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Entrevista a Paco Arango
from Revista EC 96
Presidente, fundador y alma de la Fundación Aladina
«Mis películas tienen tres propósitos: entretener, que sean benéficas y que hablen de Dios»
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ZORAIDA ARRIBAS Dpto. de Comunicación de EC
Hace 20 años Paco Arango decidió donar su tiempo, su magia y su sonrisa a los pequeños pacientes oncológicos del Hospital Niño Jesús de Madrid. Ese fue el origen de la Fundación Aladina, formada por un equipo de profesionales, una verdadera familia que acompaña a los niños y adolescentes con cáncer, y a sus familias, en los momentos más difíciles de la enfermedad. Arango es un hombre de fe, y así nos lo demuestra en esta entrevista, en la que además de hablarnos de su relación con Dios nos cuenta cómo han adaptado su labor a la pandemia y nos adelanta algunos de sus próximos proyectos.
La Fundación Aladina cumplió en 2020 su 15 aniversario, pero tu labor como voluntario se remonta años atrás, cuando decidiste “mancharte las manos” y “donar tu tiempo” con los pequeños ingresados en el Hospital Niño Jesús. ¿Qué recuerdos tienes de aquellos años que servirían para gestar posteriormente la Fundación?
Yo tengo mucha fe y me siento muy abrumado por la suerte que he tenido en la vida. ¿Por qué Dios me dio a mí tanto? Una familia simpática y amorosa, económicamente saludable, salud… ¿Por qué a mí sí y a otros no? Siempre tuve la inquietud de ayudar y llegó un momento en que pensé que tenía que dedicarle mi tiempo a Dios. Entonces hablé con un cura amigo mío y le dije “me tienes que ayudar a encontrar algo, que sea difícil, no quiero donar dinero, quiero estar presente, manchándome las manos”, y fue él quien escogió. A la semana me llamó y me dijo “mañana comienzas con niños con cáncer en el Hospital Niño Jesús”. Entré un miércoles por el hospital a dedicarle una tarde a la semana de mi tiempo a los niños, al mes empecé a ir todos los días, y eso no ha cambiado hasta que llegó el maldito coronavirus. Era una experiencia verdaderamente para mí, y así empezó todo. Cuando me topé con el fallecimiento de uno de nuestros pequeños guerreros, o ángeles como les llamó yo, ahí fue el momento en el que me tuve que plantear si verdaderamente era consciente de dónde estaba. Gracias a Dios me di cuenta de que yo podía seguir sonriendo para ir al hospital, con esos niños a los que Dios les ha dado muy poca vida pero que vienen a trastocar a todo el mundo, a mí entre ellos, a mi gente, y por supuesto a sus familias, entonces yo con esa visión pude lidiar con ello. Y así empezó todo.
Vivir junto a las familias esas situaciones tan duras no debe ser fácil. ¿Cómo es acompañar a esas familias y a sus pequeños en esos momentos de tanta vulnerabilidad, dolor y miedo?
No hay manual, yo llevo 20 años y me encuentro con la misma cara de paleto muchas veces cuando me enfrento a momentos muy difíciles, pero lo bonito de estas situaciones, de estos hospitales oncológicos, es que en ellos se cuece mucho amor, se cuece una amistad especial con las enfermeras y los médicos, hay una unión muy muy bonita. Una de las mejores cosas que hace Aladina es formar parte del núcleo familiar, y hacerse muy amigo del paciente, del niño, del adolescente, porque cuando los momentos malos llegan, que lamentablemente son muchos, el pequeño guerrero o guerrera solo acepta a su familia, y Aladina es parte de ella.
Te implicas mucho con las familias y sabemos que has vivido momentos muy dolorosos. Como hombre de fe, ¿sientes que Dios te ayuda a sobrellevar esas situaciones?
Dios es mi pilar, es lo único que me mantiene sano y cuerdo. Tengo una relación maravillosamente cercana y muy inusual con el “Míster”, como le llamo yo, lo primero porque muchas veces escoge a los peores desastres, como yo… A mí me dicen “¡Ay Paco, con todo lo que tú haces vas a llegar al cielo!”, pero yo no lo creo. En estos años he visto cosas tremendas que no le deseo a nadie, pero también he visto milagros, y no lo digo ligeramente. No he visto a nadie flotando, que nadie se asuste, pero he visto pruebas inequívocas de que estos niños están en el cielo.
Cierto, los milagros existen y muchos de los pequeños “Aladinos” se recuperan. ¿Cómo es esa relación con estos niños y adolescentes después?
Lo maravilloso es que son amistades de por vida, tenemos amistad con chicos que ya están sanísimos, y es maravilloso. Yo siempre le digo a la familia cuando se curan “te fastidias” porque nos tenéis al 100%. Hablamos de ellos como una familia.
La pandemia ha cambiado la vida por completo en todos los aspectos. Las restricciones, y el extremo cuidado de los pacientes también ha afectado a vuestra labor. ¿Qué ha hecho la Fundación Aladina para continuar su tarea de acompañamiento?
El coronavirus nos imposibilitó poder estar presencialmente en los hospitales, que para nosotros es la clave, porque, sin fardar, nosotros hacemos cosas extraordinarias en ellos. Al no poder ir, la directora de Hospitales de la Fundación, Lorena Díez, sugirió sustituirlo con videoconferencias. A mí se me cayó el corazón, pero ha sido un milagro. El programa se llama “Juntos desde casa”, y con él hemos llegado a muchos más niños de los que podríamos haber ayudado presencialmente. No deja de ser una pantalla, pero a través de ella hacemos programas de ejercicio, de psicología, de diversión de todo tipo y también con animales, perros y caballos… Es un exitazo, realmente acompañamos y sienten nuestro calor. El coronavirus no ha podido con nuestra labor, pero estamos deseando volver a poder dar un abrazo.
Los voluntarios de Aladina son el alma y el corazón de la fundación. Ahora, con todo trastocado por el coronavirus, ¿seguís necesitando voluntarios desde casa?
En este momento no buscamos a voluntarios para hacer “Juntos desde casa” porque nos es muy difícil guiar a una persona que no ha estado en contacto con el cáncer infantil, los requisitos son más especializados y es difícil empezar de cero, a menos que se tengan unas cualidades óptimas. Por ahora estamos servidos, pero que todo el mundo entienda que Aladina necesita de toda la ayuda y el amor del mundo, porque hay muchas formas de colaborar.
Durante este curso se impulsa desde la Fundación la campaña solidaria “Mascarillas que esconden sonrisas” con el objetivo de mostrar que aunque moleste llevar mascarilla por la COVID-19, hay pequeños inmunodeprimidos que llevan mucho tiempo usándolas para proteger su vida. ¿Qué acogida está teniendo la campaña en centros y familias?
La acogida ha sido buena. Lo bonito de Aladina es que somos muy de verdad. Todo el mundo que está aquí, “muerde” por el bien de un niño enfermo de cáncer. Lo que intentamos con la campaña es humanizar la realidad, y brindar a la sociedad que nos conozca. Con otras de nuestras campañas, “El botón de la sonrisa”, son los propios niños los que nos dicen que saben que lo estamos pasando mal y que a veces necesitamos que alguien nos diga que esto pasará, y pone la piel de gallina. A través de las campañas intentamos mostrar a estos seres tan especiales, niños y adolescentes que son profesores del amor, para que nos recuerden lo importante.
Las películas que has dirigido (Maktub, Lo que de verdad importa y Los Rodríguez y el más allá) han destinado su recaudación a causas benéficas y además han cosechado gran éxito de público, un tándem no muy habitual. ¿Cómo es posible sacar adelante proyectos así?
Yo he sido un loco que pensó en hacer una superproducción y donarlo todo, y no te puedes imaginar cómo me ha colmado eso, y cuánto he recibido por el milagro de hacer el bien. Con la primera, se creó en el Hospital Niño Jesús el Centro Maktub, que significa “está escrito en las estrellas”. En México existe un término que deberíamos incorporar, “diosidencia” (acontecimientos inexplicables), y he comprobado que cuando trabajas con niños con cáncer, las “diosidencias” ocurren cada día y a cada cual más alucinante, tal es así que yo las veo como normales, pero no lo son. Rodar Lo que de verdad importa fue complicado porque me falló mi coproductor, pero luego reventó la taquilla en más de 16 países, fue número 1 en Netflix en EE.UU., y se donaron más de 5 millones de euros, eso es un milagro de Dios. Mis películas tienen tres propósitos, obviamente entretener, que la recaudación sea para hacer el bien, y que además hablen de Dios, que muestren la gracia de Dios en ellas, porque es muy importante, y no es fácil combinar estas tres cosas. En muchos países latinoamericanos me decían que el protagonista de mi segunda película le hablaba muy heavy a Dios y yo les explicaba que esa es la reacción de los padres cuando tienen un niño con cáncer, y que lo bonito es que se cabrean con Dios, le gritan, y rompen así su ateísmo. La última producción, Los Rodríquez y el más allá, fue un trabajo destinado a la familia, en la que no se hablaba de Dios, pero en la que participaron niños con cáncer.
¿Habrá más proyectos de cine? ¿Nos puedes adelantar algo?
Sí. El proyecto más grande que tengo es 11%, una película que escribí con un guionista americano que ganó un Oscar con Rain Man. Se trata de una fábula sobre una señora que vive en mitadde Nueva York, entre rascacielos, en una casita pequeña que todo el mundo quiere comprar para derruirla y construir un gran edificio, y ella no solo no vende, sino que además acoge a 10 personas que han tenido mala suerte en la vida. Además voy a hacer una serie que se sale completamente de lo que hago porque tengo esa necesidad de expresividad. Es una locura, pero creo que me puede aportar un éxito y una credibilidad para seguir haciendo cine benéfico. No tiene ese ángulo familiar, y he hablado mucho con Dios sobre la libertad de expresión, de hacer una locura creativa. A ver si él quiere, y espero que así sea, en ella interpretaré al personaje principal.
Hace años leí que en las visitas al Hospital hacías espectáculos de magia, ¿puedes compartir el truco para mantener tu eterna sonrisa?
Es gracias “al de arriba”. Estoy escribiendo un libro, mis vivencias, y tengo dos títulos. El primero es Ocho segundos para llorar, porque en el hospital termino diciéndoles a los padres que tenemos solo ocho segundos para llorar, y porque muchas veces en una tragedia, a los ocho segundos viene una risa. El segundo es Yo te puedo dar su número, en alusión “al de arriba”. El problema es que si yo cuento lo que yo he vivido la gente puede tener una percepción distinta de mí, y tengo que tener cuidado a veces, no por esconder mi fe, que no la escondo nunca, pero es tan extraordinario lo que he vivido que será difícil de creer. Además, también haré un podcast, La hora mágica para hablar de los milagros.
Para terminar, Aladina en tu serie concedía deseos, ¿qué deseo sueñas ver cumplido a lo largo de este 2021?
En 2021 espero poder volver a los hospitales y el deseo gordo es que nos pongan en el paro a Aladina.