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"Vi un cielo nuevo y una tierra nueva" (Ap 21, 1)

Juan Carlos García García y Mª Patrocinio González Rubio _ Departamento Pedagógico, Pastoral e Innovación de Escuelas Católicas de Madrid

El libro del Apocalipsis nos marca un horizonte de futuro y esperanza. Los creyentes esperamos y nos comprometemos a construir un mundo nuevo donde se cumpla la ley de las Bienaventuranzas y donde el mal, el pecado y el dolor (el mar que dice el Apocalipsis) desaparecerá de la vida del hombre.

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La fe en Jesucristo tiene una fuerte carga de utopía, de horizonte de sentido y de impulso en un viaje que nunca acaba, y cada uno de los creyentes estamos llamados a vivir ese proyecto con compromiso y esperanza. La construcción de un mundo de hermanos y el cuidado de la casa común, donde vivir la fraternidad, es un compromiso irrenunciable para cada uno de nosotros; y ese compromiso se convierte en urgencia cuando hablamos de la escuela católica.

Hablar de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) y del Pacto Educativo Global (PEG) desde una perspectiva de fe, exige al lector comprender estas dos actitudes, un compromiso activo para la transformación del mundo y una esperanza en las promesas de Dios.

Nada de lo humano me es ajeno

Hace casi 2.200 años, Publio Terencio Africano recogió en una comedia este proverbio latino: “Hombre soy, y nada de lo humano me es ajeno”. San Agustín, siglos más tarde, lo recogió y asumió como propio. San Ireneo de Lyon, entre sus citas más conocidas, escribió: “La gloria de Dios es la vida del hombre”. Esta afirmación implica la imposibilidad de hacer que brille la “gloria de Dios” sin un compromiso activo por defender y potenciar una vida humana digna.

Nuestra fe reconoce al ser humano la más alta dignidad, la de hijo de Dios. Ningún creyente puede creer que la lucha por defender y mejorar la calidad de la vida de cada persona no es parte inherente de las obligaciones de su fe. Si en la vida de un cristiano falta un compromiso activo por el cuidado del planeta y por la mejora de las condiciones de vida de cada persona, especialmente de las más vulnerables, está faltando algo esencial, algo sin lo cual lo cristiano no se puede entender.

La Iglesia, a lo largo de su historia siempre lo entendió así. Las primeras obras asistenciales y de desarrollo humano organizadas corrieron a cuenta de la Iglesia, sobre todo a través de la vida religiosa. Antes de que existiesen las ONG, o las administraciones asumiesen la acción asistencial, la Iglesia ya estaba comprometida con la acción social y caritativa (alguna vez habremos de devolver el valor original que tiene al concepto “caridad”) porque el “amor de Cristo le empujaba a ello” (2 Co 5, 14).

Estas acciones han sido acompañadas y animadas desde la Doctrina Social de la Iglesia. Desde la Rerum Novarum (1891) de León XIII, hasta la Fratelli tutti (2020) de Francisco, la Iglesia ha tratado de dar respuestas a las cuestiones sociales de cada momento: el mundo del trabajo, la dignidad humana, la paz, el desarrollo de los pueblos, la ecología, la fraternidad… Desde estos principios algunas realidades eclesiales tomaron cuerpo y proyectan su acción hasta el día de hoy.

"Las primeras obras asistenciales y de desarrollo humano organizadas corrieron a cuenta de la Iglesia"

DUDH, ODM y ODS

En 1948, tras los horrores vividos en la Segunda Guerra Mundial, la Asamblea General de la ONU proclamó la Declaración Universal de los Derechos Humanos (DUDH), la primera propuesta de derechos humanos sin una vinculación concreta a credo, situación geográfica o convicciones políticas. Este documento, traducido a más de 500 idiomas, ha sido punto de partida para infinidad de propuestas y proyectos regionales o de otros ámbitos más restringidos.

Estos derechos universales consensuados son el punto de partida para las dos propuestas de desarrollo posterior: los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM) y los actuales Objetivos de Desarrollo Sostenibles (ODS).

Las diferencias más importantes entre los ODM (2000) y ODS (2015) serían:

• Sostenibilidad: el sistema mundial, tal como estaba planteado, era absolutamente insostenible. Si se quiere hablar de futuro, hemos de hacer sostenible la realidad del planeta. Los ODS se plantean desde esta perspectiva.

• Equidad: en vez de trabajar en clave regional (por países), se hace un mayor énfasis en las comunidades más vulnerables, incluso en países desarrollados.

• Universalidad: no se plantean solo para los países en vías de desarrollo, como sucedía con los ODM, sino para todos, incluidos los desarrollados.

• Compromiso: es un acuerdo que obliga a los gobiernos a implantar las claves de los ODS en sus políticas internas.

• Alcance: frente a los 8 ODM, se ha pasado a los 17 ODS. Puede parecer excesivamente ambicioso, pero no se ha querido dejar de lado ningún aspecto que pudiese ser importante.

¿Y la educación?

Los tres elementos anteriores han formado, de una manera u otra, parte de la escuela. Ya sea como elementos curriculares o como transversales, los derechos humanos, los ODM y, ahora mismo, los ODS han encontrado lugar en la escuela. Si hablamos de objetivos de futuro parecería ilógico que no fueran trabajados y asumidos por los que van a ser protagonistas de ese mismo futuro.

Si hacemos una lectura en diagonal de los dos primeros artículos de la ley de educación tras las modificaciones de la LOMLOE, aparecen prácticamente todos los conceptos clave de los ODS: derechos del niño, principio de no discriminación por razón alguna, inclusión, compensación de desigualdades socioeconómicas, ecología y sostenibilidad ambiental, dignidad humana y una ciudadanía activa, democrática, pacífica y tolerante.

En este contexto global podemos situar la iniciativa del papa Francisco del Pacto Educativo Global (PEG) con el objetivo que el propio Papa concreta en su mensaje de lanzamiento del 12 de septiembre de 2019: “Formar personas maduras, capaces de superar fragmentaciones y contradicciones y reconstruir el tejido de relaciones para una humanidad más fraterna”. “Superar” y “reconstruir”… hacer nuevas las cosas desde la escuela, de eso se trata y a eso nos invita el Papa.

Esta relación entre los ODS y el PEG no es arbitraria ni tendenciosa. El mismo Papa, en su alocución de lanzamiento de la misión 4.7 del Pacto Educativo Global en diciembre de 2020, vincula esta iniciativa con los ODS y la agenda 2030 de forma directa y explícita, proponiendo una sinergia de proyectos, energías y acciones.

Durante mucho tiempo nuestras escuelas han venido siendo verdaderos centros de valor social donde los alumnos recibían una educación que los proyectaba hacia una ciudadanía cargada de valores, una ciudadanía teñida de valores de evangelio, porque recordemos que nada de lo humano nos puede ser ajeno. Con la propuesta del Papa se renueva nuestro compromiso con la sociedad a la que servimos, se hace más activo, más concreto y se da a los alumnos el protagonismo que merecen.

"Durante mucho tiempo nuestras escuelas han venido siendo verdaderos centros de valor social donde los alumnos recibían una educación que los proyectaba hacia una ciudadanía cargada de valores"

“La educación es siempre un acto de esperanza que, desde el presente, mira al futuro” (Papa Francisco)

En medio de las circunstancias que nos ha tocado vivir (crisis de 2009, pandemia, invasión de Ucrania…) que alguien nos llame de nuevo a la esperanza ya en sí tiene un gran valor. Que el Papa nos invite a los implicados en el mundo educativo a revalorizar nuestra labor como “acto de esperanza” es una interpelación para volver de nuevo a recordar y revivir la raíz de nuestra vocación de educadores.

Es posible que el devenir de la escuela, y todo lo que le rodea, haya podido afectar negativamente al ánimo, propósito, motivaciones y energía de los educadores, porque la falta de alumnos, la inestabilidad legal, la baja estima de la función docente, una financiación a todas luces insuficiente… ha podido dificultar que cada educador se centre en lo que es sustancial: acompañar, animar y formar a los que van a construir un futuro más justo, humano y sostenible, porque esta es la misión de la escuela.

El Papa parte de la premisa de que el pacto global sobre la escuela establecido años atrás se ha roto, y que la indiferencia y la cultura del descarte se ha globalizado, impidiendo que la escuela cumpla su misión de futuro. Pero ¿cómo abordamos la restauración de ese pacto global?

El propio Papa, en su declaración del 15 de octubre de 2020, propone estas claves para poder abordar el reto del PEG con garantías de éxito:

• Poner en el centro de cualquier proceso educativo a la persona, su valor y dignidad.

• Escuchar la voz de niños, adolescentes y jóvenes a quienes formamos y educamos.

• Fomentar la plena participación de las niñas y adolescentes en la educación.

• Tener a la familia como primera e indispensable educadora.

• Educar y educarnos para acoger.

• Comprometernos a estudiar nuevas formas de entender la economía, la política, el crecimiento y el progreso, al servicio de la familia humana en la perspectiva de una ecología integral.

• Salvaguardar y cuidar nuestra casa común con los principios de subsidiariedad y solidaridad, y desde las claves de la economía circular.

Corremos el riesgo de acogernos a la tentación complaciente de afirmar que ya estamos haciendo todo esto, y puede que sea cierto en algunos aspectos. La actitud correcta sería una mirada analítica a nuestras dinámicas educativas que nos permitan identificar áreas concretas de mejora en nuestra acción real en escuela. Este análisis nos llevará, de forma ineludible, a implementar cambios concretos en nuestros centros que tendrán un valor multiplicador.

Siguiendo la invitación del papa Francisco, este trabajo no puede ser hecho de una forma individual, sino que la creación de redes de centros y educadores comprometidos es una premisa básica para cualquier proceso de cambio sostenible. Reparar la fragmentación y la pérdida de sentido global exige planteamientos globales. La invitación del santo padre utiliza la imagen de la aldea. Si para educar a un niño hace falta la aldea entera, la reconstrucción del pacto global ha de ser afrontada en red, centros educativos y educadores con los mismos objetivos y remando, sin prisa, pero sin pausa, hacia un mismo destino, donde lo que una sea el proyecto compartido.

"La creación de redes de centros y educadores comprometidos es una premisa básica para cualquier proceso de cambio sostenible"

“Mirad que hago nuevas todas las cosas” (Ap 21,5)

Estamos a punto de celebrar la Pascua, fiesta de la vida y la esperanza. En medio de cualquier circunstancia en la que el dolor, la muerte o la destrucción nos pueda sobrecoger, los creyentes ponemos nuestra fe en que la vida siempre tendrá la última palabra. Es lo que creemos y el horizonte hacia el que queremos seguir avanzando.

No podemos olvidar ni renunciar al poder transformador de la escuela. No es utopía, porque somos conscientes del cambio que para millones de personas ha supuesto y supone acceder, o no, a una educación de calidad que le enrole en la construcción de una aldea global más justa, libre, pacífica y democrática, preocupada por cada uno, especialmente de los más vulnerables y de la casa común que compartimos.

Volver a sentir nuestra labor educativa como un auténtico acto de esperanza nos ayudará a clarificar el itinerario. Sentir que somos parte de una red de centros que compartimos objetivos hará más sencillo el camino. Confiar en que luchamos por el futuro de la humanidad nos reafirmará en nuestro compromiso.

Nuestras escuelas están construyendo una humanidad nueva y estamos haciendo nuevas todas las cosas.

Y AHORA, ¿QUÉ?

Aquí una síntesis de lo dicho en algunos puntos básicos:

• La humanidad ha luchado siempre por construir un mundo mejor, aunque haya sido en medio de incoherencias y circunstancias que han dificultado este proceso, y la Iglesia ha sido siempre un actor implicado en esta tarea.

• Por fidelidad a Jesucristo y a su evangelio, la Iglesia ha tomado la lucha por la dignidad del ser humano como criterio de evaluación de su respuesta a Dios.

• Entre las iniciativas actuales para avanzar en este proceso se encuentran los Objetivos de Desarrollo Sostenible y el Pacto Educativo Global. Ambas iniciativas, surgidas de diferentes ámbitos y sensibilidades, comparten objetivos y algunos de sus medios.

• El PEG es una invitación a reforzar la atención que los educadores han puesto siempre en la centralidad de la persona, actualizando esta mirada a los retos que supone una sociedad herida como la nuestra y dando respuestas efectivas y coordinadas a problemas como la desigualdad socioeconómica, la indiferencia ante la realidad del otro y la ecología. Queremos curar heridas y construir puentes.

• Este pacto educativo es global, porque para maximizar su efectividad tiene que hacerse en red: centros educativos compartiendo una misma pasión y remando en una misma dirección.

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