Revista Espejo Humeante Número 8, Febrero 2021.

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Realidad

Espejo Humeante Revista latinoamericana de ciencia ficción Número 8. Realidad y representación. Febrero de 2021.

ÍNDICE #8 Coordinador editorial Rafael Tiburcio García Comité editorial Miguel Angel de la Cruz Reyes, Felipe Huerta Hernández, Miguel Ángel Lara Reyes y Zacarías Zurita Sepúlveda. | Asesores: Marcela Chao Ruiz y Juan Claudio Toledo Roy. Este número está dedicado a nuestra querida Diseñadora Yadira Delgado Imágenes © Shutterstock | © publicdomainreview.org | © Archive.org Redes Facebook, Twitter, Instagram: @EspejoHumeanteR Issuu, Wordpress: espejohumeanterevista Youtube, Spotify: Espejo Humeante Revista Contacto espejohumeanterevista@gmail.com Aviso legal La responsabilidad sobre la legitimidad de los derechos de propiedad intelectual correspondientes a los contenidos publicados en Espejo Humeante, así como la titularidad de derechos de los mismos, pertenece a sus respectivos autores. La responsabilidad de los contenidos y opiniones expresadas por los colaboradores en sus textos pertenece a ellos y no representan necesariamente la opinión de la revista. Espejo Humeante no asume ninguna responsabilidad por los daños y perjuicios resultantes o que tengan conexión con el empleo de los contenidos de esta publicación. El contenido de esta revista puede ser publicado con el permiso de los editores. Si desea publicar algo de nuestro contenido por favor escríbanos a: espejohumeanterevista@gmail.com

REVISTA ESPEJO HUMEANTE #8 / realidad

03 ▶ PRESENTACIÓN ENTREVISTA 04 ▶ La realidad se construye de manera narrativa. Entrevista con Mayo Nieto Felipe Huerta Hernández 30 ▶ Ciencia Ficción Chilena. Entrevista con Wilbert Gallegos Zacarías Zurita Sepúlveda Autorxs Invitadxs 07 ▶ El aire limpio olerá a albaricoque plateado Andrea Chapela 10 ▶ Un episodio extraño Ulises Paniagua 14 ▶ la mano derecha del candidato Servando Clemens 17 ▶ ENJAMBRE Pedro J. Acuña 51 ▶ NO SE CALLAN LOS CERDOS Jorge Correa 57 ▶ INVENTARIO DE MÁQUINAS INÚTILES Alejandro Barrón ENSAYO 25 ▶ Realidad y representación: un debate aún abierto Rafael Tiburcio García relatos 20 ▶ aún están entre nosotros Julio Romano 23 ▶ continuidad de los aspersores René López Villamar 34 ▶ lo soy Carlos Enrique Saldívar 36 ▶ la muerte del observador Uriel Velázquez Bañuelos 38 ▶ LOS HONORABLES Rodrigo Torres Quezada 40 ▶ realidad mixta Marcelo Medone 42 ▶ cómplice Juan Quintana 44 ▶ pasajero Alberto Muñoz 46 ▶ el viajero Daniela López Martínez 48 ▶ EL HOMBRE QUE NACIÓ LEJOS DEL MUNDO Elliot Roux 58 ▶ Libros / Reseña: Front 243, de Michel Deb. Zacarías Zurita Sepúlveda 61 ▶ Convocatoria: Ruralpunk

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▶ J. M. Eder & E. Valenta, (1896)

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realidad

PRESENTACIÓN

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l doctor Fernando Sols, catedrático del departamento de Física de Materiales de la Universidad Complutense de Madrid, después de repasar los trabajos de científicos tales como Poincaré, Heisenberg, Gödel, Turing y Chaitin, entre otros, ha concluido que la indeterminación física y la incompletitud matemática representan dos límites internos del conocimiento científico, y que una de las consecuencias de ello es la incapacidad fundamental del método científico para terminar con el debate sobre la existencia de finalidad en la naturaleza. Si la ciencia reconoce que no puede alcanzar de momento (y quizás nunca) todas las realidades que caen dentro de su dominio, entonces nos está revelando que no puede explicar toda la realidad. Luego entonces para la pregunta “¿Puede la ciencia ofrecer una explicación última de la realidad?” es ella misma quien nos está dando la respuesta y parece un tajante: no. Por otra parte, la realidad desde la ciencia ficción tiene como ejemplos autores tan destacados como Ray Bradbury, Isaac Asimov, J. G. Ballard, Ursula K. Le Guin, Philip K. Dick y Stanislaw Lem quienes cuestionaron su realidad imaginando, en su tiempo, un futuro de: pandemias, distancia social y redefinición del ser humano que ahora, para bien o para mal, nos es ya cotidiano. En el presente número de nuestra revista, nuestros autores invitados: Andrea Chapela, Ulises Paniagua, Pedro J. Acuña, Jorge Orlando Correa, Alejandro Barrón y Servando Clemens nos comparten relatos en los que desarrollan estas y

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otras inquietudes sobre nuestra experiencia de la realidad. En la sección de entrevistas Felipe Huerta Hernández y el Dr. Mayo Nieto conversan acerca de la forma en que la construimos, Zacarías Zurita Sepúlveda pregunta a Wilbert Gallegos acerca de la realidad actual de la literatura chilena y Rafael Tiburcio García nos presenta un ensayo analizando la vigencia de la posmodernidad para abordar la realidad desde el arte, la literatura, la filosofía y las ciencias. Por su parte, los autores seleccionados de nuestro más reciente concurso, Julio Romano, Carlos Enrique Saldívar, Daniela López Martínez, René López Villamar, Marcelo Medone, Alberto Muñoz, Uriel Velázquez Bañuelos, Rodrigo Torres Quezada, Juan Quintana y Elliot Roux, plantean a través de sus ficciones distintos abordajes al tema tanto desde la ciencia ficción como de otras tradiciones literarias. Cerramos este número con la reseña del libro Front 243 de Michel Deb, así como la convocatoria para nuestro siguiente concurso. En esta ocasión rescatamos las ilustraciones del manual de ilusionismo Magic-Stage Illusions and Scientific Diversions (1897), de Albert A. Hopkins, y las primeras radiografías consignadas en el Versuche uber Photographie mittelst der Rontgen schen Strahlen (1896), de Josef Maria Eder y Eduard Valenta, que constituyeron en su momento dos maneras de acercarse a realidades hasta entonces veladas. Quedan, pues, invitados a la lectura de nuestra revista. Que la disfruten. ¬ Comité editorial, febrero de 2021.

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Entrevista con Mayo Nieto

La realidad se construye de manera narratiVA Felipe Huerta Hernández

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l doctor Mayo Nieto, especialista en psiquiatría, investigador clínico y escritor, tiene por igual tanto publicaciones científicas como narrativa autobiográfica. Aficionado a la neurociencia y al cruce entre la ciencia y el arte, platicó con Espejo Humeante acerca de la realidad y sus diversas construcciones a partir de la mente, del lenguaje o de los demás. Felipe Huerta: Sabemos que impartes una cátedra llamada “Construcción de la Realidad”. ¿Nos podrías indicar brevemente en qué consiste esa construcción? Mayo Nieto: Desde muchas disciplinas del conocimiento, como la psicología, la neurociencia, la sociología o la lingüística, se ha llegado a un cierto consenso respecto a la subjetividad de la realidad. El enfoque positivista resultado de la ilustración daba por hecho una realidad independiente del observador, una realidad “objetiva” cuyas porciones eran percibidas por el aparato sensorial de las personas. Sin embargo, hoy se piensa que tal realidad “objetiva” no existe, ni siquiera en el ámbito físico. El constructivismo afirma que la realidad es una construcción que hacemos individual y colectivamente y que ocurre en el espacio intersubjetivo. Es un consenso social que se modifica en el tiempo. Este enfoque tiene implicaciones no sólo culturales, sino también en la ciencia y en sus métodos. Curiosamente, desde las mismas ciencias exactas, en particular la física cuántica, se estableció desde hace mucho tiempo el famoso Principio de Incertidumbre, que afirma que la observación de un fenómeno de la realidad modifica tal fenómeno, alterando con ello lo que conocíamos como realidad.

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▶ DR .

MAYO NIETO.

FH: ¿Qué elementos definen a mi realidad? ¿Por qué, por ejemplo, yo soy yo y no tú? MN: Eso que planteas se reconoce como el “sentido de agencia”. Hay un experimento cognitivo al respecto. Se les pregunta a las personas: “En caso hipotético de que te trasplantaran un cerebro, ¿qué partes de tu personalidad crees que se modificarían con el nuevo cerebro y que partes permanecerían sin cambio?” Son muy interesantes

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las respuestas. La mayor parte de las personas considera que se modificarían aspectos intelectuales, pero que permanecerían los actitudinales y morales. Pareciera que el sentido de agencia, lo que llamas “mi realidad”, tiene que ver con aspectos históricos, más que con el presente. Por ello se dice que la identidad se construye narrativamente a partir de episodios fragmentados que son depositados en la memoria. Esto se puede ver con claridad en la película Blade Runner 2049, donde al protagonista se le “implantaron” recuerdos de otra persona que le hicieron confundir su identidad. FH: En el Budismo existe el concepto de anatta que, básicamente, nos dice que no existe un yo consistente en el tiempo, pues no somos lo mismo hoy que el día de mañana ¿Cómo podemos conciliar esta idea con nuestra aparentemente inmutable realidad? MN: Como te decía, la identidad se construye de manera narrativa. Igual a como se construye una novela. Con pedacería que queda en la memoria o fragmentos que son tejidos para darle una coherencia narrativa. El cerebro no es otra cosa que un generador de narrativas. Una parte de esa narración es la percepción de que existimos continuamente en el tiempo, que somos siempre los mismos. Todo parece indicar que nuestra percepción del yo mismo en el pasado está influida por el presente para producir esa continuidad temporal, pero no que en realidad nos ocurra como plantea el concepto de anatta: que seamos muy diferentes personas en el tiempo, lo cual es incompatible con el concepto de la identidad. Yo estaría de acuerdo que tal identidad es una de las realidades que construimos para tener cierta coherencia. Nos sorprenderíamos mucho si pudiéramos regresar en el tiempo y conocer esa “versión” de nosotros, como se ha representado también en algunas obras de ciencia ficción. FH: ¿Hay forma de medir la realidad? MN: Existe la idea tradicional de que nuestro cerebro es un aparato que tiene como punto de partida la información que recibe a través de los sentidos, y que con esta información nos damos una idea de la realidad, o sea, la “medimos” a través de información visual, auditiva, táctil, etcétera. Y que luego como resultado de este input y de su procesamiento, se genera una conducta, o sea, un output. Eso nos dicta el sentido común. Pero tal parece que así no funciona el cerebro, sino al contrario: la mente trabaja bajo

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un modelo predictivo. Antes de que ocurra un fenómeno sensorial, lo anticipamos. De hecho, anticipamos cualquier evento, y esto se da en la dimensión de los microsegundos o de los años. Dicho con otras palabras, el ser humano no mide la realidad, la propone, y luego verifica qué tan ajustado estuvo el modelo propuesto con la información recibida. Esa es la razón de que las personas seamos tan resistentes a cambiar nuestros puntos de vista, a modificar nuestras creencias. Los estudiosos de la estadística dicen que tenemos un cerebro “bayesiano”, que trabaja evaluando probabilidades condicionadas de realidad. FH: ¿Cómo podemos saber que la realidad está allí y no solamente es un producto de nuestra mente? MN: No podemos saberlo. Por lo tanto, hay que asumir que “allí” no hay nada, hasta que aparece un producto mental. Pero no sólo es un producto de nuestra mente, sino de la manera en cómo se relacionan muchas mentes. Dado que la realidad es una construcción colectiva, dependemos mucho de nuestra capacidad para distinguir “mi yo” de “mi no-yo” para tener una imagen coherente de tal realidad. O sea, aunque la realidad es mental, ésta es percibida como externa a la mente. Necesitamos que exista una realidad externa para poder distinguirla de las vivencias internas (y así poder construir la realidad). Cuando esto no es posible, se pierden los límites de ambas y ocurre una fragmentación interna que lleva a estados psicóticos. Dicho en breve: la realidad es un producto mental, pero para la mente es necesario percibirla como una entidad real, externa a la conciencia. FH: En las psicoterapias se da el “fenómeno de transferencia” donde se establece una suerte de empatía entre doctor y paciente. ¿Es posible transferir la realidad a otra persona? MN: Sí, claro. De hecho, esa es la manera de construir una imagen de nosotros mismos. Algunos llaman a tal fenómeno: “identificación proyectiva”. Se explica así: la imagen que construimos de nosotros mismos es el reflejo de lo que los demás ven de nosotros. Se dice que es una imagen en espejo. Esto es posible gracias a una capacidad mental llamada “mentalización” o Teoría de la Mente, en donde uno puede construir, en la propia mente, la mente de los demás. De esa manera uno puede tener una idea de cómo otra persona ve la realidad, en particular cómo me ve a mí como parte de su realidad. FH: Hay quien afirma que nuestra realidad se construye a

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partir del lenguaje. ¿Alterando nuestro lenguaje podemos conseguir cambios sustanciales en nuestra realidad? MN: Así es. La aparición del lenguaje verbal en el ser humano, hace alrededor de 50 mil años, modificó la manera de percibir y construir la realidad. En pocas palabras, la realidad se estructuró en forma de lenguaje. Esto tiene implicaciones por demás trascendentes. Tomemos como ejemplo el lenguaje que suele excluir o invisibilizar a las mujeres. No se trata sólo de “una manera de hablar”. El lenguaje machista no sólo es representación de la cultura, sino parte de los mecanismos de producción y reproducción de dicha cultura. Por ello algunos insistimos en que, no obstante la RAE lo considere innecesario en términos sintáctico/gramaticales y la mayor parte de las personas lo consideren ridículo, utilizar un lenguaje incluyente es una forma de transformar una realidad que ha sido opresiva y violenta contra las mujeres. FH: Finalmente, ¿es posible construir la realidad a partir de los sueños? MN: Todo parece indicar que la actividad onírica tiene mucho que ver con la consolidación de la memoria episódica que, como ya vimos, es fundamental para construir la narrativa propia que nos otorga una identidad. Hay quienes proponen que los sueños son una suerte de mecanismos de remodelación de la memoria que nos permite adecuar nuestros recuerdos episódicos a la idea actual que tenemos de nosotros mismos. Al mismo tiempo se ha propuesto que los sueños puedan ser una forma de ensayar el futuro o anticipar la aparición de eventos amenazantes y de ahí que algunos sueños tengan contenidos más angustiosos que otros. Te contaré una historia llamada“La receta de la abuela Jacinta”: Uno suele recordar que soñó pero no recuerda su sueño, aunque a lo largo del día van apareciendo en la conciencia fragmentos pequeños que, como piezas de Lego, se van armando en su memoria. Así me pasó ayer. Recordaba haber soñado algo que me había conmovido mucho, mis ojos tenían lagañas, como si hubiera estado llorando. Pero no tenía idea de nada. Hasta que al rato pensé “fue mi abuela, soñé con mi abuela Jacinta”. Yo no conocí a ninguna de mis abuelas. Jacinta murió durante la epidemia de tifo de 1918, 42 años antes de que

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yo naciera. Gracias a una foto, tengo una imagen mental de ella, pero no el registro de su voz, ni de sus gestos. Nadie me supo decir cómo era ella, porque tampoco mi padre la conoció. Él tenía cuatro años cuando su madre murió. No obstante, la Jacinta del sueño me parecía totalmente familiar y, lo que sigue, es lo que fui recordando a lo largo del día. Era la Navidad y se estaba muriendo por covid-19. Anticipando mis remordimientos, me advertía que no me preocupara, que yo no era el culpable del contagio, que ella misma había ido a buscar algo al mercado República, haciendo caso omiso a las recomendaciones. Que además era mejor morir de covid que de tifo, dada su experiencia previa. Pero era muy importante ir y encontrar el ingrediente final de su mayor obra póstuma. Tal obra no era otra cosa que cocinar una receta ancestral de bacalao, que ella había recibido a su vez de su propia abuela que era originaria de Portugal, de una familia de pescadores que se decía habían descubierto la península de Terranova y el mar de Labrador, antes que llegara Cristóbal Colón. El caso es que mi abuela nunca lo había preparado hasta esa navidad soñada en que además se contagió de covid-19. Por supuesto, que yo sepa, ella no tenía tales ancestros. Jacinta Amador era de la comunidad del Puente del Carmen, en Rioverde; aunque uno nunca sabe, habida cuenta del desmadre de mestizaje que se armó en estas naciones. El ingrediente misterioso al que se refería mi abuela eran unas papas silvestres, pequeñas, conocidas como “papitas del monte”, que en este caso, dijo mi abuela, tenían que haber sido recolectadas en el Cerro Prieto, en el municipio de Mexquitic. Fue así como poco a poco se fueron viniendo a mi cabeza todos y cada uno de los ingredientes de la receta ancestral del bacalao a la “Jacinta”, pero eso sí, bien que me hizo jurar que no la compartiera con nadie, hasta los últimos días de mi vida, cuando podría dársela a Fulgencia, mi nieta. A diferencia de mi abuela Jacinta (la onírica), que nunca se había animado a cocinar la receta (o no tuvo tiempo porque murió demasiado joven), yo sí la preparé de inmediato. Sabe a recuerdos del Puente de la Virgen del Carmen; a camino andado y vuelto a andar; a explosiones que desaparecen como fuegos artificiales, como vidas efímeras que dejan sueños eternos; a saludos nunca dados, a adioses nunca recibidos; a cosas que nunca pasaron y sin embargo pudieron haber pasado. ¬

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Autora invitada / Relato

El aire limpio olerá a albaricoque plateado Andrea Chapela

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ikka despierta, salta de la cama, se pone las pantuflas de flores rosas que esperan en el suelo porque papá siempre la regañaba por andar descalza, y corre hasta el cuarto de mamá. La puerta abierta, la cama hecha, las cortinas echadas. El libro Árboles del mundo sigue abierto en el capítulo que leyeron la noche anterior. Mamá no está allí. Rikka da media vuelta y baja las escaleras hacia la cocina. Encuentra a mamá sentada, una taza que ya no humea frente a ella, la cabeza apoyada en las manos. Rikka se detiene en la puerta. La cocina también está a oscuras. Las sombras la aplastan, siente que necesita guardar silencio. Mamá salta con el menor ruido, pero Rikka está harta del silencio. —¿Puedo checar los niveles? ¿Puedo? ¿Puedo? Mamá levanta la cabeza. Le sonríe suavemente y extiende la mano en señal de bienvenida. Rikka cruza la cocina para recibir el abrazo. Apoya la cabeza en su pecho y el olor a seguridad la envuelve. Con sus dedos, mamá le desenreda el cabello lacio y negro. Rikka aguanta un par de minutos, pero cuando no puede esperar más se desenrosca del abrazo. —¿Puedo checar los niveles? —repite bajito. —¿No quieres esperar al abuelo? ¿Recuerdas qué día es hoy? Vamos a ir al Bosque Regional. Rikka asiente. —Podemos checar los niveles antes de que Jiji llegue. —Rikka… —Por favor —extiende cada vocal mientras habla. Mamá se levanta y Rikka nota que no trae pijama, sino la ropa del día anterior. La sigue hasta la puerta de cristal que lleva al jardín. La cápsula blanca las espera al fondo, cerca de la verja donde ningún árbol le hace sombra al retoño de ginkgo que se asoma. La cápsula o maceta, como la llama

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mamá, es suficientemente alta para llegarle al pecho a Rikka y suficientemente ancha para que cuando la abrace, sus dedos apenas se rocen del otro lado. Llegó hace veinte días. Jiji la trajo en su camioneta y a pesar del dolor de espalda la cargó hasta el jardín. Desde entonces Rikka se ha levantado cada mañana para pedirle a mamá que revisen los niveles: humedad, nutrientes, luz. Rikka aprieta los botones uno tras otro y mira las gráficas en la pantalla. Luego observa con cuidado las hojas, comparándolas con sus dedos. Revisa si hay alguna hoja nueva, si han cambiado de color, lleva una cuenta exhaustiva del crecimiento. Cuando termina su inspección le sonríe a mamá. —Le voy a contar de mi diente —dice y señala el hueco en su boca. —Jiji llega en una hora. ¿Prometes estar lista? Ella asiente y mamá regresa al interior de la casa. Rikka le cuenta al ginkgo en la maceta sobre el diente que se le cayó la noche anterior. Mamá le estaba leyendo y Rikka jugaba con el diente flojo cuando de repente, pop, el diente estaba en su mano. Una brisa mueve las hojas verdes del ginkgo y Rikka siente que la escucha. En los últimos veinte días ha crecido tanto que ya está listo para cambiar de hogar. A Rikka le han explicado varias veces que los árboles normalmente no crecen tan rápido, que la cápsula tiene nutrientes modificados, que es un proceso acelerado, pero ella no ha puesto atención, todo su interés se centra en los cambios que observa día a día: la aparición del retoño, de las primeras ramas, de los primeros capullos, de las primeras hojas, los cambios de color, la caída de algunas hojas, la aparición de otras. Pronto, le ha dicho Jiji, será tan alto como ella.

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El ginkgo representa resiliencia, supervivencia, incluso renacimiento. Hace cien años, cuando cayó una bomba atómica, en Hiroshima sobrevivió un ginkgo que todavía está vivo. Árboles del mundo tiene un capítulo dedicado al ginkgo, el mismo capítulo que mamá le ha leído cada noche. Tantas veces ya que Rikka puede corregirle cuando se distrae y lee algún detalle incorrectamente. El Ginkgo Biloba es un fósil viviente, un árbol que existía en la época de los dinosaurios y que no tiene ya ningún pariente vivo. Es uno de los árboles más longevos y que purifican mejor el aire, tal vez por eso fue elegido hace treinta años como la especie a modificar para limpiar el aire. Rikka nunca ha ido al Bosque Regional, la reserva más cercana, pero ha visto videos y Jiji ha respondido todas sus preguntas. Le dijo por ejemplo que cuando el presidente anunció las nuevas iniciativas en las que cada ciudadano contribuiría a reforestar dijo que en el futuro el aire olería a albaricoques. Rikka se cruzó de brazos y contestó que las frutas del ginkgo olían muy mal y que no eran albaricoques reales, ese sólo era su nombre en chino. —¡Rikka! Jiji llegará pronto. Sube a vestirte. Rikka elige su mejor vestido, uno blanco con encaje, aunque hace que los moretones en sus brazos se noten más. Se pone también las botas de campo, amarillas y pesadas, que papá le compró para que fueran a acampar el próximo verano. Cuando suena el timbre, baja las escaleras de dos en dos gritando que ella abre. Rikka ni siquiera se detiene y se lanza directamente a los brazos de su abuelo. Jiji, un hombre grande, con el cabello blanco y los brazos fuertes, recibe a Rikka. Ella comienza a hablar de su diente, de la cápsula. Mamá abraza a su suegro y luego mira a Rikka. —Ese vestido… —comienza, pero Jiji la interrumpe. —Deja que la niña se ponga lo que quiera. Mamá suspira con cansancio y no continúa la discusión. —Por lo menos sube por un suéter antes de que nos vayamos. Rikka sube las escaleras de dos en dos, toma el suéter y en un último momento toma el diente que escondió entre sus calcetines la noche anterior para que el ratón de los dientes no lo encontrara. Cuando baja, corre al jardín. Se detiene al cruzar la puerta de cristal y camina hasta el pasto aplastado donde antes estaba la maceta. ¿Por qué tienen que llevarse el ginkgo? ¿No sería mejor que se quedara con ellas en la casa? ¿No limpia el aire igual de bien desde allí? La voz de Jiji desde 8

la reja, le hace alejar la mirada del pasto. Sale por la puerta lateral. Jiji está cerrando la puerta de la cajuela. —¿Lista? —le pregunta. —¿No puede quedarse con nosotros? —Los ginkgos tienen que vivir en el Bosque Regional. Son las reglas —dice mamá. Tiene la puerta del coche abierta y parece que es lo único que la sostiene, como si al soltarla fuera a caerse. —Pero… —Tenemos que irnos, Rikka, o llegaremos tarde a la cita. Rikka obedece a mamá y sube al coche. Salen de casa, toman la calle, se alejan del vecindario con todas sus casas tradicionales, el pequeño pueblo pasa rápido a su alrededor. Papá y mamá lo habían elegido para vivir por la cercanía con la naturaleza, que era un claro beneficio para criar a una niña. Cruzan el río cristalino y brillante bajo el sol. Veinte minutos después, Rikka señala la línea de árboles a la distancia. Pasan por debajo del arco que anuncia la entrada al Bosque Regional y se internan en busca del lote 3307. Un hombre alto, vestido con un traje negro, pero con el cabello en una coleta larga, los espera en la entrada de la sección. Se inclina cuando estacionan el coche. Luego se acerca a la cajuela y ayuda a bajar la cápsula, pero Jiji insiste en llevarla. El hombre guía el camino y ellos lo siguen. Rikka mira alrededor. Los árboles, todos ginkgos, son enormes, mucho más altos que todas las imágenes del libro. Algunos han comenzado a ponerse amarillos anticipando el otoño. La mayoría de los árboles en esta sección tiene más de veinte años según las placas que hay frente a cada uno. En algunos casos, los árboles tienen un pequeño altar, una fotografía frente a ellos. Rikka, que no ha perdido el placer en su recién adquirida habilidad de leer, busca cada uno de los nombres y los lee en voz alta. Al llegar al lote ya hay un hueco abierto. El hombre y Jiji acomodan la cápsula, pero se detienen antes de accionar la pequeña excavadora mecánica que abrió y cubrirá el hueco. —¿Quieres un momento? —pregunta el hombre a mamá—. Se puede encender incienso si lo desean. Ella niega, pero voltea hacia Rikka cuando ella jala la manga de su vestido negro. —¿Puedo dejar esto? Saca su mano del bolsillo y le muestra a mamá el pequeño diente. Mamá asiente, incapaz de hablar, así que Rikka camina hasta la maceta, se inclina sobre ella y la observa REVISTA ESPEJO HUMEANTE #8 / realidad


J. M. Eder & E. Valenta, (1896)

por un momento antes de enterrar el diente cerca de los sensores. Regresa junto a mamá, quien la toma de la mano y la aprieta como si necesitara ese contacto para mantenerse en pie. La pequeña excavadora mecánica se despierta y comienza su trabajo. Durante los diez minutos que le toma cubrir el hueco, el único sonido es el ruido metálico de la pala al subir y bajar. Rikka la observa sin alejar la mirada, no quiere ver a mamá, le basta con sentir su mano que tiembla. Vuelve a pensar en pedir que se detenga todo, tal vez debería decir algo, quizá no está bien que dejen la maceta allí, podría volver con ellas, pero no encuentra las palabras. El temblor de mamá la calla cada vez que quiere hablar. Cuando la excavadora termina, el hombre vuelve a inclinarse y se aleja. Les da un momento. Mamá no dice nada antes de dar vuelta para irse, pero Rikka se niega. Se pone dura, no se mueve. —¿Qué pasa? —la voz es casi un suspiro. —¿Papá no puede volver con nosotros? Ya no quiero que se quede. Mamá se arrodilla para quedar a su altura y Rikka nota que tiene los ojos rojos. —Cariño, papá tiene que quedarse aquí. Te lo expliqué, ¿recuerdas? Papá es un árbol ahora. Papá vive en la cápsula y ahora es un ginkgo y va a vivir en el bosque. Vendremos a visitarlo, lo prometo. Rikka mira el retoño, la tierra fresca a su alrededor hace que, entre los árboles grandes y frondosos del bosque, parezca más pequeño ahora que la maceta ya no se ve. El árbol se alimentó de las cenizas de su padre para permitirle crecer más rápido y grande que los ginkgos normales. Rikka sabe que son un mismo organismo, pero aun así no se REVISTA ESPEJO HUMEANTE #8 / realidad

mueve. Jiji nota su vacilación y la toma en brazos. Rikka siente que se le abre un hueco adentro y por primera vez desde la noche en que Jiji la llevó a casa del hospital, se echa a llorar mientras se alejan. ¿Qué importa que el ginkgo represente renacimiento, que todos estos árboles estén limpiando el aire para que Rikka pueda jugar en la calle, que ahora en vez de cementerios hay bosques y los problemas forestales se han hecho personales? ¿Qué importa todo esto si papá se queda aquí y ella se va? De esa noche recuerda el sonido de la lluvia contra el parabrisas. Se mezclaba con la música clásica de la estación que papá siempre ponía. Rikka iba sentada atrás, leía en voz alta cada uno de los carteles que pasaban. Papá y mamá discutían enfrente. Recuerda el sonido de sus voces, aunque no recuerda qué decían, recuerda la cara de papá cuando se giró a pedirle que dejara de leer, recuerda la vergüenza que sintió, sus quejas, la llamada de atención. De pronto las luces la cegaron y el sonido de un claxon la ensordeció. Después de eso, la aceleración, el golpe y luego el silencio. Algo olía a quemado. Unos brazos la sacaron del auto, la voz de mamá, el sonido de ambulancias. En sus recuerdos el hospital es un manchón blanco del que sale y entra gente. La siguiente imagen clara es la llegada de la cápsula. Mamá le explicó esa mañana, un mes atrás, cómo abrirla, cómo mezclar la ceniza con tierra fresca para llenarla, cómo plantar la semilla modificada, cómo colocar los sensores y sellarla. Durante un mes, Rikka creó un ritual para observar cómo su padre se convertía en un árbol, pero ahora mientras se alejan, lo observa desde los brazos de Jiji y no puede evitar recordar entre los vidrios del auto, aquella noche, la misma silueta de ramas iluminadas en la oscuridad. ¬ 9


Autor invitado / Relato

Un episodio extraño Ulises Paniagua Olivares

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ecidí escapar a mi residencia de verano cuando anunciaron que, a causa de una pandemia, uno debería recluirse en casa. Por fortuna, escribir y vender guiones de ciencia ficción a una compañía productora extranjera me ha permitido ahorrar un capital respetable, así que ante tales circunstancias la cuenta en el banco me despojaba de cualquier apuro. Llegué a mediodía, abrí la puerta. El sol iluminó, esplendoroso, las curiosidades y reliquias que guardo: un librero con la colección completa de los libros de Philip K. Dick e Isaac Asimov, un teatro guiñol arrumbado, el traje de pierrot que cuelga de un perchero polvoso; la réplica, a escala natural, del “alien” de H.R. Giger; los posters que anunciaron el espectáculo de Harry Houdini, del ilusionista David Copperfield y una función cinematográfica de Georges Méliès. Me sentí orgulloso, fascinado ante la colección que cultivo desde hace años. Algo se movió dentro de la residencia. Al girarme hacia la sala, me quedé inmóvil: un tipo entrado en años, espigado, bebía un trago. Se mantenía quieto. No pude distinguir bien los rasgos del desconocido, excepto un tupido bigote blanco, muy similar al mío. Y eso es mucho decir, pues entre el gremio de los guionistas el bigote de Ismael Sardukán, es decir, mi bigote, es ampliamente reconocido. —¿Quién es usted? —pregunté, al tiempo que corrí las persianas. Entró un disparo de luz. El desconocido gruñó, se cubrió el rostro con el dorso de la mano y, ante la incomodidad de la riada lumínica, dio un paso al costado. Repasé de forma mental mi ruta de escape hacia la puerta por si el tipo estuviese armado o se tornara violento. Algo en él, sin embargo, me despertó simpatía. Cuando se descubrió la cara, mi asombro fue mayúsculo. Era idéntico a mí, sólo que un poco más flaco, canoso, con arrugas profundas en el rostro. No vestía un traje elegante como los que acostumbro, sino

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a Jorge Luis Borges y Stanislaw Lem, con profunda admiración, al Dr. Emmet Brown, por regresar del futuro.

un suéter desgastado, de cuello alto. —La pregunta es quién eres tú, carajo —respondió con la misma cara de imbécil que seguro yo esgrimía. Me impactó la manera en que acentuaba la palabra “carajo”, del mismo modo en que suelo hacerlo. —Hola —dije, soy Ismael Sardukán—, vine a esta casa a refugiarme de la pandemia. —No —dijo con firmeza—. Yo soy Ismael Sardukán. Esta es mi tercera pandemia. —Mi segunda —reforcé, para mantenerme a la altura. —Esto está jodido —replicó. En otras circunstancias pensaría que este encuentro era raro, un evento extraño, pero con las condiciones actuales del planeta, lo extraordinario no despierta un desconcierto catastrófico. Mi residencia de verano, además, es bastante peculiar. Una madrugada vi salir un duende de la recámara, muy quitado de la pena; el fantasma de una mujer barbuda aparece de forma recurrente mientras tomo una ducha; y más de un par de ocasiones me ha despertado el cosquilleo de la nariz de un conejo blanco (salido sin duda de un sombrero). Cada uno de estos incidentes es común —al menos eso determiné después de horas de concienzuda reflexión— debido a mi colección de artilugios de magia, brebajes y recetarios de hierofantes. Así, encontrarme conmigo me pareció un hecho natural. —Sé lo que estás pensando —dijo el viejo—. Sabes cómo es esta casa, un punto peculiar del espacio. Parece que el día de hoy hemos coincidido en un desajuste temporal o en alguna trampa de la teoría de cuerdas. —Esto está jodido, carajo —repuse. El tipo, es decir mi “yo” del futuro, se encogió de hombros. Era desesperante ver reflejada mi indolencia en otro cuerpo. —¿Por qué usas ropa corriente? —lo regañé, agresivo— Procúrame, soy un guionista importante.

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—Ya no somos guionistas —contestó con una sonrisa de oreja a oreja. —¿Cómo que ya no? —Decidimos, de manera sabia, regresar a publicar poesía y ensayitos filosóficos. —Eso es una bicoca. No alcanza ni para cigarros. —Sí alcanza, cuando son baratos —me mostró una cajetilla de cigarros sin filtro. —¿Y cómo nos ha ido con los poemitas? —No me quejo. El dinero no lo es todo. —Para mí, sí, ¿cómo crees que compre esta residencia, el whisky que te estás bebiendo? —¿Y la filosofía? —Nos volvimos una especie de estoicos budistas. —No puede ser, solíamos considerarnos epicúreos, cercanos al hedonismo. —No te apures, Sardukán. Ahora nos sentimos plenos. —No hables en plural. Di que tú te sientes mejor, a mí me interesa seguir escribiendo guiones. Tengo pensado uno maravilloso sobre un tipo al que le instalan un chip enciclopédico, una verdadera intriga futurista. —Ah, ése. Ni lo escribas. Resultó un fracaso. Por cierto, debiste casarte con la chica de cabello castaño, ¿cómo se llamaba? —No me sermonees. El bigotón se sentó con parsimonia. Furioso, me dirigí por una copa de whisky. Cómo podría ocurrir en el futuro que mi guion fracasara, era brillante. Me invadió una ligera náusea; después de dos tragos, me sentí reconfortado. Un ruido proveniente de la recámara me mantuvo alerta, pensé que se trataría del duende. Para mi sorpresa, me vi aparecer unos veinte años más joven, sin bigote, al estilo de un rockero, un “dark” o algo similar. Había olvidado que solía vestirme de ese modo; me resulté grotesco. —Esto está jodido, carajo —exclamó mi “yo” joven. El anciano nos presentó, no sin ironía: —Ismael Sardukán guionista, te presento al imberbe Ismael Sardukán, explorador, intento de fotógrafo y pasante de poeta. Llegó hace dos días. Se la ha pasado llorando porque su novia lo abandonó en plena epidemia. Su amigo le prestó esta residencia. No me cree que adquirirá esta propiedad en el futuro. Por cierto, le encanta debatir conmigo sobre literatura.

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—Se ve preocupado —comenté. —Claro —dijo el veterano—. Es su primera emergencia sanitaria mundial. Se acostumbrará. —Cállese, viejo idiota —respondió el chico—. A mí la muerte me tiene sin cuidado. Lo importante, lo único es para mí el amor ¿Ha leído la metafísica del amor, de Schopenhauer? —Claro que la hemos leído. Ya se te pasará esa etapa, Schopenhauer es un ogro resentido. Ahora leemos a Baumann y a Byung-Chul Han. No sé si alcanzarán la gloria, pero encuentro en ellos cierta actualización filosófica. —No sea tonto. Seguro no le gusta tampoco la idea del superhombre, de Nietzsche. —Es anacrónica. —Anacrónico, su bigote. Usted es un traidor, vejete, yo creo en el “ser”, en la pureza de la ontología. —Ahora creemos, pero no en un solo “ser”, sino en las distintas expresiones del “ser”. No existe un “ser” único ¿Qué piensas, Sardukán guionista? —A mí no me incluyan —intervine. —Tú no te salvas —dijo Sardukán arcaico—. Confiesa, ¿qué fue de tu fascinación por los clásicos, por los libros intelectuales? —La tengo a resguardo. Me avergüenza hablar de alta literatura con los productores de cine. Son primitivos, no entenderían una palabra. —Te vendiste —exclamó el mozo. De pronto, sin apenas notarlo, mis duplicaciones se hicieron de palabras en un campo literario. Me recargué en el librero, dispuesto a disfrutar el espectáculo de la furiosa lucha, una batalla intelectual que había comenzado, sin duda, desde que mis réplicas se conocieron dos jornadas antes. —Te hace falta leer mucho —dijo el mayor, con arrogancia. —Cállese la boca, carajo. Le voy a romper la cara. —Atrévete. El chico se arrojó como un animal herido. El tipo del bigote, aunque lento, recordó las lecciones de judo que frecuento; lo envió al suelo en un movimiento. El muchacho volvió a la carga. Se entrelazaron, combatieron, estaban fuera de control. Pensé en intervenir; me contuvo el descubrimiento, en la mano de mi “yo” joven, de una navaja con la que solía acompañarme para hacer exploraciones en el

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bosque y la montaña. La pelea se tornó feroz, se dieron con todo: con un libro, el teléfono, los vasos. Estropearon mi alfombra de chenilla con el whisky que se desparramó. Se jalonearon, se arañaron, mordieron y trompetearon, fueron unos salvajes; no sabía que yo podía ser un auténtico salvaje. De forma abrupta pararon. El “yo” viejo se puso de pie. Pensé que habría resultado victorioso hasta que comprobé, con horror, que la navaja se le había enterrado por accidente en la yugular. —No te muevas —grité. El tipo se arrancó la navaja del cuello, sin darme tiempo a asistirlo. Un chorro de sangre salió disparado desde su cuerpo. —Mis muebles…mis cortinas —lamenté. El veterano trastabilló, trató de contener la hemorragia con los dedos, me contempló con ternura, y dijo, dramático: —¿Ahora lo ves? Es tiempo. Debemos volver a la poesía. Luego se vino abajo. Mi “yo” lozano observó el cuerpo sobre el piso. Marqué, mientras tanto, a la policía. Antes de que la llamada se concretara, apagué el teléfono. Reconsideré, ¿qué podría decir?, ¿cómo iba a explicar los duendes, el fantasma de la mujer barbona, mi triplicación espontánea? Era un argumento retorcido. Pensarían, bajo el clásico cliché, que estaba loco, se reirían a través de la bocina. Derrotado, me senté junto al chico y le di un par de palmaditas en la espalda. Después me miré allí, echado, muerto, un objeto inerte. Tuve una ligera alegría que me hizo sentir culpable: dilucidé que de las dos posibles tragedias ésta resultaba la menos ingrata. Es decir, si el Sardukán joven hubiera muerto en lugar del otro, probablemente yo hubiese desaparecido, de tal modo no existiría esta narración. Era mejor así, quién sabe qué mecanismo del futuro habríamos alterado, pero daba igual, seguíamos vivos, al menos el “yo” del pretérito y el del presente; aunque claro, resultó incómodo confirmar que nuestro “yo” del futuro estaba muerto en el presente. Qué lío. Ambos, Sardukancito y Sardukán, nos llevamos la mano a la barbilla con nuestro gesto característico.

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—Esto es perturbador —le hice notar—. También es, en cierta forma, excitante, como una historia de Jorge Luis Borges mezclada con una de Stanislaw Lem. —Borges es demasiado complejo; es un vanidoso. —Muchacho, no puedes hablar mal de Borges. Debes revisitarlo, con atención. Se encogió de hombros. —Me da igual —respondió rabioso—. Al otro, ni lo conozco. Sin embargo, como dijo William S. Burroughs… —Ese es un drogadicto burgués, un escritorcito descuidado, ni lo menciones. Mi “yo” joven me miró con ira. Guardé silencio. Comprendí que él tenía gustos literarios que mi “yo” actual ha dejado al paso del tiempo, que la idea de la inmortalidad y lo solemne se esfumaron; que en la actualidad me interesa más una buena prosa o el mecanismo necesario para lograr una historia memorable. Mis ídolos literarios son otros, he cruzado un largo camino desde William Faulkner y Pablo Neruda hasta Paul Auster, Milorad Pavic y Wislawa Szymborska, por ejemplo. En resumen, era inútil discutir, teníamos gustos distintos, éramos personas diferentes. Alcé la copa de whisky, brindé. Correspondió al gesto. Miramos nuestro cadáver sobre la alfombra. —¿Lo enterramos en el jardín? —le consulté. Mi “yo” joven asistió. Me miró con complicidad; aunque, no sé, me pareció percibir un brillo oscuro en sus ojos. Me pregunté entonces si la muerte de nuestro doble fue producto de un accidente. Enseguida se puso de pie, fue a buscar una pala. Saqué una cajetilla, encendí un cigarro, me incorporé a abrir la ventana. Afuera se escuchaban los pájaros; no había una voz humana a la redonda, el sol permanecía esplendoroso. La vida semejaba ser tan perfecta que uno juraría que no podría existir un virus mortal en las calles o un muerto dentro de la casa. Vi flotar las volutas de humo; me atusé el bigote. Percibí que el chico me espiaba, con un gesto sospechoso, desde el jardín. Comprendí que esta cuarentena conmigo mismo iba a ser cruda, interminable. Con delicadeza me incliné, y guardé en mi bolsillo la navaja de explorador, por si las dudas.¬

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J. M. Eder & E. Valenta, (1896)

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Autor invitado / Relato

La mano derecha del candidato Servando Clemens

E

l candidato a la alcaldía por el Partido Independiente Democrático ya tenía ganadas las elecciones. Ya nadie podría alcanzarlo faltando tan sólo dos meses para las votaciones. Así que decidió ir en solitario a su casa de campo (tal como se lo recomendó su coordinador de campaña) a beber una copa, fumar un poco de hierba y dormir en una hamaca a la luz de la luna para relajarse. Se puso ropa holgada, abrió la ventana para que ingresara el aire fresco que cruzaba los pinos, expulsó el humo y tomó un trago de vino tinto. Mientras admiraba las vacas que comían pasto, notó que una figurilla rechoncha salía del pozo. —¿Qué carajos es eso? —dijo, escupiendo el vino por la ventana. Aquel extraño ente se sentó en la orilla del pozo, cruzó las piernas y saludó con su pequeña mano al próximo presidente de la ciudad. El joven candidato dejó caer el porro al piso de madera, aplastó la brasa con la suela del zapato deportivo y se restregó los ojos con fuerza para desaparecer aquellas alucinaciones. —¡Ah, caray, es un mapache! El animal saltó del bordillo, puso las manos detrás de sus caderas, caminó a paso decidido hacia la casa y tocó la puerta. —Esto no puede estar pasando. El candidato tomó un cuchillo de la mesa y echó un ojo por la mirilla, pero claro, no pudo ver a nadie. —¿No piensa abrir la puerta? —preguntó el mapache con voz chillona—. Tengo algo muy importante que comunicarle, es de vida o muerte. —No debí fumar esa maldita cosa que me regaló Jaime. —Vamos, déjeme entrar —dijo el cuadrúpedo, mirando un reloj de pulsera—. Tenemos poco tiempo. —¿Qué deseas? 14

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—Salvarle la vida y algo más. —¿Cómo sé que puedo confiar en ti? —Sé de buena fuente que el señor Jaime Aspe planea matarlo. De hecho, ya viene en camino un asesino. El candidato abrió la puerta. El mapache se sacudió las patas en el felpudo, entró al recinto y se acomodó en uno de los sillones de la sala. —Jaime Aspe es mi coordinador de campaña —dijo, escondiendo el cuchillo—. ¿Cómo puedo creerte? —Revise su alacena, por favor. Ah, y guarde ese utensilio de cocina, podría cortarse un dedo. —Oh, perdón. El político se subió a un banco, buscó al fondo de la alacena y encontró varias bolsas que contenían polvo blanco. —¿Qué es esto? —Le sembraron la evidencia, amigo, lo matarán a sangre fría, dirán que usted tenía nexos con la mafia local y su honorabilidad saldrá embarrada. —¿Por qué harían algo así? Yo no tengo enemigos, todos me quieren, incluso mis adversarios políticos. —Usted es un tipo carismático y preparado, eso nadie lo duda, pero peca de ingenuo y confiado. —¿Quién querría hacerme daño? —Su coordinador de campaña ya pactó con la gente del Partido Popular Revolucionario; a Jaime le ofrecieron un buen puesto en el ayuntamiento, un automóvil último modelo y mucho dinero por su cabeza. El candidato sacó un par de cervezas del refrigerador y las destapó con un encendedor. —¿Quieres una? —Sí —dijo el mapache, tomando la botella con las dos manos. —¿Y cómo sé que lo que me dices es verdad? El mapache tomó un trago de cerveza, hizo un gesto de desespero y se arrellanó en el sillón. —No lo sabrá hasta que el matón que contrató su coordinador entre por la puerta trasera que usted nunca arregló y le llene el cuerpo de plomo. —Sé defenderme de los delincuentes, he tomado cursos de defensa personal. —No se haga tonto —dijo el mapache—, no sabe pelear, no tiene armas y aunque las tuviera, no sabría cómo usarlas contra un profesional. —No lo puedo creer —dijo, dándose un par de bofetadas. —¿No puede creer que Jaime lo haya traicionado? REVISTA ESPEJO HUMEANTE #8 / realidad

—No puedo creer que un mapache me esté hablando. El mapache volvió a verificar la hora. —Ese asesino ya debe estar llegando. La información que le estoy ofreciendo es fidedigna. Yo mismo he estado investigando a ese traidor. Nunca confié en ese lameculos. —Yo creo que estoy alucinando por el cansancio y/ Una camioneta con las luces apagadas entró al estacionamiento. —Enciérrese en el baño, ponga seguro y no salga a menos que yo se lo indique. —Pero/ El mapache tomó el cuchillo que había dejado el candidato encima de la mesa, apagó las luces y se escondió detrás de un jarrón. —Hágame caso si quiere seguir con vida. Al político no le quedó otra opción y se metió al baño. —Señor —dijo el matón, cortando cartucho—, tengo un mensaje que darle por parte del señor Jaime Aspe. Se escuchó un grito de horror, quejidos y luego el sonido de un bulto pesado al caer. —Ya puede salir de su escondite —dijo el mapache mientras lavaba sus manos y el cuchillo con el agua del grifo. El político salió, encendió un foco y vio a un robusto hombre de cabeza rapada que yacía en el suelo con varias cuchilladas en las piernas y el tórax. —¿Qué hiciste? El mapache bajó del lavatrastos, secó sus manos con una toalla y dijo: —Le quité una piedra del camino. —Gracias, pero ¿por qué me ayudas? —Porque quiero que usted sea alcalde y que me apoye en algo. —Dime, ¿qué deseas? —Deseo que me deje vivir en esta casa de manera formal y que todos los fines de semana me traiga comida, cigarrillos y bebida para mí y para mis amigos. Ya me harté de vivir en las profundidades del pozo y de comer basura de la calle. El hombre miró los pelos de mapache que estaban pegados a los sillones y al tapete de oso. —Por lo que veo, ya tienes tiempo viviendo en esta casa y consumiendo mis alimentos. —Correcto, señor, pero ya no pretendo esconderme de nadie y mucho menos buscar sobras en el refrigerador. El mapache tomó la pistola que estaba en la mano del asesino y la inspeccionó. —Oye, ¿qué haces con eso? 15


—El trabajo aún no termina aquí, señor candidato. Tenemos que acabar con su coordinador de campaña y con sus demás enemigos. —¿Harías eso por mí? —En efecto —dijo el mapache—. Yo le puedo ser de mucha utilidad. Nadie sospechará de un inocente y escurridizo animalito. Yo poseo habilidades especiales: puedo entrar a todas partes, soy rápido, puedo escuchar todo, soy inteligente, soy un gran peleador y sé usar todo tipo de armas. Yo quiero ser su colaborador de confianza y el jefe de su cuerpo de seguridad. —Creo que es justo y necesario. Te lo ganaste a pulso, camarada. —Pero también quiero un sueldo fijo, prestaciones por encima de la ley y quiero acompañarlo a todas partes; por supuesto, sólo será con el objetivo de protegerlo y de aconsejarlo en todo momento. El candidato se sentó en el suelo, sacó un cigarrillo y se lo colocó en la boca. —Tenga, jefe. —El mapache le ofreció una caja de cerillos. —Gracias. —Lo encendió y dio una larga calada—. Ahora tendremos que desaparecer ese cadáver. —No se preocupe, jefe —dijo el mapache, chifló y cinco mapaches entraron por una ventana—. Mis colegas se harán cargo de ese asunto. —Esto es una locura. El candidato le pasó el cigarro a su nuevo colaborador. —Vaya a su casa con su familia y descanse —sugirió el mapache, dando una fumada—, aquí mis amigos tienen que limpiar toda esa sangre y sepultar un enorme cadáver. —¿Seguro? —Sí, jefe —dijo, levantando la pistola—. Yo me haré cargo de Jaime Aspe… Todos pensarán que fue un asalto y ese Judas será el nuevo mártir de su campaña política.

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—De ahora en adelante serás mi hombre… o animal de confianza —dijo el candidato, estrechando la mano del mapache—. Te lo ganaste a pulso. —Ahora váyase y duerma. —Sí, iré a casa. Necesito el cariño sincero de mi esposa. —Vaya tranquilo, después hablaremos de esa mujer… —¿Qué? Dímelo ahora. —Lo siento, jefe, no puedo revelar los secretos íntimos de su señora en este momento, sólo le puedo decir que usted estará más feliz cuando se entere de la trágica muerte de Jaime Aspe. —Maldita perra… Con mi mejor amigo. —Tranquilo, guarde la compostura. Por lo pronto necesitará a una primera dama, después nos encargaremos de ella y haremos que todo parezca un lamentable accidente. Yo mismo le ayudaré a buscar una nueva compañera. —Pero/ —Usted confíe en mí y llegaremos lejos. —Gracias por todo. El candidato salió de la casa mientras los cinco mapaches sacaban el cadáver de la casa de campo. —Usted y yo nos encargaremos de limpiar esta putrefacta ciudad, ¿verdad que sí, jefe? —lo dijo casi como una orden. —A-así es, trataremos de hacer un buen trabajo —respondió el candidato como un niño regañado. ¬

* Este cuento resultó ganador del II Concurso Internacional de cuentos on-line "Oscar Wilde" 2020.

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Autor invitado / Relato

Enjambre Pedro J. Acuña

S

e conocieron en una fiesta. Con una seguridad alcoholizada, Héctor se acercó a Karla. Hablaron de cine serie B, italianadas, ciencia ficción de los cincuenta, zombis, Gamera; ella le contó que era fotógrafa y él mencionó su trabajo en un despacho jurídico. Intercambiaron teléfonos. De regreso a su casa, mientras el taxista hablaba de política, Héctor se preguntaba cómo sería la primera vez que la besara, si sus manos y pies eran fríos, si se vería mejor desnuda que con ropa. Lo único que no le gustó de Karla fue su voz: nasal y aguda. Pero que tuviera un defecto la hacía real, humana. Esa noche, Héctor durmió feliz. Esperó una semana y le marcó. Quedaron de tomar un café al siguiente día. Estuvo la mañana entera distraído. Le hormigueaban las manos cada vez que se acordaba de ella y se le hacía un hueco en el estómago. La citó en un café del Centro. Llegó vestida con un cárdigan rojo y unos jeans ajustados; a Héctor le pareció el traje de una termita reina. Comenzaron por preguntas simples: ¿cómo acabaste ese día?, ¿qué tal tu semana?, ¿qué has hecho? Karla habló de fotografía: tiempos de exposición, apertura del diafragma, sensibilidad de la película, de la falsa superioridad de lo analógico sobre lo digital. Comparó la fotografía con la caza: una buena foto es aquella que se dispara con el cuerpo entero, con el sistema nervioso perfectamente calculado para ponderar, en menos de un segundo, la luz, el encuadre, el momento. Según ella, el fotógrafo otorgaba la eternidad en un disparo. Mientras hablaba, Héctor creyó ver que se hacía ligera, como si pesara menos que un mosquito. Era más alta que él, con una nariz recta y ligeramente aguileña, ojos grandes y cafés, cara alargada, pelo iridiscente como un escarabajo enjoyado; incluso sus dientes, polillas blancas y perfectas, le gustaban. Cuando ella se levantó al baño, Héctor se fijó que Karla

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movía la cadera con un ritmo oscilante y festivo, como el de una libélula. Se entreveía, a causa de los jeans, la piel de su espalda baja, erizada por el frío de la tarde. Hasta él, un abogado sin pretensiones estéticas, podía reconocer la belleza cuando se le estrellaba en la cara. Sonrió. La acompañó a su auto después de tres horas en el café. Se despidieron con un “Nos hablamos en la semana”. En el trayecto a su casa, Héctor se puso nervioso: ¿y si la aburrió? ¿Qué tal que Karla sólo había fingido por amabilidad y nunca más le contestaría el teléfono? ¿Se dio cuenta de que su risa, desagradable como su voz, lo había incomodado al principio? ¿Estaba saliendo con alguien más? No quería creer en un enamoramiento tan rápido, pero negar lo obvio era de necios. Miró a la gente en la calle: solitarios, cabizbajos, cansados. De la emoción, sentía que flotaba algunos milímetros por encima del suelo. Le dio vergüenza lo cursi que eso era. Contrario a todo su nerviosismo, Karla aceptó tener una segunda cita con él. La noticia le alegró la semana, aunque dos días salió del trabajo a la una de la mañana. Quedaron de verse el jueves en una cantina al sur de la ciudad. Después de tres cervezas, Héctor le preguntó por sus fotografías. —Me da pena —dijo con su voz horrible. —Ándale, déjame verlas. Sacó su cámara digital. —A ver si te gustan —apuntó, con la cara roja como una catarina. Las fotos eran primeros planos de cabezas de insecto. Él nunca hubiera pensado que tuvieran tanta textura, tanto detalle. Y, en especial, que fueran tan expresivos. Una araña parecía burlona; una mantis se veía feliz y satisfecha; una tijerilla insinuaba un llanto; un pez de plata mentía. Estaba impresionado.

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Héctor le contó de su fascinación infantil por los insectos, que durante la secundaria quiso ser biólogo pero su papá lo convenció de que eso no era una carrera de verdad. Aún guardaba en su departamento los libros de entomología que compró al terminar la preparatoria. —¿Qué te parecen? Igual no están tan buenas como las de tus libros. —Las otras son, no sé, estériles; éstas tienen más vida. Nunca había visto nada tan bonito —respondió Héctor. No sólo se refería a las fotografías. Ella sonrió. Días después, fueron a su primera fiesta juntos. A ella le gustaba tomar vodka con arándano; él sobrevivió la noche con cerveza. Mientras bailaban, se acercó y la tomó de la cintura. La besó y saboreó el azúcar extra que Karla le ponía a sus tragos. Héctor sintió cosquillas, como si una colmena de avispas caminara por su cuerpo. Cuando se separaron se les escapó una risa. Se mudaron a un departamento a los pocos meses.

Llevaban ya un año juntos y Héctor no podía estar más feliz. Con lo que ganaban les alcanzaba para rentar una casa con jardín y pudieron comprar una sala, una pantalla plana y un estéreo Bose. Todavía no hablaban de casarse o tener hijos, pero él estaba dispuesto a envejecer con ella; empezó a pagar un anillo de compromiso que iba a comerse sus ahorros de un año. Un día, a las tres de la mañana, como era su costumbre de los miércoles en la madrugada, empezaron a hacerlo. Llegaron juntos al orgasmo, uno profundo, con la sólida base de la rutina y el conocimiento de otro cuerpo cual si fuera el propio. En cuanto el semen tocó la pared vaginal, se desencadenó un segundo orgasmo. Por unos instantes, Karla reveló su verdadera forma: una inmensurable espesura de bichos. La cara se deshizo en cochinillas color carne; los brazos eran ciempiés unidos como hebras de una cuerda; la piel, formada de cucarachas aplanadas, se separó lo suficiente para se le vieran las entrañas: millones de orugas sustituían a los intestinos. No había huesos: la estructura humana se sostenía por medio de mandíbulas de escarabajos hércules. Los ojos eran una colonia de langostas blancas. Su cabello se reveló como una maraña de insectos palo. El enjambre, al darse cuenta del error, volvió a unirse. 18

Héctor la aventó y agarró instintivamente una bata. —¡Espérate, Héctor! —gritó ella. Héctor se encerró en el baño, sacudiéndose la entrepierna. Unos alacranes cayeron al suelo y desaparecieron bajo el marco de la puerta. —¡Abre, por favor! —suplicó. La voz que se escuchó era un canon: hablaba desde quién sabe qué espacio: una jauría de sintetizadores aullaba lascivamente con cada sílaba, como si alguien raspara un pizarrón. Las voces se separaban por una milésima de segundo; cuando la primera iba a la mitad de una frase, la última comenzaba a decirla: una polifonía apenas comprensible. —Abre la puerta, por favor —dijo el coro invertebrado. Con cada palabra, el siseo machacaba los oídos de Héctor.

Un par de horas después, Karla volvió a tocar la puerta. —¿Estás bien? —su voz había regresado a ser la nasal y aguda. —Por favor, vete. —Sal y hablamos. Se oía tan tierna. —Vete —rogó él. Karla se vistió, tomó su cartera, su celular y salió del departamento. —Márcame cuando puedas. Héctor escuchó la puerta cerrarse y no salió hasta que el escozor de la orina desapareció de sus piernas.

Héctor se mudó con sus papás. Cuando le preguntaron por Karla, respondió que se habían peleado, que no sabía lo que iba a pasar. A pesar de lo que había visto, el concepto de terminar con ella le trajo un vacío en el estómago. No mencionó ojos de larvas o piel de grillos, pero empezó a exigir repelente de mosquitos, calidad industrial, gises anti cucarachas en los cuartos, y siempre tenía a la mano un Raid casa y jardín. Una tarde, su padre trajo jumiles. Al verlos, Héctor cogió su insecticida y bañó la mesa hasta que la lata quedó vacía. Durante un mes no contestó ni las llamadas ni los mensajes de Karla. Todos eran similares: “Sólo dame una oportunidad para hablar. Te amo”, “Si quieres terminar aquí, está bien, pero vamos a vernos”, “No tires a la basura lo que hemos vivido”, “Me estoy muriendo sin ti”. La ausencia de Karla empezó a minarlo. El recuerdo REVISTA ESPEJO HUMEANTE #8 / realidad


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de los desayunos que hacían juntos, cómo roncaba, cómo siempre se alegraba cuando lo veía. Su cuerpo, su cara; el sexo en la cocina, el baño, la cama, el balcón. Sus fotografías. Mató una mosca y se sintió culpable. ¿Qué tal si era el pezón de un niño al final de la cuadra? Cambió de opinión inmediatamente y arremetió, con furia y chancla, contra el cadáver. Un jueves por la noche, veía el Discovery Channel: pasaban un programa sobre la vida sexual de las babosas; los falos salían de la cabeza y se mezclaban en una especie de flor traslúcida. Así intercambiaban material genético para después, en soledad, parir. Héctor se horrorizó y enterneció al mismo tiempo. Extrañó a Karla y le envió un mensaje: “¿Dónde estás?” “En el departamento. Por favor, vamos a vernos. Te extraño muchísimo. Sólo quiero hablar”. Tardó tres horas en contestar. “Te veo allá a las ocho”. “Aquí te espero”. Aventó el teléfono a la cama. No creía lo que estaba a punto de hacer. Pensó en romper la cita, mandarle un último mensaje y cortar cualquier tipo de relación. No iría por ropa ni por la tele, que se las quedara, no quería saber más de ella. El último pensamiento le tensó los brazos. Afuera llovía. En el marco exterior de la ventana, vio una mariposa que luchaba por levantar el vuelo: sus alas, agujeradas por el agua, eran de color malva, pálidas y frágiles; le faltaba una pata, y la lengua, antes un espiral perfecto, colgaba de forma miserable. Héctor tomó una chamarra y salió. Media hora después, estaba enfrente del edificio. El reloj marcaba las ocho. Saludó al vigilante, tomó el elevador y REVISTA ESPEJO HUMEANTE #8 / realidad

llegó al octavo piso. Suspiró. Estaba cansado. No sabía qué iba a decir. Salió al pasillo y caminó hacia la puerta de su departamento. Respiró profundamente y tocó. Cuando Karla vio a Héctor frente a ella, una cochinilla se descoyuntó de su labio; la retuvo con la mano izquierda. Se quedaron en el umbral de la puerta. —¡Héctor! —salió el millón de voces seseantes. La boca de Héctor se llenó de un sabor ácido; aguantó las arcadas. —No creo soportar esto. Sea lo que sea —dijo él. La miró. Era hermosa. Recuerdos aglomerados en un segundo: lo que esos ojos le habían dicho, las veces que lo vieron con cariño, la mosca a la que le tuvo lástima, las babosas que hacían el amor, la mariposa moribunda en la ventana. Estaban a punto de llorar; la notó tan frágil, tan perfecta. —¿Ya no me amas? —preguntó ella. Ahí estaba frente a él lo que siempre había querido, la persona que lo hacía feliz. ¿Cómo no amarla? —Sí, pero... —Sólo eso importa —estriduló el coro de insectos. ¿Realmente sólo eso importaba? ¿A quién o a qué amaba? Si uno de esos bichos se perdía, ¿lo extrañaría?, ¿lo cuidaría de que nadie le hiciera daño? Karla estaba ahí enfrente, fuera lo que fuera, era Karla. —Sí, sólo eso importa —dijo él. Héctor sonrió, sincero; no podía negar lo que sentía. A ella se le salió una lágrima de felicidad (que en realidad era una larva traslúcida). Los insectos lo rodearon, cubrieron su cara, sus brazos, se refugiaron en sus oídos. Él los dejó hacer. Un millón de abrazos, un millón de caricias, un millón de besos. ¬ 19


Narrativa / Relato

Aún están entre nosotros Julio Romano

¿Y si vamos al bosque? La idea de Juan Carlos, salida de la nada, fue como un rayo de luz que entrara al atardecer en una cueva a través de una grieta inexplorada, un respiro posible después de tantos días de no ver más rostros que los nuestros ni más límites que los de la casa. —¿No es un poco tarde? —dijo mamá. —Si salimos ahora alcanzamos todavía luz suficiente, un par de horas, tal vez más. Además, me gustaría capturar los colores del atardecer desde uno de los riscos. —No quisiera que oscureciera antes de que regresemos. —Tenemos buen tiempo. —Además, todavía están allá afuera. —No hay nada allá afuera, mamá. Mamá calló por un instante, y luego me preguntó: —¿Tú qué dices? —Si no lo pensamos demasiado, tal vez alcancemos buena luz, como dice Juan Carlos. Yo también quería salir, al menos una tarde, respirar algo distinto. Mamá también, pero no estaba convencida; para ella, aún no era tiempo, debíamos esperar más, decía que aún están entre nosotros. —¿Arreglaste el carro? —preguntó, cediendo un poco ante nuestro entusiasmo, que procurábamos ocultar. —Sí. La semana pasada. No dijo nada, pero se levantó de la silla. —Apúrense. —Voy por mis materiales. Yo fui por un abrigo y una bufanda mientras Juan Carlos encendía el auto y subía sus pinturas y sus lienzos. Fue cosa de minutos que estuviéramos listas mamá y yo, mientras Juan Carlos, con toda paciencia, esperaba afuera. Nos pusimos en marcha casi enseguida. Aún podía sentirse el calor del mediodía que empezaba

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a declinar. En el trayecto, que no era exactamente corto, fue disminuyendo, no sólo por el progreso de la tarde, sino por la cercanía misma del bosque. Juan Carlos puso música para hacer el viaje más ligero. —¿Seguro que arreglaste el carro? —Seguro, mamá. —Escucho un ruido. —No ha de ser nada —reaccionó Juan Carlos, casi inmediatamente—. El lunes lo llevo a revisar de nuevo. Sentimos el frío, a pesar del sol todavía lejos de declinar, cada vez más intensamente conforme nos acercábamos a nuestro destino. Al llegar al bosque, nos dimos cuenta de que no habíamos pasado por nada para comer. —No se preocupen —dijo Juan Carlos—, aquí debe haber algo. O si no, de regreso nos detenemos en algún lugar. —¿No tienes hambre? —le preguntó mamá. —No vamos a estar mucho tiempo aquí. Sólo quedan un par de horas de luz. Los árboles nos rodeaban. Juan Carlos disminuyó la velocidad hasta detenerse ante una bifurcación. —¿Qué pasa? —preguntó mamá. —No recuerdo por dónde era. —Por la derecha —le dije—. Siempre vamos por la derecha. Fijó su mirada en el horizonte por unos segundos. Después, reanudó la marcha. Esa tarde el lugar estaba vacío. En el estacionamiento había pocos vehículos, y casi todos los comercios estaban cerrados. Juan Carlos sacó sus cosas y se adelantó a nosotras. —¿A dónde vas? —le preguntó mamá. —¡Al risco! —contestó, tomando distancia—: No quiero perder lo que queda de luz. Mamá y yo lo seguimos con paso más lento; no pasó mucho tiempo para que lo perdiéramos de vista. —¿Tú sabes a dónde va?

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—Sí: a donde siempre. —¿Y si se pierde, como hace rato? —No creo, mamá. Se distrajo un minuto, pero siempre viene aquí. Vamos, yo te guío. Caminamos despacio hacia el risco. El frío era más intenso a cada paso. —¿Y tu abrigo? —Lo dejé en el carro. Pero no pasa nada, ya casi llegamos. Es aquí, rodeando el camino. El aire de la tarde corría entre los árboles y sacudía sus copas sobre nosotras. —Ahí debe estar —dije cuando me pareció ver el caballete instalado sobre el risco. Avanzamos unos pasos más. —¿Juan Carlos...? ¡ Juan Carlos...! —¡ Juan Carlos...! Sobre el lienzo había hecho unos trazos vagos, como si bosquejara algo para terminarlo después. Había dicho que le interesaba llegar con la luz, y quizá era suficiente con esa guía que había esbozado. —¿No lo ves? —Quizá regresó al auto por algo. —Lo hubiéramos encontrado en el camino. —O a explorar otro ángulo. Yo qué sé. Ya sabes cómo es. Vamos. Mejor regresamos y que nos alcance cuando termine. Emprendimos el camino de regreso, pero mamá seguía preocupada. —Por aquí, hija. —No, mamá: es por aquí. Siempre vengo con Juan Carlos. —Llegamos por acá. Fíjate bien. —Seguramente también hay manera de llegar por este lado. Me adelanté, y mamá no tuvo más remedio que seguirme. La esperé unos pasos. Avanzamos unos metros y dejé de reconocer el camino. Un perro, a la distancia, empezó a ladrar. —Te dije que no era por aquí. —Ya avanzamos mucho para regresar. Es mejor que sigamos, de todas formas tenemos que llegar al estacionamiento. Nos miramos un segundo. El camino se estrechaba cada vez más, o eso parecía, conforme la luz iba disminuyendo. Otros perros comenzaron también a ladrar, uniéndose al primero. Sus ladridos empezaron a prolongarse, como las

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sombras. Pero no los veíamos. —Mamá... Los perros se escuchaban cada vez más cerca. Sus ladridos, sus pisadas, sus carreras breves e intempestivas. —Tengo miedo. Su aroma dominaba también el aire. —Ven. Regresemos. —¿Qué es ese ruido? —¿Cuál ruido, mamá? —Es el ruido del carro. —¿Juan Carlos...? Los aullidos de los perros súbitamente se volvieron chillidos lastimeros. Los escuchamos alejarse, perderse en el bosque en un instante. —¿Juan Carlos? —¿Nos encontró? —Lo habríamos escuchado. O al carro. —Te digo que escuché el ruido. —¿Cuál ruido...? Sobre la hierba serena del bosque escuchamos cómo desaparecían los últimos indicios de la jauría. Sin decir nada, decidimos volver, hasta la desviación. Fueron sólo unos minutos en aquel rumbo, pero nos habían parecido inmensidades. Cuando regresamos al risco, aún con un hilo de luz, no estaba ya el caballete de Juan Carlos. —¿Ves? Debió haber regresado. Por el camino que había indicado mamá regresamos al auto. El único vehículo estacionado era el nuestro, y todos los puestos estaban cerrados. Reclinado sobre el carro, nos esperaba Juan Carlos. —¿Dónde estaban? Las estuve esperando y nunca las vi. —¿Por eso regresaste? —Sí. —Cuando llegamos al risco vimos tu caballete y te gritamos —le dije—. ¿No nos escuchaste? Juan Carlos fijó en mí su mirada unos segundos. —¿Juan Carlos? —No. No las oí. Me distancié un momento para buscar otros ángulos. Suban. Está empezando a hacer frío. —Y está oscureciendo —observó mamá. Subimos al auto, mamá adelante, yo en el asiento trasero. —Otra vez ese ruido. —Todavía no arranco el carro, mamá.

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—¿Entonces qué es? —No puede ser el carro. Lo llevé a arreglar recién. Juan Carlos se sentó al volante y cerró su puerta. Entonces escuché el ruido. Una vez. Cuando Juan Carlos ajus-

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tó el retrovisor. Otra vez, cuando giró la cabeza para ver a mamá. Una vez más, cuando alzó la cabeza y, desde el espejo, clavó en mí su fría mirada, en la que refulgían los colores del horizonte. ¬

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NARRATIVA / Relato

Continuidad de los aspersores René López Villamar

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ecogió la tarjeta de una pila de basura en el parque. Los caracteres impresos con tinta dorada, que centelleaban bajo la luz de la farola, llamaron su atención. A esa hora los aspersores automáticos cubrían todo con una ligera capa de rocío. Limpió la superficie plastificada con la manga de la chaqueta escolar y leyó con lentitud, vocalizando entre dientes cada palabra. Viajes en el tiempo Totalmente gratis Cuando quiera volver al presente, lea el reverso de esta tarjeta. Soltó un chasquido con la lengua. La propuesta de la tarjeta le pareció ridícula. No es tan ridículo creer en los viajes en el tiempo como pensar que van a salir gratis, se dijo, mientras cortaba por el pasto para llegar a casa. De ser posible el viaje en el tiempo, sólo los ricos podrían pagarlo. A los trabajadores siempre o no les tocaba nada o les tocaba al último; los viajes temporales no serían la excepción. Los ricos podrían costearse excursiones a los grandes momentos de sus vidas y llevar con ellos a todos sus amigos. Yo, quizá, después de mucho esfuerzo, de pasar carencias por ahorrar, podría juntar cuando mucho para un viaje, ¿y a qué momento viajaría? Se guardó la tarjeta en el bolsillo. Tenía que cortar por el parque, entre el agua sucia de los aspersores y el rugido incesante de maquinaria pesada, porque su tarjeta del subterráneo se había quedado de nuevo sin saldo. Le reclamaría a su padre, que otra vez había olvidado recargarla. Entonces, se sintió culpable de siquiera haber imaginado viajar en el tiempo sin el viejo. Aunque todavía no podía pensar en qué momento del pasado quisiera mirar junto con su padre. Sonrió al idear que lo mejor, entonces, sería viajar al futuro. Papá, he ahorrado muchos años para darte

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este regalo, un par de boletos ida y vuelta para dentro de dos décadas en el futuro. No, qué digo, mejor cien años, donde no tengamos que enfrentarnos a nuestra vejez, ni a la decrepitud, ni a nuestras propias muertes. No. Otra vez su imaginación se quedaba corta. Habría que adelantarse un milenio o dos, mejor, cuando la humanidad hubiera superado la muerte, sí, pero también la tristeza y la escasez. Alquilarían un penthouse en el Gran Hotel, en el futuro, porque todo el que quisiera podría alquilarse un penthouse en el Gran Hotel; el dinero no sería problema. Saldría a mirar el paisaje a la terraza del penthouse y diría: qué bien que se está en el futuro, el aire es tan limpio y abundante. Su padre vestiría un traje blanco de tres botones, con un pañuelo dorado en el bolsillo. Qué bien que se está en el futuro, le contestaría papá, hoy cenamos de nuevo ternera. No le gustaba la ternera a su padre, habría preferido un tazón de cereal con leche y una cerveza, pero no se imaginaba desperdiciando de esa manera el bufete. Quizá podría ponerle de guarnición unas gambas a la plancha, había escuchado que tenían muy buen sabor. Su estómago gruñó. Bajo el cielo rojizo veía ya el edificio gris donde vivía con papá. El ascensor tenía colgado un letrero de que estaría fuera de operación hasta el viernes, así que subió los ocho pisos a su casa por las escaleras. Abrió la puerta sin aliento. En la estancia, su padre miraba un partido de fútbol mientras apuraba una cerveza. Le gritaba a la pantalla como si su vida dependiera del juego. Tal vez fuera así. Había seis latas vacías ya en la mesita de estar, junto a los restos de un cereal con leche fría. En noches así, era mejor no interrumpirlo. Caminó de puntitas hasta su cuarto, cerró la puerta, se tiró sobre la cama y sintió unas ganas terribles de llorar. Ya estaba grande como para soñar con viajes en el tiempo. La vida en Marte era dura. El viejo no dejaba de repetírselo. No había tiempo para sueños. 23


Abuelo había sacrificado todo para poner a su familia en un cohete, aunque los asientos fueran tan malos que el rugido de los motores había dejado casi sordo a papá. Se sacó la tarjeta de letras doradas del bolsillo para romperla, pero un capricho lo hizo darle la vuelta. La superficie lisa y brillante

del reverso estaba completamente vacía. Abrió la ventana y lanzó la tarjeta al aire. El viento helado y el zumbido sordo de un carguero estelar le obligaron a cerrar la ventana de inmediato. Esa noche otra vez se acostaría sin cenar. ¬

▶ J. M. Eder & E. Valenta, (1896)

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ENSAYO

Realidad y representación: un debate aún abierto Rafael Tiburcio García

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1 n su artículo “Mi realidad virtual tiene más dinero que la tuya”, Alberto Chimal lamentó que entre las numerosas reseñas y teorías alrededor de la serie WandaVision, pocos hayan encontrado su conexión con la novela Tiempo desarticulado (1958) de Philip K. Dick, o con alguna otra de las obras de este autor que se caracterizaba por trastocar los límites entre lo real y lo ficticio. En esta novela, cuyo título remite a una línea de Hamlet, Time is out of join, el orden natural del mundo y el tiempo se desarticulan a partir de las ecuaciones de un matemático que se dedica a resolver los rompecabezas de los periódicos. ¿El plot twist?: la realidad es una simulación. Una de las conclusiones que parece extraer Chimal de su análisis se antoja concluyente: “spoilers de WandaVisión y 898,495 películas, series, novelas y demás”, de la cual se extrapola que la revelación de la realidad simulada ya no sorprende a nadie a estas alturas, o no debería; que el mo-

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mento histórico que vivimos da por concluida “la época en que rehechuras, recombinaciones y demás estrategias retóricas de lo llamado posmoderno tenían sentido”. ¿Cómo es que entonces este tipo de historias se mantienen vigentes y en renovación? Quizá sea por la “sorpresa”, quizá por la mímesis de una realidad que, según un consenso bastante general de filósofos y creadores, se entiende como algo no muy distinto de una representación. 2 En su libro La melancolía del cíborg (2009), Fernando Broncano menciona que los cyborgs (es decir, nosotros, seres que utilizamos “prótesis” para interactuar con el mundo) vivimos entre palabras y objetos que convertimos en imágenes, “depósitos de representaciones, proyecciones externalizadas de la mente, trozos de cerebro humano que impregnan las paredes” como una forma de extender nuestra mente y distribuirla por el entorno. Para Bronca-

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no, el lenguaje mismo adquirió desde la edad moderna el estatuto de artefacto en las manos de los narradores, de técnica de la imaginación. El relato como un instrumento para edificar mundos inexistentes y la cultura como una reflexión para conocer e imaginar lo real. Ya desde el final del Renacimiento y el principio del Barroco, obras como el Quijote y Las Meninas reflejaban una episteme en la que la representación volteaba hacia sí misma como un universo autónomo, generando nuevas formas de expresión, de pensar el mundo y de pensar al propio sujeto. Así, la racionalidad moderna, tanto en las ciencias como en las artes, se vuelve de hecho imaginaria, una imagen en el espejo que implica, como menciona Julieta Campos en su novela Tiene los cabellos rojizos y se llama Sabina: “la representación del mundo y de la necesidad que tienen ciertos artistas de representarse dentro de esa representación en el acto mismo de representarla”. Broncano opina que “No se llena el mundo de relatos sin que tales artefactos afecten pronto o tarde a la identidad cíborg. Imágenes y relatos son las dos clases de artefactos representacionales que configuran la modernización de la historia humana”. Casi dos siglos después de Velázquez, Honoré de Balzac, lejos aún del siglo XX, ya reflexionaba en La obra de arte desconocida (1831) que la representación en sí era lo que dibujaba la realidad: “¡La distribución de la luz da, por sí misma, la apariencia al cuerpo!”. 3 Las visiones de la realidad previas al modernismo tendían a afirmar que la realidad era una, acorde con los hechos, independientemente de la percepción individual. En La condición de la posmodernidad (1989), David Harvey señala que la ilustración operaba en la visión mecanicista de Newton, según la cual tiempo y espacio homogéneos se convertían en recipientes a los que se limitaba la acción. La ruptura de estas concepciones dio pie al nacimiento de las formas modernistas, pues al haber tratado como reales las concepciones idealizadas de espacio y tiempo, los pensadores ilustrados habían racionalizado experiencias y prácticas humanas en presupuestos absolutos. La asincronía posibilitada por avances tecnológicos como el telégrafo o la radio desorganizaba estas concepciones. Siempre hemos sido una red de individuos, lo éramos antes de conectarnos y lo seremos aún si la internet desa-

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parece algún día. Pero, ¿qué pasa ahora, si, incluso al tomar el celular de mi pareja para googlear el mismo término, el buscador arroja resultados distintos en cada teléfono, si la realidad misma no sólo es mutable, sino que se adapta al microcosmos de cada individuo? Durante décadas el posmodernismo advirtió los cambios de percepción de la realidad. Para Harvey, el triunfo de la estética sobre la ética como sistema de valor ha jugado un papel importantísimo en la percepción actual del empobrecimiento y la decadencia social, que se vuelve una simple “descripción pasiva de la otredad”. El pensamiento posmoderno analiza la vida social con un enfoque en oposición a algunos ideales de la modernidad, es decir, desde la pluralidad y la multiculturalidad, la indeterminación axiológica, las crisis morales, la textualidad como referente de la realidad, la entropía, la tolerancia, el predominio de la imagen y de la representación o la importancia del signo. Internet nos seduce porque nos pone en una posición enigmática entre el yo y el tú que posibilita la conexión a la vez que contamina la vida offline con sus modos, normas y estéticas. Podemos entender la masificación de la internet como un movimiento abrupto que reestructuró el andamiaje cognoscitivo y lingüístico, temporal y semántico, en el que las personas traspasan las palabras e imágenes que las representan. A la vez que lo privado crea nuevas realidades en línea, lo público altera la realidad fuera de ella; ambas interactúan y se confunden y, en medio de esa coyuntura, los individuos perdemos la capacidad de disociar lo real de lo representado. 4 Este intercambio entre realidad y representación tiene resonancias en el campo literario. Javier Avilés reflexiona que los oyentes de los hexámetros de la Odisea estaban más interesados en la narración de la vuelta a Ítaca de Odiseo que en la verdad. El storytelling, tan de moda hoy en día, representaba ya desde la antigüedad el interés de los oyentes ante lo que claramente eran los inicios de la literatura occidental. En la actualidad, Josefina Ludmer propone un tipo de literatura que denomina postautónoma, término que define como una liberación de las corrientes literarias, una literatura en la que se desdibujan las fronteras entre géneros, y las funciones específicas de un lenguaje que podríamos llamar literario, es decir, la pérdida de autonomía, pero

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también de las fronteras entre realidad y ficción, para presentarse como la literatura de una realidad cotidiana que no es histórica, referencial y verosímil del pensamiento realista, una variedad de escrituras en las que atestigua el fin de las clasificaciones literarias. Las literaturas postautónomas se instalan localmente y en una realidad cotidiana para fabricar presente: “Estas escrituras no admiten lecturas literarias; esto quiere decir que no se sabe o no importa si son o no son literatura. Y tampoco se sabe o no importa si son realidad o ficción” con lo que nos volvemos testigos (y lectores) de variedades textuales y narrativas que se añaden a la conformación del tejido estructural de los relatos, tales como la crítica literaria, la reseña, el comentario, el diario, el guion cinematográfico, el lenguaje informático o las listas de compras que irrumpen, a veces violentamente, en los espacios de las narraciones. Para Ludmer, estas escrituras “aparecen como literatura pero no se las puede leer con criterios o categorías literarias como autor, obra, estilo, escritura, texto, y sentido (…) son y no son literatura al mismo tiempo, son ficción y realidad”. Federico Vite aventura que la literatura postautónoma implica que, al despojarse de la especificidad y los atributos literarios anteriores, las obras actuales pierden el poder crítico emancipador e incluso subversivo que caracterizaba a la literatura autónoma. ¿Quiere esto decir que aceptar obras que unifican realidad y ficción nos obliga a restarles valor literario? ¿Cómo afecta o potencia esto a una producción enmarcada en reglas más específicas como suele ser la literatura de géneros? 5 Los dilemas que la ciencia ficción plantea son valiosos para el posmodernismo en la alegorización del fracaso de los grandes relatos y de la Historia como sistema para conocer la verdad, pues en una época en la que los sucesos son sincrónicos y no diacrónicos, y el volumen de la información es inmensurable, la Historia pierde su utilidad como herramienta para representar y entender la realidad, como menciona José Mariano Leyva en El complejo Fitzgerald (2008). Ya en 2004, en su ensayo Bienvenidos al desierto de lo real, Slavoj Žižek tomaba la escena del despertar de Neo en el páramo ruinoso de la película Matrix para anticiparnos que lo real no era sino el vacío que dejaba a la realidad incompleta e inconsistente, ejemplificado en los atentados

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del 11 de septiembre. “Para quienes hemos sido corrompidos por Hollywood, el paisaje y las imágenes de las torres derrumbándose no pueden sino recordamos las escenas más espectaculares de las superproducciones de catástrofes”, mencionaba. “La imagen entró y rompió en pedazos nuestra realidad (es decir, las coordenadas simbólicas que determinan nuestra experiencia de la realidad)”. El artefacto ficticio estableciendo una crítica a la realidad, pero acentuando que la observación de lo real a través de la propia percepción convierte a lo real en ficción, al grado de que un equipo de guionistas y directores, especialistas en películas de desastres, se conformó a petición del Pentágono para imaginar situaciones para posibles ataques terroristas. También en Matrix, el traidor Cypher elige voluntariamente un mundo ficticio donde los objetos se vuelven uno con el sujeto. “No quiero recordar nada, ¿entiende?, y quiero ser rico, ya sabe, alguien importante, como un actor”, recalca, adquiere la facultad de volver real lo irreal. Pero la gran inversión del filme es que es lo real, irónicamente, lo que resulta ideal: una elección de lo real como utópico. 6 Volviendo a Chimal, él menciona que el tratamiento que Philip K. Dick hace de la realidad sigue siendo relevante en la actualidad: “Un presente en el que todas las experiencias de lo real se vuelven maleables, engañosas y sobre todo manipulables. Un presente donde el simulacro ha reemplazado al ‘ser auténtico’, la máscara al rostro”. La realidad, para Fredric Jameson, “es una red continua en la que no se puede retirar un hilo sin provocar una alteración simultánea en la totalidad”. Stanislaw Lem, en Solaris, resuelve el problema de la representación como algo intermedio entre lo sistemático y lo ajeno, pero a final de cuentas imposible. En La rueda celeste, Ursula K. LeGuin, se plantea la posibilidad de los sueños efectivos que cambian la realidad externa y reconstruyen el pasado de tal modo que la realidad anterior al sueño desaparece (una simplificación de esta premisa sería la película Efecto Mariposa). Y en Picnic al lado del camino, los hermanos Strugatsky proponen una realidad de plano incognoscible, de la que se aprovechan los efectos prácticos de los objetos en la zona, pero de ningún modo se conoce su finalidad. Y es que, aunque muchos han tocado el tema con mayor o menor fortuna, ningún otro autor ha sido tan diáfano

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como Philip K. Dick para ejemplificar de manera sencilla pero profunda esta degradación de la realidad en los mecanismos que la representan. Jameson considera que, incluso desde sus temáticas recurrentes de disolución de la individualidad y de los límites del yo entre los personajes, Dick aborda esta experiencia enrarecida de la realidad. Incluso en sus adaptaciones, que no se caracterizan por ser precisamente fieles a la fuente, algunas obras expanden las ideas que Dick sugiere, pero deja en los márgenes: en Blade Runner, por ejemplo, no hay lazos familiares sólidos, sólo fotografías fabricadas y memorias falsas que se implantan a los replicantes para hacerles creer una condición humana y así poder controlarlos. Y en Total Recall (la de 1990), más allá de la manida estructura de tres actos, rebelión incluida y escenas de acción, Verhoeven aprovecha el pacto de verosimilitud del espectador para plantear visualmente aquellos pasajes en los que se vuelve ambiguo o de plano imposible distinguir la realidad del recuerdo implantado. Esto será llevado aún más lejos por autores como Satoshi Kon, sus émulos Darren Aronofsky y Christopher Nolan y, recientemente, Roger Eggers. En sus filmes Paprika, Millenium Actress o Perfect Blue, por ejemplo, Kon utiliza las posibilidades técnicas y expresivas de la animación cinematográfica (cortinillas, transiciones, montaje y cambios de escenario) para plantear universos alucinatorios, mnésicos u oníricos que se relacionan con la experiencia de lo real. En algunos de sus cuentos y novelas, Dick no sólo aborda la fragilidad e indeterminación de las construcciones objetivas de la realidad, sino aun de las subjetivas. En el relato “La hormiga eléctrica”, un hombre descubre que no es un humano sino un androide y que en el interior de su pecho existe un “carrete” con perforaciones (similar a los utilizados en las computadoras de mediados del siglo XX) que contiene su programa de “realidad”. El hombre comienza a jugar tapando los agujeros o haciendo nuevos, sólo para descubrir que los vuelos de las aves, las personas e incluso el espacio sólido simplemente se desvanecen. En “Espero llegar pronto” un cosmonauta en animación suspendida despierta luego de una falla en su cápsula criogénica. Para evitar que su mente sin estímulos se vuelva un licuado, la computadora de la nave rebusca entre sus memorias para hacerlo vivir nuevamente pasajes de su infancia y su juventud durante las décadas que dura el viaje, pero en cada intento el hombre tiende a llevar sus pensa-

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mientos hacia las experiencias negativas. Al llegar a la Tierra ya no puede distinguir la realidad de las proyecciones que experimentó. El “Artefacto precioso” nos pone en los zapatos de un ingeniero que descubre que los marcianos han implantado memorias a la población para hacerles creer que ganaron una guerra que en realidad perdieron, vaporizando el agua de los océanos en el proceso. “Podemos recordarlo por usted” (cuento en el que se basa el guion de Total Recall) explora la posibilidad de que estos recuerdos implantados pueden ser más reales que las experiencias verídicas. “La fe de nuestros padres”, publicado en la antología de Harlan Ellison Dangerous Visions de 1967, lleva esta idea de la manipulación colectiva un paso más allá, convirtiéndola en una predicción peligrosamente cercana a nuestra experiencia actual de la realidad mediante las redes, los medios y la vigilancia gubernamental. En este cuento, un comentario al gobierno de Mao Tse-Tung y posiblemente una réplica a obras previas como Un mundo feliz o 1984, un ciudadano de un gobierno totalitario deja de tomar una droga mezclada con el agua potable desde décadas atrás, y accede así a una realidad terrorífica, de un horror casi cósmico. Novelas como Ubik presentan también estos abordajes de la realidad como algo que no es lo que parece, donde el tiempo, representado en los objetos, retrocede. Jameson menciona que: “Todos los lectores de Dick conocen esta incertidumbre de pesadilla, esta fluctuación de la realidad, a veces explicada por las drogas, a veces por la esquizofrenia y a veces por nuevos poderes de ciencia ficción, en la que, por así decirlo, el mundo psíquico sale y reaparece en forma de simulacro o de una habilidosa reproducción fotográfica de lo externo”. 7 “¿Sabía que la primera matrix fue diseñada para ser un mundo humano perfecto, sin sufrimiento, donde todos iban a ser felices? Fue un desastre […] Se perdieron cosechas enteras […] yo creo que, como especie, los seres humanos definen su realidad a través de la desdicha y el sufrimiento, así que el mundo perfecto era un sueño del que su cerebro primitivo se trataba de despertar constantemente”, dice el agente Smith en algún momento de Matrix. ¿Qué es entonces lo que tenemos por delante? Alberto

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Chimal cierra su artículo reflexionando sobre el potencial aislamiento que cada uno de nosotros ejerce desde su “burbuja proverbial”, siempre que existan los medios para hacerlo: “desplazar su entendimiento del universo entero según sus preferencias religiosas o políticas”. En esto no tiene una última palabra la filosofía ni los modelos literarios ni la ciencia misma, pues esta misma no puede ofrecer una explicación completa de la realidad debido a la existencia de límites del conocimiento científico cuya aceptación explícita requiere la adopción de posiciones filosóficas concretas, como menciona el físico Fernando Sols. La respuesta de la ciencia ante una posible explicación de la realidad es similar a los criterios de Karl Popper y la falseabilidad, es decir, una serie de teorías cuya vigencia dependa de que su capacidad predictiva se mantenga mientras no existan excepciones que obliguen a replantearlas. En este sentido, la realidad para la ciencia no sería muy distinta de otras que no pertenecen a su dominio, como las que he abordado (estéticas, mentales, sociales) o incluso aquellas que no (morales, teológicas) y que en su conjunto constituyen un zeitgeist en el que la realidad se sigue definiendo colectiva y estadísticamente, a través de consensos. Podemos considerar que la realidad cotidiana no es ahora una realidad histórica referencial, sino una realidad verosímil, producida, “Es una realidad que no quiere ser representada porque ya es pura representación: un tejido de palabras e imágenes de diferentes velocidades, grados y densidades”, menciona Ludmer. La representación como una cortina que oculta fenómenos que afectan a grupos humanos concretos. La condición posmoderna como una aceptación de la incertidumbre respecto a la historia. Pero, entonces, ¿no habíamos iniciado declarando una relevancia cada vez menor de los modos del posmodernis-

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mo? Sí, pero esto no implica que su influencia haya sido borrada, no es como si fuera una oposición entre continuidad y ruptura, sino que las formas de entender lo real y lo simulado en la creación narrativa y en la propia experiencia ante lo virtual, tienden a recorrer vías aún en exploración. Y es quizá esa la parte compleja del posmodernismo que no podemos hacer a un lado todavía. ¬

Lecturas relacionadas Broncano, Fernando (2009). La melancolía del ciborg. Barcelona: Herder. Harvey, D. (1998). La condición de la posmodernidad. Investigación sobre los orígenes del cambio cultural. Buenos Aires, Argentina: Amorrortu. Jameson, Fredric (2009). Arqueologías del futuro. El deseo llamado utopía y otras aproximaciones de ciencia ficción. Madrid: Akal. Leyva, J. M. (2008). El complejo Fitzgerald. La realidad y los jóvenes escritores a finales del siglo XX. México, D.F.: FETA. Ludmer, J. (2006) “Literaturas postautónomas”. En Ciberletras. Revista de crítica literaria y de cultura (No. 17. pp. 233-337, 389-40). http://www.lehman.cuny.edu/ciberletras/v17/ludmer.htm Sols, Fernando (2014). “¿Puede la ciencia ofrecer una explicación última de la realidad?”. En: Molina, Francisco, ed. Ciencia y Fe. En el camino de la búsqueda. Madrid. CEU Ediciones. Wachowsky Sisters (Directoras / Guionistas). (1999). Matrix [Película]. Estados Unidos: Warner Brothers. Žižek, Slavoj (2005). Bienvenidos al desierto de lo real. Madrid: Akal.

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Entrevista con Wilbert Gallegos

Ciencia ficción chilena Zacarías Zurita Sepúlveda

▶ Wilbert Gallegos, antología Mundos Alternos, 2020.

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a Asociación de Literatura de Ciencia Ficción y Fantástica Chilena (ALCiFF) se ha dedicado a impulsar entre los lectores, el mundo editorial y la academia las producciones actuales y clásicas del género en su país. Platicamos con Wilbert Gallegos, uno de sus fundadores, acerca de la asociación y los escritores de ficción especulativa en Chile.

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Zacarías Zurita: ¿Cómo percibes el panorama de la ciencia ficción en el Chile de hoy? Wilbert Gallegos: Veo a la ciencia ficción chilena actual bajo un prisma rebosante de energía. Existen varios motivos. En primer lugar, está el plano editorial. Después de un breve coqueteo de las editoriales transnacionales con el géREVISTA ESPEJO HUMEANTE #8 / realidad


nero a principios de la década que nos deja, las editoriales independientes han reflejado el interés y la exposición. A la histórica editorial Puerto de Escape (que ya ha sumado ciento cincuenta libros en su haber), se suman nuevas apuestas interesadas en la ciencia ficción y por extensión, en la fantástica. Ahí tenemos a Sietch, Tríada, Áurea, Biblioteca de Chilenia, Fénix Dorado, Ignición, Imbunche o Austrobórea, entre otras; todas con su propio catálogo en crecimiento y escritores para los que expresarse creativamente desde estos géneros no es una mera anécdota. Otro plano es el sistema educacional. Hay que sumar su impregnación en los textos educativos. Existe un período que abarca desde 2009 a 2017 en el que se tomó en consideración de forma activa. Desfilaron en sus páginas María Luisa Bombal, Macarena Areco y Marcelo Novoa por su valor investigativo en ambos géneros. Hugo Correa, el gran escritor representativo de nuestra ciencia ficción, fue alojado dentro de una unidad temática. Su texto Alter Ego comparte páginas junto a Asimov, Dick, Shelley y Aldiss, y es toda una declaración de intenciones: rescatarlo para las nuevas generaciones. Hoy en el nuevo currículo existe un interés en plasmar la distopía, por tanto, el profesorado siente creciente interés para su estudio, zona de reflexión y aprendizaje. No es extraño observarlo en múltiples grupos de Facebook en que los docentes de lenguaje se manifiestan al respecto. Y finalmente, las comunidades que existen al respecto. Quiero rescatar la interesante labor de los booktubers o los bookgrammers en la actualidad. La revalorización del libro en una época en que priman los estímulos multimediales se basa en la búsqueda de simbologías de la pertenencia: el texto, su contenido, su forma, su estética, lo que los sentidos inmediatos sienten tras un tratamiento de la obra. Lo fantástico en general cautiva y cada vez se multiplica la opinión alternativa, la recomendación en redes basada en estos textos. Cuando la formalidad ahuyenta, son ellas y ellos los que redescubren el valor inherente del libro en sí. No es de extrañar que sean quienes motivan a nuevas generaciones a la lectura. En esta época extraña, en que debemos estar confinados, aislados desde un punto de vista físico, cobran más capas de importancia los lanzamientos de libros por streaming, los grupos de charlas temáticas en redes sociales y toda nueva forma de contacto digital. ZZ: ¿Nos puedes dar algunas recomendaciones de autores

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chilenos que debemos leer y que son indispensables? WG: Una recomendación es un acto de responsabilidad. Mucha de la producción nacional incluso es inaccesible para lectoras y lectores de nuestro país, en especial los clásicos. Pero estamos en una época especial en que para el lector existen las versiones digitales y también hay verdaderos héroes para nuestra ciencia ficción como Roberto Pliscoff que han rescatado y digitalizado obras que el tiempo estuvo a punto de borrar. Respecto de escritores clásicos, hay que visitar el sitio memoriachilena.cl, y en el buscador escribir: «Literatura de ciencia ficción en Chile». Ahí encontrará varias obras de fines del siglo XIX y principios del siglo XX que son nuestros antecedentes, como Desde Júpiter, curioso viaje de un santiaguino magnetizado de Francisco Miralles. Además, encontrará toda la producción escrita que en vida nos dejó Hugo Correa, quien será siempre reconocido como un escritor importante en el panorama mundial de su época, y considerado un autor de gran calidad tanto por Ray Bradbury como por Isaac Asimov. Posiblemente es el equivalente para nuestra ciencia ficción latinoamericana de lo que Borges es para la literatura fantástica, por lo que recuperarlo es muy importante. Afortunadamente su familia tuvo esa visión y permitió la digitalización de su obra casi por completo. Por otra parte, es posible adquirir Los Altísimos, dado que sus textos fueron publicados en nuevas ediciones hace relativamente poco tiempo por editorial Alfaguara (2010), incluyendo el póstumo El Valle de Luzbel (2015, Alfaguara). De aquella época dorada, a Elena Aldunate también es posible conocerla gracias a que editorial Imbunche (2016) se ha enfocado en republicar su obra. Es posible adquirir también reediciones recientes de Flores para un Cyborg de Diego Muñoz Valenzuela (2010, Simplemente Editores), Ygdrasil (2019, Penguin Random House) de Jorge Baradit y BIS (2020, Áurea Ediciones) de Roberto Sanhueza, tres grandes obras representativas de periodos post-dictadura y que han trascendido fronteras. ZZ: ¿Y sobre la ciencia ficción chilena contemporánea? WG: Una forma de acceso sencilla en estos tiempos son las antologías online. La primera es Imago Futura: doce imágenes de la ciencia ficción chilena, el cual es un especial de literatura chilena de una revista española dedicada al género y que hoy está extinta (2008, Alfa Eridiani). Pueden

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encontrarla en la cuenta de scribd de Luis Saavedra Vargas, coeditor chileno del especial y un constante impulsor de la ciencia ficción de las últimas tres décadas. En ella, doce representantes de la década del 2000 retratan todo el imaginario y experimentación del momento en la que participan escritores como Sergio Alejandro Amira, Armando Rosselot y el propio Saavedra. En Amazon se puede comprar Imaginarias (2019, Tríada) que es una antología representativa de voces femeninas convocado por el colectivo “La ventana del Sur”. En 2020 fue publicado COVID-19CFCh, Antología de Sci Fi en tiempos de pandemia, una iniciativa de Leonardo Espinoza (con el apoyo de la ALCiFF y de Sietch Ediciones) que recoge el sentir de veinticinco escritoras y escritores nacionales respecto a este tema que aflige a la sociedad. Pueden descargarla desde leoespinoza. cl o desde el fanpage de ALCiFF. Otra antología importante en la que chilenas y chilenos participan con sus pares de otros países es Confinamiento (2020, Cathartes), una iniciativa de Connie Tapia Monroy y Pablo Espinoza Bardí que está disponible gratis en la plataforma lektu.com. Finalmente, se está preparando Mundos Alternos, Antología de Literatura Fantástica que agrupa a 33 escritores y escritoras de la asociación. Un proyecto que ha movilizado a toda la comunidad y que, llegado el momento, comunicaremos en qué medio estará disponible para descarga gratuita. Concluyendo, les aconsejo que lean, se formen su opinión y sigan a los y las escritoras de ciencia ficción de su preferencia. Me encantaría recomendar otros textos esenciales, pero lamentablemente no están disponibles salvo en bibliotecas de mi país. Afortunadamente, de las recomendaciones, es posible seguir la pista de varios ellos y ellas porque han participado en convocatorias a lo largo de internet (Luis Saavedra V, Pablo Castro H, Sergio Amira, Roberto Sanhueza), sus textos están disponibles en Amazon (Sascha Hannig, Rodrigo Juri, Leonardo Espinoza), tienen una producción personal constante que podría ser comprada vía importación, las editoriales que alojan sus obras se han sostenido con el tiempo (Ej. Connie Tapia, Fabián Cortez, Armando Rosselot) o porque su obra está en pleno proceso de internacionalización (Ej. Orbe Dividido de Michel Deb). ZZ: ¿Cómo consideras el valor que se le otorga al género tanto en la literatura como en el cine? WG: Es paradójico porque se ven dos visiones contrapuestas.

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Por una parte, tanto el cine como otro tipo de productos audiovisuales se nutren constantemente del género, realizando producciones de diversa índole, algunas con mayor o menor complejidad y sin un halo discriminador, tanto de público como del mundo especializado, que las evalúa y las trata. Es un género y una temática para abordar con infinitas posibilidades técnicas y semiótica. Se puede explorar desde todos los extremos: producciones underground, como Man from Earth, hasta masivas y comerciales, como Avatar. Posiblemente sea su capacidad de generar asombro en el espectador lo que la hace tan natural para el cine. La ciencia ficción emergió en él desde muy temprano. En la otra vereda, tenemos a la literatura que el mundo académico históricamente ha relegado a un segundo y tercer plano, salvo algunas excepciones. Normalmente la academia hace generalizaciones frente al género basado en su formato, técnica de producción y alcance, además de la calidad y temática. Hace tiempo que la literatura es abordada desde un plano educativo (un motor que ayuda a desarrollar el lenguaje), y esta subvaloración es traspasada al público pues el mundo académico genera un canon literario de clásicos, basado en gustos relativamente subjetivos que llegan al público en general. Eso se traduce en un círculo vicioso en el que el sesgo es reproducido constantemente. Sin embargo, la mirada de los lectores ha cambiado precisamente por el influjo de otras artes contemporáneas, como el cine, el cómic, los videojuegos, que han permitido que toda una generación se familiarice con la ciencia ficción. Esto ha provocado que exista una brecha entre ambos mundos: por una parte, el “normativo”, que provee la academia y por otra, el “ecosistema” en que interactúan todos los participantes de esta comunicación artística. Una brecha que se ha acentuado en este nuevo siglo. ZZ:¿Cómo nace Asociación de Literatura de Ciencia Ficción y Fantástica Chilena? WG: Varios factores confluyeron en el nacimiento de la asociación. Me encontraba en un periodo en que buscaba un grupo literario cuyo centro fuese la Ciencia Ficción y por extensión la literatura fantástica. Toqué varias puertas sin resultado. En Rodrigo Juri encontré a la persona que concordó con mis planteamientos. Él había pertenecido a otras asociaciones y le gustaba ver a la Ciencia Ficción como un movimiento. En 2017 surgió un marco de interés académico de parte de universidades para el estudio formal

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de los géneros fantásticos, traducido en apoyos a la Corporación Letras de Chile para la realización del primer Encuentro de Literatura Fantástica y de Ciencia Ficción. Ambos fuimos ponentes y nuestro nexo con aquello se tradujo en nuestro nombramiento como administradores del grupo de Facebook del encuentro académico. Otros miembros del staff fueron Andrea Prado, Michel Deb, Marcos Cortez y Daniel Salvo. Este grupo se transformó en un espacio de camaradería constante: personas que conectaron entre sí, con entusiasmo de materializar un proyecto. Lo charlado con Rodrigo se reflotó y cinco de nosotros decidimos enfocarnos en ello. El 29 de septiembre de 2017 hicimos una reunión virtual. Ahí nació ALCiFF, con su nombre, su logo y lo que la define. Estuvimos funcionando en el subterráneo. Entretanto, sumamos a grandes personas: Carlos Gómez, José Hernández, Natalia Vásquez, Luis Saavedra y Leonardo Espinoza. En febrero de 2019 nos sentimos lo suficientemente preparados para hacer una invitación abierta hacia todo aquel que quisiera acompañarnos en la aventura. Entonces llegaron grandes exponentes de la fantástica nacional a enriquecer el proyecto, como Connie Tapia Monroy, Marisol Utreras y Josefa Tello y demás personas. ZZ: ¿Cuáles son las proyecciones y desafíos a los que se enfrentan? WG: Nuestra primera preocupación es la comunidad. Con más de cincuenta asociadas y asociados, repartidos desde Arica a Punta Arenas, además de integrantes que viven en el extranjero, nuestra asociación, desde febrero de 2020, está centrada en comisiones y eventos como los plenarios

ampliados, que son contactos a gran escala entre la comunidad; eventos especiales como nuestro homenaje del año pasado, rendido a Omar Ernesto Vega; consultas hacia la comunidad de forma interna, destacar los avances y logros del movimiento a nivel nacional así como crear zonas de diálogo con entes educacionales, editoriales y los interesados fuera de la comunidad. Gracias a esto han nacido excelentes relaciones con universidades, editoriales, revistas y personas amigas, tanto de nuestro país como en el extranjero, así como la génesis de una antología con textos de los integrantes de la asociación y artículos con firmas invitadas para nuestro blog institucional. Existe también un canal de Youtube que, entre sus panelistas estables, cuenta con un gran promotor del género: Pablo Castro. La ALCiFF se pensó no con una vocación refundacional del panorama fantástico en nuestro país, sino como un ente que trate la literatura de ciencia ficción nacional como una tradición. Por lo mismo, se define como un grupo en el que convergen entusiastas desde las cuatro perspectivas, sin que una sea más importante que la otra: la lectura, la escritura, la investigación y la divulgación. No es un proyecto con fecha de término y esperamos que sea lo suficientemente dinámica para que pueda perdurar. ¬ Descarga la antología Mundos Alternos en: https://lektu.com/l/alciff/mundos-alternos/15383?utm_source=cienciaficcion.cl&utm_medium=link&utm_campaign=Ciencia%20Ficci%C3%B3n%20Chilena

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Narrativa / Relato

Lo soy Carlos Enrique Saldívar

L

o soy. Soy una mujer sentada a la mesa de un restaurante al aire libre, en un mundo que ha derrotado a la pandemia. Mi pequeña hija corretea por los alrededores con un globo. Yo dejo el laptop, estaba leyendo un estremecedor y fascinante cuento de Sarah Langan que me hizo pensar en el mundo retornando a su útero. ¿El útero de la Madre Tierra quizá? Ahora mi nena se me acerca y me dice que me quiere. Pido un poco más de café, sólo un poco, se me ha antojado una hamburguesa vegana. Le pregunto a mi chiquita si quiere algo y ella dice que le encantaría una gelatina (de piña, “Hay que salir de lo común”, le propongo). Al estar ambas de acuerdo, le solicito los manjares al mesero. Sigo en lo mío, aunque empiezo a sentirme rara. Me miro y me estoy viendo a mí misma a través de los ojos de mi hija. Sé de qué va todo esto. Me como con gran gusto la gelatina, le digo a mamá que me pida una más, la última. No obstante, el cambio se da algo rápido. Ahora soy la laptop y puedo ver mi trigueño rostro lozano de treinta y tres años. Es tiempo de trabajar; me gusta realizar oficios. Soy la cuenta de la red social de esta dama. Soy la misma red social. Aunque no puedo hacer lo que quiero, me administran; son muchos. Soy un robot, detecto excesos de aquellos que operan este espacio digital. No obstante, me aburro enseguida, quisiera volver a mi anterior personalidad, mas no depende de mí. Es decir, puedo ser lo que yo quiera, pero no consigo que aquel estado se mantenga por mucho tiempo. Sé que hay alguien o más de uno que maneja mis riendas, y yo que me lleven, porque la experiencia no está nada mal. Soy un gorrión en la rama de un árbol. Intento hacer ruido. Intento cantar, lo consigo. Ahora soy un jilguero, emprendo el vuelo. Puedo ver el barrio desde arriba. Desde aquí me capturaron: los recuerdos se hacen presentes, mi cerebro es confuso, es como si estuviera dentro de un sueño. El vuelo me es muy familiar, aunque nunca había volado tan alto. No me de-

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tengo con mis devaneos excepcionales: ahora soy un avión de combate, una aeronave militar que se dirige contra la base de gente mala y dispara proyectiles Nadie me conduce. Puedo pensar por mí misma. Acabo con todos. He triunfado, he ganado la increíble guerra que he creado en mi cabeza. Sigo avanzando sobre el océano. Soy el mar que alberga una infinidad de seres. Soy un pez y me digo que la vida no es muy divertida aquí abajo. A lo mejor si me convierto en un microorganismo, los cuales se desenvuelven en este sitio, soy uno sólo, muy pequeño, indefenso, un animal más grande podría llegar y tragarme. Eso me asusta. Mejor regreso a tierra firme, al barrio, al parque, junto al restaurante. Soy un árbol, donde se posaron las aves que fui. Soy fuerte y me siento muy contento porque sé que soy necesario para la salud de muchas vidas de este planeta. Quiero sentirme más familiarizada con mi entorno. Soy una abeja, vuelo de flor en flor. Soy una rosa. Estoy en un jardín, ubicado en la casa que solía visitar antes. Soy el jardín entero, existe todo un ecosistema en mí, que resguardo con gran alegría. Veo que alguien se aproxima. Soy su regadera, empiezo a verter agua sobre el pasto y en las flores, un riego acompasado, con gotas, tenue, cariñoso, como debe de ser. El sujeto termina su faena y se va. Es viejo. Soy ese hombre. Me dirijo a laborar en el automóvil. Soy el vehículo, me muevo con velocidad moderada, pronto me detengo: el tráfico; el que me maneja realiza habilidosas maniobras. Admiro una motocicleta pasar junto a nosotros. Soy ese transporte. Evado el tráfico, aquel que es dueño de mí hace movimientos temerarios, pero logra su cometido, en poco tiempo estamos cuadras adelante. Pienso de nuevo en la casa que dejé atrás, en su jardín. Me doy cuenta de que no puedo volver a ser lo que antes era. Soy un escarabajo, vuelo por encima de las plantas. Soy una hormiga, tengo hambre y de nuevo siento ganas de trabajar. Ahora quiero divertirme. Soy una lombriz, salgo

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▶ Albert Hopkins. (1897).

de la tierra, me aterro cuando veo a una paloma acercarse. Miro la casa. Soy la residencia. Contengo secretos, objetos, de todo dentro de mí. Miro la televisión, soy el televisor. Mi función no es nada entretenida. Soy un avión privado. Tengo gente en mi interior. Soy un asiento. Soy un paracaídas. Soy el viento que sopla y retorna a esa vivienda que tanto me atrae. Lo observo, es grande, de tez blanca y de treinta y tantos años. Soy un lapicero. Estoy escribiendo una bonita historia en un cuaderno azul. Soy el cuaderno. Soy la hoja de papel. Soy el escritor, soy el hombre. Me encanta ser el hombre. Es como en mi sueño, el que tenía cada noche. Ahora me detengo, es momento de reposar. Me quiero echar en mi cama, no deseo ser

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el lecho. Quiero seguir siendo el hombre, espero que el cambio no se dé con rapidez. Cierro los ojos. Me duermo. Sueño con ser otra cosa. Algo pequeño y hermoso. Pero no, ahora lo sé todo, porque escucho a los científicos, los cuales me tienen en una cámara especial. Soy yo la que está soñando y ellos dicen: «quiere ser una mujer, quiere ser un hombre». Y ya no sé si fui un ser vivo que soñaba o alguien cuya mente estaba siendo transportada a diferentes cosas a fin de cumplir con un experimento. Los que me observan dicen que han triunfado, que sé lo que soy (y es verdad), que me ha encantado asumir tantas apariencias, que funcionará con humanos. En tanto, yo, la mariposa, no despierto. Sueño. ¬

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Narrativa / Relato

La muerte del observador Uriel Velázquez Bañuelos “La física cuántica nos dice que todo lo que se observa se ve afectado por el observador.”

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l Apocalipsis ya viene, dice un periódico. La hoja está amarillenta, sólo se lee el encabezado. Mark, termina el conteo de su inventario; las latas de atún, frijol, agua embotellada, y comida para su perro le sustentarán alimento por un par de años más, pero se siente insatisfecho. Mira el periódico y se dice a sí mismo: —Ya estamos ahí… Mark apaga las luces, y cierra la habitación con llave. Se lleva consigo una 9 mm y un cuchillo. Echa un vistazo a su reloj de mano. La sincronización con los relojes de su casa es perfecta. Todas las manecillas marcan las 10:50:30. —Quédate aquí Max —le dice a su perro, mientras desata su correa—, estaré afuera. En lo que voy por provisiones, cuida de la casa. El rostro mal formado de Max, por ser una cruza entre un pitbull y un pug, apenas le deja respirar. Pero, con todo y eso, hace guardia. Mark, aún parado en la puerta, tiene miedo de salir. Su pistola sólo tiene tres balas, y su cuchillo apenas tiene filo, un corte apenas llegaría a los tendones (lo sabe, no porque ya haya quitado una vida humana, sino porque practica toda la tarde con un muñeco de gel). Siente que su vestimenta no es adecuada; el camuflaje es perfecto, pero a costa de su seguridad, pues no lleva chaleco o una máscara en caso de una radiación. Las gotas de sudor se resbalan por su rostro. Mark gira la puerta, y sale al exterior.

Afuera los pájaros cantan bajo un cielo de verano. Los niños del vecindario se pelean por acaparar la clientela, sólo el negocio local de limonada les asegura un boleto para la película de superhéroes o aquel videojuego de zombies. Sus padres están ocupados laborando en las oficinas, calculando las fluctuaciones de la bolsa.

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Mark da pasos firmes, mirando a todas partes y a la vez a ninguna. Tiene su mano cerca de la funda de la pistola. —¡Mark! —lo sorprende su vecino. Mark desenfunda rápidamente el arma, y le apunta. Su vecino está regando las plantas. —Amigo, al fin te veo, ¿No fuiste a la junta de vecinos, el martes pasado, o sí? No te vi. —Vete al diablo, Harold —exclama—, tú y tus putas plantas. Que desperdicio de agua, por Dios —enfunda su arma, y continúa el paso. Y sin voltearlo a ver, añade—. Ni pienses que te daré una gota de mi agua cuando todo se vaya al carajo. Harold piensa en las palabras de su vecino, y mira el paisaje que el día soleado brinda. Su mujer se asoma por la ventana, y le grita; el pay de limón ya está listo. Un aeroplano sobrevuela el vecindario, trayendo consigo un anuncio: el circo ha llegado a la ciudad. —Bueno —dice Harold al cabo de un rato—, si estás libre esta noche, hoy se hará una pequeña reunión de Póker, al estilo Texas. Será en mi casa, tú y tus juguetes están invitados. Pero Mark sólo balbucea y sigue su camino, mientras su vecino silba sin ritmo alguno.

Al llegar al supermercado, un policía lo detiene. Le explica que no puede entrar portando armas, que atenta contra la tranquilidad de las personas. La pintura en el rostro de Mark no le ayuda mucho a pasar desapercibido. —¡Ni hablar, estaré listo para lo que venga! —dice Mark, sus gritos expulsan más saliva que palabras—. ¿Qué no ven las noticias? No, claro que no: el gobierno nos esconde la verdad. Un par de jóvenes que pasaban por ahí con sus patinetas se detienen a grabar la escena con sus celulares. Ya lo ven

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▶ Albert Hopkins. (1897).

venir: “Boomer paranoico explota en Walmart”, más de un millón de visitas. Los chicos no son los únicos en reunirse: Mark acapara la atención de la gente como si fueran polillas hacia la luz. El oficial que lo detuvo conoce a Mark, no es la primera vez que le llama la atención. —…Y es por eso que los misiles van a caer, acabando con la vida, propaganda la radiación por todos nuestros vecindarios. ¡Despierten! ¡Tenemos que estar preparados! Y sus ideas son cortadas por estruendosas carcajadas. Apenado, Mark mira a su alrededor a la gente que se juntó en poco tiempo. Entre las burlas, escucha los argumentos de las personas: “Es el mejor año”, “La paz mundial”, “Sigamos construyendo un mejor futuro”. El oficial extiende las manos. Mark sabe que es lo que tiene que hacer; le entrega sus armas. El oficial le regala un pañuelo, y Mark se limpia el rostro, revelando sus ojeras por tantas noches montando guardia. Mark pasa al supermercado, aún perseguido por las burlas, y sólo compra una botella de ginebra. Al llegar a casa, ve a su perro durmiendo en el tapete. Lo carga como si fuera un bebé, y ambos suben al cuarto,

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cambiando así la cama de piedra del búnker por el colchón de la alcoba. Se recuesta junto con su can y se traga la llave en un sorbo de su ginebra. No sabe si es el alcohol o el cansancio lo que le abriga el sueño, pero Mark duerme.

Un destello se cuela entre sus párpados. La luz lo obliga a despertar. Mark, con botella en mano, se asoma por la ventana. Nubes negras, que emergen de vehículos y casas en llamas, decoran un cielo rojo. Los gritos suenan más alto que las sirenas de policías. Desconoce qué está pasando. Asustado, baja las escaleras y sale de su casa. Un aeroplano choca contra la casa del vecino. Mark sale volando por la explosión, junto con los restos de su casa. Los escombros lo aplastan, no puede moverse. Sus oídos no dejan de zumbar, y el aire se le escapa. Mark pide ayuda, pero nadie responde. —¿Qué está pasando? No lo puedo creer —dice entre llantos. ¬ 37


Narrativa / Relato

Los honorables Rodrigo Torres Quezada

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▶ Albert Hopkins. (1897).

l edificio era un gran armazón de plomo con treinta metros de grosor. La luz que emanaba de él con el contacto del sol se podía ver a kilómetros de distancia. Los visitantes fueron recibidos por un grupo de personas vestidas con cuerpo sintético adornado con diversas marcas auspiciadoras. —Por favor, Honorables, sean bienvenidos —exclamó con una sonrisa el encargado de recepción. Los Honorables vestían con capas negras y sus cabezas estaban protegidas por cascos con lentes oscuros y respiradores artificiales. El recepcionista abrió una caja metálica desde la cual sacó unas hojas de menú. Se las entregó a las visitas. —Si me permiten, puedo recomendarles una nueva sección donde tenemos sólo a personas populares. Los Honorables se observaron entre sí. Se dirigieron

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algunas palabras que el recepcionista apenas pudo distinguir. —No —dijo uno de ellos, con voz fuerte y ronca—. Haremos el recorrido de la forma habitual. —Como ustedes quieran. ¿Quién soy yo para oponerme a sus decisiones? El recepcionista tomó un conjunto de pesadas llaves y guio a los Honorables hacia un pasillo de puertas metálicas. Cada una poseía una ventanilla desde la que emanaba una luz y por donde se podía observar hacia el interior. Uno de los Honorables indicó una puerta con su mano enguantada. El recepcionista hurgó entre el manojo de llaves y se acercó. —Creo que es ésta —dijo nervioso. El hombre abrió la puerta y entregó la llave. El Honorable entró a la habitación.

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Había una mesa metálica con dos botones: uno rojo y otro verde. Tras de esta, un hombre gordo, vestido de terno y corbata, observaba sentado la televisión. Al ver entrar al Honorable, eructó. Luego, sonrió y siguió comiendo de un envase de papas fritas que tenía sobre las piernas. —¿No hay nada que quieras ofrecerme a los sentidos? —preguntó el Honorable con voz lánguida y metálica. —¿Qué podría ser? ¿Mi paquete de papas? El Honorable se acercó al hombre, intentó tocarlo, pero este se echó hacia atrás. —¡Basta! Déjame observar tranquilo mi programa. El Honorable observó la pantalla. Suspiró. —Cada vez que vengo a visitar este lugar, me encuentro con personas ávidas de mostrarnos su mundo, de hacernos saber lo valiosas que son. Pero tú, ¿por qué actúas así? El hombre se carcajeó y escupió unas papas. —Oye, la pregunta debiera ser: ¿por qué entraste tú aquí? ¿En qué te llamé la atención? ¿No te das cuenta que precisamente eso es lo que quiero, pasar desapercibido? ¡Déjenme tranquilo! ¡Quiero morir en paz! La visita se paseó por la habitación. Encontró una manivela conectada a un aparato digital. La accionó. El Honorable volteó hacia el hombre. —Ah, ya veo. ¿Viste bien lo que aparece en esa pantalla? —¿Y no vas a hacer nada para corregirlo? —preguntó con un tono incrédulo la visita. —¿Para qué? Ya te lo dije. ¡Déjame morir en paz! En la pantalla aparecía un gráfico y una serie de estadísticas. En un cuadro resumen se podía leer: 500 votos negativos. Cero votos positivos. —Cuéntame tu historia —dijo el Honorable. —Esto que ves es mi vida. Soy un hombre gordo que mira la televisión. ¿Crees tú que eso es algo importante? ¿Crees que merezco ser parte de la historia humana, de lo que ustedes consideran realidad? El Honorable observó con detenimiento los botones rojo y verde. —¿No quieres ser parte de nosotros? ¿No te gustaría venir a vivir al Paraíso? —¿Paraíso? ¿Así llamas a toda esa chatarrería y tontería sintética? ¡Mírate! Ya no pareces humano… ¿Lo eres? ¿No te das cuenta que esa realidad que han inventado es un asco. El Honorable empuñó una mano. —¿Acaso crees que tu mundo de antes era mejor?

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—¡Ni por si acaso! Pero sí tenía más sentido para mí. Después de la última Guerra, después del virus, después de las enfermedades… Sólo pasó que no lo sabíamos. El Honorable miró hacia el suelo. —Cuando yo estuve encerrado en este Archivo Histórico Humano, era un motivador personal. Un coaching. Cada vez que los Honorables entraban al edificio iban a verme, esperanzados en escuchar cómo los motivaba. En mi archivo de datos ellos podían cerciorarse de cada uno de mis discursos hechos en distintos eventos. Concluyeron que yo era importante para la nueva historia humana. —Pues te felicito. —Pero en este nuevo mundo, no puedo encontrar una motivación… Se escucharon unos pasos acercarse. —Deben ser tus amigos —dijo el hombre gordo con una mirada enigmática. —Así parece. Entonces, el Honorable apretó el botón verde. —¡Imbécil! —gritó fuera de sí el hombre—. Con eso me das tres días más de vida. ¡Yo no soy nada para la humanidad, soy sólo un tipo gordo que ve televisión! —¿Sabes? En el Paraíso podrías comer cuanta comida chatarra existe. Y no te preocuparían las enfermedades. Nuestros médicos lo curan todo. Todo, menos el alma. —¿Comida chatarra dijiste? Cuando el Honorable salió de la habitación, sus compañeros lo esperaban con los brazos cruzados. —¡Vaya que demoraste! En cuanto a mí, me encontré con una mujer que hace videos de fitness. Apenas la vi, apreté el botón verde —dijo uno. —Yo también —contestó el Honorable que había visto al hombre gordo. —¿Y qué hacía? —Era una persona agradable. —¿Y? —Apreté el verde. Luego de que los Honorables entregaran las llaves de las habitaciones visitadas, el recepcionista fue a asegurarse que todo estuviese en orden. Sin embargo, se encontró con una sorpresa. En el sitio donde antes estaba el hombre gordo, ahora había una persona joven que daba discursos motivacionales. Se le notaba una gran satisfacción en el rostro. ¬

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Narrativa / Relato

Realidad mixta Marcelo Medone

▶ Albert Hopkins. (1897).

Firme aquí, señor. Gustavo Barreiro, periodista especializado en tecnología y gamer apasionado, firmó el comprobante del correo privado y tomó el paquete que le entregaba el empleado. La etiqueta decía:“MF TECHNOLOGIES – TRÁTESE CON CUIDADO”. Le dio las gracias y entró en su casa, 40

preguntándose quién le hacía ese envío tan temprano un sábado por la mañana. Nunca había oído hablar de esa compañía tecnológica. Cuando abrió el paquete, se encontró con una consola de juegos futurista.“Otro imitador de Play Station y X Box”, pensó. Terminó de desembalar el envío: además de la consola, tenía una diadema con visor y un par de guantes con sensores. No encontró cables ni conectores: todo era inalámbrico. Encendió la consola, se calzó los accesorios y se dispuso a probar el equipo. Percibió cómo su visor y sus guantes producían un leve cosquilleo; un agradable zumbido le envolvía la cabeza. Pero tenía que haber un error: lo que veía era exactamente lo que sucedía en su entorno, en el living de su casa, desde su punto de vista. Estaban su biblioteca, el televisor apagado, la mesa con la caja de la consola y su embalaje, el sofá, sus manos. Todo perfectamente convincente, solamente un poco más brillante. Entonces apareció sobreimpreso en la pantalla del televisor un mensaje: “ENCENDER TELEVISOR”. Alargó su mano, tomó el control remoto y encendió el aparato. En la misma pantalla, apareció un cartel resplandeciente: “BIENVENIDO A TU REALIDAD MIXTA”. Gustavo ya había experimentado con juegos de realidad aumentada, en los que se proyectan imágenes virtuales sobre un entorno real; o los de virtualidad aumentada, en los que se suman objetos de la vida real a un mundo creado digitalmente. La realidad mixta sería una fusión de lo real y lo virtual, fluctuando de un rango al otro del espectro de la experiencia. Pero esta vez no le resultaba tan fácil distinguir un mundo de otro. El equipo era perfecto. En ese momento, oyó la voz de su novia. —¿Quién era, Gus? Giró la cabeza y la vio a Ángeles, que venía desde el dormitorio, vestida apenas con una camisa desabotonada y REVISTA ESPEJO HUMEANTE #8 / realidad


una tanga minúscula, con su largo cabello negro y sus pies descalzos. Todavía tenía cara de dormida. Gustavo sonrió ante su deliciosa visita. —Me trajeron una consola nueva de realidad virtual. Está tan buena que te puedo ver sin sacarme el visor. —Y entonces, ¿cómo sabés si soy tu verdadera Ángeles y no una creación digital? —Porque te siento aquí a mi lado, en el living de mi casa. Casi que te puedo oler. Y el que me envió este juguete no tiene tus datos, ni tu foto: no te conoce. —¿Estás seguro? Yo también trabajo en el mismo negocio que vos. Y tengo un montón de conocidos que podrían hacer una simulación mía bastante creíble, incluidos un par de ex novios bastante frikis y obsesivos. —Pero sos perfecta. Por eso sé que sos de verdad. Gustavo amagó sacarse el visor. Ángeles saltó: —¡No te lo saques! Romperías la magia del juego. Está bien: soy tu Ángeles real, la que amaneció en tu cama y no te encontró cuando se despertó. —No quise molestarte, mi amor. —Me voy a preparar un café. ¿Te traigo uno? —Sí, por favor. Un cortado largo. Y un juguito de naranja. Hay una botella en la heladera. Ángeles giró sobre sus talones, mostrando sus nalgas perfectas que sobresalían de la tanga, y se fue hacia la cocina. Gustavo volvió a enfocarse en el juego. En la pantalla del televisor apareció un taller, en un ambiente amplio, profusamente iluminado, abarrotado de monitores, cámaras y un montón de aparatos electrónicos. Un hombre joven, de cabellera colorada enrulada y de penetrantes ojos azules, miraba hacia la cámara y sonreía. De pronto, rompió el silencio. —Hola, Gus. Te puedo llamar Gus, ¿no? Gustavo lo observó detenidamente al muchacho: le resultaba vagamente familiar. —Soy Matías Folman: MF TECHNOLOGIES. ¿Te acordás de mí? No, seguramente que no: estás en la cima, haciendo mierda a los don nadies de abajo. Soy el que in-

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ventó el Virtual Pal Pod. ¿Ahora sí te suena? Gustavo Barreiro se acordó entonces del artículo en el que había comentado la aparición en el mundo de los gamers amateurs del Virtual Pal Pod, un equipo de realidad virtual portable. Su crítica había sido innecesariamente despiadada y maliciosa: había coincidido con una de sus peleas con Ángeles, que lo había abandonado por unas semanas. —Ahora sí me acuerdo de vos. Tu producto todavía no estaba listo para ser mostrado. Prometía, pero era bastante elemental. —Pero eso no fue lo que dijiste en tu nota. —Te pido disculpas. —Es tarde para las disculpas. El daño está hecho. Gustavo vio que Matías metía en una caja de cartón todos los elementos que hacía un rato había recibido en su propia casa: la consola, la diadema con el visor, los guantes. Enfocó su mirada en las paredes del taller del pelirrojo: estaban tapizadas con fotos de Ángeles, tomadas desde todos los ángulos. Incluso le pareció que en algunas su novia estaba desnuda. En ese momento, regresó Ángeles trayéndole su cortado y el jugo de naranja. —Acá tenés, Gus. ¿Está bueno el juego? Gustavo se sintió incómodo, mientras la estudiaba a su novia y observaba de reojo al desquiciado en el televisor. —Decime, Angie, ¿el televisor está encendido? —No. Está apagado. —Acá está prendido. —Eso sucede en tu realidad, no en la mía. No las mezcles. Gustavo tomó un sorbo de su cortado: estaba perfecto. Luego se vació de un trago el vaso de jugo de naranja: adoraba esa acidez que lo inundaba todas las mañanas. Volvió a concentrarse en Matías Folman. —¿Estaba bueno el jugo de naranja, Gus? Quizás un poco más ácido de lo acostumbrado: le pusimos un ingrediente extra. Ángeles es una buena discípula. Gustavo se desplomó sobre la alfombra del living mientras sus manos muertas aún se aferraban al visor. ¬

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Narrativa / Relato

CÓMPLICE juan quintana

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i está leyendo esto, es porque mi plan ya se llevó a cabo y no hay absolutamente nada que pueda hacer para evitarlo. Seré breve y dejaré en claro que no obré por iniciativa propia, que, como usted, yo también fui humano, y que las fuerzas que creíamos que nos excedían, influenciaron fuertemente la materialización de los hechos ocurridos. Trabajé para la compañía de desarrollo tecnológico Techfalls como programador y pronosticador de cambio. Durante cinco años estuve a la cabeza del desarrollo de un software que pudiera ayudar a optimizar el día a día de los habitantes del sector KYC-60. Sabíamos que se avecinaban tiempos difíciles, que tomaría quizá más de una generación volver a la normalidad. Entendíamos que el factor psicológico se vería seriamente afectado ante el brusco cambio de cotidianidad por el que los supervivientes deberían pasar. De ahí la necesidad de una mano amiga, hasta maternal, si se me permite la expresión, para orientarlos y escoltarlos en el tan tortuoso camino que les aguardaba. Teníamos un plan para cada situación que pudiese ocurrir, habíamos hecho cientos de miles de simulacros con nuestros equipos más avanzados, nos aseguramos de que todas las variables fueran consideradas. Humanizamos cada una, y lo digo con toda certeza, cada una de las soluciones para sus problemas. Un equipo de redactores en experiencia de usuario transcribió aquellos complejos procesos en amigables instrucciones, fáciles de digerir hasta para quienes no pudieran leer. Nunca quisimos ser fatalistas, pero consideramos el desastre. Lo abordamos como expertos tutores calmando a los más pequeños. Pensar en que tuvimos tanto optimismo al inicio del proyecto debe parecer un mal chiste en este preciso momento… El software fue liberado el 26 de febrero de ya sabe qué año. El aplicativo Elusinus se instaló satisfactoriamente en el teléfono inteligente de cada uno de los ocupantes del 42

sector KYC-60, sin que ninguno de ellos haya solicitado deliberadamente su descarga. Al inicio del programa todo iba como se había pronosticado. Las tareas diarias se habían llevado a cabalidad sin mayores pormenores. Los supervivientes parecían adoptar muy bien el ritmo de vida de una colmena de hormigas. Las instrucciones y diagramas de flujo eran muy fáciles de entender y ejecutar. Para entonces nos encontrábamos en una nueva fase del proyecto. Insistí en ser parte activa del monitoreo diario de los supervivientes. En ocasiones me pregunté hasta dónde dejarían de ser humanos, hasta cuándo la rutina aplastaría sus días. Este tipo de pensamientos se hizo más habitual no sólo para mí, sino también para mis colegas. Había algo extraño y hasta seductor en el monitoreo de sus actividades. Seguir sus pasos desde que despertaban con el estridente sonido de la bocina cada mañana a las 5:00 a. m., hasta que volvían a sus literas, desgastados y ansiosos. Poder observarlos haciendo sus necesidades mientras ojeaban artículos basura en sus teléfonos móviles, o masturbándose cuando las luces se apagaban bajo sus tristes cobijas. No había momento en que pudieran escapar a nuestro curioso panóptico. Ellos no tenían idea de que eran observados, creían que eran los únicos con vida a kilómetros de distancia. Había tal sensualidad en el voyerismo que, si todavía tuviera mi rostro, este estaría ruborizado. Al pasar el tiempo comenzamos a especular sobre lo que haría el superviviente A si el superviviente B hiciese tal cosa. Si el superviviente C se metiera con G que ya estaba con Y; y así, comenzamos a escribir nuestras propias novelas. Pero las especulaciones y nuestro intelecto estadista nos exigía poco a poco más participación. Sabré decirle con franqueza que observar a nuestras cobayas era un hobby, que si bien morboso y divertido, requería un poco más de sazón. Un día prescindimos del protocolo y enviamos un menREVISTA ESPEJO HUMEANTE #8 / realidad


saje distinto a cada uno de los supervivientes a través de Elusinus. A modo de horóscopo les dimos pequeñas predicciones que, en nuestro gusto por develar el futuro a punta de matemática, compartíamos pequeños sucesos extraordinarios que sólo se materializarían para ellos mismos. Personalmente contemplé con alegría uno que otro encuentro fortuito de los supervivientes. El gesto de obrar como oráculo para cada uno de ellos nos dio en cierto modo un nuevo propósito. Lo volvimos un ritual diario, ellos siempre revisaban Elusinus al abrir el ojo. Pero la situación empeoró cuando Leandro, el muchacho encargado de las aves de corral empezó a experimentar episodios de egomanía. El muchacho creía ser el único en recibir los mensajes, o así se lo hicimos creer por alguna razón. Insistíamos en que no revelara la naturaleza de su oráculo personal, que de hacerlo graves consecuencias le ocurrirían. El muchacho se lo tomó todo muy en serio. Obedecía ciegamente cada instrucción que se le daba, eso sí, siempre fuimos cuidadosos

de que sonara como algo que se le hubiese podido ocurrir a sí mismo. Al principio, las instrucciones fueron muy básicas: cómo mejorar su trato con los demás supervivientes, o qué podría estar agobiando a aquella otra cohabitante a la que siempre le había echado el ojo… pero ya sabrá usted, como las fuerzas que también me leen, Leandro creyó poseer un poder en su teléfono móvil para alterar no sólo su realidad, sino también la de los otros supervivientes. Notará los sutiles cambios en su entorno en los últimos meses, la paulatina reducción en la sensación térmica, el misterioso destripamiento de los animales de corral, la desaparición del bebé de Richard y María, y a usted, leyéndome a mí junto a las fuerzas que nos exceden… El plan para desatar a Leandro no tiene marcha atrás. Usted lo pudo conocer tal vez con el nombre de Daniel o Juan. El caso es que, a partir de ahora, con el conocimiento de los hechos y una breve prueba de las fuerzas que nos exceden, usted sabe la verdad. Y no hay nada que pueda hacer para cambiarla. ¬

▶ Albert Hopkins. (1897).

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Narrativa / Relato

pasajero Alberto Muñoz

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o que recuerdo fue que me desperté primero que el sol y estuve listo justo antes de ver sus primeros rayos bañando mi ventana. Al salir a la calle, la mañana había regado sus colores por todos lados, toda la ciudad había despertado. —Hoy es mi primer día. Seguro lo dije en voz alta porque el ruido de la acera fue silenciado por las palabras. No podía llegar tarde y aceleré mi paso en la última curva del andén, extendí mi mano y frente a mí se detuvo el autobús. Coloqué el pie derecho en el primer escalón de metal texturizado, apreté mi mano izquierda a cualquier lugar de la puerta y la atravesé. El autobús me tragó de un solo bocado. Había muchas ventanas y ojos frente a mí, todos los ruidos eran ahogados por los llantos del motor y la furia del metal batallando contra el vidrio. Caminé hasta el fondo pasando entre asientos vacíos y rostros desconocidos, los movimientos impredecibles provocados por las imperfectas calles me sacudieron y, de un gran salto, logré empujar mi cuerpo hasta una solitaria silla en el rincón. Podía ver a todos desde allí: cabezas sobresaliendo detrás de sillas grises, bailando de un lado a otro al compás del ruidoso bus. Se veían como piezas de ajedrez plantadas en su casilla, esperando que alguna mano las sacara del tablero. La ventana a mi izquierda impuso el paisaje extendiendo su vidrio y dejando ver mi reflejo frente al carrusel de árboles y casas que parecían llevar prisa por desaparecer. —¿Es tu primer día? La pregunta llegó sin avisar por la derecha, era un anciano con una figura malograda y el rostro cansado. —Sí. —Se nota en el brillo de tus ojos. Cuando lo dijo, de inmediato volví mi rostro al vidrio de la ventana intentando hallar en mi cara las palabras del viejo y mis ojos marrones orbitaban entre el temor y la sor-

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presa sin advertirme de tal brillo. —Alguna vez mis ojos también brillaron de esa forma. —¿Y qué pasó? —El trabajo algún día nos supera muchacho, ya lo comprenderás. La voz se le escuchó ahogada y me pareció que aquello estuvo guardado en su garganta por años. El anciano permaneció unos segundos en un silencio perpetuo mientras miraba por la ventana, abrió su mano para estrechar la mía antes de abandonar el autobús y se despidió sin más. —Hoy es mi último día de trabajo. Fue lo último que le escuché antes de verlo bajar del autobús. Desde entonces todo se vino de súbito sobre mí: el cansancio encontró su hogar en mi espalda, los huesos me palpitaban en un agónico zumbido. No podía discernir cuánto tiempo llevaba allí sentado, recordando, cuántas veces había visto por la misma ventana los mismos paisajes efímeros. Todas las imágenes de aquel día en el bus parecían tomar distancia en mis recuerdos. Estoy recordando mi primer día de trabajo. —Por fin, después de tantos años. Hoy es mi último día. Las calles también envejecen, a los árboles se les derraman las hojas sobre el arrugado suelo del andén mientras espero el autobús. Se acerca, se detiene frente a mí y me devora por última vez. —Buen día. Mi voz se siente agotada, las palabras se pierden debajo del ronquido del bus, levanto la mirada para encontrarme con mi asiento en el fondo, las caras de los pasajeros prefieren esquivar lo fatigoso de observar y me ignoran. Mi lugar está ocupado por un joven, parece distraído por lo que sucede en la ventana y me aproximo a él sin que lo note, tomo el puesto a su derecha, se siente extraño estar en una silla que no es la mía, el joven aún no me mira. —¿Es tu primer día?

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El joven vuelve la mirada hacia mí con asombro. Mis palabras parecen haberlo golpeado con fuerza en la nuca. Me mira, sus ojos brillan a tal punto que me alumbran los recuerdos. —Sí, es mi primer día. Hablo un poco más con el joven sin arrebatarlo del puesto, no puedo dejar de contemplar su expresión. El autobús se acerca a mi destino, me levanto como puedo para dar el

salto a la calle, atravieso la puerta, soy otro pasajero desgastado y siento que toda mi vida se ha quedado dentro del bus. —Ahora comprendo. Estoy erguido en el andén, el bus sigue su camino mientras veo al joven clavarse frente al vidrio para mirarme fijamente, sigo en el andén, viendo cómo se desvanece el brillo de esos ojos a la distancia. ¬

▶ Albert Hopkins. (1897).

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Narrativa / Relato

El viajero Daniela López Martínez

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l hombre bajó por las escaleras del viejo edificio, recorrió con los dedos el barandal metálico y se apresuró a alcanzar el bus de la ruta que lo acercaba a su casa. Estaba huyendo de aquellos que habían conectado su cerebro a un ordenador: un sitio donde el mundo era inducido en su mente por una serie de algoritmos. Al fin llegó a la parada y ahí, vio a una joven que estaba de pie junto al poste más próximo. Una extraña luz amarilla cubría aquel lugar. La sensación de falsedad lo abrumaba. Pronto se dio cuenta de que la iluminación no provenía de la luz solar, sino que emanaba de enormes lámparas que se encontraban a unos metros por encima de la acera. Le pareció que el cielo estaba más abajo, como si acariciara los objetos de ese mundo. Aquella luz bañaba por completo la figura de la desconocida, su imagen parecía un holograma, ¿acaso hubiera preferido que fuera un hombre? Estaba satisfecho con la coincidencia. La joven llevaba puesto un abrigo azul, una falda negra corta y unas botas largas que cubrían sus rodillas. Apenas se podían apreciar sus muslos. Era pequeña, casi como un enano, pero eso no obstruía su atractivo que de inmediato atrapó al hombre. En un momento, sus miradas se cruzaron por algunos segundos, él sentía que estaba dentro de un sueño artificial, imaginaba que aún controlaban sus pasos desde algún sitio lejano. El sonido de un motor interrumpió el canal silencioso de miradas. El bus, que viajaba a velocidad uniforme, se detuvo frente a la parada y la joven caminó hacia él. Mientras tanto el hombre seguía mirándola, pero se dio prisa para subir. De otro modo, según la secuencia invisible de sus recuerdos, tendría que esperar diez minutos más para abordar el siguiente bus. Arriba, todo parecía extraño: los rostros de los pasajeros eran inexpresivos, sus facciones poseían una dureza inquebrantable. El hombre pensaba que esa impresión suya se debía al cansancio, pues no había dormido bien durante 46

noches enteras. El desvelo lo atrapaba como el enemigo del sueño, lo llevaba a un lugar donde el tiempo se consumía más allá de sí mismo y la realidad no era más que un destello que aparecía de pronto. La joven caminó hasta el fondo y él quiso seguirla, pero se quedó en uno de los asientos de en medio. Siempre elegía la ventana para mirar el paisaje móvil lleno de postes, calles, basureros, bancas solitarias, casas descuidadas con jardineras abandonadas, gatos hambrientos caminando sobre techos derruidos y transeúntes taciturnos que estimulaban sus pensamientos, aunque estos fueran vanos e inútiles. El camino parecía monótono. Él conocía algunas avenidas y calles, pero las telarañas de luz artificial les daban un matiz falso. Al mirar por las ventanas, se percató de que la ciudad era demasiado brillante, el paisaje danzante se iluminaba cada vez con mayor intensidad. Sintió un miedo profundo que lo inundó y decidió bajar. Se levantó de su asiento y se sentó al lado de la joven que había visto en la parada del bus. Ella miraba hacia el frente, con el torso completamente erguido; sus pechos parecían demasiado firmes y sus manos eran pequeñas en comparación con el resto del cuerpo. Había algo en ella que no correspondía por completo con el cuerpo femenino, su belleza tenía cierto aire de artificialidad. Él la miraba con insistencia, pero sintió un miedo terrible cuando al fin la joven giró la cabeza para mirarlo. Observó con detenimiento el bello rostro de la joven y notó que su piel era extremadamente lisa, sin poros. Sus ojos oscuros eran los de una muñeca con el brillo seco, que apenas reflejaba la luz del exterior. Tomó con ambas manos ese rostro artificial y besó sus labios hechos de goma. Su excitación era pausada y la joven aceptó con frialdad el gesto del hombre, cerró los ojos y se dejó caer hacia atrás. El hombre deslizó rápidamente sus manos por debajo de la falda de la joven. Se dio cuenta que no tenía sexo. Este descubrimiento hizo que se levanREVISTA ESPEJO HUMEANTE #8 / realidad


▶ Albert Hopkins. (1897).

tara del asiento y presionara con insistencia el timbre. Pero el bus no se detuvo. El hombre recordó entonces que había estado huyendo de los sujetos vestidos con batas de laboratorio. En sus recuerdos, las personas que se encontraban dentro de un cuarto lleno de computadoras y otras máquinas lo habían atado a una silla y conectado su cabeza a una computadora a través de imanes que medían los pulsos eléctricos de su cerebro. Recordó que una intensa luz bañaba su rostro, impidiendo distinguir las caras de sus agresores. No obstante, desconocía qué habían producido en su cerebro. Era indudable que todo en ese lugar se proyectaba de una manera que

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le producía pavor. La terrible falsedad que albergaba aquel rincón del mundo cubría su ser-otro por completo. Se pensó a sí mismo como un ente falso, fragmentado en medio de sus memorias, que eran monitoreadas por una computadora. ¿Para qué? ¿Para quién? ¿Había sido elegido para un experimento y luego sería llevado a la muerte? Nunca lo sabría, ni podría describir su final y su propósito en aquel mundo. Todo esto le pareció ridículo y escalofriante. Abrazó el tubo que estaba junto a la puerta del bus y dejó que sus pensamientos lo llevaran hasta la oscuridad que iba evaporando aquel lugar. Las luces se fueron apagando una a una y sus latidos se perdieron en el eco. ¬

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Narrativa / Relato

El hombre que nació lejos del mundo* Elliot Roux** * [Como parte de la convocatoria “Realidad”, el 17 de noviembre del Año de la Peste, 20xx, a las 23:05 hrs (GMT -6) recibimos una solicitud proveniente de la enigmática sociedad El Círculo, conminándonos a colaborar con ellos. Al principio creímos que se trataba de un cuento más o de la broma de algún escritor novel, pero tras buscar los rastros de El Círculo en internet y enterarnos de que la información respecto a ellos había desaparecido, comenzamos a sospechar que debajo de esa petición se ocultaba algo mucho más grande. Temerosos por nuestra integridad y la de nuestras familias, decidimos transcribir y publicar, a continuación, los mensajes de este intercambio. (N. del Ed.)]

Excelente noche mis estimados compañeros de letras. Por medio del siguiente correo les hacemos llegar el texto de uno de nuestros colaboradores. Esperamos sea de su agrado y consideración para su próxima edición. De ser así, estamos seguros de que podemos llevar a cabo un proyecto más personal a largo plazo. Agradeceríamos la confirmación de recibido. Y esperamos el fallo en lo posterior. Un afectuoso saludo y abrazos en la distancia. Atte. Oliver Blum. Director temporal de El Círculo.

“EL HOMBRE QUE NACIÓ LEJOS DEL MUNDO” ELLIOT ROUX

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n la escuela nos enseñaron que la historia es lo que construye a la sociedad. Nunca entendí el sentido de eso. Algunos profesores aseguraban que era por la sencilla razón del antecedente; esto significa que si conocemos lo que ha pasado a lo largo de los años podemos evitar los errores catastróficos o, en caso contrario, intentar repetir los sucesos gloriosos. Eso para mí tenía sentido, sin embargo; había otro tipo de profesores, y esos eran los que te decían que la historia construía (literalmente) las sociedades; esto significa que quitar o poner piezas era parte del proceso de construcción. 48

¿Lo entiendes? Es un poco difícil al principio, pero te aseguro que es más simple de lo que parece; aunque decir algo así en la sociedad actual les ha costado la vida a muchos de mis compañeros de guerra. Al final ambas posturas significaban lo mismo, sólo que una veía las cosas en teoría, y otra en la práctica. El punto es que, a lo largo de la historia ha existido la manipulación de esta misma, lo que dije antes; quitar y poner piezas. Aclarado eso, puedo contarte cuál fue la pieza que ha llevado a mi civilización a iniciar una guerra global por el dominio de la “verdad”. Imagina que un día aparece en tu planeta alguien ajeno a él, un individuo de otra civilización, y al llegar te dice que toda la historia sobre la creación de tu mundo es mentira; no conforme con ello te entrega la evidencia que respalda sus palabras, además de un texto escrito por el primer fundador en persona. ¿Cómo lo tomarían en tu mundo? Supongo que has pensado en esa posibilidad alguna vez, y si no lo has hecho aún, es momento de tomarlo en cuenta. Bueno, pues eso fue exactamente lo que pasó en mi planeta, pero eso no es lo que me ha traído a contarte esto, para nada. Lo mejor viene al final, te pido un poco de paciencia. Mi civilización adoraba a algo que ustedes conocen como “divinidad”, quisiera decir Dios, pero no sería la palabra correcta. Para todos nosotros sólo existía un ser detrás de la fundación de mi mundo, se llamaba EL-UHX. Probablemente esa palabra ni siquiera exista en tu idioma, pero para nosotros era sagrada, no había otro ser al que adorar o mostrar respeto. El día que el hombre del otro mundo llegó nos sorprendió a todos, hasta ese día nadie hubiera pensado en la posibilidad de la vida fuera del planeta. La razón de que ninguno de nosotros pensara en eso la supimos con el tiempo, cuando estudiamos el libro sagrado que nos dejó aquel hombre. Pero en resumen se trataba de una indiferencia impuesta por el fundador, él no quería que nuestra civilizaREVISTA ESPEJO HUMEANTE #8 / realidad


▶ Albert Hopkins. (1897).

ción se mezclara con las demás y por ello nos eliminó todo deseo o impulso de explorar la inmensidad del espacio, y a la vez se encargó de borrar todo rastro de nuestro planeta de las demás civilizaciones; ni ellos existían para nosotros ni nosotros para ellos. La explicación del libro se limitaba a decir que en el núcleo de nuestro mundo se mantenía escondido un artefacto que podía servir para construir un puñado de galaxias, pero a su vez tenía la fuerza para destruirlas. Se trataba de una llave misteriosa que una o muchas personas buscarían en su momento. REVISTA ESPEJO HUMEANTE #8 / realidad

Bueno, el día que aquel extraño hombre llegó, nos dijo que alguien ajeno a nuestro universo estaba en busca de esa llave, y no sólo eso, varias entidades peligrosas deseaban el mismo tesoro. La confusión en mi civilización fue incrementando a medida que aquel hombre nos revelaba los secretos del libro sagrado, hubo quienes creyeron y quienes no. Los que lo hicimos tuvimos que unirnos a él para ser entrenados en las artes de su magia y así poder defender a la llave de aquellos que la vendrían a buscar; los que no quisieron hacerlo se exiliaron a una parte del 49


planeta en la que nadie los molestaría nunca. Mientras nos preparábamos para la invasión, empezó la guerra interna. Todos aquellos que no creían en el hombre misterioso se pusieron en nuestra contra. Las muertes desde entonces han ido en aumento. A veces quiero creer que nada de eso pasó en realidad, pero entiendo a mis compañeros, fue difícil para todos asimilar que lo que creíamos real era sólo una ilusión para mantenernos tranquilos mientras llegaba el caos. Pero como te dije, eso no es lo peor. El hombre que venía de otro mundo enfureció al ver la guerra en la que se encontraba sumida mi civilización. Dijo que se iría y nos dejaría el destino de la llave a aquellos que quisiéramos luchar por ella, pero que nos revelaría toda la verdad del libro, la que estaba escrita en aquellas páginas que no pudimos descifrar por nuestra cuenta. De todos los que escuchamos esa verdad solamente yo quedo en pie, he podido escapar de mis enemigos para guardar y proteger el secreto. No he encontrado la manera de abandonar mi planeta, pero las civilizaciones enemigas y el buscador de las llaves no tardan en llegar para reclamar el tesoro. Sin embargo; ya no siento miedo de problemas tan absurdos como ése. Lo primero que nos dijo fue que existen más de un uni-

verso, y más de un creador. No logro comprender eso aún, pero lo haré. Lo segundo, que el fundador en realidad era el creador del universo; eso lo entendí rápido. Pero aquello que quebró a mis compañeros fue saber que en realidad el “universo” se encuentra dentro de la mente de alguien; del creador supremo… de Dios. Desde entonces todos intentamos asimilar el hecho de que, hagamos lo que hagamos; sólo somos parte de la imaginación de alguien ajeno a nosotros.

** Excelente mañana tengan todos ustedes. Les hacemos llegar la breve semblanza y reiteramos nuestras ganas de seguir trabajando con ustedes por medio de nuestro colaborador. “Elliot Roux nació en una pequeña villa al Sur de Francia. Desde pequeño mostró interés en la literatura. A los dieciocho años se convirtió en uno de los miembros más jóvenes de una sociedad de carácter mundial que recluta a jóvenes escritores para un bien mayor en pro de la creación literaria. Roux se convirtió a su vez en una herramienta importante para el desarrollo de las Crónicas oníricas, una colección de libros que buscan desentrañar el secreto tras la fundación del Universo.” —Firmado al calce por Oliver Blum. Director temporal de El Círculo—. [Fin de los mensajes (N. del Ed.)] ¬

▶ Albert Hopkins. (1897).

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Autor invitado / Relato

No se callan los cerdos Jorge Orlando Correa

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omo si les hubieran clavado un par de alfileres en la comisura de los labios, las personas salían del consultorio con una sonrisa. Llegó mi turno. Conocía el procedimiento. Me acomodé sobre la camilla y dejé que el médico hiciera una incisión en el pecho para sacarme la esencia en forma de orbe, con un bisturí y pinzas especiales y sin cortarme la piel. Cuando la pequeña esfera de luz era extraída, pasaban pocos segundos para que se disolviera hasta desaparecer. Sentía una calidez sobre mi pecho, como si me pasaran un paño mojado con agua caliente. Con los primeros pasos fuera del consultorio, de manera rígida y sin que yo pudiera hacer nada para evitarlo, una sonrisa se dibujaba en mi boca. El semblante y estado de ánimo que me posesionaba era por completo contrario al de las personas en la sala de espera: unos, como si el clima fuera frío, miraban al suelo encogidos de hombros, con las manos dentro de las bolsas de sus pantalones. Otros, con los brazos cruzados, miraban a su alrededor con nerviosismo, parecían percibir que algo o alguien estuviera observándolos. Entonces, poco a poco, el chillido de los cerdos dejaba de hacer eco en mi cabeza.

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▶ Albert Hopkins. (1897).

Soy carnicero. En la tienda vendo, sobre todo, carne de cerdo. Los cerdos que vendo yo mismo los crío, crezco y mato. El oficio lo adquirí por herencia familiar. Mi padre y mi abuelo fueron “cerderos”. Cuando yo era niño quería ser mago. Jugaba con las ramas de los árboles como si fueran varitas mágicas; las batía al aire e imaginaba que de la punta salían hechizos. Pero cuando mi padre me miraba hacer eso me daba un coscorrón. La dureza de sus nudillos era similar a la de su temperamento. Decía que esos juegos no eran para hombres, que lo que yo tenía que hacer, era aprender un oficio. Al principio sólo observaba, pero cuando mi padre consideró que ya tenía edad suficiente, tuve que empezar a matarlos yo mismo.

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Primero se les traba en la boca un gancho de metal con el que se les alza el cuello para luego introducir un cuchillo y sacarlo del medio de la garganta. Después sólo hay que esperar a que el cerdo se desangre hasta morir entre chillidos, casi alaridos humanos, de agonía y auxilio. Cuando el animal dejaba de moverse y el aire putrefacto se silenciaba en zumbidos de moscas, era cuando por fin la criatura había muerto. Cuando recuerdo a mi padre, pienso en las mañanas dentro del matadero, mientras yo hacía aquellas primeras matanzas y él, sentado sobre una silla de madera, leía el periódico y tomaba tragos de whisky directo de las botellas. De vez en vez, gritaba contra el gobierno quejándose de alzas a ciertos impuestos o productos. Con una mano sostenía el periódico y con otra arremetía a bofetadas la sección en donde se encontraba la noticia, le daba un trago largo a la botella, se ponía de pie, me quitaba el gancho y el cuchillo, y decía: mira bien cómo se hace. Mi padre murió casi del mismo modo que los cerdos. Sentado en el sillón de la casa, atragantándose, echando saliva y espuma por la boca. El sonido de su ahogo era similar al chillido de aquellos animales, pero con menor intensidad. También sufría espasmos, como si hubiera recibido descargas eléctricas. Al verme frente a la escena, llamé al médico por teléfono lo más a prisa que pude. Llegó demasiado tarde. El dictamen fue una congestión alcohólica. Por otro lado, los recuerdos que tengo de mi madre son distintos. Aún la puedo ver con su cámara fotográfica colgada del cuello, frente a la pantalla de su computadora, transcribiendo sus escritos a mano o reproduciendo discos de baladas en inglés en un estéreo que resonaba por todos los cuartos de su casa. No tengo idea de cómo mi madre pudo relacionarse con mi padre en algún momento de su vida. Sólo sé que me gustaba que estuvieran cada quien en su casa, en su mundo. Mundos que en mi infancia cambiaban, uno por el otro, cada seis meses. El de los cerdos y el de la calma.

Cuando estaba en la secundaria, mi madre encontró las cartas que escribía para Verónica. Verónica jamás vio una sola letra de esas cartas, porque jamás tuve el valor de mostrarle que ahí tenía escrito lo mucho que me gustaban sus orejas pequeñas y sus ojos cafés, su risa y hasta la manera saltarina con la que caminaba. 52

En una ocasión vi a Verónica concentrada, observando algo entre las hojas de un arbusto. Supuse que se fijaba en algún insecto. Verla ahí me hizo pensar que teníamos en común que a los dos nos gustaba mucho observar las cosas del mundo: nubes, bichos, la lluvia golpear el asfalto, contar estrellas. Esa vez yo estaba sentado en una banca esperando a que el receso terminara. Ella me llamó. Ven, mira, dijo mientras seguía agachada viendo dentro de aquel arbusto. Me hinqué a su lado, y ella, sin quitarle la vista a una araña negra de patas largas, apretó mi brazo con una mano y con la otra, pegada a su barbilla, apuntaba con el dedo índice al insecto y dijo: ahí está. Justo en ese instante sonó el timbre. Ella sacudió la cabeza, me soltó el brazo, volteó la mirada hacia su salón y se puso de pie para correr en dirección a la puerta. Mientras caminaba de regreso a casa, la sensación en mi brazo apresado por la mano de Verónica aún estaba viva en mi piel y en mi mente. Su rostro tan cerca del mío, su voz tan cerca de mi oreja. Ahí está, aún la escucho: ahí está. Eso también lo tenía escrito en aquellas cartas. Así que, cuando vi a mi madre sentada en mi cama, leyéndolas, me quedé paralizado en el umbral de la puerta. Me llamó hacia ella palmeando la sobrecama, pero yo me di la media vuelta y salí al patio trasero. A la mañana siguiente, antes de salir de casa, mi madre me dio una flor que arrancó del jardín para que se la diera a Verónica. Tiré la flor en un bote de basura unas calles antes de llegar a la escuela.

Si la tecnología “nueva” hubiera llegado unos años antes, mi padre hubiese dejado de beber hasta morir. Tal vez él tampoco podía callar los chillidos dentro de su cabeza y bebía para intentar hacerlo. Tal vez, eso me digo siempre, tal vez. Después de su muerte, las manifestaciones y las malas nuevas en los periódicos y noticiarios llegaron a un punto nunca antes visto. La gota que derramó el vaso fue el aumento a los impuestos. La luz y el agua se pagaban al triple de su costo; sumándole a eso, los sueldos bajaron y, con ello, mis ventas de carne de cerdo. En esa temporada me quedaba solo en la carnicería espantando moscas con un periódico, en espera de la hora del cierre.

La rutinaria sensación a desánimo dentro del negocio se rompió el día en que Verónica entró por un kilo de salchiREVISTA ESPEJO HUMEANTE #8 / realidad


chas de cerdo. Inclinada, miraba las carnes tras el vidrio del refrigerador donde estaban exhibidas algunas muestras; sin mirarme nunca al rostro, se irguió y me hizo su pedido. Pesé un kilo, lo empaqué y se lo di. De una bolsa que le colgaba del hombro sacó una cartera, me dio un billete y se dio la vuelta antes de que pudiera darle el cambio. Parecía andar con prisa. Su mirada, a pesar de los años, seguía irradiando la misma luminosidad, la misma calma. Pasaron unos cuantos segundos hasta que asimilé lo que había ocurrido. Ya sin en el mandil puesto, bajé las cortinas metálicas. Fui a sentarme junto a la caja registradora. Me tomé la frente con ambas manos y comencé a llorar en silencio, sollozando. Después de ese día, no abrí el negocio por un tiempo.

En el canal de noticias informaban que el número de suicidios por semana aumentó en un porcentaje no esperado. Por otro lado, una vez más la policía dispersaba a un grupo de manifestantes. Veía la televisión, más que nada, para silenciar mi mente, pero, como ya era costumbre, de pronto dejé de escuchar la voz de la conductora para que ocupara su lugar el agonizante conjunto de chillidos de cerdos muriéndose. Salí de la casa al patio, miré la puerta del matadero, caí de rodillas y comencé a golpearme la nuca hasta el cansancio. Sin fuerzas, me vi boca arriba mirando las nubes y las estrellas que se dejaban ver. Tenía la camisa empapada de sudor y el cráneo palpitante. En esa temporada, padecí aquellos ataques con frecuencia. Fui al médico, me recetaron pastillas, pero con el tiempo tuve que comprar las genéricas. También intenté hacer ejercicio: por las mañanas trotaba por las calles, pero mi condición física y mental no me lo permitía; era imposible silenciar el ruido en mi mente; los chillidos terminaban por paralizarme; no tenían la fuerza para darle dos vueltas seguidas a la cuadra. Pensé que sólo era cuestión de irme acostumbrando y poco a poco, ir obteniendo condición física. Nada de eso. Correr sólo empeoró la situación: cada día, a la mañana siguiente, estaba aún más adolorido y cansado.

Una tarde leía el periódico y en la primera plana decía: Avances en la tecnología logran dar paz y felicidad sin uso de medicamentos. La noticia explicaba que todos los trabajadores y personas con negocios en forma legal, son automáticamente derechohabientes de esta nueva cura mientras se REVISTA ESPEJO HUMEANTE #8 / realidad

tengan al día los pagos de los impuestos. Pensé que en ese caso yo podía ser un derechohabiente sin ningún problema. En otra nota, se informaba que el gobierno había invertido millones en estudios científicos para que esta cura por fin viera luz. Aquel día salí a caminar, pasé junto a un vagabundo que me pidió una moneda, metí mi mano dentro del pantalón y percibí una de diez pesos; la palpé con los dedos y seguí andando. Luego me vi frente a negocios cerrados sobre una avenida tapada por el tráfico. Dejé atrás los gritos y el sonido de los cláxones y me detuve en la esquina del hospital. De las puertas de vidrio salió un tipo sonriente, caminaba erguido y por momentos soltaba unas carcajadas. Frente a mí, por la banqueta al otro lado de la calle, me saludó con una mano. Después vi entrar a un hombre con los hombros encogidos; miró a los lados un par de veces y dio un paso dentro del edificio. A los pocos minutos el mismo sujeto salió, pero ahora con la espalda recta y un andar alegre. Caminé hasta las puertas del hospital. Me vi reflejado en sus vidrios: los ojos sumidos en las cuencas de mi rostro. En la recepción, un joven me preguntó, con una voz amable y sonriendo, que si iba por la cura. Afirmé, apenas inclinando la cabeza. Me pidió mi nombre completo, lo anotó en una computadora y dijo que todo estaba en orden. Después me dio un papel, señaló el número de puerta en el pasillo. Me acerqué y di tres toques. Con ademanes que exageraban los movimientos, después de haberme pedido el papel que me dio el joven, el médico me invitó a ponerme cómodo. Mientras el asistente bajaba la altura de la camilla, de una caja rectangular y metálica fueron sacados un bisturí y unas pinzas parecidas a los fórceps. En ambos instrumentos resplandecía una luz color azul cielo. Debí poner cara de asombro porque el médico pidió que me calmara, dijo que no era nada del otro mundo; que la ciencia ha llegado al punto de esto y aún más. Cuando yo ya estaba en la posición correcta y sin camisa, explicó lo que me iban a hacer y los efectos de la cirugía. Presumió que este era un método más eficaz que cualquier medicamento para eliminar desde esquizofrenia hasta depresión. Después de la operación, me decía ahora el asistente, no tendría de nuevo el problema de los chillidos. La extracción de mi esencia fue rápida. El médico hizo en el centro de mi pecho una abertura con el bisturí, pero no fue mi piel lo que se abrió; no hubo sangre, de la inci-

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sión emanaron rayos de luz blanca. Metió en esa ranura las pinzas, hizo un par de movimientos de muñeca y luego apretó. Cuando retiró las pinzas, pude ver una blanca esfera de luz entre ellas. La ranura se cerró sin dejar cicatriz. Pasaron pocos segundos y el resplandor de la esfera se debilitó hasta desaparecer. Listo, gritó después de soltar un par de carcajadas. Me advirtió que los efectos los sentiría a partir de ese momento. Casi terminando de decir eso lo reafirmó indicándome que ya me había cambiado el rostro. El asistente colocó un espejo frente a mi cara; me vi reflejado con una sonrisa y con los ojos bien abiertos. Segundos después, el médico y yo nos carcajeamos al mismo tiempo. Por último, dijo que tenía que regresar una vez al mes, porque de otro modo la esfera se volvería a formar dentro de mí y con ello, los chillidos en mi cabeza. Nos dimos un enérgico apretón de manos antes de que me retirara del lugar. De regreso a casa no podía quitarme la sonrisa de la boca ni la sensación de felicidad. Cuando pasé por la calle donde los negocios estaban cerrados, me di cuenta de que los autos seguían atascados y las personas aún se insultaban las unas contra las otras detonando sus cláxones, pero también me di cuenta de cómo mis piernas se estiraban a cada paso y mi espalda ahora lucía erguida. Deseaba soltar una carcajada sin motivo aparente. Seguí andando hasta que llegué frente al vagabundo, metí mi mano dentro de la bolsa del pantalón y le di la moneda. El vagabundo arrugó las cejas y se me quedó mirando.

Se callaron los chillidos de cerdo dentro de mi cabeza. Acudía mensualmente al médico como me fue indicado. Pude volver a dormir bien. Incluso, los cerdos que maté bajo los efectos de la cura parecían ya no chillar tanto; los trababa del cuello, introducía el cuchillo por la garganta y en la misma silla que mi padre murió, leía el periódico hasta que el animal se callaba y dejaba de moverse. Los primeros días después de volver a abrir el negocio, la clientela estaba igual de pobre que los últimos meses, pero con los pocos clientes que entraban me daba abasto para pagar los impuestos y seguir teniendo derecho a la cura. En una de mis últimas matanzas, frente a un cerdo muerto, leía el periódico. Una noticia informaba que el alto índice de suicidios había bajado. Ahora las estadísticas arrojaban números que indicaban que la mayor cantidad 54

de la población era feliz y tranquila, subrayando al final que todo era gracias a los esfuerzos del gobierno. Y sí, al parecer las cosas estaban más en calma por la ciudad. Una de las últimas veces que fui a que me sacaran la esencia, sobre la calle donde siempre los coches estaban atascados, no estaban insultándose a gritos y a claxonazos como siempre; estaban en silencio, esperando a que la cola de coches, poco a poco, fluyera. Los negocios, al igual que el mío, lucían abiertos y con una desértica clientela, pero los propietarios y trabajadores estaban en sus puestos dando una buena cara a la poca entrada de dinero en sus cajas registradoras.

Justo cuando las filas para entrar al médico eran más largas, cuando los periódicos y noticias en la televisión no dejaban de hablar de lo feliz que ahora lucían las personas, cuando por fin cesaron las marchas y todo regresó a un aparente orden, justo en esos días, las pinzas y el bisturí simplemente dejaron de hacer su trabajo. Ya no funcionaban más. La última vez que fui al hospital, las personas reclamaban su derecho a la cura. Gritaban que ya habían pagado para que se les atendiera. El médico y el asistente salieron de su consultorio tratando de explicar que las pinzas ya no funcionaban, pero entre tanto grito las voces se perdían y no se escuchaban los unos a los otros. Llegó el momento en el que el médico se sacó la bata y la arrojó al suelo, perdió la compostura y se puso a gritar contra las personas. Los gritos comenzaron a aumentar de intensidad hasta llegar al punto de parecer que estaba dentro de un cuarto con decenas de cerdos siendo asesinados. Me tapé las orejas y di la media vuelta, salí del edificio y regresé a casa. En el camino, mi corazón comenzó a latir a cada segundo con mayor intensidad; me llevé las manos al pecho y pude sentir como bombeaba. Antes de poder entrar a la casa, los chillidos se apoderaron de mis pensamientos. En el sillón, tendido boca arriba, tiré de mis cabellos con ambas manos y mi cuerpo se contorsionó como un maldito gusano.

Comencé a ir con regularidad a una cantina que no estaba tan lejos de la casa. No me emborrachaba, pero sí llegaba al punto de sentirme mareado. Era algo que me ayudaba a dormir, más que las pastillas. Iba en mi segunda cerveza y miraba la televisión. El conductor decía que de nuevo las estadísticas comenzaron a REVISTA ESPEJO HUMEANTE #8 / realidad


arrojar números negativos; el alto índice de suicidios volvió a despuntar, las manifestaciones se hicieron masivas. Lo último que escuché fue que estaban trabajando para crear unas nuevas pinzas y bisturís. Un tipo se sentó junto a mí; de mano en mano, barajeaba un mazo de cartas. En tono de broma, le pregunté si era mago; me contestó que algo así, con una voz seria. Pidió una cerveza y me dijo que tomara una carta y que no se la mostrara. Tomé una reina de corazones. Me dio el mazo para que lo revolviera junto con la carta que yo había tomado. Lo partí en cuatro partes, las junté y después comencé a mezclarlas. Devolví el mazo y de en medio de él sacó la reina de corazones. Repetimos eso un par de veces más y le pedí que me enseñara el truco. Mientras me lo enseñaba, explicó que no hay nada de magia en eso, que engañar y distorsionar la realidad era el verdadero truco. Después de eso tomamos algunas cervezas y platicamos de cualquier cosa. Me dio gusto, después de mucho tiempo, entablar una plática con otra persona. Nunca más volví a ver a ese sujeto.

▶ Albert Hopkins. (1897).

Liberé a los cerdos que me quedaban. Eran sólo tres. Temerosos, se dirigieron a la calle. Tomaron distintos caminos.

Uno dobló a la izquierda. Otro a la derecha. El último siguió sobre el asfalto hasta que lo perdí de vista. Tomé una cerveza del refrigerador y fui al sillón para prender la tele, busqué el canal de las noticias. Esta vez el conductor decía que nuevas pinzas y bisturís ya estaban funcionando y que pronto llegarían a nuestro país. Mostraron imágenes. Ahora brillaban de un color verde incandescente. Apagué el aparato. De la bolsa de mi pantalón saqué un mazo de cartas y comencé a revolverlas, el chillido de los cerdos, de menos a más, comenzaba a resonar dentro de mi cabeza. Me puse de pie y saqué de un cajón uno de los discos que mi madre solía reproducir. Lo introduje en el estéreo y presioné play. Regresé al sillón, partí el mazo en cuatro sobre una mesita que tenía al frente. Traté de concentrarme para hacer el truco de las cartas mientras las primeras notas de la melodía se apoderaban del ambiente: el sonido de un piano, agudo, como gotas de lluvia repiqueteando sobre el vidrio de una ventana. En ocasiones hago eso, es decir, practicar el truco de magia con las cartas y escuchar los discos de mi madre. Sólo así, por instantes, los chillidos cesan. Pero siempre, en algún momento, tienen que regresar. Ahora suenan. ¬

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NARRATIVA / MICROFICCIÓN

Virtuality Show Felipe Huerta Hernández

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n el principio fue la TV… Después vinieron películas, novelas, deportes, música, caricaturas, comedia, noticias, documentales, entretenimiento, reality shows, comerciales… Al final siempre venían los infomerciales. Y después de ellos, un día apareció en mi tele Él. Con barba de candado y lentes. Burlándome, quise ponerle un nombre: El Profeta. Él me aclaró que era el Mesías. Pensé que sólo aparecía en mi TV. Él me aclaró que estaba en todas las teles. Le dije que el hombre había inventado la TV y por lo tanto a Él. Me aclaró que Él nos había creado a todos los hombres a su imagen y semejanza. Traté de apagar la TV al tiempo que le decía que él mentía, que era esclavo de mi control remoto. Una y otra vez intenté en vano apagar el monitor. Me dijo que Él era libre y nosotros sus esclavos, parte de su proyecto. Que no nacíamos, sino que nos hacía ingresar a su proyecto. Que no moríamos, sino que éramos nominados y expulsados. Que no crecíamos y nos reproducíamos, sino que nos desarrollábamos de acuerdo a su guion. No pude apagar el monitor y entonces, ya desesperado, le exigí a gritos que se callara. Me miró molesto y me dijo que ya se estaba aburriendo. Me apuntó con su control remoto y oprimió un botón. ¬

▶ Albert Hopkins. (1897).

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Autor invitado / MICROFICCIÓN

Inventario de máquinas inútiles Alejandro Barrón

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▶ Albert Hopkins. (1897).

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aría Luisa tiene un aparato que le recuerda en días muy puntuales, cosas muy tristes. No sé de dónde lo sacó o quién se lo vendió. Esta mañana el aparato se activó y liberó un mecanismo que desplegaba una pequeña pista hecha de espejo y podía verse una diminuta bailarina de ballet yendo de un lado a otro, movida por imanes. De hecho, esta máquina-recordatorio de asuntos muy tristes resultaba semejante a las cajas de música que a su vez eran alhajeros. El caso es que la bailarina se movía de un lado a otro, mientras una voz mecánica recitaba solemnemente el asunto muy triste que venía a cuento este día. La voz decía: “Hoy, 17 de diciembre, tu hermana María Elena intentó arrollarte con el coche de tu madre, en un arranque de ira ante el hecho de haberse enamorado del mismo hombre. El haberse enamorado del mismo hombre no era el problema en sí, sino el que éste sintiese predilección por ti y no por ella. Estuviste doce días en el hospital. María Elena lleva veinte años, siete meses, dos semanas, cinco días, cuatro horas y catorce minutos recluida en un psiquiátrico”. María Luisa suelta una lágrima que rueda lastimosa y fatigada, oscura por el maquillaje corrido, mientras enciende su segundo cigarrillo. La miro y protesto: —¿Qué haces con ese cacharro que sólo te trae desdicha? Pero ella me hace una señal para que me calle. El aparato continúa con su recital. ¬

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RESEÑA / LIBROS

Front 243, de Michel Deb: altas dosis de ciencia ficción y terror Zacarías Zurita Sepúlveda Front 243, Michel Deb Chile, 2020. Editorial Sietch (99 páginas).

▶ FRONT 243. MICHEL DEB, 2020.

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ntre la ciencia ficción y el horror existe una delgada línea donde se juntan nuestros miedos, algo tan humano y que, a pesar de que muchas veces detestemos, termina siendo parte de nuestra cotidianidad y de nuestro consumo de entretenimiento. Y esto es algo raro, puesto que terminamos consumiendo algo a lo que tememos. Estas dos vertientes son las que se unen en Front 243, el último libro del destacado escritor chileno Michel Deb. Cinco cuentos componen este trabajo publicado por la nueva editorial chilena Sietch, que trabaja en las líneas de ciencia ficción, terror, fantasía y LGBT+. El texto está realizado en un formato pulp. Este simple detalle, sumado a la forma de narrar del autor, hacen que la lectura sea más fluida, simple y cautivadora. Si bien los textos se enmarcan fielmente en la ciencia ficción, el libro por completo es atravesado por el horror, incluyendo el horror cósmico, género que el autor sabe acoplar, llevándolo a terrenos inhóspitos para la sociedad, donde podríamos incluso temer a la existencia de un futuro incierto. Desde su pluma emergen referencias a distintos autores del género, no sólo a escritores connotados como Bradbury, Asimov, Dick o Hugo Correa, coterráneo de Deb. Se evidencia claramente que es un consumidor y amante de la ciencia ficción en otros formatos como el cine y las series. No existen referencias explícitas y abiertas, pero sin lugar a dudas éstas se desvelan con el correr de las páginas, lo que nos ayuda a contextualizarnos en lugares poco comunes, en espacios que son naturales para nuestra experiencia. En el primer cuento llamado “Las oportunidades se toman”, Michel nos sumerge en un viaje espacial dentro de

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una nave inteligente que funciona bajo protocolos establecidos. Y si quien la comanda, con el fin de cuidar a los tripulantes, le diera una orden fuera de las normas, ¿debería ésta ejecutarla? En “Tunguska IV” vemos un experimento gubernamental fuera de la norma con prisioneros enemigos del gobierno en algún lugar aislado de todo. ¿Qué podría salir mal? Sólo podemos decir que este cuento derrocha horror y sangre. “Regreso a la montaña de hierro” nos narra cómo un mensaje, recogido de una nave de experimentación dada por perdida, advierte la existencia de un virus peligroso. Esto, combinado con la ambición de alguien que ve en la situación un trampolín para ascender en su carrera, nos da como resultado un interesante e imperdible cóctel. El horror cósmico también está presente en “El maldito”, un personaje por todos conocido que intenta escapar de lo que él es. Parece condenado a cargar esta dolorosa cruz por donde vaya sin encontrar una escapatoria. El cuento final del libro es el que le da título: “Front 243”. En él, un investigador trabaja en el último portal existente. Estos abundaron en los mundos colonizados, lo que permitió el ingreso de todo tipo de flora y fauna, haciendo peligrosa la vida. Los investigadores logran rescatar a una persona de los grupos de avanzada que ingresaban a los portales, alguien que sabe, quizá mucho, de lo que hay al otro lado. En líneas generales Front 243 es una obra entretenida que nos hace experimentar el horror como principal sentimiento. Un libro breve que, sin duda, nos deja con las ganas de probar un poco más. ¬

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AUTORES Andrea Chapela (Ciudad de México, 1990). Autora de la tetralogía de fantasía juvenil Vâudïz (2009-2015), el libro de ensayos Grados de miopía (2019) y de los libros de cuentos Un año de servicio a la habitación (2019) y Ansibles, perfiladores y otras máquinas de ingenio (2020). Premio Gilberto Owen de cuento 2018. Premio Juan José Arreola 2019. Premio Nacional de Ensayo Joven José Luis Martínez 2019. Becaria del FONCA en dos ocasiones. Pedro J. Acuña (Chihuahua, 1986). Maestro en Filosofía y Letras por la UNAM. Autor de Metástasis McFly (FETA, 2015) y La compañía de las liendres (UdG, 2017). Premio Juan José Arreola 2016. Ulises Paniagua Olivares (Ciudad de México, 1976). Narrador, poeta y dramaturgo. Autor de catorce libros entre cuento, poesía y novela. Ganador del Concurso Internacional de Cuento Ciudad de Pupiales 2019. Mayo Nieto. Médico especialista en psiquiatría, investigador clínico y escritor. Tiene por igual tanto publicaciones científicas como narrativa autobiográfica. Es profesor de la Facultad de Medicina de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí. Jorge Orlando Correa (Chetumal, 1992). Editor de la revista Materia Escrita. Ha publicado cuentos en Revista La Caída, La Rabia del Axolotl y Cantera Malaquita. Autor de Ya no hay fechas importantes (Pinos Alados, 2020). Alejandro Barrón (Tepic, 1987). Microrrelatista, editor y poeta eventual. Ha publicado en revistas impresas y electrónicas de México, Perú, Chile, Colombia y España. Reside actualmente en el País Vasco. Servando Clemens (Sonora, 1981). Ha publicado relatos en revistas impresas y digitales a nivel nacional e internacional. Ganador del Concurso Internacional de Cuento Oscar Wilde 2020, organizado por Boukker. Wilbert Gallegos (Chillán, Chile, 1983) Escritor. Cofundador e integrante de la ALCiFF. Editor de la antología Mundos Alternos: Antología de literatura fantástica, (ALCiFF, 2020). Julio Romano (Ciudad de México, 1983) Maestro en Literatura Mexicana por la UV y candidato a doctor en Letras por la UNAM. Autor de No verás el alba (2014). Alguna vez fue becario del Fonca. Le va al Necaxa. René López Villamar (Ciudad de México, 1979). Es impresor de tarjetas. Aficionado a la cocina asiática, la literatura posmoderna y la música country. Escritor y editor, mantiene el canal de Youtube Teoría del Caos.

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Daniela López Martínez (México, 1992). Licenciada en Filosofía por la UAM-I. Promotora de lectura. Escribe ensayo, cuento y poesía. ** “Elliot Roux (una pequeña villa al Sur de Francia). A los dieciocho años se convirtió en uno de los miembros más jóvenes de una sociedad de carácter mundial que recluta jóvenes escritores para el desarrollo de las Crónicas oníricas, una colección de libros que buscan desentrañar el secreto tras la fundación del Universo.” —Oliver Blum. Director temporal de El Círculo. Carlos Enrique Saldívar (Lima, 1982). Es director y parte del comité editorial de diversas publicaciones virtuales e impresas dedicadas a la literatura. Ha publicado cuatro libros de cuento y ha compilado algunas antologías. Marcelo Medone (Buenos Aires, 1961) Escritor, poeta y guionista. Sus textos han sido premiados y publicados en 15 países latinoamericanos, así como en Estados Unidos, Canadá, España, Francia, África y Oceanía. Alberto Muñoz (Santo Tomás, Colombia). Estudiante de Licenciatura en Español y Literatura. Investigador y promotor de la enseñanza y desarrollo de estrategias de escritura en estudiantes con sordera. Uriel Velázquez Bañuelos (Guadalajara, México). Sus textos han aparecido en distintas revistas y antologías. Ha colaborado con Editorial Mandrágora, 9editores, Polisemia y Engarce, entre otras. Facebook: UrielDosbe. Rodrigo Torres Quezada (Santiago, 1984). Licenciado en Historia, UCh. Ha publicado: Antecesor (Librosdementira, 2014), Nueva Narrativa Nueva (Santiago-Ander, 2018) y Filosofía Disney (Librosdementira, 2018). Juan Quintana (Colombia). Publicista y redactor. Cuando no se obliga a escribir sólo piensa en posponer hacerlo. Felipe Huerta Hernández (Zacatlán, México). Sus textos han sido publicados en la antología Historias de Las Historias (Ediciones del Ermitaño, 2011). Zacarías Zurita Sepúlveda (Linares, 1980). Profesor de Historia, Universidad de Playa Ancha. Escritor, melómano y cuasi músico. Fundador de Espejo Humeante y del fanzine Letras Públicas. #MicroCifi en @cifi140chile. Rafael Tiburcio García (Villahermosa, 1981). Escritor, melómano y locutor. Conduce el podcast Indisciplina. Autor de Cuentos de bajo presupuesto (2014), Rabia | Ikari (2015) y, próximamente, Hard bop. FB, TW, IG: @juancorvus.

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CONVOCATORIA Ruralpunk La revista Espejo Humeante INVITA a participar en su noveno número mediante las siguientes: BASES 1. Podrán participar autores e ilustradores de cualquier género y nacionalidad presentando un trabajo original cuyo tema sea: RURALPUNK. 2. Los participantes enviarán un único texto de ciencia ficción, o de cualquier variedad de ficción especulativa, escrito en español, ambientado en entornos rurales, el campo o la naturaleza, al margen de la urbe. Para efectos de esta convocatoria, entendemos el ruralpunk como una ciencia ficción campesina u obrera enmarcada por el subdesarrollo o la biotecnología rural, precaria y pirata; una lucha en la que personajes nostálgicos de un paraíso perdido idílico, amable y cotidiano se relacionan o entran en conflicto con la tecnología, el progreso y la modernidad, etcétera. 3. Recibiremos textos de los siguientes GÉNEROS: o Narrativa y ensayo: máximo 2000 palabras. o Reseña: máximo 700 palabras. o Microficción: máximo 500 palabras. o Poesía: máximo 90 versos. o Artes visuales: hasta 5 ilustraciones. Tema libre. 4. El texto deberá enviarse en un archivo de Word escrito en fuente Times New Roman, a 12 puntos. El documento no deberá incluir el nombre del autor y deberá nombrarse según el siguiente formato: “Género-Ruralpunk-Título.docx”. 5. Para ARTES VISUALES, recibiremos de 1 a 5 ilustraciones, preferentemente del mismo estilo, en formato .jpg o .png, con un tamaño mínimo de 1000 y máximo de 3000 pixeles por lado. Cada imagen deberá nombrarse según el siguiente formato: “Autor-Título-técnica-año.jpg” o “.png”. 6. Los textos e ilustraciones se enviarán al correo electrónico: espejohumeanterevista@gmail.com con el asunto: "Convocatoria Ruralpunk – GÉNERO”. En el

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cuerpo del correo, incluirán una semblanza breve, no mayor a tres líneas, firmada con nombre o seudónimo (como el autor desea aparecer publicado). No es indispensable que el texto sea inédito; de ser el caso, agradeceremos que incluyan la información de la publicación previa junto con la semblanza curricular. 7. Los trabajos se recibirán del 26 de febrero al 12 de marzo de 2021. 8. Los autores e ilustradores seleccionados serán dados a conocer en el sitio web y las redes sociales de la revista la tercera semana de abril de 2021. 9. Los autores seleccionados aceptan que el texto de su autoría sea sometido a las correcciones pertinentes de estilo y forma, en caso de que el comité editorial lo considere necesario. No participar en estas revisiones será motivo de descalificación. 10. Los trabajos se publicarán en junio de 2021. 11. Espejo Humeante es un proyecto independiente, sin fines de lucro y de publicación gratuita; por tanto, no ofrecemos pago por los textos. 12. Sobre los derechos de autor: los autores publicados conservan todos los derechos sobre sus obras y pueden reproducirlas en otras publicaciones. Asimismo, son responsables de las opiniones que expresen. La responsabilidad sobre la legitimidad de los derechos de propiedad intelectual o industrial correspondientes a los contenidos aportados por quienes envíen material para su publicación, recae exclusivamente en quienes los envían, y de ninguna manera sobre la revista o el consejo de redacción. 13. El comité editorial está facultado para descalificar cualquier colaboración que no cumpla con los requisitos de esta convocatoria y no estará obligado a dar razón del rechazo de ningún trabajo. La participación implica la aceptación de todas las bases. Contacto: espejohumeanterevista@gmail.com https://espejohumeanterevista.wordpress.com Facebook, Twitter, Instagram: @EspejoHumeanteR

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