Gravedad

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Por Emily Sánchez Las serpientes mudan de piel. Los arboles cambian de hojas. Las aguas de los ríos corren y se pierden luego en la inmensidad del mar. La tierra gira sobre su propio eje cada 24 horas y tarda un año completo en hacer lo mismo alrededor del sol. Las modas sobre la pasarela pasan. Los niños crecen y eventualmente, las personas cambian. ¿A qué podríamos aferrarnos entonces cuando perdemos el norte? ¿Sobre qué o quién sentamos una base que sea lo suficientemente sólida como para que sin importar cuánto cambiemos, o nos movamos, o nos mudemos, todavía podamos permanecer firmes y no caer? Ninguna cosa o persona creada en la Tierra es eterna. Todo lo que se ve y conoce tiene un principio y también un final. Sólo porque adquiramos propiedades, conocimiento, dinero o luzcamos belleza al igual que cierta simpatía, no aseguramos que nuestra estadía será más larga que la de aquellos con menor cantidad de posesiones. Así pues, ¿A qué podemos llamar ancla? ¿En qué nos apoyamos que no se acabe ni se caiga? El suelo bajo nuestros pies puede temblar de un momento a otro. El mar con su constante vaivén de ondas puede convertirse en fracción de segundos en una asesina máquina demoledora que arrase con todo a su paso y del cielo, también nos pueden caer encima pedazos. ¿Qué o quién podría ser tan resistente para soportar los cambios y aun así, permanecer de pie sin haber sufrido daño alguno? Incluso las ideas podrían verse afectadas con el paso del tiempo y su aplicación también recibiría variaciones si las mentes que las pongan en práctica se radicalizan a sus propias necesidades y deseos. Por lo tanto, sentar las bases de nuestra conducta, credo, propósito, metas y hasta sueños no debería estar condicionada a un elemento (tangible o no) que en algún momento va a cambiar, ceder o peor aún, desaparecer. Cuando ponemos nuestra fe en algo o alguien que está sometido al igual que nosotros a las mismas condiciones de cambio, corremos el riesgo de tener que cambiar junto con ellos, y si no somos capaces de aceptarlo o por lo menos, entenderlo, entonces, nos convertimos irremediablemente en el siguiente elemento del cuadro que deba desaparecer. El problema es que allí es donde empieza el calvario. Donde llegan las preguntas sin aparente respuesta. Donde la fe, los credos y las costumbres son cuestionadas y puestas a prueba; para tratar de verificar que de verdad funcionen, o si por el contrario, siempre fueron un completo fraude. La multitud de religiones, los incontables amuletos, los rituales extravagantes y las teorías interminables persiguen en sí mismas la misma respuesta a un problema que se repite una y otra vez en todo tiempo y en todas partes: ¿de dónde viene el cambio y cuándo se va a terminar?


Hasta para aquellos cuya única fe es la de creer sólo en ellos y nada más que en ellos, es de señalar que su dios no es muy estable que digamos y difícilmente se quedará así cuando su entorno gire y les muestre un panorama muy distinto al que querían o conocían. Se presume pues, que su dios “no lo tiene todo bajo control”. ¿Por qué el control es importante? Si bien, es mejor no tener una agenda programada en ocasiones o disfrutar de las llamadas sorpresas, lo cierto es que desde el bebé recién nacido hasta el científico más brillante pasando por los individuos carentes de visión o ambición en sus vidas, todos (sin excepción) necesitamos un punto de control. Un bastión. La roca que no se mueva aunque todo lo demás no pare de girar. Los científicos necesitan para sus experimentos de un grupo control. Lo llaman así porque mientras los demás grupos se ven sometidos a diferentes condiciones o agentes de cambio (lo cual denominan, variables), el grupo control permanece intacto, sin percibir o someterse a las mismas situaciones que los otros. Los bebés por ejemplo, crecen para convertirse en niños. Los niños crecen para convertirse en jóvenes. Los jóvenes crecen para convertirse en adultos. Los adultos crecen para convertirse en ancianos. El crecimiento es parte de la humanidad y no se detendrá hasta llegar al final; en cada etapa es necesario un ejemplo que seguir, una idea que aprender, un modelo que imitar. ¿Podría el bebé crecer sin la dirección de alguien mayor a él? ¿En qué se convertiría el niño sin la dirección de un adulto? ¿A quién imitaría el joven en su juventud? ¿Podría el anciano llegar lejos sin la ayuda de un tercero más joven? ¿El adulto se mantendría por sí solo en pie sin el apoyo de alguien más? Para bien o para mal, nos aferramos a la figura dominante presente. Imitamos lo bueno o lo malo, porque es lo que con mayor frecuencia recibimos u observamos. Algunos pueden elegir a quién imitar o a quién servir, pero debe tenerse en cuenta que incluso la ausencia puede ser una maestra, en especial si es la que predomina durante el crecimiento. De manera que, cuando llega un cambio indeseado además de inesperado, el miedo, la desesperación, la confusión y hasta la rabia hacen presa de la persona. La encasillan, la aíslan, le hacen perder el rumbo que llevaba, le hacen olvidar la meta que buscaba. Sin embargo, ninguna de estas emociones hace tanto daño como la soledad. La expresión más pura del abismo y la falta de ancla en la vida de cualquier individuo. La soledad es el vacío silencioso que reclama incesantemente ser llenado, pero es tan peligroso ya que ni siquiera pide curriculum o antecedentes a quienes intentan ocupar su espacio vacío, y se conforma con cualquier cosa (temporal o permanente) que lo pueda llenar. ¿Podría sostenerse una silla de tres patas sobre una rueda si ésta se encuentra en movimiento? Haga la prueba si gusta, pero lo probable es que responda al final que NO, porque para que ambas piezas se mantengan firmes sin caer, una de las dos debe permanecer inmóvil, quieta. Hay quienes afirman que la evolución humana demanda cambios a todos los niveles de la sociedad: culturales, materiales, económicos, sociales, políticos, ecológicos y por supuesto,


institucionales. El cambio es la demanda de una adaptación a una circunstancia nueva en un contexto (tal vez) desconocido. El no abrazar esta demanda implica una resistencia que terminará siendo aplastante para aquel que se resista. En tal sentido, cabría preguntarse: ¿cuánto podrán durar las sociedades si sus principios de vida evolucionan al punto tal en que favorezca su propia extinción? ¿No debería existir un punto de control en el que sin importar cuán avanzados o desarrollados nos convirtamos podamos tener siempre un punto de encuentro común, el lugar cero de partida cuando la ruta se vuelva borrosa o indeterminada? No se trata de volver al pasado o estancarse en él, es más bien, tener un eje sólido alrededor del cual se pueda girar sin salirse de la órbita. Algo así como la gravedad. Invisible y silenciosa, no obstante, es la que impide que todos los planetas acaben chocando entre ellos en el espacio y puedan moverse a un ritmo que les dé su propio espacio para coexistir y desarrollarse. Entonces, necesitamos gravedad, pero ¿cuál podría ser si ya está visto que todo alrededor nuestro, incluidos nosotros mismos, somos inestables y en constante movimiento? Esta gravedad debería ser palpable, aunque no necesariamente material. Debería ser eterna, para que así no nos preocupe la fecha de caducidad o el inevitable avance del tiempo. Debería ser indestructible, de modo que ninguno de los agentes de cambio le alcance o le dañe. Debería ser omnipresente porque así nos acompañaría a todas partes y a pesar de nuestros cambios personales o mudanzas, ella siempre pudiese estar allí, justo cuando la necesitamos. Debería ser omnisciente, pues así, cuando nos equivoquemos y perdamos el camino, ella conserve las señales y las respuestas que necesitamos para salir del laberinto. Debería ser imparcial para que las diferencias personales no influyeran en su juicio pero que al mismo tiempo, sintiera especial aprecio y amor sincero por todos sin hacer acepciones. Tal gravedad debería ser el clásico que nunca muera; la que sobreviva a las guerras, a los cambios de humor, a las fases lunares, a los regímenes políticos y los desastres naturales. La que no dependa de la moda ni tampoco de las necesidades individuales, porque es inmutable y funciona igual para todos, sin excepción. Sólo conozco a una persona que en todo el universo reúne en sí misma todas y cada una de estas características, y esa persona es la gravedad a la que yo llamo: Dios. “Yo soy el Alfa, y la Omega, principio y fin, dice el Señor, el que es y que era y que ha de venir, el Todopoderoso” (Apocalipsis 1:8) “Y el que vivo, y estuve muerto; mas he aquí que vivo por los siglos de los siglos, amén. Y tengo las llaves de la muerte y del Hades.” (Apocalipsis 1: 18) “el único que tiene inmortalidad, que habita en luz inaccesible; a quien ninguno de los hombres ha visto ni puede ver, al cual sea la honra y el imperio sempiterno. Amén.” (1 Timoteo 6: 16) “Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación” (Santiago 1: 17) “Jesucristo es el mismo, ayer, hoy y por los siglos” (Hebreos 13:8) “Jesús le dijo: Yo soy el camino y la verdad y la vida…” (Juan 14:6)


“Yo me acosté, y dormí, y desperté, porque Jehová me sustentaba.” (Salmos 3: 5) “A Jehová he puesto siempre delante de mí; porque está a mi diestra, no seré conmovido.” (Salmos 16: 8) “Jehová, roca mía y castillo mío, y mi libertador; Dios mío, fortaleza mía, en él confiaré. Mi escudo y la fuerza de mi salvación, mi alto refugio.” (Salmos 18: 2) “Ensanchaste mis pasos debajo de mí, y mis pies no han resbalado” (Salmos 18: 36) “Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo; tu vara y tu cayado me infundirán aliento.” (Salmos 23: 4) “Porque él me esconderá en su tabernáculo en el día del mal; me ocultará en lo reservado de su morada; sobre una roca me pondrá en alto” (Salmos 27: 5) “Porque yo Jehová no cambio; por esto, hijos de Jacob, no habéis sido consumidos.” (Malaquías 3: 6) “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.” (Mateo 24: 35) “Sécase la hierba, marchítase la flor; mas la palabra del Dios nuestro permanece para siempre.” (Isaías 40: 8) “¿No has sabido, no has oído que el Dios eterno es Jehová, el cual creó los confines de la tierra? No desfallece, ni se fatiga con cansancio, y su entendimiento no hay quien lo alcance.” (Isaías 40: 28) “…y sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella” (Mateo 16: 18) “Jesús les dijo: Yo soy el pan de vida; el que a mí viene nunca tendrá hambre, y el que en mí cree, no tendrá sed jamás” (Juan 6: 35) “Otra vez Jesús les habló, diciendo: Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida.” (Juan 8: 12) “De cierto, de cierto os digo, que el que guarda mi palabra, nunca verá muerte” (Juan 8: 51) “Le dijo Jesús: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto vivirá” (Juan 11: 25) Puede no gustarte la religión. Puedes incluso, sentir alergia por la palabra Biblia. Te han de sobrar razones para rechazar toda mención o concepto de Dios porque durante tu crecimiento, alguien o algo te enseñó que “Él puede ser muy limitante” para tus ambiciones; sin embargo, ¿no te gustaría estar aliado a alguien que NO tenga límites pero que igual respete tu espacio?, ¿no quisieras


trabajar junto a alguien que se las sabe todas y no está dispuesto a traicionarte? O simplemente, ¿no quisieras tener a tu lado a alguien que te recoja después de caer? Incluso las personas que más amamos tienen fallas, cometen errores, se cansan, y aunque quieran estar allí para nosotros, no siempre será posible, ya que hasta la muerte puede atravesarse en nuestro camino sin pedir permiso o siquiera dar un aviso. Algunos dicen que nuestras obras pueden ser inmortales y que nuestros nombres junto a ellas, también pueden permanecer más allá de nuestras muertes, pero este es el punto: ninguna persona que ha trascendido la historia lo ha hecho si antes no ha echado mano de la fe, y sólo aquellas obras cuya naturaleza tuvo los fundamentos divinos del amor y la esperanza alcanzaron renombre, como de obras grandes y dignas de admiración. Si no sólo quiénes somos sino también lo que hacemos necesita trascender más allá del tiempo, del espacio, de las adversidades, de las diferencias y de la propia creación, es por cierto más seguro y sabio si la afirmamos sobre aquello que nunca sufrirá modificación. Como cuando dejamos un importante mensaje a la vista de una persona especial en un lugar que ésta conozca y que a su vez, no vaya a ser removido ni sufrir daño alguno, ya que de ese modo podrá finalmente arribar al destino que tenía previsto desde el comienzo. El que quiera alumbrar su casa no coloca la luz debajo de la mesa, como tampoco quien quiera que su casa perdure va a construirla sobre la arena. Si deseas estabilidad en tu vida para que quien eres y lo que haces no se derrumbe mientras te mueves y avanzas, entonces afírmate en Dios como tu esperanza. “Así que, el que piensa estar firme, mire que no caiga.” (1 Corintios 10: 12) “como está escrito: He aquí pongo en Sion piedra de tropiezo y roca de caída; y el que creyere en él, no será avergonzado.” (Romanos 9: 33)

06/02/2015


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