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PRÓLOGO
1. Tome papel y lápiz. 2. Escriba todos los nombres de científicas que se le ocurran. 3. Borre el de Marie Curie.
¿Cuántos nombres quedaron? ¿Uno? ¿Dos? ¿Ninguno? La enorme mayoría de la gente obtiene ese resultado.
También puede probar poniendo en el buscador de Google “famous scientists” (en inglés, para no sesgar la búsqueda por género) y ver qué personas sugiere. ¿Cuántas científicas encontró?
Las mujeres participan y han participado en la producción de conocimiento científico desde hace siglos. Lo que ocurre es que en la historia las científicas son como las partículas: fundamentales, pero invisibles.
A lo largo de las siguientes páginas, recordaremos a las olvidadas, conoceremos a las desconocidas y descubriremos a las mujeres que fueron parte de una historia dominada por varones: la historia de la ciencia. Pero antes, haremos un breve recorrido por la situación actual. ¿De dónde venimos y en dónde estamos? La invisibilización histórica del rol que hemos interpretado (e interpretamos) las mujeres en la construcción del conocimiento científico ¿tendrá alguna vinculación con el lugar de la ciencia en el imaginario actual de niñas y jóvenes, sus aspiraciones educativas y sus elecciones profesionales a futuro? ¿Qué universos posibles se nos presentan? ¿Están la ciencia y la tecnología dentro de esos universos?
Desde la más tierna infancia
La socialización es un proceso fundamental a través del cual aprendemos a adaptarnos a nuestros grupos y a hacer propias sus normas, imágenes y valores. Este proceso de aprendizaje implica no solo asimilar conductas, sino también ideas y creencias que nos cimentan para dar significado al mundo. Aunque el aprendizaje social se extiende a lo largo de toda la vida, sus efectos son especialmente determinantes en la primera infancia. Y en esta etapa, existen tres agentes fundamentales de socialización: el entorno familiar más cercano, la escuela y los medios de comunicación.
¿A qué jugamos?
Sabemos que los primeros años de vida de una persona son constitutivos a nivel biológico, cognitivo, social, emocional y psicológico. En ese período se construyen los esquemas y las estructuras a través de los cuales asignamos un significado específico a los acontecimientos que vivimos. Y el juego es una parte fundamental en esta construcción. Lógicamente, en muchos casos, los juegos alimentan en forma encubierta estereotipos que incorporamos involuntariamente en nuestra infancia.
Viajemos algunas décadas atrás y miremos algunos juegos de química, física y construcción, como el Meccano. Si nos guiamos por las imágenes de las cajas, aparentemente solo los varones se encontrarían en condiciones de realizar este tipo de actividades vinculadas a la ciencia y la experimentación. O, peor aún, las mujeres estaríamos limitadas a observar desde la distancia mientras el varón –experto– pone manos a la obra.
En contraposición a las ciencias y las ingenierías, por supuesto, los juguetes relacionados con el cuidado, la maternidad (bebotes, por ejemplo) y los quehaceres domésticos eran (y en amplia medida siguen siendo) patrimonio de las chicas. Y no es necesario viajar tan atrás en el tiempo, a la década del 50, 60 o 70, para encontrar estas representaciones estereotipadas. La Barbie que hablaba salió al mercado en la década del 90, y una de sus frases de cabecera era: “La clase de matemáticas es difícil” (“Math class is tough”). Un relevamiento ¡de 2019! realizado por el Centro de Economía Política Argentina revela que el 40 por ciento de los juguetes destinados a niñas siguen estando asociados a tareas de cuidado y trabajo doméstico. Les siguen aquellos vinculados con la belleza y el cuidado personal: productos de peluquería y maquillaje.
Estas representaciones, estas expectativas tradicionales de roles y funciones según el género que vemos tan presentes en los juguetes, encuentran un reflejo en el núcleo familiar.
Quedate en casa
Hay estudios que muestran cómo los padres dan más explicaciones científicas a sus hijos que a sus hijas en museos interactivos de ciencia. También se ha observado que piensan
Pasaron más de 70 años desde que fue tomada esta foto, sin embargo, en la escuela todavía hoy hay muchos estereotipos que persisten en el tiempo.
Aunque los logros académicos no varíen significativamente en función del género, todavía hay padres y madres que consideran que existen diferencias de desempeño entre niñas y niños en materias relacionadas con la ciencia. que a los niños les interesa más la ciencia que a las niñas y que utilizan un vocabulario más complejo con ellos al ayudarlos con las tareas escolares, porque creen que los comprenden mejor, aunque los logros académicos no varíen significativamente en función del género.
Estos resultados coinciden con los recabados por la investigación “Infancia, ciencia y tecnología: un análisis de género desde el entorno familiar, educativo y cultural”, que se realizó en 2017 en Buenos Aires, San Pablo y Ciudad de México, acerca de cómo los niños y las niñas de entre 6 y 10 años se vinculan con la ciencia, la tecnología, la ingeniería y las matemáticas (STEM), y si, en este proceso, inciden estereotipos y sesgos de género. Además, se analizó cómo la visión de docentes, madres y padres influye en el vínculo de las niñas con estas disciplinas y su interés en estas temáticas. Los resultados, por una parte, mostraron que casi la mitad de los familiares entrevistados en la ciudad de Buenos Aires cree que hay diferencias de desempeño entre niñas y niños en materias relacionadas con ciencia y tecnología. Entre ellos, la mayoría considera que los niños tienen mejor rendimiento en tecnología e informática que las niñas.
Por otra parte, desde la óptica de madres y padres a nivel general, predomina el supuesto de que tanto niñas como niños se pueden dedicar por igual a cualquier disciplina STEM. Sin embargo, en sus hogares se mantienen inalterados los roles y las funciones tradicionalmente asignados a cada género.
También se encontró que, a medida que crecen, las niñas van generando una actitud de rechazo hacia las matemáticas, a diferencia de los varones, que van aumentando ligeramente su aceptación. Esto podría estar relacionado con el hecho de que tanto en el ámbito escolar como en el familiar existen estímulos diferenciados para niños y niñas. No parece fortuito, entonces, que la Unesco haya encontrado que las niñas tienen menos posibilidades de recibir educación orientada en ciencia y tecnología, como lo señala en su informe “Ciencia, tecnología y género”, de 2007.
Por la escuela, ¿cómo andamos?
En la escuela, los sesgos y estereotipos se ponen de manifiesto, entre muchos otros aspectos, en la selección de contenidos escolares, en el tratamiento de la información en los libros de texto, en el lenguaje utilizado, en los materiales didácticos elegidos.
En los problemas de matemáticas, son las mujeres las que hacen compras, mientras que los varones juntan figuritas de fútbol o resuelven situaciones de ingeniería; al tratar el tema de oficios y trabajos, las mujeres son modistas, maestras o médicas (profesión históricamente con mayor presencia femenina que otras carreras científicas por su vínculo con las tareas de cuidado), mientras que los varones hacen carpintería o tienen trabajos relacionados con la computación.
Además, la práctica docente está moldeada, en parte, por estereotipos de género propios de quienes enseñamos, lo que a su vez influye en las creencias y el aprendizaje de los estudiantes y las estudiantes.
En muchos manuales apenas se toman en consideración los saberes de las mujeres, transmitiendo la idea de que solo los varones han sido protagonistas en la historia. Esa reiterada invisibilización también se manifiesta en la elaboración de “modelos” de sabios y científicos casi siempre masculinos. Y si hay un espacio en el que esos “modelos” aparecen es… en los medios de comunicación.
¿Qué ven cuando (no) nos ven?
En mayor o menor medida, hemos atravesado nuestra infancia en compañía de múltiples personajes provenientes de novelas, historietas, programas en canales de televisión abierta y cable, o protagonistas de películas en el cine del barrio. Por eso, sin importar a qué generación pertenezca, es muy posible que reconozca, al menos, a uno de los siguientes personajes: Neurus, Doc Brown, el científico de Mi villano favorito, el de los Muppets, el de Phineas and Ferb, el de Futurama, Dexter, el Profesor Frink, Rick, el Profesor Locovich, el Profesor Utonio y von Pato. ¿Alcanza a notar algo en común? Todos cumplen con el estereotipo del científico loco: guardapolvo y trabajo en solitario dentro de un laboratorio. Y este estereotipo tiene una particularidad que no puede escapar a nuestra atención: los personajes que se dedican a la investigación y a la invención en las películas y los dibujitos animados que vimos en nuestra infancia –y que siguen viendo las nuevas generaciones– son todos varones (con poquísimas excepciones). Incluso… los que ni siquiera son seres humanos.
Y esto no se detiene aquí. ¿Qué ocurre en los noticieros, en las series, en las películas y en los diarios con las representaciones de las personas que se dedican a la investigación científica? Algo parecido. El modo en que los científicos y las científicas están representados en los medios de comunicación también sugiere roles estereotipados.