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"Los auténticos maestros son artistas, y sus creaciones, lo que contribuye a hacer un mundo más humano"
from Revista EC 113
Josep Maria Esquirol. Catedrático de Filosofía en la Universidad de Barcelona
Pedro J. Huerta. Secretario general de Escuelas Católicas
Josep Maria Esquirol acaba de publicar un ensayo maravilloso sobre la escuela con el sugerente título: “La escuela del alma. De la forma de educar a la manera de vivir”. Desde Escuelas Católicas le agradecemos este regalo, que nos ayuda a poner la atención en una educación para la vida y para los encuentros, altamente recomendable para todos los educadores que eligen seguir haciéndose preguntas. Para profundizar en la reflexión, Pedro Huerta, secretario general de EC, entrevista al escritor.
Gracias, Josep Maria, por este encuentro y la oportunidad que, tras nuestro pasado Congreso, vuelves a darnos para compartir inquietudes e intuiciones. Resuenan en tu último libro temas que forman parte de tu pensamiento y de ensayos anteriores: la no indiferencia, el encuentro, el horizonte del tú, la mirada atenta, la proximidad o la resistencia íntima. ¿Cómo has llegado hasta esta escuela del alma?
Gracias por tus generosas palabras. En todo lo que escribo procuro que suene la misma armonía de fondo, porque no voy añadiendo un tema tras otro, sino que sigo un camino, voy articulando una filosofía. En los otros libros ya estaba muy presente el interés por la formación de la persona humana, pero en este último he enfocado esta cuestión como la cuestión nuclear. La escuela del alma abarca todo lo que lleva al ser humano hacia su auténtica madurez, hacia el horizonte de sentido. La escuela del alma está siempre abierta, para todos, y de cualquier edad. Cuando uno entra de verdad en ella, se queda. Mi trayectoria filosófica, pues, me ha llevado a la escuela del alma. Pero tal trayectoria está unida a una vida dedicada a la docencia, y rodeada de personas con esa misma vocación.
La mayoría de quienes hoy piensan sobre la escuela, se acercan a ella desde temas considerados centrales y esenciales, tú en cambio haces una propuesta desde la descentralización, desde los umbrales. Me gusta esta idea de la vida buscando umbrales para orientarse, para la atención, para dar sentido a la diferencia, para el encuentro. ¿Cómo cultivar el umbral en una sociedad que huye de los vínculos y opta por la indiferencia?
Curiosamente, los vínculos nos liberan, y los umbrales nos orientan. Los vínculos nos liberan porque nadie se sostiene en pie solo y porque esta interdependencia finalmente es un regalo y no un castigo. Y los umbrales nos orientan porque en la niebla espesa, donde todo parece lo mismo, hace que nos perdamos. Hablo del “ir a la escuela” y del “volver a casa”. Sin el umbral de la escuela y el de la casa esto no sería posible. Se cultiva el umbral entendiendo y viviendo el sentido de las cosas. El umbral no es solamente un elemento material; es, sobre todo, una manera de vivir que crea un lugar diferente. La calidez crea la casa, y el respeto, la escuela. La sociedad actual erosiona la diferencia entre los lugares. Y de ahí el incremento de la desorientación y del malestar. Querer cuidar el sentido de las cosas y de los lugares no tiene nada de nostálgico ni de conservador: es el esfuerzo por la buena juntura, por el buen ayuntamiento. La estrechísima relación entre las instituciones y entre los “lugares” también debería ser así. La buena juntura no implica ni indistinción ni indiferencia.
Y tras el umbral, nos descubres al maestro, con la función de “hacer del lugar lugar”, acercando a los alumnos a las cosas, en lugar de las cosas a los alumnos; maestros del cuidado, de los encuentros y las relaciones. ¿Qué es eso del “hacer del lugar lugar”? ¿Cómo se acompaña a los alumnos hasta los umbrales, dejando que sean ellos los que los crucen?
En efecto: tras el umbral: una maestra, un maestro. El encuentro con ellos es un inicio. Los buenos encuentros comienzan y ya no terminan. El maestro lleva consigo un propósito: acompañar al alumno en el descubrimiento del mundo, de las cosas del mundo. Lo creado por los humanos (arte, letras, números, herramientas...) también forma parte del mundo, de las cosas del mundo. La maravilla de la manifestación es la maravilla de la luz: las cosas se muestran. Pero esto no significa que no haya que hacer un esfuerzo para ir hacia ellas. Es en este sentido que el buen docente lleva a los alumnos hacia las cosas. Literalmente los “introduce” en ellas. Y es así como ellas empiezan a introducirse en ellos y a generar en ellos interés e incluso pasión. La belleza y la hondura de las cosas del mundo nutre a los alumnos, los hace crecer, los empieza a llevar hacia su madurez. Evidentemente, es cada persona la que tiene que hacer su camino, nadie puede ni debe sustituirla en esa tarea. Sin embargo, acompañar bien es un arte. Los auténticos maestros son artistas, y sus creaciones, casi siempre discretas, son de lo que más contribuye a hacer del mundo un mundo más humano.
En la escuela del alma se cultiva al mismo tiempo, la inteligencia y la sensibilidad, la claridad y la calidez
En tu propuesta de descentramiento del yo para así poder mirar el mundo, esa idea de las afueras y la intemperie que tanto resuena en todos tus escritos, puedo escuchar las palabras de papa Francisco cuando reclama una educación centrada en la persona, pero no individualista, sino que alcance las periferias geográficas y existenciales, desde el cuidado de la casa común y de la fraternidad universal. ¿Por qué necesitamos este cambio de perspectiva, que no de prospectiva, esta “escuela en salida”?
En efecto, centrada en la persona, pero no individualista significa subrayar que la persona es relacional. ¿Pero qué significa relacional? ¿Que de ella salen todas las relaciones? Pues no exactamente, sino que ella misma está constituida por la relación inmemorial con el tú. En el fondo, ser relacional significa que uno mismo es, esencialmente, respuesta; respuesta a la situación, pero respuesta, sobre todo, al otro. Y en esto, el espíritu franciscano resulta ser de una inspiración sublime. Lo más humano del humano consiste en cuidar las cosas bellas del mundo y en asistir al otro en su vulnerabilidad. En el mejor de los casos, la escuela es el lugar en donde se cultiva este espíritu. Cuando esto ocurre, se abre un horizonte de sentido tal que ya hace innecesarias, e incluso inconvenientes, todas las anticipaciones y las prospectivas sobre el supuesto futuro que nos espera. La escuela del alma cultiva la fraternidad y tiene como horizonte la fraternidad; cuida del mundo y se propone que haya más mundo en el mundo. Lo importante es la respuesta, el compromiso y el esfuerzo, y no las prospectivas.
En no pocos ámbitos de la sociedad, también en educación, se da una vuelta a planteamientos nihilistas: dejando a un lado los valores en pro de la efectividad del sistema; aumentando la desmotivación y la apatía en los maestros, los alumnos y las familias, acompañadas de una creciente burocratización de la escuela y del aprendizaje; perdiendo de vista la misión propiamente educativa que se disfraza de propuestas de indiferentismo, sustituyendo la pluralidad. ¿Es la escuela del alma un antídoto contra el nihilismo?
Sí, lo es. ¿Qué significa nihilismo? Falta de sentido, y caída progresiva en la nada, en la nada de sentido. La crisis de la educación no se debe a un problema estratégico, a una aún imperfecta estructuración de los aprendizajes; la crisis de la educación responde a una crisis cultural muy profunda, que es una crisis de sentido, de orientación. Como si el vivir humano, finalmente, no tuviera sentido, y todo fuese superficial. De ahí que la sociedad contemporánea esté tan evadida, distraída y seducida por las modas. El incremento exponencial de los problemas de salud mental es un síntoma de la falta de sentido. Obviamente, en su gran mayoría, se trata de problemas sin solución farmacológica, porque su raíz es existencial. La escuela y el gesto educativo surgen de la esperanza de sentido; surgen de entender que la vida merece la pena, y que merece la pena el camino hacia su madurez. Surgen, por decirlo de otro modo, de la experiencia de que hay cosas de la vida que ya tienen sentido y de que, además, cabe buscar y esperar “un poco más” de sentido. Eso es lo que solemos llamar esperanza.
Ya casi al final del libro haces una llamada a la resistencia. Reconozco que es uno de los conceptos de tu pensamiento que más me ayuda a conectar con la realidad, a despertar. En esta ocasión invitas a practicar la resistencia desde la lectura de buenos libros y desde el cultivo de los encuentros. ¿Por qué buscar espacios de resistencia? ¿Dónde más encontrarlos?
La resistencia es una acción oportuna y sensata. Consiste en no dimitir, en no evadirse, en no frustrarse. Consiste en situarse en una especie de marginalidad buscando, sin embargo, poder incidir en el conjunto. Veo la resistencia como pequeños círculos de paz que buscan irradiar más allá de sí mismos. Por supuesto, la resistencia consiste en el modo de vida de las personas. Una escuela que de verdad cultive lo más humano del humano, es decir, el encuentro como fraternidad, es un lugar mayúsculo de resistencia. Y ese cultivo de la no indiferencia no tiene solo una dimensión moral. Porque, a mi modo de ver, la claridad y la calidez son dos aspectos de la misma cosa. En la escuela del alma se cultiva al mismo tiempo, porque no es posible hacerlo por separado, la inteligencia y la sensibilidad, la claridad y la calidez.
Gracias, Josep Maria. Como tú mismo dices en el libro, tus palabras atemperan la intemperie, caldean el corazón y nos animan a seguir creyendo en una escuela de valores y virtudes, de encuentros, de gracia.
BIO
Josep Maria Esquirol es catedrático de Filosofía de la Universitat de Barcelona. Dirige el grupo de investigación Aporia y es coordinador del programa de doctorado “Filosofía Contemporánea y Estudios Clásicos”. Sus principales campos de estudio son la Filosofía política y la Filosofía contemporánea. Algunos de los autores en torno a los que ha centrado su labor son Hannah Arendt, Martin Heidegger, Edmund Husserl, Alejandro Kojeve, Emmanuel Levinas, Emmanuel Mounier, Jan Patočka, Leo Strauss, Gaston Bachelard y Paul Ricoeur. Ha participado en proyectos de investigación estatales y europeos. Ha publicado una docena de libros y un centenar de trabajos (entre capítulos en libros colectivos y artículos en revistas especializadas). Ha sido invitado a impartir cursos y conferencias en distintas universidades europeas y latinoamericanas. Ha elaborado una propuesta filosófica propia con el nombre de “filosofía de la proximidad”, con un lenguaje muy cercano a la experiencia. Se trata de una antropología filosófica con resonancias socráticas y franciscanas. Las obras que contienen esta propuesta han recibido distintos premios, y algunas de ellas están siendo traducidas y publicadas en italiano, portugués, inglés y alemán.