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Científicas: la otra mitad de la historia

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INTRODUCCIÓN

INTRODUCCIÓN

El rechazo a admitir a las mujeres en las universidades más prestigiosas llevó en los Estados Unidos a crear universidades solo de mujeres. Fundada en 1875, la Wellesley College fue una de ellas. Allí, aquellas mujeres vestidas con faldas belle époque estudiaban, aprendían a investigar, armaban colecciones y experimentaban en sus laboratorios.

LA CIENCIA TIENE ROSTRO DE MUJER

Por Irina Podgorny

En 1903, La Science Illustrée, una revista francesa destinada a la difusión del estado de la ciencia en el mundo, publicaba una nota sobre las mujeres y las universidades de entonces: “Desde el punto de vista de la alta cultura intelectual, son tratadas de manera muy diferente según el país. En Alemania, Austria y Rusia no las admiten: los diplomas y exámenes les están vedados a excepción de los de herborista, partera y dentista. En las universidades francesas, en cambio, hombres y mujeres poseen los mismos derechos. Esta situación se repite en Bélgica, Holanda, Dinamarca, Noruega, Italia, Suiza, Grecia y Rumania”.

Pero hace 120 años, las palmas se las llevaban los países anglosajones donde se había garantizado el acceso de las mujeres a los estudios superiores y su instalación en colegios anexos a las universidades más importantes: exclusivos para ellas, contaban con los espacios para las actividades científicas más variadas, ofreciendo una vida confortable y fomentando la cooperación entre compañeras.

Oxford sumaba cuatro colleges femeninos; Cambridge, dos. A ellos se agregaban los de Manchester, Liverpool, Leeds, Edimburgo y otros 32 en los Estados Unidos: la lista era larga como miles eran las estudiantes matriculadas, muchas de las cuales, además, se beneficiaban de las becas, establecidas gracias a las donaciones que estimulaban la educación femenina de todas las clases sociales.

Wellesley College, en Massachusetts, era un buen ejemplo. Asociado a la Universidad de Boston, había sido fun-

LOS CAMPUS ESTADOUNIDENSES MULTIPLICARON LAS OPORTUNIDADES LABORALES DE LAS MUJERES

dado en 1870 como “Seminario para Mujeres” gracias a los dos millones de dólares concedidos por el matrimonio Durant. Se inauguró en 1875 con 314 alumnas, de las cuales 18 obtuvieron sus títulos en 1879. Era gobernado por mujeres y estaba financiado privadamente. Las colecciones de libros y de historia natural, los laboratorios de física y química, el observatorio, el parque, las instalaciones deportivas y el estanque estaban a disposición de esas muchachas que, en 1889, establecieron la primera sororidad, es decir, un centro de estudiantes basado en los intereses comunes, así bautizado en oposición a las fraternidades de las instituciones gemelas. Hoy, los archivos de Wellesley revelan, entre muchas otras cosas, la existencia de un gimnasio con pesas, anillos y barras, porque, como lo establece una máxima clásica, el estudio requiere también ocuparse del cuerpo. La galería de autoridades, por su parte, muestra los retratos de las presidentas del college, cada una con su propia carrera científica o académica. Matemáticas, educadoras, cirujanas: desde el siglo XIX, unas y otras se impusieron para que Wellesley prosperara y, literalmente, renaciera de las cenizas del incendio de 1914. Frente a esta opulencia, esos europeos, “timoratos y estrechos en sus consideraciones sobre la educación del bello sexo”, debían quedar anonadados y, por supuesto, sacarse el sombrero.

La revista francesa La Science Illustrée seocupaba de la difusión del estado de la ciencia en el mundo.

Cada institución, un mundo

La nota de La Science Illustrée aparece en una fecha significativa: en diciembre, Maria Salomea Skłodowska-Curie recibiría –dos años después de establecido este galardón en 1901– su primer premio Nobel y en 1906 sería nombrada profesora en la Universidad de París tras la muerte de su esposo. El famoso rechazo a su admisión como miembro de la Academia de Ciencias de Francia ocurriría en 1911, demostrando que cada institución era un mundo y que las habas no se cuecen de igual forma en todas partes, ni siquiera en la misma ciudad. Quizás la nota de 1903 deba entenderse en ese marco de gran visibilidad de la figura de Marie (como se la conocía en Francia), porque, en contraste con la celebración del individuo, el cronista evitaba apellidos y ni siquiera mencionaba a los mecenas. Elogiaba, en cambio, los avances en números y cantidades, testimoniándolos con la publicación de una fotografía de un centenar de estudiantes con sus togas y birretes. Difícil contarlas sin perderse entre las filas, imposible saber sus nombres, pero, sin dudas, una elección feliz para ratificar que los logros y la carrera de Maria Salomea Skłodowska-Curie se entroncaban con un hecho indiscutible: la práctica de la ciencia se fomenta y se proyecta de manera colectiva.

Desde Minnesota hasta Bruselas

Wellesley no era un caso aislado: estas imágenes de mujeres que, con sus faldas belle époque, estudiaban, aprendían a investigar, practicaban calistenia, armaban colecciones o experimentaban en los laboratorios universitarios se repetían desde Minnesota hasta Bruselas. Sarah Erman, por ejemplo, está recuperando la historia de las escuelas de ciencias agrícolas de Bélgica. La historiadora de la ciencia Margaret Rossiter, hace casi medio siglo, se ocupó de los campus femeninos estadounidenses, argumentando, como el cronista de 1903, que esas instituciones desempeñaron un papel crucial en la expansión de las oportunidades laborales de las mujeres.

Sí, porque de eso se trataba la novedad de la segunda mitad del siglo XIX y las reivindicaciones del siglo XX: la apertura del trabajo académico y de las carreras universitarias para la descendencia de una burguesía en ascenso, fuera esta medianamente

Pionera en el campo de la radiactividad, Maria Salomea Skłodowska-Curie fue la primera mujer en ocupar el puesto de profesora en La Sorbona. La imagen la muestra trabajando junto a su marido, el físico francés Pierre Curie, en el pequeño laboratorio de la calle Lhomond, en París.

Retrato de la paleontóloga inglesa Mary Anning junto a su perro Try (izquierda), y un dibujo y una carta en la que anunciaba el hallazgo de un fósil animal que sería conocido como “plesiosaurio” (derecha). pobre o rica, porque, a decir verdad, las mujeres nobles se habían involucrado en las prácticas científicas desde los inicios de la ciencia moderna en el siglo XVII. Allí estaban, entre otras, Katherine Jones (1615-1691), vizcondesa de Ranelagh, hija del lord tesorero del Reino de Irlanda, hermana del filósofo natural e inventor Robert Boyle, el químico escéptico, uno de los pilares de la nueva ciencia y de la Royal Society de Londres fundada en 1660. De tal hermana, tal astilla: educada en su hogar, las ideas, el trabajo y el salón de lady Ranelagh, como reconocían sus contemporáneos, marcaron la obra de Robert y los debates políticos, religiosos y filosóficos urdidos alrededor del círculo de corresponsales de Samuel Hartlib, una red de protestantes europeos donde se discutía de agricultura y horticultura, de alquimia, de mineralogía, de economía, de medicina y del conocimiento universal, del problema de Irlanda, de la reforma educativa y del establecimiento de una oficina de consultas en cada pueblo o ciudad donde el saber se depositara y cualquiera pudiera entrar a averiguar cómo eran las cosas.

Descubridoras de cometas

Otra cosa era que, como ocurriría a partir de fines del siglo XVIII y, sobre todo, de la segunda mitad del XIX, las mujeres trabajaran, es decir, ganaran un sueldo que les permitiera vivir: la primera en hacerlo fue la astrónoma, cantante y costurera alemana Caroline Lucretia Herschel (1750-1848), quien en 1787 fue contratada por el rey inglés para servir en el Observatorio de Slough, a 32 kilómetros de Londres, como asistente de su hermano William, quien en 1718 había descubierto Urano y con quien estuvo a cargo del telescopio más potente de su época. A lo largo de su vida, Caroline –una experta en contabilidad, entrenada en la precisión de las notas musicales y de la costura– descubrió varios cometas. Murió en su Hannover natal no sin antes haber ayudado a su sobrino, también astrónomo. Caroline no fue la primera ni sería la última descubridora de cometas y receptora de medallas en su honor: la había precedido la sajona Maria Margaretha Winckelmann-Kirch (1670-1720) y hoy la continúa la estadounidense Carolyn Jean Spellmann Shoemaker (1929), quien, habiendo estudiado humanidades, es señalada como la persona que más cometas ha descubierto en toda la historia de la humanidad. Entre ellos, el famoso Shoemaker-Levy 9 que colisionó con Júpiter en 1994, una ocasión extraordinaria donde, por fin, pudo observarse este tipo de acontecimiento en nuestro sistema solar. Sea como sea, en todos los casos se trata de trabajos en colaboración con sus maridos, hermanos o sobrinos, de horas pasadas junto a personas en las que –más allá del tedio familiar– se puede confiar ciegamente. Asimismo, esto nos recuerda que la observación y el registro astronómicos combinaban las habilidades más diversas, aprendidas en la práctica de la música, la administración del hogar, la historia o las horas de corte y confección, pero no en la universidad.

EL NEOLOGISMO SCIENTIST SE ACUÑÓ PARA DESIGNAR A QUIENES SE DEDICABAN A CULTIVAR LAS CIENCIAS

Se cree que Katherine Jones, también conocida como lady Ranelagh, tuvo una gran influencia en el trabajo de su hermano, el químico Robert Boyle.

S cienti St , arti St , S avant

En cuanto a los salarios recibidos por hacer ciencia, ellos –con las pocas excepciones de los profesores universitarios, el secretario de la Royal Society o los encargados de colecciones– tampoco recibían paga ni se educaban en las aulas: muchos eran ricos, la vida se la ganaban de otra cosa, y las formas de aprender, experimentar u observar la naturaleza, al igual que en la astronomía, pasaban por los círculos privados de los cuales ellas no estaban excluidas. La ciencia como profesión, como carrera, apenas si existía.

Tampoco existían las “científicas”, porque, llegados a este punto, la palabra y el mero concepto solo aparecieron en 1834 y en inglés. El neologismo scientist se acuñó a imagen y semejanza de “artista” (artist) para designar a quienes se dedicaban a cultivar las cien-

cias, reemplazando, poco a poco, a otros términos en uso tales como savant, “naturalista” y “filósofo natural”. Una palabra que marca, precisamente, una nueva constelación surgida en ese mundo decimonónico donde reinan la geología, la ciencia experimental, la climatología, la meteorología y la biología: el siglo de creación de la British Association for the Advancement of Science, una agrupación que desde 1831 le disputó el lugar a la Royal Society, la cuna de la llamada “revolución científica” del siglo XVII. En efecto, para los científicos del siglo XIX, la Royal Society estaba anquilosada en su pasado capitalino, por lo que introdujeron un programa de coordinación y aplicación del trabajo acorde a las demandas de la sociedad de la revolución industrial además de una reunión anual que rotaría en el interior de Inglaterra: de ellas participaron una gran cantidad de mujeres interesadas en los avances en las ciencias exactas y naturales. Más de una vocación surgió de esas reuniones, en un país donde la anatomía comparada y la búsqueda de fósiles modificaron las costumbres de varias mujeres que, casadas y solteras, trabajaron con el reconocimiento y agradecimiento de los anatomistas de uno y otro lado del canal de la Mancha.

Hipatia fue una filósofa y la primera matemática y astrónoma conocida de la Antigüedad.

Ciencia más allá de las instituciones

“Usted ha de ser la señorita Morland”, cuentan que le dijo el reverendo William Buckland, geólogo de la Universidad de Oxford, cuando, en la diligencia que los transportaba, la vio leyendo el mismo libro que él acababa de recibir de París: un tomo de las investigaciones sobre los animales fósiles del célebre Georges Cuvier. Mary Morland (1797-1857) era –como el reverendo– una estudiosa de la vida del pasado y, además, una hábil dibujante a la que Cuvier recurría para ilustrar su obra. La fama la precedía y se casó con el reverendo en 1825, fundando un matrimonio signado por los huesos y las heces fósiles halladas en las cuevas de toda Europa y del cual resultaron muchos hijos. La de los Morland-Buckland no sería la única relación basada en este tipo de pasiones: tanto en Francia como en Inglaterra abundan las Emma Fayolle Bravard, las Charlotte Hugonin Murchison (1788-1869) y las Mary Horner Lyell (1808-1873) cuyo conocimiento en el área de la anatomía y la geología era alabado en los círculos de especialistas de toda Europa, el espacio donde, entre maridos, museos, congresos y colecciones, transcurrían sus vidas. A ellas hay que sumar los nombres de las señoritas Talbot y de Mary Cole, coleccionistas de fósiles en sus heredades de la costa inglesa. La más famosa, sin embargo, es Mary Anning (1799-1847), a quien, en 1865, All the Year Round, el semanario literario de Charles Dickens, le dedicó un ensayo leído por unas 100.000 personas: de menor alcurnia, sin fortuna personal, Mary hizo de la búsqueda y de la venta de vertebrados e invertebrados del Jurásico un modo de vida y una empresa familiar. A ella, a su hermano y a sus hijos se les deben el cráneo de un ictiosauro y un plesiosaurio completo. Los Bravard Fayolle en el macizo central francés, por su lado, se especializaron en la descripción y venta de mamíferos fósiles; él –Auguste– la dejó para continuar su empresa en la Argentina, donde murió en el terremoto de Mendoza de 1860. Emma, la administradora de la compañía, debió entonces encargarse de cobrar las cuentas adeudadas por los museos de ambos lados del Atlántico. Estas historias muestran que, aunque puedan estar ausentes de las listas de miembros de las sociedades científicas, la geología no se hacía sin ellas y que, ricas o no tanto, invertían tiempo y dinero en el desarrollo de una actividad que conocían al dedillo y les permitía interactuar con los temas más candentes de la ciencia de la época. Pero también revelan otro aspecto: hacer ciencia era (y es) mucho más que publicar una idea o un hallazgo con nombre propio o tener un trabajo remunerado para hacer tal cosa. Para dar con las mujeres y con todos los actores que colaboraron en construir los edificios de las ciencias, hay que mirar mucho más allá de las instituciones. La ciencia, nos cuentan estas señoras, puede hacerse en la cocina, que, dicho sea de paso, es muy parecida al espacio de un laboratorio. Y en Sicilia estaba la de la franco-inglesa JeanneVillepreux-Power (1794-1871), otra modista que con sus habilidades manuales ideó los primeros acuarios para el estudio de los cefalópodos y la fauna marina: gracias a ello, su nombre aparece en los trabajos más importantes de la zoología de su tiempo.

PARA DAR CON LAS MUJERES QUE AYUDARON A CONSTRUIR LA CIENCIA, HAY QUE MIRAR MÁS ALLÁ DE LAS INSTITUCIONES

Extremidad anterior de la mandíbula inferior derecha del Megalosaurus dibujada por Mary Buckland.

Historias de éxito, pero también de fracasos

Curiosamente o no tanto, el éxito de la palabra que empezó a designar la profesión de la ciencia comenzó a crear fronteras entre las personas y linajes donde no los había. El término pronto pasó a la escritura de la historia, donde se lo usó para designar a quienes, en los últimos 3000 o 4000 años, se hubieran preocupado por el problema de la verdad más allá del contenido, el contexto o la forma de indagar sobre ella. Así se fue armando una serie más o menos canónica de grandes figuras sobre todo masculinas, los protagonistas que guiaban con su luz el avance de la ciencia. Leonardo en el Renacimiento europeo, Fá-

DESDE LAS IDEAS NEOPLATÓNICAS, LA CREATIVIDAD RESULTABA DE LA UNIÓN DE LOS PRINCIPIOS MASCULINOS Y FEMENINOS

Alegoría del arte del italiano Cesare Ripa, autor de Iconología, libro de emblemas muy influyente en su tiempo. tima al Mayriti en las matemáticas cordobesas de Al-Ándalus del siglo X, la neoplatónica Hipatia en el mundo heleno, Isaac Newton, Charles Darwin… Hoy esa historia de grandes figuras no nos alcanza sobre todo porque el hecho de focalizar sobre unos u otras oscurece la enorme cantidad de actores que, con los gestos más minúsculos, contribuyeron al armado de esas empresas de conocimiento que involucraron a asistentes, esclavos, mercaderes, centenares de colaboradores de todos los colores y géneros. No solo eso: esta historia de grandes figuras es una historia de éxitos, cuando la ciencia consiste en muchísimos fracasos, caminos equivocados, abortados, objetos de estudio desaparecidos y personas cuyos nombres se han perdido para siempre. Hace muchos años, la historiadora de las ciencias Londa Schiebinger nos recordó que en los inicios de la ciencia moderna dos alegorías compitieron para encarnar a la ciencia: mientras en Inglaterra se defendió un símbolo masculino, muchos abogaron por la ciencia como mujer, una guía para quienes se dedicaban a escrutar los secretos de la “madre naturaleza”. A fin de cuentas, y desde las ideas neoplatónicas que inspiraban esas imágenes, la creatividad resultaba de la unión de los principios masculinos y femeninos: la ciencia-mujer llevaba al estudioso a descubrir la verdad del mundo natural. En esa tradición iconográfica que se inicia en el siglo VI, se consolida en el Renacimiento con la Iconología de Cesare Ripa y permanece hasta bien entrado el siglo XVIII, la filosofía y las ciencias tienen cara, ropa y pechos de mujer. No están solas: se les suman la razón, la teoría, la paz, la libertad, el alma racional, la arquitectura, la perspicacia, la verdad, la sabiduría, la inventiva, la economía, el arte, la energía, la lógica, la imaginación, la mecánica, el arte de gobernar, la academia, la historia, la medicina, la metafísica y la gran mayoría de las virtudes abstractas.

Las alegorías, sin embargo, desaparecerían en el siglo XIX coincidentemente con la consolidación del neologismo “científico”. Serían reemplazadas por las fotografías, los retratos de los autores. Solos, aislados, autosuficientes, carentes del apoyo y del personal que sostiene su investigación. Una imagen que –a diferencia de la foto de las estudiantes de Wellesley de 1903– nos hace creer que la ciencia la hacen los individuos, los grandes genios, los elegidos. Ojalá estas pocas páginas nos sirvan para recordar que sin cooperación, sin coordinación de esfuerzos, no hay conocimiento posible

ENTRE MOLÉCULAS Y ESTRELLAS

El éxito de la ciencia nunca ha dependido de un solo punto de vista, sino de la voluntad de sumar visiones, perspectivas y saberes diversos que son los que enriquecen los caminos del conocimiento. El ingenio y la osadía también han contribuido con la historia de la ciencia, más aún cuando esta se presenta llena de dificultades y obstáculos. Transcurría el siglo IV a. C. cuando una ateniense llamada Agnódice decidió cortarse el cabello, vestirse de hombre y viajar desde Atenas hasta Alejandría para estudiar con uno de los seguidores de Hipócrates. Cuentan los historiadores que al ser descubierta fue mandada a ejecutar, pero que las mismas mujeres a las que había asistido como partera intervinieron para salvarla. Agnódice no fue la única que para estudiar y llevar adelante su vocación se vio obligada a esconder su silueta detrás de unos pantalones. Hacia 1767, una botánica de nombre Jeanne Baret logró engañar a una tripulación de 330 hombres en la primera expedición francesa alrededor del planeta, y ya comenzado el siglo XIX, la irlandesa Miranda Stuart Barry se vio obligada a simular y usar el pseudónimo “James Barry” para dedicar su vida a la medicina. “En la vida no hay nada que temer, solo hay que comprender”, decía Marie Curie. Y así lo creyeron Ada Lovelace, la matemática inglesa que ideó el primer programa computacional de la historia e imaginó las máquinas de calcular en el siglo XIX, y la ingeniera especialista en ondas de radio Hedy Lamarr, quien se hizo famosa en Hollywood por su legendaria belleza y audacia. También Emmy Noether, la mujer cuyo teorema, a comienzos del siglo XX, revolucionó la física y a quien Einstein calificó de un absoluto “genio matemático”;

Valentina Tereshko-

va, la cosmonauta soviética que en 1963 pasó a la historia por ser la primera mujer en viajar al espacio exterior; y Rosalind Franklin, la cristalógrafa que contribuyó a elucidar la estructura de la molécula de ADN pero terminó opacada por la fama de James Watson y Francis Crick, quienes se las ingeniaron para no mencionarla ni reconocer su trabajo. Los científicos ganaron en 1962 (cuatro años después de la muerte de Franklin) el premio Nobel de Fisiología o Medicina; la “Foto 51”, una fotografía tomada mediante difracción de rayos X por Franklin junto a su becario Raymond Gosling, había sido determinante para postular por primera vez cómo debía ser la estructura del ADN, que hasta entonces era un misterio. El desarrollo de la ciencia ha sido el reflejo de los progresos alcanzados a lo largo del tiempo, y en ellos mucho tuvo que ver la valiosa contribución de estas y otras pioneras, infinitamente inspiradoras, que han aportado su talento y que nos han conducido con pasos decididos hasta el espacio, al interior de las células y a comprender mejor el enigma del ser humano.

Marie Curie y su hija Irène en el laboratorio del Radium Institute de París, Francia, en 1921. Irène, la mayor de sus dos hijas, obtuvo el premio Nobel en 1935, por su descubrimiento de la radiactividad artificial, al año siguiente de la muerte de su madre.

LAS NOBEL

Por Valeria Edelsztein

Los premios Nobel se entregaron por primera vez en 1901. Desde esa fecha y hasta el 2020, 25 organizaciones y 930 personas los recibieron. De ellas, 57 fueron mujeres y solamente 23 (de 337 que se entregaron) pertenecen a las categorías científicas, incluyendo un premio doble: 4 en Física, 7 en Química y 12 en Fisiología o Medicina. Esto es, a grandes rasgos, solo el 7 por ciento de los premios de ciencia.

Maria Salomea Skłodowska-Curie (Física, 1903; y Química, 1911)

Por sus investigaciones sobre el fenómeno de la radiación (Física) y por el descubrimiento del radio y el polonio (Química)

Maria Skłodowska, devenida en Marie al llegar a París desde su Varsovia natal y, luego, en Skłodowska-Curie tras su casamiento con Pierre, fue la primera mujer en ganar un premio Nobel y es, hasta la fecha, la única persona en la historia en haber conseguido dos galardones en dos categorías científicas diferentes: Física y Química. Durante su doctorado, estudió la radiactividad del uranio y notó que siempre era proporcional al número de átomos de uranio. Además, descubrió que otro metal pesado, el torio, también emitía rayos parecidos. Años más tarde, logró aislar dos nuevos elementos: el radio y el polonio. Pese al reconocimiento, unos meses antes de ganar su segundo premio Nobel, la Academia Francesa de Ciencias no la aceptó como miembro de la institución.

Irène Joliot-Curie (Química, 1935)

Por la síntesis de nuevos elementos radioactivos

Irène, la hija mayor de Pierre y Marie, se licenció en Física en 1925 y comenzó a trabajar en el laboratorio del Instituto del Radio, en París, junto a su madre. Allí realizó estudios pioneros sobre los rayos alfa de polonio y conoció a Frédéric Joliot,

con quien se casaría y trabajaría toda su vida. En 1934, al bombardear una fina lámina de aluminio con partículas alfa, descubrieron que la radiación del aluminio continuaba incluso después de retirar la fuente. Se debía a que los átomos de aluminio se habían convertido en otro elemento: un isótopo radiactivo del fósforo. Por primera vez en la historia habían creado artificialmente un elemento radiactivo.

Gerty Theresa Cori (Medicina o Fisiología, 1947)

Por su descubrimiento del curso de la conversión catalítica del glucógeno

Desde su creación, hubo que esperar 46 años para que se otorgase el primer premio Nobel de Medicina a una mujer: Gerty Radnitz, más conocida como Gerty Cori. Gerty y su marido, Carl Cori, se dedicaron a estudiar el metabolismo de los azúcares. Sus primeras investigaciones sobre los efectos de la insulina y adrenalina contribuyeron al diagnóstico de la diabetes. También encontraron la conexión entre el metabolismo de la glucosa en el músculo y el del glucógeno –una molécula muy grande que actúa como reserva energética animal– en el hígado. Este proceso hoy se conoce como “ciclo de Cori”. Además, lograron algo extraordinario: por primera vez fabricaron una molécula de glucógeno fuera de una célula.

María Goeppert-Mayer (Física, 1963)

Por su descubrimiento sobre la estructura en capas del núcleo

Sesenta años después de que Marie Curie ganara su Nobel de Física, María Goeppert-Mayer se convertiría en la segunda mujer en recibir el galardón por su investigación acerca de la estructura del núcleo del átomo. Hacia 1950, conoció al también físico Hans Jensen. Juntos concluyeron que la estabilidad del núcleo dependía del número de protones y neutrones, y de su proporción mutua, y propusieron una nueva estructura, el “modelo de capas”, en la que los protones y los neutrones se ubican en capas distintas siguiendo las leyes de la mecánica cuántica. También propusieron una explicación para la estabilidad e inestabilidad de los núcleos usando el concepto de “números mágicos”.

Dorothy Crowfoot Hodgkin (Química, 1964)

Por la determinación estructural de importantes sustancias bioquímicas mediante rayos X

“Recuerdo que estaba sentada en los escalones de la Real Sociedad esperando a alguien y hablando con John Bernal. Le dije que había resuelto la estructura de la penicilina. Él me dijo: ‘Ganarás el premio Nobel por esto’ y yo le dije: ‘Preferiría que me eligieran miembro de la Real Sociedad’. Él contestó: ‘Eso es más difícil’”, escribió Dorothy Crowfoot Hodgkin en una carta. A lo largo de su enorme carrera, esta química logró determinar por rayos X la estructura tridimensional del colesterol, la penicilina –gracias a lo cual muchas compañías farmacéuticas pudieron sintetizarla durante la posguerra–, la vitamina B12, el antibiótico gramicidina y la insulina, entre otras. En 1947 fue nombrada miembro de la Real Sociedad de Londres –la tercera mujer en 300 años–. Y tal como él había predicho, en 1964 ganó el premio Nobel de Química. Rosalyn Sussman Yalow (Medicina o Fisiología, 1977)

Desarrollo de la técnica de radioinmunoensayo de las hormonas peptídicas

Durante la ceremonia de entrega del premio Nobel, tradicionalmente un estudiante se encarga de llevar al galardonado hasta el podio. Ese día de 1977, un muchacho sabía que tenía que acompañar al doctor Yalow. Como en la lista de invitados había dos Yalow, Aaron y Rosalyn, se puso al lado del hombre, asumiendo que sería el premiado. Imaginen su vergüenza cuando Rosalyn se levantó. Ella se lo tomó con humor, lo tranquilizó y pronunció su discurso de aceptación del Nobel de Medicina, premio que obtuvo por el desarrollo de una técnica muy sensible para determinar la concentración de insulina en el plasma sanguíneo. Hoy en día, esta técnica se utiliza para detectar y cuantificar sustancias que se encuentran en cantidades muy pequeñas y mezcladas con muchas otras.

Barbara McClintock (Medicina o Fisiología, 1983)

Por el descubrimiento de los elementos genéticos móviles

Para la década de 1930, la doctora Barbara McClintock era la mejor citogenetista de los Estados Unidos. Conocía en detalle los experimentos hechos con moscas Drosophila, en los que se había demostrado cómo los genes se heredaban y se vinculaban con los cromosomas. Como buena botánica, se propuso hacer experimentos análogos, pero con el maíz. Así, descubrió genes que producían mutaciones “inestables”, pero eran difíciles de ubicar. La genética clásica no tenía una explicación. En 1948 encontró la solución: en realidad, estos genes no estaban fijos en algún lugar del cromosoma, sino que cambiaban de lugar. Hoy se los llama “transposones”. En ese momento casi nadie le creyó. Recién en 1976 se constató que la transposición era generalizable, universal, importante y no limitada al maíz.

Barbara McClintock.

Rita Levi-Montalcini (Medicina o Fisiología, 1986)

Por el descubrimiento y estudio del factor de crecimiento nervioso

Mujer, judía, médica e investigadora en pleno gobierno de Mussolini, el futuro de Rita Levi-Montalcini no parecía demasiado promisorio. Sin embargo, armó su propio laboratorio clandestino en la habitación donde se escondía y sentó las bases de su investigación con embriones de pollo. En 1947, con el fin de la guerra, pudo viajar a los Estados Unidos para el momento culmen de su carrera: el descubrimiento del factor de crecimiento nervioso, una proteína que estimula el crecimiento y la renovación de ciertas células nerviosas.

Gertrude Elion (Medicina o Fisiología, 1988)

Por los descubrimientos sobre importantes principios del tratamiento por medio de drogas

Gertrude perdió a su abuelo y a su mamá por el cáncer, y también a su prometido por una infección bacteriana. Esto la decidió a consagrarse a la investigación de tratamientos para el gran número de enfermedades que hasta entonces eran incurables. En 1954, sintetizó la mercaptopurina-6 o Purinethol, la primera medicina importante para luchar contra la leucemia, y revolucionó la industria de la quimioterapia. No fue lo único: en 1950 fabricó un antimalárico y en 1956 un fármaco antibacteriano utilizado contra la meningitis y otras infecciones, en 1962 patentó un medicamento para facilitar los trasplantes de riñón y en 1963 sintetizó el alopurinol, para el tratamiento de la gota, la leishmaniasis y la enfermedad de Chagas, entre otras.

Christiane Nüsslein-Volhard (Medicina o Fisiología, 1995)

Por sus descubrimientos sobre el control genético del desarrollo embrionario temprano

La única mujer alemana ganadora de un Nobel se llama Christiane y nació en 1942. Gracias a ella y a su colaborador, Eric Wieschaus, entendemos el proceso por el cual, durante el desarrollo embrionario, una simple célula se transforma en un organismo adulto con una forma propia de cada especie. Ambos lograron identificar en las moscas Drosophila los genes que determinan la estructura y evolución de este animal. Estos resultados culminaron en algo que nadie había esperado: todos los organismos poseen genes muy similares, la gran diversidad se debe a cómo se combinan y relacionan entre sí durante el desarrollo embrionario. Por eso, la mosquita es un modelo excelente para entender muchas enfermedades humanas y procesos como el envejecimiento y la regeneración.

Linda Buck (Medicina o Fisiología, 2004)

Por los descubrimientos de los receptores del olor y la organización del sistema olfativo

A menudo el olfato no es considerado uno de los sentidos más necesarios, comparado con la vista o el oído, y eso, posiblemente, hizo que llevara tanto tiempo conocer su funcionamiento. Recién en 1991, la doctora en Inmunología Linda Buck fue capaz de responder cómo hace el cerebro para interpretar un determinado olor. En conjunto con Richard Axel, identificaron entre 500 y 1000 receptores olfatorios distintos, y describieron un mapa espacial, altamente organizado, para el proceso olfativo.

Françoise Barré-Sinoussi (Medicina o Fisiología, 2008)

Por el descubrimiento del virus de inmunodeficiencia humana

En el año 2008, la entrega del premio Nobel de Medicina dio por terminada una historia de peleas entre el gobierno francés y el norteamericano acerca de quién había sido el descubridor del virus de inmunodeficiencia humana cuando fueron galardonados Françoise Barré-Sinoussi y Luc Montaigner. En 1983, ambos descubrieron un retrovirus –virus de ARN cuyos genes pueden incorporarse al ADN de las células huésped– en pacientes con ganglios linfáticos inflamados. Este virus atacaba a los linfocitos, unas de las células del sistema inmune. El retrovirus, que posteriormente recibió el nombre de virus de la inmunodeficiencia humana (VIH), resultó ser el causante del síndrome de inmunodeficiencia adquirida (sida). Este descubrimiento fue crucial para mejorar radicalmente su tratamiento.

Ada Yonath (Química, 2009)

Por su estudio de la estructura y función de los ribosomas

En septiembre de 2000, exactamente 20 años después de haber comenzado a trabajar sobre los ribosomas –las unidades de las células que se encargan de traducir la información genética para fabricar proteínas–, la química israelí Ada Yonath logró dilucidar por primera vez su estructura. Necesitó meses para formar unos diminutos cristales con los que hacer mediciones. Y, en el camino, desarrolló técnicas que aún hoy se usan en los laboratorios de todo el mundo. Entre ellas, la criobiocristalografía, que consiste en exponer el cristal a temperaturas extremadamente bajas (tanto como -185 °C). Actualmente, alrededor de la mitad de los antibióticos que utilizamos actúan sobre los ribosomas.

May-Britt Moser y su marido, Edvard Moser. Elizabeth Blackburn y Carol Greider (Medicina o Fisiología, 2009)

Por el descubrimiento de cómo los telómeros y la enzima telomerasa protegen a los cromosomas

Cada cromosoma está formado por una sola molécula de ADN que en sus extremos tiene “capuchones”, porciones llamadas “telómeros”, cuya función principal es mantener la estabilidad de los cromosomas. Esto fue dilucidado por Elizabeth Blackburn y Jack Szostak en 1982, utilizando un ingenioso experimento. Con cada división celular, los telómeros se acortan hasta que el tamaño es tan pequeño que impide la división. En ese momento, se desencadena un mecanismo de muerte celular programada (apoptosis). En 1984, Elizabeth y una de sus estudiantes, Carol Greider, descubrieron la enzima telomerasa, cuya función es mantener activos e incluso reparar los telómeros: a mayor actividad de la telomerasa, más vive la célula.

May-Britt Moser (Medicina o Fisiología, 2014)

Por sus descubrimientos de las células que constituyen un sistema de posicionamiento en el cerebro

La conciencia de la propia ubicación y de cómo encontrar el camino a otros lugares es crucial tanto para los humanos como para otros animales. En 2005, la psicóloga y neurofisióloga noruega May-Britt Moser y su marido, Edvard Moser, descubrieron un tipo de células importantes para determinar la posición. Estas células se encontraban cerca del hipocampo, un área localizada en el centro del cerebro.

Tu Youyou (Medicina o Fisiología, 2015)

Por sus descubrimientos relativos a una nueva terapia contra la malaria

Varias enfermedades infecciosas graves están causadas por parásitos transmitidos por insectos. Entre ellas, la malaria. En la década de los 70, tras estudiar las hierbas medicinales tradicionales, Tu Youyou, nacida y crecida en China, consiguió extraer del ajenjo dulce una sustancia, la artemisinina, que inhibe al parásito de la malaria. Los medicamentos basados en la artemisinina han permitido que millones de personas sobrevivan y también mejoren su salud. Donna Strickland (Física, 2018)

Por su método para generar pulsos ópticos ultracortos de alta intensidad

Cuando se desarrollaron, en 1960, nadie imaginaba las numerosas aplicaciones que tendrían los láseres, desde la electrónica y la medicina hasta la industria y el sector militar. En 1985, Gérard Mourou y la física canadiense Donna Strickland consiguieron crear pulsos láser ultracortos de alta intensidad sin destruir el material amplificador. Primero estiraron los pulsos láser en el tiempo para reducir su potencia máxima, luego los amplificaron y finalmente los comprimieron. Así, la intensidad del pulso aumenta de forma asombrosa. Esta técnica tiene muchas aplicaciones, entre ellas las cirugías oculares correctivas.

Frances Arnold (Química, 2018)

Por la evolución dirigida de las enzimas

Las enzimas son un tipo de proteínas capaces de acelerar reacciones químicas. Se encuentran en todas las células y son fundamentales para su funcionamiento. En 1993, y aplicando los mismos principios básicos de la evolución biológica –cambio genético y selección–, la ingeniera Frances Arnold logró diseñar enzimas capaces de realizar funciones nuevas o actuar de manera más efectiva que las enzimas naturales. La técnica consiste, a grandes rasgos, en “adaptar” las enzimas introduciendo mutaciones, analizar los efectos de ese cambio y, si resultan deseables, “seleccionar” la enzima y volver a aplicar el proceso. Sus desarrollos se aplican en la fabricación de biocombustibles, productos farmacéuticos y más.

Jennifer Doudna y Emmanuelle Charpentier (Química, 2020)

Por el desarrollo de un método de edición del genoma

En 2012, Jennifer Doudna y Emmanuelle Charpentier desarrollaron CRISPR/Cas9 a partir de un sistema de defensa propio de las bacterias. Se trata de una herramienta molecular que puede usarse para editar genomas de cualquier tipo de células de una manera muy simple. Puede pensarse como una especie de tijeras capaces de cortar cualquier molécula de ADN de forma muy precisa y controlada, lo que permite modificar su secuencia, ya sea por eliminación o inserción de un nuevo fragmento. Estas investigadoras fueron las primeras en mostrar que CRISPR funcionaba como una herramienta de ingeniería genética en cultivos de células humanas. El desarrollo tiene múltiples aplicaciones, especialmente en medicina.

Andrea Ghez (Física, 2020)

Por el descubrimiento de un objeto compacto supermasivo en el centro de nuestra galaxia

Los agujeros negros solo pueden ser observados por la radiación y el movimiento de los objetos cercanos. Desde los años 90, la astrónoma estadounidense Andrea Ghez, junto a su equipo de investigación, ha desarrollado y perfeccionado técnicas para estudiar el movimiento de las estrellas. Las observaciones de las estrellas en la zona que rodea a Sagitario A*, en el centro de nuestra galaxia –la Vía Láctea–, revelaron un agujero negro supermasivo. Este descubrimiento la llevó a convertirse en la cuarta mujer en la historia en ganar un premio Nobel de Física

Kathrin Barboza Márquez se dedica hoy a la bioacústica, es decir al estudio de los ultrasonidos que emiten los murciélagos. Con su trabajo, intenta cambiar la percepción que se tiene de esos animales y mostrar lo importante que es su conservación.

PROTAGONISTAS DE LA INVESTIGACIÓN

No te rindas”, respondió la investigadora guatemalteca África Flores luego de que le preguntaran qué consejo le daría a una niña que crece en América Latina y quisiera seguir sus pasos, y agregó: “No estaría donde estoy hoy si hubiera sucumbido a los muchos obstáculos que enfrenté debido a mi puesto, en términos de mi género y situación económica (…). Me recordaría a mí misma que mi futuro estaba en juego y que las ciencias de la Tierra eran mi oportunidad para romper el ciclo de dependencia económica al que están sometidas las mujeres en países en desarrollo como Guatemala”. Su mayor apoyo, señaló, fue su familia, que la ayudó a superar los obstáculos. Y su gran inspiración, la naturaleza desbordante de su tierra. “Ver la biodiversidad y la riqueza natural de mi país me hizo querer estudiar algo que pudiera ayudarme a comprender y administrar mejor esos recursos”, recordó.

Ávida lectora y entusiasta cocinera, esta ingeniera agrónoma guatemalteca hoy es coordinadora regional de ciencia para SERVIR, un sistema de visualización y seguimiento para Centroamérica y el Caribe, desarrollado por la Administración Nacional de Aeronáutica y el Espacio (NASA), para detectar información crítica relacionada con seguridad alimentaria, recursos hídricos, uso del suelo, desastres naturales y cambio climático, especialmente en su país, Guatemala, y en países de la Amazonía. Está señalada como una de las científicas que lidera la ciencia en América Latina y el Caribe, y si bien es un gran referente, su nombre se suma a una

larga lista de científicas latinoamericanas que trascienden sus fronteras para dar luz al trabajo excepcional que realizan otras tantas en disciplinas fundamentales para el beneficio de las personas y del planeta.

A través de una red de satélites de la NASA, la científica guatemalteca África Flores detecta y analiza la salud de los ecosistemas en distintas partes del mundo. Su trabajo le ha valido en 2020 el reconocimiento como “Mujer Campeona Geoespacial del Año”.

Entre murciélagos y ballenas

Acusados injustamente de causar la pandemia de COVID-19, los murciélagos suelen tener mala prensa, dado que su imagen suele estar distorsionada por el miedo y el desconocimiento. La bióloga boliviana Kathrin Barboza Márquez trabaja hace más de 15 años con estos mamíferos, de los que se estima hay más de 1100 especies en el mundo. Redescubrió, en 2006, junto a la bióloga Aideé Vargas, el murciélago boliviano nariz de espada (Lonchorhina aurita), especie que en su país se creía extinta desde hacía más de 70 años, lo que impulsó la creación del primer santuario ecológico en Latinoamérica dedicado a la conservación de una especie de murciélago. Sus aportes han sido fundamentales para difundir el importante rol que desempeñan estos animales en el mantenimiento de los ecosistemas: son esenciales para el control de plagas de insectos y excelentes polinizadores, además de dispersores de semillas.

A la vanguardia de la conservación de la vida marina y de los océanos desde hace varias décadas, la dominicana Idelisa Bonnelly es otro referente de la excelencia de la ciencia latinoamericana. Considerada “la madre de la conservación marina en el Caribe”, desde 1984 esta bióloga marina promueve la protección de las zonas de reproducción de las ballenas jorobadas (Megaptera novaeangliae). Ello permitió crear en República Dominicana el Santuario de Mamíferos Marinos Bancos de la Plata y la Navidad, una de las primeras áreas protegidas de esta índole establecidas a nivel mundial y el primer santuario de mamíferos marinos del océano Atlántico. En su país, Idelisa ha desarrollado la biología marina desde su posición de docente en la Universidad Autónoma de Santo Domingo, donde impulsó la creación de la carrera de Biología con el expreso propósito de motivar a las jóvenes mujeres a convertirse en científicas.

La astrónoma chilena María Teresa Ruiz ha sido ampliamente galardonada en su país y el mundo por su “invaluable aporte al estudio de las estrellas y los planetas”. También es reconocida internacionalmente por su aporte en el descubrimiento de la primera enana café en 1997.

Tierra, agua y cielo

La lista de científicas se extiende a prácticamente todos los países de Latinoamérica. Y solo a modo de sumar más ejemplos, podemos mencionar a la reconocida astrónoma chilena María Teresa Ruiz, quien entre varios objetos cósmicos descubrió la primera enana café, conocida también como “enana marrón” (gran objeto estelar que no posee luz propia); la física brasileña Marcia Barbosa, directora de la Academia de Ciencias de Brasil, que desarrolla trabajos científicos relacio-

PROPORCIÓN DE INVESTIGADORAS MUJERES EN AMERICA LATINA Y EL CARIBE, 2017

Posición de investigadoras mujeres:

Más del 55% Entre el 45% y el 54% Entre el 35% y el 44% Menos del 34% Sin datos disponibles

PORCENTAJE DE MUJERES GRADUADAS UNIVERSITARIAS, SEGÚN CAMPOS STEM (2018 O AÑO MÁS RECIENTE)

70 60 50 40 30 20 10 0

Argentina BeliceBermudas Brasil ChileColombiaCosta Rica Cuba Rep. DominicanaEcuadorEl SalvadorGuatemalaHonduras MéxicoPanamá PerúPuerto RicoUruguay

Ciencias naturales, matemáticas y estadística Ingeniería, manufactura y construcción Tecnología de información y comunicación La Proceedings B es la revista insignia de la Royal Society dedicada a la difusión mundial de investigación biológica de alta calidad.

HAY UN AUMENTO DE POLÍTICAS, INSTRUMENTOS Y MEDIDAS PARA DAR VISIBILIDAD AL TRABAJO DE LAS MUJERES EN LA CIENCIA

nados con el agua y sus anomalías; y la bióloga colombiana Natasha Bloch, nombrada en 2020 editora asociada de la prestigiosa revista científica Proceedings B, de la Royal Society de Inglaterra. “Lo que me parece más interesante de que me hayan elegido es el hecho de que no es tan común que haya científicos de instituciones fuera de Europa y Estados Unidos –señaló al enterarse de su nombramiento–. Y creo que esto puede darle visibilidad a la investigación de universidades latinoamericanas, ayudar a garantizar la diversidad en el proceso de publicación y de comunicación científica”.

Estudios y proyectos

Según indica el informe “Las mujeres en ciencias, tecnología, ingeniería y matemáticas (STEM) en América Latina y el Caribe”, presentado por ONU Mujeres y la Unesco en 2020, en las últimas décadas se advierte un aumento del número de políticas, instrumentos y medidas centrados en la reducción de la brecha de género en STEM en los países de América Latina. El documento hace referencia también a las diversas organizaciones internacionales y regionales que, mediante una variedad de actividades y estudios, están cumpliendo una importante función. Entre otras, menciona: el programa Para las Mujeres en Ciencia de la Unesco y L’Oréal (en Argentina, Brasil, Chile, Colombia, México, Panamá, Perú, Uruguay y Guayana Francesa), el proyecto SAGA de la Unesco (actualmente activo en Argentina, Chile, Haití, Jamaica y Uruguay), el proyecto del Banco Interamericano de Desarrollo “Brechas de género en ciencia, tecnología e innovación en países de América Latina y el Caribe” (implementado en Colombia, Chile, México y Panamá) y Mujeres Emprendedoras en Carreras STEM (STEMPreneurs). Estas organizaciones internacionales y regionales también prestan apoyo a diversas iniciativas nacionales, como los Estudios sobre Mujeres Peruanas en la Ciencia (con apoyo de la Organización de Estados Iberoamericanos para la Educación, la Ciencia y la Cultura) o el programa Mulher e Ciência en Brasil, que se realiza en colaboración con ONU Mujeres. Por su parte, el Centro Internacional de Investigaciones para el Desarrollo (IDRC, por sus siglas en inglés) colabora con el Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS) en un programa que brinda apoyo financiero a mujeres indígenas en carreras STEM en México y en América Central para realizar investigación de alta calidad, para su desarrollo profesional, y para abrir oportunidades de intercambio con otros colegas

CAPÍTULO 3

ARGENTINAS QUE HICIERON HISTORIA

A través de una minuciosa investigación, Valeria Edelsztein propone un itinerario

histórico acerca del desarrollo de la ciencia y la tecnología en la Argentina, desde

el siglo XIX hasta la fecha. En ese recorrido inserta las historias de las científicas

argentinas más destacadas dentro de distintas especialidades. Así se entretejen los

hechos que marcaron la historia social, política y científica de la Argentina en los

últimos dos siglos junto con aquellos hitos fundamentales para las mujeres en la

ciencia. Un camino apasionante donde se destacan las figuras de Élida Passo, Cecilia

Grierson, Elvira Rawson, Eugenia Sacerdote de Lustig, Rebeca Gerschman y Marta

Rovira, entre otras grandes científicas argentinas.

Símbolo de lucha y de entrega, en julio de 1889 Cecilia Grierson fue la primera mujer que se graduó como médica en la Argentina. Fundó la primera escuela de enfermería del país y de Latinoamérica, y en 1892 creó la Sociedad Argentina de Primeros Auxilios, más tarde incorporada a la Cruz Roja Argentina. En la foto, junto a sus alumnos en 1910.

HISTORIA DE LAS CIENTÍFICAS ARGENTINAS

Por Valeria Edelsztein

La Universidad de Córdoba, fundada en 1613, y la Universidad de Buenos Aires (UBA), creada en 1821, fueron las primeras casas de altos estudios del territorio. Ambas le dieron un lugar muy relevante a la teología, en particular la institución cordobesa, que había sido organizada por los jesuitas y cuyo objetivo original era instruir a miembros del clero. En las exploraciones y crónicas que hicieron los jesuitas con fines evangelizadores se detectan unos primeros indicios de ciencias como la geografía, la lingüística, la etnografía, la historia y las ciencias naturales. Sin embargo, y pese a que fueron quienes introdujeron la imprenta en el Virreinato del Río de la Plata y, junto con ella, algunas pocas obras de interés científico, el verdadero proceso de organización de la ciencia en la Argentina recién comenzó a mediados del siglo XIX, de la mano del Estado nacional. La ciencia se ubicó en un lugar relevante, como parte de la construcción y constitución de un Estado moderno y que buscaba el progreso, la ciencia se convirtió en un pilar y adquirió relevancia. Así fue como, desde la década de 1860 y bajo las presidencias de Bartolomé Mitre y Domingo F. Sarmiento, se eliminó la enseñanza de la teología en las universidades y se incorporaron firmemente el derecho, la medicina y las ciencias exactas. ¿El nuevo objetivo? Formar profesionales.

Justamente, con el fin de crear en la Universidad de Córdoba una Facultad de Ciencias, desde 1870 comenzaron a llegar profesores extranjeros contratados, y en 1873 se fundó la Academia de Ciencias de Córdoba.

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