, that the mechanism for delegates to meet again eight years later, in Paris, was created. They met regularly twelve other times until 1938, when Nazism broke Europe for a decade. However, the roots were already strong, and from then on, the European cooperation would be the rule that would then be extended with the creation of the successor of the League of Nations, the United Nations, known by its acronym UN, and its health agency, the World Health Organization (WHO) in 1946. And also, of course, the supranational entities currently governing most of Europe through the European Union.

That is the origin of the key role of governments and world agencies, which was greatly enhanced and continues to date.

Chapter 5: Survival Strategies

By April 2021, only one year after the outbreak of the COVID-19 pandemics, a hospital in Buenos Aires published the results of a special invitation that had been made to its health professionals. With the intention of obtaining information from the perspective of the so called “narrative medicine,” they were invited to express their thoughts regarding that very difficult time humanity in general and they in particular were going through, as they were in the first line of a global battle. They were invited to do so through oral or written narrations. The publication resulting from that initiative included precious information about the challenges to overcome, certain suffering and the heroism necessary to defeat them.

A text by Paula Gutierrez, an internal medicine specialist, gives a hint of the environment and of how they worked during those long, long months and of the strength required to overcome the setbacks: “There were residents who printed their own pictures and stuck them to their gowns so that patients knew how those taking care of them looked like. A nurse who aspired a sedated patient (a high-risk procedure). Seeing someone say goodbye to a loved one through a video call and watching colleagues who were serene enough to accompany and support in that situation... Buying a Coca-Cola to a patient... Standing up to applaud Dominga, who was 94 years old, when she was discharged from hospital.”

The contribution by Viviana Arancibia, a nurse from the Intensive Care Unit for Adults: “On Sunday I left home and while on the way I was talking to my friends and had a weird feeling, I was thinking about my son who had stayed at home. I had left him a note that said: ‘Son, I love you. See you.’ And I sent that picture to my friends and it was then that they understood what I was going through at that time, and I started to cry... I see my colleagues, the health team in general, who work with the COVID-19 patients, and I felt moved, because each of them has a family, children, friends, grandchildren, and they are there doing everything they can to take care of the person in bed, who is isolated from the people they love, their loved ones. A colleague says: ‘I’m going in to help patient X because he doesn’t want to be left alone’...”.

Or, finally, the words sent by Silvana Figar, the head of Clinical Epidemiology, about the community work at the Detecting Program (Programa Detectar): “In two days we have to reconvert a school into a Detectar facility; tomorrow we will meet community figures and social organizations in that covered

yard, we will see how members of the community go the school to know if they are sick, and we should make our magic to convince them that if they test positive, they would be better if hospitalized, that we will do the test there and they will have to wait in those classrooms, that we will seek to keep warm on days with 4 ºC, and that they come with a little bag and the phone charger to be hospitalized in case they test positive. My colleague says: ‘It is very hard to do this in a school! I would rather go to a community kitchen; children should be here’.”

Pandemics required a lot from health professionals: changes in schedules and aid routines, new protocols and use of personal protective equipment, in addition to a context in which almost no one was working and everyone’s routines had been disrupted. “All these changes entail emotional consequences that have already been documented in recent works, such as the increase in the level of stress and the presence of symptoms of anxiety and depression,” according to this work entitled Relatos sobre COVID-19 de profesionales de la salud en un hospital (COVID-19 Stories by Health Professionals in a Hospital), published by a team of Hospital Italiano in the middle of the crisis.

As has always occurred since humanity was able to communicate, telling stories is an essential part of survival and, even, of giving sense to life itself. Furthermore, according to modern psychology, it is clear that writing, putting into words traumatic moments, helps to get through the worst of tough situations. And that was one of the keys that helped professionals survive, professionals from health systems, from the pharmaceutical industry itself that faced in different fields the community spread of the disease. They worked, prepared, adapted, and added innovation and applied technology, with a good treatment of data and team work. All that, as well as the prominent participation of individuals and communities, allowed for achieving success in the face of this tremendous challenge.

Chapter 6: The Path to a Solution

Society as a problem; society as a solution. What does that group of people who live together do when they note that there is an epidemic or a disease outbreak? Which survival mechanisms are activated to cope with the situation? How can we take advantage of the experience as wisely as possible? There are many mechanisms, some of them contradictory, sometimes irrational; the good, the bad, selfishness, that which uplifts the spirit, but always in the search of surviving, of facing the challenge and moving on. In any case, that multiplicity of resources is part of the broad toolbox that humanity has now after ten thousand years of history and many more years of coexisting with virus, bacteria and other pathogens.

There are several actions to be taken before, during and after each challenge. One of the recommendations made by Nobel laureate in medicine Peter C. Doherty in his book Pandemics: What Everyone Needs to Know is to be a sensible tourist, as well as a sensible citizen. In a world where tourism is one of the main industries to the extent that it moves about 10% of the global GDP, and for many people, it is the main way of spending the excess generated by other works as well as a reason for happiness, moving from one region to another, from one continent to another, may be one of the major involuntary vectors of diseases. In that context, what does it mean to be sensible? Doherty understands that it means being responsible for being up to date which vaccines, asking in advance which are the prevalent infections in the place of destination, adopting responsible behaviors when interacting with animals and ecosystems in general, and being as careful as possible in the event of having intercourse with strangers.

However, that is not all: “Once at home, and according to the health system in our country, we have to visit the doctor immediately [if there is any suspicious symptom]. Infections, in particular, bacterial ones, may kill easily. Seeing a doctor with an occidental, classical, education, with an official degree, who has studied in a renowned university, is essential during the first stages of the diseases,” writes Doherty; he further states that homeopaths or naturist doctors may provide relief to chronic conditions or persistent pains, but they do not know how to use the power of science to heal acute infections that require all the expertise of academic science: prescribed medicines, lab tests increasingly detailed, and care provided by seasoned professionals.

Even if there is no trip outside the country, infections may travel to us; thus, we have to stay alert, in particular, if we are in contact with travelers. In that regard, the Australian Nobel laureate also states that one of the keys to prevention is constantly informing the population on how viruses and bacteria are transmitted and how they may become dangerous. Very easy actions such as not coughing and sneezing on the hands, but on the elbows, and as far as possible from other people are extremely useful. These actions have become habits since 2020. The same happens with washing hands with soap continuously for about 40 seconds. During the COVID- pandemic, this recommendation was coupled with the wise recommendation that children sang the Happy Birthday while washing hands, as this added

a playful spirit to its usefulness while allowing enough time for the soap to chemically act and break down viral bonds. Situations that were supposed to be here to stay, such as the widespread use of masks or the intention not to go to work if one has any symptoms, seem to have been forgotten or fallen into disuse over time.

The previous listing is related to measures that we could call “social” or “educational” actions. However, there is another set of actions that adds to the social ones, which is more related to the “hardware,” the machinery that is set in motion when there is an alarm, such as engineering, hospital intelligence, medical technology solutions (with vaccines as key element), which, in turn, drive government decisions about how to deal with adversity. Resting upon them are social movements, the intensive use of cell phones and digital for teaching and working remotely, computer networks and applications, as well as biochemical tests and analyses, whose use has shifted from being in hands of few highly-trained experts (such as the Polymerase Chain Reaction [PCR]), to becoming part of the daily practice of numerous laboratories. Pandemics may even change whole cities and encourage people to move to less populated areas in an unexpected return to rurality. Let’s review these small and big, superficial and deep changes forced by tiny pathogens.

Chapter 7: Impacts on and Lessons Learned by Society I nevitably, the disruption caused by an epidemic interferes with routines and the usual ways societies function. Without health, the rest almost does not matter; maybe that is why health is the first element of the triad that governs our desires: health, wealth, and love. Anyway, the overcoming of each epidemic upheaval is accompanied by changes. Nothing and no one emerges harmless or unchanged after a pandemic: neither on a physical level, nor on a spiritual level, neither individuals nor communities. Everything and everyone (including us) undergoes changes; from the way work is performed to the organization of classes at school, the way people relate to each other, demographics, architecture, technological innovations… and of course, economy.

And we are not talking only about the last pandemic we have just overcome; one only needs to recall how an entire generation changed the way it approached sexual relationships due to the ghost of HIV/AIDS. You had to take care, because AIDS concerns us all —as advertisements used to say—, and the use of condoms became more widespread than ever, with its use representing a matter of life or death. In the ‘80s and ‘90s, due to the virus and the fear it caused, both young and old people had to take precautions that were not previously considered.

In the context of a global health shock present not only in the doctors’ offices but also in the mass media, many trends, knowledge and technologies that that were just emerging or progressing at a snail’s pace are now accelerating at a dizzying pace. Condoms existed before HIV/AIDS, of course, but they became an item that was displayed not only in pharmacies, but also in kiosks and supermarkets; remote work and telemeeting platforms already existed, but their use multiplied exponentially during the COVID-19 pandemic. The same happened with processes such as the abandonment of cities and architecture changes.

During those crisis, there is an emergence of those desires and needs that we may call our “internal geographies”, and many people note that living in the city is not always indispensable, as it is a place where, certainly, the likelihood that microbes prosper is higher than in the countryside or in small towns. As from 2020, for instance, this has caused the phenomenon called “neo-rurality” to emerge. As happened 150 years ago with the yellow fever, Buenos Aires itself also reshaped its downtown neighborhoods. Those who leave the city aim at improving the quality of life, having a more mindful eating, being closer to nature, exercising to prevent the evils of sedentariness, and enjoying other benefits, such as preventing the urban stress. Viruses and other pathogens exceed the strictly medical field.

An even though we have entitled this introduction “It is not the economy, it is health”, economy is somehow related: as society and the economy slow down due to the impact of the illness that affected large sectors of the population, production may reduce to nearly zero in many sectors, such as tourism, and in vast regions of the planet. During the last pandemic, most governments decided to put in place help plans, subsidies, and different tax relief measures, and plurinational bodies granted loans to cover the emergency situation of those who were unable to earn a living. Many things did not change, but in other aspects, the pandemic was the opportunity for a great “resetting” or reboot, as when the computer freezes.

Chapter 8: Future Challenges

It is not pessimism, though it may sound like that. Many will consider it a display of realism; others, of caution: it is just what needs to be done. Anyway, for experts, it is clear that we live in a “very contemporaneous” world, as one of the characters created by Argentinean cartoonist and

writer Roberto Fontanarrosa used to say, a world where, for many circumstances, viruses and bacteria (and even fungus!) find a fertile ground for entering into the human body and proliferating, in particular, at a time when the planet is affected by a triple environmental crisis (loss of biodiversity, climate change and air pollution) that offers favorable conditions for them to multiply.

Controlling and defending ourselves from the diseases caused by such viruses, bacteria, and fungus pose several challenges, but facing them is not impossible. A report issued by the International Federation of Pharmaceutical Manufacturers and Associations (IFPMA) discussed what could be done in the face of a threat by these pathogens and how to respond swiftly. According to that report, within 100 days from the declaration of any eventual pandemic, effective and safe products should be able to be developed and, not least important, there should be universal and equitable access to those products; this “must be pursued through the collaboration with governments, regulators, multilateral organizations, and other companies,” and when making calculations for this global “shield”, the report states that the required investment would amount to USD15 billion a year, in a coordinated operation, with regulatory frameworks and public-private partnerships.

The same report by the IFMPA, which was disclosed on February 2023, speaks about the generation of a “global architecture” to respond to future pandemics and recommends actions to sustain a thriving innovation

Bibliografía

CAPÍTULO 1

Alinovi, Matías. Historia de las epidemias. Pestes y enfermedades que aterrorizaron (y aterrorizan) al mundo. Buenos Aires: Capital Intelectual, 2009.

Camus, Albert. La peste. Buenos Aires: Debolsillo, 2010.

Deville, Patrick. Peste & Cólera. Barcelona: Anagrama, 2014.

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Harari, Yuval Noah. Homo Deus. Breve historia del mañana. Buenos Aires: Debate, 2016.

Lozano, Mario. Ahí viene la plaga. Virus emergentes, epidemias y pandemias. Buenos Aires: Siglo XXI, 2004.

Roth, Philip. Némesis. Buenos Aires: Mondadori, 2011.

Sontag, Susan. La enfermedad y sus metáforas y El sida y sus metáforas. Buenos Aires: Taurus, 2005.

CAPÍTULO 2

Lozano, Mario. Ahí viene la plaga. Virus emergentes, epidemias y pandemias. Buenos Aires: Siglo XXI, 2004.

Martí, Manuel Luis. Academia Nacional de Medicina de Buenos Aires. Bicentenario 1822-2022. Buenos Aires: Prosa y Poesía Amerian, 2022.

Scenna, Miguel Ángel. Cuando murió Buenos Aires, 1871. Buenos Aires: La Bastilla, 1974.

Veronelli, Juan Carlos, y Magalí Veronelli Correch. Los orígenes institucionales de la Salud Púbica en la Argentina. Buenos Aires: OPS/OMS, 2004.

Vignoli, Marcela. Epidemias y endemias en la Argentina moderna Diálogos entre pasado y presente Buenos Aires: Imago Mundi, 2020.

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CAPÍTULO 3

Aristóteles Metafísica. Madrid: Gredos, 2000.

Darwin, Charles. Autobiografía. Buenos Aires: Continente, 2008. Doherty, Peter C. Pandemias. Todo lo que necesitás saber. Buenos Aires: Autoría, 2016.

García Márquez, Gabriel. El amor en los tiempos del cólera. Buenos Aires: Debolsillo, 2013.

CAPÍTULO 4

Howard-Jones, Norman. The scientific background of the International Sanitary Conferences 1851-1938. Ginebra: World Health Organization, 1975. Disponible en https://iris.who.int/bitstream/ handle/10665/62873/14549_eng.pdf?sequence=1

ecosystem to be counted on for a swift development of pandemic countermeasures and to guarantee a fast, safe and unencumbered access to pathogens and their genetic information, among other considerations. It further states that “there is a need to foster sustainable manufacturing globally so that it may be expanded to high supply volumes of vaccines and drugs.” Among other actions, it proposes “to support the current efforts to guarantee a better future pandemic and response by the countries by investing in key health system capacities, including life-course immunization programs,” as well as in disease surveillance. These are some of the future challenges that will require more research, preparedness and information efforts from societies, health systems, medical professionals and the pharmaceutical industry itself.

Which are the main threats detected and how can they be stopped? We already know some of the pathogens that loom on the horizon as candidates for bad news. We still have to see, for instance, how the monkey pox, or Mpox, develops, how the reemerging oropouche virus evolves, as well as the resistance to antibiotics by “superbacteria.” The triad dengue-Zika-chikungunya –viruses that have a very similar behavior and that share the same vector– is also of concern, as well as the likelihood that a new coronavirus may appear. All these microorganisms are in the radar of epidemiologists and public health specialists, and we have to stay alert if we want to avoid surprises or situations that may be serious and costly from every perspective.

Moledo, Leonardo, y Máximo Rudelli Dioses y demonios en el átomo: de los rayos X a la bomba atómica. Buenos Aires: Sudamericana, 1996.

Ng, Gustavo (comp.). La superación de la pandemia en América Latina. Buenos Aires: Continente, 2021.

Twain, Mark. Capítulos de mi autobiografía. Santiago: La Pollera, 2023.

CAPÍTULO 5

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CAPÍTULO 6

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CAPÍTULO 7

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Ng, Gustavo (comp.). La superación de la pandemia en América Latina. Buenos Aires: Continente, 2021.

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CAPÍTULO 8

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Agradecimientos

Archivo Alejandro Kuropatwa: Liliana Kuropatwa, Guido Ast, Dra. Damasia Becu de Villalobos, Salvador Benedit, Viviana Caro, Diana Dowek, Juana Duhalde, Octavio Duhalde, Dardo Fabián Flores, Marcelo Gurruchaga, Nan Halperin, Mariana Landin, Dr. Juan Antonio Mazzei, Lucía Peña, Dra. Mirta Roses, Verónica Tello, Diego Valeiras, Wellcome Collections, Aisha Young.

Créditos fotográficos

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Diana Dowek, serie “Pandemia (2020/2021)”, acrílicos sobre tela, 160 x 180 cm. Abrazo / Primera Linea II, 2021 (p. 85); Pandemia, 2020 (p. 90); La larga marcha, 2020 (p. 91). Fotografías: Dardo Fabián Flores. Alejandro Kuropatwa, de la serie “Cóctel”, 1996 (p. 93 abajo derecha), Archivo Alejandro Kuropatwa.

© TUTE (Juan Matías Loiseau), viñeta publicada en el diario La Nación, 7/9/2020 (p. 102).

© LINIERS (Ricardo Liniers Siri), ilustración de tapa revista The New Yorker, 22/3/2021 (p. 107).

Edward Hopper, Cape Cod Morning, 1950, óleo sobre tela, 86.7 x 102.3 cm, Smithsonian American Art Museum (p. 153).

La mayor parte de las imágenes publicadas pertenecen a los archivos consignados. Algunas fotografías han sido extraídas de documentos, libros, revistas y bibliotecas digitales que también están reseñados. Se han hecho todas las gestiones posibles para identificar a los propietarios de los derechos de autor; por cualquier error u omisión accidental estamos a disposición de los poseedores de los eventuales derechos de fuentes iconográficas no identificadas

Este libro se terminó de imprimir en noviembre de 2024 en Talleres Trama Pje. Garro 3160, Ciudad Autónoma de Buenos Aires Impreso en Argentina - Printed in Argentina

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