AGUAS PROFUNDAS Por Emily Sánchez (01/05/2014) La ciencia dice que el 75% de nuestro cuerpo está compuesto de agua. Los expertos observan que casi el 80% del planeta Tierra está cubierto por agua. Antes de nacer, pasamos 9 meses dentro de una bolsa con agua llamada Placenta; en la Biblia, cuando alguien quería alcanzar una gran bendición debía atravesar el agua. Para muchas culturas, el agua significa purificación, para otras, es la oportunidad de redención. En el Nuevo Testamento, se enseña que todo creyente de Dios y su palabra, da prueba de su fe, mediante el bautismo en el Nombre de Jesús (Hechos 2:38). El viejo ser u hombre es enterrado en las aguas del bautismo, y conforme a la promesa divina emerge como una nueva criatura (Romanos 6: 3 y 4). Por lo tanto, el agua también es sinónimo de reinicio, una oportunidad de dejar atrás lo malo, lo que estorba, lo que no sirve. En el Antiguo Testamento encontramos un pasaje del profeta Ezequiel titulado Las Aguas Salutíferas (Ezequiel 47: 1 – 12). El mismo describe la experiencia del profeta al ser llevado por un ángel en visión a observar cómo aguas salían de debajo del umbral de la casa hacia el oriente (v. 1). El ángel (también descrito como varón), llevó a cabo una particular tarea de medición. Esta tarea tenía por objeto presentar dos lecturas, una referida a la anchura, para lo cual tomó un cordel en su mano (v. 3) y la otra, estaba basada en la profundidad, y el profeta es quien daba fe de dicha medición al entrar por sí mismo en dichas aguas y avanzar a lo largo de ellas (v. 3 – 5). En el verso 3 dice “…y midió mil codos, y me hizo pasar por las aguas hasta los tobillos”. En el verso 4 indica “midió otros mil, y me hizo pasar por las aguas hasta las rodillas. Midió otros mil, y me hizo pasar por las aguas hasta los lomos (cintura)”; en el verso 5 expresa “midió otros mil, y era ya un río que yo no podía pasar, porque las aguas habían crecido de manera que el río no se podía pasar sino a nado”. Cada mil codos (o su equivalente en medida hebrea del Antiguo Testamento, esto es 444 metros) representaba un avance del profeta a través de las aguas y cada mil codos, la profundidad se hacía mayor. 444 mts.
888 mts.
Tobillos
Rodillas
1, 332 Km. Cintura
1,776 Km Cuerpo entero
Desde el verso 7 y hasta el verso 12 el ángel le presenta al profeta luego de haber cruzado el río, un panorama digno de ser retratado en una gran obra de arte. Árboles frondosos a uno y otro lado de la ribera del río, cuyas aguas al desembocar en el mar recibirían sanidad y le permitirían a cualquier alma viviente que nadase dentro de ellas, vivir. Más aún, los pescadores encontrarían el tendedero perfecto para sus redes. De modo que, sanidad, vida y alimento le esperaba a aquel que fuese capaz de adentrarse en las profundidades de estas aguas. Pero, ¿hasta qué punto del recorrido seríamos capaces de entrar? ¿Qué nos impediría ahondar en las aguas convertidas en río y cruzarlo a nado? El ángel midió los mil codos pero también dice el profeta que le hizo pasar por las aguas, lo cual me da a entender que posiblemente, no fuera voluntaria su expedición, tal vez se le quedó mirando sin entender lo que quería o entendiéndolo, no le atrajo la idea de hacerlo. En cualquier caso, cumplió el recorrido y es aquí donde quiero establecer este punto de reflexión: hay bendiciones asombrosas que podrían quitarnos el aliento y hacernos recordar que existe un Creador más allá de las profundidades de aguas desconocidas. A veces, no tenemos la intención de atravesarlas, otras, nos falta el coraje, pero sí cualquier excusa o traba se queda detrás, en esos metros medidos para llegar al siguiente nivel, entonces, la posibilidad remota se convierte en una realidad gloriosa. Quisiera mostrarles algunos ejemplos de lo que hablo. El primero se encuentra en el libro de Génesis y su protagonista no podía ser otro que Dios. Una vez que la luz fue creada (Génesis 1:3), Dios comenzó cual artista a reproducir todos y cada uno de los elementos que compondrían su lienzo, curiosamente en este proceso fue donde aparecieron la tierra y el cielo, y de las aguas surgieron los seres vivientes que se mueven y vuelan sobre la tierra (Génesis 1: 20 y 21). Cuando hizo la separación entre las aguas (Génesis 1: 6 y 7), lo que conocemos como Tierra tomó forma, antes de ello, sólo existía un abismo. De no haber hecho esta separación, ¿qué existiría hoy? Más adelante, en el segundo libro del Antiguo Testamento, el Éxodo, se relata una de las historias hebreas más inolvidables de todos los tiempos: Los israelitas cruzan el Mar Rojo (Éxodo 14). Por 450 años el pueblo de Israel fue esclavo en tierra de Egipto, proveniente de su mismo linaje aunque no de la misma cuna, Dios le levantó a un libertador para responder así, a sus súplicas por liberación, este hombre no fue otro que Moisés (cuyo nombre significa sacado de las aguas).
Con esta referencia, y conociendo la historia posterior no tengo ninguna duda de que este era el hombre indicado para asumir la tarea de hacer cruzar a su pueblo, a su gente, por el mar. El hombre que desde su nacimiento tuvo que pasar por las aguas y ser sacado de ellas, entendería mejor que cualquiera la asignación de Dios para que Israel lograse la misma hazaña. Con el ejército de Faraón a sus espaldas, y la noche cayendo sobre ellos, el pueblo de Israel se encontraba literalmente, entre la espada y la pared, o debería decir entre la espada y el mar. Más de 600 mil personas aguardaban ansiosas su liberación frente al Mar Rojo mientras sus captores corrían a toda velocidad detrás de ellos, dispuestos a regresarlos a su esclavitud, o en el peor de los casos, eliminarlos, con lo cual no sólo apagaban su vida sino también sus sueños. ¿Ha experimentado alguna vez esa sensación? ¿Se ha sentido rodeado por barreras imposibles de saltar que le asfixian y le aterran? ¿Le persiguen sus pesadillas? Si es así, entonces entiende a la perfección lo que este pueblo padeció en ese momento. No obstante, si lee los versos 21 al 31 observará como el Dios que separó las aguas de las aguas y el hombre que fue sacado de las aguas, trabajaban juntos en un maravilloso milagro. Con el enemigo pisándole los talones y un mar frente a ellos, el pueblo de Israel tuvo al igual que el profeta Ezequiel que ser pasado por las aguas, aunque no de una forma convencional ni tampoco a nado como lo hiciera el profeta (en el término más literal), ellos sí tuvieron que llegar a lo profundo para ver su redención, cuando el hombre sacado de las aguas alzó su mano sobre el mar (igual que un director de orquesta cuando le advierte al conjunto que está próxima a sonar la pieza musical), y Dios que hizo la separación al principio, una vez más, dividió las aguas, permitiéndole al pueblo cruzar un mar, en seco. Nótese que el pueblo estuvo en la posición de ser pasado por un mar. No fue su elección original, tampoco el resultado de una mayoría democrática ni mucho menos un acto de voluntariosa espontaneidad, ellos tuvieron que cruzar, porque allí radicaba su salvación. Cuando dejamos que los problemas nos alcancen no tenemos más alternativa que avanzar hacia adelante, hacia lo profundo. Si una presa quiere despistar a su cazador debe hacerle creer que el terreno en el que se encuentra es de aguas profundas. Ningún depredador por puro instinto de
preservación, se atreve a sumergirse en las aguas para buscar a su presa si eso significa su propia muerte. Para dejar al enemigo atrás hay que ser capaz de sumergirse en lo profundo. El ejército egipcio lo entendió tarde. Creyó que los muros de agua y el paso de la tierra en seco serían igual de sencillos para ellos que para los hebreos. Lo que ellos no sabían y el pueblo israelí sí, es que estaban entrando en lo profundo, no simplemente recorriendo una llanura. De nuevo, un gran premio aguardaba al cruzar las aguas. En esta ocasión, se trató de vida (la de cada uno en recompensa), de liberación (de su esclavitud en Egipto) y también de salvación (1 Corintios 10: 1, experimentaron el bautismo cuando tuvieron a izquierda y derecha muros de agua que de ningún modo quedaron congelados sino que continuaban su movimiento, sólo que sin impedirles el paso, porque el Dios que separó las aguas al comienzo los conducía). No temas cruzar las aguas ni tampoco a su profundidad, porque el Dios de las aguas dará la orden en el momento preciso para que ellas se dividan y tú puedas pasar. Sin embargo, si todavía insistes en hacer las cosas a tu manera y te resistes a cruzar el mar, un largo desierto te espera y lo que no recorriste en lo profundo, lo harás en la extensa llanura, pero sólo para que entiendas que necesitas sumergirte en esas aguas salutíferas. El pueblo de Israel tuvo que aprender esa penosa lección. El mismo pueblo que acababa de recibir redención en el Mar Rojo, fue el mismo pueblo que durante 40 años vagó por el desierto hasta que todos y cada uno de los que se negaron a tomar la promesa divina (Deuteronomio 1: 34 al 40) murieron. En nuestra vida o en nuestra muerte, las promesas de Dios se mantienen, ¿acaso no preferirías vivir para gozarlas en lugar de sólo soñarlas? Después de cruzar el mar, el pueblo debía subir a Canaán para poseer esa tierra como propia, porque Dios se las preparó, tierra que fluye leche y miel (Números 13: 27); en cambio, el pueblo mismo sintió miedo de las ciudades amuralladas y de los gigantes que habitaban en ellas. ¿Crees que Dios te haría pasar por un mar en seco para entregarte desarmado a un grupo de fulanos gigantes? ¿Crees que después de convertir al mar en tus muros de paso por las profundidades te dejaría estrellarte contra unos simples muros de piedra? En Dios para alcanzar la cima, primero debes sumergirte en lo profundo, y luego que Israel pasó por las aguas debía subir a tomar su promesa, pero en lugar de eso, le hizo caso al miedo. Si te preguntas, por qué después de pasar una gran prueba en tu vida al final no consigues lo que querías, la respuesta es simple, no tuviste el valor de pelear por ello. Te faltó fe y olvidaste los milagros que te llevaron hasta allí. Cuando el ángel hizo pasar al profeta por las aguas y en cada oportunidad medía mil codos, el profeta tenía la opción de quedarse donde estaba seguro o recordar que había podido avanzar hasta allí. La distancia entre uno y otro punto era el momento para dudar o el momento para afirmar una fe. El pueblo de Israel dudó, y al hacerlo, el miedo tomó el control, perdiendo así su
galardón. ¿Cuántos galardones has perdido hasta ahora? ¿Sientes que vagas por el desierto sin vislumbrar una salida? Si tu respuesta es muchos y sí, entonces seguiste el ejemplo de Israel y no el del profeta. Pero te tengo buenas noticias, la generación de relevo de ese pueblo rebelde tuvo una segunda oportunidad de alcanzar su promesa y poseer la tierra. Dios es Dios de segundas oportunidades, tenlo presente. Presta atención a lo que debes hacer porque ahora sí que debes imitar a Israel. En el libro de Josué, sucesor de Moisés, se relata esta providencial segunda oportunidad. En el capítulo 3 tenemos el relato del Paso del Jordán. Una vez más, el pueblo se enfrentaba a la tarea de cruzar por las aguas, pero no las de un mar sino las de un río, y uno muy particular. Por la época en que el pueblo de Israel se enfrentó a este desafío, las cabeceras del río se encontraban afectadas por la temporada de lluvias y desde lo alto de las montañas donde se encontraba Canaán hasta el paso del Jordán en la llanura, mucho más que agua descendía por su cauce. Hablo de piedras, de troncos, de barro. Este era un río crecido y salvaje que impedía el paso, sin embargo, la orden era cruzar y tomar la tierra. Fue la primera orden, en la primera generación, pero fallaron en completar el recorrido y ahora su relevo debía repetir la historia pero cambiando el final. Si sientes que vives el mismo ciclo de luchas que antes, no creas que se trata de un Dejá Vu sino la oportunidad que Dios te da de corregir tu error. Moisés, el hombre sacado de las aguas, ya no parecía. Había muerto y su sucesor recibió de Dios una diferente instrucción sobre cómo cruzar por las aguas del río. El arca del pacto (Éxodo 25: 10 – 22), que simbolizaba la presencia de Dios en el pueblo debía ser transportada por un grupo de sus sacerdotes encabezando la marcha hacia Canaán a través de las aguas. Cuatro hombres consagrados a Dios debían sostener las cuatro puntas del arca y los cuatro debían pisar el fondo del río para que el resto del pueblo pudiera cruzar. Entiéndase bien, cuatro hombres vestidos de túnicas que les llegaban hasta los tobillos sosteniendo un arca de madera, bañada en oro sobre sus hombros debían entrar al río impetuoso y los cuatro debían pisar con la planta de sus pies, el fondo. La primera vez, Dios te abre las puertas, pero la segunda tendrás que abrirlas tú. Cuando la hazaña de estos hombres se concretó, el río que descendía desbordado en sus orillas (Josué 3: 15) se detuvo desde arriba creando un muro de aguas amontonadas, y un paso seco del cauce por el otro. El pueblo de Israel pudo pasar en seco por el río, y los sacerdotes que yacían de pie en el medio del río, permanecían secos.
El salmo 91 de David es un cántico de homenaje a ese tipo de protección. El verso 7 dice: “Caerán a tu lado mil, y diez mil a ti diestra, mas a ti no llegarán.” Este era el tiempo en que Israel debía reconocer que sin importar cuán grande fuese su adversario o lo profundo del reto que tuviese por delante, Dios todavía estaba por encima de él y podía cambiar las cosas a su favor. ¿Tú lo crees? El pueblo pasó en seco. Tomó Jericó y de allí ascendió hasta poseer la tierra toda que Dios le prometió. Las promesas de Dios para ti no cambian y en el momento en que te decidas a tomarlas estarán allí para que las recibas. Sólo sigue este consejo de un valiente: “Mira que te mando que te esfuerces y seas valiente, no temas ni desmayes, porque Jehová tu Dios estará contigo dondequiera que vayas” (Josué 1:9) En el libro de 1 de Reyes del Antiguo Testamento encontramos a otro pintoresco personaje que también tuvo que aprender que al cruzar por las aguas puedes recibir bendiciones inimaginadas, aunque primero hayas tenido que recorrer un desierto. Me refiero al profeta Elías. Conocido como el profeta de fuego, este hombre hizo temblar el reinado de Acab, su esposa y todos sus allegados en Israel. No te sorprendas si después de una gran victoria aparece un enemigo mal encarado queriendo infundirte miedo, porque esa es la treta de tu enemigo, y también la oportunidad de Dios para hacerte merecedor del galardón. Tu primera reacción de seguro, podrá ser el miedo, no obstante, permíteme advertirte que Elías hizo esto y tuvo que atravesar el desierto para reconocer su error. Luego de humillar, desenmascarar y matar a 450 profetas de Baal, Elías escuchó el rumor de que la reina Jezabel lo quería para cortarle la cabeza. Nótese la cifra 450, fue la misma cantidad pero en años que el pueblo de Israel tuvo que soportar su esclavitud en Egipto para después, derrotar en el mar Rojo a sus captores egipcios por la mano poderosa de Dios al sacarlos de aquel lugar, pero al igual que éstos, Elías tuvo en poca cosa, la liberación de Dios y su respuesta ardiente sobre el holocausto (1 Reyes 18: 20 – 40) y en lugar de hacer frente a su enemigo, prefirió correr despavorido en la dirección opuesta. (1 Reyes 19: 1 – 18) Un hombre que había derrotado a 450 profetas frente a todo el pueblo de Israel, ahora corría de una sola mujer. ¿Algo de esto te resulta familiar? Tal sería la carrera, que Elías caminó 40 días y 40 noches por el desierto hasta el monte Horeb, el monte de Dios (el mismo monte donde Moisés, el hombre sacado de las aguas recibió los 10
mandamientos y la ley de Dios). La receta de Dios para los que huyen es la misma: Atraviesa el desierto en cantidad de 40 y habla con Dios. El pueblo de Israel por desobediencia y miedo, caminó 40 años, Elías por miedo, caminó 40 días. ¿Tú cuánto llevas caminando? Después de esta experiencia, Elías se encontró en una cueva azotado por diferentes fenómenos naturales (1 Reyes 19: 11 y 12). Quizás era el modo en que Dios le reflejaba a Elías sus propios miedos, pero descubrió que Dios no era parte de ellos. Dios estaba en el silbido apacible y delicado (v. 12). El hecho de que nuestros miedos hagan ruido en nuestros oídos, no significa que Dios no pueda oírnos o que la tempestad a nuestro alrededor le impedirá a Dios llegar hasta nosotros. Lo único que nos separa de Dios somos nosotros mismos. Más adelante, este hombre pudo cruzar un río que le llevó directo a la presencia de Dios. Como escribí antes, bendiciones gloriosas aguardan a aquellos que cruzan las aguas. El río del que hablo es el Jordán, ¿lo recuerdas? Es el mismo río de la segunda oportunidad de Dios para Israel, y fue la segunda para Elías. Acompañado de su sucesor, Elías tomó su manto, lo dobló y golpeó las aguas del río con él. Las aguas se apartaron a uno y otro lado, y los dos pudieron pasar en seco. (2 Reyes 2: 8). Lo que ocurrió a continuación, lo describo como el gran poder de Dios. Un carro de fuego conducido por caballos de fuego se llevó a Elías al cielo, donde Dios le tendría preparada una tarea muy hermosa algunos siglos después. Porque aquellos que entienden la obra de Dios son reservados para anunciar su gloria. (Mateo 11: 7 – 14). Ahora bien, un evento con igual poder y significado se registró después que Elías fue llevado al cielo. Su sucesor, Eliseo, recogió el manto de Elías después de verlo ascender, y doblándolo al igual que lo hiciera su maestro, lo golpeó contra las aguas del río, y éste también se abrió. Pero, ¿qué galardón aguardaba a Eliseo al cruzar las aguas? Justo antes que Elías fuese arrebatado, le dijo a Eliseo: “Pide lo que quieras que haga por ti, antes que yo sea quitado de ti” (2 Reyes 2: 9) y Eliseo le contestó: “Te ruego una doble porción de tu espíritu sea sobre mí” Cuando leí esto las primeras veces en mi vida cristiana, creí que sólo tenía que ver con el hecho de que Eliseo hizo un total de 14 milagros en su carrera como profeta de Dios (el doble de su maestro en la tierra, Elías), pero entendiendo la dirección de Dios en llevarnos a lo profundo, ahora veo algo más. Con una sola porción, Eliseo hubiese hecho las mismas obras de Elías, incluso hubiese actuado como él, pero a mitad de camino se habría quedado sin combustible para continuar y ¿cómo entonces, habría completado la obra de Dios sin sentir la necesidad de correr cuando llegaran los tiempos difíciles?
No. Eliseo necesitaba una doble porción del espíritu de Dios que antes estuvo en Elías, para arrancar en su camino, y luego cuando estuviera débil, sacar fuerzas de dónde no tenía y terminar la carrera. Eliseo lo entendió temprano, una sola porción no le hubiera bastado. ¿Y tú, crees que con el agua hasta las rodillas es suficiente para acabar tu carrera y recibir el premio o necesitas sumergirte en lo profundo y buscar una doble porción? Cuando la situación se pone difícil, arrojarte a los brazos de Dios y buscar más de él de lo que acostumbras, no es el error, sino tu pase a la salvación. Otro personaje que entendió las profundidades de Dios y no de la mejor manera, fue Jonás. Este profeta de Dios no fue para nada discreto. Cuando Dios le dio la orden de ir a Nínive a predicar a ese pueblo para que se arrepintiera de sus actos, Jonás consideró más conveniente poner mar de por medio entre ese pueblo y él, pero lo que en realidad hizo, fue desviarse de la orden de Dios y por lo tanto, Dios, al igual que el ángel a Ezequiel lo tuvo que hacer pasar por las aguas. (Jonás 1: 1 – 3) Al desatarse la tempestad en el mar, todos los marineros a bordo de la nave comenzaron cada cual a rogar a su dios, y para desgracia de ellos, el Dios que sí respondía, que es el Dios que separa las aguas, era el Dios del dormilón que había provocado la tempestad en primer lugar (Jonás 1: 4 – 6) . Si tú le das la espalda a la orden de Dios, no te sorprendas si todo a tu alrededor se convierte en un caos, porque ese es el resultado inmediato de desbaratar un plan bien elaborado y en el que hubieses salido ganando, de haberlo ejecutado. Jonás entendió que él era el responsable directo de aquella tempestad y mucho más (Jonás 1: 9 – 10). Entendió que sólo en las profundidades podría encontrar paz, no sólo para sí sino para esos pobres marineros del barco. Al darte cuenta del plan de Dios en tu vida, hasta tu familia y los que te rodean pueden resultar beneficiados. La bonanza regresó al mar cuando Jonás se echó de cabeza en él. ¿Te das cuenta que no es suficiente con el agua hasta el cuello? Te tienes que sumergir en lo profundo igual que Jonás. (Jonás 1: 11 – 16). No transcurrieron 40 años, ni tampoco 40 días, pero ¿te parece poca cosa estar 3 días dentro de un pez? Y como Dios es un Dios de orden y así lo manifestó desde el Génesis, regresó a su plan inicial y el pez obediente vomitó a Jonás en tierra desde donde se dirigió a Nínive a cumplir a
regañadientes su tarea. El hecho de no estar de acuerdo con el plan de Dios o que no te guste, no quiere decir que no sea una bendición, porque cuando el pueblo de Nínive oyó el que sin duda, sería el mensaje de salvación más corto predicado en la historia humana, empezando por su rey y hasta el ganado, se arrepintieron todos y recibieron de Dios el perdón. (Jonás 3: 1 – 10) Grandes cosas ocurren cuando en las profundidades te hundes. Como lo escribí al comienzo, no tiene que ser voluntario, ni tampoco tiene por qué parecerte una buena idea, pero si te arriesgas, si te atreves y no dudas, verás la gloria de Dios al cruzar por Aguas Profundas. Si esta lección tocó tu vida, hazla tuya, aplícala y cuando escribas tu historia me gustaría conocerla si estás dispuesto a compartirla, esta es mi cuenta skyler1404@gmail.com.
Bendiciones, De tu amiga en Cristo Jesús,
Emily Sánchez.