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La carta. Desde la raíz

Pedro J. Huerta Nuño. Secretario General de EC

Se nos ha enseñado a valorar nuestras raíces, saberlas reconocer y cuidar, porque lo verdaderamente importante es el crecimiento interior, los cimientos que ponemos a nuestra vida y a los proyectos que emprendemos. Acabamos de comenzar un nuevo curso, es fácil que ya nos veamos superados por toda esa burocracia que abruma nuestra misión como educadores, es el momento de valorar la misión y aportarle sentido, esto es, de reconocer el propósito de nuestras opciones institucionales y personales.

Cuenta una fábula oriental que un hombre, perdido y vencido por la vida, fue a consultar su situación con un sabio que vivía solitario en la montaña. Tras contarle sus frustraciones, sus intentos por cuidar las raíces de su vida y no quedarse en ser solamente un matojo lleno de ramas, el sabio ermitaño le pidió que observara dos plantas que crecían frente a ellos, un helecho y un bambú. Le contó que ocho años atrás sembró ambas semillas, el helecho creció muy rápido, desde el primer año se iba haciendo grande y abundante. Sin embargo, tuvo que esperar al quinto año para ver salir un pequeño brote de la semilla de bambú. Un año después, el bambú había crecido más de veinte metros de altura, se convirtió en la planta exuberante y grandiosa que ahora veía, dejando atrás al helecho. Durante cinco años, el bambú estuvo creciendo hacia el interior, echando raíces que lo sostuvieran, raíces que lo hicieran fuerte, resistente a vientos y tempestades. Tras un momento de silencio, el sabio añadió: “Todas tus luchas interiores te han dado raíces, te han preparado para que lo que haces no sea alegría de un día”.

Helecho y bambú tienen propósitos complementarios, como muchas de nuestras propuestas de misión educativa: contamos con precisos proyectos que dan fruto y buena sombra desde el primer momento, que transforman nuestros centros y ayudan a un aprendizaje de calidad; y al mismo tiempo no olvidamos cuidar las raíces, nuestra identidad, lo que da verdadero sentido a cuanto hacemos y proponemos. Una tarea lenta, que requiere el arte de interiorizar y profundizar.

Poner atención a nuestras raíces nos hace radicales, opuestos a lo convencional, al conformismo

Raíz viene del latín radix, al igual que radical. Poner atención a nuestras raíces nos hace radicales, no en ese sentido negativo y violento que algunos prefieren por encima del diálogo, sino como oposición a lo convencional, al paralizante “siempre se ha hecho así”, al conformismo con las flores de un día, a proyectos llenos de bonitas ramas pero con pocas raíces y, por lo tanto, sin continuidad ni identidad.

Ser radicales significa creer en los procesos, aquello de que “el tiempo es superior al espacio” del papa Francisco, de lo que hablábamos en el número anterior de la revista. Ser contemplativos pero también actuar, con valentía y decisión, asegurar los cimientos de nuestra misión y cuidar su salud e integridad. Ciertamente, es más llamativo y rápido poner andamios, así será más evidente que estamos “haciendo obra”, comprometidos con el cambio. Pero quedándonos solo en los andamios, habremos dejado de ser radicales, de vivir “desde la raíz”.

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