Aguas Profundas II

Page 1

AGUAS PROFUNDAS II Por Lic. Emily Sánchez

En un apartado anterior nos sumergimos en las profundidades en busca de la cima. De la mano de Dios es posible que la sanidad, la abundancia, la libertad y hasta la salvación nos espere en la otra ribera, justo después de cruzar las aguas. Sin embargo, este último punto, el de la salvación, no alcancé a discutirlo en detalle. Me permito ahora discurrirlo a la luz de la palabra de Dios. Cuando hablo de salvación no me refiero a un aspecto meramente físico, hablo del alma, porque tal es la profundidad de Dios en sus alturas que considera aún más allá de lo que el ojo humano puede alcanzar a ver a simple vista. Mientras nos ocupamos de lo material, de lo terrenal, de lo visible, Dios se encarga hasta de aquello que damos por tácito o inexistente. Si para alcanzar las alturas hay que sumergirse en lo profundo, para alcanzar el alma también se necesita bajar a las aguas. Permítame explicarlo mejor: En el libro de los Hechos (ubicado en el Nuevo Testamento), el capítulo 8 nos revela una historia interesante de manos de uno de los 12 apóstoles de Jesús. Su nombre: Felipe, su historia: el encuentro con el etíope. Este hombre etíope, principal en su reino, volvía de adorar en Jerusalén (v. 27 y 28) y no por coincidencia, estaba literalmente, atravesando un desierto cuando la providencia divina le permitió conocer a Felipe. Si bien te encuentras atravesando el desierto y te haces las preguntas correctas, es muy probable que recibas las respuestas que necesitas. Ahora bien, este hombre no entendía las Escrituras, tenía a lo menos curiosidad por conocerlas y es allí donde Felipe aparece. Le explica todo cuanto necesita saber y al final el etíope pregunta si existía algún impedimento para que fuese bautizado. Pero hagamos un alto allí porque, ¿en qué parte del texto entre los versos 26 y 36 Felipe siquiera mencionó la palabra Bautizo? Ya que es, el propio etíope quien en el verso 36 hace la pregunta que lo saca a la luz. Por lo tanto, tendríamos que retroceder un poco, para ver dónde aparece este fenómeno del bautismo. En el libro de Mateo (Nuevo Testamento) en el capítulo 3 encontramos dos pasajes que marcan la primicia de este evento como práctica manifiesta. Del verso 1 al 12 hallamos a Juan el Bautista, el último de los profetas, aunque también si lo recuerdan éste es de quién escribí en la primera parte, que atravesó el desierto en 40 días y 40 noches debido al terror que le infundió la amenaza de una sola mujer, la reina Jezabel.


He aquí, la hazaña gloriosa para la cual fue reservado por Dios luego de entender que necesitaba cruzar las aguas y en la que fue arrebatado por un carro de fuego hacia el cielo. En los tiempos en que Jesús estaba por comenzar su ministerio, Juan ya llevaba tiempo ejerciendo el suyo, y éste consistía en anunciar al pueblo que el reino de los cielos se había acercado a los hombres y que necesitaban: 1) Arrepentirse y 2) Bautizarse. El bautismo según lo relata el pasaje bíblico ocurría en el Jordán (v. 5). El mismo río que tantas veces tuvo que probar a aquellos que luego de desperdiciar la primera oportunidad dada por Dios, debían pelear con creces por probar que podían superar la segunda. Podemos decir entonces, que el Jordán representa aquí las segundas oportunidades y en el caso de los que venían hasta sus aguas para ser bautizados por Juan, se trataba de arrepentirse de sus pecados y alcanzar misericordia ante los ojos de Dios. El propio profeta da fe de esto en el verso 11: “Yo a la verdad os bautizo en agua para arrepentimiento…” Fíjese bien, que la experiencia de Juan en cruzar las aguas, no fue sólo el acto de un hombre superando sus barreras personales sino también la visión con la cual asumiría su misión posterior. La de embajador de Cristo (2 Corintios 5:20). Tal fue el impacto de éste mensaje en su vida, de la necesidad de sumergirse en lo profundo que Juan enseñaba el bautismo como requisito Sine Qua Non para obtener el perdón de Dios y comenzar a partir de allí una vida en bendición, de la mano del Creador. (v.8 – 10) Un hombre que experimentó la vergüenza por darle la espalda a Dios y no creerle a su Palabra, venía ahora predicando el único modo que le fue enseñado para obtener su salvación: ser bautizado. (I Pedro 3:21) Este bautismo consistía en que toda persona que confesaba sus pecados, tal y como lo dice el verso 6 del mismo capítulo, era bautizada por Juan en el Jordán. Pero si recuerdan bien, para sumergirse en lo profundo de Dios y alcanzar las alturas, no bastaba con tener el agua a los tobillos, ni tampoco a las rodillas, mucho menos a la cintura, sino que las aguas debían cubrirte por entero, así como se lo indicó el ángel al profeta Ezequiel en el capítulo 47 del libro que lleva su nombre. El bautismo así demostrado, debía ser por inmersión de la persona. Para todo aquel que cruza las aguas, esta lección jamás se olvida. Juan no la olvidó, más nos mostró algo adicional. Existen situaciones en nuestras vidas donde no necesariamente, nos toca entrar a las aguas en un modo literal sino más bien figurado, es decir, no siempre tendremos frente a nosotros la opción de cruzar un río o un mar de verdad, aunque sí, éstos podrían venir representados en circunstancias diversas de nuestra cotidianidad.


Son esos momentos donde ser bueno no basta, sino que hay que ser mejor. Donde correr un kilómetro ya no es suficiente, sino que ahora debes correr dos; o donde pedir perdón ya no alcanza y tienes que cambiar de actitud. Si bien estos casos se pueden interpretar en términos idealizados, no así, Juan lo presentó en términos más realistas. Voy a describirlo en palabras más simples. Cuando tu meta a alcanzar se puede ver en lo terrenal, tus aguas vienen representadas por esa travesía que recorres para asirla, pero cuando tu meta no se ve en lo material más sí se encuentra en un plano espiritual, no queda más alternativa que sumergirte literalmente, en el agua. El espíritu es invisible al igual que el alma, y si acaso es palpable, sólo lo es para aquel que lo transporta, esto es: cada uno de nosotros. Toda persona tiene un alma y es propia en exclusiva para ese individuo, no es la suma de dos ni tres partes al mejor estilo de una novela de Frankestein (I Corintios 15: 38). Así que para hacer que esa alma, entre a lo profundo de Dios necesita que también su cuerpo (o sea, el que la transporta) se sumerja en las aguas. Para el cuerpo puede resultar un chapuzón de unos segundos, pero para el alma significa haber cruzado el Jordán y haber aprovechado la segunda oportunidad de Dios para con ella. Sumergirse en lo profundo no es un tema limitado tan sólo al aspecto material o la ganancia posterior (que no es mala pero tampoco es lo único). Tiene que ver con que cada parte de nuestro ser, (no sólo lo que se ve), reciba su redención, su sanidad, su libertad. ¿Te interesa una bendición a medias? ¿Con ser bendecido en lo material te es suficiente o quieres el paquete completo? Recuerda, la bendición no está en la orilla ni tampoco a la mitad del río; está después de haberlo cruzado. Así que, Juan nos mostró la lección que aprendió y fue la misma que Jesús en el capítulo 3 aplicó (v. 13 – 17); mas lo hizo, como forma de ratificar que en efecto, esa era la fórmula que debía seguirse para que el alma así como el resto de nuestro ser pudiera cruzar las aguas y hacerse merecedora de bendiciones, en este caso específico de su salvación. (I Pedro 3: 21) El procedimiento de ese bautismo es el mismo enseñado por el ángel al profeta Ezequiel, y tal cual lo aplicó Juan como también lo recibió Jesús, esto es, el descenso de la persona a las aguas, previo arrepentimiento y confesión de sus pecados (aunque Juan reconoció que Jesús no necesitaba de bautismo, con lo cual también reconocía que no tenía pecados – 2 Corintios 5:21). Aún más, Jesús le dijo: “Deja ahora. Porque así conviene que cumplamos toda justicia” (v. 15) ¡Qué maravilla! El maestro poniéndose de ejemplo para sus alumnos, léase nosotros. ¿O quién de nosotros seguiría las lecciones de una persona que no cumple sus propias indicaciones? En tal sentido, es importante destacar que sumergirse en estas profundidades en particular, no era un


asunto de pasar de una orilla a otra, como en su momento lo hizo Israel en el Mar Rojo o en el paso del Jordán, este caso en concreto se refiere a entrar en el agua, bajar a las aguas y subir de las aguas. (v. 16)

Similar al modelo explicado por el ángel a Ezequiel sólo que en lugar de Entrar, Atravesar y Salir, al alma le corresponde, Entrar, Bajar y Subir. Tal y como lo hizo Jesús más adelante en su muerte para confirmación a los incrédulos. Entró en la tumba (Lucas 23:53), descendió al Hades (Efesios 4: 9 y 10) y subió a las alturas siendo recibido en gloria (I Timoteo 3:16). A esto se refiere el bautismo, ser enterrado con Jesús en su sepultura (Romanos 6: 3 y 4) y nacer como nueva criatura, donde “las cosas viejas pasaron y he aquí todas son hechas nuevas” (2 Corintios 5:17). La promesa de la fórmula se mantiene: si cruzas las aguas recibes tu galardón, si te sumerges en el bautismo recibes salvación; y una vez salvo te conviertes en embajador y por eso también, anuncias el evangelio llamado de Salvación. ¿O no querrías que otros además de ti fueran igualmente bendecidos? En caso de que quedase alguna duda, el apóstol Pedro nos repitió la lección que de Jesús recibió simplificado en el verso que sigue a continuación: “Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para el perdón de los pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo” (Hechos 2:38). ¡He aquí, la fórmula otra vez! Así que, desde el Antiguo Testamento hasta Juan el Bautista, siguiendo con Jesús y rematando con sus apóstoles, todos aplicaron el mismo procedimiento. ¿Será que alguno tuvo dudas respecto de lo que se debía hacer y lo enseñó diferente? Si la fórmula aplicada por los apóstoles a la hora de bautizar hubiese sido incorrecta, ¿acaso el propio Jesús no habría impedido que Juan lo bautizara en el Jordán aquel día y en su lugar, le habría enseñado una forma diferente de hacerlo, es decir, la correcta? Ahora bien, ¿de verdad el alma desciende a lo profundo para luego emerger en victoria? En el libro de Miqueas, el capítulo 5 verso 7 se lee esta poderos promesa: “Él volverá a tener misericordia de nosotros; sepultará nuestras iniquidades, y echará en lo profundo del mar todos nuestros pecados”, así que el alma sí hace un descenso y deja todo el pecado que le estorba en el proceso. Del


mismo modo, en que Israel dejó en el Mar Rojo a sus captores, o Elías dejó su incredulidad, o Jonás perdió su deseo de desobediencia, así también, nosotros dejamos en lo profundo aquello que ante los ojos de Dios nos condena. Sé que hay muchas personas hoy día en el mundo enseñando que esto del bautismo es tan sólo un ritual arcaico, pasado de moda, que se quedó en la época de los apóstoles y que eso ya no se usa ni se necesita pero, si la Palabra de Dios está en lo cierto (y yo le creo), “el cielo y la tierra pasaran, pero mis palabras (dijo Jesús) no pasarán” (Mateo 24:35), entonces, el procedimiento que Juan usaba en las personas que venían a él en el Jordán y que Jesús mismo practicó y posteriormente ordenó como mandato (Mateo 28:19 y Marcos 16:16), es verdadero, y si me importa algo más que un golpe de buena suerte, y lo que quiero es la bendición total de Dios en mi vida, bautizarme no puede ser pasado por alto. Ya desde la antigüedad Dios dispuso el diseño para que toda alma pérdida encontrara el camino a su redención. El bautismo es el principio de ese camino. Cuando Jesús subió de las aguas (Mateo 3: 16) el Espíritu de Dios descendió sobre Él como paloma; así también en la vida de cada persona que da este paso de fe y se bautiza, recibe la promesa del Espíritu Santo como lo registra el libro de Hechos (Nuevo Testamento) en el capítulo 2 verso 38. Ahora, observe este hecho curioso: Juan atravesó un desierto por 40 días y 40 noches en ayunas para poder luego entendiendo la palabra de Dios, cruzar el Jordán; sin embargo, Jesús descendió al Jordán primero, y después, cruzó el desierto (también por 40 días y 40 noches en ayunas); y aquí viene lo interesante, Juan (otrora, Elías el profeta de fuego) fue elevado al cielo en un carro de fuego, mientras que Jesús tuvo que enfrentar al diablo. Parece algo contradictorio, ¿verdad? El hombre que no tenía pecados pero que igual cumplía todo mandato divino, recibió el premio nada deseado de recibir la visita de Satanás (Mateo 4: 1 – 11). Si después de bajar a las aguas del bautismo en el nombre de Jesús, como está estipulado para salvar tu alma, comienzas a recibir toda clase de percances e inconvenientes en tu vida, no pienses que se debió a una decisión equivocada de parte tuya al bautizarte, sino al reconocimiento por parte del enemigo de que ahora le perteneces a Cristo, y que ya no estás muerto sino que vives. La Biblia no relata en ninguno de sus pasajes que el diablo jamás haya enfilado sus armas de ataque en contra de un muerto. Así que, despreocúpate de sus ataques, porque mayor es el que está contigo que el que está contra ti (Romanos 8: 31). Eso sí, ten mucho cuidado también con las apariencias, el diablo se presentó ante Jesús con ofertas tentadoras y para nada despreciables, pero Jesús haciendo uso de la palabra divina, no sólo lo reprendió sino que también lo alejó de sí. Por lo tanto, sigue este consejo: “Someteos, pues, a Dios; resistid al diablo y huirá de vosotros” (Santiago 4:7). Sólo así podrás declarar igual que Pablo: “Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de Aquel que nos amó. Por lo cual, estoy seguro de que ni la muerte, ni


la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor Nuestro” (Romanos 8: 37 y 38) Por último, confiad en esta promesa divina: “Estas cosas os he hablado para que en mi tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo” (Juan 16:33) Lo demostró al resistir la tentación en el desierto, lo ratificó en la cruz, para luego resucitar de entre los muertos y, cobra vida cada vez que alguien como tú y como yo acepta el mandato divino. ¿Qué esperas? ¿Qué impide que seas bautizado? Te pregunto al igual que el etíope a Felipe. Sólo necesitas fe. ¿La tienes? ¿Crees?

Dios te bendiga, Skyler1404@gmail.com


Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.