Por Emily Sรกnchez
¿A base de qué podemos sobrevivir? He escuchado muchas veces la expresión: si te encontraras náufrago en una isla, ¿qué quisieras tener contigo? A lo que añaden: que sólo sean 3 cosas. Aparentemente, sobrevivir parte del hecho de tener que vivir con muy poco o casi nada; y si te encuentras atorado en semejante circunstancia, no ha de ser porque te lo buscaste ni tampoco porque sea tu estado ideal. En la sobrevivencia surgen características del individuo que bajo otras circunstancias no habrían sido visibles pero que bien podrían ayudarlo a salir de esa situación o por el contrario, acabarían por hundirlo. Si te encuentras perdido en el bosque o cualquier otro lugar desconocido, ¿no sería genial tener un GPS (léase, Sistema de Posicionamiento Global por sus siglas en inglés) en el bolsillo? De ese modo, podrías ubicarte rápidamente en dirección de la salida o del camino redentor. O si te quedaras atorado en un ascensor, sería fabuloso contar con un pequeño ventilador manual porque hasta tanto abran la puerta, padecerás de tu propio sauna privado; y si de ti dependiera, quedar varado en una isla solitaria sería más tolerable si contaras con un suministro generoso de agua potable, un celular analógico afiliado a una compañía telefónica con muchas antenas alrededor del mundo y batería como para 3 días. Todo lo demás que se deba enfrentar: peligros en el bosque, claustrofobia en el ascensor, aprovisionamiento de comida improvisada o cazada en la isla y más, necesitarán de suficiente imaginación y determinación por parte de quien lo sufra si en verdad quiere contarse a sí mismo como un sobreviviente. El que sobrevive entiende que no las tiene todas consigo, pero aún en los casos materiales, terrenales y tangibles, sobrevivir resulta una tarea mucho más sencilla que cuando se encuentra en la necesidad de sobrevivir espiritualmente; y me da pena reconocer, que primero se necesita sobrevivir en lo invisible antes de poder sobrevivir en lo tangible. Una persona que ha caído en desgracia podrá salir de su problema con más rapidez si conserva para sí la fe de que hay una solución y por ende, se ocupa de ello con diligencia, que aquella que se da por vencida aún antes de siquiera intentar buscar la salida, porque se dice a sí misma: todo está perdido, y así las oportunidades de superar el trance podrán desfilar frente a sus ojos pero nunca será capaz de ver o aprovechar ninguna ya que al menos, en su mente y en su espíritu, ya perdió. El acto de sobrevivir requiere más que la posesión de algunos artefactos valiosos, conocimientos profundos de técnicas de cacería o ciencias aplicadas que fabriquen hogares improvisados en el bosque y la selva, vehículos todoterreno o armamento de defensa. Sobrevivir nace de la fe. Del deseo intangible pero intenso de salir de esa situación a toda costa. Si no se tiene, morir es la opción segura.
Ahora bien, ¿qué pasa cuando sobrevivir no se refiere solamente a estar perdido en una zona de difícil acceso o sepultado bajo los escombros de un edificio derrumbado a causa de un terremoto con pocas o nada de provisiones?, ¿qué ocurre cuando sobrevivir implica hacerle frente a adversidades de naturaleza social, política, económica e incluso cultural? Puede decirse que en comparación a lo anterior se contarían con más elementos a los cuales echarle mano para lograr la tan ansiada sobrevivencia, aunque eso no implique necesariamente salir ileso de los problemas que debe enfrentar. Cuando en un país se habla de índices de inflación tan elevados que lo mínimo de los sueldos se vuelve insuficiente para pagar deudas, comprar comida y medicamentos, cubrir los pagos de vivienda, automóvil, estudios y demás, resulta un auténtico dolor de cabeza encontrar una solución en el corto plazo. Si a ello se le añade la dificultad de encontrar empleo debido al cierre de múltiples empresas y la falta de inversión en el sector privado o extranjera, las oportunidades de quienes deseen encontrar una fuente de sustento seguro para sí y los suyos se pone cuesta arriba. Pero sí adicional a lo anterior, deben sortear los peligros que yacen en las calles no sólo por el mal estado de las vías sino por los altos índices de delincuencia y criminalidad, las plegarías se vuelven parte del día a día del que espera con ansia regresar sano y salvo a su hogar. Ni qué decir del pésimo servicio que prestan las diferentes instituciones de carácter público o de la impotencia que no puede ser manejada con terapias profesionales ante la impunidad de crímenes que se cometen a diario en la integridad de seres que como tú y yo solo queremos mejorar. ¿Se puede hablar de sobrevivir cuando comer requiere de una cacería exhaustiva al mejor estilo de los nómadas prehistóricos por todos y cada uno de los establecimientos destinados a la venta de alimentos para ver en cuál de ellos encontrar algo que rellene su despensa y nevera con el poco sueldo que percibe y que si no se lo ha comido la inflación, se lo robó la delincuencia? ¿Se vale hablar de sobrevivencia cuando te hayas indefenso ante el abuso de quienes no respetan ni hacen cumplir las leyes, pero se aprovechan de tus derechos y te quitan la oportunidad de surgir? ¿Cómo se le llama a pelear contra la escasez de alimentos, el acaparamiento de comercios expendedores, la delincuencia desbordada, los huecos de las calles, el mal servicio que prestan los servicios públicos de agua y electricidad, el encarecimiento de los productos, bienes y servicios a todos los niveles, todos de una vez y al mismo tiempo? ¿Qué se dice de una persona que debe justificar en cada alcabala del país por la que pasa de viaje que la barra nueva de jabón que lleva es única y exclusivamente para su uso personal y no el intento de contrabandear productos en la frontera ni revenderlos, pero en cambio tiene que observar con pesar como quienes de algún modo juraron defenderle, negocian con cien veces el contenido de su pequeña maleta a terceros sin que nadie se los señale? En semejantes circunstancias, se habla a diario y a través de diferentes medios de comunicación que esa no es forma de vivir, que todo está mal, que no importa lo que intentes por mejorar ni cuántas veces lo hagas porque al final, no valdrá la pena. Que la solución tomará mucho tiempo y medidas en extremo drásticas, así que, tus planes de superarte no van de ninguna manera a
prosperar. Algunos incluso señalan que resolver esto requiere de tal o cual inclinación política, y que si no perteneces a un determinado partido formas parte del enemigo. De todas partes, soplan vientos de revueltas, de inconformidad, de odio y malestar. Caminar por la calle te permite constatar de primera mano cuán terrible funciona el sistema en que vives. Hay quienes aseguran que para resolver “el problema” se requiere de intervención militar y armada. Obviamente, si eres del tipo pacifista te espantas y ante tamaña amenaza para tu integridad física y mental comienzas a considerar la opción de “la huida” a tierras extranjeras, como único modo de sobrevivir. Aquí es donde mi reflexión me trae, ¿escapar es siempre la mejor sino que la única opción?, ¿qué pasaría si no tienes la opción de huir, si a diferencia de tus emigrantes compatriotas no tienes los medios económicos, sociales o materiales que te permitan abandonar la tierra que genera todos esos males, porque hasta comprar pasajes de avión se ha vuelto imposible debido a su indisponibilidad? Pues, al igual que el que está atrapado en el ascensor o debajo de los escombros de una casa, apelar a la sobrevivencia espiritual es el único refugio posible. Para el que no cuenta con más recurso que su fe hay que sobrevivir donde se está, no importa las circunstancias. El profeta Daniel del Antiguo Testamento bíblico tenía una sentencia de muerte sobre su cabeza por parte del rey, aún y cuando era el segundo al mando en toda Babilonia, pero debido a la envidia que de él tenían sus colaboradores (los sátrapas), se vio condenado a ser arrojado a un foso de leones hambrientos (Daniel 6) por el simple crimen de creer y adorar a Dios y no a nadie más. Antes, durante y después de la sentencia, Daniel se aferró a su fe. El mismo rey Darío le dijo: “El Dios tuyo, a quien tú continuamente sirves, él te libre.” (v. 16). Incluso el rey reconocía que dadas las circunstancias, sólo Dios podía intervenir para ayudar a Daniel, y así fue. “…, mi Dios envió su ángel, el cual cerró la boca de los leones, para que no me hiciesen daño, porque ante él fui hallado inocente y aun delante de ti, oh rey, yo no he hecho nada malo” (v. 22); Daniel fue sacado del foso y los que contra él habían conspirado fueron, luego arrojados en su lugar, siendo devorados por los leones incluso antes de tocar el fondo. Existe otro caso en la biblia, precisamente en el mismo libro pero descrito en el capítulo 3 que relata la historia de 3 jóvenes: Ananías, Misael y Azarías, mejor conocidos por sus nombres babilonios como Sadrac, Mesac y Abed – Nego (amigos de Daniel), que siendo extranjeros en una tierra a la cual fueron llevados en contra de su voluntad, demostraron mayor sabiduría, preparación e incluso belleza que todos los sabios y fuertes del reino de Babilonia, por lo cual se convirtieron en gobernadores y consejeros dentro del reino, pero no sin antes pasar una prueba de fuego, literalmente. El entonces rey de Babilonia, Nabucodonosor, autorizó el edicto que obligaba a todos los residentes del reino a rendir adoración ante una estatua que lo representaba, no obstante, los 3 jóvenes se negaron a tal acto por convicción absoluta de que su adoración sólo iría dirigida hacia su Dios. Como escribí casi al comienzo, cuando se sobrevive aparecen características en una persona que bajo otras circunstancias no serían visibles. En el caso específico de Daniel y sus
amigos, probaron sólidamente que su fe en y hacia Dios no era de la boca para afuera ni una mera repetición por la imposición de sus padres durante la infancia. Se mantuvieron firmes sin agachar la cabeza ni titubear. Me pregunto entonces, ¿tú y yo mantendremos la misma postura ante la adversidad o venderemos nuestra fe a la primera oportunidad? Hay quienes después de un momento amargo o difícil en sus vidas, renuncian a todo cuanto les causaba alegría y mucho más a su fe, porque se han dejado invadir por la amargura y el miedo, aunque es obvio que su fe no estaba cimentada sobre algo imperecedero sino todo lo contrario. De otro modo, no hubiese sido tambaleada tan siquiera un poco. Los amigos de Daniel se hallaban en un horno diseñado específicamente para convertirlos en cenizas, pero ni el cabello se les chamuscó ni tampoco adquirió olor de quemado debido a que Dios mismo caminó en el horno en medio de ellos (Daniel 3: 24 y 25) y les salvó. ¿Por qué, en ambos casos, aún y cuando estaban metidos en el aprieto que sin suda habría acabado con sus vidas, Dios actuó para liberarlos? ¿Porque fueron acusados injustamente, o porque les tenían envidia, o porque eran jóvenes e inteligentes y habría sido un total desperdicio que todo ese talento se perdiera, o quizás fuera porque cuando tenían todo para perder (incluyendo sus vidas) no renunciaron a su fe? Indiscutiblemente, su fe los salvó, ya que no existe nada que conmueva más a Dios que una fe en Él, no fingida. Hay un pasaje bíblico que dice así: “Aunque la higuera no florezca, ni en las vides haya frutos, aunque falte el producto del olivo, y los labrados no den mantenimiento, y las ovejas sean quitadas de la majada, y no haya vacas en los corrales, con todo, yo me alegraré en Jehová, y me gozaré en el Dios de mi salvación. Jehová el Señor es mi fortaleza, el cual hace mis pies como de ciervas, y en mis alturas me hace andar.” (Habacuc 3: 17 – 19) Podría decir igual: aunque no tenga leche, mantequilla o carne en mi nevera, ni el sueldo me alcance para comprar los artículos de primera necesidad, ni la inflación descienda, ni la delincuencia desaparezca, ni la impunidad se corrija, ni los boletos de avión reaparezcan, ni los empleos se multipliquen, ni las epidemias se controlen. Con todo, yo esperaré en mi Dios, quien hizo los cielos y la tierra. Jesús el Señor es mi fortaleza. Él me librará de la destrucción que azote a mi nación, y en sus bendiciones me hará regocijar. No creo que exista posibilidad alguna de que lo desastroso de un país pueda irremediablemente arrebatarle a Dios el poder de ayudar a los que en Él crean y esperen. Si alguien desea confiar la solución del problema a una intervención humana de índole armamentista, económica, social o política, ¡Adelante! ¡Que se arriesgue! Pero está bíblica e históricamente comprobado que ninguno que habiendo puesto su confianza en Dios, éste le defraudó después. Así que, la decisión está frente a nosotros para tomarla: “Así ha dicho Jehová..., si os quedaréis quietos en esta tierra, os edificaré, y no os destruiré; os plantaré, y no os arrancaré; porque estoy arrepentido del mal que os he hecho. No temáis de la
presencia del rey de Babilonia, del cual tenéis temor; no temáis de su presencia,…, porque con vosotros estoy yo para salvaros y libraros de su mano; y tendré de vosotros misericordia, y él tendrá misericordia de vosotros, y os hará regresar a vuestra tierra. Mas si dijereis: no moraremos en esta tierra,…, sino que entraremos en la tierra de Egipto, en la cual no veremos guerra, ni oiremos sonido de trompeta, ni padeceremos hambre, y allá moraremos;…, sucederá que la espada que teméis, os alcanzará allí en la tierra de Egipto, y el hambre de que tenéis temor, allá en Egipto os perseguirá; y allí moriréis.” (Jeremías 42: 9 – 16) Es evidente, que el pueblo ante quien se presentó esta opción, fue el de Israel, y eligió correr a Egipto en lugar de permanecer en su tierra, siendo luego tomados todos cautivos por Nabucodonosor, rey de Babilonia y llevados al exilio a tierra desconocida. Daniel y sus amigos estuvieron en ese grupo, pero no repitieron el error una segunda vez. ¿Cuántas oportunidades nos da Dios de confiar en Él y creerle a su Palabra? ¿Estamos todavía a tiempo de reflejar una fe genuina y resistente que en lugar de hacernos correr, nos permita soportar la adversidad sin sufrir ningún mal? Por causa del miedo que sentimos, nuestro instinto primario de supervivencia nos lleva a actuar precipitadamente, pero el sobreviviente espiritual pone el ancla en Dios y aguarda lo que vendrá. Si tienes la oportunidad no forzada de volar de tu país, tómala. Pero, sí tu salida está movida por el temor que causa la falta de fe, te sugiero que te quedes, porque a donde quiera que corras, lo que tanto temes, te alcanzará, de un modo o de otro. Si Dios es tan fuerte como proclama, lo mismo te bendecirá en la tierra de las oportunidades donde fluye la leche y la miel, que en el desierto árido y peligroso por donde te ha tocado transitar. Todo es cuestión de fe. Recuerda esto: los momentos amargos son pasajeros, pero las bendiciones de Dios son eternas.
17 / 02 / 2015