UN HOMBRE Y SU PATRIA
Manuel Belgrano
UN HOMBRE Y SU PATRIA
Idea y edición literaria: Gigliola Zecchin Dirección editorial: Juan Manuel Duhalde Textos: Christian Kupchik y María Sáenz Quesada Arte y diseño gráfico: Daniela Coduto y Ariana Jenik Investigación y edición fotográfica: Silvia Gabarrot Traducción al inglés: Camila Rufino Producción gráfica: Daniela Coduto y Ariana Jenik Corrección: Irene Domínguez Producción general: MMTV
Supervisión editorial: Relaciones Institucionales. Laboratorios Bagó
Kupchik, Christian Belgrano : Un hombre y su patria / Christian Kupchik ; contribuciones de Silvia Gabarrot ; Ariana Jenik ; Daniela Coduto ; coordinación general de Juan Manuel Duhalde ; editado por Gigliola Zecchin ; fotografías de Marcelo Gurruchaga ; Aníbal Fernando Parera ; prefacio de María Sáenz Quesada. - 1a ed ilustrada. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Laboratorios Bagó, 2020. 160 p. ; 30 x 21 cm. ISBN 978-987-98983-8-3 1. Historia Argentina. I. Gabarrot, Silvia, colab. II. Jenik, Ariana, colab. III. Coduto, Daniela, colab. IV. Duhalde, Juan Manuel, coord. V. Zecchin, Gigliola, ed. VI. Gurruchaga, Marcelo, fot. VII. Parera, Aníbal Fernando, fot. VIII. Sáenz Quesada, María, pref. IX. Título. CDD 982
ISBN 978-987-98983-8-3 Todos los derechos reservados. Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio, sin permiso escrito de los titulares del copyright. Queda hecho el depósito que previene la ley 11.723. ©2020, Laboratorios Bagó S. A.
Índice
Manuel Belgrano. María Sáenz Quesada
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La formación del espíritu
21
Memorias del Consulado
37
Disparos en el Río de la Plata
49
De Mayo a la libertad
65
Blanca y celeste
81
Rumbo al norte
95
El otro campo de batalla
111
Tucumán, su lugar en el mundo
125
El viaje final
137
Epílogo
151
Cronología
152
Bibliografía
158
Agradecimientos
159
6
E
en nuestra memoria como aquel en el cual la sa-
T
lud fue el foco de atención de toda la humanidad
focused on health and in which every
l año que está finalizando seguramente quedará
y cada rutina se vio afectada, dando paso a cambios de hábitos y de costumbres.
he year that is about to end will certainly remain in our memory
as the one in which the whole world routine was affected, thus, bringing about changes in habits and customs. In this challenging context our country
Es en este desafiante contexto que nuestro país rinde
pays homage to Manuel Belgrano on the
homenaje a los 250 años del nacimiento y 200 del falleci-
250th anniversary of his birth and 200th
miento de Manuel Belgrano, creador de nuestra querida
was the creator of our dear flag and one of
anniversary of his death, to the man who
bandera y uno de los grandes hombres de la patria, quien
the greatest men of our land, whose ideas
con la fuerza de sus ideas y sus destacadas acciones con-
ration to reflect and overcome setbacks
tinúa inspirando a reflexionar y superar contratiempos como los que hoy nos sorprenden a nivel mundial. Por ello, en Laboratorios Bagó reconocimos la importancia de sumarnos a esta celebración con la edición del libro Un hombre y su patria. Manuel Belgrano. Esta obra surge del compromiso que tenemos como compañía argentina con la cultura de nuestro país y del interés por conocer más sobre la persona detrás de este patriota. Para esta ardua tarea, invitamos una vez más a la prestigiosa escritora y periodista Canela, quien junto a María Sáenz Quesada y un equipo de investigadores reflejaron en estas páginas esa dimensión poco conocida de Belgrano. Es nuestro deseo que este libro invite a pensar y poner de relieve la vida de quien fue intenso protagonista de nuestra historia y que se destacó por no conformarse nunca, aun frente a las pruebas a las que lo sometió el destino, dando siempre testimonio de una entrega profunda a su patria y al bienestar de sus semejantes. Esperamos que disfruten de su lectura.
Sebastián Bagó
Juan Carlos Bagó
and outstanding actions remain an inspisuch as those startling us worldwide. Thus, at Laboratorios Bagó we acknowledged the importance of joining this celebration publishing the book Un hombre y su patria. Manuel Belgrano (A Man and his Homeland. Manuel Belgrano). This work results from our commitment as an Argentine company with the culture of our country and from our interest in learning more about the person behind this patriot. For this hard task, we invited once again the renowned writer and journalist Canela who, together with María Sáenz Quesada and a research team, reflected in these pages this not very well known aspect of Belgrano. We wish that this book will invite the reader to think and highlight the life of a man who was an intense player in our history, who stood out because he never settled for less, not even when faced with the challenges of fate, and who always gave testimony of a deep commitment towards his homeland and the welfare of his fellow human beings. We hope you enjoy reading it.
Desdichada la tierra que necesita héroes. Desdichada la tierra que no tiene héroes. Bertolt Brecht, Galileo Galilei
S
u firma es de trazo urgente, austera, subrayada por líneas que insisten, una sobre la otra. Lejos de todo ornamento. Una flecha hacia el futuro quizá. Ese futuro por el que se jugó la vida Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús. Tantos nombres y él rubrica con una inicial, su punto y una l minúscula pegada a su apellido de origen italiano: Belgrano (buen trigo), ¿lo habrá pensado así? A través de cartas, testimonios, documentos y su autobiografía sabemos qué pensó: solo con trabajo, reflexión y conocimiento se lograrían cosechas en abundancia para la patria nueva. La propuesta que nos hizo Laboratorios Bagó para este año belgraniano nos ha planteado un nuevo reto profesional. Producir un libro ilustrado, atractivo, que desplegara con un lenguaje claro y datos veraces su vida y su época. Una obra que permitiese redescubrir emocionalmente la compleja biografía del hombre que creó nuestra bandera. Nos impusimos un debate fecundo. Inspirados en la franqueza de una inteligencia superior y la capacidad visionaria de este gran patriota, exploramos textos, imágenes, testimonios, fragmentos literarios empeñados en destacar la voz del héroe que nos interpela desde los orígenes de la Argentina. Un hombre y su patria. Manuel Belgrano abre con un texto de María Sáenz Quesada, quien, desde su perspectiva de historiadora, enlaza los datos de una vida signada por una época de dramáticos cambios, y en un breve epílogo, “Su ejemplo como mensaje”, describe el valor de su legado. Christian Kupchik en un relato más detallado y amplio desarrolló con talento literario nueve capítulos que siguen los complejos pasos y los pensamientos del patriota, desde la formación de su espíritu hasta su viaje final. Las imágenes han sido cuidadosamente investigadas y editadas por Silvia Gabarrot; Daniela Coduto y Ari Jenik estuvieron a cargo del complejo diseño y la producción técnica del libro. Irene Domínguez corrigió pacientemente desaciertos y errores. Juan Manuel Duhalde, a cargo de la dirección editorial, logró con pasión y rigor liderar el equipo destinado, en tiempos de virtualidad, a “poner en papel” esta obra de hondo compromiso. Belgrano ha sido hombre de ideas y al mismo tiempo un luchador intenso, rebelde pero siempre fiel, conmovedoramente fiel a la felicidad de su pueblo. Todos hemos querido ir más allá de las palabras para honrarlo.
Gigliola Zecchin (Canela) Buenos Aires, primavera 2020
Retrato de Manuel Belgrano, óleo sobre tela de François-Casimir Carbonnier (1815). 10
Manuel Belgrano María Sáenz Quesada
a biografía de Manuel Belgrano constituye el hilo conductor más efectivo para entender la compleja trama del proceso histórico que va de los últimos años del gobierno colonial a la Independencia americana. Así lo entendieron los fundadores de la historiografía argentina y esa arquitectura intelectual sigue vigente 200 años después del fallecimiento del prócer, a pesar de los cambios ocurridos en cuanto a ideas y valores y a la revisión permanente del pasado. Estudiar los hechos más destacados de su vida a la luz de documentos, como corresponde al oficio de historiador, explica dicha vigencia y justifica la calificación de “Padre de la Patria” que mereció, y sobre la que él prefirió otra, la de “buen hijo”, con su proverbial modestia. Su conducta ejemplar en la victoria y en la derrota lo convirtió en símbolo de la patria de los argentinos, como se recordó en el segundo centenario de su fallecimiento. Su legado, centrado en la idea de servirla y de privilegiar el bien común por sobre los intereses particulares, goza de admirable actualidad. Belgrano y su memoria han logrado sobrellevar dignamente los avatares de sucesivos revisionismos históricos. Sin embargo, es frecuente advertir que muchos desconocen la importancia de su figura, la minimizan y hasta la ignoran, atraídos por personalidades en apariencia más fuertes, desconociendo en qué consiste la verdadera fortaleza, y el ser estadista. Por eso, como historiadora, recorrer los múltiples campos en los que le tocó actuar, y evocar la grandeza del personaje, sin desconocer sus errores y limitaciones, constituye un honor: reencontrarnos con el hombre público en su vida privada, su acendrado catolicismo, sus ideas políticas, el drama que padeció su familia cuando él se encontraba en España; sus amores, los hijos, las enfermedades; el vínculo afectivo que −siendo porteño− logró establecer con las provincias, y por sobre todo esto, el sentido del deber, el compromiso definitivo con la patria, a lo que sumó su austeridad. Manuel Belgrano fue parte de esa minoría ilustrada criolla que, desde sitios muy alejados del centro del Imperio, tomó conciencia de la necesidad de reformar el viejo modelo colonial gracias a la lectura de autores modernos y de su propia experiencia como funcionarios, militares, filántropos, científicos y viajeros. El creador de
Manuel Belgrano 11
la bandera argentina, que fue secretario del Real Consulado, autor de proyectos para introducir industrias, mejorar la agricultura y educar a la población, y que, producida la revolución de 1810, aceptó nuevos desafíos como alto jefe militar constituye un verdadero paradigma del cambio de roles asumido por esta generación de patriotas. Nació en 1770, en la ciudad de Buenos Aires. Era el sexto de los catorce hijos del matrimonio formado por Domingo Belgrano Peri, natural de Liguria, de origen patricio, y de María Josefa González Islas, de una familia santiagueña/porteña, vinculada a las obras de caridad de la época. Domingo se radicó en Buenos Aires, en 1751. La ciudad, ascendida a la jerarquía de capital del Virreinato del Río de la Plata en 1776, y habilitada para los intercambios entre puertos españoles y americanos, constituía un escenario propicio para el comercio. En ese medio desempeñó cargos ad honorem y otros rentados, su firma comercial prosperó y estuvo en condiciones de ofrecer a sus hijos la mejor educación. Manuel hizo sus primeras letras en el convento de Santo Domingo y a los 14 años ingresó al Real Colegio de San Carlos. Tenía solo 16, y estudios incompletos, cuando su padre lo envió a España a educarse, privilegio del que muy pocos podían gozar. Conocer de cerca la realidad de la metrópoli, en la que residió durante casi 8 años, le permitió también estudiar según su deseo. Cumplió los requisitos para graduarse de abogado y se dedicó con apasionado entusiasmo a buscar en los libros, en las tertulias literarias y en las academias, así como en el trato personal con verdaderos maestros, aquello que la enseñanza formal no podía darle: una visión del pensamiento moderno, elaborado por filósofos, economistas, naturalistas y políticos, que estaban produciendo una verdadera revolución en las ideas. Gaspar Melchor de Jovellanos, junto a Valentín de Foronda y Pedro Rodríguez de Campomanes fueron sus modelos dentro de la vertiente española de la Ilustración; en la obra de François Quesnay valoró la teoría económica de la fisiocracia que otorga un papel fundamental a la producción agraria, tan apropiada para las pampas rioplatenses todavía incultas; tomó de Montesquieu el principio de la división de poderes del Estado; del abate Caetano Filangieri la noción de la economía integrada para que el bienestar alcance a muchas familias; de Adam Smith los principios del liberalismo económico −que cuestionaba el mercantilismo vinculado al monopolio del comercio de Cádiz−. Su orientación hacia el conocimiento empírico quedó reflejada en sus propuestas educativas que apuntaban a los saberes útiles y la enseñanza práctica, y a la necesidad de fortalecer la infraestructura local (puertos, caminos). Mientras compraba libros –que más tarde donó a la Biblioteca Pública de Buenos Aires−, Manuel escribió a sus padres que se había propuesto adquirir renombre con sus trabajos y dirigirlos particularmente a favor de la patria y del provecho general. A lo largo de su vida pública cumplió con creces este objetivo. La Revolución Francesa lo impresionó vivamente en lo que se refiere a la condena de las tiranías y a la exaltación de los principios de libertad, igualdad y fraternidad. En su ideario político, la defensa de la “libertad civil”, ya sea en la forma republicana de gobierno o en la monárquica, se mantuvo como una constante. Ese año, 1789, también resultó clave en su biografía: su padre fue acusado de encubrimiento de los manejos del administrador de la Aduana. Las cartas que Manuel intercambió con María Josefa para definir la mejor estrategia para rescatar 12
su buen nombre nos muestran que el drama familiar templó su carácter. Posiblemente entonces nacieran su rechazo a la burocracia colonial y su sensibilidad criolla, contraria a la metrópoli. Vale destacar que no solo rechazaba el sistema comercial en que se basó el éxito de su progenitor, sino que tampoco compartía su ambición de hacer fortuna. Concluida su formación en España, el joven porteño, “de bello rostro italiano” –como lo describió un viajero inglés−, bien posicionado en los medios cultos metropolitanos, regresó a su patria como secretario perpetuo del Real Consulado de Buenos Aires. Imaginó entonces que se le abría un campo amplio para sus proyectos. Sabemos en qué consistían dichos proyectos por las sucesivas Memorias que escribió en ejercicio de ese rol. La apertura de la Escuela de Dibujo y de la Academia de Náutica, fruto de su esfuerzo, pareció poner el cimiento, en sus palabras, “de una obra benéfica para la humanidad”. Cuando la Corte española declaró que semejantes establecimientos constituían un mero lujo en tiempos de guerra, comprendió que nada cambiaría mientras los intereses de la patria dependiesen de las decisiones de Madrid; escribió a ese respecto al filántropo chileno Manuel de Salas: “Sigamos pues con nuestros trabajos dejando al tiempo su medro. Tal vez, corriendo, llegarán las circunstancias oportunas”. Entre tanto, comenzó a formarse en Buenos Aires un pequeño grupo ilustrado, Belgrano, Manuel José de Lavardén, Luis José de Chorroarín, Hipólito Vieytes, Juan José Castelli, el deán Gregorio Funes, Miguel de Azcuénaga, y unos pocos más, que escribieron en los primeros periódicos rioplatenses, se agruparon en sociedades y reunieron en tertulias literarias empezando a pensar los problemas desde “la patria americana”, y a decir “argentinos” para referirse a sí mismos y a los habitantes del Plata, cuyas riquezas naturales aspiraban a poner en valor. En ellos latía el germen del partido criollo o de la Independencia. La política se incorporó a las inquietudes de estos primeros patriotas como consecuencia de la crisis del Imperio español, en una secuencia cuyo primer episodio fueron las invasiones británicas al Río de la Plata. Entonces Belgrano reveló su temple. Vale señalar que fue el único integrante del grupo patriota porteño que Manuel Belgrano 13
participó directamente en las acciones militares de la Defensa. Finalizada la lucha, conversó sobre el futuro del virreinato y las intenciones del Imperio británico con un alto jefe inglés y le dijo, categórico: “queremos el amo viejo o ninguno”. Entre 1808 y 1810, los grupos políticos que actuaban en la capital virreinal tomaron posición. Martín de Álzaga y los españolistas que se oponían al virrey Santiago de Liniers y defendían el sistema de monopolio comercial pretendieron sin éxito conformar una Junta de Gobierno, tal como había ocurrido en la metrópoli y en Montevideo. Otros aceptaron las decisiones tomadas por la Junta de Sevilla, en nombre del rey prisionero, Fernando VII, y acataron a Baltasar Hidalgo de Cisneros como sucesor de Liniers. Un tercer grupo, “los carlotinos”, partidarios de alguna forma de independencia, exploraron un camino audaz: invitar a la infanta Carlota Joaquina, esposa del príncipe regente de Portugal, a ejercer la regencia del Virreinato del Plata en nombre de su hermano, Fernando VII. Belgrano es el autor de importantes documentos de los carlotinos y de gestiones ante los representantes de la princesa, como el agente secreto Felipe Contucci. Este proyecto revela que los patriotas criollos querían impedir a toda costa que el partido de Álzaga se impusiera, o que un órgano de gobierno exclusivamente peninsular mandase en tierras americanas. Belgrano se opuso a la venida del virrey Cisneros. Después, el nuevo virrey procuró congraciarse con el partido criollo, autorizó la apertura del puerto de Buenos Aires al comercio extranjero y alentó a Belgrano a publicar el semanario Correo de Comercio, donde se expondrían las ideas económicas de librecambio. La caída de España en manos de los franceses aceleró los acontecimientos. Belgrano tuvo un papel relevante en las reuniones conspirativas y en las acciones que llevaron al Cabildo abierto del 22 de mayo. Su energía a la hora de tomar decisiones y su ya consolidado prestigio le valieron el nombramiento de vocal de la Primera Junta de Gobierno. La Junta exigió a las provincias que aceptaran su autoridad como sucesora del virrey, en nombre de Fernando VII, y dispuso enviar expediciones militares para asegurarse ese reconocimiento. Belgrano fue elegido para encabezar la misión ante
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el Paraguay, sin evaluar debidamente su desconocimiento del arte militar, su salud precaria y las dificultades de la empresa. Aceptó porque había apoyado una revolución y debía hacerse cargo de sus actos. En sus palabras, “porque no se creyese que repugnaba los riesgos, que solo quería disfrutar la capital y también porque entreveía una semilla de desunión entre los vocales mismos que no podía atajar”. Sin duda no fue hombre de partido o facción en momentos en que la Junta se encontraba fuertemente dividida entre morenistas y saavedristas. Coincidía con el pensamiento moderno de Mariano Moreno y de Castelli, pero era moderado en relación con ambos; por otra parte, siempre conservó creencias religiosas, presentes en sus proyectos educativos. A lo largo de esta primera campaña militar, en la que recorrió el actual litoral argentino hasta el Paraguay, logró que los soldados bisoños y los oficiales inexpertos que lo acompañaban se constituyeran en una fuerza disciplinada y respetuosa de la población civil. Aunque desconocía el territorio que debía atravesar, cumplió su objetivo y presentó batalla, no sin antes invitar a los jefes paraguayos a no derramar sangre de hermanos. En esta campaña, que concluyó a principios de 1811 con la derrota de la fuerza patriota en los combates de Paraguarí y Tacuarí, Belgrano cometió errores tácticos, pero alentó a la tropa en el fragor de la batalla, consiguió una capitulación honrosa, y se retiró después de haber sembrado la semilla de la autonomía. Hizo más: respetó a las poblaciones civiles, socorrió a las viudas y huérfanos, y prohibió explotar a los indígenas en los yerbatales. Así demostró que, en la vorágine de la política y de la guerra, conservaba el espíritu de bien público del que había sido admirador en su juventud y que era capaz de aplicarlo. Sus enemigos de la Junta lo convocaron a rendir cuentas por la derrota, pero finalmente nadie declaró en su contra. De inmediato asumió nuevas responsabilidades como jefe del Regimiento de Patricios, donde su intención de restablecer la disciplina, una constante en su carrera militar, derivó en el motín conocido como “de las Trenzas”, el cual concluyó en una violenta represión. A principios de 1812 recibió la comisión de instalar las baterías frente al río Paraná, en la capilla del Rosario, amenazada por la flota realista de Montevideo. Fue allí donde decidió crear una insignia celeste y blanca que diferenciara a las tropas patriotas de las realistas, ya que hasta el momento ambas portaban los colores de la enseña española. Era una forma de comenzar a desprenderse de la “máscara de Fernando VII” por parte de quienes, como Belgrano, ya pensaban en constituir una nación independiente. Días difíciles después de la derrota en la batalla de Huaqui, en la que se perdieron las Provincias del Alto Perú, y el ejército realista avanzó hacia el sur... Entonces el Triunvirato nuevamente pensó en Belgrano para rehacer el Ejército del Norte. Se trataba del desafío más arduo: el Perú y el Alto Perú, bajo la férrea conducción del virrey de Lima, José Fernando de Abascal, constituían una gravísima amenaza para la revolución rioplatense. “Lo único que siento es no conocer el país donde voy pero me empeñaré en corresponder a la elección que ha hecho su excelencia que no dudo disimule mi impericia”, respondió Belgrano. Esta decisión de conocer el país y sus habitantes es clave para entender el afecto y el aprecio que logró entre sus compatriotas. Al retomar el mando constató Manuel Belgrano 15
que el entusiasmo inicial se había desvanecido: la hostilidad hacia los porteños y las deserciones masivas fortalecieron a los núcleos españolistas. Para infundir patriotismo, hizo jurar la bandera celeste y blanca, el 25 de mayo, en Jujuy y fue más allá: restableció la disciplina con medidas severísimas, introdujo prácticas religiosas, reclutó paisanos, formó un cuerpo de oficiales digno y expulsó a los díscolos, especie que abundaba. Cuando el avance de la fuerza realista era inminente, ordenó el éxodo de toda la población, bajo penas gravísimas. Dijo a ese respecto el general José María Paz: “aunque parezca algo cruel, resultó de gran utilidad política, pues hizo entender la gravedad del compromiso asumido”; a esto se sumó la conducta personal de Belgrano, el manejo cuidadoso de los caudales públicos y de sus gastos personales, que dieron crédito a la causa revolucionaria y desmintieron la propaganda realista −que acusaba a los patriotas, no sin razón, de herejía y desmanes−. Todo esto lo convenció de la necesidad de resistir en la ciudad de San Miguel del Tucumán el avance del ejército enemigo. Logrado el apoyo de la población, en dinero y en recursos humanos, desobedeció la orden del Triunvirato de retroceder y abandonar la plaza. El triunfo de Tucumán, el 24 de septiembre de 1812, sobre las fuerzas de Pío Tristán, hizo posible que toda la región se incorporase a las Provincias Unidas, más allá de los nuevos avatares de la guerra. En materia política, la victoria representó el fin del Primer Triunvirato, destituido por un movimiento militar impulsado por la Logia Lautaro, que concluyó en la convocatoria a una Asamblea que introdujo importantes reformas. Entre tanto Belgrano triunfó en la batalla de Salta, el 20 de febrero de 1813. En actitud magnánima, ofreció al general vencido una capitulación honrosa bajo juramento de no volver a tomar las armas contra los patriotas; hizo enterrar a los muertos de ambos bandos en un mismo sitio, y respondió con ironía a las críticas que le hicieron por no perseguir al enemigo. Es verdad que los juramentados en Salta pronto se incorporaron a las filas de los realistas, pero Belgrano tenía su estrategia y miras puestas en el largo plazo. Así lo demostró al destinar el importante premio que le otorgó la Asamblea Constituyente a dotar cuatro escuelas públicas. También al publicar su traducción del Discurso de despedida de George Washington, en quien admiraba su capacidad para dar lecciones de patriotismo y moderación en el ejercicio del poder. Era asimismo una manera de intervenir en el debate sobre la forma de gobierno para las Provincias Unidas, asunto que no se resolvió entonces. 1813 fue el año en que nuestro prócer enfrentó el triunfo seguido por la derrota. En efecto, en un esforzado intento de reconquistar las provincias altoperuanas, marchó más al norte y se instaló en la ciudad de Potosí, situada a 4000 metros de altura. Allí estaba el mineral de plata del que dependía, hasta entonces, la economía del virreinato. Entre tanto, Chuquisaca, Cochabamba, y los caudillos y caciques de las llamadas “republiquetas”, se pronunciaban por la causa patriota; el ejercicio prudente del gobierno le permitió a Belgrano renovar simpatías entre la dirigencia criolla y contar con el franco apoyo de las comunidades indígenas. Pero no le fue posible sostenerse; debía enfrentar a un ejército realista mandado por jefes bien formados en el arte militar, a lo que se sumó el desorden de la tropa y el hartazgo de la población. Fue derrotado en dos batallas sucesivas, en las pampas de Vilcapugio y de Ayohuma. Nuevamente Paz dejó testimonio de las fallas en la táctica empleada, 16
pero reconoció que el comportamiento del jefe militar, al asumir responsabilidades y penurias, permitió una retirada digna. Por otra parte, Belgrano continuó en relación con las poblaciones peruanas y altoperuanas que buscaban liberarse del gobierno español. En ese vínculo yace el germen de su proyecto de monarquía incaica. Concluía su jefatura del Ejército del Norte, pero el regreso a Buenos Aires se demoró porque solicitó, y obtuvo, seguir al mando de un regimiento a las órdenes del general José de San Martín. Entendía que el nuevo jefe poseía la experiencia militar que le faltaba y buscaba continuar su formación a su lado. En consecuencia, permaneció durante el verano de 1814 junto a San Martín, no solo ocupado en adiestrar a la tropa, sino también en transmitirle sus conocimientos, del terreno y de sus habitantes. En ese lapso, ambos “padres fundadores” conversaron sobre la estrategia para liberar el territorio. “La guerra allí no solo la debe hacer usted con las armas, sino también con la opinión”, aconsejó Belgrano; San Martín no echó en saco roto la advertencia. De regreso en Buenos Aires, Belgrano solicitó en vano al gobierno la licencia absoluta; ya no se creía “útil para desempeñar ningún servicio”. El gobierno no dio curso a su pedido y le encomendó una delicada misión diplomática en Europa, junto a Bernardino Rivadavia. La política mundial había dado un giro. Fernando VII había regresado al trono de España, y los soberanos del Antiguo Régimen querían cerrar definitivamente el ciclo de las revoluciones republicanas. Ante este panorama, el Directorio de las Provincias Unidas del Río de la Plata tenía justificados temores de que una gran expedición reconquistadora pusiera fin a la revolución en esta parte de América. De ahí que Belgrano y Rivadavia llevaran instrucciones: ganar tiempo y buscar protección en Inglaterra para asegurar la libertad “de los Pueblos de la Unión”. Durante la misión en Londres −de marzo a noviembre de 1815−, Belgrano y Rivadavia, que mantenían una relación de confianza y respeto, colaboraron con Manuel de Sarratea, otro enviado del Directorio, que había urdido un plan para coronar al infante Francisco de Paula, hermano menor de Fernando VII, residente en Roma. Belgrano, aunque advirtió la informalidad de la iniciativa, no la desechó de plano. Es más, él mismo redactó el proyecto de constituir el Reino Unido del Manuel Belgrano 17
Río de la Plata, en los territorios del virreinato de Buenos Aires, la presidencia de Chile y las provincias de Puno, Arequipa y Cuzco, al norte, y al sur, hasta el cabo de Hornos, que adoptaba la forma monárquica de gobierno, con dos cámaras, una de la nobleza y otra del común y opción a empleos y dignidades para toda la población. Este ambicioso proyecto, acorde con la estrategia que se proponía San Martín, y con la experiencia reciente vivida por Belgrano en Potosí, lo entusiasmaba y comprometía, sin tener en cuenta, quizás, el cúmulo de dificultades que implicaba. Cuando Belgrano volvió al país, el problema principal seguía siendo el Alto Perú, luego de una nueva y contundente derrota de los patriotas en Sipe Sipe. A la consiguiente desorganización del Ejército del Norte se sumaron las rebeldías provinciales que amenazaban el frente interno y que en el Litoral confluyeron en los Pueblos Libres, acaudillados por José Gervasio Artigas. En dicha instancia, Belgrano puso su espada al servicio de la idea de una patria unificada y del gobierno centralizado en el Directorio. De inmediato se le encomendó la jefatura militar de la debilitada fuerza que enfrentaba a los caudillos santafesinos, que habían declarado su autonomía. Esta responsabilidad le acarreó nuevos sinsabores y destratos. A pesar de estos sucesos, su prestigio no resultó afectado, lo que indica la solidez de sus bases. El director electo por el Congreso reunido en Tucumán, Juan Martín de Pueyrredón, lo nombró al frente del Ejército del Norte −o Ejército del Perú−, para dotarlo de “orden y organización”. Belgrano aceptó “por la causa sagrada de la Patria”. San Martín estuvo muy de acuerdo, valoraba especialmente las virtudes cívicas y militares del porteño, con quien compartía la idea de pensar la revolución en la “dimensión americana”. En sesión secreta del Congreso, Belgrano explicó cuánto había cambiado el panorama internacional en los dos años previos, el descrédito en que habían caído las repúblicas por culpa de la anarquía y la necesidad de declarar la Independencia y de construir una opción política acorde con las nuevas tendencias. Propuso un sistema monárquico constitucional y, para ocupar el trono, a un descendiente de los Incas, a modo de reparación del despojo que habían sufrido con la Conquista española. La idea fue bien recibida por las poblaciones del norte, no solo por los emigrados de las ciudades en poder de los realistas, sino también por los soldados de rostro mestizo. Belgrano había aprendido en sus campañas militares la importancia de tener en cuenta a esa parte del país que, como porteño educado en la cultura europea, ignoraba. En cambio, la propuesta fue denostada en Buenos Aires, entre burlas al “rey de chocolate”, porque era inadmisible que el centro político se trasladara al lejano norte. De 1816 a 1819, Belgrano mantuvo la jefatura del Ejército del Perú en condiciones penosas. Mientras, San Martín llevaba a cabo su exitosa campaña en Chile; “Siga Ud. dando gloria a la Nación”, le escribió a raíz del triunfo de Maipú y se mantuvo atento a los preparativos de la expedición al Perú, brindando informaciones útiles; aceptó también que se le restaran elementos necesarios para conformar su propia fuerza. Entre tanto hacía lo posible por atender los reclamos de ayuda de Martín Miguel de Güemes, empeñado en la defensa de la frontera en Salta y Jujuy, siempre amenazada por el Ejército español. Era muy crítico de los caudillos del Litoral, Estanislao López y Francisco Ramírez, quienes desconocían la autoridad del Directorio. 18
La correspondencia de Belgrano no deja lugar a dudas sobre su posición: compartía el temor y el rechazo de San Martín hacia las consecuencias de la anarquía; la suerte de la revolución no estaba sellada, y una nueva expedición reconquistadora se formaba en España. No experimentaba antipatía por los caudillos del Litoral, que había conocido en las campañas del Paraguay y la Banda Oriental, y recomendó escucharlos, pero les exigía que depusieran sus enconos porque para constituir la Nación era necesario vertebrarla en torno a una conducción unificada. Entre tanto, su vida personal transcurría en la ciudad de Tucumán, donde tenía casa puesta, relaciones y amistades entrañables; siempre activo, se mostraba orgulloso porque había establecido una Academia de Matemáticas para formar ingenieros militares y se aplicaba a buscar el método para enseñar a leer a los soldados, cuya ignorancia deploraba. Juzgaba tales acciones indispensables para dar contenido a la idea de país independiente. A comienzos de 1819, las campañas en Córdoba y Santa Fe, en postas y en campamentos donde faltaban caballos, armas, vestuario y los descalabros sufridos por sus subordinados, pusieron a prueba su ánimo. “Hay pecho para todo”, escribió, decidido a sobrellevar “el horrendo aspecto que trae el año 19”, y acotó: “Cuidado que los Americanos habíamos sido muy salvajes”. A fines de ese año, en medio de la descomposición de la autoridad central y del caos en las distintas jurisdicciones, sintiéndose agraviado por un intento de meterlo preso, y gravemente enfermo, regresó a su ciudad natal. Pasó los últimos días en la casa familiar de la calle de Santo Domingo. Hizo testamento y encomendó la suerte del país al cuidado de la Providencia divina, como único remedio posible a las catástrofes que lo afligían. En su opinión, la falta de educación era raíz de todos los males. Falleció el 20 de junio de 1820. Solo unos pocos íntimos lo lloraron. El reconocimiento y la gloria vinieron después.
Manuel Belgrano 19
Océano Atlántico, testigo de la travesía de Manuel Belgrano. 20
La formación del espíritu Tanto me aluciné y me llené de visiones favorables a la América… Manuel Belgrano
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o eran muchas las calles que separaban la casona de los Belgrano Peri del puerto de Buenos Aires. Es probable que en compañía de la comitiva familiar, el adolescente Manuel se haya preguntado acerca del incierto horizonte que lo aguardaba al otro lado del mar. Cumplía así el camino inverso de su padre y un signo de interrogación se dibujaba sobre su destino. En la primavera de 1786, una vez completado su paso por el prestigioso Real Colegio de San Carlos, tres senderos asoman al jardín de su futuro. Desde las autoridades educativas se le reservaba un auspicioso porvenir en las celestiales verdades de la Fe, estimulado en particular por el sacerdote Luis José de Chorroarín, su predilecto. Su madre, quien veía en Manuel una inteligencia superior, alentaba la posibilidad de que su hijo se doctorase en derecho civil y canónico; en tanto el mandato paterno, siempre firme pero también convencido de las cualidades intelectuales de Manuel, aconsejó seguir sus exitosos pasos por la vía mercantil. A estos tres interrogantes acerca del qué estudiar, se le sumó otro: ¿dónde? Buenos Aires, pese a los reclamos de las autoridades, aún no contaba con Universidad. Las alternativas entonces, volvían a ser tres: Córdoba, donde los alumnos se graduaban como doctores en teología; la prestigiosa Chuquisaca en Charcas, Alto Perú (entre otros, de allí egresaron Mariano Moreno, Juan José Castelli y Bernardo de Monteagudo); o bien la de San Felipe, en Santiago de Chile. No obstante, Domingo, su padre, se decidió por la mejor de las opciones de acuerdo con su propia
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historia: el destino de Manuel y su hermano Francisco José Luis, de 16 y 15 años respectivamente, sería España, “para que se instruyeran en el comercio, se matriculasen en él y se regresen con mercaderías a estos reinos”. Se consiguió la debida autorización virreinal para el viaje de los hermanos, gracias a un documento en el que constaba que quedarían bajo la tutela de don José María Calderón de la Barca, hombre de buena posición y esposo de María Josefa Belgrano, una de las hermanas mayores de Manuel, residentes en Madrid. Al cabo de una laboriosa travesía de meses, Manuel arribó al puerto de La Coruña en octubre de 1786. Tal cual estaba previsto, se dirigió a la Villa y Corte de Madrid. Es de imaginar el impacto que habrá tenido la gran metrópoli y capital de España en un adolescente llegado desde la lejana Gran Aldea. Entre otras cosas a asimilar, una: esquivar el intenso tráfico de carros tirados por mulas y caballos que atravesaban el centro de la metrópoli a una
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Villa de Madrid en el siglo XVII. Grabado de Frederick de Wit (ca. 1635).
Manuel Belgrano, estudiante en la Universidad de Salamanca, óleo sobre tela de Rafael del Villar (1910).
velocidad insospechada. Era una ciudad que se iba acercando a los 190.000 habitantes, algo inconcebible para un joven recién llegado de las colonias. A pesar de sus evidentes atractivos, Madrid tampoco contaba con Universidad. Su cuñado logró convencerlo de que siguiera el deseo materno y se matriculara en leyes, opción que a Manuel le pareció más estimulante que el comercio. La más cercana era Alcalá de Henares, que no tenía facultad de derecho, y luego quedaban otras dos posibilidades: Salamanca y Valladolid. También guiado por el consejo de Calderón de la Barca, optó por la Universitas Studii Salmanticensis, fundada por Alfonso X, llamado el Sabio, en 1252, la más antigua de España. Pero los gloriosos tiempos de esplendor habían pasado y se señala que, reacia a los nuevos vientos de la Ilustración, la Casa de Altos Estudios atravesaba una larga y decadente crisis, de la que emergió gracias a muchos de los que luego serían condiscípulos de Belgrano.
Pieza de orfebrería de antiguo origen que simboliza a la ciudad de Salamanca.
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El asalto a la Bastilla, acuarela de Jean Pierre Houël (1789).
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Como sea, Manuel fue inscripto en la Facultad de Leyes el 20 de noviembre de 1786 como “natural de la Ciudad de Buenos Aires, Reino del Perú” (parece ser que la institución no se dio por enterada de que el nuevo virreinato llevaba más de diez años de creado) con no pocos reparos debido a que el certificado emitido por el
Colegio de San Carlos se mostraba insuficiente como constancia de estudios. Se le permitió cursar como oyente el primer año y rendir las equivalencias respectivas, por lo que pudo presentarse a exámenes de acuerdo con las disposiciones de la época: vestido de loba –una suerte de sotana−, manteo o capa larga, y bonete.
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El “clima” de Salamanca en tiempos de Belgrano
A
quí se ve la preocupación que dominaba a esta Universidad en la época en que cursó Belgrano, la preocupación por ir al compás de Europa, de
europeizarse… El movimiento intelectual que tomó forma en la Revolución Francesa llegó acá y aquí se fraguaron algunos de nuestros doceañistas [liberales españoles que adherían a la Constitución de 1812, también llamada “la Pepa”], que fueron los verdaderos autores de la revolución española […]. Fíjese luego en el espíritu de Belgrano y verá que no dejó de influir esta tan calumniada Universidad en él, y sospecho que aquí es donde absorbió su liberalismo, tan a la española. A los españoles algo versados en nuestra historia que leamos la vida de Belgrano, nos ha de parecer este un “doceañista” […]. Porque en las aulas influyen más unos alumnos en otros que los profesores sobre ellos y se forma un espíritu nuevo, con lecturas, discusiones, etc., aún a despecho del espíritu de los maestros. Cabe una universidad cuyo profesorado sea reaccionario y la estudiantina liberal o a la inversa. El que Belgrano estuviera dos años, de sus 16 a los 18 [edad] que es la más crítica en la formación del espíritu. Miguel de Unamuno Carta dirigida a Carlos María Bunge, publicada por Mario Vega Belgrano, descendiente de Manuel, en su periódico El Tiempo. Buenos Aires, 19/9/1903
Lo que Salamanca no presta Cuando Belgrano llega a Salamanca se encuentra con una antigua y hermosa ciudad recostada sobre el río Tormes, cuyos orígenes se remontan a más de dos mil años. En los días de mayor esplendor se llegó a popularizar la sentencia: “Quod natura non dat, Salmantica non praestat”. Su historia está ligada a la universal a través de nombres como Antonio de Nebrija, Cristóbal Colón, Fernando de Rojas o fray Luis de León, entre muchos otros. Claro que para los días de Belgrano mucho había cambiado. La ciudad contaba con unas pocas calles en torno a la Universidad y 23 conventos, que junto a los colegios mayores y algunas pensiones servían como alojamiento a los estudiantes. Para las horas de ocio no faltaban tabernas y algunos burdeles.
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Al cabo de su segundo año en Salamanca, cursados seis de los ocho meses prescriptos, el joven Manuel advierte que se siente mucho más atraído por diversas materias antes que por el derecho, entre ellas, las lenguas vivas, en particular el francés, el inglés y el italiano, que aprende a hablar con fluidez (incluso le escribe a su padre que pueden llegar a comunicarse en su idioma materno). Pero, además, absorbe con fruición conceptos de economía política y otros temas algo alejados del mundo de las leyes. Lo cierto es que, como le escribirá más adelante a su madre primero, en una carta de agosto de 1790:
Patio de las Escuelas Menores (izq.) y Biblioteca General Histórica de la Universidad de Salamanca, situada en el edificio de las Escuelas Mayores.
Desisto del todo de graduarme de doctor, lo contemplo una cosa muy inútil y un gasto superfluo, a más que si he de ser abogado me basta el grado que tengo.
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Y más tarde a su padre, en misiva de diciembre del mismo año: Abogado, lo puedo ser aquí; si es para que adquiera la borla de doctor, esto es una patarata [tontería] para tener yo que emplear propiamente en cosas inútiles el tiempo que en el foro nada sirven. Se excusaba así por abandonar Salamanca, aunque no quedaban del todo claros los motivos, a excepción, como le dice a su madre, que de continuar su carrera debería permanecer otros cuatro años allí. En consecuencia, consigue un aval que certifica haber completado sus estudios, y para matricularse se dirige a Valladolid, plaza mucho menos exigente. El 23 de febrero de 1789 presentó la solicitud ante el rector José de Rezábal y Ugarte y cinco días después rindió examen, que aprobó, para egresar como bachiller en Leyes. Una licenciatura que duró dos años en Salamanca y dos meses en Valladolid. Se cerraba así un ciclo: llegó para estudiar comercio, luego seguir leyes y acabar por sentirse más inclinado hacia la economía política.
Gaspar Melchor de Jovellanos, destacado
Pedro Rodríguez de Campomanes. Autor del Discurso
representante de la Ilustración española
sobre el fomento de la industria popular (óleo sobre
(óleo sobre lienzo de Francisco de Goya, 1798).
lienzo de Francisco Bayeu, 1777).
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El incidente Domingo Estando en Salamanca, Belgrano fue anoticiado de un desagradable incidente. En abril de 1788, el administrador de Aduana de Buenos Aires, Francisco Ximénez de Mesa, fue acusado de un descomunal desfalco contra los intereses del virreinato por una suma cercana a 300.000 pesos fuertes, lo que equivalía a los salarios de un año de todos los empleados públicos (políticos y judiciales). Los frutos de las operaciones comerciales con los virreinatos del Perú, Nueva España y Nueva Granada fueron conducidos por Mesa hacia inversiones privadas. El aduanero buscó refugio e inmunidad en una iglesia, pero el virrey Nicolás del Campo, marqués de Loreto, no tuvo en cuenta la sacrosanta prerrogativa de esa casa, lo mandó a prisión efectiva y embargó todos sus bienes. Ximénez de Mesa arrastró en su caída al jefe de Aduana de Montevideo, Francisco de Ortega, y a Domingo Belgrano Peri, con quien había realizado algunas operaciones comerciales. Al padre de Belgrano se lo sentenció a lo que se puede entender como una prisión domiciliaria, sin posibilidad de recibir a nadie, y con sus bienes embargados. Comenzó así un largo y penoso proceso que afectó, fundamentalmente a su esposa, María Josefa, quien además de sostener a la familia en Buenos Aires y atender a las necesidades de sus hijos en España, debió luchar por la rehabilitación del nombre de su marido, clamando su inocencia. Manuel, junto a su cuñado, representaron los intereses de su padre ante la Corte, y más tarde se les unió su hermano Carlos, en calidad de apoderado. El argumento de la defensa se sostenía en que los 30.000 pesos que Belgrano padre recibió de Mesa no provenían del erario sino de su capital privado. Es más que probable que esta situación resultara clave en la decisión de Manuel de abandonar Salamanca. Como consecuencia de las diligencias practicadas, el Consejo de Indias determinó que “solo aparece probado esencialmente la amistad íntima” y que el virrey Loreto “se manejó con excesiva fogosidad en esta causa”. Hubo que esperar hasta el 23 de marzo de 1793 para que el virrey Nicolás Antonio de Arredondo dictara una sentencia absolutoria de don Domingo, reintegrándole “plena libertad de sus derechos y goce pacífico de sus bienes”.
Retrato de Carlos IV, óleo sobre lienzo de Francisco de Goya (ca. 1789).
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Madrid era una fiesta Cumplidas las exigencias universitarias, Manuel retornó a Madrid y se instaló en el hogar de su hermana María Josefa y su cuñado. Dos objetivos fundamentales lo retenían allí: trabajar en demostrar la inocencia de su padre y conseguir una pasantía forense que le permitiese la habilitación necesaria para ejercer el derecho e, incluso, intentar lograr un puesto acomodado dentro de la Administración española. Era su deseo, además, viajar, no solo por España sino también hacia otros puntos de Europa, en particular Italia, para conocer la tierra de sus ancestros; lo cual no lograría. Pero había algo más: el joven “indiano” se mostraba maravillado ante la potencia y desarrollo madrileño. El conjunto palatino del
Tipos y modas de Madrid en 1801, dibujo y grabado de Antonio Rodríguez. “La manola” (arriba). El Jardín Botánico desde el Paseo del Prado hacia 1790, óleo sobre tabla, de Luis Paret y Alcázar (ca. 1790).
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Buen Retiro, limitado y embellecido por las fuentes de Cibeles, Neptuno y las Cuatro Estaciones, sumadas a las vías arboladas que desembocan en la reciente Puerta de Alcalá (erigida en 1778) eran una clara muestra de elegancia y ornato por donde Belgrano se paseaba a menudo orgulloso de su suerte. Por otra parte, sus maneras cultas y refinadas le abrieron las puertas de no pocos salones de la nobleza, donde despertaba curiosidad debido al carácter particular de su procedencia. Participaba activamente de los cenáculos compartiendo sus puntos de vista sobre lecturas, temas políticos o circunstancias puntuales que fueron enriqueciendo su mirada. Asimismo, fue adoptando ciertas formas que poco a poco le daban un aire de caballero moderno y exótico, tanto en el vestir como en su expresión oral. No dejó tampoco de recorrer zonas menos privilegiadas de la ciudad e incluso salones más licenciosos, donde participó de bailes y diversiones populares.
El testigo perfecto No obstante, se sentía muy estimulado ante los vertiginosos cambios en el horizonte europeo. Muy en particular el llevado a cabo por los franceses que dieron por tierra con el Viejo Régimen a través de la Revolución de 1789, cambiando para siempre el paradigma dominante y que culminó en el juicio y la condena a muerte en guillotina de su rey, el absolutista Luis XVI. Belgrano se sentía un testigo privilegiado de los aires de transformación que se plasmaban en Europa, de lo que dejará constancia en su autobiografía:
Retrato del papa Pío VI, óleo sobre tabla, de Pompeo Batoni (1775).
Como en la época de 1789 me hallaba en España y la revolución de Francia hiciese también la variación de ideas y particularmente en los hombres de letras con quienes trataba, se apoderaron de mí las ideas de libertad, igualdad, seguridad, propiedad, y solo veía tiranos en los que se oponían a que el hombre fuere donde fuese no disfrutase de unos derechos que Dios y la naturaleza le habían concedido. Bajo el influjo de las ideas concebidas por los grandes teóricos de la Ilustración, Manuel se dirigió al papa Pío VI con el fin de que le sea concedido un permiso especial para acceder a aquellos libros que la normativa de su tiempo había prohibido por considerar a sus autores herejes. Belgrano exhibió sus antecedentes formativos, presentándose como “presidente de la Academia de Derecho Romano, Práctica Forense y Economía Política de la Real Universidad de Salamanca”, título que tranquilizaría la conciencia del Santo Padre. Su pedido dio el resultado esperado,
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Sesión de apertura de los Estados generales de 1789, óleo sobre tela, de Auguste Couder (1839). El hecho tuvo lugar el 5 de mayo, en Versalles. Se identifican al rey Luis XVI, quien preside la sesión, y también a su ministro de Finanzas, Jacques Necker, en uso de la palabra.
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Invasiones inglesas. Milicias organizadas en cuerpos según el origen social y geográfico. De izquierda a derecha: uniformes de oficiales del Tercio de Andaluces; Tercio de Miñones; soldado de la Compañía de Morenos.
ya que el pontífice en la audiencia del 14 de septiembre de 1790, hizo saber que concedía: …la licencia solicitada y la facultad de leer y conservar durante su vida todos y cualquiera de los libros de autores condenados aunque sean heréticos, y en cualquier forma estuviesen publicados, con tal que los guarde para que no pasen a otras manos, excepto la de los astrólogos judiciarios o que contengan cosas supersticiosas o que ex profeso traten de materias obscenas.
Fue así que Belgrano pudo internarse de primera mano en el mundo de las ideas de Jean-Jacques Rousseau, de Voltaire, del barón de Montesquieu, y, en el plano económico, de Adam Smith y muy fundamentalmente del creador del “gobierno de la naturaleza o Fisiocracia”, François Quesnay, de quien traduciría –todavía en Madrid– su obra Máximas generales del gobierno económico de un reyno agricultor. Satisfechos sus apetitos intelectuales, quedaba un tema por resolver: hacia dónde dirigir pragmáticamente su amplio abanico de intereses. Y la oportunidad se presentó. Desde 1790, Belgrano sostenía una excelente relación con Pedro de Aparici, ayudante del ministro de Hacienda, Diego de Gardoqui. En alguna oportunidad Manuel le hizo saber a Aparici su deseo de regresar al virreinato como oficial de la Real Hacienda. En 1793, Gardoqui lo mandó a llamar a El Escorial para comunicarle que había sido nombrado secretario perpetuo del Consulado que se pensaba crear en Buenos Aires. Era un cargo de gran figuración y alto vuelo político, aunque sin responsabilidad ejecutiva decisiva. El entusiasmo de Belgrano ante esta posibilidad que se le abría fue enorme. En su autobiografía deja constancia de ello:
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Cuando supe que tales cuerpos en sus juntas no tenían otro objeto que suplir a las sociedades económicas, tratando de agricultura, industria y comercio, reabrió un vasto campo a mi imaginación […]. Tanto me aluciné y me llené de visiones favorables a la América, cuando fui encargado por la secretaría de que en las memorias describiese a las Provincias, a fin de que sabiendo su estado pudiesen tomar providencias acertadas para su felicidad. Ya todo estaba preparado. Con apenas 23 años, Manuel Belgrano se convertía en el primer cónsul de la Corona en el Río de la Plata, nada hacía imaginar que ese jovencito de modos delicados y amplia cultura iba a transformarse en un héroe de la Independencia. Después de siete años en España, donde recibió todos los estímulos para formar su espíritu, el 7 de mayo de 1794 retorna a la patria para enfrentar un destino que aún le era desconocido.
Index Librorum Prohibitorum (Índice de libros prohibidos). Catálogo de libros perniciosos para la fe para la Iglesia Católica (arriba). Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial, antigua residencia de los reyes de España, grabado de la Colección Geographia Blaeuiana (ca. 1650).
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Vista del Río de la Plata desde Montevideo.
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Memorias del Consulado Qué más digno objeto de la atención del hombre que la felicidad de sus semejantes; que esta se adquiere en un país cuando se atiende a sus circunstancias y se examinan bien los medios de hacerlo prosperar, poniendo en ejecución las ideas más bien especuladas. M. B. Escritos económicos
U
na noche fría, concretamente el 15 de mayo de 1794, pasadas las dos de la madrugada, un buque mercante cruzó la rada de Montevideo para atracar en su puerto. Tiritando, bajó las escaleras un muchacho de rasgos finos y ademanes cuidados. Se identificó como Manuel Belgrano, nuevo secretario del Consulado del Virreinato del Río de la Plata. Lo acompañaba el contador José María del Castillo, también destinado al Consulado. Debió esperar otros cuatro días antes de atravesar el portón familiar de la calle Santo Domingo en la ciudad de Buenos Aires y reencontrarse con el ansiado abrazo de sus seres queridos. Es de imaginar la mezcla de felicidad y, también, temor que habrá experimentado el joven Manuel al cabo de siete años de ausencia. De hecho, cuando se encontró con su hermano Carlos en Madrid, confiesa que casi no lo reconoce a no ser por “lo metálico de su voz”. No obstante, muy pronto esta nueva versión de su persona no solo conquistará el favor de sus afectos más cercanos sino también el de todos con quienes tratará en la Gran Aldea. Con Juan José Castelli, quien la historia recordará como el gran “orador de la Revolución”, a Belgrano lo unía no solo un vínculo familiar –eran primos hermanos– sino también complicidad en sus ideales, la cual, con los años, se iría acrecentando. Junto a él, los hermanos Saturnino y Nicolás Rodríguez Peña y, sobre todo, Juan Hipólito Vieytes, un enciclopedista autodidacta que dominaba lo
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Vista de Buenos Aires desde el río, grabado al aguatinta coloreado a mano de Emeric Essex Vidal (1820).
El recién llegado
J
oven, rico y de buena presencia, todas las puertas se abrían a su paso. El prestigio de un viaje al Viejo Mundo, su instrucción variada, sus conocimientos de la
música, su título de abogado, las consideraciones que había merecido en la metrópoli y sus maneras afables y cultas contribuyeron a darle un lugar distinguido en la sociedad y a ponerle en relación con los jóvenes más inteligentes de la época. Entre estos, se ligó más íntimamente con Castelli, a quien comunicó sus gustos por los estudios económicos, recibiendo a cambio los efluvios magnéticos de aquella alma puesta en contacto con la suya. Bartolomé Mitre Historia de Belgrano y la Independencia argentina, 1857
Tapa y carátula de Historia de Belgrano y de la Independencia Argentina, de Bartolomé Mitre. Cuarta y definitiva edición, corregida y aumentada. Buenos Aires, 1887.
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Denis Diderot (óleo sobre tela de Louis-Michel van Loo, 1767).
que por entonces se conocía como “historia natural” −que iba de la química a la geografía y de las ciencias naturales a la economía política−, más otros nombres que en poco tiempo se harían célebres (Juan José Paso, Manuel Alberti, los hermanos Pedro y Mariano Medrano…), hicieron de la Jabonería de Vieytes un centro de intercambios donde se daban a conocer las ideas fundamentales de los libros de Voltaire, Diderot y Rousseau, y se debatía sobre los avatares de la realidad. Pero, contrariamente a lo que se esperaba de acuerdo con la acertada semblanza de Mitre, su regreso al país estuvo marcado por una serie de hechos que convirtieron su existencia en una suerte de calvario continuo. Tres fueron los motivos fundamentales para ello, e iban de lo más íntimo a lo social. Las razones personales se relacionaban con la salud de sus padres y también con la suya propia, a consecuencia de un mal que lo perseguiría a lo largo de su vida. Fuera de lo que acontecía en su círculo privado, la realidad le reservaba una sorpresa: nada de lo proyectado desde el cargo que ocupaba se acercaba ni remotamente a ella. No claudicaría en su ambición, pero el camino se adivinaba sinuoso y pleno de obstáculos.
Juan José Castelli (grabado anónimo).
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Vista general de Buenos Aires desde la Plaza de toros, acuarela de Emeric Essex Vidal (1820).
Retrato de Carlos Belgrano, óleo sobre madera de Rafael del Villar (ca. 1810).
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En el nombre del padre El largo proceso que demandó limpiar el nombre Domingo Belgrano de las acusaciones de corrupción dejó serias secuelas en su salud, además de la pérdida de buena parte de su fortuna. Fue poco lo que Manuel pudo disfrutar del reencuentro con su padre, cuya vida se fue apagando paulatinamente hasta el momento final, el 25 de septiembre de 1795. El lógico desasosiego que provoca la muerte del padre se vio agudizado por el particular vínculo que lo unía con Domingo. Fue, sin dudas, un referente al que admiraba y en el que se vio reflejado, ya que coincidían en varios aspectos: el gusto por los viajes, la curiosidad permanente, la devoción religiosa y el interés por la economía. Aunque, en rigor, sobre esta materia mantenían miradas diferentes: más pragmática la de Domingo; de mayor interés teórico la de Manuel. Muy pronto, el hijo se enfrentaría a las prácticas que su padre había cultivado. No obstante, en aquel momento solo quedaba espacio para el dolor. Junto a su madre y su hermano Carlos se convirtieron en albaceas testamentarios, y fueron los encargados de conducirlo hasta su refugio final, amortajado con el hábito de Santo Domingo, de acuerdo con lo establecido como su última voluntad. Pero al sufrimiento del alma se añadieron los dolores físicos que lo aquejaban desde su retorno. Con la depresión lógica por la pérdida y los malestares que lo asaltaban, el secretario se vio
obligado a pedir licencia en sus funciones a lo largo de todo aquel año. No había más tratamiento que una rígida dieta y reposo. De hecho, viajó a Montevideo y luego a Maldonado para descansar; recién regresó el 15 de abril de 1796. Pero nada había mejorado. El ministro Gardoqui le concedió un permiso especial para trasladarse a España y dejar a Castelli en su lugar. Uno de los médicos de mayor prestigio, el irlandés Miguel O’Gorman, confirmó el diagnóstico de sífilis, en tiempos en que no se conocía la causa y cuya manifestación presentaba síntomas diversos (fiebre, dolores de cabeza, de garganta, complicaciones renales o hepáticas, pérdida de peso). Belgrano finalmente optó por no volver a España y asumir sus responsabilidades en el Consulado, aunque de todos modos se ocupó de nombrar a su primo como secretario interino ante la posibilidad de ausentarse. La idea no entusiasmó demasiado a las autoridades y condicionaron el nombramiento a que fuera ad honorem, con la oculta expectativa de que eso hiciera desistir a Castelli y renunciara. Allí, en su propio lugar de trabajo, se concentraba el tercer obstáculo para que pudieran avanzar sus proyectos reformistas.
Portada de la Real Cédula que erigió al Consulado de Buenos Ayres (1794).
Manos a la obra Nada salió de acuerdo con lo imaginado. Los consulados modernos fueron pensados como sitios de reunión, tribunales de comercio, entes recaudadores de fondos y de discusión entre las elites urbanas coloniales que deberían ocuparse del bien común y, con ello, resultar un contrapeso a las decisiones de la metrópoli.
El Licenciado Belgrano lee una memoria ante el Virrey de Buenos Aires, óleo sobre tela de Rafael y Tomás del Villar (ca. 1947).
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Buenos Aires no era una excepción a ese ideal y así también lo había comprendido Belgrano, solo que a su llegada se encuentra con que los miembros de esa primera composición eran comerciantes acomodados –muchos de ellos amigos de su padre– que tenían como objetivo consolidar sus ganancias a través de la intensificación de intercambios con la metrópoli y otros destinos autorizados. Belgrano, que llegó a su puesto alentado por su vocación de servicio y las ideas renovadoras en torno a la educación, el progreso en las condiciones de los sectores sociales más oprimidos, la diversificación de opciones en lo que hace a trabajos y oficios y contribuir a mejorar la producción y la calidad de vida en general, se vio de pronto rodeado por comerciantes en los que solo distinguía ambición y avaricia. Incluso veinte años más tarde, los recordaría con indignación en su autobiografía: No puedo decir bastante mi sorpresa cuando conocí a los hombres nombrados por el Rey para la Junta que había de tratar de agricultura, industria y comercio, y propender a la felicidad de las Provincias que componían el virreinato de Buenos Aires; todos eran comerciantes españoles, exceptuando uno que otro, nada sabían más que su comercio monopolista, a saber, comprar por cuatro para vender por ocho […] referiré un hecho con que me eximiré de toda prueba.
Subasta de esclavos en América colonial, “horrible comercio”, en palabras de Belgrano, grabado (ca. 1850).
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El “hecho” al que refiere Belgrano se relaciona con una vieja disputa respecto de dos preciadas mercancías: debía dilucidarse si los cueros –principal producto de exportación− eran “frutos del país” y cómo considerar la trata de esclavos. Como la metrópoli buscaba incentivar este “horrible comercio” (en palabras de Belgrano: curiosa adjetivación de parte de quien creció en un hogar servido por ellos) e impedir la fuga de metales preciosos, estableció que en pago de las “piezas de Indias” –vale decir, esclavos– se pudiesen exportar “frutos del país”. Lejos de amedrentarse ante la dirección que intentaban darle al Consulado sus colegas, Belgrano volvió por sus fueros y puso manos a la obra en una serie de temáticas que suponía de impostergable importancia. El cariz de sus proyectos en muchos casos resultaba insólito para los términos de la época y despertaron no pocos resquemores. Por ejemplo, fiel a sus admirados principios fisiocráticos, intentó impulsar una serie de reformas en lo que hace a la agricultura. Para comenzar, declaraba que quien se dedicara a esta tarea debía amar la tierra y brindarse con pasión a su trabajo. Además de intentar comprender las características de cada lugar, llamaba a introducir lino, cáñamo, arroz y otras especies de acuerdo con la naturaleza del suelo a cultivar; también habló del valor de promover incentivos y estímulos para los agricultores. Las bases conceptuales para transformar la agricultura se concentraban en tres aspectos sustanciales: otorgarle a los trabajadores las condiciones y herramientas para un justo desarrollo en su labor; la enseñanza de nuevos métodos e incluso la creación de escuelas agrícolas (propuso una cartilla traducida del alemán con algunas nociones); y por último el fomento directo a través de premios a aquellos que aportasen su experiencia mediante escritos, innovaran o bien
El matadero del Sud, acuarela de Emeric Essex Vidal (1820).
Retrato del General Manuel Belgrano pintado en Europa en 1793 por J(oseph) A(lexandre) Boichard, miniatura sobre marfil, 6,3 cm. La leyenda, escrita en el reverso, desnuda una curiosidad, ya que hacia 1793 Belgrano era un joven de 23 años, muy lejos de ostentar el título de “general”. Laura Malosetti Costa duda de la fecha, ya que Boichard solo estuvo activo entre 1808 y 1814, y el peinado y la vestimenta, tampoco corresponden a ella.
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plantaran determinada cantidad de árboles –la preocupación forestal, incluso en términos ecológicos inéditos para la época, era central para Belgrano-. Por si fuera poco, dispuso la creación de un fondo para labradores. Y se ocupó también de la ganadería, alentando la cría del ovino, la vicuña y la alpaca, aptos para superficies de altura y de buena recepción en Europa. Pero no solo consagró sus ideas a las actividades del campo: también le preocupó la situación del comercio. En la Memoria de 1796 consta el pedido de Belgrano para que se incorporasen dos representantes al Consulado de Comercio y a la vez dotar a la actividad mercantil de los instrumentos necesarios para el desarrollo: La ciencia del comercio no se reduce a comprar por diez y vender por veinte: sus principios son más dignos y la extensión que comprenden es mucho más de lo que puede suceder a aquellos que sin conocimientos han emprendido sus negociaciones.
Retrato del eminente naturalista, militar y explorador español Félix de Azara, óleo sobre lienzo de Francisco de Goya (1805).
Retrato de Pedro Antonio Cerviño, ingeniero, militar y topógrafo de actuación destacada en la Revolución de Mayo. Retrato fechado en 1810.
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A partir de estas ideas, propuso crear una compañía de seguros que garantizara tanto el comercio marítimo como el terrestre, materia en que resultó un verdadero precursor. Además, según los libros de Acuerdos del Consulado, promovió la “Utilidad, necesidad y medios de erigir un Aula de Comercio en general donde se enseñe metódicamente y por maestría la ciencia del Comercio en todos sus ramos” (1800). Ya en 1799, también a propuesta suya, se creó la Escuela de Náutica con el aval del ilustre naturalista Félix de Azara, hombre de ciencia y alto funcionario español que desarrolló una importante obra en el Virreinato del Plata. El reglamento de la escuela fue redactado por el propio Belgrano y su dirección recayó en Pedro Cerviño, “el más instruido en geometría especulativa y práctica, en astronomía, náutica y dibujo”, de acuerdo con el juicio del tribunal examinador. Además, Cerviño se ocuparía de enseñar geometría, trigonometría, hidrografía, cálculo diferencial e integrado y principios generales de mecánica. El mismo año, el 29 de mayo, Belgrano vio concretado otro viejo sueño: la creación de la Escuela de Dibujo bajo la dirección de Juan Antonio Gaspar Hernández, “profesor de escultura, arquitectura y adornista”. El virrey Gabriel Avilés abrió la institución con 50 inscriptos, que pronto aumentaron a 64. Belgrano hizo que concediesen premios, consistentes en medallas de plata con el escudo de armas del Consulado en el anverso y leyendas alusivas en el reverso, además de la exposición pública de las obras premiadas. Aunque la experiencia de la Escuela de Dibujo fue breve (una Real Ordenanza de 1800 desaprobó el gasto en un momento complicado para el erario) dejó su huella.
A la conquista del saber Cada una de sus Memorias como secretario del Consulado levantaba una polvareda de polémicas y asombros. Era un torbellino de ideas innovadoras que a los sectores más conservadores les costaba asimilar y hasta despertaba un abierto rechazo. Pero si lo económico, tanto en lo que hace a su explotación como a su distribución, lo desvelaba, el aspecto en el que concentraba toda su atención era otro: la educación. En 1798, varias décadas antes de que Domingo F. Sarmiento redacte lo que puede considerarse el primer proyecto de enseñanza estatal, gratuita y obligatoria del país, Belgrano insistía en que era imposible mejorar las costumbres y “ahuyentar los vicios” sin educación, y proponía que los cabildos creasen y mantuviesen escuelas con fondos propios “en todas las parroquias de sus respectivas jurisdicciones y muy particularmente en la campaña”.
Constitución política de la monarquía española, promulgada en Cádiz el 19 de marzo de 1812. Se encomendó al grabador de Su Majestad, José María de Santiago, realizar una edición de lujo, dedicada al Congreso. Todas las páginas están adornadas con viñetas alusivas.
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Sostenía que hacerlo solo implicaba un acto “de justicia” del Estado, que retribuía de este modo el pago de los impuestos. Años más tarde, apenas dos meses antes de los acontecimientos que dieron lugar a la Revolución de Mayo, escribía en el Correo de Comercio: ¿Cómo se quiere que los hombres tengan amor al trabajo, que las costumbres sean arregladas, que haya copia de ciudadanos honrados, que las virtudes ahuyenten a los vicios, y que el Gobierno reciba el fruto de sus cuidados, si no hay enseñanza, y si la ignorancia va pasando de generación en generación con mayores y más grandes aumentos?
María Remedios del Valle y sus hijas, gouache sobre papel, de María Luque en el marco de la muestra virtual Instantáneas ilustradas. 2020. “Es digno de transmitirse a la historia, una acción sublime que practicaba una morena, hija de Buenos Aires… mientras nuestras tropas eran diezmadas en los
Pero sus ambiciones en el plano educativo iban mucho más allá. Al sueño de que Buenos Aires contara con su propia Universidad, Belgrano añadió una iniciativa considerada insólita para la época: que la educación alcanzara a niñas y niños por igual. Se proponía así modificar de raíz la situación y el rol al que la mujer se había visto sometida hasta ese momento. Lo fundamentaba en los siguientes términos: La naturaleza nos anuncia una mujer; muy pronto va a ser madre y presentarnos conciudadanos en quienes debe inspirar las primeras ideas; ¿y qué ha de enseñarles si a ellas nada le han enseñado?
campos de Ayohuma. Esta morena tenía dos hijas mozas y se ocupaba con ellas en lavar la ropa de la mayor parte de los jefes y oficiales; pero, acompañada de ambas se le vio constantemente conduciendo agua en tres cántaros que llevaban en la cabeza, desde un lago o vertiente situado entre ambas líneas, y distribuyéndola entre los diferentes cuerpos de la nuestra y sin la menor alteración” (de Memorias del General Gregorio Aráoz de Lamadrid, Biblioteca del Suboficial, Campo de Mayo, 1947).
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De esta forma, proponía que las escuelas gratuitas también integraran a las niñas para que se las instruyera en la lectura y escritura, dibujo y ciencias, además de bordado e hilado de lana, a fin de hacerlas útiles no solo en las tareas del hogar sino también para que se ganaran la vida de manera decorosa. No solo tenía que ver con una cuestión económica, para Belgrano la dignificación de las mujeres, a quienes veía como “esencialísimas para la felicidad moral y física de una nación”, era un aspecto central en la vida social del siglo que estaba por nacer. Un siglo que, según él, solo tendría sentido si acercaba los derechos de hombres y mujeres. El “torbellino” Belgrano aún tenía mucho por decir.
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Basílica de Nuestra Señora del Rosario y Convento de Santo Domingo, torre oeste. En su reconstrucción se clavaron tacos de madera que representan las esquirlas de las balas de cañón que la destruyeron durante la invasión inglesa de 1807.
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Disparos en el Río de la Plata Avívanse entonces las ideas de libertad e independencia en América y los americanos empiezan por primera vez a hablar con franqueza de sus derechos. M. B.
S
e habló de sombras sospechosas acechando en diferentes puntos de la costa. Por Quilmes y también por el Bajo. Nadie podía asegurarlo, pero tampoco desmentir su presencia. Aquel año de 1804 se concentraron muchos acontecimientos que iban a modificar el mapa de la historia en más de un sentido. En el caso de Manuel Belgrano en particular, ya una década como secretario del Consulado y lo aguardaba un encuentro inesperado: la vida militar. Aunque aún faltaba un poco para ello. Sus más resonantes acciones como secretario tenían que ver con las ideas, no con las armas. En 1800 avaló la aparición del Telégrafo mercantil rural político económico e historiografo del Río de la Plata bajo la dirección de un curioso personaje llamado Francisco Antonio de Cabello y Mesa. El extenso y algo pretencioso título definía los contenidos de un fascículo en octavo que, de acuerdo con Belgrano, procuraba “poner a Buenos Aires a la par de las poblaciones más cultas, mercantiles, ricas e industriosas de la iluminada Europa”, a la vez que “si no instruir y cultivar al pueblo, [dar] al menos un entretenimiento mental, e inspire inclinación a las ciencias y artes”. Y en efecto, los artículos publicados en las 110 entregas, 2 suplementos y 13 números extraordinarios se alineaban con las ideas económicas, educativas y culturales del secretario del Consulado. Pero no duró demasiado: Cabello se ocupó de boicotear el proyecto con injurias a figuras públicas al ver que le ocasionaba más trabajo que satisfacciones personales. No obstante, había dejado una huella importante en su corto paso. La otra aventura escrita se lanzó a un mes del cierre
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La batalla de Trafalgar, óleo sobre lienzo de Joseph Mallord William Turner (1823-1824).
Portada del Telégrafo Mercantil, del sábado 18 de abril de 1801. Fue creado a instancias de Belgrano y del virrey Avilés.
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del Telégrafo, en 1802. En septiembre, apareció el Semanario de Agricultura, Industria y Comercio, redactado por su amigo Juan Hipólito Vieytes con apoyo del Real Consulado. Aparecía los miércoles y se publicaron 218 números hasta su cierre, en 1807. Belgrano tenía planes especiales para su décimo aniversario en el cargo, pero tanto el país como el mundo transitaban estados efervescentes en ese 1804. Thomas Jefferson, que un año antes había adquirido a Francia las extensas tierras de Luisiana −lo que marcaría la expansión de su país hacia el oeste− fue elegido tercer presidente de Estados Unidos de América con el 73% de los votos. No lejos de allí, Haití se convierte en el primer Estado de América Latina en conseguir la independencia y además en abolir la esclavitud. Un precedente peligroso para las potencias que mandan en la región. En Europa las cosas no estaban mejor. En 1803 la Paz de Amiens había sido rota por los ingleses, comenzando un conflicto con Francia, aunque los otros países se mantuvieron al margen. Pero la imparcialidad duró poco: Inglaterra consiguió que Austria, y luego Rusia, Suecia y el reino de Nápoles se le unieran en lo que se conoció como la Tercera Coalición. España, hasta entonces neutral, se vio forzada a intervenir luego de que una escuadra británica atacara, el 4 de octubre de 1804, al sur de Portugal, cuatro de sus naves, que se dirigían a Cádiz provenientes del Río de la Plata
con un rico cargamento de plata y oro. En el convoy, entre otros, viajaba Carlos de Alvear, futuro director supremo; su madre y todos sus hermanos murieron en la refriega y solo lograron sobrevivir él y su padre, que fueron hechos prisioneros y conducidos a Londres. De nada sirvieron los pedidos de explicación ni las protestas diplomáticas. Hacia finales de aquel fatídico año al rey Carlos IV no le quedó otro camino que declarar la guerra a Inglaterra y aliarse con Bonaparte. En mayo, tras un plebiscito en el que tuvo masivo apoyo, Napoleón se había proclamado “Emperador de los franceses”, coronación que llegó en diciembre y se celebró en la Catedral de Notre-Dame con un oficio religioso llevado adelante nada menos que por el propio papa Pío VII.
El Semanario de Agricultura, Industria y Comercio, fundado en septiembre de 1802 por Juan Hipólito Vieytes, se publicó hasta 1807.
Napoleón en su trono imperial, óleo sobre lienzo de Jean Auguste Dominique Ingres (1806).
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Reliquiae Haenkeanae. Descripción de plantas de América por Tadeo Haenke, botánico y naturalista.
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Un espía al natural Algo alejado aún de los rumores de guerra que llegaban del otro lado del mar, Manuel Belgrano se explayó el 6 de junio de 1804 sobre la necesidad de ir introduciendo de a poco y en función de las modestas posibilidades del virreinato aquellos elementos que intuía sustanciales para los desafíos que proponía el siglo XIX. Básicamente, estaba interesado en todo lo que hiciera al progreso, tanto en el terreno del conocimiento de la ciencia como de la técnica. Dentro de este marco, y estimulado por los estudios naturalistas que venían desarrollando, entre otros, científicos como Tadeo Haenke, Belgrano sostuvo aquel día de junio la conveniencia de una expedición científica a través de las provincias del virreinato a fin de clasificar y explorar sus posibilidades. Haenke fue un nombre destacado en el campo del naturalismo. Había participado en la Expedición Malaspina y su Descripción del Perú en su momento fue material imprescindible para el estudio y catalogación de la naturaleza del continente. Belgrano apreciaba mucho la obra de Haenke, quizás no en la misma medida que la de Félix de Azara, a quien consideraba un prodigio del naturalismo. Sin embargo, alguien se adelantó. Por esas mismas fechas llegó al país un hombre de 33 años que dijo llamarse Santiago Borch o Borches, alegaba ser prusiano y tener relación precisamente con Haenke. No le costó demasiado abrirse las puertas de lo más granado de la elite porteña, siempre ávida de
nuevas figuras mundanas que sacudieran la modorra provinciana en la que se sumía la Gran Aldea. En verdad, el tal Borch o Borches no era prusiano, naturalista ni se llamaba de ese modo. Su nombre real era Séamus (o James) Burke, nacido en Irlanda y al servicio del Almirantazgo británico luego de haber cumplido funciones en el bando contrario, la monarquía francesa, en Haití. Su misión: recoger información en miras de una posible intervención militar en la región. La ambición británica sobre los intereses españoles venía de larga data; de hecho, ya en 1771 circulaba un documento firmado por Horace Walpole, titulado Una propuesta para humillar a España, que concluía:
Carta de colores creada por Haenke durante la Expedición Malaspina (izq.). Retrato de Tadeo Haenke en su juventud, dibujo de Vinzenz Raimund Grüner (s/f) (der.).
…bien podría llevar unos 2500 hombres para desembarcar en cualquier ocasión, para atacar o mejor dicho, apoderarse de Buenos Aires, que está situada en el Río de la Plata.
Burke se alojó en la Posada de los Tres Reyes, en la calle del Santo Cristo (actual 25 de Mayo), en las inmediaciones del Fuerte de Buenos Aires. A través del comerciante irlandés Tomás O’Gorman, se introduce en su círculo con la complicidad de otros dos reputados comerciantes, Guillermo Pío White y el portugués Juan de Silva Cordeiro, a quienes les confesó su verdadera identidad y la naturaleza de su misión. A Silva Cordeiro se le atribuye
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Retrato de Rafael de Sobremonte, tercer marqués de Sobremonte, óleo sobre tela de Ignacio Cavicchia (1925) (der.). Retrato de William Beresford, óleo sobre lienzo de Sir William Beechey (1815) (izq.).
haber creado la primera logia masónica del país, lo que explicaría su vínculo con Belgrano. Gracias a la intermediación de estos personajes, Burke no tuvo inconvenientes en contactarse con hombres prominentes, como los hermanos Rodríguez Peña, Vieytes, Castelli y Manuel Belgrano. Ellos y algunos más constituyeron una sociedad secreta con el fin de financiar la “expedición científica”. Iniciada, y luego de acopiar información militar estratégica (además de rocas y vegetales como coartada), Burke fue detenido en el Alto Perú y remitido a Buenos Aires. Apresado también Silva Cordeiro, el virrey Sobremonte intentó ocultar cualquier vínculo con un espía inglés y en diciembre de 1805 ordenó su expulsión. Pero esta partida no impediría la llegada de otros ingleses.
Un bautismo sin fuegos Ya a comienzos de 1806 era un secreto a voces el inminente desembarco de las tropas británicas, en Montevideo primero y Buenos Aires después. Nueve años antes, Manuel Belgrano fue designado capitán de las milicias urbanas. El propio Manuel admite que se había integrado “más por capricho que por afición a la milicia”. Unos días antes de que se concretara la invasión, el virrey Sobremonte convocó al cónsul. La idea era formar “una compañía de jóvenes del comercio, de caballería, y que al efecto me daría oficiales veteranos para la instrucción”. Nada de eso ocurrió y todo terminó en un gran fracaso. Sobremonte hizo caso omiso de las advertencias del brigadier Pascual Ruiz Huidobro, quien desde Montevideo había puesto en armas la plaza en previsión de un ataque. La capacidad militar del Río de la Plata, entre las dos ciudades, apenas llegaba a cinco
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mil cuatrocientos hombres, con escasa preparación y aún menos recursos. Tampoco eran mayores las fuerzas invasoras, pero al mando de William Carr Beresford −quien había peleado en la India y Egipto, y luego salió victorioso de Trafalgar− y del almirante Home Riggs Popham, más que capacitados para dar buena batalla. Los ingleses bajaron en Quilmes a las 13 del 26 de junio atravesando los bañados, con el agua por las rodillas, mientras Buenos Aires parecía comenzar su siesta. Luego de un corto descanso a su tropa, sonaron las campanas de alarma en la capital y Belgrano salió disparado del Consulado hacia la zona de Parque Lezama, donde se hallaba el edificio de la Real Compañía de las Filipinas, dedicado al comercio de esclavos. Desde allí debía dirigir la resistencia, pero solo encontró desorganización y desánimo. Nadie sabía qué hacer, a quién obedecer ni a qué grupo pertenecía. El virrey había huido hacia Córdoba (de donde surge la rima: “Al primer disparo de los valientes / huyeron Sobremonte y sus parientes”), y mientras Beresford aguardaba bajo una copiosa lluvia a las autoridades que firmarían la capitulación, en el centro del Fuerte sonaban las gaitas en tanto españoles y criollos lloraban su impotencia. De pronto, la indiferencia inicial se convirtió en indignación. Años más tarde, Belgrano recordaría con estas palabras el episodio:
Portada de la revista Caras y Caretas, 11 de agosto de 1906, centenario de la Reconquista (izq.). Imagen de un Patricio en una representación conmemorativa (Regimiento de Patricios, 2015) (der.).
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Confieso que me indigné y […] todavía fue mayor mi incomodidad cuando vi entrar a las tropas enemigas y su despreciable número para una población como la de Buenos Aires. Esta idea no se apartó de mi imaginación y poco faltó para que me hubiese hecho perder la cabeza. Me era muy doloroso ver a mi patria bajo otra dominación y sobre todo en tal estado de degradación, que hubiese sido subyugada por una empresa aventurera, cual era del bravo y honrado Beresford, cuyo valor admiro y admiraré siempre en esta valiosa empresa. De modo que su primera acción militar se redujo a una marcha breve y un retorno a paso ligero, con un bautismo que no incluyó más fuegos que los fatuos (así llamó, fuegos fatuos, a las “esperanzas infundadas”). Belgrano no estaba solo. Junto a sus amigos de la Jabonería de Vieytes y otros nombres notables, como Juan Martín de Pueyrredón, formaba parte de un grupo que se oponía al poder virreinal y que más tarde los historiadores identificarían como Partido Criollo o de la Independencia. El impacto del desembarco británico fue grande. Como escribió Ignacio Núñez con cierta ironía, “el día 27 todavía amanecimos españoles, pero anochecimos ingleses”. De acuerdo con versiones difundidas por los propios invasores, la misión tenía como objetivo “liberar a las ciudades americanas del yugo español”. La cuestión, desde esa óptica, interesaba mucho a
Caricatura de William Pitt (primer ministro británico) y Napoleón repartiéndose el mundo, grabado de James Gillray coloreado a mano (1805). La porción de Pitt es mucho más grande que la de Napoleón.Publicada en Londres el 26 de febrero de 1805.
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Invasiones inglesas. Catálogo de uniformes y estampilla alusiva al 29 de Mayo - Día del Ejército (1972).
los opositores coloniales, que tuvieron en los días subsiguientes varias entrevistas con Beresford para aclarar la cuestión: ¿venían como un ejército libertador o invasor? Belgrano, además, contaba con otros motivos para discutir con el comandante inglés. Dado que el Consulado abarcaba todo el territorio del virreinato pero solo Buenos Aires había sido ocupada, quedaba saber a quién obedecer, si a la Corona española o la británica. Hasta donde se sabe, la comunicación era en francés, y ambos se mostraban encantados de su interlocutor. No obstante, las respuestas del gobernador inglés a todo requerimiento fue siempre la misma: evasivas. Ninguna definición. Para Belgrano la cuestión era clara y así se lo planteó a Beresford: “Con el amo viejo o ninguno”. De modo que decidió convocar a sus colegas del Consulado y les propuso salir de Buenos Aires con toda la documentación para continuar al servicio de la Corona española, fuera de la zona invadida. Una vez más, se encontró con el rechazo de sus pares. Los comerciantes volvían a decepcionarlo y Belgrano, exasperado ante lo que consideraba una falta de compromiso absoluta, escribió:
Retrato del General Juan Martín de Pueyrredón, dentro de un óvalo de bronce, del miniaturista Montponesqui (1806).
El comerciante no conoce más patria, ni más rey, ni más religión que su interés propio. Cuando trabaja, sea bajo el aspecto que lo presente, ni tiene otro objeto ni otra mira más que aquel.
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Este maldito lío
¿
Quiénes son ustedes, caballeros? ¿En nombre de qué, caballeros, invaden el retiro, temporalmente forzoso, de un rudo soldado, y le proponen tratos que
avergonzarían a un salteador de caminos?, tradujo Agrelo, de pie en algún lugar de la habitación, su voz, inaccesible a la asepsia y la exaltación, una nota más alta que el zumbido de insectos atrapados en la lechosa blancura que partía la habitación, en dos. Belgrano se levantó de su silla, y yo oí, vencido por el calor y el linimento irlandés (así llamaban al whisky) para mulos, cómo manaba por su boca ese sombrío, desenfrenado resentimiento que el idioma español pone en la injuria, y a Agrelo, con esa voz que no pacta con nadie, Belgrano, cuide su corazón. Shit, tradujo Agrelo, la voz que no pactaba, siquiera, con su almohada. God, repitió Beresford. […] Todo este maldito lío durará cien años, dijo Belgrano, como con asombro, como con alivio, como si se lo declarase inocente del Calvario de Cristo. Cien años: ¿qué son cien años? El tiempo de una siesta sudamericana.
Andrés Rivera La libertad es un sueño eterno
Beresford lo llamó a prestar juramento, pero el secretario se excusó alegando un malestar físico. El británico lo conminó a presentarse ni bien se aliviara. Absolutamente convencido de no querer dar ese paso, a Belgrano no le quedó más remedio que salir de Buenos Aires, “casi como fugado” de acuerdo con su definición, rumbo a la Banda Oriental, donde encontraría refugio en la Capilla de Mercedes. Allí sabría de la Reconquista llevada a cabo el 12 de agosto de 1806 por Santiago de Liniers, con una tropa de mil hombres reunida en Colonia y reforzada con paisanos y vecinos de Buenos Aires. Cuando Belgrano se disponía a unirse a la gesta, se enteró de que todo había acabado.
El mejor celo y eficacia
Santiago de Liniers.
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A mediados de septiembre de 1806, Manuel Belgrano se dejó ver nuevamente por Buenos Aires, cuando las milicias se estaban preparando para defenderse de una segunda invasión. Llevados por el entusiasmo de la Reconquista, no había necesidad de llamar a servicio, ya que todos acudían como voluntarios. Casi dos mil hombres se sumaron a la Legión de Patricios Urbanos, el cuerpo que les correspondía por ser naturales de la ciudad, y cuya jefatura era un
objetivo codiciado, dada la gran cantidad de efectivos. El amplio edificio del Consulado fue la sede elegida para que los oficiales de Patricios designaran a los jefes de los tres batallones. La elección de comandante recayó en Cornelio Saavedra, Esteban Romero y José Domingo de Urien, quien había trabajado en el Consulado. A Belgrano se lo designó sargento mayor, es decir, enlace entre los capitanes y los tenientes coroneles. Era un cargo de responsabilidad, que exigía tiempo y dedicación, y lo asumió con gran profesionalismo, tomó lecciones y se preparó a conciencia para transmitir sus conocimientos a los subordinados. Otros jefes, en cambio, no consideraron la instrucción una materia de particular importancia e, incluso, mostraban cierto escepticismo ante la eventualidad de una nueva invasión. No obstante, en enero de 1807, el gobernador de Montevideo, Ruiz Huidobro, volvió a dar la señal de alarma. Belgrano se ofreció como voluntario, no solo para medirse en el campo de batalla sino también para no convivir con oficiales a quienes consideraba “ineptos”, cuando no abiertamente “cobardes”. Sin embargo, Saavedra y otros jefes consideraron que Belgrano era más útil en la instrucción que en la campaña. Como él mismo escribe,
Edificio del Consulado de Buenos Aires, donde sesionó la Asamblea del año XIII. Ocupa actualmente el mismo sitio el Banco de la Provincia de Buenos Aires.
…mi educación, mi modo de vivir y mi roce de gentes distinto en lo general de la mayor parte de los oficiales que tenía el cuerpo, empezó a producir rivalidades. El benemérito General Dn. Manuel
Rivalidades que no tardaron en explotar. Un incidente con otro oficial, que lo agravió y le faltó el respeto en público, hizo que Belgrano volviese a romper con el cuerpo para retornar a sus actividades en el Consulado. Aunque, esto no duró mucho. Cuando los
Belgrano, dibujo a lápiz de Mauricio Rugendas (1845). Se lee: “Copia de un retrato pintado en Londres y perteneciente a la señorita Da. Manuelita Belgrano”.
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Recreación libre de un episodio de las invasiones inglesas. Serie “Independencia”, del fotógrafo Gonzalo Lauda (2016).
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Miniaturas que representan al escuadrón de Húsares de Pueyrredón, cuerpo de milicias criollas voluntarias creado en Buenos Aires durante las invasiones inglesas.
ingleses avanzaron por segunda vez sobre Buenos Aires, vistió nuevamente el uniforme y se presentó en Patricios subordinado a las órdenes del coronel César Balbiani, militar de carrera que se encontraba ocasionalmente en la ciudad, camino a Lima. Cuando la invasión, aceptó quedarse para ser la mano derecha de Liniers, como oficial de mayor rango nombrado por la Audiencia a cargo. Primero defendieron el puente de Gálvez (hoy puente Pueyrredón, que une Buenos Aires con Avellaneda). Los enemigos se habían hecho fuertes en los Corrales de Miserere y muchos hombres se dispersaron. No obstante, otro era el clima entre la población. A los cuatro mil hombres de Liniers, se sumaron muchos vecinos, incluso ancianos, mujeres y niños, sirvientes o vendedores ambulantes, empuñando cualquier tipo de objeto que pudiera ser utilizado como arma. Balbiani y Belgrano llegaron a la Plaza Mayor con un puñado de hombres, que se ocuparon de hacer trincheras con el fin de frenar y defender el corazón de la ciudad para, desde allí, avanzar sobre el agresor. Tuvieron una actuación sobresaliente en el área más cruda del combate, a pocos metros de la residencia natal de Belgrano. Aunque como edecán sus posibilidades de combate fueron limitadas, Balbiani solo tuvo palabras elogiosas para su desempeño: Salió a campaña, donde ejecutó mis órdenes con el mayor acierto en las diferentes posiciones de mi columna, dando con su ejemplo mayores estímulos a su distinguido cuerpo. Me asistió en la retirada, hasta la colocación de los cañones en la plaza. Tuvo a su cargo la apertura de la zanja en las calles de San Francisco [actual Defensa] y le destiné a vigilar y hacer observar el mejor arreglo en las calles inmediatas a Santo Domingo, donde ha acreditado presencia de espíritu y nociones nada vulgares, con el mejor celo y eficacia…
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La rendición de William Carr Beresford ante Santiago de Liniers en la Primera Invasión Inglesa, óleo sobre tela de Charles Fouqueray (1806).
Belgrano asistió al acto de rendición de los jefes militares británicos y, como ocurriera con su par, Beresford, sorprendió a Robert Craufurd, otro de los oficiales a cargo, con quien tuvo varias conversaciones. Al día siguiente volvería a sentarse en su escritorio para atender los asuntos comerciales del virreinato. Aún no era militar, pero se dio cuenta cuánto ansiaba la libertad.
Retrato de Robert Craufurd. Después de haber sido liberado regresó a Gran Bretaña; allí le fue reconocida su destacada actuación.
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Plano de la villa de Buenos Aires, grabado de Félix de Azara (1809). 64
De Mayo a la libertad La unión ha sostenido a las naciones contra los ataques más bien meditados del poder, y las ha elevado al grado de mayor engrandecimiento. M. B. Correo de Comercio, 19 de mayo de 1810
A
Manuel Belgrano le gustaba caminar. Y lo hacía de un modo particular, a paso rápido, casi una marcha. Entre sus itinerarios preferidos, se contaba el de salir de su casa rumbo al sur, hasta dar con el puerto. Allí se detenía unos instantes a la espera de las nuevas que llegaban del otro lado del mar. El 13 de mayo de 1810, la fragata mercante John Parish, de bandera británica, fondeó en el puerto de Montevideo procedente de Gibraltar tras 52 días de navegación trayendo, además de géneros y especias entre otros productos de diversos países, “varios papeles públicos en los que se hablaba de la entrada de los enemigos en las provincias de Andalucía e inmediaciones de Cádiz”. La noticia estaba referida a los hechos ocurridos dos años antes, cuando el rey Fernando VII fue encarcelado en Francia y Napoleón nombró en su lugar a su hermano José. Como las tropas napoleónicas no solo ocuparon España sino que también invadieron Portugal, Juan VI, el regente, y su consorte, la princesa Carlota Joaquina, hermana de Fernando, huyeron al Brasil, en tanto que las ciudades españolas, dada la acefalía, decidieron ejercer el gobierno a través de Juntas. Eso tuvo su reflejo en el virreinato, dado que las autoridades se mostraron favorables a aceptar su autoridad. Lo que no previeron es que iba a surgir un movimiento que se oponía a ello a favor de coronar a Carlota, a fin de cuentas, legítima Borbón. Y no menos sorprendente era que en este movimiento opositor figuraban, entre otros conocidos personajes, Castelli, los Rodríguez Peña, Antonio Luis Beruti, Pueyrredón y Belgrano, uno de los ideólogos del proyecto.
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Partida de la familia real portuguesa hacia el Brasil, óleo atribuido a Nicolas-Louis-Albert Delerive (ca. 1810).
En su autobiografía, señala que entre 1808 y 1809 mantuvo correspondencia solicitando la llegada de la infanta Carlota. Y lo justifica en nombre de la libertad e independencia: Sin que nosotros hubiéramos trabajado para ser independientes, Dios mismo nos presenta la ocasión con los sucesos de 1808 en España y en Bayona. En efecto, avívanse entonces las ideas de libertad e independencia en América, y los americanos empiezan por primera vez a hablar de sus derechos... Entonces fue que, no viendo yo un asomo de que se pensara en constituirnos y sí a los americanos prestando una obediencia injusta a unos hombres que por ningún derecho debían mandarnos, traté de buscar los auspicios de la Infanta Carlota y de formar un partido a su favor, oponiéndose a los yiros de los déspotas que celaban con el mayor anhelo para no perder sus mandos y, lo que es más, para conservar la América dependiente de la España, aunque Napoleón la dominare. Entre los grupos que se disputaban el poder en esos años de crisis, estaba el de los juntistas, representados por los comerciantes españoles más poderosos, encabezados por Martín de Álzaga. Los carlotistas acusaban a este movimiento de “democrático”,
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término que –en la visión contemporánea– estaba relacionado con el caos político y social, sobre todo por su utilización durante la Revolución francesa, y sospechaban que la intención verdadera de los juntistas era prolongar indefinidamente la preeminencia de los europeos en el gobierno y en el comercio. La idea central de los carlotistas era establecer en el Río de la Plata una monarquía moderada –es decir, constitucional– en la que primaran los criollos sobre los españoles europeos. La diferencia no era menor: la constante y creciente preferencia del gobierno central por los europeos para todos los cargos de responsabilidad era el principal motivo de queja de los americanos contra la Administración colonial española. Y sería el más determinante para la independencia.
Carlota Joaquina, infanta de España y reina de Portugal, óleo sobre lienzo de Mariano Salvador (1785). Fernando VII con uniforme de capitán general, óleo sobre lienzo de Vicente López Portaña (1814).
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Carlota Joaquina hizo intentos para trasladarse a Buenos Aires, intentos que fracasaron una y otra vez. En 1808 envió al virrey una “Justa Reclamación” por la que pedía ser reconocida como regente de las posesiones españolas en América para evitar el dominio francés. Liniers rechazó el pedido invocando la promesa de fidelidad a Fernando VII. A mediados de 1809, la infanta lanzó una segunda serie de proclamas; esta vez tuvo alguna posibilidad de éxito. Es que había llegado al Río de la Plata un virrey nombrado por la Junta Suprema Central en reemplazo de Liniers: Baltasar Hidalgo de Cisneros. Los carlotistas bregaron porque no fuera reconocido, y contactaron a los jefes militares de Buenos Aires para rechazar su autoridad, lo que no consiguieron. El Partido Carlotista siguió existiendo en Buenos Aires, pero sus sueños estaban volcados ahora hacia un objetivo mayor: la libertad.
Una semana particular
Retrato del teniente general de la Armada Española Baltasar Hidalgo de Cisneros, óleo sobre lienzo, de artista desconocido (s/f).
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El clima de aquel abril de 1810 se empeñaba en desmentir al otoño: era mucho más opresivo y asfixiante de lo que acostumbraba, pero la razón no obedecía a factores climáticos. El día 4, Manuel Belgrano, luego de más de tres lustros en él, renunció a su cargo en el Consulado para dedicarse a escribir una serie de artículos en el Correo de Comercio. Por una parte, rompía de forma clara el largo vínculo que lo unió a España; por otra, afinaba su definitivo acercamiento a quienes esperaban la más mínima oportunidad para levantarse contra el poder colonial. Alguien cercano al virrey Cisneros le hizo saber a Belgrano sobre la conveniencia de propagar la idea de que las frecuentes reuniones que tenían lugar en su casa obedecían a “asuntos concernientes al periódico”, para no despertar sospechas. De acuerdo con el poderoso Saavedra, los criollos aguardaban a “que la breva estuviese madura” para actuar. Las noticias llegadas de ultramar inquietaron a todos, comenzando por el virrey, que se vio perdido con los hechos de febrero en España. Redactó un bando con fecha del 18 de mayo para informar a los vecinos que prácticamente toda Andalucía estaba ocupada por los franceses, que la Junta Suprema Central se había fugado y que funcionaría una Junta de Gobierno en Cádiz. El sábado 19, Agustín Donado, integrante del Partido Carlotista, alumno de la Escuela de Dibujo y concesionario de la Imprenta de los Niños Expósitos donde se editaba el Correo de Comercio, recibió la orden de imprimir el bando. Amigo cercano de Belgrano, es probable que haya intentado contactarlo para definir un plan de acción, pero Manuel se había tomado unos días en el campo. Un grupo de patriotas, entre quienes se encontraban Nicolás Rodríguez Peña (su residencia,
vecina a la iglesia de San Miguel, en la actual Suipacha y Mitre, muy cercana a la Catedral, fue epicentro de muchas reuniones durante esa semana), Vieytes y Juan José Paso, al conocer la noticia se presentaron en la casa del comandante de los Húsares, Martín Rodríguez, frente al Café de los Catalanes, en Santísima Trinidad y Merced (actuales San Martín y Tte. Gral. Juan D. Perón) para ver cómo proceder. El grupo fue incrementándose y decidieron consultar al jefe de los Patricios, Cornelio Saavedra, máxima autoridad militar, quien se encontraba en una quinta en la actual localidad de Vicente López, al igual que Castelli. En tanto, las horas avanzaban.
Rendición ante el emperador, óleo sobre lienzo de Carle Vernet. Napoleón recibe a los delegados de la Junta de Defensa de Madrid para rendir la ciudad, a los que reprocha airado su resistencia, 3 de diciembre de 1808.
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General Cornelio Saavedra, óleo sobre tela de Bernard Marcel (s/f) (izq.). Nicolás Rodríguez Peña, óleo sobre tela de José Gil de Castro (1817) (der.).
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Finalmente se logró ubicar a Castelli, y también retornaron Belgrano y Saavedra, quienes, al mediodía del domingo 20, se entrevistaron con el alcalde Juan de Lezica para plantearle la necesidad de llamar a un Cabildo Abierto y terminar con la figura del virrey, frente a lo cual −según Saavedra− Lezica “manifestó repugnancia”. Los patriotas, entonces, decidieron enfrentar directamente a Cisneros para exponer sus pretensiones. Se designó para ello a Juan José Castelli y a Martín Rodríguez, quienes se dirigieron de inmediato a su morada. Subieron las escaleras hasta las galerías superiores, donde se hallaba la sala de recepción del virrey, quien en ese momento jugaba a las cartas con el brigadier José de la Quintana y el fiscal Antonio Caspe, bien conocido por su resquemor hacia los criollos. Dada la hora (diez de la noche) y las maneras intempestivas, Cisneros primero se sorprendió y luego se encolerizó, mucho más al escuchar a Castelli afirmar que venían en nombre del pueblo y del ejército en armas a reclamar el derecho a deliberar sobre su suerte. Cisneros le respondió que eso era un atrevimiento y que no toleraría el atropello a la figura del rey en su representante, a lo que Castelli, manteniendo la calma, le respondió que carecía de sentido acalorarse,
ya que la cuestión no tenía remedio. Más expeditivo, Rodríguez le dio cinco minutos para entregar una respuesta. Caspe se llevó a Cisneros a una habitación vecina y, al retornar, expresó que lamentaba los males que esta decisión iba a acarrear, pero “puesto que el pueblo no me quiere y el ejército me abandona, hagan ustedes lo que quieran”. Esa frase, que expresaba impotencia y resignación, dio lugar a un excesivo optimismo. De regreso a la casa de Rodríguez Peña, se comunicó la noticia bajo la sentencia: “Señores, la cosa está hecha”. Hubo vivas, sombreros al aire, abrazos. Se hizo una colecta de dulces y licores con la que se armó una mesa abierta a todo aquel que quisiera sumarse. Sin embargo, aún faltaban algunos días para cantar victoria.
Las vigilias de la revolución
El virrey Juan José de Vértiz y Salcedo fundó, en 1780, la Real Imprenta de Niños Expósitos con el fin de que
El lunes 21, Belgrano advirtió que si el virrey no hacía una convocatoria abierta, habría una manifestación popular, en sus palabras: “El pueblo quiere saber si se va a realizar el Cabildo Abierto”. Finalmente se aceptó la propuesta, que se concretó el martes 22 con la participación de 251 vecinos. Belgrano fue inscripto en la lista con el número 130; también lo estaban sus hermanos Joaquín, Domingo y José Gregorio. Todos solicitaron que cesara el virrey, que el Cabildo asumiera la autoridad hasta el nombramiento de un nuevo gobierno y que, en caso de haber discrepancias entre los cabildantes, la palabra final recayera en el síndico procurador Julián de Leyva. La votación se prolongó hasta la medianoche y se pasó para el día siguiente (los votos eran nominales, y cada uno podía expresar su opinión en los términos que quisiera). El jueves 24 se creó una junta conformada por cuatro vocales, bajo la vigilancia del Cabildo, presidida, justamente, por el ex virrey. Integrada por Cornelio Saavedra (militar); Juan José Castelli (abogado), el presbítero Juan Nepomuceno Solá y el comerciante español José Santos Incháustegui. Castelli y Saavedra fueron llamados de urgencia a la casa de Nicolás Rodríguez Peña, donde se les hizo saber el malestar ante el hecho de que el poder real siguiera en manos de Cisneros. Belgrano, habitualmente sereno y afable, era uno de los más exaltados e instó a los más jóvenes a tomar medidas drásticas y urgentes. Castelli de inmediato comprendió la gravedad del asunto y dijo no querer saber nada de la Junta, sumándose a su primo. Había dos posiciones encontradas y claras: quienes pretendían asaltar el fuerte con las armas en la mano y quienes sugerían antes de llegar a esa posición extrema enfrentar al virrey para exigirle la renuncia en buenos términos. Alguien preguntó: “¿Y qué ocurre si Cisneros no dimite?”.
el gobierno tuviera un instrumento adecuado para difundir noticias, bandos y proclamas.
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Belgrano jefe del Regimiento de Patricios, óleo sobre tela de Pablo Christian Ducrós Hicken (1952).
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Parte de la culpa
…P
ero si me dijeran que todos tenemos parte de la culpa de que este país no sea el que soñó Belgrano, acepto la acusación,
avergonzado y contrito. Belgrano es el paradigma de nuestros próceres: el más puro, el más noble, el más valiente, el más modesto. De algún modo, todos los argentinos somos descendientes de Belgrano. Todos somos sus deudores, todos debiéramos imitar su ejemplo. Adolfo Bioy Casares Descanso de caminantes. Diarios íntimos, Sudamericana, 2001
Manuel Belgrano, enfundado en su uniforme de sargento mayor del Regimiento de Patricios, reclinado sobre el sofá de una sala vecina −“postrado por las vigilias de la revolución”−, al escuchar la pregunta se puso de pie y, según testimonia Tomás Guido, “con el rostro encendido por la sangre generosa”, con paso decidido se presentó donde se daba el debate. Observó a todos con mirada altiva al tiempo que se llevó la mano a la cruz de su espada, y exclamó: ¡Juro por la patria y a mis compañeros que si a las tres de la tarde del día de mañana el virrey no ha renunciado, a fe de caballero, yo lo arrojaré por la ventana de la fortaleza abajo! Esta declaración, por completo inusual en él, despertó aplausos y adhesiones, aunque el capitán Nicolás de Vedia, acompañado por otros oficiales que se sumaron a la reunión de esa noche, lo relevó de la responsabilidad: “¡Eso corre por nuestra cuenta!”, y empuñó el arma seguido por sus compañeros. Cambiar los ropajes civiles por los militares no fue un gesto más: Manuel Belgrano asumía en esas dramáticas jornadas un compromiso definitivo en cuerpo y alma, a despecho de sacrificar las comodidades de la vida civil por las estrecheces y durezas que implicaban la del soldado. Castelli le hizo saber a Saavedra acerca del descontento generalizado y sobre las nueve de la noche la junta revolucionaria redactó un oficio al Cabildo para pedirle que “sesionara y eligiera sujetos que pudieran merecer la confianza del pueblo”.
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La noche del 20 de mayo de 1810 en casa de Rodríguez Peña, boceto de Guillermo Da Re (1916).
Tres horas más tarde, ambos se dirigieron al Fuerte para exigirle a Cisneros que renunciara, a lo que el ya ex virrey accedió. Pocos durmieron esa noche que marcaba el comienzo de una semana que se prolongaría para siempre. El día siguiente amaneció cruzado por una lluvia pertinaz, pero muchos creyeron ver allí un sol que aparecía por primera vez.
Primera Junta y después Los nueve miembros de la Junta representaban a sectores paradigmáticos de la sociedad porteña –seis eran nacidos en Buenos Aires, otro en el Alto Perú (Saavedra, de Potosí) y los dos restantes catalanes, Domingo Matheu y Juan Larrea, comerciante−. El coronel Miguel de Azcuénaga era el mayor, con 56 años, y precisamente Larrea el más joven, 28. Manuel Belgrano, vocal, a los 39 años pero ya con gran experiencia política, se convertiría en una figura clave gracias a su temperamento prudente pero a la vez resuelto. Tenía ideas muy claras respecto al destino que ansiaba para la patria y al mismo tiempo sabía cómo armonizar posiciones encontradas. Aceptaba las actitudes conservadoras de Saavedra, por ejemplo, y sabía asimilar los gestos jacobinos de Moreno. Con su aliado y cómplice, Castelli, se conocían ya casi de memoria luego de su paso por el Consulado y el carlotismo, y sabía cómo aplacar un carácter mucho más enfático que el suyo.
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Una de sus primeras medidas, apenas dos días después de instalada, fue remitir una circular a todos los pueblos del virreinato invitándolos a unirse a través de un diputado que actuaría como representante, con el fin de mantener la unidad política y territorial. La convocatoria fue, en general, bien recibida, salvo en tres casos: Montevideo rechazó al representante de la Junta, el secretario Juan José Paso, y mantendría durante mucho tiempo una actitud abiertamente confrontativa; Paraguay era el otro, lo que obligó al gobierno a enviar una expedición armada en la que Belgrano tuvo un rol central; y Córdoba, donde Liniers y otros intentaron llevar adelante una contrarrevolución. La invocación a Fernando VII como garante de la gobernabilidad –lo que los historiadores llamaron “la máscara de la monarquía”– era necesaria a causa de la difícil situación internacional, pero lo que el grupo patriota anhelaba era la independencia total de España. A todo esto, había que gobernar y actuar en consecuencia. El 2 de junio el cuerpo colegiado aprueba, a través de una orden, la creación de la Gazeta de Buenos Ayres con el objeto de “difundir las noticias interesantes del país y del extranjero sin tocar los objetos que tan dignamente se desempeñan en el Semanario [Correo] del Comercio”. Belgrano, que hasta entonces había utilizado este medio para dar cuenta de diversos aspectos de interés público sin llegar a involucrar a la política de modo explícito (incluyendo un elogio de la música como valor social y la necesidad de su difusión, enseñanza
Invitación al Cabildo Abierto del 22 de mayo de 1810 extendida a Diego Agüero: no asistió. La utilizó para hacer cuentas por cuantiosas sumas de dinero (arriba). Belgrano, Saavedra y Moreno en abanico con país de papel, encargado con motivo del Centenario de la Revolución de Mayo. París (1910).
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Cada 22, en el marco de las conmemoraciones de la Semana de Mayo, el Regimiento de Infantería 1 Patricios participa del relevo histórico de la Guardia de Honor del Cabildo de Buenos Aires. 76
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Cabildo de Buenos Aires, daguerrotipo de Charles DeForest Fredrick (hacia 1842-1850). Considerada la más antigua de las fotografías de un edificio en la Argentina. La imagen fue severamente dañada cuando se intentó limpiarla con un paño.
y dignificación), ahora comenzará a escribir sobre cuestiones de su ideario con una mirada moderna para su tiempo. Y uno de los puntos focales fue la importancia de la libertad de prensa. El 11 de agosto escribe: Es tan justa dicha facultad como lo es la de pensar y hablar, y es tan injusto oprimirla, como lo sería el tener atados los entendimientos, las manos o los pies a todos los ciudadanos. Es necesaria la instrucción pública para el mejor gobierno de la Nación y su libertad civil, es decir, para evitar la tiranía de cualquier gobierno que se establezca […]. Pero quitarnos las utilidades de la pluma y de la prensa, porque de ellas se puede abusar, es una contradicción importante y un abuso de la autoridad, y es querer mantener la nación en la ignorancia. Dos semanas más tarde, el 25, publica un artículo donde critica a los terratenientes que mantienen tierras improductivas (los llama “partidarios de sí mismos”), y habla de fomentar el apoyo mutuo y el cooperativismo. Luego, a lo largo de varios números, del 27 al 32, se lanza a una campaña de defensa del libre comercio, esta libertad tan continuamente citada y tan raramente entendida, que consiste en hacer fácilmente el comercio que permite el interés general de la sociedad. Habla de la necesidad de formar un sólido mercado interno, tanto “a favor del creador como para el consumidor, de que resulta el aumento de los trabajos útiles, en seguida la abundancia, la comodidad y la población como una consecuencia forzosa”.
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Pero ya en lo que lo convierte en un visionario, el 10 de junio, habla de la necesidad de expandir mercados, no solo hacia el Viejo Continente, sino hacia… China: La Nación China está dando a todas las del mundo conocido un ejemplo de lo que es el comercio exterior auxiliado: todas las que se llaman cultas van en busca de sus efectos, llevándole plata acuñada, principalmente la nuestra, su comercio interno es inmenso […]. la razón misma nos está diciendo de las ventajas que debe traer al Estado que lo mire con toda la predilección que se merece: la agricultura, la industria, reciben una nueva vida con él… Así, la Revolución de Mayo vino a significar para Belgrano la aproximación a un sueño social amasado desde tiempo atrás. En un artículo del 6 de octubre, le da forma a esa visión: esta sociedad tendrá tantos ciudadanos, cuantos pueda alimentar y ocupar la cultura de su territorio: ciudadanos hechos más robustos por la costumbre de las fatigas, y hombres más honrados por la de una vida ocupada. Sin embargo, el futuro tendría que esperar. Ciertas urgencias del presente reclamaban que el estadista soñador que era diera paso a la promesa militar que debía ser.
Estampilla conmemorativa (2010). Imagen: La Primera Junta prestando juramento al cargo, de Egidio Querciola (1910). Cornelio Saavedra, Mariano Moreno y Juan José Paso; Juan José Castelli, Manuel Belgrano, Miguel de Azcuénaga, Manuel Alberti, Domingo Matheu, Juan Larrea.
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Escolares junto al Monumento del Bicentenario de la Independencia, San Miguel de Tucumán.
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Blanca y celeste Puede V. E. hacer de mí lo que quiera, en el firme supuesto de que hallándose mi conciencia tranquila, y no conduciéndome a esa, ni otras demostraciones de mis deseos por la felicidad y glorias de la Patria, otro interés que el de esta misma, recibiré con resignación cualesquier padecimiento, pues no será el primero que he tenido por proceder con honradez y entusiasmo patriótico. M. B. Respuesta a la recriminación de Rivadavia por haber enarbolado la bandera nacional, Jujuy, 18 de julio de 1812
E
sa primavera de 1810 a la hora del crepúsculo, es probable que Manuel Belgrano le haya preguntado al Paraná cómo fue que llegó hasta allí. En las figuras que dibujaban las copas reclinadas de los sauces bajo el sol se reencontró con los soldados de madera y las batallas imposibles que con sus hermanos libraban en el patio familiar. Solo que los soldados que ahora tenía a su cargo no eran de madera, y las batallas se anticipaban más cruentas. El 22 de septiembre había recibido el grado de general en la confianza de que “proteja a los pueblos, persiga a los invasores y ponga el territorio en la obediencia y tranquilidad que la seducción y violencias de Montevideo y otros opresores han perturbado”. La misión encomendada a Belgrano no era sencilla: debía lograr que el Paraguay aceptara la autoridad de la Primera Junta. Pero existía otro objetivo: obtener recursos y, sobre todo, hombres con el doble propósito de desarmar esa provincia y aumentar su propio poder bélico utilizando sus posibilidades demográficas (se esperaba movilizar más de diez mil reclutas paraguayos) y económicas para enfrentar a los enemigos dentro y fuera del virreinato. Antes que él, había sido enviado con el mismo objetivo José de Espínola, militar paraguayo que vivía en Buenos Aires, quien ante la certeza de ser encarcelado escapó y retornó a Buenos Aires con una recomendación temeraria: todo podía arreglarse con 200 soldados. Previamente a la alternativa militar, se optó por mandar un
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Jarras confeccionadas con cuernos de vacuno (guampas) para beber agua sin tener que descender de las cabalgaduras.
Escena de la batalla de Tacuarí, óleo sobre tela de Rafael del Villar.
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nuevo mensajero para resolver la cuestión en términos diplomáticos, pero no se le permitió el ingreso a Asunción. Todo empeoró cuando a Bernardo Luis de Velasco, gobernador del Paraguay, se le ocurrió avanzar sobre Corrientes. La hora de Belgrano había llegado. Y en buen momento, ya que, según su propia expresión, deseaba alejarse de los problemas internos de la Junta y prestar un “servicio activo”. Su gesta se articula en tres etapas: la marcha por el territorio de Santa Fe, Entre Ríos y Corrientes, el franqueo del Paraná, y las acciones y desplazamientos en territorio paraguayo. La expedición (o campaña) llegó el 28 de septiembre a San Nicolás, donde se incorporaron otros 357 soldados; prosiguió a Santa Fe y ahí se sumaron 40. Cruzó el Paraná y acampando en la Bajada (hoy ciudad de Paraná), merced a 200 patricios que llegaron de Buenos Aires y otros contingentes, dio organización definitiva a su ejército de unos 950 hombres. A fines de octubre de 1810 reinició la marcha, penetró en Corrientes y cruzó el centro de esta provincia, atravesando zonas pantanosas, para llegar el 4 de diciembre de 1810 a la costa del río Paraná frente a la isla Apipé. En el trayecto, fundó las poblaciones de Curuzú Cuatiá y Mandisoví. En Candelaria, estableció su cuartel general y el 19 de diciembre de 1810 cruzó el río Paraná y penetró en el Paraguay, desbandando en el combate de Campichuelo una fuerza enemiga. Pero las condiciones estaban lejos de ser las ideales. Ya en San Nicolás tomó conciencia tanto de lo mal preparadas que se encontraban las tropas como de lo defectuoso de toda la logística:
armas casi inservibles y hasta una caballada deficitaria. La tasa de deserción era alta. A esto había que sumarle la mala relación con otros oficiales. En una carta a Moreno puntualiza que, a excepción de Ignacio Warnes, Diego Correa y Artigas, todo lo demás no vale un demonio. Así estoy rabiando siempre y no sé cómo los músculos de mi cara pueden tomar contracciones de risa para no manifestar mi estado. Y, por si fuera poco, su endeble estado de salud, que volvía a someterlo a dolores y molestias en el contexto de una campaña militar, mal alimentado, mal dormido y en permanente tensión ante las dificultades que le presentaba la naturaleza, el enemigo y hasta la propia tropa. En la misma carta se despide diciendo: Basta, basta mi amado Moreno, desde las cuatro de la mañana estoy trabajando y ya no puedo conmigo.
Catalejo que perteneció al general Manuel Belgrano.
Belgrano y sus hombres ocuparon Itapúa (hoy Encarnación) y fueron en busca del ejército español-paraguayo. Unos 7000 hombres al mando de Velasco estaban acampando en Paraguary, a 18 leguas de Asunción. Después de vencer las dificultades del terreno y aun advirtiendo la superioridad numérica del enemigo, Belgrano decidió atacar. Entendió que retroceder podría generar
Vino hecho vinagre
P
or aquel entonces vino Manuel Belgrano al frente de un ejército. Abogado, intelectual, pese a su profunda convicción independen-
tista, vino a cumplir las órdenes de la Junta de Buenos Aires: Meter por la fuerza al Paraguay en el rodeo vacuno de las provincias pobres. Vino con esas intenciones que en un primer fermento debió haber creído que eran justas. Vino Belgrano acalorado por ese vino de imposibles. Como en otras ocasiones, vino acompañado él también por esa legión de malvados migrantes [referencia a los paraguayos Machain, Cálcena, los hijos de Espínola y Peña]; los eternos partidarios de la anexión, que sirvieron entonces, que servirán después como baqueanos en las invasiones a su Patria. Vino hecho vinagre. Augusto Roa Bastos Yo, el Supremo
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El río Paraná y sus selvas marginales, paisajes similares transitó Belgrano con su ejército.
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malestar entre sus hombres luego de tantos sacrificios. Ya había intentado con la diplomacia, al escribirle al gobernador Velasco: “traigo la paz, la unión, la amistad en mis manos para quienes me reciban como deben”, al tiempo que advertía que de no ser así “traigo la guerra y la desolación”. Y fue la guerra. El 19 de enero de 1811, luego de un comienzo favorable, una serie de errores tácticos condujeron al temido final: las fuerzas lideradas por el ahora brigadier Belgrano (había sido ascendido al máximo grado poco antes) cayeron derrotadas en el paso de Tacuarí. Convenida la cesación de hostilidades, las tropas patriotas se retiraron el 10 de marzo en dirección al paso que se hallaba frente a Candelaria. No obstante los hechos, se entiende que fue una derrota más que digna. No mucho después, con la revolución de mayo de 1811, el Paraguay iniciaba su camino a la libertad.
El Reglamento de la Libertad Artesanía guaraní, madera sobre tejido de caraguatá.
Bajando miel, acuarela del misionero jesuita Florian Paucke (1830).
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La expedición al Paraguay no solo debe medirse en términos militares. Entre Paraguay, Entre Ríos, Corrientes y la Banda Oriental, regiones en formación todas, era necesario deslindar jurisdicciones, crear organismos administrativos y policiales, instalar nuevos núcleos urbanos, asegurar la educación de niños y jóvenes. Belgrano se sintió muy afectado al comprobar la paupérrima condición de la vida en las llamadas Misiones, de modo que se encargó de algunos de sus principales problemas. Una vez más, sorprendería con su respuesta. Actuando con el derecho que lo facultaba como autoridad de la Junta, el 30 de diciembre de 1810 redactó desde el Campamento de Tacuarí el Reglamento para los Naturales de Misiones, que reflejaba el espíritu ilustrado de Belgrano al insistir en la libertad total de los guaraníes.
Todos los naturales de Misiones son libres, gozarán de sus propiedades y podrán disponer de ellas como mejor les acomode... Así comenzaba el Reglamento; proveía medidas para realizar el reparto de tierras en propiedad, la libertad plena para el comercio e impulsaba el afincamiento de españoles y otros inmigrantes. Suprimió el pago de tributos, eximiendo por diez años de todo impuesto a los habitantes de la región. Preocupado por la educación, ordenó que cada pueblo contara con escuela y, respecto a la lengua, consideraba no desterrar el idioma nativo, aunque estimulaba el aprendizaje del castellano, promoviendo el bilingüismo. También sugirió medidas de tipo sanitario, como que las familias viviesen en solares separados, evitando las hileras de casas. Belgrano estaba convencido de la necesidad de fortalecer y estimular un nuevo estilo de vida, en el que la convivencia entre guaraníes y criollos se diera en un marco de franca igualdad, por eso ordenó la supresión del tributo al que estaban obligados los naturales. Asimismo, se designaron diputados indígenas para el futuro Congreso que decidiría la independencia del país.
El Motín de las Trenzas
El general Manuel Belgrano, miniatura pintada sobre marfil, de finales del siglo XIX. Copia de la litografía dibujada y grabada por Andrea Macaire de Bacle (1829).
Cuando Belgrano retornó a Buenos Aires muchas cosas habían cambiado. Ya no existía la Primera Junta, ni tampoco la Junta Grande, sino que el poder radicaba ahora en un Triunvirato que, en verdad, estaba conformado por cuatro −además de Paso, Feliciano Chiclana y Sarratea, gravitaba la figura de Bernardino Rivadavia, el más importante a la hora de definir políticas−. La hostilidad entre Saavedra y Moreno y sus respectivos seguidores había llegado a su punto más álgido. Primero cayó Moreno, que falleció en viaje hacia una misión en Londres. Después, don Cornelio Saavedra perdió poder: en noviembre de 1811 se dispuso la unificación de los cuerpos militares (1 y 2) bajo el nombre “Regimiento 1 de Patricios” y el Triunvirato decidió relevarlo de su cargo. En su reemplazo fue designado Manuel Belgrano, coronel a la fuerza, según sus propias palabras. Cuando, en la noche del 6 de diciembre, el nuevo comandante en jefe pasó a realizar una visita de inspección se encontró con una atmósfera tensa y muy poco receptiva. El cambio no había caído muy bien entre la tropa. Antes de retirarse, Belgrano dictó una serie de drásticas medidas disciplinarias e higiénicas, entre ellas una que establecía que los Patricios, conocidos por su soberbia y alto grado de politización, no llevarían más su tradicional coleta o trenza, símbolo de orgullo, en particular para soldados y suboficiales. Se les concedió un plazo para que se la cortasen por su cuenta o de lo contrario el cuerpo de Dragones haría las veces de improvisados peluqueros.
Cubrecabezas perteneciente al uniforme de Patricios.
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Representación de un episodio de las invasiones inglesas, en las instalaciones del Regimiento de Infantería 1 Patricios.
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La afrenta estaba hecha. La sublevación estalló apenas se marchó Belgrano y exigía la imperiosa remoción de su jefe y del mayor del cuerpo. Las gestiones conciliatorias llevadas adelante incluso por un ex oficial de Patricios como lo era el presidente del Triunvirato, Chiclana, resultaron inútiles. Los insurrectos exigían “que se nos trate como a fieles ciudadanos libres y no como a tropas de línea”. Chiclana demandó que depusieran las armas, pero juzgaron a las trenzas como símbolos de su prestigio e identidad y no claudicaron. A las 10.30 se abrió fuego de fusiles y cañones ante el antiguo colegio carolino. El combate duró apenas un cuarto de hora, pero tuvo consecuencias trágicas: en las filas del Triunvirato hubo 8 muertos y 35 heridos, y se ignora cuántos lo fueron en el bando contrario. Los Patricios que depusieron las armas alcanzaban un número aproximado de 340, y muchos más habían huido o se habían entregado antes del ataque final. Ese fue el debut de Manuel Belgrano al frente de la fuerza más calificada del ejército.
Rosario siempre estuvo cerca A finales de 1811, en función del inminente ataque de la flota realista de Montevideo contra las costas del Paraná, el Triunvirato confió a Belgrano una nueva misión: partir a Rosario para instalar defensas en las barrancas del río. El 24 de enero de 1812, bajo un sol inclemente y un calor agobiante, la compañía se puso en marcha a las cinco y media de la tarde siguiendo un rígido orden. El 6 de febrero, en las inmediaciones del arroyo Pavón, donde acamparon, se vieron sorprendidos por “un grande huracán que nos echó por tierra algunas tiendas” y una lluvia sostenida que solo se detuvo al mediodía del día siguiente. Además de las tiendas, a las que Belgrano no les tenía mucho aprecio (“son malas para el calor, para el agua y para el frío”, por lo que sugirió sustituirlas por barracones en los casos en que se previese una guarnición permanente), perdieron ropas y suministros. Belgrano estaba preocupado por las deserciones y albergaba no pocas dudas sobre el espíritu de lucha y preparación de su tropa. Sin embargo, se encontró con una verdadera sorpresa: los rosarinos demostraron un entusiasmo poco habitual y la construcción de las baterías avanzó con rapidez. Se construyó una en la isla para dominar el río con fuegos cruzados y colocaron cañones sobre la barranca y el bajo. Decidido a reavivar el ánimo de los suyos, el 13 de febrero Belgrano se dirigió al Triunvirato para solicitar un emblema que los diferenciara de los realistas y su pabellón rojo y amarillo:
El general Belgrano en el campamento de Tucumán, acuarela de Guillermo da Re (ca. 1900).
Piezas del compás y regleta de hueso que pertenecieron a Belgrano.
Parece que es llegado el caso de que V.E. se sirva de declarar la escarapela nacional que debemos usar para que no se equivoque con la de nuestros enemigos, y que no haya ocasiones que pueda sernos de perjuicio.
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El Triunvirato aprobó el proyecto el día 18 y ordenó que todo el ejército asumiese la divisa: una “escarapela nacional de las Provincias Unidas del Río de la Plata de dos colores, blanco y azul celeste, quedando abolida la roja”. Los colores estaban en relación con los de los Borbones, dándose una nueva paradoja: se utilizaba el nombre de Fernando esperando independizarse de él, y sus colores como símbolo de la lucha emancipatoria. Sin embargo, Belgrano fue por más. El 26 la batería Libertad, si bien no completa, estaba en condiciones de ser utilizada contra el enemigo, y ese mismo día escribió sobre la necesidad de crear una bandera toda vez que las escarapelas no podían ser identificadas
María Catalina Echevarría, ilustración de Pacheco, en Félix A. Chaparro, “La dama rosarina que confeccionó la bandera”, Democracia, Rosario, 30/11/1953.
Juramento de la bandera a orillas del río Paraná, óleo sobre tela de Pedro Blanqué (1895).
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para nada nos han servido y con que parece que aún no hemos roto las cadenas de la esclavitud. Sin esperar respuesta, a las seis y media de la tarde siguiente, Belgrano enarboló el pabellón blanco y celeste en la Libertad, se presume que cosido por María Catalina Echevarría, una vecina de Rosario. En la isla, además, comenzó a levantarse la batería Independencia, nombre temerario que –más allá del supuesto deseo– los integrantes del Triunvirato querían evitar para no ofender las intenciones británicas, ahora aliadas de España en la lucha contra
Bonaparte. Eufórico, Manuel Belgrano arengó a su tropa y los vecinos de Rosario con un discurso de inflamado patriotismo: Soldados de la patria: hemos tenido la gloria de vestir la escarapela nacional […]; en la batería de la Independencia nuestras armas aumentarán las suyas. Juremos vencer a los enemigos interiores y exteriores, y la América del Sur será el templo de la independencia y de la libertad. En fe de que así lo juráis, decid conmigo: ¡Viva la Patria! Ese mismo día, comunicó al gobierno que siendo preciso enarbolar bandera y no teniéndola, la mandé hacer blanca y celeste conforme los colores de la escarapela nacional: espero que sea de la aprobación de V.E. No lo fue. El 3 de marzo el Triunvirato envió una enérgica respuesta en la que le ordenaba “hacer pasar por un rasgo de entusiasmo la bandera celeste y blanca enarbolada”, y que debía ocultarla para volver a la enseña real, roja y gualda, “que es la que se utiliza en esta fortaleza”. Ya era tarde. Nuevos colores identificaban la causa de la Patria.
Bandera con el sol flamígero en su centro, izada diariamente por los vecinos de la orilla de Corrientes. Detrás: Puente Gral. Manuel Belgrano sobre el río Paraná.
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La bandera de Macha
El proceso de restauración de la bandera de Macha llevó dos años y medio, estuvo a cargo de María Pía Tamborini y Patricia Lissa.
Bandera de Macha. De seda cosida a mano con hilo de algodón; los colores nacionales dispuestos en tres bandas, 2,24 x 1,54 m.
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La disposición de los colores fue materia de controversias. Una tesis es que la bandera enarbolada en Rosario fue blanca, celeste y blanca, con franjas horizontales; aunque otra versión afirma que coincide con los colores actuales, vale decir, con la banda de la Orden de Carlos III. Una tercera indica que habría constado solo de dos paños colocados verticalmente, celeste y blanco; y también están quienes sostienen que consistía en dos franjas horizontales, siempre en los mismos tonos. Belgrano, en su comunicación al gobierno, afirma con claridad que “la mandé hacer blanca y celeste”, o sea, de dos franjas. En la campaña de 1813 al Alto Perú, Belgrano ocultó dos banderas poco antes de la derrota de Ayohuma. Setenta años después, fueron localizadas por el padre Martín Castro en la parroquia de Macha, ubicada en Titiri (actual Bolivia), donde vivió el general. El diseño y la disposición de los colores es similar a la enseña actual y constituye la bandera más antigua que se conserva. En 1986, Bolivia (en un acto de confraternidad), entregó la bandera a la Argentina, que actualmente se exhibe en el Museo Histórico Nacional y que fue restaurada entre junio de 2007 y diciembre de 2009. El uso de la bandera nacional fue promovido en secreto por la Asamblea del año XIII. Tras la declaración de Independencia, el 9 de julio, la bandera azul celeste y blanca fue adoptada como símbolo por el Congreso el 20 de julio de 1816. El sol fue agregado por el Congreso del 25 de febrero de 1818, en homenaje al dios inca Inti (Sol), y estampado en la franja blanca central, reproducción del que aparecía en la primera moneda nacional.
Inauguración del Monumento a la Bandera, diseñado por los arquitectos Ángel Guido y Alejandro Bustillo. Rosario, afiche alusivo, 20 de junio de 1957.
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Paisaje jujeño, escenario de la gesta belgraniana. 94
Rumbo al norte Me hierve la sangre al observar tanto obstáculo, tantas dificultades que se vencerían rápidamente si hubiese un poco de interés por la patria. M. B. Carta a Bernardino Rivadavia
E
l coche volvió a saltar interrumpiendo el sopor de un sueño que no terminaba de materializarse. Manuel Belgrano entreabrió los ojos, aún dolorido, y confundió esa inmensa extensión verde de la nada con un mar que esperaba ser descubierto. Necesitó apenas unos segundos para recomponer dónde se encontraba. Una orden del Triunvirato lo había obligado a trasladarse desde las costas del Paraná hasta Jujuy para asumir una “misión imposible”: hacerse cargo del Ejército Auxiliar del Perú, más conocido como Ejército del Norte. Las derrotas sufridas por Castelli y Antonio González Balcarce en Huaqui, a orillas del Titicaca, y la pérdida de Cochabamba, Oruro y Potosí a manos de los realistas del sanguinario general José Manuel de Goyeneche, complicaba seriamente los ideales libertarios del Río de la Plata. Aquel primer día de marzo de 1812 en un coche desvencijado que prestó el maestro Luis Roque, Belgrano, afectado por dolencias que le impedían hacer el prolongado periplo a caballo, descubrió otros dolores que no se manifestaban en su físico. Sus compañeros de viaje, el capitán Carlos Forest y el teniente Jerónimo Helguera, lo observaban intrigados. La respuesta la dio en una carta dirigida a Rivadavia en la cual se quejaba del estado de dejadez y desolación que había encontrado en su camino, lo que marcaba también el desinterés de los pobladores del interior por la suerte del ejército; llega a expresar:
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Créame, V.E., el ejército no está en un país amigo; no hay una sola demostración que me lo indique, ni se nota que haya un solo hombre que se una a él, no digo para servirle, ni aún para ayudarle: todo se hace a costa de gastos y sacrificios […] es preciso andar a cada paso reglando precios, porque se nos trata como a verdaderos enemigos. Con el coche ya inservible, llegó a Tucumán el 19 de marzo y de allí se dirigió a la posta de Yatasto donde Pueyrredón, acusando problemas de salud, le entregó el mando del cuerpo que debía dirigir. El panorama que encontró era desolador: se enfrentó a la conducción de un ejército fantasma de 1500 hombres, de los cuales la tercera parte estaban enfermos o heridos, desorganizados, sin moral ni disciplina, mal armados −con apenas 600 fusiles y 25 balas para cada uno− y peor formados. En otra misiva a Rivadavia, esta del 11 de mayo, enviada desde Salta, Belgrano insiste: Ejército y dinero son nuestras principales exigencias para salvar la patria; esta es la verdad, todo lo demás es andarse por las ramas, y exponernos a ser víctimas… Con escasas esperanzas de recibir algún tipo de refuerzos, ya sean humanos o materiales, Belgrano se dispuso a cambiar las circunstancias por mano propia. La primera medida fue rebajarse
Plano levantado con fines militares por orden el comandante del Ejército Real del Perú, José Manuel Goyeneche (1811).
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el sueldo a la mitad y luego tomó otras a fin de tratar de solucionar la situación personal de los soldados, sometidos a todo tipo de carencias. Entendió que lo más importante era paliar el hambre, y en consecuencia adjudicó terrenos para que cada unidad del ejército cultivase hortalizas y legumbres, no solo para su alimentación sino también para que se distribuyera el usufructo de las ventas de sobrantes en beneficio de la tropa. La medida, inédita en su género, fue destacada por Tomás de Iriarte –a quien luego Belgrano nombraría director de la Escuela de Artillería– de la siguiente manera: Este sistema geodésico es excelente y debería establecerse en los cuerpos acantonados de la campaña, pues no solo produce el beneficio de mejorar la condición material del soldado sino que lo preserva de los fatales efectos del ocio y la disipación, que es su infalible consecuencia.
Teniente general José Manuel de Goyeneche y Barreda, primer conde de Guaqui, óleo sobre lienzo de
Belgrano volvía a mostrarse como un extraordinario formador, y lo hacía bajo el precepto de “entrar por la cabeza y no por los pies”, es decir, con la autoridad que otorgaba ser el primero en dar el ejemplo de aquello que se exigía.
Federico de Madrazo y Kuntz (s/f).
Los jefes son los primeros en dar el ejemplo… Feliz el ejército en donde el soldado no vea cosas que desdiga la honradez y las obligaciones en todos los que mandan.
Yatasto, antigua posta del Camino Real.
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Aplicaba la disciplina con todos los rigores del caso, pero en procura, a la vez, de lograr la empatía con sus subordinados. Claro que también le interesaba la instrucción, y por ello redactó un reglamento para la formación de los soldados en donde ratificaba la necesidad de que …las personas encargadas de la ejecución [de las órdenes de reclutamiento] sean honradas y patriotas a toda prueba […] y no se causen perjuicios por el interés, por relaciones u otros motivos que no faltan al hombre sin honor. Es decir que, más allá de la capacidad de gobierno o la estrategia desarrollada en el campo de batalla, Belgrano puso a prueba en momentos difíciles no tanto una épica del valor sino el valor de la ética. Y esto último es tan o más importante que cualquier otra consideración; se vio en los resultados: logró resucitar al “enfermo moribundo” (así llamaba al maltrecho Ejército del Norte), lo reorganizó, recompuso el deshilachado sentido de pertenencia que sufría cuando llegó y, también, en colaboración con los distintos sectores de la población local, ayudó a proveerlo de lo necesario para enfrentar a un enemigo que se mostraba superior en varios frentes. Y lo que tal vez fuera más importante: Manuel Belgrano se convirtió en el espejo en el cual los norteños recuperaron su orgullo por la patria.
La retirada heroica
Retrato de Bernardino Rivadavia, durante su estadía en Londres, óleo sobre tela, de autor desconocido.
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Al cumplirse dos años de los hechos del 25 de mayo, el general Belgrano hizo bendecir la bandera celeste y blanca en la catedral de San Salvador de Jujuy por el canónigo Juan Ignacio Gorriti. Luego arengó sobre el sentido que tuvo la Revolución de 1810 y enarboló la enseña en medio de la euforia generalizada, tanto de la tropa como de la población civil. Sin embargo, enterados en Buenos Aires, volvió a sufrir una nueva y enérgica reprobación del gobierno: se le pedía destruirla y reducir el acto a un exceso de entusiasmo personal. Bartolomé Mitre señala: “sorprendido y lastimado a un mismo tiempo, el general contestó con dignidad; pero persistió tenazmente en sostener sus ideas de independencia”. Dos días más tarde, se registra la tragedia de Chuquisaca: Goyeneche, fiel a su costumbre, dejó la ciudad arrasada. La noticia llegó a finales de junio. El ataque realista a Jujuy se presumía inminente. La acción de los vecinos hostiles a la causa patriota, en particular los comerciantes que se veían perjudicados por la parálisis que entrañaba la guerra, mostraba una clara incidencia sobre el ánimo del pueblo. La orden desde Buenos Aires era replegar el ejército hasta Córdoba. Belgrano pensó en algo más drástico: los realistas al llegar a Jujuy no debían encontrar nada: ni alimentos, ni ganado, ni herramientas ni mercancías. Ni un solo ser viviente,
y eso incluía a los pobladores. Para hacer cumplir la orden, amenazó: quienes no se avinieran a obedecer, serían fusilados y sus bienes quemados. Cumplirla no hizo falta, ya que el pueblo jujeño adhirió a la retirada heroica (solo un siglo más tarde adoptaría el nombre de “éxodo” gracias a los buenos oficios de Ricardo Rojas) sin necesidad de castigos. Solo algunas familias acomodadas permanecieron como si nada, a la espera de encontrarse con el ejército realista para mostrarles fidelidad. El sábado 22 de agosto, sobre las cinco y media de la tarde, el general Belgrano, envuelto en un poncho de vicuña, da la orden. Hombres y mujeres, niños y viejos, a pie, a caballo o en carretas, avanzaban en silencio dejando tras de sí lo poco que tenían. Belgrano se veía reflejado en la tristeza de esos rostros cuyas sombras se alargaban a la luz de los fuegos del atardecer provocados por ellos mismos, que se vieron obligados a quemar sus casas (la leyenda indica que Jujuy ardió como nunca). Poco después de la medianoche, montó en su caballo. Como los capitanes que se niegan a abandonar sus naves cuando sucumben, Belgrano fue el último en dejar Jujuy. Ese delicado acto no hizo más que reconfirmar el respeto que se
Bendición de la bandera nacional el 25 de mayo de 1812 por el canónigo Juan Ignacio Gorriti, sostenida por Manuel Belgrano en la Catedral de San Salvador de Jujuy, óleo sobre lienzo de Luigi de Servi (1912).
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Recreación y conmemoración del Éxodo Jujeño. Cada 23 de agosto los jujeños representan las escenas del éxodo y la quema de las casas para dejar tierra arrasada.
había ganado entre el pueblo y la tropa. Podían circular bromas en cuanto a sus maneras a la vez que se le temía por su rígida autoridad, pero de lo que nadie dudaba era de la confianza que inspiraba su humanidad. Tal vez no fuera un brillante estratega en el campo de batalla ni tuviese la habitual astucia de los políticos para gobernar, a veces podía parecer ingenuo o un tanto inocente, pero sabía fehacientemente que a un pueblo no se lo abandona: había que acompañarlo en cualquier circunstancia y aceptar con humildad el rol desde el que tocaba actuar. Y allí iba, cuidando la retaguardia del pueblo jujeño en su retirada. En sus Memorias, el general José María Paz exalta la gesta en los siguientes términos: El mérito del general Belgrano durante toda la retirada es eminente. Por más críticas que fueran nuestras circunstancias, jamás se dejó sobrecoger de ese terror que suele dominar las almas vulgares, y por grande que fuese su responsabilidad la arrostró con una constancia heroica.
Al pasar por Salta se les unieron las milicias comandadas por Esteban Figueroa, y muchos salteños. El melancólico viaje incluía también a los refugiados de Tarija, Chuquisaca y Cochabamba, entre ellos, el caudillo Manuel Padilla y su mujer, Juana Azurduy. Las mujeres cumplieron un papel central en el éxodo, no solo en tareas de auxilio en su marcha por cerros y montes, sino incluso a la hora de la pelea. Belgrano sabía que los realistas les mordían los talones y pudo comprobarlo cuando, el 3 de septiembre, las fuerzas del coronel Agustín Huici atacaron la retaguardia comandada por
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Eustoquio Díaz Vélez. Entonces no dudó. Organizó a sus hombres en un monte bajo pasado el río Las Piedras y cuando divisó los nubarrones de tierra levantados por perseguidos y perseguidores, llamó a defender la patria y la libertad. A 300 metros de distancia, los godos fueron sorprendidos por descargas de artillería y apenas pudieron hacer pie al ataque de la caballería. Belgrano en persona dirigió el combate que fue el bautismo de fuego de los decididos jujeños, muchos de ellos no superaban los 15 años de edad. Tal vez Las Piedras no fuera muy significativo en términos militares, pero para Belgrano tuvo un sabor particular, primero en su ánimo y luego en sus convicciones: por primera vez tomaba conciencia de que se podía derrotar al enemigo y, además, contrariar las órdenes del Triunvirato. Solo quedaba seguir.
Una de las dos estampillas de la serie “200 años del Éxodo Jujeño y Batalla de Tucumán”, 16 de junio de 2012.
Generalito improvisado
E
sta quebrada por la que veinticinco años atrás subió Belgrano con sus soldaditos improvisados, generalito improvisado, frágil como
una niña, con la sola fuerza de su ánimo y de su fervor, teniendo que enfrentar las fuerzas aguerridas de España por una patria que todavía no sabíamos claramente qué era, que todavía hoy no sabemos qué es, hasta dónde se extiende, a quién pertenece de verdad… Ernesto Sabato Sobre héroes y tumbas
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Dramático fue el destino impuesto a Jujuy por su posición geográfica. Por allí necesariamente pasaron los heraldos de la libertad y del heroísmo, pero también los de la miseria y de la muerte. En ese sacrificio consiste la gloria de Jujuy. Ricardo Rojas, Archivo Capitular de Jujuy, 1913. Rumbo al norte 103
La resurrección en Tucumán
Escudo otorgado a la tropa con la inscripción “La patria a su defensor en Tucumán”. En paño de lana y bordado con hilos metálicos, se cosía en la manga izquierda de los uniformes (arriba). Batalla de Tucumán, óleo sobre tela de Francisco Fortuny.
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Belgrano y su gente llegaron a Tucumán el 13 de septiembre. Allí se encontró con Balcarce al mando de 400 hombres bien organizados, aunque sin uniformes ni más armas que lanzas. En tanto, los realistas seguían bajando comandados por Pío Tristán, primo de Goyeneche y ex compañero de estudios de Belgrano en España. El gobernador Bernabé Aráoz le suplicó que presentara batalla, ya que “está en juego el futuro de la patria y debemos contener al enemigo. Nosotros nos hacemos responsables de la decisión”. Como Belgrano seguía en duda, Aráoz lo conminó: “Por favor, general. Si usted no accede estamos dispuestos a abandonarlo y a movilizar la población en masa para resistir a los invasores. Y usted pasará a ser nuestro enemigo”. El dilema no era menor. De acatar el mandato del gobierno se ganaría la animadversión del pueblo; de responder a su propia conciencia y plantarse a los realistas, un mal resultado podía acabar con su vida. El teniente coronel Manuel Dorrego, quien dirigía la columna Dragones de infantería, apuntó lo suyo: “No podemos seguir retrocediendo, mi general. Todos estamos de acuerdo en
presentar batalla. ¿Hasta dónde vamos a seguir huyendo? Es vergonzoso seguir dándole la espalda al enemigo”. El coronel Díaz Vélez adhirió a esa postura. Belgrano meditaba. Finalmente, decidió desoír al coronel austríaco Eduardo Kaunitz, barón Holmberg, a cargo de la artillería, quien aconsejaba la retirada. Le hizo saber a Aráoz de su decisión, aunque pelearía solo a condición de recibir un apoyo de 1500 hombres para caballería y un aporte de 20.000 pesos para la tropa. El gobernador dobló la cifra y prometió cumplir con la exigencia de proveer soldados. El 21 de septiembre fue recibido como un héroe en el Jardín de la República. Aunque todavía faltaba dar batalla. Afectados por la derrota en Las Piedras, los realistas se mostraban algo confundidos. Como no contaba con las armas suficientes, Belgrano innovó en el sistema de lucha de acuerdo con las características bélicas norteñas: la lanza en mano de los gauchos y los gritos de los malones espantaban a los realistas. El resultado fue notable. Una guerrilla dirigida por Figueroa, por otra parte, logró apresar al cruel oficial Huici, lo que significó un golpe psicológico de envergadura para los realistas. Y otro dato de la misma índole acabaría siendo decisivo: Tristán desdeñó la capacidad estratégica de Belgrano y pensó que solo con la superioridad numérica sería suficiente para alzarse con un sencillo triunfo.
Plano de la batalla de Tucumán. En la fuente se lee: “Coordinado por el general Bartolomé Mitre según documentos históricos y datos topográficos del agrimensor Marcelino de la Rosa combinados con la tradición”.
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El día 24, en el Campo de las Carreras, Pío Tristán pudo apreciar la dimensión de su error. Si bien con 3200 soldados doblaba al ejército patriota en brazos, y casi lo triplicaba en piezas de artillería, perdió más de mil hombres y se vio obligado a replegarse en Salta. El material confiscado a los españoles −13 cañones, 358 fusiles, 39 carretas, 70 cajas de municiones y 87 tiendas de campaña− resultaría esencial para el Ejército del Norte en el resto de su empresa. La noticia del triunfo en Tucumán y la serie de errores cometidos por Rivadavia en sus órdenes, dieron por tierra con el Primer Triunvirato. Se aguarda un nuevo tiempo.
Un juramento en Salta Hacia finales de enero de 1813 cayó una abundante lluvia en el noroeste que hizo los caminos intransitables. A pesar de ello, estimulado por el triunfo de Tucumán, el general Belgrano no dudó en marchar hacia Salta para sorprender nuevamente a los realistas
Batalla de Salta, óleo sobre tela de Tomás del Villar (1947). Belgrano y sus soldados usan el escapulario hecho por las monjas de la Iglesia y Convento Santa Catalina de Siena. Las capuchinas confeccionaron 4000 con la imagen de Nuestra Señora de la Merced. Antes de partir hacia Salta, frente a la Catedral de Tucumán, el general entregó uno a cada soldado.
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que, dadas las condiciones del terreno y climáticas, estaban convencidos de que cualquier operación militar sería imposible. El 13 de febrero, la nueva divisa celeste y blanca fue jurada al norte del río Pasaje (que por este motivo luego fue llamado Juramento) y Belgrano declaró que esa sería la enseña “con que marcharían al combate los defensores de la patria”. Al día siguiente al amanecer, una avanzada al mando del coronel Díaz Vélez sorprendió a los españoles en Cobos, y debieron replegarse hasta Salta. Cuando el general Tristán se dio por enterado del acercamiento de las fuerzas patriotas, se negó a creerlo. Disuadido de la veracidad de los hechos, hizo ocupar los desfiladeros de los Portezuelos, únicas puertas de ingreso a Salta transitables. En la noche del 18 al 19, gracias a la iniciativa del capitán Apolinario Saravia, nativo de la región, las tropas patriotas, con la lluvia torrencial como aliada, pudieron vivaquear en la hacienda Castañares. Sobre las 11 de la mañana, el ejército comandado por Belgrano se movilizó hacia Salta en cinco columnas paralelas de
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Plano topográfico de la batalla de Salta. Comenzó el día 19, a las 11 de la mañana, en la pampa de Castañares con el ataque a la posición realista por la retaguardia. Belgrano, seriamente enfermo, había preparado un carro para efectuar en él los desplazamientos, pero a último momento pudo reponerse y montó a caballo.
infantería y con ocho piezas de artillería divididas por secciones a retaguardia. Cometió algunos errores, como la manera dispersa en que ubicó a la artillería o retirar sus guardias dejando solo puestos con pocos hombres. En la mañana del 20 de febrero comenzó el enfrentamiento. Durante la primera parte del conflicto el ejército español dominó debido a lo empinado del terreno. Belgrano, por su parte, ordenó que una reserva de infantería –liderada por Dorrego–, reforzara el acceso a la región. Así, lograron romper la línea enemiga y llegaron a la ciudad. Los realistas, acorralados en la Plaza Mayor, decidieron rendirse. Manuel Belgrano acordó que el ejército vencido entregara sus armas, banderas e instrumentos, y juraran no volver a luchar contra la patria naciente. A cambio, se les perdonaría la vida y concedía una retirada en paz. Esta decisión de Belgrano recibió críticas. En una carta a Chiclana, argumenta: Siempre se divierten los que están lejos de las balas, y no ven la sangre de sus hermanos, ni oyen los clamores de los infelices heridos; también son esos los más a propósito para criticar las determinaciones de los jefes: por fortuna, dan conmigo que me río de todo, y que hago lo que me dictan la razón, la justicia, y la prudencia, y no busco glorias sino la unión de los americanos y la prosperidad de la Patria.
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General Manuel Belgrano, comandante del Ejército Auxiliar del Perú, en 1813, óleo sobre tela de Paul L. Hallez (2002). Nuestra Señora de la Merced, nombrada por Belgrano Generala del Ejército Argentino el 24 de septiembre de 1812; al son de las campanas de la catedral los realistas se rindieron en Salta.
Desde su entrada en el territorio del Alto Perú se hizo sentir el efecto de las medidas tomadas por Belgrano para reforzar severamente la disciplina de sus tropas. Las victorias y el firme apoyo del gobierno, del que ahora estaba seguro, le dieron gran autoridad y un ascendiente sobre jefes, oficiales y soldados. Sin embargo, al intentar conquistar el favor de Potosí −poco accesible al espíritu de la revolución con una aristocracia de terratenientes y funcionarios reales− debió enfrentar nuevamente la adversidad. Las durísimas derrotas en Vilcapugio, primero, y Ayohuma, después, minaron seriamente la confianza en su liderazgo. En sus Memorias, él fue el primero en admitir con absoluta humildad no poseer el don de la táctica y estrategia militar, actividad para la que finalmente nunca se había preparado. Pero, sin duda alguna, de lo que carecía en el ejercicio bélico, le sobraba en la demostración de valor y humanidad. Rumbo al norte 109
Londres y el Támesis, aguafuerte de John Thomas Smith (1809).
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El otro campo de batalla Estoy solo: esto es hablar con claridad y confianza; no tengo ni he tenido quién me ayude, y he andado los países en que he hecho la guerra, como un descubridor. En fin, mi amigo, espero en que usted, compañero, me ilustre, me ayude y conozca la pureza de mis intenciones, que Dios sabe no se dirigen ni se han dirigido más que al bien general de la patria, y a sacar a nuestros paisanos de la esclavitud en que vivían. M. B. Carta al general José de San Martín. Jujuy, 25 de diciembre de 1813.
M
ediando el otoño de 1814, Manuel Belgrano se encuentra nuevamente en camino hacia un destino incierto. El viaje se vio interrumpido en Córdoba, primero, y en Luján, luego, debido a terribles padecimientos y dolores (“veía la muerte por instantes”), más los del alma, que le produjo su procesamiento ante los resultados del norte, injurias y hasta la burla cruel de Manuel Dorrego. Dadas las circunstancias, se le concedió un permiso para instalarse en una quinta de San Isidro y allí, finalmente, recibió una buena noticia: el director supremo ordenó su sobreseimiento definitivo. En la vieja casona de la calle Santo Domingo se reencontró con sus afectos fundamentales, aunque le preocupaba el estado de salud de uno nuevo, acaso el más importante dado los últimos acontecimientos: el general José de San Martín. En momentos difíciles de su carrera, Manuel Belgrano supo encontrar comprensión y afecto en él. Como consecuencia del fracaso de la campaña del Alto Perú, los destinos de ambos iban a cruzarse para siempre y por fortuna quedaron ampliamente documentados en el intenso intercambio epistolar que ambos héroes sostuvieron entre 1813 y 1819. Las cartas de Belgrano muestran un estilo familiar, son efusivas y ricas en información; las de San Martín, más breves, se revelan sobrias, aunque no exentas de emotividad. Las frases con las que las encabezan dan testimonio de una amistad que crece y se afirma con el tiempo. En los primeros años estarán dirigidas
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a “Mi amigo”, “Mi querido amigo y compañero”, para derivar más tarde en “Mi amado amigo”, “Mi hermano”. Se vieron pocas veces, pero entre ellos existió el sentido de una amistad profunda y sincera gobernada por un objetivo común centrado en la búsqueda de un ideal superior, no para sí mismos sino para algo que se encontraba mucho más allá y los trascendía: la Patria. La relación entre ambos se inició en los últimos meses de 1813, cuando aún no se conocían personalmente. En septiembre, Belgrano, entonces jefe del Ejército del Norte, escribía a San Martín contándole las dificultades que debía enfrentar, al no ser militar de carrera: Por casualidad, o mejor dicho porque Dios lo quiere, me hallo de general... No ha sido esta mi carrera y ahora tengo que estudiar para medio desempeñarme y cada día veo más y más las dificultades de cumplir con esta obligación. José de San Martín, óleo de Pablo C. Ducros Hicken (1943).
El Regimiento de Granaderos a Caballo representando un avance patriota en la Batalla de San Lorenzo.
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San Martín era por entonces el brillante coronel que acababa de confirmar sus dotes militares venciendo con sus granaderos a las tropas del desembarco realista en el combate de San Lorenzo. Para Belgrano, en cambio, superadas las victorias en Tucumán y Salta, llegó su hora más difícil, la de las decisivas caídas de Vilcapugio y Ayohuma, en el Altiplano. La derrota se debió no solo a la inferioridad de medios (el enemigo doblaba en hombres a las fuerzas patriotas) sino también a serios errores tácticos y estratégicos en la conducción. Se sintió derrumbarse y dudó de todo. En una carta a Tomás de Anchorena afirma:
Desastre de Ayohuma, 14 de noviembre de 1813, ilustración de autor anónimo.
Tan lejos estoy de admitir ser general, que ya pedí mi licencia absoluta del servicio militar. Solicitó que se le permita instalarse en Córdoba o en Cuyo. Asimismo, pedirá al entonces gobierno la designación de tropas auxiliares al mando de San Martín, su más reciente aliado. Nadie ponía en duda que se necesitaba un hombre prudente, mesurado, de profundos conocimientos técnicos, capaz de organizar un frente defensivo al avance realista y con quien quizás se podría lograr hacerlo retroceder. Solo San Martín reunía esas condiciones. La situación de Belgrano era grave en extremo: un general derrotado, un hombre vencido, más que por sus fracasos militares, por la amargura de comprender que dirigía un ejército en el que había crecido la decepción, el desorden, la rebeldía y toda clase de vicios, en una palabra: el caos. Desacreditado casi en forma unánime, solo un hombre lo juzgaba equitativamente y era ese, precisamente, el que tenía que reemplazarlo. En medio del descrédito generalizado, San Martín le escribe a Tomás Guido y en esa carta se lee, tal vez, el mayor elogio que Belgrano haya podido recibir acerca de su actuación militar:
Retrato del general Manuel Belgrano, litografía. Imprenta de J. de Pelvilain (1815).
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El general Belgrano entrega el mando del Ejército del Norte al general San Martin en la posta de Yatasto, óleo sobre tela de Rafael del Villar (1947). Martín Miguel de Güemes, con uniforme rojo, detrás de Belgrano.
Es el más metódico que conozco en nuestra América, lleno de integridad y valor natural; no tendrá los conocimientos de un Moreau o Bonaparte en punto a la milicia, pero créame usted que es el mejor que tenemos en América del Sur.
Cuando Belgrano se entera de que finalmente su amigo había sido designado para sucederlo en el cargo, lejos de cualquier herida, celebró con orgullo su nombramiento, como si el honor le perteneciera. Entonces le escribió: Mi corazón toma un nuevo aliento cada instante en que Ud. se me acerca... Vuele... si es posible, la Patria necesita que se hagan esfuerzos singulares y no dudo de que Ud. los ejecute... Crea que no tendré mayor satisfacción que el día en que logre estrecharlo entre mis brazos y hacerle ver lo que aprecio el mérito y la honradez de los buenos patriotas como Ud. Paradójicamente, las derrotas le brindaron a Belgrano la oportunidad de una de sus mayores alegrías, a pesar del infortunio al que se veía sometido. El 29 de enero de 1814 se produjo el histórico encuentro entre Manuel Belgrano y José de San Martín. La posta de Yatasto, ubicada entre las poblaciones salteñas de Metán y Rosario de la Frontera, fue el sitio de ese encuentro (aunque también se menciona a la vecina de Algarrobos). Conversaron de silla a silla, Belgrano marcando las eses a la manera porteña; San Martín con un dejo andaluz. El creador de la bandera –símbolo que le legó y le sugirió que lo emplazara en sus luchas– se puso a sus órdenes dando el ejemplo al ir a recibir humildemente las lecciones de táctica y disciplina. A partir de ese momento, la simpatía nacida a través de cartas se transformó en
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mutua admiración. Belgrano murió convencido de que San Martín era el genio tutelar de la América del Sur. Hasta sus últimos días, San Martín honró la memoria de su ilustre amigo como una de las glorias más puras del nuevo mundo.
De nuevo el mar La ansiada serenidad que esperaba encontrar en su ciudad natal no duró demasiado en el espíritu inquieto de Manuel Belgrano, quien veía con cierta preocupación los hechos que se venían desarrollando en Europa. No era el único, por cierto. Al cabo de las derrotas sufridas en la península ibérica y en Rusia, a finales de 1813 Napoleón decidió resignar su poder allí y restituyó en el trono a Fernando VII. La cuestión ahora consistía en cómo manejarse con España al cabo de los lances independentistas. Manuel de Sarratea, comisionado para lograr que Inglaterra protegiera secreta o públicamente a las Provincias Unidas de cualquier intento de represalia de España, felicitó al rey por su retorno y comenzó a gestionar un permiso para marchar a Madrid. No obstante, Fernando no estaba dispuesto a negociar nada y se proponía recuperar sus dominios coloniales a sangre y fuego. Para ello, se supo de un proyecto de la Secretaría de Marina española impulsado, entre otros, por comerciantes de esa nacionalidad en el Río de la Plata, que planteaba enviar un ejército de casi 13.000 hombres: 8000 estaban ya en Montevideo; 3000 debían partir de España y otros 2000 reclutados entre los europeos del virreinato, además del apoyo que podía ofrecer Goyeneche desde el norte. En función de todo esto, el Consejo de Estado convocado por el director supremo, Gervasio Antonio de Posadas, aprobó una propuesta de enviar a Europa a dos delegados en misión diplomática ante Fernando VII con el objetivo de hacerle llegar las correspondientes felicitaciones por la recuperación del trono, paralizar los preparativos peninsulares de una gran expedición a América, y también apaciguar los recelos del Brasil. Las instrucciones públicas, del 9 de diciembre de 1814 firmadas por Posadas y Nicolás Herrera, establecían en principio que sería el doctor Pedro Medrano quien viajaría, pero por renuncia de este se nombró a Rivadavia y Belgrano. Los enviados diplomáticos coordinarían en Londres el viaje a España junto con Sarratea; presentarían plácemes a Fernando VII, asegurándole sentimientos de amor y fidelidad por parte de estos pueblos; además, informarían de los abusos cometidos por las autoridades españolas, insistiendo en actos de crueldad y en el quebrantamiento de pactos. La pacificación debía tener como base el principio de dejar en los americanos la garantía de la seguridad de lo que se estipulase; los diputados aceptarían proposiciones y cláusulas de justicia, que serían exami-
Retrato de Gervasio Posadas. San Martín le solicitó que conservara a Belgrano en el mando del Ejército, pero este se negó.
Manuel Belgrano y Bernardino Rivadavia, comisionados en misión a Europa, pasaporte lacrado y firmado por el director supremo Gervasio Posadas, 13 de diciembre de 1814.
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Retrato de Tomás Manuel de Anchorena. En la correspondencia mantenida con su hermano dejó testimonio de la campaña al Alto Perú.
nadas por la Asamblea de representantes, para tener en cuenta la opinión de los pueblos. Con toda habilidad se hablaba en las instrucciones de forma que dejaba traslucir la voluntad de combatir hasta el fin si no se hallaba comprensión para sus reclamos. Manuel Belgrano no estaba del todo convencido de aceptar la misión. Por una parte, lo seducía volver a hacerse al mar y llegar a la capital inglesa, un viejo sueño, y también recorrer los lugares de su juventud que aún recordaba con la máxima felicidad e incluso la posibilidad de conocer París e Italia, sobre todo la tierra de sus raíces. Por otra, había varios factores que lo hacían dudar. Era un viaje largo y si bien las naves estaban mejor equipadas que en su primera travesía, siempre generaban cierta turbación. Otro tema era su salud, aunque recompuesta en los últimos meses, una recaída inesperada podía llevarlo a pasar un mal momento. Y por fin, su compañero de viajes: con Rivadavia nunca se entendió del todo bien e incluso tuvo más de un abierto enfrentamiento durante su campaña en el norte. Su amigo Tomás de Anchorena se encargó de convencerlo: Si la comisión es honorable, admítala para tapar con ello la boca a sus enemigos, que no son pocos.
Eran ciertas las dos cosas: la oportunidad para resarcir su nombre y el número de sus enemigos. De lo que Belgrano no se enteró fue de que el 10 de diciembre Rivadavia recibió instrucciones reservadas en las que se le pedía negociar preferentemente con Londres y ofrecer la corona del reino del Río de la Plata a un príncipe español o británico. Belgrano quedaría en la capital inglesa para operar con la Corte, de acuerdo con las instrucciones de Rivadavia desde Madrid. Se decía en las instrucciones reservadas:
Manuel de Sarratea, grabado del siglo XIX, de autor desconocido.
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Que las miras del gobierno, sea cual fuere la situación de España, solo tienen por objeto la independencia política de este Continente, o a lo menos la libertad civil de estas provincias. Como debe ser obra del tiempo y de la política, el diputado tratará de entretener la conclusión de este negocio todo lo que pueda sin compromiso de la buena fe de la misión.
Rivadavia no debía dejar de mencionar que cualquier acuerdo que se firmara tendría que ser ratificado por la Asamblea, recelosa por el secreto que rodeaba la misión. Para disipar dudas, la Asamblea envió una circular a jefes del ejército y gobernadores donde se explicaban “los grandes motivos que fundan la reserva” y que lo que se procuraba era:
Aumentar la fuerza armada, multiplicar los fondos públicos, perfeccionar nuestras fábricas, diferir la agresión de la Península, facilitar el comercio, y obtener todas estas ventajas por medio del tiempo y de la lentitud, han sido los conatos que el gobierno ha tenido en la misión de diputados a España.
Apenas un día antes de la partida, Manuel Belgrano se enteró en forma oficial de que, por decisión del Directorio, solo Rivadavia viajaría a Madrid; él permanecería en Londres.
Contacto en Río Los comisionados embarcaron en la corbeta Zephir el 18 de diciembre y arribaron a Río de Janeiro el 12 de enero de 1815. A pesar del calor reinante, Belgrano se sentía encantado con la ciudad. Además de la imponente naturaleza, la llegada de la Corte había introducido notables mejoras en la arquitectura colonial a partir de la construcción de grandes palacios, fuentes e iglesias. La ciudad tenía una intensidad mercantil que maravillaba a Belgrano, quien le confió en carta a su amigo Anchorena la manera en que se expresa el comercio cuando se ve libre del control gubernamental. Pero, además, la alegre realidad social con la que tropezaba lo colmaba de asombro y placer:
Largo do Paço, Río de Janeiro, agua-tinta y acuarela sobre papel de Johann Jacob Steinmann (1839).
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Aquí hay caricaturas de todas especies que provocan a la risa a los que no estamos acostumbrados, y mucho más a los españoles que sabe usted tienen ideas singulares de cuanto es portugués.
Coronación de Pedro I, emperador de Brasil. Río de Janeiro, 1 de diciembre de 1822, óleo de Jean Baptiste Debret.
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Apenas arribados a Río, Belgrano y Rivadavia tuvieron oportunidad de entrevistarse con lord Strangford, embajador británico de muy buena llegada a la Corte de Braganza (muy en particular, de acuerdo con ciertas versiones historiográficas, a la infanta Carlota). El embajador no les dio ninguna seguridad respecto del apoyo inglés y se comprometió a medias a que la Corte lusitana le negara apoyo al temido ejército español, lo cual era consistente con los intereses portugueses. No obstante lo cual, Strangford les puso a disposición una fragata de bandera británica para llegar a Londres. También tuvieron ocasión de reunirse con el ministro de Estado del rey, Juan VI, con el ministro plenipotenciario de los Estados Unidos, coronel Thomas Sumter, y hasta el propio encargado de negocios de España, Andrés Villalba, que, acaso por ignorar lo que ocurría en Madrid, dio ciertas esperanzas a las propuestas pacifistas de Buenos Aires. Aunque luego, en una carta al ministro de Estado de la península, duque de San Carlos, expresa todos sus prejuicios respecto a los comisionados:
Ni uno ni otro son lerdos. El Belgrano, que era el gran general de ellos, es intrigante y no de las mejores intenciones, bien que es supuesto de que todos son pícaros. El segundo, dicen, es más bien inclinado a la pacificación, y que podría sacarse algún partido de él. Ambos salen de aquí con bastante dinero y es probable que no piensen nunca en volver a América.
Belgrano, Rivadavia y Sarratea en misión diplomática en Londres, 1815, óleo sobre tela de Rafael del Villar (1947).
Es presumible que esta mirada despectiva y sesgada haya influido para frustrar una de las principales expectativas de los delegados en su estadía en Río: encontrarse con Carlota y también con el príncipe regente, aun cuando fuera el propio Belgrano, al que decía no reconocer, quien impulsó –a través de un intercambio epistolar con ella– que asumiera el trono en el virreinato. Aunque lo más factible es que Villalba no haya sido determinante en la decisión de la infanta: la poco escrupulosa Carlota, en litigio permanente hasta con su propio marido, tenía una mirada escasamente comprensiva del entorno americano. En otro pasaje, el propio Villalba lo reconoce: …los cree a todos de mala fe, y en esto, no creo que su alteza real se engañe, pero a veces obligan las circunstancias a aparentar que no se les conoce, para poder sacar algún partido.
El 16 de marzo, a bordo de la fragata Inconstante, Belgrano y Rivadavia partieron al Viejo Mundo con la secreta convicción de que no serían bien recibidos.
El otro campo de batalla 119
Misión imposible
transmitió Belgrano al retratista.
Al cabo de una larga y azarosa travesía, con una predecible niebla, los enviados de las Provincias Unidas arribaron al puerto de Falmouth el 7 de mayo de 1815. Allí nomás se habrían de enterar de que, tras ser rescatado de su exilio en Elba, el 20 de marzo Napoleón volvía a París en una aventura que duraría exactamente cien días. Pero su destino estaba sellado: en el Congreso de Viena las potencias europeas dispusieron los medios para que el ex emperador desapareciera de la escena política para siempre. El 13 de mayo, Rivadavia y Belgrano se reunieron con Sarratea, quien repitió lo que ya había comunicado al Directorio: que Fernando VII mantenía firmes sus intenciones respecto a las colonias y, por lo tanto, no creía demasiado en el éxito de la misión. En cambio, imaginó otra posibilidad: desunir a la familia real española. Para ello había que proponerle a Carlos IV, residente en Italia, la coronación de su hijo, Francisco de Paula, en el trono del Río de la Plata. Con ese fin encomendó al II conde de Cabarrús, ministro de Tesoro de José Bonaparte y un viejo conocido de Belgrano, la negociación con el ex rey de España en Roma. Según parece, se persuadió a la reina María Luisa, pero Carlos IV pidió tiempo para reflexionar. Rivadavia y Belgrano adhirieron al plan de Sarratea y aunque a este no le cerraba del todo por considerarlo “carente de toda formalidad”, acabó por aceptarlo y escribieron al nuevo director supremo, Carlos María de Alvear, poniéndolo al tanto de los acontecimientos. Cabarrús volvió a Italia con instrucciones, memoriales y proyectos de Constitución. La nueva monarquía propuesta a Carlos IV se llamaría Reino Unido del Río de la Plata, y abarcaría al antiguo virreinato, la presidencia de Chile y las provincias de Puno, Arequipa y Cuzco con sus costas e islas adyacentes; se creaba una nobleza hereditaria, y otros proyectos cercanos al delirio. Carlos IV se negó a admitir el plan elaborado por Belgrano y Rivadavia. Sarratea lo impugnó porque vio desautorizada en él la actuación de Cabarrús, su aliado circunstancial. Todo volvió a foja cero. Como consecuencia de este fracaso, Rivadavia y Belgrano –que en este viaje parecieron armonizar sus diferencias, sobre todo a partir del interés común por la economía política– tomaron distancia respecto de Cabarrús, pero también de Sarratea. Los recursos con que contaban los diputados de Buenos Aires fueron invertidos en esas tramitaciones y se entendió que este los había despilfarrado, lo que a Sarratea le pareció un hecho menor y “no concedió ninguna importancia a las minucias de la rendición de cuentas”. Sin embargo, Belgrano entendía que
Carlos María de Alvear, óleo de
en materia de dineros públicos solo se atenía a los mandatos
Retrato del general Manuel Belgrano (detalle), óleo sobre lienzo de François-Casimir Carbonier (1815). Obra completa en pág. 122: este segmento evidencia los datos que posiblemente
autor desconocido (siglo XIX).
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del honor y a las ventajas del erario.
Defendió una vez más los intereses públicos a punto tal que la situación entre Belgrano y Cabarrús estuvo a un paso del duelo, hecho que logró evitar Rivadavia. Lo que no pudo evitar fue la hostilidad y las intrigas de Sarratea contra sus gestiones, que incluyeron desacreditarlo ante la Corte de Madrid. Más allá de estos sinsabores, la estadía de Belgrano en Londres tuvo compensaciones. Por ejemplo, pudo conocer personalmente al entonces regente y futuro Jorge IV, con quien simpatizó y trabó sincera amistad, de él recibió, como recuerdo de magna ocasión, un reloj de bolsillo que lo acompañaría hasta sus últimos momentos. Más allá de haberlos combatido en ocasión de las invasiones, Belgrano sentía una profunda admiración por los británicos y su monarquía, no absolutista como la borbónica, sino parlamentaria. Samuel Haigh, un comerciante y viajero inglés que recorrió la parte sur del continente americano entre 1817 y 1827, en su Bosquejos de Buenos Aires, Chile y Perú, cuenta que, en una ocasión, invitado a almorzar por Belgrano, le refiere sobre el devenir de la campaña en Chile haciendo especial hincapié en el accionar del almirante Thomas Cochrane y las complicaciones que tenía debido a la resistencia de las autoridades trasandinas. Belgrano, atento a las palabras de Haigh, comenta:
Jorge IV como príncipe regente con el uniforme rojo de mariscal de campo, esmalte sobre cobre de Henry Pierce Bone (1816).
What can you expect from us; we must commit blunders, for we are the sons of Spaniards, and no better than they are. [Qué puede esperar de nosotros, debemos hacer tonterías porque somos hijos de españoles y no somos mejores que ellos.] El 30 de octubre, cuando su retorno al país era un hecho, le escribe a Rivadavia que, no obstante haberse dispuesto el regreso de los dos, él debía permanecer en Europa por razón de sus trabajos, del que era testigo, y de sus relaciones. Y no solo eso, sino que cuando llegara a Buenos Aires informaría al gobierno de que debía otorgarle las facultades para el mejor acierto de su comisión, que no dudaba sería la única que tengan que agradecer aquellas provincias. Rivadavia siempre se sintió agradecido por este gesto de Manuel Belgrano, que vino a saldar para siempre sus diferencias. Se dispuso a honrarlo, y para ello encargó su retrato al artista galo François-Casimir Carbonnier, discípulo de David y de Ingres, quien dejó a la posteridad la imagen de un hombre tranquilo, tal vez melancólico, ataviado a la moda, con el fondo de un campo de batalla y el detalle de una bandera celeste y blanca.
“Les gâteau des rois” [“Torta de reyes”], caricatura sobre el Congreso de Viena (1815), en que las potencias europeas se repartieron el dominio territorial.
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Retrato del general Manuel Belgrano, óleo sobre tela de François-Casimir Carbonnier (1815).
De subalterno a elegante de París
E
l general Belgrano hacía ostentación de costumbres e ideas enteramente republicanas, sin que dejasen de ser cultas y delicadas. Vestía como
un subalterno y el ajuar de su caballo no se diferenciaba de otro cualquiera. Cuando en el año 16 volvió al ejército después de su viaje a Londres, había variado. Vino decidido por la forma monárquica en la familia de los Incas, sus maneras eran algo aristocráticas, y vestía como un elegante de París o de Londres. José María Paz Memorias
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El 15 de noviembre, Belgrano volvía a cruzar el océano preguntándole al horizonte si alguna otra vez tendría ocasión de retornar a la vieja Europa.
Un dandy en Londres En Londres, Manuel Belgrano se reencontrará con un aspecto de sí mismo que había quedado momentáneamente dormido durante los duros años de campaña, en que debía amoldarse a las condiciones más exigentes y penurias de todo tipo. Se trató de hábitos y costumbres como los que disfrutó durante el período europeo de su juventud, en que dedicaba particular interés a su arreglo personal. En consecuencia, asumió con agrado las formas del dandismo, que no solo involucraban al vestuario sino también al refinamiento, atención a los detalles y la elegancia en cada una de las maneras que hacían a la cotidianeidad. El dandismo, en suma, era una actitud ante la vida. Belgrano y Rivadavia (45 y 35 años, respectivamente) recibieron gustosos estos modos, tan distintos del Río de la Plata, y enseguida adoptaron el vestuario exigido para enfrentar a los miembros de las cortes londinenses. Este se componía de pantalones de lino ajustados de colores claros que se angostaban para terminar dentro de la bota de montar. La camisa blanca de cuello alto −que subía por el mentón− con cravat de gasa o seda en el mismo tono para tapar el cuello, que un señor elegante jamás exhibía. Encima, una levita de paño azul. Todo muy diferente al calzón corto, medias de seda y zapatos con hebilla que utilizaban en Buenos Aires. Por otra parte, el dandismo impuso también el cabello corto (nada de pelucas) con un corte denominado titus –porque recordaba al emperador Tito–, un buen afeitado y patillas largas –aunque las de Belgrano, lampiño, no eran muy tupidas−. Todo simple y elegante. El principal referente del nuevo estilo fue George “Beau” Brummell, un hombre de origen humilde que llegó a asesor del príncipe de Gales −futuro Jorge IV de Inglaterra−, y luego árbitro de la moda de una corte que requería un vestuario acorde con la actividad ecuestre y la caza.
Dandies. Placas de moda masculina en publicaciones de la época.
El otro campo de batalla 123
Casa Histórica de la Independencia o Casita de Tucumán. 124
Tucumán, su lugar en el mundo ¡Viva la Patria! ¡Qué tal! ¿No es esto cosa de desesperar? ¿Y aún existirán los bribones incendiarios entre nosotros con ideas de pura teoría? Estoy que no me puedo, compañero, no hay más remedio que espíritu, constancia y firmeza con la justicia por delante. M. B. Sobre los desertores. Carta a Juan Martín de Güemes, 3 de enero de 1817.
A
principios de 1816 Belgrano estaba de vuelta en el país y era un momento de gran ebullición. En el poder se encontraba su sobrino (y amigo) Ignacio Álvarez Thomas, a quien le presentó un amplio memorándum sobre lo actuado en Europa. Seis meses antes, el director supremo dispuso, de acuerdo con lo establecido por la Junta, la convocatoria al Congreso General Constituyente que debía reunirse en San Miguel de Tucumán a mediados de año. La elección de la sede se relacionaba con la negativa de los federales del interior a someterse a la autoridad e influencia de Buenos Aires y muy especialmente por su posición geográfica y su valiente historial en la guerra de Independencia. Al mismo tiempo, a Manuel Belgrano le fue asignada nuevamente una tarea militar: debía reemplazar a Juan José Viamonte para comandar las fuerzas que operaban en Santa Fe, provincia que había proclamado su autonomía. Los caudillos comenzaban a golpear fuerte contra el poder central. Belgrano marchó a su nuevo destino como jefe del Ejército de Observación de Mar y de Tierra, ostentoso título para una misión más llana: evitar el agravamiento de la situación. Como segundo a su cargo se encontró nuevamente con Díaz Vélez, con quien había compartido las victorias de Tucumán y Salta así como las derrotas de Vilcapugio y Ayohuma. No le tomó mucho tiempo a Belgrano darse cuenta de que los santafesinos llevaban razón en sus reclamos y comprendió que no sería a través de la vía militar como conseguiría distanciarlos de Artigas, con quien, por otra parte, juzgaba indispensable
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iniciar un diálogo. De inmediato le escribió a su “amado amigo y sobrino” para ponerlo en antecedentes sobre la resistencia de los locales a tratar con él: No oiga usted ni crea otra cosa que lo que le digo: el fuego está aún aquí mismo. […]. Creen que yo como pariente de usted lo sostendré, y el apuro es influir que la gente del otro lado no quiera tratar conmigo porque soy sospechoso. Esta es una prueba del estado de desquicio en que todo se halla y que no hay objeto sobre el que dirigir la vista. No vaya usted a caer en el nombramiento de general [del Ejército del Norte] por sí, y mucho menos en mi persona; mire que se pierde y me pierde a mí también, que no tengo la más mínima idea de ser, y quiero irme a vivir con los indios. De la Corte inglesa a querer irse a vivir con los indios... Belgrano le aconseja a Álvarez Thomas responderle a Artigas y dialogar con el gobernador federal de Córdoba. “Todo es país enemigo para nosotros”, le aclara. Y por si hiciera falta: …apenas tengo un caballo por hombre y se niegan todos, y los más ricos más, a dar auxilios al Ejército, ni aún con ofertas de pagar. Terminaba dando cuenta de lo desesperante de su situación: Soy solo, ni tengo quien me ayude ni con quién consultar; estoy entregado a la Providencia y en ella confío. En este marco, Belgrano envió a Díaz Vélez a exigir la rendición de los santafecinos, pero este negoció por su cuenta con el gobernador Mariano Vera y el 9 de abril firmaron el Pacto de Santo Tomé por el cual se separó del cargo a Belgrano, que sufrió una nueva afrenta al ser arrestado hasta su marcha a Buenos Aires. La rebelión terminó con el gobierno de Álvarez Thomas y fue el pretexto por el que Artigas decidió no enviar delegados al Congreso.
El día de la Independencia
Retrato del coronel Ignacio Álvarez Thomas, óleo sobre tela de José Gil de Castro (1819).
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Al cabo de tantos tormentos, tribulaciones y traiciones, la única recompensa anhelada por Manuel Belgrano en su nuevo retorno a Buenos Aires había sido encontrar apenas un poco de paz. Ya contaba 46 años y los dolores en el cuerpo lo castigaban tanto como los del alma. Los seis años transcurridos desde la Revolución de Mayo en vez de la esperanzadora llama de libertad, solo trajeron discordia y desunión. Había perdido buena parte de sus esperanzas en el futuro de la patria cuando, una vez más, el destino le reservaba una sorpresa: Juan Martín de Pueyrredón, quien se hallaba en Tucumán como delegado de San Luis en el Congreso,
le ofreció hacerse cargo nuevamente del Ejército del Norte, sin brújula y al mando de José Rondeau, a quien ya nadie obedecía. Las diferencias del pasado entre Pueyrredón y Belgrano parecían haber quedado atrás, aunque también pesó el juicio de otros compañeros de armas, para quienes Belgrano gozaba de los mejores antecedentes para la designación. Entre ellos, y en primer lugar, José de San Martín, pero hubo otros. El diputado José Darragueira en una carta a Tomás Guido señalaba que “de todas partes, aún del mismo ejército lo aclaman por general, como el único capaz de establecer el orden y la disciplina militar enteramente perdida”. Belgrano agradeció la oferta, con gallardía y una increíble humildad no acepta el honor, pero se somete al cumplimiento del mandato en los siguientes términos: Mi conato ha sido siempre por la causa sagrada de la Patria; pero no me asisten los conocimientos ni virtudes, para salvarla de los conflictos en que se halla; y vuestra excelencia, al fijar la vista en mí para tan ardua empresa, me ha honrado cual no merezco […]. Sin embargo, cumpliré la orden de vuestra excelencia que he recibido este día de marchar inmediatamente a Tucumán a cuyo efecto he pedido los auxilios que he creído conveniente, no para hacerme cargo del ejército del Perú, sino para dar una prueba de mi obediencia, ya pública… El 11 de junio Manuel Belgrano se puso en marcha nuevamente hacia Tucumán, donde se lo recordaba con admiración y respeto. Apenas llegó, Pueyrredón comunicó al Congreso la importancia de su figura por “los altos conocimientos que naturalmente deben haberle proporcionado las interesantes comisiones que acababa de desempeñar”. El 6 de julio Belgrano cruzó el salón de la casa que Pedro de Zavalía había recibido como dote de casamiento y que funcionaba como sede del Congreso. La sesión, que se suponía secreta, contó con su exposición acerca de “el estado actual de Europa, ideas que reinaban en ella, concepto que ante las naciones de aquella parte del globo se había formado de la revolución de las Provincias Unidas, y esperanzas que estas podían tener de su protección”. Belgrano dio, con tono seguro y persuasivo, una verdadera lección de geopolítica, deteniéndose con ejemplos claros en las mutaciones sufridas por las formas de gobierno en Europa −insistió en la necesidad de una “monarquía temperada” para estas provincias−, agregando el dato inédito de que la Corona debería recaer sobre un sucesor de los incas, “por la justicia que suponía la restitución de esta casa” y porque además lograría el entusiasmo y la aprobación general de los pueblos del interior. También se refirió a la necesidad de “robustecer nuestros ejércitos”, por la constante amenaza española y la escasa probabilidad de auxilio de los británicos; y evocó los motivos de las diferencias
Artigas en la puerta de la Ciudadela, óleo sobre lienzo de Juan Manuel Blanes (1884).
Tucumán, su lugar en el mundo 127
entre España y Portugal sosteniendo que el rey Juan VI, coronado en marzo, era un hombre “sumamente pacífico y enemigo de conquistas” y que no suponía un riesgo para el Río de la Plata. En carta a Rivadavia, dio cuenta del tono y contenido de su exposición: Yo hablé, me exalté, lloré e hice llorar a todos al considerar la situación infeliz del país. Les hablé de monarquía constitucional, con la representación soberana de los incas: todos adoptaron la idea.
El Congreso de Tucumán o 9 de Julio de 1816, acuarela de Antonio González Moreno, detalle (1941) (arriba). Túpac Amaru II, el “rey de chocolate”, según calificó Anchorena al monarca inca propuesto por Belgrano. Grabado en billete de 500 soles.
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Belgrano fue algo optimista en su interpretación: no todos, como se acabaría comprobando. Alguno incluso, como Tomás de Anchorena, manifestó que los diputados se sintieron particularmente sorprendidos con la idea, aunque era cierto que “los cuicos” (así se denominaba de modo despectivo a los habitantes del Altiplano) la acogieron con cierta satisfacción. La idea, en realidad, apuntaba a un fin estratégico: lograr la identificación de los pueblos nativos del Alto Perú para promover una rebelión contra los realistas. Cuando Anchorena lo amonestó en privado “por una ocurrencia tan exótica”, fue el propio general quien le reveló su intención. El 9 de julio fue un día claro y hermoso. Hubo una multitud en la calle en la que se confundían la plebe con la aristocracia local, de acuerdo con un manuscrito conservado por la familia Aráoz, que llenaba asimismo las galerías y el salón de la casa de Zavalía. Cuando el
diputado por Jujuy, doctor Joaquín Sánchez de Bustamante, pidió que se leyera el “proyecto de deliberación sobre libertad e independencia del país”, nadie se opuso. A la pregunta acerca de si se deseaba que “las Provincias de la Unión fuesen una nación libre e independiente de España”, los congresales respondieron a una sola voz: “Sí, queremos”. La votación individual, que fue registrada por el presidente, doctor Francisco Narciso Laprida, y los secretarios Medrano y Paso, resultó unánime. Manuel Belgrano añadió un aporte significativo: el Acta debía ser traducida al quichua y al aymara. Al día siguiente, a las nueve de la mañana, los congresales se dirigieron, con el director supremo Pueyrredón a la cabeza, al templo de San Francisco. El pueblo se había reunido en la plaza, hubo salvas y música, en tanto se aguardaba para la última hora en casa del gobernador un baile con el que, además de la Independencia, se celebraría el ascenso de Pueyrredón al grado de brigadier general y el nombramiento de Belgrano como jefe del Ejército. Los testimonios hablan de una fiesta inolvidable en la provincia, que Paul Groussac evoca “con un tumulto y revoltijo rumores y luces y jirones de frases que se oían sobre una pequeña orquesta con dos músicos que tocaban un fortepiano y un violín”. Esa noche se eligió entre las bellas jóvenes presentes una reina de la fiesta: Lucía Aráoz, quien tenía en ese momento 11 años y a la que llamaron desde entonces “la rubia de la Patria”. Se bailó minué, pero también zamba. El general Belgrano, quien tenía fama de ser un experto bailarín, se destacó entre los presentes.
Acta de Independencia de las Provincias Unidas de Sud América (arriba). Baile de minué en sarao, 1812, ilustración de la revista La Mujer (1900).
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Güemes, el aliado imprevisto
Estampilla: Restauración de la Casa Histórica de Tucumán, 24 de septiembre de 1943.
Finalmente se concretó el nombramiento de Belgrano en la jefatura del Ejército del Perú y de inmediato se dispuso a remontar el clima de derrota apelando al juramento de la Independencia y al proyecto de monarquía inca que había presentado. Su responsabilidad radicaba en defender la frontera norte del avance del ejército español al mando del general Joaquín de la Pezuela y, al mismo tiempo, facilitar el plan libertador de San Martín. Fue precisamente gracias a San Martín que en sus nuevas funciones Belgrano se encontraría con un aliado impensado: Juan Martín de Güemes. Ya habían coincidido en 1812, cuando Belgrano se hizo cargo del Ejército del Norte por primera vez. Güemes conoció a José de San Martín en Buenos Aires, y volverá al norte acompañándolo cuando este reemplace a Belgrano. A partir de allí se destacará en Salta y Jujuy −y junto a él, su hermana Macacha− en la llamada Guerra Gaucha. “Los gauchos de Salta, solos −escribió San Martín−, están haciendo al enemigo una guerra de recursos tan terrible que lo han obligado a desprenderse de una división con el solo objeto de extraer mulas y ganado”. El propio Güemes, en posterior carta a Belgrano, caracteriza a sus “infernales” diciendo: “Mis guerrillas y avanzadas les siguen, persiguen y hostilizan con bizarría y les aumenta el terror y espanto con que vergonzosamente huyen”. Esta particular alianza dio lugar a una amistad sincera y profunda, como lo testimonia la incesante correspondencia que sostuvieron entre 1814 y 1819. Como gobernador intendente de Salta, el día 6 de agosto, Güemes, llamado “el padre de los pobres” por la fidelidad con que los gauchos lo seguían, jura la Independencia de las Provincias Unidas de Sud América junto a autoridades y principales vecinos de la ciudad de Jujuy reunidos en Cabildo Abierto –las actuales provincias eran entonces una sola jurisdicción−. Luego hace una proclama a sus compañeros de armas, comunicándoles la Declaración de la Independencia por parte del Congreso de Tucumán y exhortándolos a continuar combatiendo, asegurando que muy pronto sería restablecida la monarquía inca y coronado un legítimo sucesor de esa dinastía. En diversas misivas Belgrano no hace más que mostrarle su sincero y total apoyo: Ninguno me ha hablado en contra de Ud. y aun cuando me hablaran jamás doy crédito a dichos, pues sé cuántos progresos ha hecho la chismografía entre nosotros; y que hay hombres destinados a la desunión, valiéndose de esa inicua arma.
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El vínculo se acentúa, así lo demuestran los encabezados (“Mi compañero y amigo querido”, lo llama) o su tono afectuoso y paternal al enterarse de que “Carmencita”, mujer de Güemes, está a punto de dar a luz. También, la preocupación constante que ambos expresan por la delicada salud del otro, instándose al cuidado de los respectivos cuerpos, Belgrano poniendo a disposición de Güemes su médico personal, el doctor Joseph Redhead, e incluso sugiriéndose remedios, como cuando a causa de unos dolores estomacales le escribe al caudillo el 10 de octubre de 1817: Por aquello de poeta, médico y loco, todos tenemos un poco, vaya mi receta para el cólico bilioso: lo padecí un verano entero desde las 10 de la mañana hasta las 5 de la tarde y no tomaba más alimentos que agua de agraz [racimos de uva sin madurar, muy ácidas, se creían con propiedades antioxidantes] helada y helados de agraz. Felizmente no necesitará de tanto pues ya se ha aliviado; pero a precaución, un vasito de helado de ese ácido o de naranja o limón, todas las noches, después de hecha la cocción y verá Ud. qué tono toma su estómago y cómo se robustece.
Martín Miguel de Güemes, carbonilla de Eduardo Schiaffino (1902). Retrato del general Belgrano ofrendando su bastón de mando a la Virgen de la Merced a raíz de la victoria del 24 de septiembre de 1812, óleo sobre tela de Tomás del Villar (1947).
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Muerte del general Martín Miguel de Güemes, óleo sobre tela de Aristene Papi.
Cuando el general Belgrano entró en Tucumán
¡M
ire que daba temor
Pero, ¡ah contar de miserias!
tantísima pesería!
de la mesma formación
¡Yo no sé en qué se gastó!
sacaban la soldadesca
Cuando el general Belgrano
delgada que era un dolor,
(Que esté gozando de Dios)
con la ropa hecha miñangos
entró en Tucumán, mi hermano
y el que comía mejor
por fortuna lo topó,
era algún trigo cocido
y hasta entregar el rosquete
que por fortuna encontró.
ya no lo desamparó. Bartolomé Hidalgo Diálogo patriótico interesante entre Jacinto Chano, capataz de una estancia en las Islas del Tordillo, y el gaucho de la Guardia del Monte, 1821
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Bandera de las Tres Virtudes, obra de Juan Vallejo (2006), de la serie “Estudios a propósito de nuestra bandera”. Trozos geométricos de cuero pintados de celeste y blanco suspendidos con hilos le dan cuerpo. Presenta un sol de metal fundido en su centro, símbolo de vida y poder, está atravesada por tres flechas de metal y mica en dirección ascendente, las cuales representan las virtudes teologales enlazadas con las de la República: la Fe se transforma en Libertad, la Esperanza en Igualdad y la Caridad en Fraternidad.
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La casa belgraniana
Semilla del pacará, también llamado timbó, árbol de generosa sombra.
Réplica de la imprenta móvil que perteneció a Belgrano, una Howard & Jones de fines del siglo XVIII, y recreación de su habitación, ambas en su casa-museo de Tucumán.
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El fuerte vínculo que unía a Belgrano con Tucumán lo llevó a buscar un terreno donde levantar una casa. En reconocimiento a sus esfuerzos por la provincia, este fue cedido por el gobierno local y la construcción estuvo a cargo de sus propios soldados, quienes trabajaron en ella como demostración de afecto al superior. La casa era modesta, de adobe blanqueado a la cal y con techo de paja, de ventanas pequeñas, pisos de ladrillones. Su interior también era austero: una cocina equipada donde Belgrano disfrutaría de los mates de leche que aliviaban sus molestias, las carbonadas que tanto le gustaban (al igual que las perdices y el oporto, así como las frutillas que Güemes le traía de Chile), y dos habitaciones con apenas un catre de tiento, un baúl chico, una mesa y dos sillas. Un delgado colchón que el prócer se encargaba de doblar en dos cada mañana era el refugio de sus sueños. Una amplia galería junto a un pacará, que florecía amarillo en primavera, el infaltable aljibe en el espacio que daba a la huerta, y la caballeriza, completaban la obra. Acerca de la huerta, en verdad, a la que Belgrano llamaba “horti-jardín”, en una carta a Tomás Guido dirá que, comenzada como un entretenimiento “para pasar mis ratos”, poco después reconocerá que “ha entrado con furor, y confieso a V. que me ocupa más de lo necesario”. En esta casa Belgrano solía reunirse con miembros de su oficialidad. Acostumbraba a vestir una chupa verde −parte del vestido que cubría el tronco del cuerpo y que los militares ponían debajo de la casaca− que fue objeto de burla de los soldados que lo apodaron “cotorrita” (por el color de la vestimenta y su andar ligero).
Para retribuirles la humorada, el general Belgrano −cuando envía a Lamadrid, en 1817, al Alto Perú en lo que sería la cuarta expedición al norte, poco conocida−, viste a la tropa con ponchos verdes. Juan Bautista Alberdi, quien conoció la casa siendo un niño, la recuerda de esta manera:
Recreación de la modesta casa en la que vivió Manuel Belgrano (exterior).
Ya el pasto ha cubierto el lugar donde fue la casa del general Belgrano, y si no fuera por ciertas eminencias que forman los cimientos de las paredes derribadas, no se sabría el lugar preciso donde existió. Inmediato a este sitio está el campo llamado de Honor, porque en él se obtuvo, en 1812, la victoria que cimentó la independencia de la República. Este campo es una de las preciosidades que encierra Tucumán. A dos cuadras de la antigua casa del General Belgrano, está la Ciudadela. Hoy no se oyen músicas ni se ven soldados. Los cuarteles derribados son rodeados de una eterna y triste soledad. Únicamente un viejo soldado de Belgrano no ha podido abandonar las ilustres ruinas y ha levantado un rancho que habita solitario con su familia en medio de los recuerdos y de los monumentos de sus antiguas glorias y alegrías. Por nosotros el virtuoso general Belgrano se arrojó en los brazos de la mendicidad desprendiéndose de toda su fortuna que consagró a la educación de la juventud, porque sabía que por ella propiamente debía dar principio la verdadera revolución.
En donde estuvo el solar, hoy se levanta una réplica de la “casa belgraniana”, como testimonio viviente de una virtud templada y categórica.
Tucumán, su lugar en el mundo 135
Escultura diseñada por Oscar Mosquera y Eugenio Saux, y construida por trabajadores de astillero estatal, en chapa naval. Inaugurada el 27 febrero 2020, Rosario, provincia de Santa Fe.
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El viaje final Pienso en la eternidad adonde voy y en la tierra querida que dejo; espero que los buenos ciudadanos trabajarán para remediar sus desgracias. M. B. Postreras palabras, según testimonio del doctor Manuel de Castro
T
ranscurrido ya el tiempo de las efusiones y los entusiasmos provocados por la ansiada Independencia, la rueda vuelve a girar y el casillero de la fortuna se detiene sobre nuevos problemas, desafíos, responsabilidades. El 7 de agosto de 1816 en Trancas, Manuel Belgrano vuelve a hacerse cargo del Ejército del Norte. Lo llevó hasta la ciudadela construida por San Martín en San Miguel de Tucumán y allí inició la obra de reconstrucción, moral y material, para poder lograr el instrumento eficaz en la operación combinada sobre Lima planeada por el general San Martín. Empezó por organizar una compañía de guías, con lo que se armó de una verdadera carta topográfica. Enseguida creó un cuerpo de cazadores de infantería, el primero que se haya formado en el Río de la Plata, dando por razón “que a su entender era la única tropa para aquellos países, todos de emboscada”. Para suplir la falta de armamento, dotó a sus hombres de lanzas, cuyo uso sorprendería al enemigo. Con esta idea, decía, he dado a los Dragones, que no tienen armas de fuego, lanza, y mi escolta es de las que llevan esta arma, para quitarles la aprensión que tienen contra ella y se aficionen a su uso viendo en mí esta predilección. En cuanto a la administración, reorganizó el parque y la maestranza, mejoró el hospital, creó las oficinas de provisión, reglamentó su contabilidad, constituyó un tribunal militar y la planta de un cuerpo de ingenieros, ramos mal atendidos o totalmente
El viaje final 137
descuidados hasta entonces. Las milicias debieron trabajar en la construcción de cuarteles y además “mandó que cada uno de los escuadrones y cuerpos de aquellas sembrase una cantidad de maíz, zapallos y sandías para el ejército y distribuyó además una especie de ganado mensual”. Pronto restituyó la disciplina con mano firme, en algunos casos llegando a una dureza extrema. Tomás de Iriarte, quien peleó contra Napoleón antes de volver a América y sumarse a las fuerzas patriotas, se sorprendió de esta severidad, pero encontró una explicación de boca del propio general: Lo único que yo no podía aprobar de los actos del general Belgrano era el rigor con el que trataba a los jefes y oficiales […].
Billete argentino de diez pesos, en circulación desde 2016. Con la inscripción: “Manuel Belgrano. Buenos Aires, 1770 – 1820. Nadie es más acreedor al título de ciudadano que el que sacrifica sus comodidades y expone su vida en defensa de la patria”.
Chaleco de Manuel Belgrano (detalle), confeccionado en raso de seda color verde con bordados en hilos de seda, según la moda: punto nudo francés, punto hoja y punto tallo.
Belgrano se apercibió sin duda del mal efecto que produjo en mi ánimo, y un día me dijo:
Amigo Iriarte, yo conozco bien a nuestros paisanos, créame usted, pero sin este rigor que mi corazón y mis principios repugnan, no se podrían hacer buenos soldados de los americanos; es preciso que pase todavía mucho tiempo para que el punto de honor sea el móvil de sus acciones. Por otra parte, a nadie escapaba el grado de entrega y sacrificio absoluto que el propio Belgrano mostraba como ejemplo en sus hábitos y actitudes. José Celedonio Balbín, comerciante tucumano y amigo, quien lo conoció bien, dejó testimonio de ello: Era tal la abnegación con que este hombre extraordinario se entregó a la libertad de su patria, que no tenía un momento de reposo. Nunca buscaba su comodidad; con el mismo placer se acostaba en el suelo que en la mullida cama […]. Se hallaba siempre en la mayor escasez, así que muchas veces me mandó a pedir cien o doscientos pesos para comer. Lo he visto tres o cuatro veces, en diferentes épocas, con las botas remendadas, y no se parecía en esto a ningún elegante de París y Londres.
En el terreno militar, Belgrano debió actuar con decisión en varios frentes. Primero para detener una revuelta contra el gobernador de Córdoba, José Javier Díaz, encabezada por su yerno, un oficial partidario de Artigas. El general propuso entonces marchar con todo el ejército, reforzado con las milicias de Santiago del Estero y 400 hombres apostados en La Rioja. Pensaba conseguir también la adhesión del Ejército de los Andes. Estaba convencido de que con pocas fuerzas no se conseguiría dominar a los insurgentes. Pero la anarquía se extendía. El 10 de diciembre de 1816 Belgrano envió al general Gregorio Aráoz de Lamadrid con tropas del Ejército del Norte para sofocar el movimiento autonomista en Santiago del Estero a cargo del teniente coronel Juan Francisco
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Borges, con el concurso de los capitanes Lorenzo Lugones y Lorenzo Goncebat, todos miembros del Ejército del Norte. Belgrano fue encargado de reprimir la insurrección, lo que terminó con el fusilamiento de Borges, y mereció críticas del propio general Paz. No obstante, amnistió a los otros sublevados. El 18 de marzo de 1817 partieron de San Miguel de Tucumán los 400 soldados que Belgrano encomendó al general Aráoz de Lamadrid para avanzar hasta Oruro. Logró liberar Tarija, pero luego fue derrotado en Chuquisaca y Sopachuy (120 kilómetros al sur), viéndose obligado a retornar a Salta. De los numerosos brotes en la lucha de las provincias integrantes de la Liga Federal, hubo ocasiones en las cuales el propio Belgrano tuvo que dejar el frente externo para “bajar” al Litoral. En 1818, en el marco de este conflicto interminable, complicado por la invasión portuguesa a la Banda Oriental con la connivencia del Directorio. Ahora era Estanislao López quien gobernaba la provincia y conducía las tropas. Belgrano arribó muy disminuido en su salud, con dolores en el pecho, el muslo y la pierna derecha, lo que le dificultaba cabalgar. Por otra parte, escaseces de todo tipo amenazaban seriamente a su tropa. Escribió al doctor Manuel Antonio de Castro, gobernador de Córdoba:
Detalle de empuñadura de un sable que perteneció a Manuel Belgrano.
Ya empieza a resentirse la falta de carne y sal. No hay dinero ni yerba ni una sola cosa con que aliviar las privaciones. A pesar de que el doctor Castro le ofrece alojarlo en su casa de Córdoba, Belgrano decide permanecer en la actual localidad de Pilar, a pocos kilómetros, junto a sus soldados. Con su salud seriamente resquebrajada, renuncia como general del Ejército. El 11 de septiembre las autoridades del gobierno central aceptaron su renuncia, no así su tropa, que asume la noticia con abierta tristeza: a fin de cuentas, ese curioso personaje para el ámbito militar se había
Capilla y oratorio de Nuestra Señora del Pilar, al sur de la ciudad de Córdoba. En sus cercanías, Belgrano instaló su ejército.
El viaje final 139
hecho merecedor de la admiración y respeto de sus subordinados. Hay lágrimas en los rostros cansados y curtidos de esos hombres. Las guerras civiles y cuartelazos en las provincias agotarán la capacidad de acción del Ejército del Norte que, no mucho después, se disolverá definitivamente.
“La naturaleza nos anuncia una mujer…”
Antiguo camafeo italiano engarzado en plata y filigrana.
Las damas patricias de Potosí ofrendan una tarja de plata a Belgrano, óleo sobre tela de Rafael del Villar (s/f).
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Por la mente de Belgrano, fluyen imágenes del pasado y algunas pocas opciones. Cuando, al cabo de tres meses por el Camino Real llega un chasqui con noticias del nacimiento en Tucumán de su hija Manuela Mónica, ya no quedan dudas: a pesar de la fragilidad y la fiebre, arropado en un viejo poncho, deja su humilde rancho y vuelve a partir hacia su querida provincia para conocer a la pequeña, a quien reconocerá propia. En la dureza de ese viaje, los últimos latigazos del invierno serán entibiados por el recuerdo de las mujeres que lo acompañaron. A fin de cuentas, en ellas, “el bello sexo”, como gustaba llamarlo Belgrano, descansaba un futuro promisorio para la Patria. Con seguridad, pensaba en su madre, la gran mentora: María Josefa. Llegó a hacerse cargo de las 33 personas que integraban su casa (entre hijos, nietos y servidores domésticos), y asumir la defensa de su marido cuando este cayó en desgracia. Así, humillada y decidida, le escribía al rey Carlos IV, el 18 de marzo de 1789:
Yo me veo precisada a abandonar el mujeril pudor para suplicar a unos y otros lo necesario para substanciar mi familia, experimentando de los más la repulsa por creer imposible la satisfacción por el aparato melancólico que observan en estos asuntos. […] Contemple V.M. cual fluctúa mi corazón entre tantos conflictos, y de verdad que ellos serían menos si la causa rolase por aquellos términos que dicta la Justicia…
Manuel, encabezaba su correspondencia a ella: “Mi venerada Madre y Señora”; en tanto que se despedía “Siempre apasionado y obediente hijo”. El reflejo de este modelo, muy probablemente, haya buscado Belgrano en otras mujeres, y de uno u otro modo bregó por enaltecer su rol. Tal vez por ese reconocimiento fue que las damas potosinas le obsequiaron la Tarja de Potosí, una extraordinaria joya de plata y oro macizo extraído del Cerro Rico y dedicada al “Protector del Continente Americano” (que luego donaría al Cabildo de Buenos Aires). Incluso, en el campo de batalla les reservó un papel significativo. Belgrano conoció de cerca la capacidad heroica de las mujeres que, a partir de 1810, se implicaron, tomaron partido, enlazaron sus destinos a la causa revolucionaria. Igualdad, libertad, soberanía, también patria y pueblo, fueron conceptos a los que dieron sentidos específicos. “Abrieron la casa” para la causa como, es sabido, lo hizo Mariquita Sánchez de Thompson, en cuyo salón se cantó por primera vez el himno patriótico (luego Himno Nacional Argentino); y dejó testimonio de que tuvo “la comisión de hacer las escarapelas azul y blanco, que debían reemplazar en Buenos Aires y en el Ejército del general Belgrano en el Perú, y el del general Artigas en la Banda Oriental. Todas fueron
Retrato de María Sánchez de Mendeville, óleo sobre lienzo de Mauricio Rugendas (1845) (detalle).
Mariquita: “así escribo”
Y
o soy en política como en religión muy tolerante. Lo que exijo
es buena fe. Esto de tolerancia no se
E
mpezamos, mi amigo, un camino de peligros, de espinas y mucho
me temo que sea regado de sangre.
entiende aquí… se sonrojará usted al
¡Ah, mi amigo, qué infelicidad, qué
leer el lenguaje con el que se insultan
triste estoy, y cómo me acuerdo de
los adversarios… Se llama progreso
aquellos tiempos!… Esta va al correo, y
el desunir los espíritus y los pueblos.
así escribo como si fuera a La Gazeta…
Se atizan los odios de partido y se
Es para mí objeto de envidia plantar un
cierra la puerta a toda conciliación…
árbol sin temor a que lo arranquen.
Carta a su hijo Juan Thompson
Carta a Juan B. Alberdi
19 de marzo de 1840
15 de noviembre de 1852
El viaje final 141
Retrato de María Remedios del Valle.
Las Niñas de Ayohuma, ilustración de la revista Billiken, 1955 .
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hechas por la mano que escribe estos renglones” cuando era urgente mostrar la identidad de la nueva patria mediante símbolos sencillos. Las mujeres actuaron como espías, participaron en la organización de redes de información, en acciones de protesta y de propagación de las ideas patriotas; cocinaron, dieron de comer, asistieron a los heridos, y cuidaron campos, huertos, ganado. En un tiempo en el que no gobernaban ni podían ejercer la justicia (ni participar en Cabildos abiertos) ellas luchaban por la legitimidad social que tardó en concretarse más allá del ámbito hogareño. Como la propia doña Josefa, demostraron una enorme capacidad para regir la economía doméstica mientras los hombres se ocupaban de asuntos de guerra o se ausentaban por otros motivos. Belgrano supo descubrir una posibilidad de transformación profunda si se atendía a una educación más igualitaria. También se las conoció heroicas. Desde las invasiones inglesas las mujeres participaron de la defensa de la patria, baste recordar a Manuela Pedraza o Martina Céspedes. Se calcula que fueron 120 en las tropas durante la batalla de Tucumán. Hubo guerreras anónimas que acompañaron a sus parejas, e incluso pelearon en las batallas, como las “Heroínas de Coronilla” o las “Niñas de Ayohuma”. Fue precisamente Belgrano quien, en un acto inédito hasta entonces, concedió el grado a tres de ellas: la primera es la célebre “flor del Alto Perú”, Juana Azurduy, quien luchó junto a su marido Manuel Padilla y sufrió la pérdida de cuatro hijos en las guerras independentistas. Juana obtuvo el grado de general en reconocimiento a su valor. Otra de sus “capitanas” fue María
Juana Azurduy de Padilla, óleo sobre lienzo de Tomás Apaza Ibarra (2009).
El viaje final 143
Salón toillete en residencia privada, 1820. Ilustración de la revista La Mujer, 1900.
Remedios del Valle, que rompió con un doble tabú: mujer y negra. Además de pelear en el campo de batalla, tuvo que hacerlo con el dolor de perder a su marido y a dos de sus hijos entre 1812 y 1814. Gregorio Aráoz de Lamadrid la bautizó con un título simbólico pero mayor: “Madre de la Patria”. En honor a Remedios del Valle, en 2013 se declaró el 8 de noviembre como “Día Nacional de los Afroargentinos y de la Cultura Afro”. La tercera heroína a quien homenajeó Belgrano fue Martina Silva de Gurruchaga, cuyas donaciones resultaron decisivas en la victoria de la batalla de Salta. En el ámbito íntimo, el derrotero de Belgrano resulta más sinuoso. Aun cuando celebrara la vida familiar, como escribió el joven Manuel a su padre en 1790: Me han servido de gran placer las noticias de bodas y partos de mis hermanas, a quienes, como a sus parientes y mis hermanos, deseo felicidades, y que propaguen el nombre de Belgrano, bien que, desde los romanos, como usted no ignora, se acaba la familia en la mujer.
Retrato de María Josefa Ezcurra, joven.
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Sin embargo, nunca pudo establecer su propia familia. Hubo algunos intentos más o menos serios, como el de María Josefa “Pepa” Ezcurra y Arguibel, hermana de María Encarnación –quien se casaría con Juan Manuel de Rosas–. La había conocido en 1800, poco tiempo después de volver de España, recibido de abogado. Él tenía 30 años; ella, 15. Empezaron a estar juntos dos años después. Pero el padre de la joven la casó con su primo, el realista Juan Esteban Ezcurra, quien en 1810 volvió a España. Entonces la pareja reanudó su relación clandestinamente y María Josefa lo siguió cuando se hizo cargo del Ejército del Norte, un par de años después. Al enterarse de que estaba embarazada, Pepa viajó a Santa Fe; dio a luz a su hijo Pedro Pablo,
quien fue bautizado en la catedral y anotado como huérfano. Belgrano no lo reconoció, fue adoptado por Encarnación y Rosas, por entonces próspero estanciero; la madre biológica lo vio crecer como tía. Una compleja trama siguió. El hijo recién a los 24 años supo la verdad y pudo retomar el vínculo con su hermana Mónica, con quien llegó a convivir. Durante su estadía en Londres, se sabe, entabló una relación sentimental con la francesa Isabelle Pichegru, quien detentaba el apellido y se hacía pasar por pariente de Jean-Charles Pichegru, legendario general de la Revolución. El tiempo demostró que se trataba de una advenediza y que nada tenía que ver con tal apellido. La historia y las leyendas cuentan que vivieron un amor breve y apasionado, aunque no exclusivo. Acaso el más significativo haya sido el último vínculo con la tucumana María Dolores Helguero Liendo. En el baile en el que se celebraba la Declaración de la Independencia, Belgrano quedó prendado de la joven y ella de él, a pesar de la diferencia de edad: él tenía 46 años y ella, 18. Pero Manuel y Dolores nunca contrajeron matrimonio Victoriano Helguero, padre de la joven, de una familia del patriciado tucumano, la casó con el catamarqueño Manuel Eugenio Rivas de Lara, su primo hermano. El 4 de mayo de 1819 nació Manuela Mónica del Corazón de Jesús. Y cuando en septiembre u octubre Belgrano retorna a Tucumán para conocerla, se encuentra con la triste noticia de que Dolores está casada, y que su niña, ha sido inscripta como Rivas, en contra de la voluntad de la propia madre. Rivas estaba en Bolivia y Dolores jamás firmó con su apellido de casada. Manuel consagrará a Manuela Mónica, a quien llamaba “mi palomita”, como su única heredera y a la edad de cinco años, la niña es confiada por su madre a la familia del patriota. Será criada por sus tías Juana Belgrano de Chas y Flora Ramos (esposa de su hermano Miguel), y por su tío Joaquín. Rivadavia afirmaba que Manuelita tenía un gran parecido con su padre y, según se cuenta, cuando iba de visita a la casa de los Belgrano hacía que se parase al lado del cuadro en el que Carbonnier lo había pintado de cuerpo entero para destacar la semejanza. La niña, dotada de particular inteligencia y belleza, ya joven, dominaba varios idiomas y fue cortejada por Juan Bautista Alberdi, aunque en 1850 contrajo matrimonio con su primo hermano Manuel Vega Belgrano, amigo de su medio hermano Pedro Rosas y Belgrano. Lo cierto es que el “bello sexo” fue, para Manuel, más allá de sus desencuentros amorosos (en una carta a Güemes le confiesa “amar demasiado la sinceridad” y solo haber mentido a las mujeres a quienes no entregó su corazón), fuego esencial que iluminó gran parte de su camino.
Retrato de Manuela Mónica Belgrano, hija de Manuel y Dolores Helguero, témpera de Arístides Rechain (1958).
Aljibe de la casa familiar de Manuel Belgrano, ilustración de Vicente Nadal Mora, publicada en el libro La arquitectura tradicional de Buenos Aires 1536-1870 (1942).
El viaje final 145
Las últimas horas
Reloj de oro y esmalte recibido por Belgrano del rey Jorge IV de Inglaterra. En su lecho de muerte se lo obsequió a su médico en pago de sus servicios. Fue robado del Museo Hisórico Nacional en el año 2007.
El general Belgrano muere pobre rodeado de religiosos dominicos y el doctor Redhead en 1820, óleo sobre tela de Tomás del Villar (1947).
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El esfuerzo de ir a conocer a su hija trajo penurias inesperadas. A poco de llegar a Tucumán, estalló una revuelta que derrocó al gobernador y que terminó con Belgrano en prisión. El capitán Abraham González pretendió, incluso, colocarle grilletes en los pies hinchados, y solo la enérgica acción de su médico, el doctor Redhead −el escocés recibido en Edimburgo que residía en Salta y que había sido enviado por Güemes para cuidar a Belgrano− lo impidió. La afrenta, no obstante, ya estaba consumada. La llegada al poder de la provincia de su viejo conocido Bernabé Aráoz le devolvió la libertad; Belgrano permaneció tres meses más en su modesta casa, sin más visitas que las de Redhead y su amigo Balbín. En febrero, emprendió lo que sería su último viaje. A pesar del enorme afecto que Belgrano tenía por Tucumán, comprendió que no le quedaba alternativa más que volver a Buenos Aires, ya para recuperar la salud o bien para morir en la misma casa en que fue dado a luz. Para poder viajar pidió al gobierno los sueldos atrasados, que sumaban más de 15.000 pesos, a lo que debía sumarse otros 40.000, prometidos como premio por su victoria en Tucumán. En realidad, le debían mucho más, pero la respuesta que obtuvo era la usual: las arcas del Estado estaban vacías. Entonces, su amigo de siempre, Celedonio Balbín, facilitó 2.000 pesos para su traslado. A Buenos Aires viajó el general con su fiel médico, Redhead. Lo acompañaba, además, su confesor, el padre Villegas, y sus ayudantes de campo: Jerónimo Helguera y
Emilio Salvigny. Al arribar a las postas, después de un día de trajinar, los edecanes lo llevaban a la cama y así quedaba hasta el día siguiente, imposibilitado de moverse. Cuando ya le era imposible andar a caballo, fue trasladado en carreta. Carlos del Signo, un comerciante cordobés, uno de sus más cercanos amigos, prestó el dinero necesario para aminorar sus pesares. Llegado a destino, Belgrano habitó su casa, la de sus mayores. Allí arregló sus asuntos terrenales, testando a favor de su hermano, el 25 de mayo de 1820. La fecha no era casual: exactamente diez años atrás se había entregado al sueño de la revolución, ahora tan lejano. Le llegaba el bullicio lejano de la calle, que invocaba el caos que se aproximaba apenas semanas después: el gobierno de Buenos Aires cambiaría tres veces de mano en un solo día: Ildefonso Ramos Mejía, el Cabildo y el general Miguel Estanislao Soler. En privado dio instrucciones para que su hija recibiese una esmerada educación al cuidado de sus hermanos. De esta forma guardó un caballeroso silencio sobre sus relaciones con Dolores Helguero. No hace mención de su otro hijo, el que sería con los años el coronel Pedro Rosas y Belgrano. Quizás Belgrano, sabiendo que la familia Ezcurra Rosas podía proveer los medios para criarlo –como efectivamente hizo– no deseaba comprometer el nombre de la madre. Tampoco olvidó al doctor Redhead, que tan fervorosamente lo había ayudado. A él le dejó su reloj, el mismo que le había regalado Jorge IV de Inglaterra, como única prenda de valor para poder abonar sus honorarios. Sí, el hijo de la que había sido una de las familias más prósperas de la ciudad, moría en la absoluta pobreza por haberse entregado a la causa de la patria.
Mausoleo de Manuel Belgrano en el atrio del Convento de Santo Domingo, ciudad de Buenos Aires.
Medalla de cobre que se acuñó en ocasión de la inauguración de su mausoleo, 20 de junio de 1903.
El viaje final 147
Enseña patria, acrílico sobre tela de Diana Dowek (2002).
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La enfermedad progresaba inflexible y Belgrano se preparó para morir como buen cristiano. A diario compartía charlas con sus amigos dominicos, donde seguro debatían sobre las ideas milenaristas del jesuita Lacunza, cuyo libro Belgrano había hecho imprimir en Londres y regalado a su buen camarada Ildefonso Ramos Mejía. Pidió ser enterrado con los hábitos de la Orden Dominica, a la que sus padres tanto habían beneficiado. Existía la creencia de que al amortajado con sotanas usadas por prelados de reconocida santidad se le concedía mayores posibilidades de redención. De acuerdo con su voluntad, fue enterrado en el atrio de Santo Domingo y no dentro del templo, como lo habían sido sus padres. A las siete de la mañana del 20 de junio de 1820, su corazón se detuvo. Estaba rodeado de algunos pocos amigos, como Manuel de Castro y Celedonio Balbín, además de su hermana Juana y el fraile que lo asistió en su última hora, Redhead y otro médico, John Sullivan, que, para alivio de sus pesares, tocaba el clavicordio. Ambos facultativos se ocuparon de la autopsia y de embalsamarlo. En el informe de Sullivan, patólogo, se indica que los síntomas presentados parecen indicar un carcinoma hepatocelular. Otros autores, en cambio, se inclinan por una cardiopatía orgánica total. Ningún medio se hizo eco de su muerte, dados los tiempos tan convulsionados que atravesaba la patria. En su periódico El Despertador Teofilantrópico Místico-Político, el fraile Francisco de Paula Castañeda dio la noticia cinco días después. El 27 de junio, el presbítero Domingo Belgrano, hermano y albacea de Manuel, celebró un funeral en el que solo estuvo presente su familia más cercana (hermanos y sobrinos) y un puñado de amigos. Más de un año se tomaron las autoridades para honrar la memoria del general. Fueron muchos los adjetivos dedicados a su figura y no pocos de ellos aplicados con una ofensiva levedad (“limitado”, “inocente”, “cándido”). O bien se lo reflejó con el único mérito de haber creado la bandera y concebido la “lunática” idea de coronar un rey inca. Y aún sin descartar esas prejuiciosas miradas, Manuel Belgrano fue precisamente un hombre ejemplar por saber hacer de todo ello su mayor virtud: fue un político en el mejor sentido del término, el que miró siempre por los otros antes que en su propio beneficio. Un héroe discreto, sin necesidad de relatos épicos que enmarcaran su natural nobleza, una inteligencia aguda y sutil que solo algunos elegidos supieron descubrir. A falta de otros medios, debió recurrirse al mármol de una cómoda para utilizarlo como losa en su tumba. Recién el 29 de julio de 1821 “estando ya todo pacífico… el ayuntamiento rindió los honores correspondientes a tan ilustre ciudadano”. Las últimas palabras que aseguran dijo fueron “Ay, Patria mía…”. Esa letanía aún retumba.
Manuel Belgrano en 1812. Ramiro Ghigliazza “humaniza” la imagen del prócer, reconstruyendo su rostro en realidad digital tras un exhaustivo trabajo de investigación basado en los testimonios de sus contemporáneos y en la obra de Carbonnier (2020).
El viaje final 149
“Aquí reposan los restos del soldado argentino muerto por la libertad de la patria”, inscripción en la urna. Llama votiva, Monumento a la Bandera, Rosario.
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Su ejemplo como mensaje
N
o obstante la sensación de fracaso que experimentó el prócer al momento de su fallecimiento en el apogeo de la anarquía, el país que amó Belgrano se puso lentamente de pie. En efecto, una vez superada la sucesión de guerras civiles, la República Argentina comenzó a crecer hasta constituirse en una nación moderna. En el período histórico que se conoce como de la Organización Nacional, se pusieron en marcha muchas de sus mejores iniciativas en materia de educación, libertad de prensa, instituciones, modernización de la infraestructura, las industrias y la defensa nacional. Paulatinamente, el creador de la bandera azul y blanca se convirtió él mismo en símbolo del patriotismo y de las virtudes cívicas. Sus condiciones morales, integridad y clara inteligencia le permitieron atravesar incólume períodos extremadamente difíciles de la historia americana, en los que todo estaba por definirse y se ignoraba cuál sería el desenlace de la lucha por la Independencia. La figura de Belgrano prócer ha sido preservada tanto en la historiografía académica como en la literatura y en la memoria popular. Tal vez porque este porteño de clase adinerada, educado en Europa y formado en la cultura moderna logró establecer relaciones de comprensión, respeto y afecto mutuo con las poblaciones del interior del país, incluidas las comunidades indígenas del Altiplano. Constituido en punto de referencia ineludible en lo que respecta al sentimiento de identidad nacional, su presencia es visible en los monumentos, en la nomenclatura del actual territorio argentino, y en la enseñanza escolar donde se forman las primeras imágenes y modelos patrióticos. Belgrano se propuso objetivos elevados y ayudó a concretarlos; en su condición de humanista y de estadista, de civil y militar, y de precursor y artífice de la Independencia, aportó elementos sustanciales a la construcción de la Nación Argentina. Este “héroe modesto”, así lo calificó el presidente Domingo Faustino Sarmiento al rendirle homenaje, es hoy indiscutido “Padre de la Patria”. Su memoria contribuye a unirnos ante los desafíos del futuro por encima de las diferencias. Su ejemplo constituye todo un mensaje para los argentinos de hoy: nos invita al ejercicio de la ciudadanía en la plenitud de los derechos y deberes, a incorporarnos a la sociedad del conocimiento, y a comprender que el bien público es posible cuando coinciden la ética y la política.
M. S. Q.
Epílogo 151
1806 Se niega a jurar al monarca inglés. Se incorpora al Regimiento de Patricios
1789
1784 Ingresa al Real Colegio de San Carlos
1770 Nace en Buenos Aires Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano
Se recibe de bachiller en Leyes y se instala en Madrid. Su padre es acusado de desfalco, va preso y embargan sus bienes
1786
1790
Viaja a España. Se matricula en Leyes en la Universidad de Salamanca
Lee autores de la Ilustración y asiste a tertulias y academias
1793
1807
1799
Se recibe de abogado en la cancillería de Madrid
Apoya la creación de las Escuelas de Náutica y de Dibujo
1794
Participa en las acciones de la defensa de la ciudad
1808 Promueve a la infanta Carlota Joaquina de Portugal en la Corona del Río de la Plata
Es nombrado secretario perpetuo del Consulado
1800
1795 Primera Memoria del Consulado sobre Agricultura, Industria y Comercio y Educación para el Trabajo
Colabora en el Telégrafo Mercantil. Consolida sus ideas reformistas
1809 Conspira contra el virrey Cisneros
1770 1807 1809
1778
Buenos Aires: autorizada a comerciar con puertos españoles
Segunda invasión inglesa al Río de la Plata
1794 Carlos IV establece el Real Consulado de Buenos Aires
1776
1806
Creación del Virreinato del Río de la Plata
Declaración de la independencia de los Estados Unidos de América
1776
Juntas de gobierno en La Paz y Chuquisaca
Primera invasión inglesa al Río de la Plata
Nelson derrota a la flota francoespañola en Trafalgar
La Expedición Malaspina llega al Río de la Plata
1791
1780
1789
Alzamiento de Túpac Amaru en Perú y de los Comuneros de Nueva Granada en rechazo a las reformas borbónicas
Revolución francesa. Toma de la Bastilla y abolición de privilegios feudales
1799
1804 1805
La travesía Napoleón, científica de emperador Alexander de Francia von Humboldt y Aimé Bonpland en América
1808 Fernando VII abdica. José Bonaparte, rey de España. La Corte portuguesa recala en Brasil
1818
1812 En Rosario enarbola la bandera celeste y blanca en la batería Libertad. Como jefe del Ejército del Norte ordena el Éxodo Jujeño. Victoria de Tucumán.
1810 Publica el Correo de Comercio. Deja el Consulado. Vocal de la Primera Junta; y general en jefe de las tropas al Paraguay. La Junta Grande lo destituye
1816
1814
Jefe del Ejército de Observación en el Litoral. Declina el nombramiento de jefe del Ejército del Norte. En el Congreso deTucumán explica la situación internacional; propone una monarquía inca temperada. Hace jurar la Independencia de las Provincias Unidas. Reorganiza el ejército
Transmite el mando del Ejército al coronel José de San Martín. Vuelve a Buenos Aires
1813 1815
Victoria de Salta. Entra en Potosí; derrotado en Vilcapugio y Ayohuma, se retira del Altoperú. En Santa Fe, nace su hijo Pedro Rozas y Belgrano
1811 Derrota en Tacuarí. Es nombrado coronel del Regimiento de Patricios. Motín de las Trenzas
Nace Manuela Mónica, la hija que tuvo con Dolores Helguero.
Viaja a Europa con proyecto de monarquía para el Río de la Plata. Fracasa. Regresa a Buenos Aires
1820 Agravada su salud, regresa a Buenos Aires donde fallece el 20 de junio, casi sin ser advertido
1819
1821
Al frente del Ejército de Observación combate a los caudillos artiguistas. Regresa enfermo a Tucumán
Funeral solemne en el primer aniversario de su fallecimiento
1821 1814
1810
Revolución de Mayo en Buenos Aires. Juntas autónomas de gobierno en Caracas, Buenos Aires, Bogotá, Santiago de Chile y Asunción; insurrección popular en México
Belgrano y Rivadavia viajan en misión diplomática a Europa
1815 Convocatoria al Congreso de Tucumán. Derrota patriota en Sipe-Sipe, pérdida del Alto Perú
1817 San Martín triunfa en Chacabuco. Güemes contiene el avance realista en el norte. Caudillos federales: López en Santa Fe; Ramírez en Entre Ríos
1818
1819
San Martín proclama la Independencia de Chile. Armisticio de San Lorenzo
Bolívar vence a los españoles y entra en Bogotá
1816 Congreso de Tucumán. Declaración de la Independencia de las Provincias Unidas en Sud América Victoria patriota sobre los realistas de Montevideo
1812
1814
Las Cortes de Cádiz aprueban la Constitución política de la monarquía española
Restaurada la monarquía absoluta, España prepara expedición reconquistadora
El ejército español reconquista Venezuela y Nueva Granada. Congreso de Viena
1815
1816
Batalla de Waterloo. Portugal, Brasil y Algarve, regido por un Braganza en el exilio
Se funda la Santa Alianza por iniciativa del zar de Rusia. Invasión portuguesa al Uruguay
1820 Cepeda; firma del Tratado del Pilar. Artigas es derrotado por los portugueses. San Martín: Expedición Libertadora al Perú
Unhappy the land that needs no hero. Unhappy the land that breeds no heroes. Bertolt Brecht, Galileo Galilei
H
is signature is hasty, plain, with insisting, overlapping lines, and no embellishments. An arrow into the future, maybe. The same future for which Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús risked his life. So many names and yet he signs with an initial, its dot and a lowercase “l” followed by its Italian last name “Belgrano” (“good grain”)—did he think of it this way? We know what his thoughts were through letters, documents and his autobiography: only work, thoughtfulness and knowledge would bring bountiful harvests for the new country. Laboratorios Bagó’s proposal for this Belgranian year faced us with a new professional challenge: to come up with an illustrated and fancy book on Belgrano’s life and time using a clear language and truthful data, aimed to rediscover from an emotional perspective the complex biography of the man who created our flag. We committed ourselves to a fruitful discussion. Inspired by the candidness of a superior intelligence and the vision of this great patriot, we explored texts, images, testimonies, and literary fragments, fully determined to amplify the voice of the hero who questions us from the very origins of Argentina. M.l Belgrano. El hombre y su tiempo (M.l Belgrano. The Man and His Time) begins with a text by María Sáenz Quesada, who, from her perspective as a historian, puts together the pieces of a life marked by the drastic changes of his time, describing the value of his legacy in a brief epilogue called “His Example as a Message.” Christian Kupchik offers a broader and more detailed literary account in nine chapters that follow the complex steps and thoughts of the patriot, from the origins of his genius to his final trip. The images have been carefully researched and edited by Silvia Gabarrot; Daniela Coduto and Ari Jenik were in charge of the complex design and the technical production of the book. Irene Domínguez patiently corrected inaccuracies and mistakes. Juan Manuel Duhalde, the chief editor, passionately and rigorously led the team entrusted to “put on paper” this deeply committed work in these virtual times. Belgrano was as much a thinker as an intense fighter and a rebel, but he was always loyal, touchingly loyal to his people’s happiness. We have all wanted to go beyond words to honor him. Gigliola Zecchin (Canela) Buenos Aires, spring of 2020
Manuel Belgrano
By María Sáenz Quesada
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he best throughline to grasp the complexity of the historical process from the latest years of the colonial government to the American Independence is Manuel Belgrano’s biography. The founders of Argentinian historiography so understood, and that intellectual architecture is still valid 200 years after the death of the national hero despite the changes in the ideas and values and the permanent review of the past. The study of the most outstanding events of this life through documents, as is a historian’s activity, explains such validity and justifies that he was called a “Founding Father of the Nation,” though he, with his proverbial modesty, preferred to be called “a good son” of it. His exemplary behavior both at times of victory and defeat made him a symbol of the Argentine nation, as was recalled on
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occasion of the second centenary of his death. His legacy, a life focused on the idea of serving his homeland and lived giving preference to the greater good over individual interests, is extraordinarily contemporary. Belgrano and his memory have been able to endure with dignity through the fluctuations of successive historical revisionisms. However, it is frequently noted that many people are not aware of the significance of his figure, minimize it and even overlook it and are attracted by personalities apparently stronger, ignoring what actual strength means as well as the meaning of being a statesman. That is why, as a historian, I feel honored to make a review of the several fields in which he had to act and to evoke the greatness of this hero, without ignoring his mistakes and limitations: we meet again with the public man in his private life, his ingrained Catholicism, his political ideas, his family drama while he was living in Spain; his love affairs, his children, the diseases; the bond of affection that he —being a porteño— could forge with the provinces and, above all, the sense of duty, his final and permanent commitment with his homeland, and his austerity. Manuel Belgrano was part of that enlightened criollo minority which, from places that were very far from the center of the Empire, became aware that the old colonial model had to be reformed both by reading modern authors and through their own experience as officers, military men, philanthropists, scientists and travelers. The creator of the Argentine flag, who served as secretary of the Royal Consulate, who was the author of projects to introduce new industries, improve agriculture and educate people, and who, after the 1810 revolution, accepted new challenges as a high-rank military commander, represents an actual paradigm shift in the roles assumed by this generation of patriots. He was born in 1770 in the City of Buenos Aires as the sixth child out of fourteen children born to Domingo Belgrano Peri, a natural of Liguria and from an elite family, and María Josefa González Islas, from a family both from Santiago del Estero and the City of Buenos Aires, who was related to the charities of that time. Domingo settled in Buenos Aires in 1751. The city, that was elevated to capital city of the Viceroyalty of the Río de la Plata in 1776, and which was allowed for trading between Spanish and American ports, was favorable for trade. That was the environment where he served in different both ad honorem and remunerated positions, where his business thrived and where he was able to offer his children the best education. Manuel made his first studies at the Santo Domingo convent and at the age of 14 he was enrolled in the Real Colegio de San Carlos. He was only 16 and he had not finished his studies when his father sent him to Spain to continue his education, a privilege very few could enjoy. Being familiarized with the metropolis, where he lived almost 8 years, he could also pursue any studies he wished. He met the requirements to graduate as a lawyer and he passionately and enthusiastically searched in books, literary gatherings and academies, as well as in the personal contact with true masters, that which he could not get from formal education: a view of the modern thought of philosophers, economists, naturalists and politicians, who were bringing about a real revolution of ideas. Gaspar Melchor de Jovellanos, together with Valentín de Foronda and Pedro Rodríguez de Campomanes, were his models in the Spanish wing of Illustration; from François Quesnay’s work he appreciated the economic theory of physiocracy, which gives a key role to agricultural production, that was so appropriate for the still uncultivated pampa of the Río de la Plata region; from Montesquieu he took the principle of State division of powers; from abbot Caetano Filangieri he took the notion of integrated economy so that prosperity could be brought to many families; from Adam Smith, the principles of economic
liberalism, which challenged the mercantilism related to Cadiz trade monopoly. His inclination for empirical knowledge was reflected in his education proposals which aimed at useful knowledge and practical teaching and at strengthening the local infrastructure (ports, roads). While he purchased books –which he later donated to the Buenos Aires Public Library−, Manuel wrote his parents that he had decided to gain renown through his works and to use them specifically for the benefit of his homeland and the general welfare. He more than achieved this goal throughout his public life. He was deeply impressed by the French Revolution, the condemnation of tyrannies and the exaltation of the ideals of liberty, equality and fraternity. A constant in his political thinking was the defense of “civil liberty”, whether under a Republican form of government or under a monarchy. That year, 1789, was a milestone in his life: his father was accused of having covered up certain practices performed by the Customs administrator. The letters exchanged by Manuel with María Josefa to define the best strategy to save his reputation show us that the family drama tempered his character. It was probably then when he started to reject the colonial bureaucracy and when his criollo feeling against the metropolis began. It is worth mentioning that not only he rejected the trade system on which his father’s success was based, but also he did not share either his ambition to get rich. After ending his education in Spain, the young porteño “with a beautiful Italian face” —as was described by an English traveler—, who had a good position in the educated metropolitan sphere, returned to his homeland as perpetual secretary of the Buenos Aires Royal Consulate. He imagined, then, that a vast field opened to him to carry out his projects. We know the content of such projects due to the successive Memorias he wrote while in that position. The opening of the Drawing School and the Naval Academy, both of them as a result of his efforts, seemed to be the foundations “of a work that would be for the benefit of mankind,” as he said. When the Spanish Court declared that such facilities were merely a luxury in times of war, he understood that nothing would change while his homeland’s interests depended on decisions taken in Madrid; he wrote to that regard to the Chilean philanthropist Manuel de Salas: “Let’s go on with our work and let’s hope that it gets better with time. Maybe after some time favorable circumstances will arise”. Meanwhile, a small enlightened group started to set up in Buenos Aires: Belgrano, Manuel José de Lavardén, Luis José de Chorroarín, Hipólito Vieytes, Juan José Castelli, dean Gregorio Funes, Miguel de Azcuénaga, and a few other men, who wrote in the first newspapers of the Río de la Plata region, formed societies and met in literary gatherings and started thinking the problems from the perspective of “the American homeland”, and calling themselves and the other Río de la Plata inhabitants “Argentinians”, with the expectation of putting the natural resources of that homeland in value. The seed of the criollo party or of Independence was growing in them. As a result of the crisis in the Spanish Empire, the first episode of which were the British invasions to the Río de la Plata, politics also became one of these first patriots’ concerns. Belgrano revealed his temper at that time. It is worth noting that he was the only member of the porteño patriot group who had a direct participation in the Defense military actions. After the fight, he talked about the future of the Viceroyalty and the intentions of the British Empire with a high-ranking British commander and Belgrano told him categorically: “We want the old master or none”. Between 1808 and 1810, the political groups acting in the capital city of the Viceroyalty took a position. Martín de Álzaga and the pro-Spanish who opposed to viceroy Santiago de Liniers and defended the trade monopoly system sought unsuccessfully to create a Government Junta, as in Spain and in
Montevideo. Others accepted the decisions taken by the Junta of Seville in the name of Ferdinand VII, the king who had been taken prisoner, and obeyed Baltasar Hidalgo de Cisneros as the successor of Liniers. A third group, “the Carlotists,” who were in favor of some kind of independence, explored an audacious option: inviting infanta Carlota Joaquina, the wife of Portugal’s prince regent, to govern the Viceroyalty of the Río de la Plata as regent in the name of her brother, Ferdinand VII. Belgrano is the author of important documents of the Carlotists and conducted negotiations with the princess’ representatives, such as secret agent Felipe Contucci. This project reveals that the criollo patriots sought to impede no matter what that the Álzaga party prevailed or that a solely peninsular government entity ruled in American territory. Belgrano objected to the arrival of viceroy Cisneros. The new viceroy sought to ingratiate with the criollo party, authorized the opening of the Buenos Aires port to foreign trade and encouraged Belgrano to publish the weekly newspaper Correo de Comercio, where free trade economic ideas would be set out. The fall of Spain to the French accelerated the events. Belgrano had a significant role in conspiracy meetings and in the actions that led to the May 22 open cabildo. Due to his energy at the time of taking decisions and his already consolidated reputation, he was appointed as ordinary member of the First Government Junta (Primera Junta). The Junta demanded from the provinces that they acknowledged the Junta’s authority as successor of the viceroy in the name of Ferdinand VII and decided to send military expeditions to secure that acknowledgment. Belgrano was appointed to lead the mission in Paraguay, without duly taking into account that he was not familiarized with the military art, his poor health and the difficulties of the plan. He accepted because he had supported a revolution and had to act accordingly. In his own words, he accepted “so that no one would believe that he rejected the risks, that he only wanted to enjoy the gains, and also because [he] could see a seed of disunity among the committee members and could not prevent it”. Clearly he was not a man of sides or factions at a time the Junta was strongly divided between Moreno and Saavedra followers (morenistas and saavedristas). He shared Mariano Moreno’s and Castelli’s modern thought, but he was moderate compared to them; on the other hand, he always held religious beliefs that were present in this education projects. Throughout this first military campaign, during which he traveled through the current Argentine litoral up to Paraguay, he was able to turn the fledgling soldiers and inexperienced officers that were with him into a disciplined force that respected the civilian population. Although he was not familiar with the territory he had to cross, he achieved his goal and engaged in battle, although he previously invited Paraguayans leaders not to shed brotherly blood. In this campaign, which ended at the beginning of 1811 with the defeat of the patriot force at the Paraguarí and Tacuarí battles, Belgrano made tactical errors but in the heat of the battle he encouraged the troop, obtained an honorable surrender and withdrew after having sown the seed of autonomy. He did more: he respected the civilian populations, helped widows and orphans, and forbade the exploitation of indigenous people in the yerbals. Thus, he showed that, in the whirl of politics and war, he kept the spirit of the general welfare that he had admired when young, and that he was able of putting it in practice. His enemies in the Junta called him to render accounts for the defeat, but finally no one declared against him. Immediately, he took new responsibilities as the head of the Regiment of Patricians. There, his intention to restore discipline (a constant during this military career) derived in the so called “Pigtail mutiny” (motín de las Trenzas), which ended with a violent repression.
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At the beginning of 1812, Belgrano was entrusted with the task of installing the batteries in front of the Paraná river, at the Rosario chapel, which was threatened by the Montevideo royalist fleet. At that place he decided to create the light blue and white insignia that would differentiate patriot from royalist troops, given that up to that time they both held the Spanish colors. That way, some people like Belgrano, who already thought about creating an independent nation, started parting with the “Ferdinand VII mask”. Tough times arrived after the defeat at Huaqui battle, when the Upper Peru Provinces were lost and the royalist army advanced to the south... Once again, the Triumvirate thought on Belgrano to rebuild the Northern Army. It was the toughest challenge: Peru and the Upper Peru, under the strict hand of the viceroy of Lima, José Fernando de Abascal, represented a very serious threat for the revolution of the Río de la Plata region. “I only regret that I do not know the country where I am heading, but I will do my best to live up to your appointment in a manner that, I do not doubt, would cover up my inexperience,” answered Belgrano. This decision to know the country and its inhabitants is key to understand the love and esteem that his fellow countrymen accorded him. When he took back control, he observed that the initial enthusiasm had vanished: the hostility towards porteños and massive desertions had strengthened the proSpanish groups. To instill patriotism, he made swear allegiance to the light blue and white flag on May 25 in Jujuy and he went even further: he restored discipline by applying very severe measures, introduced religious practices, recruited peasants, formed a decent officer corps and ousted the unruly, of which there were plenty. When the royalist force advance became imminent, he ordered the mass departure of the whole population under very severe penalties. To that regard, General José María Paz stated: “Although this may seem cruel, it was an extremely useful political measure as it made people understand the seriousness of the commitment that had been undertaken;” in addition, Belgrano’s personal behavior and the careful handling of public funds as well as of his own personal expenses supported the revolutionary cause and refuted the royalist propaganda, which accused patriots (not without reason) of heresy and outrages. All this convinced him of the need to resist the advance of the foreign army in the city of San Miguel del Tucumán. After achieving the support of the population, which helped with money and human resources, he disobeyed the Triumvirate’s order to retreat and abandon the city. Due to the victory in Tucumán on September 24, 1812 over Pío Tristán’s forces, the whole region was incorporated to the United Provinces, despite the new ups and downs of the war. From the political point of view, the victory represented the end of the First Triumvirate, which was removed by a military movement fostered by the Lautaro Lodge, which ended with a call to an Assembly that introduced significant reforms. Meanwhile, Belgrano won the battle of Salta on February 20, 1813. Magnanimously, he offered the defeated general an honorable surrender under the oath that he would not take arms against the patriots again; he caused the dead men from both sides to be buried in the same place; and answered ironically to the criticisms he received for not chasing the enemy. It is true that those who had taken the oath in Salta soon joined the ranks of the royalist troops, but Belgrano had a longterm strategy and goals. He so showed when he allocated the important reward granted to him by the Constituent Assembly to the creation of four public schools. Also, when he published his translation of the Farewell Address, by George Washington, from whom he admired his capacity to teach lessons of patriotism and
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moderation when in the power. That was also a way of participating in the discussion on the form of government for the United Provinces, a matter that remained unresolved at that time. In 1813 our hero faced the victory followed by the defeat. Indeed, in a hard effort to reconquer the Upper Peru provinces, he marched further to the north and settled in the city of Potosí, located at a height of 4000 m. The silver from which the viceroyalty’s economy depended up to that time came from that city. Meanwhile, Chuquisaca, Cochabamba, and the caudillos and caciques of the so called republiquetas (independence-seeking guerrilla groups) spoke out for the patriot cause; with a prudent exercise of government, Belgrano could renew the sympathies with the criollo leaders and gain the straight support of indigenous communities. However, he could not maintain his position; he had to face a royalist army commanded by leaders well-trained in the military art, on the one hand, and a disordered troop and the population weariness, on the other hand. He was defeated at two successive battles on the Vilcapugio and Ayohuma plains. Once again, Paz testified about the tactical flaws, but acknowledged that the behavior of the military commander, who assumed responsibilities and sufferings, allowed for an honorable retreat. Belgrano continued in contact with the Peruvian and Upper Peru populations that sought to break free from the Spanish government. That relationship was the seed for his Inca monarchy project. His command of the Northern Army was ending, but his return to Buenos Aires was delayed because he requested to continue heading a regiment under the orders of General José de San Martín, a petition that was granted. He believed that the new commander had the military experience he lacked and he sought to continue learning by San Martín’s side. Consequently, during the summer of 1814 he remained next to San Martín, engaged not only in training the troops but also in sharing with San Martin his knowledge of the land and its inhabitants. During that period, both “Founding Fathers” discussed the strategy to free the territory. “War there must be conducted not only with weapons, but also with opinions,” was Belgrano’s advice. San Martín did not ignore the warning. When he returned to Buenos Aires, Belgrano requested in vain from the government a full license; he no longer considered himself “useful for any service.” The government rejected his request and entrusted him with a delicate diplomatic mission in Europe with Bernardino Rivadavia. World politics had turned around. Ferdinand VII had returned to the Spanish throne, and the monarchs from the Old Regime wanted to finally close the cycle of Republican revolutions. In view of this situation, the Directorate of the United Provinces of the Río de la Plata feared, not without reason, that a large reconquest expedition would put an end to the revolution in this part of America. Thus, Belgrano and Rivadavia carried instructions: to buy time and seek the protection of England to ensure the freedom “of the People from the Union.” During the mission in London −from March to November of 1815−, Belgrano and Rivadavia, who shared a trust and respect relationship, helped Manuel de Sarratea, another envoy sent by the Directorate, who had conceived a plan to crown infante Francisco de Paula, a younger brother of Ferdinand VII, who lived in Rome. Belgrano, though aware that the initiative was informal, did not reject it plainly. He himself drew up the project to create the Río de la Plata United Kingdom, a kingdom that would comprise the territories of the Buenos Aires viceroyalty, the presidency of Chile and the provinces of Puno, Arequipa and Cuzco, to the north, up to Cape Horn, to the south, to be governed by a monarchy, with an upper and a lower house, and the possibility of jobs and positions for everyone. According to San Martín’s strategy and his own
recent experience in Potosí, Belgrano was enthusiastic about and engaged with this ambitious project, regardless, maybe, of the many difficulties it involved. When Belgrano returned to his country, the main problem was still the Upper Peru, after a new and overwhelming defeat of the patriot troops at Sipe Sipe. In addition to the resulting disorganization of the Northern Army, rebels from the provinces posed a threat to the domestic front and they created in the Litoral region the League of Free People led by José Gervasio Artigas. At that point, Belgrano offered his services to the government centralized in the Directorate, to work for a unified country. He was immediately appointed military commander of the weakened forces that were fighting against the Santa Fe caudillos that had declared their autonomy. He received new disappointments and disrespectful behaviors against him when in this position. In spite of that, his reputation was not tarnished, which is indicative of the soundness of his bases. The director appointed by the Congress of Tucumán, Juan Martín de Pueyrredón, appointed him as general commander of the Northern Army —or the Peru Army— to provide it with “order and organization”. Belgrano accepted “for the sacred cause of the Homeland”. San Martín very much agreed; he appreciated, in particular, the civic and military virtues of Belgrano, with whom he shared the idea of an “American” revolution. In a secret session of Congress, Belgrano explained how much the international context had changed in the previous two years, that, given to their anarchical situation, republics were no longer highly esteemed, that Independence should be declared and that a political option according to the new trends had to be built. He proposed a constitutional monarchy and an Inca descendant to the throne, as a way to repair the devastation that people had suffered as a result of the Spanish Conquest. The idea was welcomed by the Northern populations, not only by the migrants from cities that were under the royalists’ power, but also by mixed-race soldiers. Belgrano had learnt during his military campaigns the importance of taking into consideration that part of the country that he, as a porteño educated in the European culture, used to ignore. However, the proposal was reviled in Buenos Aires among mockeries to the “chocolate king,” as it was inadmissible that the political center could be taken to the far North. From 1816 to 1819, Belgrano remained as the commander of the Peru Army, which was in pitiful conditions. Meanwhile, San Martín conducted his successful campaign in Chile. “Please keep on making our Country glorious,” Belgrano wrote after Maipú’s victory. He watched very closely the preparations for the expedition to Peru, providing useful information and even accepted that he was not given elements that he needed for its own forces. Meanwhile, he did everything possible to satisfy the help requests from Martín Miguel de Güemes, who was putting up a vigorous defense at the borders of Salta and Jujuy, always threatened by the Spanish army. He was very critical of the Litoral caudillos, Estanislao López and Francisco Ramírez, who rejected the authority of the Directorate. Belgrano’s correspondence is clear about his position: he shared San Martín’s fear of and rejection to the consequences of anarchy; the fate of revolution was not sealed and a reconquest expedition was being organized in Spain. He felt no ill will for the Litoral caudillos, whom he had met during the Paraguay and Eastern Bank campaigns, and recommended that they were heard, but he demanded from them that they dropped their animosity, as the creation of the Nation required to be organized around a unified leadership. Meanwhile, he lived his personal life in the City of Tucuman, where he had an established household, relationships and dear friends; he was always active and was proud of having set an Academy of Mathematics to train military engineers and was
seeking a method to learn soldiers to read, as he regretted their illiteracy. He believed all that was essential to give content to the idea of an independent country. At the beginning of 1819, the Córdoba and Santa Fe campaigns, with staging posts and camps which lacked horses, weapons, clothes, as well as the setbacks experienced by his subordinates, put his spirit to the test. “This chest may bear anything,” he wrote determined to face “the awful outlooks for this year 19,” and he added: “Ultimately we, the Americans, were very barbarians”. By the end of that year, amidst the deterioration of the central authority and the chaos in the different jurisdictions, humiliated by an attempt to imprison him and seriously ill, Belgrano returned to his home town. His last days were at the family household on Santo Domingo street. He made a will and commended the fate of the country to the divine Providence, as the sole possible solution to the catastrophes that it faced. In his opinion, lack of education was the cause of all evils. He died on June 20, 1820. Only a few intimates mourned him. Acknowledgment and glory arrived later.Belgrano: His Example as a Message
Belgrano: His Example as a Message By María Sáenz Quesada
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espite the feeling of defeat that the national hero felt at the time of his death, when anarchy was at its peak, his beloved country slowly got back on its feet. Indeed, after a succession of civil wars, the Argentine Republic started to grow into a modern nation. Most of Belgrano’s best initiatives on education, freedom of the press, institutions, modernization of infrastructure, industries and national defense were implemented during the historical period known as the National Organization. The creator of the light-blue and white flag eventually became himself a symbol of patriotism and civic virtues. His moral status, his integrity and his mental clarity allowed him to go with an untarnished reputation through extremely difficult times of the American history, where everything was yet to be defined and the outcome of the fight for Independence was still unknown. Belgrano’s image as a national hero has been preserved both by academic historiography, as well as by literature and popular memory. Maybe because this porteño from a wealthy family, who went to school in Europe and was educated in the modern culture, managed to establish relationships of mutual understanding, respect and affection with the country’s inland populations, including indigenous communities in the Altiplano. An inescapable reference associated to the national identity feeling, he is present in monuments and in the nomenclature of the current Argentine territory, as well as in school teaching, where the first patriotic images and models are formed. Belgrano set high goals and helped achieve them; as a humanist and a statesman, as a civilian and a military man, and as a precursor and an architect of Independence, he was instrumental in building the Argentine Nation. This “unassuming hero”, as President Domingo Faustino Sarmiento put it when paying tribute to him, is nowadays one of the undisputed “Founding Fathers” of our nation. His memory helps us come together over and above any differences to face future challenges. Today, his example sends a strong message to all Argentinians—it invites us to exercise citizenship to the full extent of our rights and duties; to embrace the knowledge society; and to understand the general welfare can be achieved when ethics and politics concur. M. S. Q.
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1 La autobiografía de Manuel Belgrano fue escrita en 1814. Forma parte de sus Memorias y publicada por primera vez por Bartolomé Mitre en 1857 como parte del libro Historia de Belgrano y de la Independencia Argentina. La segunda parte de las Memorias trata de la expedición al Paraguay y la tercera, y última, de la batalla de Tucumán, incluida en las Memorias póstumas de José María Paz (1855).
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Agradecimientos Manuel Belgrano, presidente del Instituto Nacional Belgraniano, por su colaboración personal y por acercarnos a datos e imágenes que contiene este libro. Miguel Ávila, Tomás Crispin Apaza Ibarra, Kamala Bonifasi, Gianni Bulacio, Fernando Calzada, Carlos A. Cento, Fernando Citara, Diego Citterio, Roberto L. Elissalde, Olga Fernández Latour de Botas, Patricia Laura Fonseca, Ramiro Ghigliazza, Marcelo Gurruchaga, Felicitas Luna, Gonzalo Lauda, María Rosa Lojo, María Luque, Laura Malosetti Costa, Diego Mantilla, Daniel Mare, Carlos Marturet, Horacio Mosquera, José Nuno, Tomás Pagano, Carolina Pampliega, Aníbal Parera, Lucía Peña, Gigliola S. Petrelli, Gloria Piacenza, Valeria Silvina Pita, Oscar Poppe, Marcelo Quintanilla, Eduardo Quintili, Beto Ritta, María Mayra Solezzo, Germán E. Stock, Marcelo Toledo, Andrés Zecchin. Museo Histórico Nacional Gabriel Di Meglio, director Ezequiel Canavero, Área de Documentación Complejo Museográfico Provincial Enrique Udaondo Viviana Melloni de Mallol, directora Sergio A. Torres, Registro de las Colecciones Museo Histórico de la Ciudad de Buenos Aires Cornelio de Saavedra Leontina Etchelecu, directora Museo Histórico Provincial de Rosario Dr. Julio Marc Pablo Montini, director Centro Cultural Kirchner Mayra Zolezzi y Nieves Vázquez, Artes Visuales
Créditos Aníbal Parera (pp. 82; 84/85; 134, arriba), Archivo General de la Nación (p. 93), Biblioteca Digital Mundial, Biblioteca Pública de Nueva York, Gianni Bulacio (pp. 100 a 103), Fernando Calzada (pp. 55, der.; 112), Diego Ivankovic / CC BY-SA 3.0 (pp. 20/21, 124/125), Gonzalo Lauda (pp. 60/61), Lawrence OP / CC BY-NC-ND (p. 26), Diego Mantilla (p. 91), Memoria de Madrid, MMTV (pp. 86, 144, 145, 148), José Nuno (pp. 109; 134, abajo; 135), Tomás Pagano (pp. 120, 122), Juan Augusto Pirchi (p. 91), Presidencia de la Nación (pp. 80/81), Beto Ritta (pp. 136/137), Secretaría de Cultura/Archivo Télam/cl (p. 92), Sergio Andrés Segovia / CC BY-SA 3.0 (pp. 2/3, 158), Antoine Taveneaux / CC BY-SA 3.0. Colección Museo Histórico Nacional: pp. 43 (abajo), 57 (abajo), 70, 74, 75 (arriba der.), 83, 92 (abajo), 98, 104 (arriba), 126, 129 (arriba), 141. Colección Complejo Museográfico Provincial Enrique Udaondo: pp. 17, 23 (arriba), 40 (abajo), 41 (abajo), 82 (abajo), 89 (abajo der.), 106/107, 114, 119, 131 (abajo der.), 138 (abajo izq.), 140 (abajo), 146 (abajo). Colección Museo Histórico de Buenos Aires Cornelio de Saavedra: pp. 58, 75 (abajo), 113 (abajo). Colección Museo Municipal de Artes Plásticas Damaso Arce (Olavarría, provincia de Buenos Aires): pp. 120 (arriba), 122. Colección Instituto Nacional Belgraniano: pp. 72, 109 (arriba izq.). Colección Museo Histórico Provincial de Rosario Dr. Julio Marc: pp. 59 (abajo), 87 (arriba), 89 (abajo izq.), 90. La mayor parte de las imágenes publicadas pertenecen a los archivos consignados. Algunas fotografías han sido extraídas de documentos, libros, revistas y bibliotecas digitales que también están reseñados. Se han hecho todas las gestiones posibles para identificar a los propietarios de los derechos de autor; por cualquier error u omisión accidental estamos a disposición de los poseedores de los eventuales derechos de fuentes iconográficas no identificadas.
Agradecimientos y Créditos 159
UN HOMBRE Y SU PATRIA
se terminó de imprimir en noviembre de 2020 “Año del General Manuel Belgrano” en Talleres Trama Pje. Garro 3160, Ciudad Autónoma de Buenos Aires Impreso en Argentina – Printed in Argentina