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Directo al corazón. Cuidemos la esperanza

Ana María Sánchez García. Presidenta de EC

Me gusta mucho esta frase del papa Francisco: “Educar es un acto de esperanza”. Seguramente esta sencilla frase puede suscitar en nosotros de reflexiones, pero al escribir este artículo lo que quiero transmitir es la convicción de que quienes estamos implicados en el mundo de la educación somos -o estamos llamados a ser- personas de esperanza, y la necesidad que tenemos de alimentar nuestra esperanza para poder vivir con coherencia nuestra misión.

En nuestro mundo, tan complejo, tan lleno de situaciones que provocan incertidumbre y desasosiego, la esperanza resulta difícil de practicar y quizá rara de encontrar. A nuestro alrededor hay muchos “profetas de calamidades y desesperanzas”, y pocos que se atrevan a entonar cantos de esperanza. ¿Estamos nosotros dispuestos a arriesgarnos a ser de estos últimos?

Porque sí, la esperanza es un don, sin duda, pero también conlleva mucho de elección y por lo tanto de riesgo. Atreverse a mirar con esperanza nuestra realidad, y a hablar de ella esperanzadamente, es hoy toda una osadía.

Para los creyentes, la esperanza se fundamenta en Dios

Pero los educadores esperamos, no podemos más que esperar. Y lo hacemos no pasivamente, sino activamente, “invirtiendo nuestras mejores energías en la tarea de educar”, como nos invita a hacer el Papa. Comprometemos nuestro ser y nuestro hacer en la transformación del mundo que pasa por el corazón de cada ser humano, alentamos y cuidamos la vida que crece en cada uno de nuestros alumnos y alumnas, con la confianza de que dará frutos que sacien los sueños de un futuro mejor.

La esperanza es frágil. Las dificultades del día a día la pueden ir destruyendo silenciosamente, si no estamos atentos. En este tiempo en que se habla tanto de la cultura del cuidado, me atrevería a decir que es una de las cosas que con más esmero tenemos que cuidar, en nosotros mismos y en los demás.

Para los creyentes, la esperanza se fundamenta en Dios. Solo Él puede darnos razones definitivas para la esperanza. Pero también, en nuestro acontecer diario, hay personas, experiencias y acontecimientos que sustentan nuestra esperanza. Podemos ayudarnos unos a otros a vigorizarla, podemos acoger con gozo el regalo de la esperanza a través de los gestos, palabras y acciones de los demás, e igualmente podemos ser para otros regaladores de esperanza.

Os invito, en este curso recién estrenado, a preguntaros: “¿qué o quiénes alimentan mi esperanza?”, “¿cómo puedo yo ofrecer a otros esperanza?”, y “¿cómo cuidar mi esperanza y la de quienes me rodean?”

Y os deseo que tengáis muchas y bellas experiencias en las que encontréis, como un tesoro -que ojalá os llene de alegría, como el del Evangelio- motivos para mantener y renovar vuestra esperanza, esa que se nos da, y que nos regalamos unos a otros.

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