25 minute read

"Somos en Jesús"

Jornadas de Pastoral 2024

"Somos en Jesús"

SOMOS EN JESÚS es nuestra certeza, nuestro deseo de proclamar la Buena Noticia como comunidad educativa; y ha sido el lema de las Jornadas de Pastoral 2024 de Escuelas Católicas. En ellas, hemos buscado escucharnos, compartir, reflexionar, soñar y proponer de manera conjunta cómo crecer en nuestra identidad de educadores católicos. Para ello, las ponencias que os ofrecemos en este artículo, han sido la base para la dinámica compartida desde el espíritu sinodal y del Pacto Educativo Global. Agradecemos a Mercedes Méndez, Pilar Yusta, Miguel Peiro, Mercè Casamor y Joan Miquel Riera hacer posible la reflexión de nuestra identidad, en el marco de Escuela Evangelizadora. Y muchas gracias a los más de 1.100 educadores que han participado en las diferentes jornadas y han aportado la riqueza de su acción pastoral en el día a día. En nuestra página web podéis encontrar las ponencias de las #JP24EC y los materiales trabajados en ellas para utilizarlos en vuestros centros.

Tienes toda la información de las Jornadas de Pastoral en la web de Escuelas Católicas

Somos discípulos en Jesús

Joan Miquel Riera

Cuando un seguidor de Jesús, el Cristo, piensa que le ha tocado vivir en los tiempos del “no es no”, de los afectos escondidos para no mostrarse débil, de la fe privada de libertad porque es algo que “se debe vivir en privado”, de la libertad que solo te hace libre si sigues unas corrientes ideológicas concretas... no puede evitar que le venga a la cabeza una de las parábolas que se pueden leer en el Evangelio de Lucas, la Parábola de la gran cena (Lc 14, 15-24). En el pasaje observamos como a la hora de cenar los invitados comenzaron a excusarse. “El primero dijo: acabo de comprar un campo y tengo que ir a verlo. Te ruego que me disculpes. Otro dijo: he comprado cinco yuntas de bueyes y he de probarlas. Te ruego que me disculpes. Y otro dijo: no puedo ir, porque acabo de casarme”. En nuestro tiempo, al igual que los tiempos antiguos, los primeros invitados dicen “no”, las excusas y la falta de tiempo para ir al banquete del Señor, son una forma normalizada de respuesta a su llamada. Vemos cómo las iglesias están cada vez más vacías; los seminarios siguen vaciándose, las casas religiosas están cada vez más vacías. Vemos las diversas formas como se presenta este “no, tengo cosas más importantes que hacer”. Y nos asusta y nos entristece constatar cómo se excusan y no acuden los primeros invitados, que en realidad deberían conocer la grandeza de la invitación y deberían sentirse impulsados a aceptarla. “¿Qué debemos hacer?”. Permitamos que resuene en nuestra reflexión esta pregunta lanzada por el Santo Padre Benedicto XVI en la misa con los obispos suizos, en noviembre de 2006, en una homilía que tituló “El fracaso”. Esta parábola sirve como umbral para introducir algunos de los retos más complejos que ha lanzado el papa Francisco a la Escuela Católica en su pontificado y que se recogen en los puntos 221 y 222 de la Exhortación Apostólica Postsinodal, Christus Vivit:

  • 221. La escuela es un lugar privilegiado (…) y por esto la comunidad cristiana le ha dedicado gran atención (…). Sin embargo, necesita una urgente autocrítica si vemos los resultados que deja la pastoral de muchas de ellas, una pastoral concentrada, a menudo, incapaz de provocar experiencias de fe perdurables. Además, la fobia al cambio hace que no puedan tolerar la incertidumbre y se replieguen ante los peligros, reales o imaginarios, que todo cambio trae consigo. La escuela convertida en un “búnker” que protege de los errores “de afuera”, es la expresión caricaturizada de esta tendencia (…).

  • 222. La escuela católica sigue siendo esencial como espacio de evangelización. Es importante tener en cuenta algunos criterios (…) en vista a una renovación y relanzamiento (…), tales como: la experiencia del kerygma, el diálogo a todos los niveles, la interdisciplinariedad y la transdisciplinariedad, el fomento de la cultura del encuentro, la urgente necesidad de “crear redes” y la opción por los últimos, por aquellos que la sociedad descarta y desecha. También la capacidad de integrar los saberes de la cabeza, el corazón y las manos”

Después de la reflexión del papa Benedicto XVI y de la regañina del Santo Padre Francisco, os preguntaréis… ¿Qué hacemos? ¿Cómo podemos renovar la oferta pastoral? ¿Dónde está escondido el Jesús que hoy se busca? ¿Cómo podemos encontrarle? ¿Cómo podemos encontrarnos con Él?

Pensamos que la mejor respuesta a todas esas preguntas es una respuesta muy innovadora: ¡Se le busca y se le encuentra, como se le lleva buscando y encontrando desde el principio! Para entendernos mejor, pongamos nuestra atención en la letra de una conocida canción:

Si tú me dices ven, lo dejo todo

Si tú me dices ven, será todo para ti

Mis momentos más ocultos

También te los daré

Mis secretos que son pocos

Serán tuyos también

Si tú me dices ven, todo cambiará

Si tú me dices ven, habrá felicidad

Si tú me dices ven, si tú me dices ven

No detengas el momento por las indecisiones

Para unir alma con alma, corazón con corazón

Reír contigo ante cualquier dolor

Llorar contigo, llorar contigo

Será mi salvación

Pero si tú me dices ven, lo dejo todo

Que no se te haga tarde

Y te encuentres en la calle

Perdida, sin rumbo y en el lodo

Si tú me dices ven, lo dejo todo

Si hacemos caso al autor de esta canción y, sobre todo, al poema que la inspiró lo que debemos SER en JESÚS para que nuestras comunidades educativas sean verdaderamente evangelizadoras es SER DISCÍPULOS EN JESÚS. Y de entre los muchos estilos y ejemplos de discipulado que nos da el Nuevo Testamento, vamos a sugerir dos más concretos.

Ser discípulo al estilo del Bautista

Juan Bautista es el discípulo de la evangelización sugerente, discreta, sin imposiciones... el que evangeliza desde la libertad del evangelizado. El cuarto Evangelio, lo expresa a la perfección cuando dice que “Y le oyeron los dos discípulos cuando habló y siguieron a Jesús”. Aquellos amigos del Bautista no necesitaron nada más que ver y oír cómo miraba y hablaba Juan de Jesús para descubrir y experimentar que seguir al Señor era algo que verdaderamente ¡valía la pena!

En la acción evangelizadora de nuestros colegios muchas veces hemos cometido el error de creer que debemos “ser Jesús” entre nuestros alumnos, docentes, familias, etc.; y al final nuestro “yo” acaba eclipsando lo importante, y en lugar de mostrar al “Cordero de Dios” acabamos mostrándonos a nosotros mismos. Así que, un consejo, nunca pretendamos ser Jesús, nunca. ¡Seamos Bautistas! ¡Seamos discípulos al estilo del Bautista!

Ser discípulo al estilo de Pedro

El sistema educativo judío en el que se criaron los apóstoles seguía una dinámica de descarte muy estricta. Por tanto, si un joven conseguía pasar de la Beit Sefer a la Beit Talmud, y llegar finalmente a la Beit Midrash, etapa en la que solicitaba a un Rabino que le aceptara como discípulo y este le aceptaba, el Rabino le decía “sígueme” y esa era una palabra sagrada, ya que significaba el principio de una nueva vida, de un nuevo futuro. Si nos centramos en Simón Pedro sabemos que, al ser pescador no llegó a tales oportunidades, en cambio, seguro que conocía el poder de las palabras en la boca de un rabino.

Narran los evangelios de Marcos, Mateo y Juan que, en plena tormenta los apóstoles estaban asustados y gritando en su barca, cuando Jesús decidió acercarse a ellos caminando sobre las aguas. Algunos pensaban que era un fantasma, pero Pedro decidió salir de dudas y saber si era maestro, su Rabino, y le dijo: “Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti sobre las aguas” (Mt 14, 24-31). A lo que Jesús respondió: ¡Ven! Y Pedro, aun sabiendo que aquello de caminar sobre las aguas era un tanto arriesgado, ¡fue! Y si, ciertamente a medio camino dudó, pero confiaba tanto en que Aquel era su Maestro, su Rabino, su Señor y su Dios, que no se hundió.

Para SER DISCÍPULOS EN JESÚS tenemos muchos ejemplos dónde elegir, tal vez prefiráis ser como la samaritana, o como Tomás, Marta, Timoteo o Mateo; o tal vez como Nicodemo, Zaqueo, Lázaro, María Magdalena o Pablo; o porque no como el Bautista o Pedro. Todos ellos tenían dos cosas en común. La primera es que no pretendieron que el Señor hiciera cosas para ellos, sino que hiciera cosas en ellos. Entendieron que Dios no quiere transformar sus circunstancias, sino transformarlos a ellos en medio de las circunstancias. La segunda, que cuando Él les dijo: ¡Ven! Lo dejaron todo. Porque solo “gracias a ese encuentro, o reencuentro, con el amor de Dios, que se convierte en feliz amistad [...] es cuando llegamos a ser plenamente humanos, cuando permitimos a Dios que nos lleve más allá de nosotros mismos para alcanzar nuestro ser más verdadero. Allí está el manantial de la acción evangelizadora. Porque si alguien ha acogido ese amor que le devuelve el sentido de la vida, ¿cómo puede contener el deseo de comunicarlo a otros?”.

En la acción evangelizadora de nuestros colegios muchas veces hemos cometido el error de creer que debemos ser Jesús

Somos maestros en Jesús

Mercè Casamor, MN y Pilar Yusta, MN

En las Jornadas de Pastoral de este curso 2023-2024, se ha repetido una idea central y compartida por todos los participantes: la identidad que nos une y fortalece desde la raíz es Jesús de Nazaret, y la misión que nos encarga a la Iglesia en medio del mundo. Afirmamos que somos maestros y mucho más. Somos en Jesús, somos maestros en Jesús.

¿Y qué significa esto? ¿Qué repercusión tiene el ser educadores cristianos en una escuela católica? ¿Qué se tiene que notar en nuestra vida para poder hacer posible y visible el Evangelio a nuestros alumnos?

El profesor que decide ir más allá de los contenidos de su materia que en su calidad de cristiano, apueste por caminar de la mano de Jesús, vivirá su vocación desde el Evangelio, pensará que el modelo de Jesús de Nazaret le ayudará a entender su misión en el mundo. Una misión sagrada que es llamada y respuesta. Entrega y don. Encuentro y encrucijada.

Educación y vocación: el modelo de Jesús: Jesús Maestro

El encuentro con Jesús tuvo y tiene un impacto transformador en las personas. Jesús es el maestro por excelencia y su modelo puede ser emulado en nuestras prácticas educativas actuales. ¿Qué maestros recordamos? ¿A quiénes les debemos tributo y agradecimiento? ¿Por qué fueron grandes? Si pensamos en ellos descubrimos que más allá de transmitir información, cumplir horarios y curriculum, emplear buenas técnicas pedagógicas, lo que les importaban eran las personas y su pasión. Aquellos que recordamos, nos abrieron camino a lo que somos.

Jesús de Nazaret tocó vidas. Él es ante todo y sobre todo quien nos enseña a ser verdaderos maestros. Él da sentido a lo que hacemos con un estilo propio: preocupándonos por los pequeños (Mt.8,23-27); acercándonos a las personas (Lc. 17, 13); y procurando un servicio espiritual (Lc.11,1).

No solo podemos reafirmar la centralidad de Jesús en la pedagogía cristiana, sino también el papel significativo que tenemos los educadores como agentes de cambio en la transmisión de valores y crecimiento espiritual.

Jesús se distingue en los Evangelios no solo por sus enseñanzas, sino por su método y su enfoque hacia sus discípulos. Él utilizó parábolas que no solo instruían, sino que también invitaban a la reflexión personal y a la transformación. Su cercanía con los necesitados y su capacidad de enseñar mediante el ejemplo son componentes esenciales de su método pedagógico. Estos elementos deben inspirar a los educadores modernos a adoptar un enfoque más empático y reflexivo, que priorice el bienestar y el desarrollo integral de los alumnos.

Adoptar a Jesús como modelo de enseñanza tiene el potencial de transformar profundamente la manera en que se concibe la educación

Identidad de la educación cristina

Tenemos una oportunidad muy grande como escuelas católicas de servir, de hacer el bien y de transformar la sociedad. Cada escuela y cada institución tiene un sello personal por Carisma que es un proyecto educativo evangelizador. El rol del educador en el contexto cristiano trasciende la simple transmisión de conocimientos; es una vocación que integra el cuidado espiritual y personal del alumno. Inspirados por la figura de Jesús, los maestros están llamados a ser más que instructores: son guías espirituales cuya influencia puede moldear el carácter y la vida de sus estudiantes. Como dijo Jesús, “el discípulo no es más que su maestro” (Mt.10,24), subrayando que la enseñanza es un acto de profundo compromiso personal y moral.

La escuela católica es por definición una escuela evangelizadora y cumple su misión, que es evangelizar. Y evangelizamos cuando con nuestro modo de ser como escuela (las personas, las estructuras, las prácticas, los compromisos, las preferencias) y por nuestro modo de ser estimulamos, animamos y acompañamos a todos sus integrantes alumnos y también profesores a optar por Jesús y su Evangelio. La escuela católica tiene la misión de evangelizar mediante la educación y educar mediante la evangelización. Transmitir y presentar la cultura desde la óptica del Evangelio y simultáneamente, anunciar la Buena Noticia, poniendo a los miembros de la comunidad educativa en contacto con Jesús como camino de vida humanizadora y feliz.

El Educador Cristiano

Cuando hablamos de ser un educador cristiano estamos refiriéndonos a una de las formas específicas de vivir la vocación cristiana. Ser un educador cristiano es un carisma. No se trata de que un bautizado imparta clases, no consiste en que un profesional de la enseñanza, en su vida privada, sea creyente. Se trata de un cristiano para quien el Evangelio constituye el eje de su actividad docente, que ha descubierto que su modo de ser cristiano se concreta, día a día, en su actividad docente, que percibe como vocación como un modo concreto de instaurar el Reino de Dios en el mundo. ¿Cómo evangelizamos? Con la presencia en medio de los demás, con el testimonio, con el diálogo, otorgando confianza, con el anuncio, con el acompañamiento personal. El educador cristiano está llamado no solo a educar integralmente, sino a ser testigo vivo del Evangelio ante sus compañeros y ante sus alumnos. No solo tiene que tener un currículum académico de buen nivel. Hace falta que haya descubierto su vocación docente como modo de vivir su vida cristiana, su relación con Cristo.

Provocar el encuentro con Jesús y el educador: aplicación práctica en la educación

Los educadores podemos incorporar estos principios en el aula. Esto incluye fomentar un ambiente de aprendizaje donde los valores como la compasión, la justicia y la integridad sean tan importantes como los logros académicos. Los educadores debemos buscar no solo impartir conocimientos, sino también modelar estos valores a través de las acciones y palabras, creando así un espacio educativo que refleje los principios del Evangelio.

¿Qué podemos hacer para disponernos a una experiencia de Dios real que reoriente la vida como educadores? Dario Mollà, SJ, en su libro “Espiritualidad para educadores”, cita ayudas que facilitan esta experiencia de Dios: el autoexamen; el acompañamiento; y la disponibilidad y servicio.

¿Qué nos va a aportar como educadores el encuentro con Jesús? Nos va a dar un sentido nuevo, mayor hondura y mayor trascendencia a lo que hacemos y somos. No es añadir cosas al día. Es que lo bueno y lo menos bueno que vivamos, lo interesante y lo rutinario sea vivido con un significado evangélico que nos enriquezca en humanidad y sea una mediación para ayudar a las personas con las que trabajamos y a las que nos debemos.

Conclusión: el impacto de un modelo inspirado en Jesús

Adoptar a Jesús como modelo de enseñanza tiene el potencial de transformar profundamente la manera en que se concibe la educación. Nos invita a ver la enseñanza no solo como una profesión, sino como una vocación que tiene el poder de transformar vidas. Los educadores cristianos, por ende, tenemos una responsabilidad y una oportunidad únicas para forjar las futuras generaciones no solo en conocimientos, sino en virtudes.

Este llamado no es solo a una educación que se limita a lo académico, sino a una que es integral, transformadora y profundamente arraigada en el amor y servicio que Jesús mostró. En última instancia, la enseñanza inspirada en Jesús es un acto de amor hacia toda la comunidad educativa, un modelo que todos los educadores, independientemente de su nivel de compromiso de fe, deberían aspirar a seguir para enriquecer la experiencia educativa de sus alumnos.

En definitiva, estamos llamados como educadores a profundizar en nuestra vocación docente como una llamada a ser en plenitud. Si vivimos con intensidad y entusiasmo la vocación y misión de maestros, si crecemos como personas creyentes, haciendo crecer a otros, si desarrollamos las experiencias que fomentan esta vocación, si nos cuidamos para cuidar, nuestra tarea tendrá sentido.

BIBLIOGRAFÍA

BRAVO, A., Jesús como maestro. Una propuesta pedagógica. Unidad de Estudios Bíblicos, Instituto de Teología, Universidad Católica de la Santísima Concepción, Chile.

DOMÍNGUEZ PRIETO, X. M. El arte de acompañar, PPC, 2017.

FERNÁNDEZ-MARTOS, J. M., Cuidar el corazón en un mundo descorazonado, Sal Terrae, 2012.

MOLLÁ LLÁCER, D., Espiritualidad para educadores, Mensajero, 2011.

RAVASI, G., Actas del Seminario internacional sobre “Jesús, el Maestro”, Ariccia, 14-24 de octubre de 1996.

Somos más sabios en Jesús

Mercedes Méndez, RA.

Nos podemos preguntar si tienen algo en común Howard Gardner y la inteligencia artificial. Lo cierto es que sí, pues ambos han traído de cabeza a la escuela y los educadores. Han motivado un necesario cambio de los procesos de enseñanza y aprendizaje. Nos sugieren que lo importante en la escuela no es el desarrollo de la/s inteligencia/s, sino lo que tiene que ver con la transmisión de la sabiduría.

La inteligencia artificial más que una amenaza supone una oportunidad para una educomunicación plenamente humana, pero solo si somos capaces de desarrollar en nosotros y en el resto de los miembros de la comunidad educativa la sabiduría del corazón, “esa virtud que nos permite entrelazar el todo y las partes, las decisiones y sus consecuencias, las capacidades y las fragilidades, el pasado y el futuro, el yo y el nosotros”.

Es necesario formar la capacidad de discernimiento que surge de la sabiduría del corazón para distinguir lo bueno, lo verdadero y lo bello en ese continente digital que transitamos a diario para conservar nuestra libertad ante los contenidos que con más frecuencia son generados por algoritmos, y que están creando una cultura digital uniforme. Pero también es imperante aprender a crear juntos nuevos contenidos que recojan el patrimonio histórico y cultural, que respondan a las preguntas más humanas de sentido, compasión y éxtasis.

Cuando el educador ha experimentado el sentido, el consuelo y la fuerza que surgen de este encuentro, no puede menos que querer transmitirlo

Los cristianos creemos que Jesús es la Sabiduría de Dios. Al asumir la condición humana nos enseñó con palabras y gestos humanos cómo ser plenamente humanos, y así ser bienaventurados, felices viviendo la verdad en el amor. Pues solo el amor será capaz de terminar con los conflictos y construir una sociedad más justa y pacífica.

Para María Montessori, la cual sufrió las dos grandes guerras mundiales, la fuente de los conflictos violentos radica en el vacío espiritual de la persona. Considera la educación como la principal solución para la paz, pues los niños son los agentes regeneradores de la sociedad, siempre que en los procesos de enseñanza y aprendizaje se ayude a formar su sensibilidad religiosa. Por esta razón esta gran pedagoga contemporánea afirma que es necesario un “Nuevo Educador” donde se funda “en una sola alma el espíritu de áspero sacrificio del hombre de ciencia y el espíritu impregnado de éxtasis inefable de un místico”3 desde donde el maestro podrá descubrir no solo los procesos de aprendizaje de cada niño, y así adaptar la enseñanza a ellos, sino también el obrar de la gracia en el niño, el desarrollo natural de su dimensión espiritual, así como el resto de sus capacidades.

Para María Montessori, la cual sufrió las dos grandes guerras mundiales, la fuente de los conflictos violentos radica en el vacío espiritual de la persona. Considera la educación como la principal solución para la paz, pues los niños son los agentes regeneradores de la sociedad, siempre que en los procesos de enseñanza y aprendizaje se ayude a formar su sensibilidad religiosa. Por esta razón esta gran pedagoga contemporánea afirma que es necesario un “Nuevo Educador” donde se funda “en una sola alma el espíritu de áspero sacrificio del hombre de ciencia y el espíritu impregnado de éxtasis inefable de un místico” desde donde el maestro podrá descubrir no solo los procesos de aprendizaje de cada niño, y así adaptar la enseñanza a ellos, sino también el obrar de la gracia en el niño, el desarrollo natural de su dimensión espiritual, así como el resto de sus capacidades.

Pero esta sabiduría que hace del maestro un científico y un místico, se debe nutrir del encuentro personal con el amor de Dios, o experiencia espiritual. Los diversos informes sobre la situación de los maestros destacan el creciente número de personas desgastadas en este sector. Porque no es “posible comprometerse en cosas grandes solo con doctrinas sin una mística que nos anime, sin unos móviles interiores que impulsan, motivan, alientan y dan sentido a la acción personal y comunitaria”.

Como afirma el papa Francisco, “solo gracias a ese en cuentro -o reencuentro- con el amor de Dios, que se con vierte en feliz amistad, somos rescatados de nuestra con ciencia aislada y de la autorreferencialidad. Llegamos a ser plenamente humanos cuando somos más que humanos, cuando le permitimos a Dios que nos lleve más allá de no sotros mismos para alcanzar nuestro ser más verdadero”

Cuando el educador ha experimentado el sentido, el con suelo y la fuerza que surgen de este encuentro, no puede menos que querer transmitirlo. Sin duda, la crisis de iden tidad que vive la escuela es causada por una anterior falta de propuesta espiritual para los docentes. La formación teológica, pastoral y carismática que se ha desarrollado en nuestros centros educativos e instituciones ha sido, y por desgracia en algunos contextos sigue siendo, excesivamen te doctrinal, dando por sentado una experiencia espiritual cada vez más escasa en una sociedad secularizada. Por esta razón es imperante una renovación de la oferta pastoral que se dirige tanto a los creyentes como a aquellos que han perdido la fe o nunca se han encontrado con el misterio del Dios cristiano, Dios Trinidad7, explícitamente evangelizadora. Para ello es necesario:

  • Ofrecer itinerarios de formación experiencial que con duzcan a un descubrimiento o profundización de la fe (Verdad).

  • Cuidar la estética de nuestras celebraciones litúrgicas, tanto en los símbolos como en los gestos y cantos (Be lleza).

  • Potenciar la cultura del diálogo y del cuidado, y las acti vidades de compromiso en la transformación social que propicien procesos de renovación personal (Bondad).

En nuestros centros ya se están desplegando proyectos y realizando actividades en esta dirección, las Jornadas de Pastoral de Escuelas Católicas han permitido a sus participantes compartirlos para el enriquecimiento mutuo. Esta Alianza Educativa entre los centros es esencial para realizar la conversión pastoral y misionera de la escuela.

Es imperante una renovación de la oferta pastoral que se dirige tanto a los creyentes como a aquellos que han perdido la fe o nunca se han encontrado con el misterio del Dios cristiano

Somos misión cuando somos en Jesús

Jesús Miguel Peiró

1. Introducción: nuestro Dios, nuestra historia, nuestra misión

La dificultad de la mentalidad contemporánea para conectar con una trama histórica, propiciando una visión desfragmentada de la realidad que dificulta el vínculo con la realidad y con los otros (incluido Dios) ha realzado la consideración del filósofo A. Mac Intyre de que solo podemos contestar a la pregunta sobre qué vamos a hacer si somos capaces de contestar a una pregunta previa y fundamental: de qué historia o historias me encuentro formando parte.

Así, los cristianos sabremos qué hacer en la educación cristiana mientras recordemos que nuestra historia, aquella de la que formamos parte, es la historia de Dios, la historia de la salvación, la de todos aquellos que vivieron el Evangelio antes que nosotros.

Por eso resulta interpelante recordar que “los hombres somos las palabras con las que Dios escribe su historia”, ya que cuando nos sentimos parte de esa historia, de la inspiración de los fundadores de las instituciones religiosas que rigen nuestros colegios, cuando somos en Jesús, entonces somos educadores cristianos y somos misión.

2. Somos

Ni el ser de nuestro Dios, ni del Evangelio, ni de la educación es un ser meramente abstracto, sino que es, sobre todo, encarnado. Por eso nuestro ser de educadores cristianos responde más bien a las virtudes que animan la vida cristiana: la fe, el amor y la esperanza.

En primer lugar, somos promesa para nuestros alumnos cuando nuestra identidad y nuestra forma de proceder como educadores cristianos está a la altura de las expectativas de su fe, es decir, de lo que supone una promesa de vida.

En segundo lugar, somos reflejo del amor a nuestra vocación educativa cuando damos lo que hemos recibido. En este sentido, adquiere relevancia retomar el verdadero alcance de la tradición educativa cristiana basada en que, igual que amamos porque hemos sido amados, no es posible educar sin haber sido educados, de la misma manera que no es posible evangelizar si no hemos sido evangelizados.

Y, finalmente, somos signos de esperanza cuando nuestra acción educativa se orienta hacia la plenitud (Jn 2, 1-12); cuando educamos para la vida (Jn 4, 43-54); cuando nuestras palabras y nuestra enseñanzas arrancan a los alumnos de la parálisis (Jn 5, 1-19); cuando actuamos desde la fraternidad que fortalece los vínculos humanos (Jn 6, 1-15); cuando los gestos y los criterios de la educación cristiana les permiten afrontar el miedo en las tempestades del día a día (Jn 6, 16-24); cuando logran percibirse como hijos de la Luz y, por ello, llamados a transmitirla a los demás (Jn 9, 1-41); y cuando les ayudamos a discernir que las cuestiones más trascendentes de la enseñanza les orientan hacia el camino de la vida y les previene del camino de la muerte (Jn 11, 1-56).

Somos signos de esperanza cuando nuestra acción educativa se orienta hacia la plenitud; cuando educamos para la vida

3. En

Aunque no son tiempos fáciles ni para el cristianismo ni para la educación, lejos de perdernos en excusas y en lamentos, basados en una genuina visión cristiana de la vida, podremos entender que el mundo, el sistema educativo y la Iglesia nos ofrecen oportunidades para la evangelización y para la educación cristiana.

Así, en un mundo inclinado hacia lo líquido, el relativismo, la apariencia o lo material, el impacto de la educación cristiana puede recoger fruto en el terreno de la profundidad de la condición humana que manifiesta hambre de Dios y que necesita saciarse con la fuerza de la sobriedad, la verdad, lo sobrenatural y la palabra.

De modo más concreto, en el ámbito de la educación, donde con frecuencia impera la letra de la ley, los horarios y las inercias, el contraste evangélico permite contraponer la liberación asociada al espíritu de las leyes y al valor de vivir la enseñanza desde la gratuidad y la categoría del don.

Por último, en el seno de la propia Iglesia, la educación tiene ante sí el reto de contribuir y, por qué no, liderar la forma de asumir sus propias heridas y sus miedos esquivando posturas individualistas para dejar paso a formas más comunitarias y auténticas de vivir sus carismas, sus dones y sus talentos.

4. Jesús

Ser educador en Jesús supone, en gran medida, actualizar la experiencia de Dios, siendo capaces de transmitir en el mundo de hoy “lo que hemos visto y oído” (1 Jn 1, 1) durante nuestro seguimiento del Maestro. Así, recordar la permanente novedad de Dios es un estímulo para nuestra misión evangelizadora, al tiempo que proporciona veracidad y autenticidad a nuestro anuncio.

Es decir, si queremos tener éxito en nuestro ofrecimiento de un “venid y veréis” evangélico a nuestros alumnos, habremos de recordarnos que educar y evangelizar es, sobre todo, con quién. Y los educadores cristianos educamos con Dios, que el arquitecto sin el que “en vano se cansan los albañiles” (Sal 126); con Jesús, que es la vid que nos permite dar fruto; y con el Espíritu, que nos envía de dos en dos señalando la prioridad en dirigirnos a aquellos que andan “como ovejas sin pastor” (Mt 9, 36).

De ahí que para acometer tan grandiosa misión, sea precisa una espiritualidad o una mística que nos ayude a liberarnos del complejo religioso que agarrota a la educación y nos permita confesar que Jesús es el Señor de nuestra acción educativa. Solo así podremos acometer la epopeya evangélica de ser discípulos del Cristo educador que ejercen su presencia como la higuera en medio de las viñas, como pescadores de hombres que no temen remar mar adentro y que viven la parábola de la educación con la espiritualidad del sembrador.

5. Conclusión

Somos misión cuando somos en Jesús. Si, como expresó San Pablo, “en Dios somos, nos movemos y existimos” (Hch 17, 30), siendo fieles a su Espíritu y a su Palabra podremos ofrecer un testimonio de la Buena Noticia que el mensaje evangélico su pone para la vida de nuestros alumnos.

Metafóricamente, leer y poner en práctica la Palabra de Dios es como la interpretación de una pieza musical que, experi mentada en comunidad, adquiere mayor sentido. El filósofo chino Lao-Tsé expresó que, si hay música en nuestro corazón, se escuchará en todo el universo. De modo análogo, educar desde la lectura y la vivencia de la Palabra de Dios pondrá música evangélica a nuestra misión educativa de manera que, sonando en nuestro corazón, la hará resonar con mayor amplitud en el de los niños y los jóvenes con los que nos encontremos en patios, aulas y pasillos, haciendo posible así que se extienda por todas partes hasta el fin del mundo.

BIBLIOGRAFÍA

MAC INTYRE, Alasdair. Tras la virtud. Crítica, Barcelona, 2024.

PEIRO ALBA, JOSÉ MIGUEL, El Cristo educador. Una teología del educador cristiano. El ojo de Poe, Alcalá la Real, 2020.

SCHILLEBEECKX, EDWARD, Los hombres, relato de Dios, Sígueme, Salamanca, 1995.

This article is from: