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La ciencia tiene rostro de mujer

Edicto de creación de la Universidad de Buenos Aires, firmado por el gobernador Martín Rodríguez en 1821.

Matemática y docente apasionada, Cora Ratto de Sadosky ingresó a la Universidad de Buenos Aires a estudiar Matemática en los años 30, una época de explosivo crecimiento de la disciplina. La doctora Alicia Moreau de Justo fue médica, educadora, política, intelectual, defensora de los derechos humanos y de la mujer, y una de las figuras femeninas más destacadas del país en el siglo XX.

Por otra parte, gracias a la gestión del rector Juan María Gutiérrez, se instauró el Departamento de Ciencias Exactas de la UBA. El 6 de junio de 1870 –fecha en la que actualmente se celebra el Día de la Ingeniería en la Argentina– egresó el reconocido ingeniero civil Luis Huergo como parte de la primera camada de graduados. No fue el único. Junto a él se recibieron otros once compañeros: Valentín Balbín –a quien se le deben los primeros intentos de periodismo científico al fundar la Revista de matemáticas elementales–, Santiago Brian, Adolfo Buttner, Jorge Coquet, Francisco Lavalle, Carlos Olivera, Matías Sánchez, Luis Silveyra, Zacarías Tapia, Guillermo Villanueva y Guillermo White. Al conjunto, se lo apodó “los doce apóstoles”. Algunos de estos ingenieros serían fundamentales en la creación, el 28 de julio de 1872, de la primera agrupación interesada por la ciencia: la Sociedad Científica Argentina. El propio Luis Huergo se convertiría en su presidente.

En ese momento, el país estaba gobernado por Sarmiento y el clima cultural era propicio para el desarrollo científico nacional. Posiblemente también por eso es que durante su presidencia y la de su sucesor, Nicolás Avellaneda, se erigieron los primeros institutos estatales: el Servicio Meteorológico Nacional, el Servicio de Hidrografía Naval y el Instituto Geográfico Nacional. Dos años más tarde, en 1881, se nacionalizó la Universidad de Buenos Aires y a través de la Ley Avellaneda se le confirió autonomía didáctica y administrativa.

También se crearon más instituciones dedicadas a la enseñanza o divulgación de la ciencia, como museos y observatorios. De hecho, las ciencias naturales –de la mano del Museo Argentino de Ciencias Naturales, creado en las primeras décadas del siglo XIX, y el Museo de La Plata, inaugurado en 1888– y la astronomía –gracias al Observatorio Nacional Argentino de Córdoba, fundado en 1871, y al Observatorio Astronómico de La Plata, que entró en funcionamiento en 1883– fueron las primeras en ser desarrolladas en nuestro país.

Si bien desde sus comienzos las universidades argentinas tuvieron algunas actividades de investigación, no fueron demasiado relevantes hasta principios del siglo XX, cuando surgieron iniciativas y grupos de investigación reconocibles, sobre todo en las instituciones más grandes.

La flamante Universidad de La Plata, creada por ley en 1889, pero que comenzó a funcionar recién en 1897 y se nacionalizó en 1905, se convirtió en el centro de la ciencia experimental en el país gracias a sus carreras de Medicina, Ingeniería, Química y Farmacia, Física y Astronomía, algunas de las cuales no existían en otros centros de educación superior.

Pioneras universitarias

El acceso de las mujeres a las universidades fue un proceso paulatino y nada sencillo que comenzó a fines del siglo XIX y se extendió hasta la década de 1950. La incorporación, lenta pero incesante, estuvo encuadrada en un contexto de luchas feministas y crecientes reclamos por la igualdad de derechos.

Llegada desde Italia a los seis años, la médica Julieta Lanteri se convirtió en la primera mujer en emitir el voto en Buenos Aires. La foto la muestra votando en la Parroquia San Juan Evangelista en Buenos Aires, el 26 de noviembre de 1911. Retrato de Elvira Rawson de Dellepiane.

Portada de la tesis de Elvira Rawson de Dellepiane.

Una particularidad de la Argentina, a diferencia de países como Estados Unidos o Inglaterra, fue que no se crearon casas de altos estudios especiales para mujeres; accedían a las mismas que los varones. Sin embargo, no elegían carreras semejantes: aquellas primeras universitarias se volcaban principalmente a los estudios típicamente vinculados “a lo femenino”, como ciencias de la salud, humanidades y ciencias de la educación, mientras que muy pocas se orientaban a las ingenierías y las ciencias exactas y naturales.

Las de medicina

En 1885, Élida Passo se convirtió en la primera mujer en egresar de una carrera universitaria al recibir su título de farmacéutica. Ella abrió el camino para quienes vinieron detrás. Años más tarde, quiso estudiar Medicina. En un principio, su inscripción fue rechazada por el rector, pero finalmente apeló a un recurso judicial y pudo ingresar. Lamentablemente, murió de tuberculosis en 1893, mientras cursaba quinto año, y no llegó a recibirse.

La primera médica argentina fue Cecilia Grierson, quien ingresó en la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires en 1883. Siendo aún estudiante y habiendo asistido a enfermos durante la epidemia de cólera de 1889, impulsó la fundación de la Escuela de Enfermeras del Círculo Médico Argentino, la primera del país y de toda América Latina, que dirigió hasta 1913. El 2 de julio de 1889 se recibió en la especialidad de Cirugía. Sin embargo, jamás pudo ejercer como tal. Nadie quería cirujanas en sus hospitales. Por eso, se incorporó al Hospital San Roque para dedicarse a la ginecología y la obstetricia. En 1891, fue una de las fundadoras de la Asociación Médica Argentina, y un año después, de la Sociedad Argentina de Primeros Auxilios. Gracias a su iniciativa y perseverancia logró que se abrieran salas de primeros auxilios en varios pueblos.

Tras los pasos de Cecilia, llegó Elvira Rawson, la segunda médica de nuestro país, quien egresó de la Facultad de Ciencias Médicas en 1892. Una mujer de armas tomar que siendo estudiante organizó un hospital de campaña en plena Revolución del Parque para atender heridos y hasta consiguió una ambulancia tirada por caballos, herró a los animales y condujo el vehículo por falta de choferes.

Llegada desde Italia a los seis años junto con su familia, otra médica destacada fue Julieta Lanteri, quien se graduó en 1907 de la carrera de Medicina, aunque ya se había graduado como farmacéutica en 1898. Su primer trabajo fue administrando vacunas. Habría deseado ejercer su profesión en un consultorio, pero por pudor o por prejuicios, había mucha reticencia a dejarse revisar por mujeres. Siete años más tarde, en 1914, Alicia Moreau se recibió de médica con diploma de honor.

Los deseos de estas primeras médicas de ejercer la docencia universitaria o la investigación se vieron fuertemente obstaculizados. A Grierson le negaron un cargo de profesora en la cátedra de Obstetricia para parteras de la Facultad de Medicina solo por el hecho de ser mujer; a Lanteri le rechazaron una adscripción a la cátedra de Neurología por no tener ciudadanía argentina y, luego de conseguirla, fue rechazada nuevamente, esta vez sin mayores explicaciones. Quienes lograron ser docentes universitarias solo lo hicieron en calidad de auxiliares, sin poder acceder a jerarquías más altas. Algo que las caracterizó a todas ellas fue que estuvieron en la primera línea de la defensa de igualdad de derechos: lucharon para mejorar la situación civil, económica, social y política de las mujeres argentinas. Grierson fue sufragista, vicepresidenta del Congreso Internacional de Mujeres en Londres, presidenta del Congreso Argentino de Mujeres Universitarias y presidenta del Primer Congreso Feminista Internacional de la República Argentina; Rawson fue una de las fundadoras del primer Centro Feminista y se unió con Moreau, destacada por su actividad política en el Partido Socialista y presidenta de la Unión Feminista Nacional, para reclamar el sufragio femenino. Lanteri fue una de las fundadoras del Partido Feminis-

ÉLIDA PASSO FUE LA PRIMERA MUJER EN EGRESAR DE UNA CARRERA UNIVERSITARIA AL RECIBIR, EN 1885, SU TÍTULO DE FARMACÉUTICA

ta Nacional. El 26 de noviembre de 1911, gracias a un vacío legal y 36 años antes de la ley de sufragio femenino, se convirtió en la primera mujer en emitir el voto en Buenos Aires. También se presentó como candidata a diputada en elecciones nacionales.

Por otra parte, en la Universidad de La Plata, la Facultad de Ciencias Médicas tenía tres escuelas: Medicina, Odontología y Obstetricia. El primer curso que se inició fue Obstetricia, en 1901, con nueve alumnas. En 1904 ya eran 21 estudiantes. El reglamento especificaba que solamente podían cursar mujeres.

Elvira López, una de las pioneras del feminismo rioplatense, es la primera egresada en Filosofía de nuestro país.

Las de sociales

En el año 1896, se creó la Facultad de Filosofía y Letras dentro de la UBA. Esto constituyó un hito muy importante en el proceso de incorporación de las mujeres a las universidades, porque se permitió que las maestras normales se matricularan sin más requisito que su título. En la primera camada de nueve personas egresadas, en el año 1901, cuatro fueron mujeres, entre ellas Elvira López, quien tuvo en común con sus compañeras médicas la implacable y continua defensa de los derechos para las mujeres, entre ellos, el derecho al voto. Casi dos décadas más tarde, en 1913, se creó la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA, de la cual egresó en 1919 su primera doctora: Ángela Bernasconi. La primera contadora, María de las Mercedes Benítez, se había recibido en 1912 en la Escuela Superior de Comercio Carlos Pellegrini cuando todavía no existía la facultad.

Las de ingeniería, exactas y naturales

Delfina Molina y Vedia, química, escritora, artista y docente, fue la primera mujer que obtuvo el título de doctora en Química por la Facultad de Ciencias Químicas de la Universidad de Buenos Aires. En 1865, cuando Juan María Gutiérrez asumió el rectorado de la UBA, se refundó el Departamento de Ciencias Exactas que había existido de manera interrumpida. Este departamento pasó a llamarse “Facultad de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales” en 1891 y a incluir las carreras de Ingeniería y Arquitectura, y los doctorados de Ciencias Físico-Matemática, Ciencias Naturales y Química.

La primera egresada fue Delfina Molina y Vedia, quien obtuvo en 1906 su título de doctora en Química. Hizo la carrera en tres años, interrumpiéndola para pasar un año y medio en Europa estudiando pintura.

En Ciencias Naturales, las primeras doctoras fueron Juana Dieckmann y las hermanas Axa y Lía Acevedo, en 1912. Dieckmann recibió el premio Stroebel creado por la misma Facultad de Ciencias Exactas y Naturales como reconocimiento a la mejor tesis de su promoción.

Habrían de pasar seis años desde las pioneras en Ciencias Naturales para ver a la primera ingeniera del país y de Sudamérica: en 1918, Elisa Bachofen recibió su título de ingeniera civil. Ese mismo año, cofundó la Unión Feminista Nacional. Allí, junto con muchas de las médicas pioneras, luchó por la emancipación civil y política de las mujeres argentinas. En la década de 1920, su hermana Esther siguió sus pasos y fue la cuarta ingeniera del país. En los 20 años que siguieron, el porcentaje de mujeres egresadas de las carreras de Ingeniería de la UBA no llegó al uno por ciento.

Alumna en un laboratorio de la Facultad de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires en las primeras décadas del siglo XX. Por entonces, la mencionada facultad albergaba las carreras de Ingeniería, Arquitectura, Química, Ciencias Naturales y Ciencias Físico-Matemáticas.

La geóloga Edelmira Mórtola.

Portada del libro Nociones de Mineralogía, Editorial El Ateneo, Buenos Aires.

En 1920 se doctoró Edelmira Mórtola, la primera geóloga, quien además se convirtió en la primera mujer en ser nombrada profesora –suplente– en la facultad una década más tarde.

El caso de la Universidad de Córdoba es particularmente curioso: si bien contó con varias mujeres egresadas entre 1884 y 1950 en la Facultad de Medicina y en la de Derecho y Ciencias Sociales, no hay registro de estudiantes mujeres en la Facultad de Ciencias Exactas hasta la década de 1940.

Tiempo de cambios

El 15 de junio de 1918, con algunos antecedentes desde marzo de ese año, un grupo de estudiantes reformistas cordobeses ingresó en la Universidad Nacional de Córdoba para evitar que se designara un rector conservador. Así comenzó una protesta que llevó a una huelga estudiantil –a la que se sumaron más de mil estudiantes– contra el statu quo clerical que gobernaba la universidad. Pedían principalmente la autonomía universitaria, el cogobierno con participación del movimiento estudiantil, laicidad, gratuidad, que la universidad dejara de ser solamente formadora de profesionales e incorporara las misiones de investigación y extensión, entre otros reclamos. De este movimiento estudiantil surgió el famoso Manifiesto Liminar, documento que constituyó la base de la Reforma Universitaria. ¿Participaron las mujeres en este proceso? Aunque no aparecen en la “historia oficial”, porque no están en las fotografías de la época ni firmaron con sus nombres en documentos relevantes, cuando se originó el movimiento ya había mujeres en las universidades y estaban organizadas: en 1904 habían creado la Asociación de Universitarias Argentinas para enfrentar los obstáculos para su acceso a la universidad y en 1910 habían realizado el primer Congreso Femenino Internacional. Sin embargo, eran pocas: para 1918, en la Universidad de Buenos Aires las estudiantes representaban menos del uno por ciento. Y el porcentaje en la Universidad de Córdoba era todavía menor.

Sin embargo, gracias al trabajo de investigadoras y periodistas, hoy conocemos los nombres de algunas de las mujeres que participaron del estallido. Una de ellas fue Prosperina Paraván, que en 1918 estudiaba Odontología. Marchó por las calles de Córdoba e hizo frente a la represión policial, formó parte de quienes elaboraron las propuestas de reformas del plan de estudios de su carrera y de la normalización de su centro de estudiantes.

El conflicto se extendió rápidamente a otras universidades del país y cruzó las fronteras: durante la década de 1920, la Reforma Universitaria estaba en la agenda de toda Latinoamérica.

Que se vengan las científicas de todas partes

El 6 de septiembre de 1930, un golpe de estado cívico-militar derrocó al presidente radical Hipólito Yrigoyen. El 4 de junio de 1943 otro golpe de estado derrocó el gobierno del presidente Ramón Castillo. Al período enmarcado por estos dos sucesos se lo conoce como “Década Infame”, caracterizado, a nivel económico, por un gran crecimiento de la industria nacional y, a nivel político, por una sucesión de proscripciones, corrupción y fraudes electorales.

En esta época, el rol de la ciencia –impulsado por los sectores militares– se volvió más relevante y también se dieron iniciativas de organización de la comunidad científica en el país, por ejemplo, a partir de la fundación, en 1933, de la Asociación Argentina para el Progreso de las Ciencias (AAPC).

Durante este período llegaron al país Eugenia Sacerdote de Lustig y Christiane Dosne de Pasqualini.

La italiana Eugenia se había recibido de médica en 1936 en la Universidad de Turín junto con su prima Rita Levi-Montalcini, futura Premio Nobel de Medicina. Tres años más tarde, debido a las leyes raciales fascistas promulgadas por Mussolini, había tenido que emigrar a la Argentina junto con su marido y su pequeña hija de un año. Luego del nacimiento de su segundo hijo, quiso volver a trabajar, pero no le reconocieron su título de médica. Finalmente logró ingresar como investigadora sin sueldo fijo en la cátedra de Histología de la Facultad de Medicina de la UBA gracias a que sabía hacer cultivos celulares in vitro, una técnica que nadie más realizaba en todo el país. Luego pasó a formar parte del Instituto de Medicina Experimental, hoy Instituto Ángel Roffo. Allí montó la sección Cultivo de Tejidos. Años más tarde, aceptó un ofrecimiento para trabajar también en el Instituto Malbrán, donde se hizo cargo del Departamento de Virología y desde donde realizaría su mayor aporte: Eugenia sería la impulsora de

La doctora Eugenia Sacerdote de Lustig (en la foto, junto al doctor Carlos Ernesto Velasco Suárez, director del Instituto de Oncología “Ángel H. Roffo”) introdujo la técnica de cultivo de células y tejidos que enseñó y difundió, dando origen a una verdadera escuela, y desempeñó un rol fundamental durante la epidemia de poliomielitis en 1956.

Después de graduarse en Canadá, Christiane Dosne de Pasqualini, especializada en medicina experimental en leucemia, decidió seguir sus estudios en la Argentina, entusiasmada por ser discípula de Houssay. En la foto, tomada en 1943, se la ve junto al destacado médico argentino y los ayudantes de Fisiología. Una de sus frases de cabecera es “Quise lo que hice”, que es también el título de sus memorias..

CON EL FIN DE LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL, SE PRODUJO UNA EXPANSIÓN Y MODERNIZACIÓN DEL SISTEMA CIENTÍFICO

la llegada de la vacuna Salk al país. Gracias a ella, se salvaron miles de vidas y la epidemia de 1956 fue la última gran epidemia de poliomielitis que sufrió la Argentina.

La francesa Christiane, en cambio, no llegó huyendo del fascismo, sino que, en marzo de 1942, apenas unos meses antes de doctorarse en Medicina Experimental en Canadá, ganó una beca para trabajar junto a Bernardo Houssay y su equipo. Poco después, ya instalada en Buenos Aires, comenzó a trabajar en el Instituto de Fisiología de la Facultad de Medicina de la UBA y se convirtió en la primera mujer en la Academia Nacional de Medicina. Su investigación sobre leucemia la llevó a publicar más de 600 trabajos y varios libros.

En octubre de 1943, luego del golpe de estado que terminó con la Década Infame, un grupo de personalidades políticas, de la cultura y de la ciencia publicaron un manifiesto en el que sostenían la necesidad de que la Argentina volviera a la “normalidad constitucional, democracia efectiva y solidaridad americana”. Uno de los firmantes era Bernardo Houssay, quien, a raíz de la declaración, fue separado de su cargo en la UBA (cargo que no podría retomar hasta 1955, tras el derrocamiento de Perón). Pese a ello, decidió quedarse en el país y, junto a los doctores Eduardo Braun Menéndez, Oscar Orías, Juan Lewis y Virgilio Foglia, fundó de manera privada el Instituto de Biología y Medicina Experimental. Gracias al apoyo de profesores universitarios, aportes individuales y financiamiento de fundaciones extranjeras, lograron conseguir el dinero para adquirir material de laboratorio, libros, revistas científicas y otorgar becas.

Tres años más tarde, en 1947, Houssay se convertiría en el primer latinoamericano en ganar un premio Nobel en ciencias. Recibiría el galardón en Medicina por sus investigaciones sobre el papel de la hipófisis en la regulación del metabolismo de la glucosa.

Tras el fin de la guerra

Con el fin de la guerra, y durante los gobiernos de Juan Domingo Perón entre 1946 y 1955, por fin se dio lugar al reclamo de gratuidad universitaria que venía impulsándose desde la reforma de 1918. La eliminación de los aranceles y la fundación de la Universidad Obrera (luego UTN) con el objetivo de formar como ingenieros a los egresados de las nuevas escuelas técnicas impulsaron el acceso de los trabajadores a la universidad. Sin embargo, pese a estos avances y a la creación de instituciones clave como la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA), el Instituto Antártico Argentino y los institutos de investigación en el Museo Argentino de Ciencias Naturales (MACN), el gobierno de Perón no impulsó el desarrollo estatal de la ciencia: percibía una clara relación estratégica entre la industria y la tecnología, pero no valoraba de igual modo a la ciencia básica.

LA BIOQUÍMICA REBECA GERSCHMAN ALCANZÓ GRAN PRESTIGIO EN EL CAMPO DE LA FISIOLOGÍA HUMANA

La farmacéutica y bioquímica Rebeca Gerschman, famosa por su investigación sobre el efecto de los radicales libres.

La doctora Wikinski ha dedicado su vida a la docencia de grado y posgrado, a la continua formación de recursos humanos y a la investigación en bioquímica clínica, especialmente en el campo de los lípidos, las lipoproteínas y la ateroesclerosis con una vasta producción científica de prestigio nacional e internacional. Por eso, para ciertos sectores, la ciencia argentina recién comenzó luego del golpe de estado de 1955. De hecho, muchos denominan a este período “Edad de Oro”. El derrocamiento de Perón reorientó las actividades hacia la superación del atraso tecnológico en el sector agrícola. Con ese fin se crearon el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) y el Instituto Nacional de Tecnología Industrial (INTI). También se sentaron las bases para la profesionalización de la investigación. Por un lado, los investigadores tuvieron la oportunidad de trabajar con cargos docentes de dedicación exclusiva. Esto se concretó en la UBA con la aprobación del estatuto universitario de 1958 y la elección de Risieri Frondizi como rector. Por otro lado, ese mismo año, se creó el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas de Argentina (CONICET), un organismo dedicado exclusivamente a la investigación. Su primer presidente fue Houssay, quien ocupó este puesto hasta su muerte, trece años después. En simultáneo, en las universidades nacionales se inició un período denominado de “modernización académica” que se extendió hasta mediados de la década del 60 y que incluyó medidas que sentaron las bases para la profesionalización de la investigación, entre ellas dedicaciones exclusivas de profesores a la docencia y la actividad científica. En este contexto, en 1960, la farmacéutica y bioquímica Rebeca Gerschman regresó al país. Había hecho su tesis doctoral bajo la dirección de Houssay en la década de 1930 y luego emigrado a Nueva York para perfeccionarse. Allí había investigado sobre los efectos fisiológicos del oxígeno. Para 1954 había reunido suficiente evidencia como para postular que, bajo ciertas condiciones, aquello que necesitamos para sobrevivir también puede matarnos. Publicó su investigación en la revista científica estadounidense Science. Tuvieron que pasar más de quince años para que la teoría de Gerschman sobre el efecto de los radicales libres finalmente se aceptara. Rebeca volvió a la Argentina en 1960 para trabajar como profesora en la Facultad de Farmacia y Bioquímica de la UBA, donde se desempeñó por una década. Durante muchos años fue la única mujer cuyo retrato formó parte del Salón Científicos Argentinos del Bicentenario, inaugurado en la Casa Rosada en 2009.

Rebeca no fue la única que llegó al país para esa época. Un año más tarde, en 1961, el Instituto del Cálculo de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA le daba la bienvenida a “la Clementina”, la primera computadora científica de la Argentina: una gigantesca colección de módulos que contenían más de 5000 válvulas. Una de las pioneras en usarla fue la doctora en Matemáticas Rebeca Cherep de Guber, la jefa de Operaciones del instituto. Renunciaría a su puesto tras la Noche de los Bastones Largos y, junto con el matemático Manuel Sadosky y otros dos socios de la facultad, cofundarían Asesores Científico Técnicos, la primera empresa privada argentina orientada al desarrollo de software. Allí también trabajaría Cecilia Tuwjasz de Berdichevski, primera programadora argentina y una pionera en su disciplina que conocía a Rebeca desde que habían sido compañeras en la escuela primaria.

La doctora en Bioquímica Regina Wigdorovitz de Wikinski, quien más adelante se convertiría en decana de la Facultad de Farmacia y Bioquímica de la UBA por dos períodos, también desarrolló parte de su trabajo en el país durante la década del 60. Primero en la Cátedra de Análisis Clínicos de la Facultad de Farmacia y Bioquímica, y luego como fundadora y directora del Laboratorio de Lípidos y Lipoproteínas. Años después, en 1977, sería una de las personalidades científicas que se irían del país escapando de la dictadura. Luego volvería, para continuar con su trabajo de investigación y crear y dirigir el Instituto de Fisiopatología y Bioquímica Clínica (INFIBIOC).

Cecilia Berdichevski fue una programadora argentina, pionera en el área de informática y en el uso de Clementina, nombre con el que se conoció a la primera computadora científica instalada en el país.

La Noche de los Bastones Largos

La formalización de actividades de ciencia en las universidades nacionales fue un gran cambio para el sistema. Rolando García, decano de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA, fue uno de los ideólogos y ejecutores de este modelo. Sin embar-

go, este proceso se interrumpió con el golpe de estado que dieron los militares encabezados por el general Juan Carlos Onganía en junio de 1966. Derrocaron el gobierno de Arturo Illia y un mes más tarde, con el Decreto Ley 116.912, suspendieron la autonomía universitaria para lograr una “depuración académica”. Decanos y rectores de las ocho universidades nacionales del país se convirtieron en interventores, y pasaron a depender del Ministerio de Educación.

El rector de la UBA, Hilario Fernández Long, rechazó estas disposiciones y, junto a su equipo, presentó la renuncia. A modo de protesta y repudio frente a la intervención y en reclamo de la autonomía perdida, grupos de estudiantes y docentes de cinco facultades –Exactas y Naturales, Arquitectura, Ingeniería, Filosofía y Letras, y Medicina– decidieron tomar los edificios. La noche del 29 de julio de 1966, mientras estaban en asamblea permanente, la Guardia de Infantería de la Policía Federal forzó un violento desalojo en el edificio de Perú 222, en el centro porteño. Se llevaron detenidas a cientos de personas y otras tantas fueron heridas durante la represión con palos. Días después de este sangriento episodio, conocido como la “Noche de los Bastones Largos”, renunciaron en masa más de 1300 profesores de la Universidad, muchos de los cuales no volvieron a ejercer la docencia. También se dio la mayor emigración de científicos del país.

Entre las científicas que emigraron estaba la doctora en Química Silvia Braslavsky. Tras la fatídica noche y la renuncia masiva de docentes, se comenzó a planear el exilio organizado a países latinoamericanos. Como parte de este plan, Silvia, su marido y cien personas más decidieron mudarse a Chile. A esa primera mudanza le seguirían otras cuatro que terminarían con su radicación definitiva en Alemania. Allí se dedicaría al estudio de la fotoquímica de los fitocromos (pigmentos vegetales) y crearía una red de cooperación entre este país y la Argentina –que sigue funcionando hasta hoy– para recibir en su laboratorio a investigadores, con la condición de que se hubiesen doctorado en nuestro país.

Aunque muchas personas emigraron, otras tantas se quedaron. Entre ellas, la también doctora en Química Sara Rietti, perteneciente a una corriente de pensamiento que posteriormente fue llamada “PLACTS”: Pensamiento Latinoamericano en Ciencia, Tecnología y Sociedad. Sara fue una de las encargadas de diagramar el plan para quienes dejaban el país: quería que se instalaran dentro de Latinoamérica porque sabía que, de ser así, costaría menos que volvieran a la Argentina. Por eso organizó los exilios en tres corrientes: Venezuela, Chile y Brasil. Además, se encargó de que se rearmaran los grupos de investigación en aquellos países para que no se perdieran las líneas de trabajo. Con quienes se quedaron, creó el Centro de Estudios en Ciencia. Décadas más tarde, cuando Manuel Sadosky asumió como secretario de Ciencia y Tecnología del presidente Raúl Alfonsín en la vuelta a la democracia, Sara fue su jefa de gabinete y se encargó, como ya lo había hecho casi veinte años atrás, de organizar el viaje de sus colegas. La diferencia era que esta vez no se iban: volvían del exilio a su tierra.

LAS CUATRO DE MELCHIOR

El 7 de noviembre de 1968, el ARA Bahía Aguirre zarpó de Buenos Aires rumbo a la Antártida. A bordo viajaban cuatro científicas del Museo Argentino de Ciencias Naturales “Bernardino Rivadavia” (MACN): la profesora Irene Bernasconi, especialista en equinodermos (estrellas de mar); María Adela Caría, bacterióloga, jefa de Microbiología del MACN; Elena Martínez Fontes, jefa de

la Sección Invertebrados Marinos; y la licenciada Carmen Pujals, reconocida ficóloga (especialista en algas marinas) de amplia trayectoria. Las cuatro mujeres elegidas para liderar e investigar distintos aspectos de la biodiversidad antártica serían las primeras científicas de nuestro país en realizar estudios de campo en el continente blanco. Este hito que traspasó fronteras no hizo más que cumplir un ferviente deseo que latía desde siempre en sus corazones: “Lo hemos deseado toda la vida”, dijeron quienes luego se conocerían como “las cuatro de Melchior”. Melchior era la base adonde arribaron aquella mañana neblinosa y fría del 19 de noviembre. Ubicada en la isla Observatorio, fue la primera base fundada en la península antártica por las Fuerzas Armadas en 1947, y había estado cerrada por cinco años, por lo cual el trabajo de estas cuatro mujeres, más el grupo de hombres que las acompañaba, incluyó también su rehabilitación y acondicionamiento. Durante los dos meses y medio que permanecieron allí, recorrieron en bote 1000 kilómetros de litoral para realizar la toma de muestras. En aquellas aguas cuya temperatura es de 0,5 °C, los buzos que las acompañaban trabajaron incesantemente en inmersiones que llegaban a los 75 metros de profundidad. La profundidad y la cantidad de inmersiones en aguas frías (se sumergieron 47 veces) establecieron un récord para la época. Tomaron más de cien muestras de agua y fango, realizaron recuento de bacterias y sembrado de cultivos, y recolectaron cientos de especímenes de diversas especies de flora y fauna marinas. Entre las muestras obtenidas se destacan los más de 2000 ejemplares de equinodermos, lo que permitió el hallazgo de una familia no citada para esa región. Otra importante novedad fue la identificación del alga parda Cystosphaera jacquinotii en su lugar de arraigo, que otros biólogos habían intentado localizar infructuosamente durante años. Posteriores publicaciones de estas especialistas contribuyeron a determinar nuevos géneros y especies de organismos, o a clarificar la posición sistemática de otros que aparecía dudosa. Hoy, quien viaje hasta aquellas tierras o recorra con la vista un mapa de la Antártida verá su historia plasmada en tierra y papel. Aquellas pioneras, valientes y apasionadas, dan nombre a una parte de aquel territorio del que alguna vez se enamoraron: en 2018, con motivo del 50° aniversario de aquella proeza, el Instituto Antártico Argentino y el Servicio de Hidrografía Naval les rindieron un merecido tributo al incorporar sus nombres a la cartografía antártica argentina. En el extremo sureste de la península Jasón, que nace de la península Antártica en el mar de Weddell, dos ensenadas (Pujals y Bernasconi) y dos cabos (Caría y Fontes) llevan con orgullo sus nombres.

La doctora Sara Rietti fue la primera química nuclear de la Argentina. Con la recuperación democrática, se ocupó de repatriar a las científicas y los científicos expulsados de nuestro país. Imagen de la CNEA donde Emma Pérez Ferreira trabajó en el acelerador de iones pesados.

Tras el golpe de Estado y la Noche de los Bastones Largos, la dictadura de Onganía descentralizó el sistema universitario. Su objetivo era evitar que se concentraran grandes masas de estudiantes en un mismo espacio, y para eso se fundaron trece universidades nacionales. El 24 de marzo de 1976, un golpe de estado derrocó el gobierno de María Estela Martínez de Perón (“Isabelita”) e instaló en el poder una dictadura cívico-militar que implementó un control ideológico estricto en las universidades, desarticuló grupos de investigación y redistribuyó los recursos destinados a la investigación científica en estas instituciones, transfiriendo la mayor parte del presupuesto hacia el CONICET.

Durante todo este período se produjo en simultáneo un declive de las universidades nacionales y un crecimiento del CONICET: la creación de nuevos institutos bajo la dependencia del organismo alcanzó su máximo entre 1980 y 1983.

Al igual que sucedió en toda la sociedad argentina, muchas personas que se dedicaban a la ciencia y la investigación fueron detenidas de manera ilegal, secuestradas, torturadas y asesinadas en centros clandestinos. Lamentablemente, muchas de ellas continúan desaparecidas hasta hoy.

Con la vuelta a la democracia en 1983, el gobierno de Raúl Alfonsín intervino nuevamente las universidades y el CONICET, aunque esta vez para desarmar los instrumentos de control ideológico establecidos durante la dictadura.

Entre otras acciones, se crearon el Consejo Interuniversitario Nacional y la Secretaría de Ciencia y Tecnología (SECyT) bajo la órbita del Ministerio de Educación y Justicia.

En 1984fue designado Carlos Abeledo como presidente del CONICET. Esta nueva gestión estableció medidas de política científica según tres grandes ejes: el ordenamiento institucional, el restablecimiento de los vínculos con las universidades nacionales y la inclusión de actividades de vinculación tecnológica, hecho que dio lugar a la creación del área de Transferencia Tecnológica en ese mismo año.

En 1987, la física Emma Pérez Ferreira se convirtió en la primera presidenta de la CNEA, cargo que mantuvo hasta el final del gobierno radical. Apenas un año antes, Alfonsín había inaugurado el Tandar, un acelerador de iones pesados y el proyecto que Emma había impulsado desde sus comienzos, una década atrás. Para concretarlo, había tenido que negociar con el presidente de la CNEA durante aquellos años, el contraalmirante Carlos Castro Madero. De más está decir que el Tandar generó polémica y numerosas críticas. Pese a las controversias, Emma siempre lo defendió porque estaba convencida de la importancia de que la Argentina desarrollara una tecnología nuclear independiente y de la necesidad de promover la investigación básica en el país.

EN 1987, LA FÍSICA EMMA PÉREZ FERREIRA SE CONVIRTIÓ EN LA PRIMERA PRESIDENTA DE LA CNEA

¡Que se vayan a lavar los platos!

Con la llegada al poder de Carlos Menem, en 1989, se designó al frente de las instituciones científicas a investigadores, muchos de ellos de confesa ultraderecha, que ya habían desempeñado cargos semejantes antes de la vuelta a la democracia. Durante su primer mandato, se crearon seis universidades nacionales y la Comisión Nacional de Actividades Espaciales (CONAE). Más adelante, en su segundo mandato, se realizaron reformas neoliberales en la educación superior y en ciencia y tecnología. Estos cambios llevaron a una confrontación política entre el gobierno y los investigadores de las universidades nacionales: los veían como una amenaza a la autonomía y un retroceso de la injerencia estatal en la ejecución de las actividades científicas y tecnológicas. En 1996, se creó la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica (ANPCyT) con el fin de financiar proyectos de investigación.

Además, desde 1994, ocurrió un fuerte desfinanciamiento del sector científico y tecnológico. Ante el reclamo de más presupuesto para el área, el entonces ministro de Economía le respondió a la socióloga Susana Torrado: “Que [los científicos] se vayan a lavar los platos”. Susana había sido una de las discípulas del equipo de Gino Germani, el funda-

LA ACTIVIDAD CIENTÍFICA HA ESTADO DESDE SIEMPRE AFECTADA POR LOS VAIVENES POLÍTICOS

dor de la sociología en la Argentina. Había vivido 16 años fuera del país y regresado en la década del 80 para retomar la docencia en la UBA. Allí, con la vuelta a la democracia, fue directora de la carrera de Sociología. Se destacó tanto en su área de investigación que fue nombrada investigadora emérita del CONICET.

Desde principios de la década de 1990, el CONICET sufrió una serie de cambios de autoridades, muchas de ellas vinculadas con la última dictadura. En 1996 se formalizó su intervención. Asimismo, prácticamente se interrumpió el ingreso de nuevos investigadores y hubo una gran “fuga de cerebros” que contribuyó a un envejecimiento de la planta científica profesional.

Con la asunción de Fernando de la Rúa en 1999, Dante Caputo fue designado secretario de Ciencia y Técnica, y directamente propuso eliminar el CONICET e incorporar a todos sus investigadores a las universidades nacionales. El enorme repudio de la comunidad científica terminó con la renuncia del secretario en 2001.

Nuevo siglo, más mujeres

Tras la gran crisis política, económica y social de 2001-2002 que restringió fuertemente la inversión en ciencia y tecnología, a partir de 2003, bajo los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández, se intentó recuperar y jerarquizar el sistema científico-tecnológico. Se impulsó el Programa RAICES, que entre 2004 y 2011 logró repatriar alrededor de 1000 investigadores, se incrementó el número de becas y de ingresos a la Carrera de Investigador Científico del CONICET y, en 2007, se creó el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva.

Ese mismo año, la historiadora y doctora en Filosofía Carolina Scotto se convirtió en rectora de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC), la primera mujer en ocupar este cargo en los 384 años de vida de esa institución. Un año más tarde, en 2008, asumió la primera presidenta mujer del CONICET, la astrofísica Marta Rovira.

A partir de la gestión de Salvarezza al frente del CONICET (2012-2015), el organismo comenzó a definir temas estratégicos y a favorecer la radicación de investigadores fuera de los lugares tradicionales y grandes núcleos urbanos.

También se reactivó el Plan Nuclear, suspendido durante los años 90: se terminó Atucha II y se planificó la construcción de nuevas centrales, incrementando la participación de la industria nacional.

El Estado decidió volcar el poder de compra relacionado con la defensa en la industria nacional, y contrató a INVAP para el desarrollo de radares para la aviación y meteorológicos. Se decidió crear ARSAT y ocupar las posiciones orbitales asignadas a la Argentina con satélites construidos en el país.

Pese a todos estos avances, no hubo un aumento en los recursos presupuestarios –tanto a nivel financiamiento de proyectos como a nivel salarial– dentro del sistema científico-tecnológico. Esto se profundizó con la llegada de Mauricio Macri al poder en 2015. Al fuerte desfinanciamiento se sumaron numerosos despidos en organismos como el INTI y el INTA, y el pase del Ministerio de Ciencia a Secretaría en 2018. En diciembre de 2019, el entonces recién electo presidente Alberto Fernández revirtió esa decisión, creando el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación. Para ese mismo momento, la química Ana Franchi, una de las cofundadoras de la Red Argentina de Género, Ciencia y Tecnología (RAGCyT) en 1995, fue nombrada presidenta del CONICET, la segunda en su historia; y la meteoróloga Carolina Vera fue designada jefa de gabinete del Ministerio de Ciencia. Carolina es, además, vicepresidenta del Grupo de Trabajo I del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC).

En 2020,por primera vez en más de 150 años de historia, la Academia Nacional de Ciencias tuvo una presidenta: la química farmacéutica Beatriz Caputto, investigadora y profesora de la Universidad Nacional de Córdoba. Todo un logro para esta institución que desde su fundación en 1869 y hasta el año 1995 solo contaba entre sus miembros a científicos varones.

Tuvimos que esperar mucho tiempo y fue un arduo camino, pero poco a poco estamos quebrando el techo y las paredes de cristal. Aún falta, pero hoy estamos mejor que ayer y eso se lo debemos al impulso, a la lucha y al compromiso de todas las científicas que vinieron antes. Estamos donde estamos porque nos paramos en los hombros de gigantas

La astrofísica Marta Graciela Rovira fue directora del Instituto de Astronomía y Física del Espacio y presidenta en el CONICET, la primera mujer en obtener ese cargo.

CAPÍTULO 4

PROTAGONISTAS DE LA CIENCIA ARGENTINA HOY

Un panorama sobre la realidad actual de las científicas argentinas y el valioso aporte de la

doctora Ana María Franchi, directora del CONICET, y del rector de la Universidad de Buenos

Aires, profesor doctor Alberto Edgardo Barbieri.

Para conocer las historias de vida de las científicas argentinas que están revolucionando

la ciencia hoy en nuestro país, entrevistamos en exclusiva para este libro a las doctoras

Andrea Gamarnik (viróloga), Dora Barrancos (socióloga), Ana Clara Mignaqui (bioquímica),

Bibiana Vilá (bióloga), Alicia Dickenstein (matemática), Raquel Lía Chan (bioquímica),

Irene Schloss (bióloga), Juliana Cassataro (bióloga), María Teresa Dova (física), Cecilia

Bouzat (bioquímica y biofísica) y Carolina Vera (meteoróloga). Presentamos también a las

científicas argentinas que se destacan por su labor y sus logros en el exterior: Cora Dvorkin,

en la Universidad de Harvard; María Alejandra Gandolfo-Nixon, en la Universidad de

Cornell; Karina Yaniv, en el Instituto Weizmann, entre otras. Para el final, Valeria Edelsztein,

compiladora del presente libro, reflexiona acerca de la necesidad de despertar el interés

por las ciencias y motivar a los estudiantes del siglo XXI.

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