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La entrevista. Monseñor Alfonso Carrasco Rouco
from Revista EC 109
Monseñor Alfonso Carrasco Rouco. Obispo de Lugo y Presidente de la Comisión Episcopal para la Educación y Cultura de la CEE
"Espero que este Cogreso ayude a poner de manifiesto la labor educativa inmensa de los colegios de identidad cristiana"
Victoria Moya Segura. Directora del Departamento de Comunicación de EC
La Conferencia Episcopal Española ofrece, desde el pasado 2 de octubre, la primera fase de su Congreso “La Iglesia en la educación”, que concluirá el 24 de febrero en Madrid. Esta cita busca promover la participación y el encuentro de los distintos ámbitos educativos en los que está presente la Iglesia. Por ello, en estas páginas invitamos a Alfonso Carrasco Rouco, Obispo de Lugo y presidente de la Comisión Episcopal para la Educación y Cultura de la CEE, a reflexionar sobre el compromiso y la labor que realiza la Iglesia en la educación de nuestro país.
Monseñor, ya estamos celebrando el Congreso “La Iglesia en la educación. Presencia y compromiso”. ¿Por qué este congreso, por qué este lema?
El camino recorrido por la Comisión y las relaciones con la vida de nuestras instituciones educativas nos han convencido de la conveniencia de convocar este Congreso, con la forma de un proceso participativo. Creemos que todos nos sentimos interpelados tanto por la vida de cada día, la evolución de la sociedad y las opciones políticas, como por la invitación del Papa a reconstruir un “Pacto Educativo Global” y por la llamada del Dicasterio a una mayor conciencia de nuestra identidad cristiana en la labor educativa.
Hemos pensado, por tanto, en dar un primer paso en común para responder a esta interpelación de nuestro tiempo, a los cambios del mundo educativo en particular. Para ello, hemos optado por la presencia y el compromiso. Consideramos imprescindible partir de la presencia de la Iglesia en la educación, rica, variada y articulada, caminando entre esperanzas y dificultades; tomar todos conciencia de esta presencia y de nuestro existir en comunión, encontrarnos para compartir desafíos, iniciar procesos de colaboración y apoyo aún más sistemáticos, compartir el horizonte de la misión, testimoniar y fortalecernos en el compromiso que nace de nuestro ser más verdadero.
La cantidad de obras educativas de la Iglesia hacen muy amplio el tema del congreso. ¿En qué se va a concretar?
Esperamos crecer nosotros mismos en conciencia de la presencia tan amplia de la Iglesia en la educación, para comprender mejor su significado para la comunidad eclesial y para la sociedad; y reconocer, en particular, que la educación es hoy misión vital para la Iglesia, verdadero signo de los tiempos, imprescindible para la existencia cristiana y para la evangelización.
En segundo lugar, el método escogido será una invitación a vivir la comunión, como pide nuestro ser Iglesia y están exigiendo también las circunstancias específicas de la labor educativa. Lo haremos en las palabras y en las obras, de manera realista; ya que el camino del Congreso está hecho de encuentros, de descubrimiento mutuo, poniendo en común experiencias concretas, en las que habla la fe, la propia vocación educativa, la identidad de cada uno.
Esto podrá concretarse también en un compartir recursos y reflexiones, en afrontar más unidos los desafíos de la misión educativa, de la que todos somos partícipes. Confiamos en que puedan promoverse o generarse procesos virtuosos.
Y una propuesta del Congreso será mostrar también ante la sociedad la presencia y el compromiso de la Iglesia en la educación. No se comprende adecuadamente nuestra historia y nuestro sistema educativo, ni se construye su futuro, negando el significado propio de esta presencia eclesial, restringiendo su espacio y sus derechos. Es responsabilidad nuestra poner de manifiesto el compromiso de la Iglesia con la educación, y hacer presentes las riquezas de una experiencia educativa muy real, con una aportación propia en el diálogo público, que permita el encuentro y la colaboración, y ayude a evitar errores o unilateralidades.
No solo es una cuestión de cantidad. ¿Cómo va a quedar reflejada la diversidad de obras, de carismas, y de “agentes” educativos? ¿Cómo se pretende expresar la unidad, la comunión eclesial, dentro de esa diversidad?
Reflejar la diversidad de obras, carismas y agentes educativos es nuestra opción primera; de hecho, el Congreso está pensado para hacerla visible. Porque consideramos que esta es la Iglesia real, y que no sería posible hablar de presencia y compromiso sin los sujetos protagonistas. Lo indica, por ejemplo, el número de proyectos que se presentarán en los paneles de experiencia y participación; están preparados 78, y esperamos que otros muchos se añadan a través de los instrumentos de participación en la web.
Nuestro deseo puede expresarse con el lema tan actual de: comunión, participación y misión. La comunión es bella, está llena de vida y de frutos, al unir la más grande variedad de personas, de obras y carismas, nacidas de la misma fe en Dios, de la alegría de compartir el mismo amor fundamental, la misma esperanza para las personas y para el mundo.
La colaboración en todo el trabajo necesario para la celebración del Congreso -ya solo en la preparación de los paneles trabajan en equipo más de 50 personas de diferentes proveniencias-, la participación en los nueve paneles -en cooperación con nueve Diócesis- y el encuentro del 24 de febrero serán expresión de esta unidad; y, como confiamos, una experiencia de Iglesia que anime a seguir buscando los modos de caminar juntos en el cumplimiento de nuestra misión educativa.
La colaboración de todos es fundamental en un congreso que tiene un afán experiencial. Podemos aprovechar estas líneas para animar a todos, desde grandes instituciones hasta profesores individuales, para que compartan su testimonio.
Agradezco mucho la oportunidad. Nuestra riqueza mayor es la experiencia educativa que nace de la fe, la cual está viva en los corazones y en las mentes, por gracia de Dios -y muchas veces por las grandes gracias especiales de los carismas-.
Todos estamos llamados a compartir esta riqueza con nuestro testimonio, y nadie lo puede dar en nuestro lugar. Que no nos detenga el temor de no ser escuchados o de no ser entendidos. El gesto personal y el de la institución es valioso por sí mismo, puede construir precisamente aquello que más urge, que tememos que sea escaso: acogida, comunión real, participación.
El testimonio de todos y cada uno es un gesto de generosidad y de confianza eclesial, y constituye una aportación insustituible. De esta manera compartimos lo más importante, como raíz y promesa de un caminar unidos, de un apoyo mutuo en la vida cotidiana. Al mismo tiempo, será un medio muy eficaz para hacer presente en el sistema educativo una propuesta educativa cristiana; para poner de manifiesto un modo de construir la comunidad educativa, de vivir la entrega personal a esta gran vocación.
Si me permite, vamos a centrarnos ahora, dado que estamos en la Revista de Escuelas Católicas, en el panel de colegios. Existen muchos prejuicios a la hora de hablar de la labor de la Iglesia en la educación. Me atrevería a decir que hay un movimiento pendular desde el prestigio y el reconocimiento, que se traduce en general en una alta demanda en nuestros centros, hasta una masa crítica no pequeña por cuestiones económicas, sociales, abusos… ¿cree que este Congreso puede ayudarnos a romper esa dicotomía?
Espero que este Congreso ayude a poner de manifiesto ante la sociedad española la labor educativa inmensa de los colegios de identidad cristiana; así como la importancia decisiva de la educación, a la que las familias confían los seres más queridos, ahora y de cara al futuro.
Pues el conocimiento de la realidad es, sin duda, el mejor modo de llegar a un juicio ponderado, que no quede condicionado por impresiones parciales o planteamientos interesados. El congreso puede favorecerlo, así como también la toma de conciencia de los problemas, de la permanente necesidad de renovación.
La superación de la dicotomía vendrá así por un crecimiento en la conciencia de la propia identidad cristiana, que ayude a vivir con más verdad la propia vocación educativa, y a entrar en un diálogo más abierto, con mayor presencia y compromiso en la vida pública.
Una propuesta del Congreso será mostrar ante la sociedad la presencia y el compromiso de la Iglesia en la educación
No siempre es fácil ser Iglesia en educación, precisamente por lo que hemos mencionado en la pregunta anterior. Muchas veces necesitamos una palmada en la espalda, una palabra de aliento que nos ayude a seguir en la misión educativa encomendada. ¿Podría dar a todos los educadores e instituciones católicas alguna palabra de ánimo que les empuje a seguir?
La educación es parte íntima de la vida y de la misión de la Iglesia, que se encomienda solo a las personas de más confianza, a quienes dejas entrar en tu casa y en tu vida, por la puerta del cuidado de los seres más queridos. Solo así se entienden las muchas y grandes gracias del Señor para favorecerla; y su cercanía a la vida de las comunidades cristianas, su valoración permanente por los fieles y por la Iglesia.
De hecho, construida sobre la base de la fe en Cristo, la educación es determinante para el futuro de las personas, para que puedan crecer y madurar como cristianos, en el pleno uso de su razón y libertad. Y resulta decisiva para el camino de la sociedad, que siempre necesita renovarse en mayor justicia y solidaridad, poder encontrarse con el anuncio del Evangelio en la propia cultura.
En el compromiso con la educación estamos llamados a hacer presente lo más específico del mensaje cristiano: el significado único de la persona, por la que Cristo murió, de su conciencia, de su fe y su libertad, de su camino de transformación, de conversión y de maduración.
Pidamos al Señor la gracia de no echarnos atrás en nuestra misión, ya que si la educación pide entrega, esfuerzo y fatiga, es debido a que están en juego la fe y la caridad más concretas, el corazón mismo del Evangelio. Y así también nuestra propia felicidad.