Guía de uso de un Cicerón

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DÓNDE ENCONTRAR UN CICERÓN


Sentado en algĂşn sitio, mirando siempre hacia arriba


Después de tantos años es imposible perderse en una ciudad que conoces perfectamente. Por más que lo intente una y otra vez, sus pasos siempre acaban llevándola de nuevo a casa. Se sienta en un banco del parque solo para llevarle un rato la contraria al destino que se empeña en decirle lo que tiene que hacer y llevarla adonde él quiere. - A veces parece que el mundo es redondo solo para que no podamos saber dónde acaba y dónde empieza ¿no le parece? No le interesa empezar una conversación y no responde al hombre que le habla desde el otro lado del banco. - He visto que pasa usted por aquí todos los días y vuelve después de un rato para acabar la mañana ahí sentada, sujetándose al asiento como si no quisiera que la arrancaran da ahí. Se gira levemente para poder mirarlo de reojo. - Conozco mucha gente a la que le encantaría acompañarla en esos paseos y conocer la ciudad tan bien como usted parece conocerla. Estoy seguro de que sería una guía excelente. .


- ¿Adónde quiere ir a parar? Marga puede perder tranquilamente el tiempo sentada en un banco, pero perderlo hablando con un desconocido, por excéntrico que este parezca, le resulta de lo más insufrible. - Verá usted, yo solo soy un pobre extranjero que ha llegado hasta aquí para conocer las costumbres de su país – a Marga esta historia no le parece muy verosímil dado el perfecto acento y corrección con los que su acompañante se expresa – He viajado por muchos países tratando de descubrir en cada uno el punto concreto en el que radican las diferencias entre unos y otros. Puedo asegurarle sin temor a equivocarme, que no existe tal lugar en ninguno de los países que he visitado. Cuando empecé mi búsqueda solía pensar que ese lugar debía de ser una especie de pozo muy profundo, al que los moradores se habían entretenido en arrojar toda su herencia y tradiciones para que quedara allí atesorada y que el paso de los años no hiciera nada más que alimentar y colmatar. Nunca apareció ese pozo de los deseos, pero a cambio descubrí que en la superficie y bajo la luz del sol, las ciudades y las personas se parecían todavía más. Al fin y al cabo los astros que nos iluminan son los mismos para todos y muestran cosas que no deberían ser arrojadas jamás dentro de un pozo.

- ¿Qué quiere proponerme exactamente?



- Le ofrezco que trabaje para mí. Recibo muchas visitas de amigos y conocidos a los que no puedo atender como me gustaría. Podría hacer usted de Cicerona personal para mí. Acompañarlos por esta ciudad, que todavía no conozco tanto como me gustaría, y enseñarles los lugares y las historias que usted conoce y piense que puedan resultarles interesantes. - ¿Qué le hace pensar que sabré hacerlo o que conozco alguna de las historias de las que habla? - Usted se pasa las mañanas enteras paseando de punta a punta de la ciudad. Dudo mucho que le quede algo, secreto o no, por conocer. - No sé ni siquiera su nombre ¿Por qué tendría que confiar en usted y pensar que está siendo honesto? - ¿De verdad, mi querida Marga, quieres que te conteste a esas dos preguntas? ¿Por qué no eliges una de las dos y te reservas la otra para algún otro momento? - Dígame su nombre. - Buena elección. Puedes llamarme Voland.


- ¿Voland, cómo…? - Sí, exactamente el mismo Voland. - Ya sabes cómo funciona esto, querida. Esta noche te enviaré instrucciones sobre dónde debes recoger a tu primer grupo de visitantes. No te inquietes, será algo sencillo para empezar. Estate pendiente del teléfono, recibirás la llamada de Azazello sobre las doce. Al fondo del parque el calor del mediodía levanta desde el suelo suaves ondas transparentes a las que solo delata el movimiento. Un fenómeno extraño para una mañana de finales de octubre. Alienada por esa extraña visión del suelo evaporándose, Marga no tiene tiempo de despedirse de aquel que se había acercado ella para ofrecerle una respuesta a la pregunta que cada día desde primera hora machaca su cabeza: “¿Qué puedo hacer con todo lo que sé?” A lo lejos, en algún rincón del parque alguien silba una melodía que hace tararear a Marga:

“ Pleased to meet you. Hope you guess my name...”



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