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La formación del espíritu
Tanto me aluciné y me llené de visiones favorables a la América…
Manuel Belgrano
No eran muchas las calles que separaban la casona de los Belgrano Peri del puerto de Buenos Aires. Es probable que en compañía de la comitiva familiar, el adolescente Manuel se haya preguntado acerca del incierto horizonte que lo aguardaba al otro lado del mar. Cumplía así el camino inverso de su padre y un signo de interrogación se dibujaba sobre su destino.
En la primavera de 1786, una vez completado su paso por el prestigioso Real Colegio de San Carlos, tres senderos asoman al jardín de su futuro. Desde las autoridades educativas se le reservaba un auspicioso porvenir en las celestiales verdades de la Fe, estimulado en particular por el sacerdote Luis José de Chorroarín, su predilecto. Su madre, quien veía en Manuel una inteligencia superior, alentaba la posibilidad de que su hijo se doctorase en derecho civil y canónico; en tanto el mandato paterno, siempre firme pero también convencido de las cualidades intelectuales de Manuel, aconsejó seguir sus exitosos pasos por la vía mercantil.
A estos tres interrogantes acerca del qué estudiar, se le sumó otro: ¿dónde? Buenos Aires, pese a los reclamos de las autoridades, aún no contaba con Universidad. Las alternativas entonces, volvían a ser tres: Córdoba, donde los alumnos se graduaban como doctores en teología; la prestigiosa Chuquisaca en Charcas, Alto Perú (entre otros, de allí egresaron Mariano Moreno, Juan José Castelli y Bernardo de Monteagudo); o bien la de San Felipe, en Santiago de Chile. No obstante, Domingo, su padre, se decidió por la mejor de las opciones de acuerdo con su propia
historia: el destino de Manuel y su hermano Francisco José Luis, de 16 y 15 años respectivamente, sería España, “para que se instruyeran en el comercio, se matriculasen en él y se regresen con mercaderías a estos reinos”.
Se consiguió la debida autorización virreinal para el viaje de los hermanos, gracias a un documento en el que constaba que quedarían bajo la tutela de don José María Calderón de la Barca, hombre de buena posición y esposo de María Josefa Belgrano, una de las hermanas mayores de Manuel, residentes en Madrid. Al cabo de una laboriosa travesía de meses, Manuel arribó al puerto de La Coruña en octubre de 1786. Tal cual estaba previsto, se dirigió a la Villa y Corte de Madrid. Es de imaginar el impacto que habrá tenido la gran metrópoli y capital de España en un adolescente llegado desde la lejana Gran Aldea. Entre otras cosas a asimilar, una: esquivar el intenso tráfico de carros tirados por mulas y caballos que atravesaban el centro de la metrópoli a una
Villa de Madrid en el siglo XVII. Grabado de Frederick de Wit (ca. 1635).
Manuel Belgrano, estudiante en la Universidad de Salamanca, óleo sobre tela de Rafael del Villar (1910).
velocidad insospechada. Era una ciudad que se iba acercando a los 190.000 habitantes, algo inconcebible para un joven recién llegado de las colonias.
A pesar de sus evidentes atractivos, Madrid tampoco contaba con Universidad. Su cuñado logró convencerlo de que siguiera el deseo materno y se matriculara en leyes, opción que a Manuel le pareció más estimulante que el comercio. La más cercana era Alcalá de Henares, que no tenía facultad de derecho, y luego quedaban otras dos posibilidades: Salamanca y Valladolid. También guiado por el consejo de Calderón de la Barca, optó por la Universitas Studii Salmanticensis, fundada por Alfonso X, llamado el Sabio, en 1252, la más antigua de España. Pero los gloriosos tiempos de esplendor habían pasado y se señala que, reacia a los nuevos vientos de la Ilustración, la Casa de Altos Estudios atravesaba una larga y decadente crisis, de la que emergió gracias a muchos de los que luego serían condiscípulos de Belgrano.
Pieza de orfebrería de antiguo origen que simboliza a la ciudad de Salamanca.
El asalto a la Bastilla, acuarela de Jean Pierre Houël (1789).
Como sea, Manuel fue inscripto en la Facultad de Leyes el 20 de noviembre de 1786 como “natural de la Ciudad de Buenos Aires, Reino del Perú” (parece ser que la institución no se dio por enterada de que el nuevo virreinato llevaba más de diez años de creado) con no pocos reparos debido a que el certificado emitido por el
Colegio de San Carlos se mostraba insuficiente como constancia de estudios. Se le permitió cursar como oyente el primer año y rendir las equivalencias respectivas, por lo que pudo presentarse a exámenes de acuerdo con las disposiciones de la época: vestido de loba –una suerte de sotana−, manteo o capa larga, y bonete.
El “clima” de Salamanca en tiempos de Belgrano
Aquí se ve la preocupación que dominaba a esta Universidad en la época en que cursó Belgrano, la preocupación por ir al compás de Europa, de europeizarse… El movimiento intelectual que tomó forma en la Revolución Francesa llegó acá y aquí se fraguaron algunos de nuestros doceañistas [liberales españoles que adherían a la Constitución de 1812, también llamada “la Pepa”], que fueron los verdaderos autores de la revolución española […]. Fíjese luego en el espíritu de Belgrano y verá que no dejó de influir esta tan calumniada Universidad en él, y sospecho que aquí es donde absorbió su liberalismo, tan a la española. A los españoles algo versados en nuestra historia que leamos la vida de Belgrano, nos ha de parecer este un “doceañista” […]. Porque en las aulas influyen más unos alumnos en otros que los profesores sobre ellos y se forma un espíritu nuevo, con lecturas, discusiones, etc., aún a despecho del espíritu de los maestros. Cabe una universidad cuyo profesorado sea reaccionario y la estudiantina liberal o a la inversa. El que Belgrano estuviera dos años, de sus 16 a los 18 [edad] que es la más crítica en la formación del espíritu.
Miguel de Unamuno
Carta dirigida a Carlos María Bunge, publicada por Mario Vega Belgrano, descendiente de Manuel, en su periódico El Tiempo. Buenos Aires, 19/9/1903
Lo que Salamanca no presta
Cuando Belgrano llega a Salamanca se encuentra con una antigua y hermosa ciudad recostada sobre el río Tormes, cuyos orígenes se remontan a más de dos mil años. En los días de mayor esplendor se llegó a popularizar la sentencia: “Quod natura non dat, Salmantica non praestat”. Su historia está ligada a la universal a través de nombres como Antonio de Nebrija, Cristóbal Colón, Fernando de Rojas o fray Luis de León, entre muchos otros. Claro que para los días de Belgrano mucho había cambiado. La ciudad contaba con unas pocas calles en torno a la Universidad y 23 conventos, que junto a los colegios mayores y algunas pensiones servían como alojamiento a los estudiantes. Para las horas de ocio no faltaban tabernas y algunos burdeles.
Al cabo de su segundo año en Salamanca, cursados seis de los ocho meses prescriptos, el joven Manuel advierte que se siente mucho más atraído por diversas materias antes que por el derecho, entre ellas, las lenguas vivas, en particular el francés, el inglés y el italiano, que aprende a hablar con fluidez (incluso le escribe a su padre que pueden llegar a comunicarse en su idioma materno). Pero, además, absorbe con fruición conceptos de economía política y otros temas algo alejados del mundo de las leyes. Lo cierto es que, como le escribirá más adelante a su madre primero, en una carta de agosto de 1790:
Desisto del todo de graduarme de doctor, lo contemplo una cosa muy inútil y un gasto superfluo, a más que si he de ser abogado me basta el grado que tengo.
Patio de las Escuelas Menores (izq.) y Biblioteca General Histórica de la Universidad de Salamanca, situada en el edificio de las Escuelas Mayores.
Y más tarde a su padre, en misiva de diciembre del mismo año:
Abogado, lo puedo ser aquí; si es para que adquiera la borla de doctor, esto es una patarata [tontería] para tener yo que emplear propiamente en cosas inútiles el tiempo que en el foro nada sirven.
Se excusaba así por abandonar Salamanca, aunque no quedaban del todo claros los motivos, a excepción, como le dice a su madre, que de continuar su carrera debería permanecer otros cuatro años allí. En consecuencia, consigue un aval que certifica haber completado sus estudios, y para matricularse se dirige a Valladolid, plaza mucho menos exigente. El 23 de febrero de 1789 presentó la solicitud ante el rector José de Rezábal y Ugarte y cinco días después rindió examen, que aprobó, para egresar como bachiller en Leyes. Una licenciatura que duró dos años en Salamanca y dos meses en Valladolid. Se cerraba así un ciclo: llegó para estudiar comercio, luego seguir leyes y acabar por sentirse más inclinado hacia la economía política.
Gaspar Melchor de Jovellanos, destacado representante de la Ilustración española (óleo sobre lienzo de Francisco de Goya, 1798). Pedro Rodríguez de Campomanes. Autor del Discurso sobre el fomento de la industria popular (óleo sobre lienzo de Francisco Bayeu, 1777).
El incidente Domingo
Estando en Salamanca, Belgrano fue anoticiado de un desagradable incidente. En abril de 1788, el administrador de Aduana de Buenos Aires, Francisco Ximénez de Mesa, fue acusado de un descomunal desfalco contra los intereses del virreinato por una suma cercana a 300.000 pesos fuertes, lo que equivalía a los salarios de un año de todos los empleados públicos (políticos y judiciales). Los frutos de las operaciones comerciales con los virreinatos del Perú, Nueva España y Nueva Granada fueron conducidos por Mesa hacia inversiones privadas. El aduanero buscó refugio e inmunidad en una iglesia, pero el virrey Nicolás del Campo, marqués de Loreto, no tuvo en cuenta la sacrosanta prerrogativa de esa casa, lo mandó a prisión efectiva y embargó todos sus bienes. Ximénez de Mesa arrastró en su caída al jefe de Aduana de Montevideo, Francisco de Ortega, y a Domingo Belgrano Peri, con quien había realizado algunas operaciones comerciales. Al padre de Belgrano se lo sentenció a lo que se puede entender como una prisión domiciliaria, sin posibilidad de recibir a nadie, y con sus bienes embargados.
Comenzó así un largo y penoso proceso que afectó, fundamentalmente a su esposa, María Josefa, quien además de sostener a la familia en Buenos Aires y atender a las necesidades de sus hijos en España, debió luchar por la rehabilitación del nombre de su marido, clamando su inocencia. Manuel, junto a su cuñado, representaron los intereses de su padre ante la Corte, y más tarde se les unió su hermano Carlos, en calidad de apoderado. El argumento de la defensa se sostenía en que los 30.000 pesos que Belgrano padre recibió de Mesa no provenían del erario sino de su capital privado. Es más que probable que esta situación resultara clave en la decisión de Manuel de abandonar Salamanca. Como consecuencia de las diligencias practicadas, el Consejo de Indias determinó que “solo aparece probado esencialmente la amistad íntima” y que el virrey Loreto “se manejó con excesiva fogosidad en esta causa”. Hubo que esperar hasta el 23 de marzo de 1793 para que el virrey Nicolás Antonio de Arredondo dictara una sentencia absolutoria de don Domingo, reintegrándole “plena libertad de sus derechos y goce pacífico de sus bienes”.
Retrato de Carlos IV, óleo sobre lienzo de Francisco de Goya (ca. 1789).
Madrid era una fiesta
Cumplidas las exigencias universitarias, Manuel retornó a Madrid y se instaló en el hogar de su hermana María Josefa y su cuñado. Dos objetivos fundamentales lo retenían allí: trabajar en demostrar la inocencia de su padre y conseguir una pasantía forense que le permitiese la habilitación necesaria para ejercer el derecho e, incluso, intentar lograr un puesto acomodado dentro de la Administración española. Era su deseo, además, viajar, no solo por España sino también hacia otros puntos de Europa, en particular Italia, para conocer la tierra de sus ancestros; lo cual no lograría.
Pero había algo más: el joven “indiano” se mostraba maravillado ante la potencia y desarrollo madrileño. El conjunto palatino del
Tipos y modas de Madrid en 1801, dibujo y grabado de Antonio Rodríguez. “La manola” (arriba). El Jardín Botánico desde el Paseo del Prado hacia 1790, óleo sobre tabla, de Luis Paret y Alcázar (ca. 1790).
Buen Retiro, limitado y embellecido por las fuentes de Cibeles, Neptuno y las Cuatro Estaciones, sumadas a las vías arboladas que desembocan en la reciente Puerta de Alcalá (erigida en 1778) eran una clara muestra de elegancia y ornato por donde Belgrano se paseaba a menudo orgulloso de su suerte.
Por otra parte, sus maneras cultas y refinadas le abrieron las puertas de no pocos salones de la nobleza, donde despertaba curiosidad debido al carácter particular de su procedencia. Participaba activamente de los cenáculos compartiendo sus puntos de vista sobre lecturas, temas políticos o circunstancias puntuales que fueron enriqueciendo su mirada. Asimismo, fue adoptando ciertas formas que poco a poco le daban un aire de caballero moderno y exótico, tanto en el vestir como en su expresión oral. No dejó tampoco de recorrer zonas menos privilegiadas de la ciudad e incluso salones más licenciosos, donde participó de bailes y diversiones populares.
El testigo perfecto
No obstante, se sentía muy estimulado ante los vertiginosos cambios en el horizonte europeo. Muy en particular el llevado a cabo por los franceses que dieron por tierra con el Viejo Régimen a través de la Revolución de 1789, cambiando para siempre el paradigma dominante y que culminó en el juicio y la condena a muerte en guillotina de su rey, el absolutista Luis XVI.
Belgrano se sentía un testigo privilegiado de los aires de transformación que se plasmaban en Europa, de lo que dejará constancia en su autobiografía:
Como en la época de 1789 me hallaba en España y la revolución de Francia hiciese también la variación de ideas y particularmente en los hombres de letras con quienes trataba, se apoderaron de mí las ideas de libertad, igualdad, seguridad, propiedad, y solo veía tiranos en los que se oponían a que el hombre fuere donde fuese no disfrutase de unos derechos que Dios y la naturaleza le habían concedido.
Bajo el influjo de las ideas concebidas por los grandes teóricos de la Ilustración, Manuel se dirigió al papa Pío VI con el fin de que le sea concedido un permiso especial para acceder a aquellos libros que la normativa de su tiempo había prohibido por considerar a sus autores herejes. Belgrano exhibió sus antecedentes formativos, presentándose como “presidente de la Academia de Derecho Romano, Práctica Forense y Economía Política de la Real Universidad de Salamanca”, título que tranquilizaría la conciencia del Santo Padre. Su pedido dio el resultado esperado,
Retrato del papa Pío VI, óleo sobre tabla, de Pompeo Batoni (1775).
Sesión de apertura de los Estados generales de 1789, óleo sobre tela, de Auguste Couder (1839). El hecho tuvo lugar el 5 de mayo, en Versalles. Se identifican al rey Luis XVI, quien preside la sesión, y también a su ministro de Finanzas, Jacques Necker, en uso de la palabra.
Invasiones inglesas. Milicias organizadas en cuerpos según el origen social y geográfico. De izquierda a derecha: uniformes de oficiales del Tercio de Andaluces; Tercio de Miñones; soldado de la Compañía de Morenos. ya que el pontífice en la audiencia del 14 de septiembre de 1790, hizo saber que concedía:
…la licencia solicitada y la facultad de leer y conservar durante su vida todos y cualquiera de los libros de autores condenados aunque sean heréticos, y en cualquier forma estuviesen publicados, con tal que los guarde para que no pasen a otras manos, excepto la de los astrólogos judiciarios o que contengan cosas supersticiosas o que ex profeso traten de materias obscenas.
Fue así que Belgrano pudo internarse de primera mano en el mundo de las ideas de Jean-Jacques Rousseau, de Voltaire, del barón de Montesquieu, y, en el plano económico, de Adam Smith y muy fundamentalmente del creador del “gobierno de la naturaleza o Fisiocracia”, François Quesnay, de quien traduciría –todavía en Madrid– su obra Máximas generales del gobierno económico de un reyno agricultor.
Satisfechos sus apetitos intelectuales, quedaba un tema por resolver: hacia dónde dirigir pragmáticamente su amplio abanico de intereses. Y la oportunidad se presentó. Desde 1790, Belgrano sostenía una excelente relación con Pedro de Aparici, ayudante del ministro de Hacienda, Diego de Gardoqui. En alguna oportunidad Manuel le hizo saber a Aparici su deseo de regresar al virreinato como oficial de la Real Hacienda. En 1793, Gardoqui lo mandó a llamar a El Escorial para comunicarle que había sido nombrado secretario perpetuo del Consulado que se pensaba crear en Buenos Aires. Era un cargo de gran figuración y alto vuelo político, aunque sin responsabilidad ejecutiva decisiva.
El entusiasmo de Belgrano ante esta posibilidad que se le abría fue enorme. En su autobiografía deja constancia de ello:
Cuando supe que tales cuerpos en sus juntas no tenían otro objeto que suplir a las sociedades económicas, tratando de agricultura, industria y comercio, reabrió un vasto campo a mi imaginación […]. Tanto me aluciné y me llené de visiones favorables a la América, cuando fui encargado por la secretaría de que en las memorias describiese a las Provincias, a fin de que sabiendo su estado pudiesen tomar providencias acertadas para su felicidad.
Ya todo estaba preparado. Con apenas 23 años, Manuel Belgrano se convertía en el primer cónsul de la Corona en el Río de la Plata, nada hacía imaginar que ese jovencito de modos delicados y amplia cultura iba a transformarse en un héroe de la Independencia. Después de siete años en España, donde recibió todos los estímulos para formar su espíritu, el 7 de mayo de 1794 retorna a la patria para enfrentar un destino que aún le era desconocido.
Index Librorum Prohibitorum (Índice de libros prohibidos). Catálogo de libros perniciosos para la fe para la Iglesia Católica (arriba). Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial, antigua residencia de los reyes de España, grabado de la Colección Geographia Blaeuiana (ca. 1650).
Vista del Río de la Plata desde Montevideo.