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La carta. La educación como poesía

Pedro J. Huerta Nuño Secretario General de EC

La educación como poesía

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La verdadera innovación educativa está llamada a romper la inercia de la costumbre

En su discurso de aceptación del Premio Nobel de Literatura, Saint-John Perse defendió el valor de la poesía para resistir ante la intolerancia y para educar en el asombro, porque “poeta es aquel que rompe para nosotros la costumbre”. De algún modo nos abre a la dimensión poética de la educación, invitando a alejarnos de los espacios comunes de la existencia para hacernos ciudadanos de la armonía.

El tiempo del desafecto por los procesos concibe la ciega confianza en los programas, poblados de reiteración de ideas y éxitos del pasado, más como respuesta a la necesidad de cumplir expectativas e indicadores que como interpretación del momento presente, diseñados desde la prudente distancia de quienes buscan seguridades y evitan las crisis de la frustración, afianzando de este modo los valores eternos.

La educación debe encarnarse en la realidad que educa, tanto de los alumnos como de la sociedad, el entorno educativo debe impregnar de tal modo los espacios pedagógicos y pastorales que nada les sea ajeno. Sin embargo, tanto el sistema como los modelos de aprendizaje quedan atrapados constantemente en la red de la costumbre y la repetición. En no pocas ocasiones sentimos que la educación tiene más que ver con una lección histórica, recordando y transmitiendo los saberes pasados, que con un proyecto de futuro que cambie la inercia de las programaciones y humanice los tránsitos vitales. No siempre la historia es maestra de la vida, a veces la polariza, enquista su dinámica evolutiva y anestesia nuestra capacidad de transformación.

La pandemia nos ha enseñado a incorporar el paradigma del cuidado a la propuesta evangelizadora. Es una clave esencial para el acompañamiento, porque no solo nos mantiene en un saber estar, un caminar junto al otro, transmitiendo conceptos y enseñando saberes; el cuidado rescata un acompañamiento desde lo espiritual y el encuentro personal, incorpora una dimensión poética que nos ayuda a saber interpretar desde la inteligencia compartida. Es el acompañamiento de quien no hace costumbre la mera vecindad, no se confía en los conocimientos adquiridos por contacto, sino que establece bases de aceptación para poner de relieve que el acompañamiento esencial es el que implica la acogida y el cuidado del otro, posibilitado como punto de referencia fundamental. La educación necesita la poesía del otro como hogar originario, en definición del filósofo checo Jan Patočka, porque su existencia complementa los saberes transmitidos y los actualiza a un presente de sentido.

En esos intersticios, en los que la educación danza con la vida real, es donde se impone la necesidad de la creatividad, la ruptura de la costumbre, sin enigmas ni trampantojos que perpetúen tradiciones bienintencionadas. Educadores creativos, aportadores de novedad, intérpretes de la realidad y del mundo, no meros imitadores, ni vendedores de seguridad. La creatividad se nos muestra como la capacidad fundante para completar los fragmentos rotos de la realidad, es la poética de la vida. Y la labor educativa, una vez liberada de la tentación del eternalismo, es capaz de descubrir esos espacios entre los fragmentos rotos necesitados de acompañamiento, para habitarlos de asombro, que no es sino el comienzo de la sabiduría y el conocimiento.

La verdadera innovación educativa está llamada a romper la inercia de la costumbre, a evitar los paradigmas fractales, a ahuyentar los arraigos. Una llamada que también llega para nuestra misión evangelizadora. Solo así alcanzaremos a comprender la educación como poesía.

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