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De Mayo a la libertad

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Cronología

Cronología

La unión ha sostenido a las naciones contra los ataques más bien meditados del poder, y las ha elevado al grado de mayor engrandecimiento.

M. B. Correo de Comercio, 19 de mayo de 1810

AManuel Belgrano le gustaba caminar. Y lo hacía de un modo particular, a paso rápido, casi una marcha. Entre sus itinerarios preferidos, se contaba el de salir de su casa rumbo al sur, hasta dar con el puerto. Allí se detenía unos instantes a la espera de las nuevas que llegaban del otro lado del mar. El 13 de mayo de 1810, la fragata mercante John Parish, de bandera británica, fondeó en el puerto de Montevideo procedente de Gibraltar tras 52 días de navegación trayendo, además de géneros y especias entre otros productos de diversos países, “varios papeles públicos en los que se hablaba de la entrada de los enemigos en las provincias de Andalucía e inmediaciones de Cádiz”.

La noticia estaba referida a los hechos ocurridos dos años antes, cuando el rey Fernando VII fue encarcelado en Francia y Napoleón nombró en su lugar a su hermano José. Como las tropas napoleónicas no solo ocuparon España sino que también invadieron Portugal, Juan VI, el regente, y su consorte, la princesa Carlota Joaquina, hermana de Fernando, huyeron al Brasil, en tanto que las ciudades españolas, dada la acefalía, decidieron ejercer el gobierno a través de Juntas. Eso tuvo su reflejo en el virreinato, dado que las autoridades se mostraron favorables a aceptar su autoridad. Lo que no previeron es que iba a surgir un movimiento que se oponía a ello a favor de coronar a Carlota, a fin de cuentas, legítima Borbón. Y no menos sorprendente era que en este movimiento opositor figuraban, entre otros conocidos personajes, Castelli, los Rodríguez Peña, Antonio Luis Beruti, Pueyrredón y Belgrano, uno de los ideólogos del proyecto.

Partida de la familia real portuguesa hacia el Brasil, óleo atribuido a Nicolas-Louis-Albert Delerive (ca. 1810). En su autobiografía, señala que entre 1808 y 1809 mantuvo correspondencia solicitando la llegada de la infanta Carlota. Y lo justifica en nombre de la libertad e independencia:

Sin que nosotros hubiéramos trabajado para ser independientes, Dios mismo nos presenta la ocasión con los sucesos de 1808 en España y en Bayona. En efecto, avívanse entonces las ideas de libertad e independencia en América, y los americanos empiezan por primera vez a hablar de sus derechos... Entonces fue que, no viendo yo un asomo de que se pensara en constituirnos y sí a los americanos prestando una obediencia injusta a unos hombres que por ningún derecho debían mandarnos, traté de buscar los auspicios de la Infanta Carlota y de formar un partido a su favor, oponiéndose a los yiros de los déspotas que celaban con el mayor anhelo para no perder sus mandos y, lo que es más, para conservar la América dependiente de la España, aunque Napoleón la dominare.

Entre los grupos que se disputaban el poder en esos años de crisis, estaba el de los juntistas, representados por los comerciantes españoles más poderosos, encabezados por Martín de Álzaga. Los carlotistas acusaban a este movimiento de “democrático”,

término que –en la visión contemporánea– estaba relacionado con el caos político y social, sobre todo por su utilización durante la Revolución francesa, y sospechaban que la intención verdadera de los juntistas era prolongar indefinidamente la preeminencia de los europeos en el gobierno y en el comercio.

La idea central de los carlotistas era establecer en el Río de la Plata una monarquía moderada –es decir, constitucional– en la que primaran los criollos sobre los españoles europeos. La diferencia no era menor: la constante y creciente preferencia del gobierno central por los europeos para todos los cargos de responsabilidad era el principal motivo de queja de los americanos contra la Administración colonial española. Y sería el más determinante para la independencia.

Carlota Joaquina, infanta de España y reina de Portugal, óleo sobre lienzo de Mariano Salvador (1785). Fernando VII con uniforme de capitán general, óleo sobre lienzo de Vicente López Portaña (1814).

Retrato del teniente general de la Armada Española Baltasar Hidalgo de Cisneros, óleo sobre lienzo, de artista desconocido (s/f).

Carlota Joaquina hizo intentos para trasladarse a Buenos Aires, intentos que fracasaron una y otra vez. En 1808 envió al virrey una “Justa Reclamación” por la que pedía ser reconocida como regente de las posesiones españolas en América para evitar el dominio francés. Liniers rechazó el pedido invocando la promesa de fidelidad a Fernando VII. A mediados de 1809, la infanta lanzó una segunda serie de proclamas; esta vez tuvo alguna posibilidad de éxito. Es que había llegado al Río de la Plata un virrey nombrado por la Junta Suprema Central en reemplazo de Liniers: Baltasar Hidalgo de Cisneros. Los carlotistas bregaron porque no fuera reconocido, y contactaron a los jefes militares de Buenos Aires para rechazar su autoridad, lo que no consiguieron. El Partido Carlotista siguió existiendo en Buenos Aires, pero sus sueños estaban volcados ahora hacia un objetivo mayor: la libertad.

Una semana particular

El clima de aquel abril de 1810 se empeñaba en desmentir al otoño: era mucho más opresivo y asfixiante de lo que acostumbraba, pero la razón no obedecía a factores climáticos. El día 4, Manuel Belgrano, luego de más de tres lustros en él, renunció a su cargo en el Consulado para dedicarse a escribir una serie de artículos en el Correo de Comercio. Por una parte, rompía de forma clara el largo vínculo que lo unió a España; por otra, afinaba su definitivo acercamiento a quienes esperaban la más mínima oportunidad para levantarse contra el poder colonial. Alguien cercano al virrey Cisneros le hizo saber a Belgrano sobre la conveniencia de propagar la idea de que las frecuentes reuniones que tenían lugar en su casa obedecían a “asuntos concernientes al periódico”, para no despertar sospechas. De acuerdo con el poderoso Saavedra, los criollos aguardaban a “que la breva estuviese madura” para actuar.

Las noticias llegadas de ultramar inquietaron a todos, comenzando por el virrey, que se vio perdido con los hechos de febrero en España. Redactó un bando con fecha del 18 de mayo para informar a los vecinos que prácticamente toda Andalucía estaba ocupada por los franceses, que la Junta Suprema Central se había fugado y que funcionaría una Junta de Gobierno en Cádiz. El sábado 19, Agustín Donado, integrante del Partido Carlotista, alumno de la Escuela de Dibujo y concesionario de la Imprenta de los Niños Expósitos donde se editaba el Correo de Comercio, recibió la orden de imprimir el bando. Amigo cercano de Belgrano, es probable que haya intentado contactarlo para definir un plan de acción, pero Manuel se había tomado unos días en el campo. Un grupo de patriotas, entre quienes se encontraban Nicolás Rodríguez Peña (su residencia,

vecina a la iglesia de San Miguel, en la actual Suipacha y Mitre, muy cercana a la Catedral, fue epicentro de muchas reuniones durante esa semana), Vieytes y Juan José Paso, al conocer la noticia se presentaron en la casa del comandante de los Húsares, Martín Rodríguez, frente al Café de los Catalanes, en Santísima Trinidad y Merced (actuales San Martín y Tte. Gral. Juan D. Perón) para ver cómo proceder. El grupo fue incrementándose y decidieron consultar al jefe de los Patricios, Cornelio Saavedra, máxima autoridad militar, quien se encontraba en una quinta en la actual localidad de Vicente López, al igual que Castelli. En tanto, las horas avanzaban.

Rendición ante el emperador, óleo sobre lienzo de Carle Vernet. Napoleón recibe a los delegados de la Junta de Defensa de Madrid para rendir la ciudad, a los que reprocha airado su resistencia, 3 de diciembre de 1808.

General Cornelio Saavedra, óleo sobre tela de Bernard Marcel (s/f) (izq.). Nicolás Rodríguez Peña, óleo sobre tela de José Gil de Castro (1817) (der.).

Finalmente se logró ubicar a Castelli, y también retornaron Belgrano y Saavedra, quienes, al mediodía del domingo 20, se entrevistaron con el alcalde Juan de Lezica para plantearle la necesidad de llamar a un Cabildo Abierto y terminar con la figura del virrey, frente a lo cual −según Saavedra− Lezica “manifestó repugnancia”. Los patriotas, entonces, decidieron enfrentar directamente a Cisneros para exponer sus pretensiones. Se designó para ello a Juan José Castelli y a Martín Rodríguez, quienes se dirigieron de inmediato a su morada. Subieron las escaleras hasta las galerías superiores, donde se hallaba la sala de recepción del virrey, quien en ese momento jugaba a las cartas con el brigadier José de la Quintana y el fiscal Antonio Caspe, bien conocido por su resquemor hacia los criollos. Dada la hora (diez de la noche) y las maneras intempestivas, Cisneros primero se sorprendió y luego se encolerizó, mucho más al escuchar a Castelli afirmar que venían en nombre del pueblo y del ejército en armas a reclamar el derecho a deliberar sobre su suerte. Cisneros le respondió que eso era un atrevimiento y que no toleraría el atropello a la figura del rey en su representante, a lo que Castelli, manteniendo la calma, le respondió que carecía de sentido acalorarse,

ya que la cuestión no tenía remedio. Más expeditivo, Rodríguez le dio cinco minutos para entregar una respuesta. Caspe se llevó a Cisneros a una habitación vecina y, al retornar, expresó que lamentaba los males que esta decisión iba a acarrear, pero “puesto que el pueblo no me quiere y el ejército me abandona, hagan ustedes lo que quieran”.

Esa frase, que expresaba impotencia y resignación, dio lugar a un excesivo optimismo. De regreso a la casa de Rodríguez Peña, se comunicó la noticia bajo la sentencia: “Señores, la cosa está hecha”. Hubo vivas, sombreros al aire, abrazos. Se hizo una colecta de dulces y licores con la que se armó una mesa abierta a todo aquel que quisiera sumarse. Sin embargo, aún faltaban algunos días para cantar victoria.

Las vigilias de la revolución

El lunes 21, Belgrano advirtió que si el virrey no hacía una convocatoria abierta, habría una manifestación popular, en sus palabras: “El pueblo quiere saber si se va a realizar el Cabildo Abierto”. Finalmente se aceptó la propuesta, que se concretó el martes 22 con la participación de 251 vecinos. Belgrano fue inscripto en la lista con el número 130; también lo estaban sus hermanos Joaquín, Domingo y José Gregorio. Todos solicitaron que cesara el virrey, que el Cabildo asumiera la autoridad hasta el nombramiento de un nuevo gobierno y que, en caso de haber discrepancias entre los cabildantes, la palabra final recayera en el síndico procurador Julián de Leyva. La votación se prolongó hasta la medianoche y se pasó para el día siguiente (los votos eran nominales, y cada uno podía expresar su opinión en los términos que quisiera).

El jueves 24 se creó una junta conformada por cuatro vocales, bajo la vigilancia del Cabildo, presidida, justamente, por el ex virrey. Integrada por Cornelio Saavedra (militar); Juan José Castelli (abogado), el presbítero Juan Nepomuceno Solá y el comerciante español José Santos Incháustegui. Castelli y Saavedra fueron llamados de urgencia a la casa de Nicolás Rodríguez Peña, donde se les hizo saber el malestar ante el hecho de que el poder real siguiera en manos de Cisneros. Belgrano, habitualmente sereno y afable, era uno de los más exaltados e instó a los más jóvenes a tomar medidas drásticas y urgentes. Castelli de inmediato comprendió la gravedad del asunto y dijo no querer saber nada de la Junta, sumándose a su primo.

Había dos posiciones encontradas y claras: quienes pretendían asaltar el fuerte con las armas en la mano y quienes sugerían antes de llegar a esa posición extrema enfrentar al virrey para exigirle la renuncia en buenos términos. Alguien preguntó: “¿Y qué ocurre si Cisneros no dimite?”.

El virrey Juan José de Vértiz y Salcedo fundó, en 1780, la Real Imprenta de Niños Expósitos con el fin de que el gobierno tuviera un instrumento adecuado para difundir noticias, bandos y proclamas.

Belgrano jefe del Regimiento de Patricios, óleo sobre tela de Pablo Christian Ducrós Hicken (1952).

Parte de la culpa

…P ero si me dijeran que todos tenemos parte de la culpa de que este país no sea el que soñó Belgrano, acepto la acusación, avergonzado y contrito. Belgrano es el paradigma de nuestros próceres: el más puro, el más noble, el más valiente, el más modesto. De algún modo, todos los argentinos somos descendientes de Belgrano. Todos somos sus deudores, todos debiéramos imitar su ejemplo.

Adolfo Bioy Casares

Descanso de caminantes. Diarios íntimos, Sudamericana, 2001

Manuel Belgrano, enfundado en su uniforme de sargento mayor del Regimiento de Patricios, reclinado sobre el sofá de una sala vecina −“postrado por las vigilias de la revolución”−, al escuchar la pregunta se puso de pie y, según testimonia Tomás Guido, “con el rostro encendido por la sangre generosa”, con paso decidido se presentó donde se daba el debate. Observó a todos con mirada altiva al tiempo que se llevó la mano a la cruz de su espada, y exclamó:

¡Juro por la patria y a mis compañeros que si a las tres de la tarde del día de mañana el virrey no ha renunciado, a fe de caballero, yo lo arrojaré por la ventana de la fortaleza abajo!

Esta declaración, por completo inusual en él, despertó aplausos y adhesiones, aunque el capitán Nicolás de Vedia, acompañado por otros oficiales que se sumaron a la reunión de esa noche, lo relevó de la responsabilidad: “¡Eso corre por nuestra cuenta!”, y empuñó el arma seguido por sus compañeros. Cambiar los ropajes civiles por los militares no fue un gesto más: Manuel Belgrano asumía en esas dramáticas jornadas un compromiso definitivo en cuerpo y alma, a despecho de sacrificar las comodidades de la vida civil por las estrecheces y durezas que implicaban la del soldado.

Castelli le hizo saber a Saavedra acerca del descontento generalizado y sobre las nueve de la noche la junta revolucionaria redactó un oficio al Cabildo para pedirle que “sesionara y eligiera sujetos que pudieran merecer la confianza del pueblo”.

La noche del 20 de mayo de 1810 en casa de Rodríguez Peña, boceto de Guillermo Da Re (1916). Tres horas más tarde, ambos se dirigieron al Fuerte para exigirle a Cisneros que renunciara, a lo que el ya ex virrey accedió. Pocos durmieron esa noche que marcaba el comienzo de una semana que se prolongaría para siempre.

El día siguiente amaneció cruzado por una lluvia pertinaz, pero muchos creyeron ver allí un sol que aparecía por primera vez.

Primera Junta y después

Los nueve miembros de la Junta representaban a sectores paradigmáticos de la sociedad porteña –seis eran nacidos en Buenos Aires, otro en el Alto Perú (Saavedra, de Potosí) y los dos restantes catalanes, Domingo Matheu y Juan Larrea, comerciante−. El coronel Miguel de Azcuénaga era el mayor, con 56 años, y precisamente Larrea el más joven, 28. Manuel Belgrano, vocal, a los 39 años pero ya con gran experiencia política, se convertiría en una figura clave gracias a su temperamento prudente pero a la vez resuelto. Tenía ideas muy claras respecto al destino que ansiaba para la patria y al mismo tiempo sabía cómo armonizar posiciones encontradas. Aceptaba las actitudes conservadoras de Saavedra, por ejemplo, y sabía asimilar los gestos jacobinos de Moreno. Con su aliado y cómplice, Castelli, se conocían ya casi de memoria luego de su paso por el Consulado y el carlotismo, y sabía cómo aplacar un carácter mucho más enfático que el suyo.

Una de sus primeras medidas, apenas dos días después de instalada, fue remitir una circular a todos los pueblos del virreinato invitándolos a unirse a través de un diputado que actuaría como representante, con el fin de mantener la unidad política y territorial. La convocatoria fue, en general, bien recibida, salvo en tres casos: Montevideo rechazó al representante de la Junta, el secretario Juan José Paso, y mantendría durante mucho tiempo una actitud abiertamente confrontativa; Paraguay era el otro, lo que obligó al gobierno a enviar una expedición armada en la que Belgrano tuvo un rol central; y Córdoba, donde Liniers y otros intentaron llevar adelante una contrarrevolución. La invocación a Fernando VII como garante de la gobernabilidad –lo que los historiadores llamaron “la máscara de la monarquía”– era necesaria a causa de la difícil situación internacional, pero lo que el grupo patriota anhelaba era la independencia total de España.

A todo esto, había que gobernar y actuar en consecuencia. El 2 de junio el cuerpo colegiado aprueba, a través de una orden, la creación de la Gazeta de Buenos Ayres con el objeto de “difundir las noticias interesantes del país y del extranjero sin tocar los objetos que tan dignamente se desempeñan en el Semanario [Correo] del Comercio”.

Belgrano, que hasta entonces había utilizado este medio para dar cuenta de diversos aspectos de interés público sin llegar a involucrar a la política de modo explícito (incluyendo un elogio de la música como valor social y la necesidad de su difusión, enseñanza

Invitación al Cabildo Abierto del 22 de mayo de 1810 extendida a Diego Agüero: no asistió. La utilizó para hacer cuentas por cuantiosas sumas de dinero (arriba). Belgrano, Saavedra y Moreno en abanico con país de papel, encargado con motivo del Centenario de la Revolución de Mayo. París (1910).

Cada 22, en el marco de las conmemoraciones de la Semana de Mayo, el Regimiento de Infantería 1 Patricios participa del relevo histórico de la Guardia de Honor del Cabildo de Buenos Aires.

Cabildo de Buenos Aires, daguerrotipo de Charles DeForest Fredrick (hacia 1842-1850). Considerada la más antigua de las fotografías de un edificio en la Argentina. La imagen fue severamente dañada cuando se intentó limpiarla con un paño. y dignificación), ahora comenzará a escribir sobre cuestiones de su ideario con una mirada moderna para su tiempo. Y uno de los puntos focales fue la importancia de la libertad de prensa. El 11 de agosto escribe:

Es tan justa dicha facultad como lo es la de pensar y hablar, y es tan injusto oprimirla, como lo sería el tener atados los entendimientos, las manos o los pies a todos los ciudadanos. Es necesaria la instrucción pública para el mejor gobierno de la Nación y su libertad civil, es decir, para evitar la tiranía de cualquier gobierno que se establezca […]. Pero quitarnos las utilidades de la pluma y de la prensa, porque de ellas se puede abusar, es una contradicción importante y un abuso de la autoridad, y es querer mantener la nación en la ignorancia.

Dos semanas más tarde, el 25, publica un artículo donde critica a los terratenientes que mantienen tierras improductivas (los llama “partidarios de sí mismos”), y habla de fomentar el apoyo mutuo y el cooperativismo. Luego, a lo largo de varios números, del 27 al 32, se lanza a una campaña de defensa del libre comercio,

esta libertad tan continuamente citada y tan raramente entendida, que consiste en hacer fácilmente el comercio que permite el interés general de la sociedad.

Habla de la necesidad de formar un sólido mercado interno, tanto “a favor del creador como para el consumidor, de que resulta el aumento de los trabajos útiles, en seguida la abundancia, la comodidad y la población como una consecuencia forzosa”.

Pero ya en lo que lo convierte en un visionario, el 10 de junio, habla de la necesidad de expandir mercados, no solo hacia el Viejo Continente, sino hacia… China:

La Nación China está dando a todas las del mundo conocido un ejemplo de lo que es el comercio exterior auxiliado: todas las que se llaman cultas van en busca de sus efectos, llevándole plata acuñada, principalmente la nuestra, su comercio interno es inmenso […]. la razón misma nos está diciendo de las ventajas que debe traer al Estado que lo mire con toda la predilección que se merece: la agricultura, la industria, reciben una nueva vida con él…

Así, la Revolución de Mayo vino a significar para Belgrano la aproximación a un sueño social amasado desde tiempo atrás. En un artículo del 6 de octubre, le da forma a esa visión:

esta sociedad tendrá tantos ciudadanos, cuantos pueda alimentar y ocupar la cultura de su territorio: ciudadanos hechos más robustos por la costumbre de las fatigas, y hombres más honrados por la de una vida ocupada.

Sin embargo, el futuro tendría que esperar. Ciertas urgencias del presente reclamaban que el estadista soñador que era diera paso a la promesa militar que debía ser.

Estampilla conmemorativa (2010). Imagen: La Primera Junta prestando juramento al cargo, de Egidio Querciola (1910). Cornelio Saavedra, Mariano Moreno y Juan José Paso; Juan José Castelli, Manuel Belgrano, Miguel de Azcuénaga, Manuel Alberti, Domingo Matheu, Juan Larrea.

Escolares junto al Monumento del Bicentenario de la Independencia, San Miguel de Tucumán.

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