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Acompañar en tiempos de incertidumbre

Ayuda para el alma, el alumno y la familia

Ya ha pasado un año desde que el mundo que conocíamos, nuestro mundo, cambió por completo, desde que nuestra vida cambió por completo. Un año en el que no hemos dejado de preocuparnos por nuestros mayores y en el que hemos temido a diario cómo y cuánto afectaría la pandemia a la salud emocional de nuestros pequeños y jóvenes. Un año sin más abrazos y besos que los del núcleo familiar, que no son poco, de mantener amistades cercanas a distancia, de recluirnos en el hogar y también en nosotros mismos, de despertar esperanzas para perderlas más tarde. Durante estos meses hemos sido plenamente conscientes de cuánto necesitamos sentirnos acompañados en cuerpo y alma, y por ello a través de los artículos de Carlos Bermejo, Abraham Gutiérrez y Ana Berástegui queremos compartir algunas claves para trabajar el acompañamiento espiritual en los centros, para entender que la labor tutorial es imprescindible en la relación escuelafamilia y para guiar con rumbo firme a las familias en este tiempo cambiante.

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ACOMPAÑAMIENTO ESPIRITUAL: UN DESAFÍO PARA LA ESCUELA

Compartir mesa emocional y espiritual

José Carlos Bermejo. Director general del Centro de Humanización de la Salud Religiosos Camilos y delegado superior de los Religiosos Camilos en España www.humanizar.es

Quizás asistimos a un despertar de lo espiritual, a la vez que a un desprestigio de la dimensión religiosa del ser humano. En diferentes contextos experimentamos sensibilidades hacia lo más íntimo del corazón, hacia lo intangible.

Con Dios o sin Dios, muchas personas sienten que, en las situaciones de fragilidad, especialmente, cuando nos cuidamos unos a otros, profesionalmente o desde vínculos familiares o de ciudadanía, es necesaria una mirada integral, multidimensional, donde lo espiritual ocupe su lugar correspondiente para humanizar la mirada.

Acompañar viene del latín: cum-panis. Su significado tiene relación simbólica con lo que podríamos expresar así: “comer pan juntos”, sentarse a la mesa emocional y espiritual del otro, particularmente cuando sufre, cuando está enfermo él o su familia, e intercambiar cuanto hay en ella: sentimientos, deseos, preocupaciones, esperanzas…

Acompañar en los sentimientos y esperanzas del otro pasa entonces por hacer un camino con el que sufre, yendo a su ritmo, acompasando las notas musicales del mundo interior.

Acompañar comporta “hacerse cargo” de la experiencia ajena, dar hospedaje en uno mismo al sufrimiento del prójimo, así como disponerse a recorrer el incierto camino espiritual de cada persona, con la confianza de que la compañía sana (que significa también “saber no estar”), ayuda a superar la soledad, genera comunión y salud en el sentido holístico, global, integral.

Quien sabe acompañar, en efecto, genera salud. Consigue, con su discreta presencia, un mayor confort físico, una mayor estabilidad emocional, una compañía para compartir las preguntas por el sentido, las inquietudes y malos momentos que conlleva la enfermedad. Quien sabe acompañar mata la soledad con su delicada presencia, se mete en los zapatos de su prójimo, se acomoda a su perspectiva y se sienta a su mesa personal con todos los sentidos en clave de servicio. El que acompaña no dirige, sino que camina al lado; no impone, sino que insinúa; no aconseja, sino discierne en común.

La dimensión espiritual

La dimensión espiritual y la dimensión religiosa, íntimamente relacionadas e incluyentes, no son necesariamente coincidentes entre sí. Mientras que la dimensión religiosa comprende la disposición y vivencia de la persona, de sus relaciones con Dios dentro del grupo al que pertenece como creyente y en sintonía con modos concretos de expresar la fe y las relaciones, la dimensión espiritual es más vasta, abarcando además el mundo de los valores y de la pregunta por el sentido último de las cosas, de las experiencias.

La dimensión espiritual, pues, abarca la dimensión religiosa, la incluye en parte. En ella podemos considerar como elementos fundamentales todo el complejo mundo de los valores, la pregunta por el sentido último de las cosas, las opciones fundamentales de la vida (la visión global de la vida). Hay quien habla de espiritualidad en términos operativos: la capacidad de trascender las realidades de funcionamiento de uno (física, sensorial, racional y filosófica), a fin de amar y ser amado dentro de la propia comunidad, para dar significado a la existencia y manejarse con las exigencias de la vida.

Cada vez se es más consciente de la importancia de la detección de las necesidades espirituales

Si bien contamos con “ministros” religiosos para atender la dimensión espiritual y religiosa de los que se adhieren a un grupo determinado, la dimensión estrictamente espiritual no es tarea exclusiva de los así llamados “agentes de pastoral” (sacerdotes, pastores, capellanes, religiosos, seglares), sino que es tarea de todo profesional estar atentos a la dimensión espiritual de las personas a las que acompañamos o ayudamos en el ámbito educativo.

Cada vez se es más consciente de la importancia de la detección de las necesidades espirituales. Se va abriendo camino, justamente promovido por la filosofía de los cuidados, un estilo relacional que se define como holístico, centrado en la persona, integral, donde se contemplan las necesidades que tienen que ver con la dimensión física, la intelectual, la emotiva, la social o relacional y la espiritual.

Algunas respuestas a las necesidades espirituales (necesidad de ser reconocido como persona, de amor, de releer la propia vida, de sentido, de establecer la vida en un más allá, de continuidad, de esperanza, de expresar sentimientos religiosos o de poner orden) están tomando cuerpo de manera entrañable en los Centros de Escucha, donde se presta atención especialmente al mundo del corazón, intentando promover una solidaridad compasiva que empodere a la persona en el compromiso por llevar una vida plena.

El mundo educativo tiene ante sí también el desafío de generar dinámicas de escucha empática para ayudar en el sufrimiento. No estaría de más que nacieran programas de escucha para acompañar en el desarrollo humano y espiritual de los jóvenes.

Los centros educativos, lugares privilegiados para el acompañamiento espiritual

Eva Díaz Dpto. de Comunicación de EC

Integrar el acompañamiento espiritual en las escuelas es, sin duda, tal y como nos hace reflexionar José Carlos Bermejo, un gran desafío, especialmente para nuestras escuelas católicas en las que se atiende la globalidad de la persona y donde la espiritualidad se considera una dimensión esencial. En esta realidad de incertidumbre existencial que nos ha tocado vivir, el acompañamiento espiritual en los centros educativos debe contribuir a ayudar a alumnos, profesores y familias a que construyan proyectos personales de sentido. Pero, tal y como nos decía Xabier Azkoitia, responsable del Servicio de Atención Espiritual y del Voluntariado del Centro San Camilo en una formación organizada por Escuelas Católicas, siendo los centros educativos lugares privilegiados para el acompañamiento espiritual, este acompañamiento no se puede hacer de cualquier manera. Para acompañar hay que tener, por un lado, conocimientos teóricos, hay que poseer habilidades, destrezas y técnicas relacionales; y por otro, actitudes (empatía, autenticidad, congruencia…), y todo ello nos exige aprender habilidades de escucha, respuesta empática, personalización, incitación a la acción…

Si queremos acompañar tenemos que poseer conocimientos de espiritualidad, de sufrimiento, de psicología de la educación, counsellling… porque acompañar no es dar tus valores a los demás, sino convertirte en “líquido revelador”, como señalaba Xabier Azkoitia, “para ayudar a revelar los valores del otro”, lo que implica compromiso, aceptación y entrega.

En opinión de este experto, el acompañamiento requiere además establecer una relación de confianza e intimidad que permita la intervención; explorar y conocer las necesidades y recursos de la persona que sufre; y realizar una intervención compasiva orientada a facilitar la aceptación y la entrega. En la escuela los acompañadores deben además promover en el proceso educativo de sus alumnos la “búsqueda apasionada del sentido de la vida” empleando para ello, según indicaba Azkoitia, las cuatro vías de conexión con lo espiritual: el arte, la naturaleza, la región-oración y el encuentro interpersonal.

Los jóvenes -nos decía Azkoitia- en su proceso educativo nos están pidiendo que les acojamos hospitalariamente, que cuando estemos con ellos estemos plenamente presentes (les escuchemos) y que, además, lo estemos compasivamente. Por tanto, acompañar no es dirigir, no es adoctrinar, no es psicoterapia, no es ayudar a huir de la experiencia de sufrimiento, sino “dar voz a sus preguntas y vida a sus respuestas”.

Todos los días en los centros educativos se viven experiencias de pérdida (de cualquier tipo), de duelo… entre alumnos, profesores y familias, por lo que se hace necesario abrir espacios y tiempos de vivencia y escucha competente más allá del ámbito de la orientación o de la tutoría, donde los educadores además sean capaces de identificar, diagnosticar y derivar a esos espacios de escucha aquellos procesos de pérdida que requieren un acompañamiento. Y debe hacerse de modo permanente, abarcando la dimensión humana y creyente, con suavidad, pero con la intención de provocar cambios, y a través de la mediación.

En definitiva, tanto José Carlos Bermejo como Xabier Azkoitia lanzan a los centros educativos un desafío, sin duda, apasionante y necesario que pasa por incorporar los procesos de acompañamiento en su desempeño, cualificando al profesorado para ello, creando espacios de escucha competente más allá del ámbito de la orientación, siendo ejemplo y testimonio de valores, con el objetivo último de ayudar a los alumnos a que “construyan proyectos personales de sentido con otros y para otros en instituciones que sean justas”. ¿Aceptáis el reto?

ACOMPAÑAMIENTO TUTORIAL: IMPRESCINDIBLE PARA LA RELACIÓN FAMILIA-ESCUELA

Labor tutorial: esencia docente

Abraham Gutiérrez. Asesor pedagógico de Escuelas Católicas

Si definimos a un docente como aquel que hace crecer a otros, ser tutor es la experiencia más puramente docente que puede tenerse. La responsabilidad de ser quien guía y acompaña a un grupo de alumnos y coordina a un equipo de profesores y familias es, en muchos casos, una labor de equilibrismo y prestidigitación que merece todos los elogios posibles. Déjenme antes de desgranar algunas claves de la acción tutorial que les cuente dos anécdotas que han influido mucho en mi manera de ver las tutorías y, por tanto, la educación.

El primer año que fui tutor me encomendaron un grupo de la extinta Diversificación. Cualquiera que me hubiera conocido en aquel año hubiera pensado, y con razón, que estaba desbordado por las circunstancias de aquel arranque de curso. Son de sobra sabidas las dificultades de comportamiento que suelen tener ese tipo de grupos. Recuerdo que apenas llevaba dos meses con ellos cuando la desesperación me invadía a diario. Un compañero, que ha terminado siendo amigo, me hizo entonces un regalo que me ha acompañado cada año. “Ningún mar en calma hizo experto al marinero”, me dijo. Cambió entonces mi manera de ver las cosas. Yo estaba trabajando con ellos pero eran ellos los que me estaban educando a mí.

Hace años, alguien que ocupaba un cargo en el equipo de dirección de un colegio me dijo: “Yo, por muy director que sea, no soy el importante. Quien hace colegio son los tutores”. Ante mi cara de extrañeza, me puso un ejemplo: si durante una semana del curso, el director no va al colegio, la mayoría de las familias y alumnos del centro ni siquiera se darán cuenta. Eso sí, como una tutora de Infantil no aparezca por su clase, un montón de gente la echará de menos enseguida y preguntará por ella.

En ningún caso es la intención de estas líneas menospreciar la labor de directivos que, y más que nunca este curso, están a pie de obra cada día dejándose el alma por sus centros. En todo caso, trato de valorar una función pocas veces reconocida como es la de la acción tutorial.

Más allá de lo que podamos disertar sobre la nunca bien ponderada labor de los tutores, seguro que todos coincidimos en que su función es determinante para el desarrollo cognitivo, emocional y competencial de los aprendices a su cargo. No solo en las etapas de Infantil y Primaria en las que pasan tantas horas con sus tutorandos, sino también en etapas posteriores.

En un curso como el pasado, una parte importante de la comunicación familia-escuela descansa sobre los hombros de los tutores

En medio de tantos procesos de cambio como los que están viviendo los colegios y el mundo de la educación, la labor tutorial es cada vez más importante. Si mi centro está inmerso en una transformación metodológica, será el tutor quien tenga que defenderlo ante las familias. Si mi centro apuesta por determinado programa de educación afectivo sexual, las dudas de las familias recaerán sobre la labor tutorial. Si el centro apuesta por la introducción de las TIC en el proceso educativo, cada tutor justificará esa transformación. También en la dirección contraria, si las familias de un centro hacen sugerencias y aportaciones a la estructura colegial, se canalizarán a través del tutor de sus hijos. Y así podría seguir poniendo multitud de ejemplos.

Es, por tanto, una evidencia que la comunicación entre las familias que forman la comunidad educativa de un colegio y el centro mismo se realiza a través de la relación que el tutor tiene con los padres de “sus” alumnos. Y digo “sus” porque la relación es muchas veces tan estrecha que un tutor acaba considerando a esos alumnos como algo propio.

Cabe destacar que ninguna de las tres áreas de desarrollo que mencionábamos anteriormente (cognitiva, emocional y competencial) pueden abarcarse de forma plena en ningún centro educativo que no cuente con las familias de su alumnado. Si tiene usted, lector, hijos en edad adolescente, le invito a hacer un experimento. Cuando su hijo o hija llegue a casa dígale: “me ha llamado tu tutor porque quiere tener una reunión con nosotros”. Créame, la cara de su hijo le dará más información que la reunión misma. Muchas veces, cuando los padres se reúnen con el tutor, la sensación de los alumnos es de temor. No saben qué va a pasar en esa reunión ni qué consecuencias tendrá en su próximo fin de semana o en su uso y disfrute de, por ejemplo, el móvil. Si se me apareciera un genio de la lámpara para concederme tres deseos para la educación, sin duda uno de los tres sería desterrar para siempre las connotaciones negativas que las reuniones familia-escuela tienen. Por eso recomiendo siempre que los alumnos asistan a esas reuniones. Nada de lo que se trate allí será ajeno a ellos. Evidentemente el contenido a tratar debe adaptarse a la edad de los alumnos pero creo que es algo necesario y positivo.

En un curso como el pasado, quedó claro que una parte importante de la comunicación familia-escuela descansa sobre los hombros de los tutores. Estos fueron las auténticas correas de transmisión entre lo que las instituciones educativas y las administraciones estaban organizando en el complejo ejercicio de digitalizar una escuela que no estaba preparada para ese doble salto mortal con tirabuzón. Tanto es así, que la opinión de las familias sobre el centro se formaba a partir de lo que el tutor de sus hijos les había dicho o dejado de decir. Bien sabemos que no comunicar, también comunica.

Parece imposible escribir unas líneas sobre educación en este curso 20-21 sin hacer alguna alusión directa a la pandemia que estamos viviendo. ¿Cómo afectan las restricciones sanitarias a la acción tutorial? Si en cualquier ámbito docente se está resintiendo la relación entre los alumnos y sus profesores, esto se ve acentuado en el acompañamiento que cada tutor hace de sus alumnos. Más aún cuando las reuniones con las familias se están llevando a cabo por videoconferencia o en llamadas telefónicas. En este caso, además de unas importantes características personales, los tutores están haciendo gala de un esfuerzo notorio para mejorar su competencia digital. Las TIC se están desvelando, en este campo también, como una herramienta útil para mantener ese vínculo con alumnos y familias. El Padre Claret dijo a sus misioneros: “Para evangelizar sírvanse de todos los medios posibles”. Estoy convencido de que afirmaría lo mismo para educar si viera la multitud de herramientas tecnológicas de las que hoy disponemos. Sigamos, por tanto, sirviéndonos de todo lo que tengamos al alcance para llevar a cabo esta tarea de acompañamiento tutorial que recoge la esencia de la educación.

ACOMPAÑAMIENTO FAMILIAR: LAS CLAVES PARA FIJAR EL RUMBO

Navegando en familia en tiempos de pandemia

Ana Berástegui Pedro-Viejo. Instituto Universitario de la Familia (Universidad Pontificia Comillas)

A los inicios de la pandemia, en una desierta Plaza de San Pedro, el papa Francisco comparaba, durante la ceremonia de Bendición Urbi et Orbi, la pandemia del coronavirus con una gran tempestad. Un año después, seguimos intentando capear las olas de esta enfermedad que ha hecho tambalearse muchas de nuestras seguridades. Y aunque esta es una situación que ha afectado a la gran familia humana en muchas dimensiones demográficas, políticas, sanitarias o económicas, también es una situación que coloca en primer plano a cada pequeña familia, que vive como protagonista directa este gran acontecimiento global.

Gracias a Dios el coronavirus ha respetado en gran medida la salud de los niños, que no han sufrido por lo general las consecuencias médicas directas de la COVID-19. Sin embargo, los efectos de la pandemia se están empezando a notar en su salud mental, afectiva y social. Es lo que se está comenzando a llamar la pandemia silenciosa.

Como ha explicado tan magistralmente la teoría del apego, los niños, para poder tener cierto grado de bienestar y para poder desarrollarse en plenitud, necesitan tener una sensación de seguridad básica. Y si hay algo que ha alterado esta pandemia en todos es esa sensación de seguridad. Tenemos miedo a la enfermedad, miedo a contagiarnos y miedo a contagiarla, miedo a dejar de relacionarnos con los que queremos y miedo a hacerles daño si nos relacionamos. Tenemos inseguridad económica y una gran incertidumbre con respecto al futuro. Luchamos contra un enemigo que no se ve hasta que es demasiado tarde. Los niños y adolescentes ven, oyen, huelen y palpan esta inseguridad en su día a día, y esta sensación está minando su bienestar, su salud mental a veces y su desarrollo en otras.

Una de las grandes preocupaciones de las familias es cómo ayudar a sus niños a mantenerse a flote y navegar por esta situación, que ha traído todas estas inseguridades, cuando las propias fuerzas ya flaquean, cuando vemos que el bote hace aguas por algún lado, cuando los mismos padres sienten que han perdido el rumbo, o al menos muchas de sus referencias.

La investigación psicológica sobre la capacidad de los niños de atravesar y sobreponerse a la adversidad natural, social o personal, coincide en afirmar que la familia, y los vínculos que se forman en ella, son el bote salvavidas que permite a los niños no ahogarse en la tempestad e incluso salir fortalecida de ella. Más todavía, atravesar en familia estas tormentas puede hacer que los niños se aseguren el chaleco salvavidas que ahora llamamos resiliencia, que los acompañará de por vida y les permitirá hacer frente por sí mismos a algunas crisis importantes.

A continuación, os ofrezco seis claves de navegación que se desprenden del trabajo del equipo de Primera Alianza en la Universidad Pontificia Comillas y que esperamos que sirvan para ayudar a las familias a llegar a buen puerto.

(Los ancianos y) los niños primero

Esta pandemia nos ha obligado a pensar, como sociedad, si queremos poner a salvo a nuestros mayores, por encima de otros retos que nos ha traído la COVID-19. La urgencia de volver la vista hacia los mayores no nos puede despistar de poner también a los niños y a los adolescentes a salvo entre los primeros. Ellos están en un momento clave del desarrollo y tienen menos herramientas y estrategias que los demás, por lo que el impacto de este naufragio les pone en especial riesgo y puede afectarles de por vida. Frente a la tentación del “sálvese quien pueda” debemos revisar en qué lugar están en el orden de prioridad de tareas y demandas que debemos atender en este momento: como sociedad, pero muy especialmente como familias.

Oh capitán, mi capitán

Lo que va a dar más seguridad a los niños, más incluso que el amainar de las olas, es sentir que en su barco hay, por lo menos, un capitán al frente. Antes que cualquier otra cosa, los niños necesitan sentir la seguridad de que hay alguien a cargo. Ese capitán, papá, mamá (o, mejor aún, ambos), va a ser una figura que es más fuerte, más sabio y más amable que ellos. Es más fuerte el capitán que se mantiene en pie en medio de las olas del afuera, que sabe ofrecer un entorno seguro, una rutina en medio del caos y también de las emociones difíciles, de los truenos que a veces salen de adentro del niño o del adolescente. Es más sabio alguien que sabe explicar qué está pasando, que puede comprender el telediario, pero también qué pasa dentro del niño. Es más amable alguien que está preocupado por el niño y por su bienestar, incluso con la que está cayendo. Básicamente será un buen capitán para el niño y el adolescente el que puede demostrarle que le aguanta y le sostiene, que le entiende y que le quiere, llueva o truene fuera o dentro de la barca.

Todos remamos

Aunque toda barca debe tener capitán, es importante compartir con los niños y adolescentes el reto y la tarea de mantener a la familia a flote en los momentos de dificultad, y hacer realidad el lema: “nadie se salva solo”. Este remar a una es una necesidad, pero también un voto de confianza y un propósito compartido, que ayuda a mantener a raya la indefensión y a mantener la cohesión entre todos.

Hay muchas maneras de colaborar en la familia, mantener en orden la cubierta, tener alguna responsabilidad cada uno y participar de los momentos compartidos pueden ser algunos de ellos. Los capitanes tienen que estar ojo avizor para reconocer y agradecer el papel que tiene cada uno en este empeño y también para “hacer la vista gorda” ante algunos despistes.

Achicar agua a tiempo

En una tempestad como esta, es fácil que se hagan grietas en el bote. Muchas veces no respondemos a tiempo, nos enfadamos más de lo debido, no sabemos escuchar o comprender… y eso genera momentos de incomunicación y desconexión, pequeñas grietas en la seguridad de los hijos. No podemos esperar que esto no ocurra, lo normal es que ocurra, pero debemos estar atentos para achicar el agua a tiempo y recuperar la comunicación, para que una pequeña grieta, un momento de incomprensión o de malestar en casa, no se haga grande y nos ponga en un aprieto. Reconocer los daños, reconciliarnos y reparar, son imprescindibles en esta travesía.

SOS

Otras veces no nos valemos por nosotros mismos. La situación se hace demasiado complicada, el agua nos llega al cuello, sentimos miedo o pensamos que hemos perdido el timón y el rumbo. Es el momento de lanzar un SOS, de pedir ayuda a otros familiares, amigos o incluso profesionales, que nos puedan ofrecer la seguridad que hemos perdido y el apoyo que necesitamos. Será clave tener la radio encendida y bengalas de emergencia a mano, porque seguro tendremos que pedir ayuda a otros barcos alrededor. También a la inversa. El deber de auxilio en alta mar nos hace estar atentos a si hay otros botes a nuestro alrededor necesitados de una mano.

Mapas, faros y estrellas

Por último, toda familia necesita un rumbo para sostener su navegar, un mapa que le ayude a dar sentido a su día a día, algunos faros que le recuerdan que van por buen camino y la capacidad de mirar a lo alto en la noche y seguir una estrella cuando se pierden los demás referentes. Compartir la historia de la familia, sus valores y su espiritualidad es especialmente importante en los tiempos de adversidad, para poder mantener la esperanza en llegar a buen puerto. Las familias cristianas confiamos, además, que hay alguien más a bordo, que a veces parece dormido, pero cuya presencia alienta y sostiene a toda la familia humana, como nos recordaba el papa Francisco, hace ya un año en la Plaza de San Pedro.

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