Con el alma viva

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CON EL ALMA VIVA ♣ CUANDO TODOS LOS SANTOS TIENEN SU DÍA


- Creo que esta mañana he muerto. - ¿Cómo dice? - Tenía que coger un tren y crucé de prisa la vía para que me diera tiempo, pero por lo visto el tren estaba fuera de servicio y no paraba. Me siento muy raro desde entonces. Creo que he muerto. - ¿Dónde quiere que le lleve entonces?.- dice el taxista bajando la bandera. - No sé, ¿Por dónde empezaría usted si pensara que ha muerto? - Pues tampoco sé, esto es un taxi, no una ambulancia ni un coche fúnebre. Si ha muerto esta mañana todavía no le habrán enterrado. Lo mejor será empezar por los hospitales. - De acuerdo. Usted es el profesional, ponga rumbo a donde quiera. - Pues vamos a empezar por el clínico que es el que más cerca queda.


Regresando a casa pasan por la cigüeña. - Oiga mire, esto en su día también fue un hospital y dicen que además está encantado. - ¿Encantado? - Sí, dicen que una mujer que se llamaba Lourdes pasea por aquí cuando solo queda el guarda. Se ve que le gusta mucho usar el ascensor, debe llamarle la atención. Cuentan que… - ¡Qué barbaridad! La verdad es que visto así de cerca sí que tiene pinta de casa encantada… - No quiere pasar usted un momento a ver si se encuentra por ahí deambulando. - Pues no está mal pensado, no. Desde luego si en ese sitio hay fantasmas y yo soy un fantasma es lógico que pueda estar ahí. Lo que no acaba de convencerme es que ahora mismo son las tres de la tarde y los fantasmas deben de estar descansando en sitios oscuros, ¿no cree usted? - Bueno, pues usted dirá adónde quiere que lo lleve.



- Déjeme aquí mismo. Iré andando a casa y así a lo mejor me tropiezo conmigo mismo y hasta me encuentro. - No desespere usted. Seguro que esto se arregla. De todos modos, si quiere mañana me encuentra en el mismo sitio y a la misma hora. Si todo ha ido bien hoy, creo que podremos seguir probando suerte en los cementerios. Paga la carrera, baja del taxi y antes de subir a la acera acerca la cabeza hasta la ventanilla para dar las gracias al chófer. Le pone una mano en el hombro, amistosamente. Algo que parece escurrirse desde ella cala la camisa y cae por el pecho pesadamente. El hombre aparta la mano justo antes de que el frío le llegue al corazón. - Ha sido usted muy amable, pero espero que no sea necesario verle de nuevo mañana. Ojalá me encuentre ahora sentado en casa, esperándome. Igual me digo algo enfadado por haberme tenido todo la mañana preocupado, pero cualquier cosa será mejor que tener que ir con usted a buscarme por los cementerios. Ojala que si volvemos a encontrarnos no sea ya mañana. - No, que no sea mañana. – y recordando la sensación de frío que hace unos segundo ha estado apunto de llegarle al corazón añade – espero que todavía tardemos mucho tiempo usted y yo en volver a vernos.


Como cada Halloween, doña Sol se pone su abrigo negro y abandona su hueco en el portal antes de que se haga de noche, para dirigirse a un sitio en el que probablemente no fuera igual de bien recibida cualquier otro día del año. En el club donde su vecina Noemi trabaja todas las noches, ocultando tras la barra todo menos las tetas, doña Sol se mezcla como si fuera una bruja oscura, entre calabazas, murciélagos y telarañas. Noemi, creyente en el miedo y practicante, ha llenado la barra de cirios Filipo y se ha cambiado sus pezoneras rojas por unas negras brillantes. El recuerdo de un relato sobre jinetes descarnados, une a las dos mujeres durante la velada. El club lleva abierto tantos años como algunos de sus clientes son capaces de recordar. La víspera de Todos los Santos todos vuelven a casa antes de las doce. Don Domingo es el último en salir. Siempre aprovecha la presencia de la bruja para que le tire los dados y le adelante algo de futuro. A una señal de Noemi doña Sol comienza a hablarle de la muerte. Ofendido por lo que cree interés en su desgracia, coge su abrigo y sale por la puerta despidiéndose siempre con la misma sentencia: - Cuando me toque morir, espero que al menos se note que he vivido, pero que no parezca que me ha costado hacerlo...


Noemi cierra todo, apaga las luces y deja todos los cirios encendidos menos el que se lleva para el camino. Se acerca a la puerta donde la espera doña Sol y se enhebran las dos con fuerza, apoyándose la una en la otra y tratando de llegar a casa antes de que aparezca uno de esos jinetes descarnados del monte de las ánimas o algún don Juan descarriado. Al doblar la esquina Noemi saca una botella de debajo de su abrigo y da el primer trago. Sabe que desde ese momento y hasta que lleguen a casa, todas las estatuas que encuentre querrán tener algo que decir. Las dos mujeres cruzan el parterre muy apretadas, iluminadas por la extraña luz roja del filipo. A los ojos de Noemi los ollares del caballo de Jaume I echan humo como lo harían los de un animal vivo. En la esquina de Jorge Juan, el dragón de la fachada se retuerce sobre su cola, reuniendo fuego para escupir. La camarera sabe que el desfile de almas en pena que la persigue cada último de octubre está a punto de empezar. - Todos los años igual. No se cansan de decirme cómo tengo que vivir mi vida. Dale con que cualquier momento es bueno para arrepentirse. Doña Sol ha visto esto ya muchas veces. Los fantasmas de las vidas que Noemi pudo haber tenido y rechazó parecen salir de todas partes, tratando de atormentarla, pero ella se siente segura avanzando del brazo de su amiga la adivina, que la protegerá con quién sabe qué filtro.



Doña Sol sabe que Noemi se arrepiente de algunos de sus “noes”, sobre todo de aquellos a los que acompaña con un trago profundo de la botella de whisky que se ha traído del club. A trago por encuentro, la nocturna despacha la botella rápidamente. Cuando llegan a casa, doña Sol la acuesta como puede, quitándole el abrigo y los tacones, pero dejándole puestas las pezoneras negras, para que no coja frío en el pecho. Se tumba junto a ella y se asegura de que ninguna de las dos va a tener miedo esa noche.

Las farolas llevan rato estremecidas por el frío de la última noche de octubre. Cuchichean con mucho más respeto del habitual: - ¿Por dónde llegará? - Calla y vigila por tu lado, no quiero distracciones esta vez. Se escucha el tembleque de una de ellas, la que vigila la puerta del cementerio protestante, donde un león y un unicornio, separados por un escudo, cierran el frontal de la entrada de un lugar casi olvidado. Tan tétrico como para rodar una película de miedo, debido al deterioro al que lo ha sometido el desinterés. Refugio de los huesos de aquellos que murieron sin profesar la fe católica.


Por un lateral de la entrada, un resplandor verde fluorescente que parece surgir de debajo de la tierra, brilla extendiéndose a ras del suelo. Las farolas callan intimidadas ante la presencia de una luz menos brillante pero mucho más atávica y aterradora que ellas mismas, que tiene además la cualidad de moverse y alcanzar cualquier rincón del cementerio. Parece buscar algo, con la lentitud y seguridad con las que lo haría un cazador experto. Imposibilitadas para cualquier inclinación o reverencia, las luces de la ciudad aceptan su papel de fuera de juego durante esa noche. Bajan sus zumbidos, entonan sus luces y desaparecen dejando que el destello del Fuego Fatuo se haga tan visible que los niños que lo observan desde las ventanas más altas de las fincas próximas, hablarán todavía de ello años después, cuando todavía nadie les crea pero ellos ya no tengan miedo de contarlo.

Las noches son la vida entera de Ernesto desde que el mordisco de un portazo rabioso consiguió que la desidia de sí mismo hiciera que le crecieran el pelo, las orejas y los dientes hasta el punto de parecer cada vez un poco menos humano. La noche de Halloween pasea sin ningún miedo por las calles, vestido de Denís, es decir, sin más ropa que la pelambrera descuidada y un sombrero que quedó en el perchero, al lado de la bufanda. Por una vez se siente seguro y confiado entre el resto de la gente, porque los que no están disfrazados lo ven todo sobrenatural, y no se asustan de las orejas afiladas y peludas, ocultas por la bufanda y el sombrero como si no fuera más fácil cortarse el pelo y afeitarse.


Los que han salido de casa disfrazados, pendiente de los tratos, no ponen atenciรณn a cuales son los trucos de los demรกs para parecer monstruos, ni siquiera si los demรกs no tienen que esforzarse demasiado para serlo.



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