Lenguaje
Espejo Humeante Revista latinoamericana de ciencia ficción Número 11. lenguaje. febrero de 2022.
Coordinador editorial Rafael Tiburcio García Comité editorial Miguel Angel de la Cruz Reyes, Felipe Huerta Hernández, Miguel Ángel Lara Reyes, Julio Romano y Zacarías Zurita. | Asesores: Marcela Chao Ruiz, J. Eduardo R. Gutiérrez y Juan Claudio Toledo Roy. Diseño Yadira Delgado Imágenes © Publicdomainreview.org | Philippe Camoin & Alejandro Jodorowsky | Gema Ríos | Silvia Favaretto | Xóchitl Olivera Lagunes | María Susana López | Adriana Rocha “Drita”. Ilustraciones de portada y contraportada Gema Ríos. Hércules. Mixta (2021) | Silvia Favaretto. Mujer que sostiene el peso del lenguaje. Tinta china (2021). Redes Twitter, Instagram: @EspejoHumeanteR Facebook, Issuu, Wordpress: espejohumeanterevista Youtube, Spotify: Espejo Humeante Revista Contacto espejohumeanterevista@gmail.com Aviso legal La responsabilidad sobre la legitimidad de los derechos de propiedad intelectual correspondientes a los contenidos publicados en Espejo Humeante, así como la titularidad de derechos de los mismos, pertenece a sus respectivos autores. La responsabilidad de los contenidos y opiniones expresadas por los colaboradores en sus textos pertenece a ellos y no representan necesariamente la opinión de la revista. Espejo Humeante no asume ninguna responsabilidad por los daños y perjuicios resultantes o que tengan conexión con el empleo de los contenidos de esta publicación. El contenido de esta revista puede ser publicado con el permiso de los editores. Si desea publicar algo de nuestro contenido por favor escríbanos a: espejohumeanterevista@gmail.com
REVISTA ESPEJO HUMEANTE #11 / LENGUAJE
ÍNDICE #11
03 ▶ PRESENTACIÓN
AUTORVS INVITADVS
07▶ INSIGNIFICANTES / Cecilia Eudave 08▶ ERROR DE UBICACIÓN / Raquel Hoyos 13▶ EL HOMBRE QUE PODÍA PONERSE TRISTE / Poldark Mego 19▶ SIN LENGYJ / Hugo del Castillo 53▶ A TI ME ENCOMIENDO / Eduardo Montagner Anguiano 75▶ ELLA DICE [RANA] / Itzel G. García
ENSAYO
26▶ EL LENGUAJE Y LA CIENCIA FICCIÓN / Mayo Nieto 42▶ CÓMO SE TRENZA UNA LENGUA CIBERNÉTICA / Javier Torres Marruffo 45▶ EL DISCURSO SEXUADO / Julio Villalba 48▶ TODO DISCURSO ES FICTICIO, ESPECIALMENTE EN LOS RELATOS HISTÓRICOS / Miguel Ángel Lara Reyes
POESÍA
25▶ UN PERTINAZ IR Y VENIR… / Ilse Sánchez Quintero
GRÁFICA/CÓMIC
58▶ MUJER QUE SOSTIENE EL PESO DEL LENGUAJE / Silvia Favaretto
NARRATIVA
26▶ LA LENGUA DE LOS PÁJAROS / Alma Mancilla 29▶ EL PUENTE DE BABEL / Alejandra Inclán 33▶ AHORA DESPIERTA LA PALABRA / Mauricio del Castillo 36▶ Aquí tienes una pluma para que escribas tu nombre /Cósima Villabosque 39▶ LA FRASE EXACTA / M. Sebastián Salas 60▶ NUEVO MUNDO / Abril Alcaraz 63▶ UN INFINITO MENOS / Manuel Mörbius 66▶ INVASIÓN / / Ángela Almonaci 68▶ UNO MÁS UNO ES CERO / Daniel Maturana Caballero 71▶ CRÓNICAS DE LA MELANGE / Alexis Figueroa / Claudio Romo
MICROFICCIÓN
78▶ ERA DOMINGO POR L TARDE (O NO) / Héctor Olivera Campos
RESEÑA / LIBROS
79▶ UN PÁJARO EN EL OJO, DE XÓCHITL OLIVERA / Rafael Tiburcio García 81▶ CONVOCATORIA Arqueologías del futuro
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▶Xóchitl Olivera Lagunes. Lenguaje(s) II. Collage (2021).
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LENGUAJE
PRESENTACIÓN
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ientras que disciplinas como la física, las matemáticas o la biología han dado pie a numerosas historias de ciencia ficción, comparativamente hablando, hasta hace poco han sido muy escasas las obras de este género en las que a la lingüística le ha correspondido ser la parte científica del binomio que da nombre a este género (Meyers, 1980). Pero, a pesar de que, efectivamente, suele asociarse a la ciencia ficción con la tecnología, se reconoce, atendiendo a su especificidad semántica, la existencia de un subgénero denominado ciencia ficción lingüística, asociado a la corriente soft. Gallego y Sánchez (2003) la definen como “aquella en la que se produce una reflexión sobre el lenguaje". En el desarrollo novelado del relativismo lingüístico o hipótesis de Sapir-Whorf, Galán Rodríguez (2008) observa tres tendencias. La primera presenta la lengua como un arma de conquista que puede llegar a anular la voluntad de los hombres. La segunda destaca la faceta del lenguaje como creador de mundos. Por último, la tercera interpretación afirma la existencia de universos cognitivos dependientes de la lengua, por lo que aprender una nueva lengua implica modificar sustancialmente la percepción del mundo. Las dos últimas tendencias están representadas en Lengua materna, de Suzette Haden Elgin, y La historia de tu vida, de Ted Chiang, pero otras obras del género han abordado los problemas de la representación de la realidad tamizada por el lenguaje, desde distopías como 1984 de George Orwell, hasta novelas cyberpunk como Mundo espejo de William Gibson o cuentos como La hormiga eléctrica de Philip K. Dick. La tesis del determinismo lingüístico señala que el pensamiento de un individuo viene determinado (de una manera más o menos fuerte, según el grado de determinismo que se suponga) por su lengua natural. La diversidad lingüística, por su parte, aduce que las distintas lenguas difieren (nuevamente, de una manera más o menos pronunciada) en sus recursos expresivos básicos, de modo que no todas son capaces de transmitir los mismos contenidos. Es al aunar determinismo y diversidad cuando nos encontramos con la hipótesis del relativismo lingüístico en su formulación más típica: si las diversas lenguas difieren sustancialmente (di-
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versidad) y si la lengua ejerce una influencia importante sobre el pensamiento (determinismo), el pensamiento de una persona divergirá en la medida en que lo haga la lengua que habla. El presente número de Espejo Humeante reúne una serie de cuentos y ensayos en los que la hipótesis Saphir-Whorf cobra vigencia como soporte de premisas en las que la construcción de la realidad a partir del lenguaje es fundamental para ejercitar la ficción, pero no sólo eso: por estas páginas desfilan también cuentos con sustentos que abordan otros aspectos del lenguaje como un elemento de encuentro social, como trastorno mental, como metaficción, como vehículo neuronal, como postura política, como posicionamiento ante la historia, como programación, como virus, como herida interna, como juego o, incluso, como una manifestación más del privilegio. Este número, además, aparece en medio de la incertidumbre ante otra coyuntura que se anticipa histórica: las intervenciones militares de Rusia en territorio ucraniano. En el momento en que estas palabras toman forma, las versiones del conflicto se polarizan entre discursos: uno que dota de un carácter antifascista a la intervención encabezada por Vladimir Putin, frente a otro que ve en ellas un impulso que podría desembocar en una guerra que involucraría a Rusia contra los países de la OTAN. Es muy pronto para saberlo, no es objeto de esta revista ni de este número y tampoco somos nosotros, editores y escritores no especializados en geopolítica, los adecuados para especular sobre ello. Lo que sí deseamos es que el conflicto no involucre a otros países y, sobre todo, que estas acciones bélicas no afecten más a la población civil, principalmente de Ucrania, que lamentablemente siempre termina en medio del fuego cruzado. Esperamos, pues, que este número sea de su agrado y les permita pensar esta coyuntura también desde un punto de vista en el que el lenguaje, como vehículo ideológico o como construcción de relatos colectivos, sea pensado también como ese artefacto primigenio que acompaña nuestra experiencia de lo real. ¬ El comité editorial, febrero de 2022. 3
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▶María Susana López. Sin título. Ilustración digital (2021).
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Autora invitada / Narrativa
Insignificantes Cecilia Eudave Para Francisca Noguerol
I i alguna particularidad tengo es que duermo a todas horas, en cualquier lugar y sin importarme las consecuencias. No siempre fue así. Era un niño normal hasta que mi padre, escudriñándome desde su sillón, sentenció: —Otro hijo insignificante. —Y para colmo tiene mal sueño —terminó por decir mi madre. Eso debió quedar en mi cerebro, o en algún lado se atoró, porque desde muy temprana edad decidí que dormiría la mayor parte del tiempo. Al principio fue una condición molesta en mi futuro, luego se convirtió en mi fuerza, en mi singularidad. La culpa, si hay que echársela a alguien, fue de mi subconsciente, que pudo haber escogido otra cosa, cualquiera, pero de entre todos los traumas, fobias o miedos que determinan el desarrollo de un ser humano seleccionó el dormir constante para nutrir mi vida. No crean que por pernoctar mucho me quisieron más. Lejos de facilitarles mi crianza, se vieron obligados a vigilarme constantemente: no sabían si por las noches tenía frío o calor, hambre o cólicos, pues me limitaba a girar de un lado a otro de la cuna o a lanzar algunos quejidos, imperturbable como una tabla o una piedra en el fondo del mar. La nana, con los años, aprendió a interpretarme de acuerdo con los quejidos o movimientos en la cama, acertando casi siempre; mamá, en cambio, renunció a mi cuidado pensando que me habían hecho brujería: —Nos han hechizado al niño. Te dije que la yerbera del mercado Corona le echó mal de ojo, como le gustas… —repetía constantemente—; en todo caso nos han hechizado a todos. Éste duerme todo el tiempo, el otro se come todo, literalmente, mira lo que acabo de sacarle de la boca —y le enseñaba unos cables—, y la niña… no sabemos cómo va a ser la niña. Se tiene la creencia de que de padres monstruosos a veces nacen bellezas, pero de padres hermosos nunca se espera que paran bestias. Nosotros pertenecíamos a la segunda categoría:
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nunca estuvimos a la altura de los deseos de mamá o papá. De verdad nos esforzamos: si bien no resultamos, después de unas penosas adolescencias, unos adonis, sobre todo la niña (que a ciencia cierta no sabíamos cómo iba a ser), logramos ocupar un modesto lugar entre los normales. Digo modesto porque, aun queriendo pasar inadvertidos, era difícil imaginar a un hijo que ya entrado en angustia de exámenes semestrales se comiera los libros, los bolígrafos, las lapiceras y los termos de café: a trocitos, bien doblados, por aquello de no desgarrarse un intestino. Mientras el otro, o sea yo, era entregado en calidad de bulto por los maestros, los policías, los amigos o algún transeúnte piadoso, porque simplemente no despertaba por más intentos que hicieran. Ni agua fría, ni caliente. Infusiones, bálsamos olorosos, pastillas, remedios, doctores, chamanes: nada pudo contrarrestar esta tendencia mía, decidí dormir con tanta voluntad que fue imposible combatirme. ¿Y la niña? Nadie sabía con ella qué. Tal vez nunca se le puso atención a su crecimiento. Yo tengo un recuerdo muy vívido, como si hubiese sucedido ayer. Llegó muy tarde a cenar, nadie hubiera notado su ausencia, pero fue a disculparse diciendo: —Me he cenado a un hombre. Mi padre dejó por un minuto el periódico y la miró. Mi madre se limpió la boca con la servilleta intentando no perder la compostura; no atinó a pronunciar palabra. Mi hermano siguió comiendo con esa glotonería insaciable que le orilló a tragarse un pedazo de cuchara (es la angustia, el ansia, decían los doctores del hospital), y a mí aquello me pareció genial: —Es caníbal, la niña es caníbal. Comencé a reír apenas un instante hasta que mi padre carraspeó y se quitó los lentes (él nunca hace eso) para preguntar: —¿Lo dices en sentido literal o metafórico? Los ojos de los cuatro cayeron sobre ella, levantó los hombros y se quedó de pie. Mi padre suspiró, se puso los lentes de nuevo, siguió con la lectura del periódico y con la cena. 5
Yo no supe dónde colocarme, sólo atiné a mirar el rostro de la niña, lleno de frustración. Quise seguir escudriñando aquella cara que se mostró ante nosotros, los labios ligeramente amoratados, los ojos hundidos, desproporcionadamente tristes, las manos crispadas y el color de su piel perdido en algún lado, recostado, quizás, en otra pared. La descubrí hermosa, algo en ella se abrió instantáneamente y nadie quiso darse cuenta. Tal vez debí comentar algo para sacarla de ese letargo. Mi madre se apresuró a gritarle: —Lávate las manos y ven a cenar. Entonces yo sentí que todo aquello debió ser un sueño, por eso nunca le dije nada y caí desvanecido sobre la sopa. II No hacía falta que me esforzara por mantener los ojos abiertos. La verdad, las pocas horas que me animaba a estar entre los diurnos eran suficientes para saber cómo iba nuestra vida familiar, como en esas películas malas que me llevaban a ver de niño. No me extrañó que mi madre, quien ya había perdido la fe a fuerza de tanto hijo mal parido, se enrolara en cosas de espiritismo y otras artes buscando algún consuelo. Nos hizo practicar a su lado toda clase de atajos para llegar a ser las personas adecuadas en su vida. Ni limpias, ni viajes astrales, ni la herbolaria sagrada, ni el vudú (que practicó con recato y recelo, tampoco nos precisaba zombis) hicieron de nosotros lo que ella quería. Fueron quizá su mayor consuelo las lecturas de vidas pasadas. Aquí, bajo la tutela de Madame M., logró establecer la conexión kármica que existía entre ella y nosotros. Porque no éramos, eso le quedó muy claro, un dharma en su vida, una bendición de los dioses, una dádiva de la naturaleza. Entre sueños y duermevelas recuerdo su rostro ahogado en lágrimas mientras se miraba al espejo reclamándose por no haber criado una familia decente, como si eso se pudiera criar. Luego nos maldecía a cada uno, haciendo una enorme lista de defectos (en ello no había ninguna distinción, todos éramos arrasados de manera equitativa), lanzando sin recato su desilusión, aquí y allá, en donde fuera. Mis hermanos nunca llegaron a escucharla, por lo menos era discreta frente a ellos; yo tuve la desgracia de despertar un par de veces durante sus crisis y soportar, fingiendo dormir, cual muro de las lamentaciones, su desdicha. Por supuesto, ella siempre pensó que estaba dormido. Mamá fue la primera en someterse a las regresiones. Madame le confirmó que fue una duquesa caprichosa. La vidente, 6
astuta, supo manejar a mi madre, que jamás hubiese pagado lo que pagó por oír sobre una vida ínfima y sin decoro. ¿Quién hubiera querido ser una huérfana del hospicio Cabañas o una prostituta famélica de San Juan de Dios? Así estuvo meses, escuchando su pasado de realeza, descubriendo el porqué de su conducta y, claro está, la relación con nosotros. Sobre este punto la pitonisa afirmó que la duquesa, ahora madre nuestra, era dueña absoluta de la existencia de sus criados y los trataba como esclavos, nulificándolos y maltratándolos constantemente. Tal vez por esa razón nosotros, sus sirvientes, ahora reencarnados en sus hijos, veníamos a escarmentarla. Horrorizada ante la idea de ser la mala, y de que se lo dijeran, decidió dar un giro a su relación con su prole (sobre todo para despejar el mal karma y no volvernos a ver en sus vidas futuras) y estableció su estrategia: dejarnos a nuestro libre albedrío, es decir, a crecer salvajemente. Eso hubiera cambiado el rumbo de nuestras existencias y quizá no hubiésemos acabado así como acabamos; pero como Madame M. no tenía intenciones de perder tan buena clienta, le sugirió que nos llevara y sometiera a un proceso de regresiones, sobre todo para determinar si era un mal karma en relación a ella o cargábamos con culpas más específicas. De ser así, ella debía orientarnos para liberarse y liberarnos. Ésa era su misión: ser nuestra guía. Como si tuviéramos misiones en el mundo. Sin poder negarnos, para no acentuar la idea de que éramos unos pésimos hijos, acudimos puntuales a las citas. Yo resulté ser un piojoso ratero del siglo XVII, debatido entre la necesidad de reconocimiento y la avaricia, un holgazán de pacotilla que vivía del trabajo de los otros, del que se esperaba mucho y al final no logró nada. —De ahí viene su necesidad de dormir tanto, para evadir su fracaso —sentenció la Madame. ¡Por Dios! Fue mi elección, no una evasiva. Luego le tocó a mi hermano. Quietecito y taciturno como era, comiéndose a hurtadillas los clavos de la silla, escuchó estoicamente su pasado. La mujer, después de escarbar mucho, bajando a los planos alfa, beta y no sé qué más, logró ubicarlo como un boticario borracho que intoxicó y mató por negligencia a mucha gente allá en el XVIII. ¿Y la niña? No pusimos mucha atención, sobre todo porque la asoció con algo así como un espíritu muy joven que había habitado plantas y animales: —Es un ser muy tribal, una esencia poderosa. Mi madre debió haber escuchado: “Es un ser muy trivial, en REVISTA ESPEJO HUMEANTE #11 / LENGUAJE
esencia poderosa”, cosa que no le gustó en absoluto, pues en casa los otros) y de lo que me pudiera traer problemas. Me hice la única con poder era ella: de buenos trabajos en los que me esforzaba y destacaba, —¿Por qué nadie sabe qué va a ser esta niña? pero mi imposibilidad de mantenerme despierto me impidió sobresalir. Todos se volvieron recelosos: una persona III que duerme tanto no puede estar sana ni física ni mentalComo había dicho, mi ego, acompañado del favor del incons- mente. Uno a uno fui perdiendo mis empleos, mis amigos ciente, decidió vivir más dormido que despierto. La verdad no y novias; a la larga siempre me quedaba dormido. fue ninguna complicación llevar este ritmo en la cotidianeidad: nuestras vidas eran como esas películas donde te duermes y V cuando vuelves a abrir los ojos sigue sin pasar nada, ya lo he di- Mi padre me informó, después de despertarme varias veces, cho, lo cual te facilita seguir la historia. Vivía enterándome de lo porque dormitaba constantemente en el teléfono, sobre la fundamental, como cuando mi hermano se tragó todo un instru- muerte de mi madre. No lloré ni sentí nada, salvo un profundo mental médico y murió a causa de ello. En realidad fue un suici- alivio. Me incomodó un poco no haber sido invitado al funedio, eso a todos nos quedó muy claro, menos a mis padres; en el ral, celebrado de manera privada y con apenas unos cuantos funeral se mantuvieron abrazados mientras de manera siniestra allegados (¡por Dios, yo soy el hijo!). Sin embargo, como una movían la cabeza al unísono negando aquello. Quizá porque mi cosa natural, fui notificado, esa fue la palabra que utilizó mi pamadre reconoció en silencio que no se puede tomar la batuta en dre, como una atención por los lazos de sangre; además quería cuestiones kármicas y que mi hermano siempre fue un pésimo verme por un asunto muy familiar. Descarté la idea de una hedoctor (porque nunca quiso serlo). rencia tardía: mamá nos desheredó desde que nacimos. Además, un médico que, en ese intento de no llevar una vida Nos reunimos para cenar. La mesa que antes estuviera lletan monótona, dejaba dentro de sus pacientes un pequeño bistu- na ahora sólo nos albergaba a los dos. Sin pronunciar palabra rí u otras cosas sin importancia. En algunas ocasiones este olvido comimos. Como de costumbre, mi padre leía el periódico y yo voluntario acabó con la vida de sus pacientes. Quizás, y no lo jus- tardaba bastante en terminar cada plato, pues dormía fugaztifico, fue esa necesidad de que los otros continuaran comiendo mente entre uno y otro. Cuando por fin llegó el café —doble las cosas que a él le prohibieron desde siempre, echándole la cul- para mí, a ver si la cafeína hacía su trabajo—, él se quitó los pa al ansia, a la angustia. Si lo hubieran dejado inmolar a aquel lentes (cosa que no presagiaba ninguna buena noticia) y habló: hombre que se tragó un avión en tres años, mi hermano estaría —Creo que tu hermana sí está comiendo personas literalvivo, sería famoso y no estaría repitiendo su karma. mente. Hay que buscarla, no quiero más escándalos… No Yo lo quería y aun así me quedé dormido en su entierro. más, ¡por la memoria de tu madre! ¿Y la niña? Sin evitarlo solté la carcajada que muchos años antes se me Apareció como las sombras llegan para deslizarse sobre un ár- atoró en la garganta. Una vez que terminé de reírme (no cabía bol del que no se movió hasta que el féretro descendió y comen- duda de que con los años uno aprende a reprimirse menos), zaron a echarle tierra. Cuando quise acercarme para saber de su pude observar a mi padre. Muy serio me miraba con atención. vida, ya no estaba. Pero sí los reporteros, acechando a mis padres Quién sabe qué descubrió después de examinar mi cara ducon preguntas morbosas. Logré persuadirlos y ayudé a mis pro- rante un buen rato, pues le devolvió un rostro sereno. Se puso genitores a subir al auto a toda prisa. Por recompensa obtuve una los lentes y, sin dejar de lado el periódico, dijo: mirada húmeda, distraída; yo, como siempre, me dormí. —Menos mal que contigo no me equivoqué, ojalá todos hubieran nacido así de insignificantes. IV Los restos de la risa se me atragantaron y no, no pude caer Pasaron los años. Yo luchaba contra un destino manifiesto dormido. ¬ que me condenaba a ser ladrón, porque a fuerza de repetirme aquello, llegué a creerlo. Y después de la muerte de mi — hermano, mi madre se empeñó en vigilarme más. Así que, Este cuento apareció originalmente en el libro En primera persona por sí o por no, me mantuve al margen de las fortunas (de (Amargord / Cana negra, 2014). REVISTA ESPEJO HUMEANTE #11 / LENGUAJE
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AUTORA INVITADA / NARRATIVA
Error de ubicación Raquel Hoyos
▶ María Susana López. INTERCOMUNICADOS.
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GRABADO (2021). REVISTA ESPEJO HUMEANTE #11 / LENGUAJE
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¿Qué te traes, Luna? Estás rara. —Nada, ma’. —Suéltalo, hija, porque igual lo voy a descubrir. —En serio, no me pasa nada. Mi madre entrecerraba los ojos y fijaba su mirada con tal intensidad que parecía que en cualquier momento brotarían chispas de sus párpados. Aún no puedo explicarme cómo las madres tienen ese superpoder de meterse en tus pensamientos; como si me hipnotizara para sacarme la verdad y terminaba confesando de inmediato. Empecé a hablar, mirando al suelo, mientras me levantaba la manga del suéter y le mostraba mi brazo lleno de pequeñas manchas rojas. —¿Qué es esto? —Es que en la clase de Historia antigua... —¿En la clase te pegaron o qué? ¿Fue un bravucón? ¿Una chamaca grosera? ¡Mira que la madre de quien te haya pegado me va a escuchar! —No, mamá, nadie me lo hizo. Bueno sí, pero no fue un niño. —¿Entonces? —Fue con el simulador virtual. —¡Cómo! Eso es imposible. —Lo sé. Mi grupo estaba en la sala de simulación y a mí me tocaba visitar una comunidad al suroeste, para hacer mi reporte sobre cómo era un río. Cuando era mi turno, me conecté al transportador once. En verdad fue la mejor experiencia de mi vida, mamá. ¡Me enamoré del paisaje! —Ajá, las simulaciones son muy visuales, pero, ¿qué pasó? —Ah, pues no me aguanté las ganas y me metí al agua. Creo que unos animales pegajosos se me prendieron de las piernas y los brazos. —El avatar no eres tú, Luna. Cómo puede algo lastimar tu cuerpo real si no estás ahí. Es sólo una simulación. —La maestra dijo lo mismo, pero piensa que tal vez fue una reacción alérgica a la máquina. —¿Eso cuándo fue? —Hace dos días. —¿Y por qué no me habías dicho nada? ¿Qué tal si te pones peor? —Tenía miedo de que te enojaras y me prohibieras usar de nuevo el simulador. ¡Me gustó mucho ir a aquel río! Se ve como en las películas de ciencia ficción.
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Mamá fue por el botiquín y me untó un antiséptico. Como castigo, me dejó de pie en medio de la sala, con los brazos y las piernas abiertos hasta que la solución se secara en mi piel. No dijo que era un castigo por ocultarle la verdad, pero yo lo tomé así; aunque ni sentí pasar el tiempo. Me quedé pensando en Ana. Ni a la maestra ni a mamá ni a nadie le conté que conocí a una niña en el río, menos que nos habíamos dado un beso, mi primer beso; fue apenas un contacto breve de labios, interrumpido por la alarma. El sistema me sacó de la simulación sin dejarme reaccionar, incluso antes de los cinco minutos que duraba cada práctica. Cuando me quité el dispositivo visual, en la pantalla de la máquina decía “Error de ubicación”. La idea era sólo observar, describir y regresar, como lo habíamos hecho en otras sesiones; pero aquella niña llegó de repente. Pensé que era un holograma, programado para estar ahí como parte del paisaje. Entonces tocó mi rostro y mis trenzas color violeta con curiosidad. Dijo algo en una lengua que no entendí y se rio de mi apariencia, pero no de una forma burlona. Lo único que entendí fue cuando señaló su pecho y dijo “Ana”. Hice lo mismo y le respondí “Luna”. Ana me tomó de la mano y nos sumergimos juntas en el agua. Pensé que los hologramas estaban cada vez más avanzados, que era quizá una actualización que permitía que interactuaran de una forma muy real. Lo de las sanguijuelas fue mi culpa. Entendí por sus jaloneos que Ana intentaba decirme que no me metiera en aquel estanque que se formaba entre las rocas. Pero ahí voy yo de necia. “Es un avatar, no te preocupes, no pasa nada”, me dije. Y sí me pasó. No tenía ni idea de por qué. Se supone que es una simulación de lugares que existieron hace muchos años, cuando aún había ríos, lagunas, bosques y todo eso que viene en los libros de geografía del pasado. Nos llevaban ahí en algunas clases para que hiciéramos reportes históricos. Siempre eran los mismos escenarios, el sistema los tenía grabados. En la simulación, lo único real era la pulsera que te indicaba en la pantalla el año y el lugar en el que estabas; tenía un botón que debías presionar cuando quisieras salir. Las personas que pudieran aparecer, eran hologramas estáticos. Sin embargo, la piel de Ana se sentía real, tan real como los piquetes de las sanguijuelas. Por eso la maestra Lina palideció al ver las manchas en mi piel cuando la máquina me sacó de la simulación. Después de un rato, mamá me dijo que podía ir a mi ha-
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bitación. Me quedé despierta un par de horas, reteniendo en mi mente la imagen de Ana y recreando la sensación de sus labios sobre los míos. • Mamá habló con la maestra, con la directora y hasta con el conserje, que era un verdadero chismoso y le dijo que en la semana varias veces intenté meterme sin permiso a la sala de simulación. Incluso, salió en algunos noticieros que las máquinas de la escuela estaban causando reacciones alérgicas a los niños y que eran un peligro. Tanto drama por un solo caso, el mío; pero es que a mi madre le gustaba llevar todo hasta las últimas consecuencias. Para calmar a mi madre, en la escuela acordaron que yo no usaría más el simulador y que mis investigaciones las haría de otra forma más segura, y aburrida, porque tenía que recurrir a documentales y textos que aún estaban en formato físico. También, la escuela pagó las consultas con el dermatólogo, quien dijo que parecían picaduras de algún insecto extraño, pero que no podían ser de sanguijuelas, porque esa especie estaba extinta desde hace varias décadas, igual que la mayoría de los animales y los ríos. Las manchas desaparecieron en unos días, pero mi curiosidad y mis deseos por regresar al hogar de mi nueva amiga, seguían ahí, presentes todo el tiempo en mi cabeza. Además, le había prometido a Ana que nos volveríamos a encontrar; no con palabras, pero sé que el beso que nos dimos selló el pacto. Pasaron semanas y parecía que el escándalo había quedado en el pasado, aunque la prohibición sí era permanente. En ese tiempo vigilé a diario la rutina de Mario, el conserje, y noté que al mediodía salía a almorzar. Se tardaba exactos veinte minutos y dejaba las llaves en el cuarto de limpieza. Su itinerario era inamovible, pero debía encontrar un día en el que pudiera escaparme de alguna clase. Los jueves, a esa hora, tenía la materia de Algoritmos nanométricos. Mi profesor conectaba el asistente digital para que nos proyectara la clase mientras él dormía una larga siesta. Decidí que el siguiente jueves, mientras el profe dormía, iría por las llaves del conserje, abriría la sala de simulaciones y me conectaría para buscar a Ana. Aunque visualicé muchos posibles escenarios negativos —como que Mario no saliera a almorzar ese día, que la directora me cachara en el pasillo o, el menos probable, que el profe sí impartiera su clase— pude lograr mi cometido. Me conecté al simulador once sin mayor problema y en
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un instante estaba sentada a la orilla del río, admirando el paisaje. Hasta envidié a Ana por vivir ahí. Unos segundos después, mi nueva amiga llegó muy seria, como angustiada. En el momento en que iba a darle un beso en la mejilla, una mujer mayor, que podría ser su madre, pero más bien parecía su abuela, la jaló del brazo. Me gritó por varios segundos en esa lengua suya que se escuchaba como un silbido. Intuí que no era nada amable por los movimientos tan dramáticos que hacía con las manos y por la forma en la que tiraba de mi ropa y gesticulaba. Luego de gritar por un rato, se dio vuelta y se llevó a Ana casi a rastras. Antes de alejarse, mi amiga me lanzó un objeto. Al desenvolverlo vi que era una tela adornada con hilos, la metí a la bolsa de mi overol y presioné el botón de la pulsera para regresar. Abrí los ojos y al instante entendí lo tonta que había sido. Si era una simulación, cómo podía creer que traería un objeto de un escenario virtual. Me apresuré a regresar antes de que el profesor se despertara o Mario volviera de su receso. El reloj del simulador marcaba 4.38 minutos, así que estaba a buen tiempo. Camino al salón metí mi mano en la bolsa donde había guardado la tela, con la ingenua esperanza de encontrar el objeto que Ana me había lanzado. Por supuesto que no estaba. En su lugar saqué un trozo de hilo rojo. En el salón lo sostuve en mi mano, observándolo largo rato. El material era muy diferente a cualquiera que hubiera visto antes. Intenté recordar las figuras de la tela, pero apenas había tenido tiempo de distinguir algunas flores. Me reclamé por no haberme tomado unos segundos más para observar mejor la imagen. Prometí intentar cada día lo mismo. Debía ingeniármelas para escabullirme de cada clase sin que notaran mi ausencia. En casa busqué información sobre las telas que antes adornaban con esos hilos. Les llamaban bordado y era común que las mujeres las hicieran para distintos propósitos. Había imágenes en verdad hermosas. Incluso era considerado un arte. Me sentí halagada al pensar que Ana había creado aquella tela para mí, aunque también me sentí triste por no poder conservarla. En una pequeña caja guardé el hilo rojo como un tesoro, el único recuerdo de mi nueva amiga. Los siguientes días me fue difícil regresar al salón de simuladores. A veces coincidía que otros grupos la estaban usando o el profesor en turno no era fácil de engañar. Fue otra vez hasta el jueves, cuando pude entrar mientras el
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maestro durmiente tomaba su siesta. En cada viaje aparecía a orillas del río, pero en esa ocasión el simulador me mandó a una extraña casa hecha de cilindros que parecían de un material natural, igual que el techo, recubierto de una especie de pasto seco. Era una habitación muy diferente a las que había visto antes, montada sobre la tierra, sin un piso firme. En una esquina estaba lo que al parecer era una cama, y sobre ésta descansaba la tela que me había obsequiado Ana. Me alegré al ver que no se había perdido. No era la única tela, al lado había otra, igual adornada con hilos rojos. Las tomé y me apresuré a observarlas para guardar en mi memoria aquellas imágenes. Quizá en casa podía dibujarlas para no perder ese recuerdo. En su mayoría eran flores, no sé de qué tipo, porque en la escuela veíamos sólo algunas de las que existieron. Revisé el cronómetro, aún faltaban dos minutos para salir de la simulación. Di vuelta a la tela para observarla por detrás y me sorprendió ver las figuras que se formaban. En la tela que me había obsequiado Ana, se distinguía la silueta de una niña, al lado, un hombre mucho más alto que ella. En la segunda tela, otra vez una niña en forma horizontal, imagino que daba a entender que estaba acostada, y un hombre encima de ella. La alarma sonó en ese momento, los cinco minutos estaban por cumplirse y debía regresar. No quería irme sin ver a mi amiga o sin que supiera que había regresado para estar con ella. Arranqué uno de los botones de mi chaqueta, lo dejé sobre la tela y me dispuse a salir. Al quitarme el dispositivo visual, palpé mi hombro en busca de mi botón. No estaba ahí ni alrededor. Sonreí por mi descubrimiento, aunque aún debía averiguar cómo llevar y traer objetos, o quizá hasta a personas. Estaba muy emocionada pero no podía compartir con nadie esa alegría; cualquiera hubiera creído que estaba loca. Pronto la alegría se vio opacada por la preocupación. Me preguntaba el significado de aquellas formas en la tela. Ana intentaba decirme algo. ¿Era ella esa niña? ¿Por qué una persona más grande estaba sobre ella? Me fue muy difícil rastrear la comunidad en la que se supone que vivía Ana, más difícil todavía encontrar textos sobre las costumbres del lugar. Tuve que darle buena parte de mis créditos a una chica de décimo grado para que hackeara los libros que sólo los expertos tenían permiso de leer. Pasé varias noches llorando al enterarme de lo que le hacían a las niñas en aquella región. Me era muy difícil enten-
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der que a alguien de mi edad se le obligara a casarse con un hombre mayor. No podía imaginarme a mis doce viviendo como una adulta. Mi vida consistía en ir a la escuela, jugar videojuegos, ver películas; incluso, en casa aún me consentían y mimaban. Por supuesto que sabía sobre el sexo. Las clases de sexualidad las impartían desde el primer grado. Ésa era una de las ideas que más me agobiaban, pensar en Ana siendo obligada a mantener relaciones sexuales sin su consentimiento, siendo una niña. ¡Qué clase de mundo era ese! ¿Cómo era posible que existiera y por qué lo permitían? Intenté muchas veces entrar al simulador. Estaba desesperada. Pensaba que si había dejado un botón en esa casa, si había podido traer un hilo a mi realidad, también podía salvar a Ana. Una vez aquí, ya vería qué historia me inventaba. Lo importante era ayudar a mi amiga y evitar que la obligaran a casarse con un hombre mayor. Las vacaciones de verano interfirieron en mis planes. Entrar a la escuela a escondidas era imposible con el nivel de seguridad; lo sé porque lo intenté, así como intenté en todos los simuladores que había en plazas y estaciones de juegos virtuales. Ya tenían escenarios programados y ninguno me llevaba a la comunidad de Ana. En cada máquina en la que escribía las coordenadas y el año, aparecía la misma frase: “Error de ubicación”. Era aquel simulador, el de la escuela, el único medio que nos permitiría comunicarnos. Me atormentaba que se lo llevaran o que dejara de funcionar. Cuando las clases iniciaron, le rogué a mi madre que me dejara retomar mis prácticas en los simuladores, que era absurdo que fuera la única niña a la que se lo prohibían. La convencí de que sólo era una coincidencia y, de no serlo, prometí que si se repetía el incidente, dejaría de usarlas y no tocaría el tema jamás. Intenté ser discreta en mi primera clase, Historia antigua II, para que no notaran mi exagerado interés en el simulador once. Elegí la máquina, un poco a empujones, y me aseguré de que la página con las viñetas que había dibujado para Ana fuera en el bolsillo de mi pantalón. Estaba emocionada. Lo primero que haría sería abrazarla, luego extenderle la hoja y, con algunas señas, pedirle que la analizara. Estaba segura de que ella entendería el plan. Obviamente, no la llevaría conmigo en ese momento, porque la sala estaba llena y los de la clase podría asustarse. Lo primero era que ambas supiéramos el plan y yo encontraría el momento de sacarla cuando no hubiera nadie mirándonos.
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Me subí al simulador, tecleé las coordenadas y la fecha. Antes de acomodarme por completo, los números en la pantalla cambiaron de repente. Intenté levantarme, pero estaba a un segundo de entrar al escenario que se autoprogramó. Cómo explicar aquella sensación: decepción, dolor, tristeza son palabras que se quedan muy cortas. El reloj indicaba que estaba en el mismo lugar, sólo que cien años después. El entorno era otro, no había árboles ni ríos ni casas de carrizo (como había averiguado que se llamaba el material con el que estaba construida la vivienda de Ana). La arena había tomado un color rojizo. Enormes construcciones ocupaban aquel espacio; el humo que salía de ellas teñía el cielo de un gris casi tan oscuro como el actual. Me tiré de rodillas sin poder evitar llorar. Presioné el botón en la pulsera, salí de la máquina y seguía llorando. La maestra se acercó asustada y me preguntó qué me sucedía. Le dije que el simulador me había llevado a un entorno horrible y decadente. Ella me respondió que eso era normal, la máquina había sido configurada para el siguiente nivel de estudio. Ya habíamos estudiado un episodio del pasado, ahora tocaba la etapa posterior. Seguí llorando sin parar. Tuvieron que llamar a mi madre para que fuera por mí a la escuela. La prohibición de usar los simuladores volvió a ser vigente. En todas las ocasiones posteriores en las que pude usar a escondidas el simulador once, aparecía la misma leyenda: “Error de ubicación”. Ana había sido borrada de la máquina, pero nunca de mi memoria. • Mi carrera en ingeniería virtual la combiné con el estudio autodidacta de la cultura de Ana: su idioma, sus costumbres y todo lo que pude encontrar. Visitaba mi primer colegio constantemente para asegurarme de que el simulador siguiera ahí; también seguía Mario, con algunas prótesis robóticas por su edad. Nos habíamos hecho buenos amigos. Fue gracias a él que pude hacer mis prácticas con las máquinas de la escuela. Me costó meses encontrar los algo-
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ritmos correctos, programar la ubicación y la fecha exactas. Lo más difícil era decidirme entre salvar a Ana de doce años o viajar a un momento en el que ambas tuviéramos la misma edad. Le di muchas vueltas. Luchaba contra mi egoísmo de regresar por una Ana adulta, pero sin evitar su sufrimiento. • Entro al simulador once consciente de que el último ajuste en el avatar es un gran riesgo. Los números empiezan a correr en cuenta regresiva. Al llegar a cero, aparezco en la simulación. Abro los ojos lentamente. Salto emocionada al ver el mismo río, los árboles y el cielo limpio. Camino sobre la arena blanca, siento su tibieza en mis pies. Me acerco al agua y veo a lo lejos una cabellera negra. Quiero caminar despacio pero sin darme cuenta ya estoy corriendo. Llego hasta donde está ella. Me reconoce, toca mi rostro igual que la primera vez. Es un poco extraño tener de nuevo un cuerpo de doce. Nos abrazamos por un largo rato. Beso sus mejillas, su frente y la nariz. Le pregunto en su lengua cómo está. Ana se sorprende al escucharme y comienza a hablar excitada. Le pido que pronuncie cada palabra muy despacio, porque aún no entiendo bien lo que me dice. Promete que ella me enseñará. Extiende su mano y me muestra el botón que dejé la última vez. Subo la manga de mi suéter y le enseño mi tatuaje dérmico con el hilo rojo, justo en el lugar donde me picaron las sanguijuelas. Han pasado cinco minutos, la alarma del simulador se activa; Ana hace un gesto de tristeza al reconocer el sonido. En la pantalla de la pulsera aparece “Error de ubicación”; me la quito de la muñeca y la aplasto. La escuchamos crujir ante el peso de mi bota. Le cuento a Ana mi plan. Señalo hacia las colinas. Ella nunca ha ido más allá, pero yo ya he calculado la distancia y el tiempo que nos tomará huir de ahí. Tomadas de la mano, empezamos a caminar rumbo a nuestro nuevo destino. ¬
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AUTOR INVITADO / NARRATIVA
El hombre que podía ponerse triste Poldark Mego El hombre es la única criatura que rechaza ser lo que es. Albert Camus Imaginar un lenguaje significa imaginar una forma de vida. Ludwig Wittgenstein Lo importante no es mantenerse vivo, sino mantenerse humano. George Orwell
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as cavilaciones que atormentaban a Leonard Larson eran de una naturaleza nunca antes experimentada. Tenía cada músculo del cuerpo tenso, un calor calcinaba sus órganos internos, tenía las venas hinchadas como tumefactas larvas; el rostro enrojecido, contrito bajo una expresión desnaturalizada. Al ver su reflejo no podía creer que fuese la misma persona. Los dientes apretados y expuestos daban la apariencia de que mordería cualquier cosa que se le acercara. Él jamás habría imaginado ser así. Presa del impulso que lo gobernaba sin aparente oposición, llevó un puño cerrado al cristal que le mostraba su corrupta efigie y lo reventó, generando esquirlas que se confundieron con los rastros de sangre que emanaron desde las heridas producidas por el acto impremeditado. El dolor se acrecentó. Entre todos los males que aquejaban a Larson, uno de los principales era la imposibilidad de clasificar, etiquetar o contener las desbordadas emociones que ahora vivía, en una palabra, término o concepto que le ayudara a canalizar aquellas nocivas energías. Su complejo vocabulario no incluía ninguna expresión acorde a su sentir, a la tortura que envolvía su ser desde hace tres días y que fue in crescendo hasta hundirlo, en una espiral descendente que parecía seguir taladrando hacia el abismo más insondable. Leonard, como todo habitante del domo conocido como New Barkersville, nació por ectogénesis y fue formado, desde su primer día, fuera de su vaina contenedora en el Formatorio de su sector designado, uno de los muchos parvularios regidos bajo el sistema de Life+ donde se aplicaban las nor-
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▶ Anónimo. A physician wearing a seventeenth century
plague preventive Wellcome. (Circa s. XVII).
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mas del supralenguaje, el código lingüístico de los humanos superiores. Todo ello, treinta y cuatro años después, se desmoronaba para Leonard Larson, pues criado como humano superior, era el resultado de la sociedad del placer, condicionado a vivir enajenado por la dopamina y a negar la existencia de cualquier foco estresante, por mínimo que fuera. Feliz, bien, contento, cómodo, equilibrado. Éstas eran las únicas opciones que su bagaje lingüístico poseía para determinar su estado, para ubicar sus emociones. Más de treinta años viviendo a un lado de la balanza le impedían concatenar lo que experimentaba con los conceptos relacionados a la lista mencionada. Simplemente no se sentía orgánico decir que se percibía menos feliz, menos contento o menos equilibrado. Su yo actual se acercaba a la nulidad de cualquier bienestar, incluso quizá todo lo contrario, pero no existía palabra para describirlo. Aquello lo frustraba más, al punto de lanzar un segundo golpe, esta vez hacia la pared de su habitáculo. El desfogue de energía trajo consigo cierta calma, como si una olla a presión encontrara una fuga, pero aquí ocurrían dos cosas: no era suficiente, y el sufrimiento experimentado estaba convirtiéndose en algo adictivo. Sólo tres días tomó para que la existencia de Leonard Larson quedara completamente deshecha, como si la ira de alguna entidad superior quisiera usarlo de ejemplo. Larson era parte de la humanidad restante, aquella que sobrevivió encerrándose en superestructuras domo al igual que en New Arlington, New Texas o incluso en los proyectos más ambiciosos como los erigidos en Sudamérica: en el desierto de Atacama o en el Valle de Urubamba. Estas megaconstrucciones dispendiosas estaban colmadas de grupos humanos que se sumaron a las distintas estrategias, planes o descabellados proyectos de supervivencia posteriores a las guerras por recursos, cambio climático y diversas pestes. Larson no era la primera generación. El conteo de cuantas camadas tecnorreguladas habían aparecido, desde el inicio del confinamiento, sólo lo sabía el registro de la inteligencia artificial de cada domo. Leonard revisó su sangrante mano, incluso en el dolor algo de placer se experimentaba. Su cerebro quería evitar cierto nivel de sufrimiento y liberaba mínimas cantidades de dopamina para contrarrestar el daño nervioso. Leonard comenzó a vendar su palma derecha, haciendo exclusiva presión sobre la herida. El dolor se acrecentaba. Algo que él no recordaba haber percibido antes, aunque tenía el cuerpo cubierto de
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cicatrices. Esta sensación punzante ardía, era como sostener una llama con la piel descubierta. Era «menos cómodo» y, sin embargo, deseaba conocer más de aquel umbral que parecía extenderse por kilómetros ignotos. Verse la mano envuelta en una tela que se humedecía con sus fluidos le pareció una «oportunidad» «menos equilibrada» —nuevamente era atado por el supralenguaje—. Contempló con cierta extrañeza el brazalete que llevaba en la misma muñeca del vendaje. Aquel artilugio que definía su vida. El dispositivo monitoreaba sus signos vitales y al detectar la mínima señal de aumento de cortisol segregaba una dosis exigua de 3Roz, la droga reglamentaria del sistema de Life+, un estupefaciente que anestesiaba por completo al portador, llevándolo a parajes ilusoriamente gozosos, que lo desvinculaban de cualquier sensación corrupta, como si toda esa parte de la naturaleza humana terminara encerrada en el cajón de las leyendas urbanas y pasara a ser parte de los chismes y mitos que describían a la humanidad inferior, la sociedad preconfinamiento, la defectuosa. Larson era consciente de que su brazalete no funcionaba correctamente, las luces parpadeantes que evidenciaban el monitoreo yacían apagadas y la pantalla que mostraba sus signos vitales rajada. ¿Cómo pasó? Era difícil saber qué o cómo ocurrió. Al igual que todo habitante de New Barkersville, vivía casi todo el tiempo de vigilia bajo los efectos de 3Roz. ¿Cómo darse cuenta cuando su dispositivo sufrió un desperfecto?, peor aún, ¿dónde repararlo? Su pesadilla empezó tres días antes, cuando Larson estaba en el Amatorio, como era su costumbre. Últimamente le agradaba la compañía de Susan, Analy, incluso la de Rubens, aunque no siempre los encontraba y fácilmente podría tranzar relación con cualquiera que estuviese disponible o lo invitase a un grupo. En una suprasociedad, en la que el sistema Life+ vela por todas las necesidades humanas, no es necesario dedicarse a un oficio para subsistir, no existe el orden político, la meritocracia o las brechas sociales. Todos los habitantes del domo de New Barkersville coexisten bajo la atenta observación del sistema. Ergo, los hijos de la suprasociedad sólo podían dedicarse íntegros a la exploración del eros en todas sus formas y conceptos. Día tras día, desde el amanecer hasta el inevitable anochecer, e incluso cubiertos por las tinieblas del horario programado, esta humanidad subsistía explorando la mina de lo virtuoso, húmedo o gratificante. Cavando cada vez más profundo en el placer sin encontrar la finitud.
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La prueba de que su artilugio había fallado fue inminente. Inmediata. Intempestiva. Durante su encuentro en el Amatorio de su sector, en una sesión con una suerte de variopintos rostros, cuerpos y posturas, sintió la mordida de un extraño cerca de su cuello, algo usual. Leonard tenía el cuerpo cubierto de queloides desarrolladas en sus constantes sesiones coitales. Pero esta vez, esta primera vez, la mordida se sintió invasiva. Era la primera vez que el dolor era reconocido por sus núcleos neurales y 3Roz no estaba presente para evitar la segregación de los neurotransmisores que comenzaron a usar rutas sinápticas semejantes a caminos rurales. La señal de alerta estaba dada. El dolor. Era la primera vez que lo experimentaba, y toda primera vez siempre es más contundente, desmedida, aprehensiva. Leonard empujó a su acompañante con una reacción refleja, un impulso por alejar aquello que, de pronto, le mostró un escenario apabullante. El susodicho cayó sobre el suelo, se golpeó la cadera y comenzó a reír desatado, sus carcajadas llamaron la atención de varios presentes que se arremolinaron sobre él para proseguir con el culto al cuerpo. Sus sudores, gemidos y risas asaltaron a Larson, que se llevó las manos a los oídos y cerró los ojos para así evitar la sobreexposición a los «nuevos estímulos». Nada de lo que veía le resultaba agradable, cómodo, feliz, equilibrado o cualquier otra acepción. Era como si el despertar del dolor, de pronto, le llegase con una revelación moral que causaba el caos en sus entrañas; regurgitó el contenido de éstas sobre la extensa cama del Amatorio. Ese humor pútrido y ácido generó cierta atención por parte de los cercanos que, ante aquel espectáculo, comenzaron a reír desbordados; aquel desboque los llevó a continuar revolcándose unos con otros, aunque eso implicara ensuciarse con el reflujo de Leonard. Larson abandonó el Amatorio poseído por la primera ola de nuevas sensaciones inclasificables que, sin perdón alguno, acometieron contra él. Atribulado, seguía observando las gotas de sangre que caían al suelo de su célula habitacional. Rememoraba los distintos episodios nefastos que comenzó a vivir desde que su brazalete falló. Descubrió las limitaciones de la supralengua y la poca capacidad para expresar su mundo interno, mundo que se hacía pedazos. Recordó que al salir del Amatorio el techo gris del domo lo recibió. Debajo, le dio la bienvenida una ciudad carente de brillo u ostentosidad como siempre creyó, o como 14 REVISTA ESPEJO HUMEANTE #11 / LENGUAJE
el 3Roz le hacía creer que era. Las paredes rajadas de las construcciones. La basura acumulada. La gente vistiendo harapos en continua exploración de las virtudes del placer. Comían a sus anchas, incluso alimentos que no parecían exactamente saludables. Vio a una mujer tirada en el camino y en él nació el impulso de acercarse; al contemplarla de cerca distinguió que tenía sendos arañazos por todo el cuerpo e incluso profundos cortes que se había realizado a sí misma, pues en su mano sostenía un trozo de vidrio, hilachas de su propia carne colgaban del filo. La mujer había muerto desangrada y una sonrisa casi demencial ocupaba gran parte de su rostro. Aquello alejó a Leonard a toda prisa y cayó en cuenta de un nuevo foco de ardor en sus pies, los vio descalzos, creía recordar que tenía calzado, pero sus amoratados pies, con negruzcas uñas gruesas y llenos de sendos callos, eran prueba de lo contrario. Ese ardor era la principal fuente de sentirse «menos cómodo, o menos feliz», ese ardor que lo atacaba desde todas direcciones, desde su cuello, sus pies, su estómago. Su cabeza comenzó a palpitar, sentía como si una roca tratara de abrirse paso a través de su cráneo. Las conexiones, las rutas neuronales atrofiadas por el desuso, de pronto comenzaron a transmitir cantidades ingentes de información, sus núcleos talámicos rebosaban de actividad. Larson comenzaba a nacer de nuevo, pero esta vez el parto sería doloroso, traumático, transformador. Como perro amaestrado, desesperado y embrutecido, Leonard corrió hacia un punto de distribución de 3Roz. La cola que encontró lucía interminable y, a pesar de que el tiempo de espera era breve, el estado mental en el que Larson estaba cayendo no le permitía desperdiciar segundos. Se abrió paso entre los feligreses que esperaban mansamente su repuesto. Veinte segundos tomaba el proceso, entre identificar el brazalete, comprobar el estado de la carga e inyectar lo restante. Veinte segundos por habitante. Leonard entró a trompicones, empujando, golpeando; creando detrás de él una estela de rostros que un instante antes de enfurecerse por la intromisión, estallaban a reír maniáticos y caían al suelo partidos de alegría. Larson llegó al distribuidor sólo para darse cuenta de que su dispositivo no era reconocido, el lector no detectaba el artilugio, estaba muerto para el sistema, era un agujero negro como el que Leonard sentía crecer en su pecho. Intentó comunicarse con el aparato, explicarle la situación, 15
pedir ayuda, asistencia para que repararan su vínculo con el sistema, pero la estación era de autoservicio, como todo en New Barkersville. Si necesitabas algo, ibas y lo tomabas; ninguna máquina estaba diseñada y programada para interactuar con los habitantes más allá de su función básica. Preso de una sensación que hacía su corazón palpitar errático, que acalambraba sus piernas y lo hacía sudar copiosamente, buscó otros distribuidores, irrumpió en otras colas, golpeó otras máquinas con el deseo de ser atendido. Sin un brazalete funcional era como si Leonard nunca hubiera existido. El primer día llegó a su fin con un Leonard al borde de un ataque epiléptico. Su sistema nervioso estaba saturado, colapsaba. Sentía sed y hambre, cansancio y diversas sensaciones «muy poco felices». Trató de olvidar sus impulsos incontrolables con sendas cantidades de agua, bebía y bebía de todo grifo disponible que encontraba en su incesante búsqueda por un distribuidor que reconociera su brazalete. Era la encarnación de la locura de Einstein, repitiendo su actuar una y otra vez sin resultados distintos. El brazalete era el problema. Entonces se dejó dominar por una de esas ideas sin palabras, pero con forma. Una intención barbárica que nació de sus entrañas y lo llevó a dirigirse al primer sujeto que encontró cerca. Lo tironeó del brazo e intentó quitarle el brazalete mientras el rostro de la víctima se debatía entre una expresión salvaje y la completa algarabía. Retirar el dispositivo era imposible. El aparato era implantado al nacer y conforme el usuario crecía nuevas partes eran añadidas, el material del artilugio parecía ser uno con la carne, una amalgama, una extensión inteligente que al detectar el forcejeo apretaba más la muñeca de su usuario, haciendo que éste, sin dejar de carcajear, comenzara a llorar y arañar a Leonard. Larson dejó de luchar al comprender que sería imposible hacerse con el brazalete de esa manera. Entonces llevó al hombre de la mano por las calles de New Barkersville. Larson buscaba algo que le ayudara a ejecutar la idea que cruzaba por su mente. Aunque aún no disponía de los términos, tenía las intenciones claras; los impulsos lo guiaban. Regresó a su célula habitacional al verse totalmente acabado. Amputar el miembro no sirvió de nada, una especie de función de seguridad selló el contenido de 3Roz, y pese a que pudo romper el aparato, luego de muchos intentos, daba la impresión de que la droga se volatizaba de inmediato. Ahora estaba en su nicho, hambriento, sediento, 16
adolorido, atormentado, con la lengua magullada por lamer el arisco suelo del domo. Derrotado. La noche no le trajo ningún descanso. Fuera de su habitáculo, las risas y gemidos de New Barkesville, su rebosante vida nocturna, libre, desatada, imparable, lo cobijaba como un coro de arpegios tortuosos que le recordaban su miserable existencia y, a su vez, los retorcidos actos de los que fue parte. Los días siguientes aquella sensación abrazó a Larson y lo amamantó hora tras hora, experiencia tras experiencia. Su mente se abrió, se desintoxicó, y esta comprensión fue la abrumadora fuerza que puso en evidencia la realidad en la que vivía. A diferencia de otros proyectos de supervivencia humana, el domo de New Barkersville apostó todo al hedonismo. Sus patrocinadores, convencidos de que lo que trajo miseria a la existencia humana era la dualidad de su propia naturaleza, diseñaron este domo de tal manera que su población nunca jamás experimentara el dolor, el sufrimiento psicológico, el mal. Era imposible editar el código genético para extraer la posibilidad de sufrir, además ya existían proyectos similares en Europa que apostaron por ese camino; así que tuvieron que idear otras políticas de comportamiento social. Todos los nacidos artificialmente serían infértiles y cada aspecto de su vida sería diseñado por la ideología de la suprasociedad. Funcionó. Sólo cincuenta años después del cierre del domo, las nuevas generaciones eran adultos infantiloides, incapaces de utilizar el pensamiento crítico, obnubilados por potentes analgésicos y dispuestos únicamente a vivir para el placer más absoluto. Los creadores estaban satisfechos. Retirar el dolor de la naturaleza humana traía felicidad, porque la felicidad era plenitud y la plenitud, aunque sin maduración, era un estado perpetuo. El hombre no deseaba atacar a otro hombre, no deseaba sus riquezas o sus tierras o su mujer. El hombre, cuando era niño, compartía juegos con otros niños y niñas. Y cuando se hacía lo suficientemente adulto departía con el hombre, con la mujer. Se sentaban en la misma mesa, en la misma cama. Toda esta data quedaba fuera del conocimiento de Leonard. Él era un resultado más. Su suplicio nacía del hecho de aborrecer todo aquello que fue antes de su despertar. Peor aún, aquellas sensaciones malsanas que taladraban su débil entendimiento lo hostigaban, aunque no supiera qué era eso. Ignoraba los términos mas no lo que experimentaba. No pudo clasificar lo que vivía así que comenzó a crear palabras que englobaran su malestar, así el dolor, la rabia, REVISTA ESPEJO HUMEANTE #11 / LENGUAJE 15
la cólera, la frustración, comenzaron a ser palabras en una lengua extraña que al repetirlas constantemente por fin obtuvieron relación de significado y significante, aunque sólo las usara él, aunque sólo las entendiera él. Y con el concepto etiquetado sobrevino un nuevo nivel de calvario, pues ahora su mente usaba los términos para formar oraciones, sentencias en las que vapuleaba su endeble salud mental. Se castigaba a sí mismo, como si una parte de su consciencia se desdoblase de su ser, lo mirara con repudio, desde arriba, con aire petulante y comenzara a insultarlo, a denigrar su comportamiento, su apariencia, su proceder. Su mera existencia. Un discurso atrabiliario, cargado de rabia rancia y pesar. Una diatriba que despellejaba su entender y lo reducía a un manojo de nervios. Una voz imposible de callar, aunque gritara hasta rasparse las cuerdas vocales, aunque golpeara su cabeza contra la pared. Aquella sombra del entendimiento se posó encima de todo lo que Leonard Larson representaba y acabó por hundirlo, a una velocidad imposible, en un hoyo depresivo del cual, por más irrisorio que parezca, Larson no deseaba salir y es que la privación del sufrimiento al final trajo consigo, en su descubrimiento, una potente adicción. Quizá un nuevo y retorcido nivel de placer. Llevado por la tentación de explorar, aunque contradiciendo todas las alertas que su cerebro le enviaba, llevó las uñas de la mano izquierda a la venda carmesí de su mano derecha. Hizo presión. El ardor aumentó a nuevos niveles. Una corriente eléctrica se disparó desde su herida hacia su cerebro, como una bala en trayectoria limpia. En definitiva, no era una sensación que a priori encontrase agradable, feliz o buena. Sin embargo, era nueva. Y esa novedad venía cargada de segregaciones nunca experimentadas. Su boca comenzó a salivar, ansiando su propia carne. De pronto se vio contemplando la manera menos invasiva de morder el tejido expuesto, el pliegue menos sensible. Su mente comenzó un nuevo bombardeo. Ya tenía nociones o clasificaciones para lo repugnante, como cuando vio a un grupo, en otro Amatorio al día siguiente del fallo de su brazalete, que se regodeaba en una orgía rodeados de cadáveres en distintos niveles de putrefacción. Incluso vio cuerpos de pequeños llenos de hematomas, abandonados, al borde la muerte por inanición; todos ellos con el respirar acelerado y extensas sonrisas de dientes corroídos. Ahora su cerebro poseía las armas, los términos, para decirle
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lo pueril que había sido. Cómo era posible que hubiese vivido toda su vida en aquella inmundicia. Cómo era posible que haya sido un peón del placer, narcisista, egoísta, abusador. Su mente comenzaba a exportar recuerdos guardados en lo más recóndito de su subconsciente, recovecos que 3Roz bloqueaba mas no eliminaba. Esas memorias le mostraron, aunque fuese a través de imágenes inconclusas, en fragmentos casi indescifrables, de prácticas aborrecibles contra sus semejantes, de juegos en los que su cuerpo era lastimado o lastimaba a otros, a mujeres, a hombres, a ancianos, a pequeños que no tenían escapatoria de sus ansias de placer. Las mismas evocaciones le mostraban la profanación de su cuerpo, cómo sus orificios fueron usados con beneplácito para la satisfacción de otras fantasías y, aunque se negaba a aceptar aquellas reminiscencias como reales, su cuerpo le gritaba, con cada marca, que todo eso había pasado. Y lo había disfrutado. Ahora esa culpa se convertía en una bola de nieve, en imparable avalancha, un martillo que caía sobre su cordura con una fuerza abrumadora. Se decía que estaba sucio y tomó numerosas duchas para quitarse la mugre mental. Se decía a sí mismo que su valor como humano distaba de cualquier denominación positiva y se regodeaba en aquella sensación. La tristeza. Cruel dama retenedora, arena movediza en la que él se movía y se movía, hundiéndose más en la pena que ésta simbolizaba. La puerta de la pena abrió paso a una oquedad nueva. Un nuevo limbo de exploración. Uno que se alejaba del dolor físico; un heraldo del dolor mental. Procedió a salir de su habitáculo al sentir que éste se hacía cada vez más pequeño. Por algún motivo, aún inexplicable e inclasificable, esa nueva sensación, que ahora sólo permanecía en su cabeza, ese discurso flagelante y denigrante que corroía su autopercepción, era más dañino que las dolencias físicas que lo aquejaban desde su atroz despertar. La mente tenía más poder sobre su cuerpo que su propio organismo. Comenzó a caminar y notó su andar encorvado, los hombros caídos, la mandíbula suelta; le ardían el paladar y los ojos. Las lágrimas se hicieron presentes y, aunque en un principio este hecho le resultó fascinante, ya no pudo dejar de llorar y sentir esa aprehensión en el pecho, como un peso que cada vez hacía su corazón más pequeño. Incontenibles eran las ganas de terminarlo todo y acabar con la perorata que disparaba a mansalva. Terminar esa guerra interna, sin bando ganador. Patear la mesa y bajar
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el telón. Evitar el sufrimiento y cualquier otra forma de percepción. Esa necesidad de arrancar de mente desde la raíz, de apagar el cerebro, de eliminar la afrenta. De morir. Aquella fuerza sobrenatural y sobrehumana se apoderó de él. Leonard Larson había reducido la curva de aprendizaje a setenta y dos horas. En tres días sin la constante dosis de 3Roz su organismo se había degenerado al punto de no retorno, había llegado a la única conclusión invariable a la que miles, millones de humanos preconfinados llegaron generación tras generación. Llegó a la plaza central del domo de New Barkersville ante la indiferencia de los congregados que proseguían en sus actividades hedonistas. Leonard les resolvió con la misma indiferencia, pues su estado mental nuevamente se encontraba enajenado, pero esta vez el placer se alejaba indolente. Ahora estaba al otro lado de la balanza. Una experiencia que encontraba igual de extrema, sólo que ahora, al ser consciente de su situación, terminaba siendo macabra y destructiva. Entonces por un momento deseó regresar a foja cero, retornar a la isla de la ignorancia que fue hace tan poco tiempo. No comprender nada, porque ignorarlo todo lo mantenía en la felicidad y, por el contrario, comprenderlo todo era la más terrible verdad. Comenzó a aborrecer el entendimiento que el dolor le proporcionó y, sin reparo alguno, corrió hasta un Formatorio y vio, a través de las lunas, que los infantes eran adoctrinados en la supralengua por una profesora en el mismo estado de degradación que el resto de los habitantes del domo; los pequeños lucían bajos de peso y en condiciones paupérrimas. ¿Cómo habían llegado a esto? ¿Siempre fue así? ¿Por qué o quién permitía que las personas vivieran así? Fue evidente, en su nuevo estado de discernimiento, que el sistema no debió dejar que la suprasociedad llegara a ese punto, entonces ¿qué pasó? Su andar continuó hasta la plaza central, el epicentro de la megaestructura, el corazón del gobierno de New Barkersville. La plaza estaba coronada por una escultura magnánima de la diosa griega Afrodita. Hecho que Leonard encontró repugnante en su nueva lengua. El cuerpo le dolía, la cabeza le parecía a punto de explotar, los ojos le ardían de tanto llorar y casi no podía respirar por la misma razón. Llegó hasta el edificio del Gobierno y su sola presencia hizo que las puertas se abrieran de par a par. Un tufo rancio lo golpeó inmisericorde. Encontró las oficinas del Gobierno totalmente abando-
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nadas. Una siniestra escena le decía que allí nadie había trabajado en décadas. El desperdicio orgánico evidenciaba detalles violentos, quizá una pelea, quizá una guerra interna. «Muerte» gritaban las paredes. «Muerte» gritaban las oficinas vacías. «Muerte» gritaban los paneles destrozados, las computadoras apagadas, las huellas resecas por doquier. Nadie detuvo su avance hacia el interior de la sede central, el lugar en el que se producían los ciudadanos de New Barkersville, la fábrica que sintetizaba 3Roz. Los pocos autómatas que quedaban activos mantenían la producción de embriones y droga de manera constante. El sistema seguía operativo, pero no había mente humana que supervisara la operación. Vivían a su suerte. Todo el domo estaba a su suerte… ¿Desde cuándo? Abrumado, corrió de la sede central de nuevo hacia la plaza y contempló, con la miseria exudando por sus poros, a los habitantes del domo, que gozaban de manjares rancios o dormían plácidamente anestesiados por 3Roz; algunos habían empezado una nueva faena de roces corporales. Todos eran indiferentes al hombre de semblante triste. Este individuo comenzó a mirar a sus congéneres con un aire ajeno. Sentía el pesar del mundo sobre su alma, sí. Pero también un sentimiento que reunía la rabia, el odio y una venenosa envidia y que se conceptualizó bajo un nuevo neologismo, uno que motivó a Leonard como un mar de gasolina sobre un incendio forestal. No importaba. Ya nada importaba. Sólo una cosa quedaba por hacer. Regresó al interior de la sede de New Barkersville para, horas más tarde, retornar a la Plaza Central, trepar a la estatua de Afrodita y atar un cable al brazo de ésta. Los parroquianos de la plaza observaron, con la sorpresa tallada en el rostro, el cuerpo del individuo que se bamboleaba, apenas, por la escasa inercia de su acto suicida. Luego, rompieron en carcajadas desatadas al comprender la escena. La risa prosiguió y prosiguió hasta llenarlo todo, hasta que el eco retumbó en los cimientos del domo, hasta que los gaznates se les irritaron y tosieron sangre. El cadáver del hombre que podía ponerse triste colgaba con una maliciosa sonrisa tallada en su rígido rostro. Alrededor, el disonante concierto de risotadas prosiguió sin percatarse de que el sistema automático del domo, de 3Roz, había sido destruido. ¬
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AUTOR INVITADO / NARRATIVA
Sin lengyj Hugo del Castillo
▶ Anónimo. A physician wearing a seventeenth century plague
preventive costume. . (Circa s. XVII).
E
l profesor Estévez recordaba con cariño la tarde en que obtuvo el grado. Saldar la deuda con el autor de su estudio era la mayor satisfacción. En segundo plano estaba todo lo demás que podría hacer con el doctorado en letras. Lc única mancha en esa serie de imágenes, ya inconexas, estribaba en la visión borrosa que le causó la imperiosa necesi-
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dad de tallarse los ojos. No dejaba de ver incorrectamente algunas letras de su propio trabajo. Las palabras estaban reconfiguradas. Percibía extrañamente algunas de sus letras en su conformación. Pero el fenómeno dejó de presentarse. El profesor pensó que sería una reacción al estrés. Ahora que había perdido la capacidad de leer y renunciado a seguir intentándolo, le venía esa mácula al recuerdo como un antecedente de su terrible condición. Varios años después, al preparar una clase para el posgrado, Estévez percibió una perturbación parecida en su percepción. Repasaba “Los nombres” de Guillén, cuando, en un parpadeo, dejó de ver algunas de las vocqles. No desaparecieron o se hicieron borrosas, sino que cambiaron por signos consonánticos. Tras frotarse los ojos un par de ocasiones, el profesor se dio cuenta de lo ocurrido. Recordaba el poema y venía a su mente el verso. Sin embargo, observaba: “Dstán shbre lc pqtjna”. Desesperado, dejó el tomo de poesía y batalló para llegar al otro lado del escritorio donde estaba la novela que leía por las tardes. Vio en la primera página: “El lvggr se phdíh hqbhr llrmhdo… ¿a qvé seguwr? Esv qs lh dr menws. No sr llfmó njnca de nsngmna manerj acfso phrqye sólk exhstxó un fnstantm, sin tsgmpo pdra dl bqwtizo”. Cerró el libro y se desvaneció. Sin ningún otro síntoma de malestar evidente, a Estévez le comenzaron periodos de ausencia. A la hora menos esperada, el profesor parecía dormir con los ojos abiertos. Su respiración se agitaba por un instante y luego se apaciguaba de forma abrupta, como si alcanzara un letargo inusual provocado por algún calmante. Tras una tensión irreal, su cuerpo se relajaba sobremknera. La respiración era tan profunda que los pulmones parecían hincharse más de lo admisible. Aunque al principio parecía no percatarse de ello, Estévez sentía el momento de tensión extrema y sus ojos miraban tan arriba que se le iban hacia atrás en un movimiento exagerado. Luego volvían al frente para desenfocar sv mirada. Después seguían momentos de obscuridad. Estévez aparece frente a una montaña y una tormenta de nieve. Avanza de forma pausada, trabajosa y constante hacia 19
la falda del risco. A campo abierto y víctima del frío, siente congelarse sus extremidades y la piel del rostro. El camino se prolonga por horas y su visibilidad de la montaña es apenas inteligible. Cuando amaina un poco la tormenta, a medida que se acerca a su destino, vislumbra una serie de agujeros en la superficie lateral del muro que es ahora la montaña. Una primera hilera muestra once huecos; por encima de ésta hay otra hilera con la misma cantidad. Entre más cerca está, más tiene que levantar la cabeza para mirar arriba. Encima de la segunda hilera hay una última con sólo cinco huecos más grandes que los demás, pero están tapiados, de forma que nadie puede entrar jamás allí. Su mirada va de unos huecos a otros, primero de alguno de los tapiados hacia la primera hilera. Allí encuentra algo particular; se detiene por un momento, pero no logra descifrar qué es. Luego vuelve específicamente a otro de los hoyos cancelados para encontrar su relación con la segunda hilera. La conciencia de Estévez sólo se percata de la percepción, pero no capta el razonamiento detrás de esas acciones. El profesor no dejaba de tener estas visiones. Sentía que una verdad se le revelaba a partir de lo que ensoñaba allí. Pero le preocupaba más que el sentido de la existencia se le iba entre las manos. El lenguaje lo abandonaba. Aquél al que había dedicado todos sus esfuerzos, una vida de trabajo y al que idolatraba como una deidad que lo presidía todo, al que atesoraba como un manantial infinito de misterios e interrogantes, al que, equivocadamente, creía suyo, se iba, sin más. Y es que el profesor Estévez no podía leer porque las palabras se reconfiguraban de forma inusual y sin patrón inteligible. Además, cuando quería hablar, de su boca sólo salían consonantes. Por más que su mente tratara de proferir una palabra en español, en inglés, en italiano, lo que emitía era una lengua desconocida, aparentemente sin reglas, desarticulada ¿era una lengua? ¿Era un vsrus capaz de ir cpntra el lengyaje y arrancar de tajo la existhncia del profesor Estévwz? • En una visión final que continúa la anterior, Estévez observa a un ser de su estatura y talla acercarse del lado izquierdo a su visión de la montaña. Con un único gesto arrasa con el muro, al extirparlo de cuajo y destruir al risco entero. En su lugar, y con otro movimiento, el ser erige una ciudad que parece desarrollarse conforme llegan más y más seres parecidos a él. En donde estaba el muro hay ahora un campo abierto. El ser se acerca más y Estévez lo reconoce como una versión suya menos humana, enrarecida por el paso del tiempo. En ese mo-
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mento, la percepción de Estévez se traspasa a la del ser. Ahora puede verse directamente a sí, tan humano como siempre. Con otro gesto, el ser abre la boca del Estévez original. Con la mano arranca su lengua como quien desprende una hoja de árbol; la coloca sobre el piso. Sin la lengua, su piel se marchita, sus extremidades se sueltan del torso y caen como fruta madura; al tocar tierra se convierten en polvo. Su tronco se desmorona de a poco y su cabeza queda inclinada, ya en el piso, como un saco de arroz, amoldándose a la horizontal del suelo. Lo último que siente írsele es el nombre, se aferra a él, como último baluarte de su identidad, pero no lo consigue. Sólo queda una oscura completud, una exangüe tranquilidad en que su materialidad no existe sino como una sensación vaga que se deposita en el aire y se la lleva el viento, esparciéndola, como si se espolvoreara sal sobre un filete que está en todas partes. Estévez abrió los ojos y anotó lo último que escribiría en su libreta. Pensó en el poema de Guillén: tampoco los nombres quedarán. La cita decía: “Dl prssjnty yd pqsk y ttdk lt qjs nhs qvgdt ds lt qjs hn dsf nt pdsw; dl pqssdm tqmplcz ds lt qjs fvg, sgnw lh qvg nt fjs; shlw dl fvtlry, lh qvg nts qjsdh, ds lt qjs yq hd ssdf ”. Tras las múltiples revisiones le dijeron que, probablemente, era una secuela de alguno de los virus que asolaron a la humsnidad a partir de 2019. Pero él no tuvo ningún síntoma, hasta ahora. Un par de décadas después, y tras la propalación de esta afección, se supuso que la lengua adquirida por el profesor Estévez estaba encriptada y que cada cierto tiempo se modificaba a sí misma; quedaba la duda de para qué, pues los que padecían esta condición no terminaban de comprenderla ni de comunicarse con ella. Otros pensaban que sólo comportaba un daño cerebral en la zona del lenguaje. No sabían mucho más de dllo, no se sabe muchx de ninguna de las secuelas de los siete virus, sólo que pueden presentarse días, meses, años y, algunas, no se van, hay que aprender a “vivir” con ellas. No fue el caso del profesor Estévez. Cuando al fin se dieron cuenta de que la condición era contagiosa como el virus que la propsló (probablemente a partir de la lfctura de algunos textos, como un grupo lo había descubierto tras décadas de investigación), ya era demasiado tarde. Adzmás de que el trastorno era irrevhrsible, los síntomns se agravxban cada vez más rápido, de forma que el detgrioro podría no ser gradual, sino inmediato. Lgs últjmrs ckfrxs dkcrn qlv czrcs drl 45% dy lp pmblvcpwn lf hm csntrwpdm pjr lw csxl hvsqhvclhld kscjd hvshndhj scdwjjdbjcd. ¬
REVISTA ESPEJO HUMEANTE #11 / LENGUAJE 19
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AUTOR INVITADO / ENSAYO
El lenguaje y la ciencia ficción Mayo Nieto
▶ Xóchitl Olivera Lagunes. Lenguaje(s). COLLAGE (2021).
20 REVISTA ESPEJO HUMEANTE #11 / LENGUAJE ▶ María Susana López.
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Censurador verbal. Lápiz digital (2021).
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ace más o menos tres mil quinientos millones de años se dieron las condiciones en el planeta para que fuera posible el desarrollo de seres vivos; lo que conocemos como inteligencia humana podría haberse empezado a dar más o menos hace tres millones de años. Empezamos a hablar quizás hace cincuenta mil años y a escribir hace apenas cinco mil años. Esta cronología es muy importante de tener en cuenta cuando se discuten aspectos relacionados con el lenguaje verbal humano y su relación con la cultura, un debate con serias repercusiones sociales en la actualidad. Y la literatura de ciencia ficción se ha posicionado en torno a este debate, haya sido o no tal posicionamiento su propósito explícito. Reconocer la cronología del lenguaje es también relevante en el planteamiento de una gran pregunta: el tiempo necesario para el desarrollo de vida/inteligencia/lenguaje en una determinada especie de un planeta ¿es el mismo para todos los planetas?, ¿es una temporalidad universal? Si éste fuera el caso entonces habría que estar de acuerdo en que no pueden existir, en este momento, inteligencias más “avanzadas” de las que ya tienen las especies en nuestro planeta. Por una razón: no ha habido tiempo. Por otro lado, habría que reconocer la diferencia entre desarrollo intelectual y desarrollo tecnológico. La llamada “inteligencia” humana, esto es, el conjunto de capacidades cognitivas específicas que han facilitado su adaptación y habilidades reproductivas, no han cambiado mucho en los últimos quinientos siglos. Una persona cazadora/recolectora promedio tenía tanto conocimiento en su mente como los que tiene una persona actual. Podría decirse que eran igual de inteligentes (incluso en ciertas áreas eran más inteligentes que nosotros). Sin embargo, su tecnología era primitiva y tardaron diez mil años en desarrollar la electrónica, la informática, las naves espaciales y todas las cosas que hoy tenemos. Una vez más podemos decir que no es suficiente el tener solamente capacidades cerebrales, para el desarrollo de la tecnología se requiere mucho más. Baste lo anterior para entender por qué la literatura de ciencia ficción es una narrativa prospectiva. Porque sólo en el futuro es posible que existan tecnologías “avanzadas”, no porque 22
haya inteligencias avanzadas (es muy probable que este término ya no se pueda aplicar), sino porque ha transcurrido suficiente tiempo. No obstante, en una buena parte de la literatura de ciencia ficción, se concibe una evolución hacia propiedades mentales “superiores”, que paradójicamente incluyen la desaparición del lenguaje simbólico. Son incontables las obras donde humanos del futuro o extraterrestres han desarrollado capacidades telepáticas, haciendo posible la comunicación directa entre dos estados mentales sin necesidad de un lenguaje intermedio. De alguna manera estos relatos reflejan una posición respecto a la relación entre el lenguaje como capacidad neurológica y el lenguaje como producto cultural. ¿Quién determina a quién? ¿qué fue primero? • En contra de lo que se piensa, el lenguaje simbólico no surge “por necesidades de comunicación”. No hay tal finalismo en la evolución. Como muchas cosas, surge de manera fortuita como una capacidad emergente del cerebro; y esa nueva capacidad modifica por completo la manera de socializar. A partir de ahí, toda la arquitectura cerebral se empieza a modificar. Se transforma en un cerebro social, en un cerebro hecho para hablar. El hecho de que hayan existido y existan tantos lenguajes creados por la humanidad, a pesar de que el funcionamiento del cerebro es más o menos el mismo, es un fuerte indicador de que la atribución de los significados dentro de un lenguaje en gran medida es una convención que no necesariamente está ligada al “significado original”. Pongo un ejemplo: “libro” viene del latín liber, que era el nombre que daban los latinos a la segunda corteza de los árboles, la cual usaban para escribir. Podrán darse cuenta que muchos de los términos que se aplican a los libros tienen que ver con los vegetales: hoja, folio, tablas. Book está relacionada con beech, que es el nombre que recibe el árbol de la haya (Fagus grandifolia), ambas palabras originadas del germánico antiguo. Se supone que en la madera de ese árbol pudieron haberse tallado los primeros signos de la escritura, por los 21 REVISTA ESPEJO HUMEANTE #11 / LENGUAJE
primeros pobladores de la cultura indoeuropea. Es posible que el fruto de la haya, una especie de nuez, haya sido uno de los alimentos preferidos de aquellas poblaciones. No por nada la raíz griega de “haya” es phagus, que también significa “comer”. Como se puede observar, una vez generado un significado, éste adquiere absoluta libertad para modificarse de acuerdo con las necesidades de los parlantes. Es posible que aprender nuevas lenguas sea la más poderosa forma de modificar la arquitectura funcional del cerebro, y con ello ciertas habilidades cognitivas. A propósito de que están de moda diversos ejercicios para evitar el envejecimiento cerebral (la mayor parte de ellos fraudulentos y basados en una distorsión de conocimientos científicos), al parecer aprender un segundo idioma en la adultez tardía podría ser una buena manera de mantener ciertas funciones cognitivas, como la atención, la memoria de trabajo, la memoria semántica y otras en buen estado. El lenguaje escrito, por su parte, incorpora las funciones visuales del cerebro, que es la forma predominante del cerebro de adquirir información. A diferencia de la información auditiva, la información visual es capaz de contener cantidades masivas de bits, aunque es menos específica. Esto quiere decir que el lenguaje hablado (y escuchado) contiene muchos más matices específicos, pero no puede contener la información necesaria para ciertas actividades, por ejemplo, para las científicas. Por ello este lenguaje es primordialmente escrito, como lo son también los códigos legales y anteriormente los morales. La tradición oral funcionó muy bien mientras la cantidad de información no era tan grande. • Si nos atenemos a la cronología antes descrita, el lenguaje como capacidad biológica, que incluye no sólo cambios cerebrales sino también en el aparato fonético, el lenguaje apareció mucho antes de que existiera la civilización. Esto podría apoyar la idea de que podríamos esperar adaptaciones biológicas que llevarían a culturas diferentes, lo que incluiría por ejemplo el desarrollo de la telepatía. En esta idea, no obstante, se cuela un principio determinista, algo 22 REVISTA ESPEJO HUMEANTE #11 / LENGUAJE
totalmente desechado en la teoría evolutiva. Por el contrario, la enorme diversidad de idiomas que han existido a lo largo de la historia reciente nos hace suponer la existencia de una fuerza evolutiva (desconocida) que selecciona tal diversidad. Es posible que dicha fuerza se encuentre en la cultura, y eso explicaría que la idea de un idioma universal (como lo sería el telepático) no haya sido hasta el momento un componente adaptativo, y no sabemos si vaya a serlo en el futuro. El asunto se encuentra en el meollo de una de las principales discusiones actuales dentro de la lingüística, situada a lo largo de dos extremos. Por un lado, está la hipótesis de la gramática generativa, propuesta por Noam Chomsky desde 1965, que en términos generales dice que existen estructuras lingüísticas “preinstaladas” en el cerebro, y en este sentido universales. Supone la existencia de un lenguaje “base”, que ha sido llamado el “mentalés”, semejante a un sistema operativo en un ordenador, sobre el cual se instalan, como lenguajes secundarios, los idiomas que aprendemos. Esto explica la existencia de estructuras sintácticas similares en idiomas terrestres muy disímbolos y que nunca han tenido relación alguna. Para Chomsky, la realidad, intuida en algún punto en la interacción entre el pensamiento y la cultura, existe sin la necesaria participación del lenguaje. Se puede pensar la realidad utilizando el “mentalés”, sin necesidad de un idioma para expresarlo. Si extendemos esta teoría a unos (ficticios) seres extraterrestres, uno podría suponer que la gramática generativa también opera en ellos y que las lenguas alienígenas, si bien extrañas al principio, podrían ser traducidas con facilidad dada la existencia de estructuras lingüísticas universales. Por ejemplo, en todos los idiomas cósmicos habría: sujetos, predicados, verbos, etc. Esto ha hecho posible que varias obras de ciencia ficción se ocupen de “construir” sus propios idiomas, con el auxilio de expertos en lingüística. En su novela Incrustado (The Embedding, 1973), Ian Watson explora el diseño de tres idiomas artificiales que hagan posible la comunicación de 23
niños afásicos. De hecho, hay quienes opinan que más que ciencia ficción, éste se trata de un relato de lingüística ficción. Quizás la parte más interesante, narrativamente hablando, ocurre en el otro extremo del debate sobre la estructuración del lenguaje en el cerebro. La relatividad lingüística o hipótesis Sapir-Whorf, propuesta como tal en 1954, propone que es el lenguaje simbólico, esto es, un idioma y sus reglas particulares, la que determina la forma de pensar la realidad: que de acuerdo con cómo hablamos y escribimos, de esa manera construimos la realidad, y por extensión la cultura. Uno de los primeros en utilizar esta hipótesis con fines narrativos fue George Orwell en su novela 1984, en donde El Partido modifica la estructura del lenguaje con el propósito de volver más sumisas a las personas. Por ejemplo, elimina la palabra “libertad” y todas sus formas relacionadas. Dicho en forma simple, si en un idioma no existe la palabra “libertad”, entonces la misma desaparece del pensamiento y de la cultura. Algo similar ocurre en la película Los dioses deben estar locos, en la que un bosquimano no entiende una acusación de robo dado que en su idioma no existe ninguna palabra para denotar la “propiedad privada”. De acuerdo a la hipótesis whorfiana, no existen idiomas universales y la razón de que existan tantos idiomas es porque existen igual número de formas distintas de ver la realidad. A lo largo de los años se han realizado diversos experimentos para probar esta hipótesis con resultados contradictorios, lo que ha llevado a la construcción de teorías modificadas que incluyen elementos de la gramática generativa de Chomsky. Tal vez el ejemplo mejor logrado se da en el filme La Llegada (The Arrival, 2016), dirigida por Denis Villeneuve y basada en el relato de Ted Chiang “La historia de tu vida”. Doce naves extraterrestres llegan a la Tierra, tripuladas por extraños heptápodos que se comunican a través de semasiogramas, un tipo de símbolo que puede ser traducido pero que carece de sentido en una lengua “glotográfica” como el inglés o el español, donde existen palabras y 24
una secuencia temporal de palabras. Por el contrario, en el “heptapodés” hay significado sin palabras… y sin tiempo. Las diferencias de las formas de comunicación entre seres humanos y las que poseen los heptápodos entre sí determinan la trama del relato (y de la película) influyendo en la realidad espaciotemporal de la protagonista y en el desenlace de la historia. Cuando la protagonista de la historia, la lingüista Louise Banks, empieza a aprender la nueva lengua, también cambia la estructura de su pensamiento. Comienza a tener una forma extraña de “recuerdos alucinatorios” que, luego sabremos, transgreden la línea del tiempo. El aprendizaje colectivo de esta forma de hablar transforma a su vez la cultura humana, facilitando la cooperación internacional y permitiendo una eventual cooperación en el futuro con los heptápodas. La discusión con mucho va más allá de los campos académicos de la lingüística o de los aficionados a la narrativa de la ciencia ficción. Se encuentra en el corazón mismo del debate alrededor del lenguaje incluyente. Para los whorfianos, al igual que en la película, la exclusión en el lenguaje de lo femenino realmente propicia su invisibilidad social. La existencia de denominaciones genéricas en masculino dificulta la adopción de visiones más abiertas sobre la diversidad sexual y de género, entre otras cosas. La Llegada va, por lo tanto, en esta línea de pensamiento. Para los chomskianos, las modificaciones en el lenguaje no tienen la capacidad de modificar la realidad y por lo tanto es ridícula la creación de palabras neutras. Desde el punto de vista científico no existe hasta el momento una conclusión definitiva que resuelva este debate, y la solución bien pudiera encontrarse en algún punto intermedio. Pero lo que sí es un hecho es que la ciencia ficción parece haber tomado partido por la relatividad lingüística, quizás por sus enormes vetas narrativas, o tal vez porque ofrece la posibilidad de un mundo más equitativo y justo, que no es otra cosa tal que lo que plantea la prospectiva narrativa: ver en el futuro las posibilidades del presente. ¬ 23 REVISTA ESPEJO HUMEANTE #11 / LENGUAJE
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poesía
Un pertinaz ir y venir… Ilse Sánchez Quintero
Un pertinaz ir y venir le aleja cada tanto del segundo donde el grito fue abolido por el miedo, mientras desconectaba los labios que dijeron mía, que bramaron perra, que clamaron regocijo al teñirse de su sangre. La vibración se tornó susurro y cuanto sabía perdió significado. No le alcanza la memoria para recuperar el orden de las sílabas; la dimensión de la experiencia ajena no cabe en el movimiento de sus manos. El equilibrio y el contraste: a pesar de la guturalidad que la encarcela, nena del aire, aún es útil la caja de resonancia, atina a repetir alguna nota, a entonar un balbuceo. El rasgo de locura es su manera de decir el mundo y el silencio, la comunión abstracta con el espacio que sólo ella habita.
▶ GEMA RÍOS. el rey.
MIXTA (2021).
Construye un nuevo lenguaje, accede aquel cuya paciencia percibe la palabra en el método preciso y calculado de su música, quien encuentre el dolor propio en el ahogo de otra voz. ¬
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NARRATIVA / RELATO
La lengua de los pájaros Alma Mancilla
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mpezó durante el verano en que llegamos a Rurino, al islote, claro, a cuál otro va a ser, enclavado en el Pacífico, un lugar verdiazul, casi opalino, la anomalía en el mundo que cambiaba y que por eso tantos querían estudiar. Era el caso desde siempre pero ahora que el archipiélago se moría el anhelo era apremiante. Yo no me las daba de gran cosa, un doctorado, algunos papers, mi enclave personal de pequeños conocimientos adquirido hacía tiempo y que ahora me tocaba poner al servicio de la sociedad. En este caso mi papel era estudiar la lengua de los pocos nativos que quedaban, no estaba claro para qué. Más allá de la curiosidad antropológica, del evidente deseo de conocer los orígenes y remanentes del pasado, me preguntaba si el interés de quienes me enviaban desde tierra firme no obedecía a un deseo de robarse el paraíso, de disfrutar también de este oasis improbable, de cambiarle a los nativos oro por espejos. Así había sido desde siempre, y no faltaría quien quisiera, una vez domesticado el entorno, levantar también aquí un centro comercial o un enorme hotel. No se me escapaba, por supuesto, que en ello yo era el intermediario del diablo, pero para eso me pagaban y también debía ganarme el pan. Lo de las aves resultó un suceso inesperado. Lidia, antigua estudiante que venía conmigo y a quien me unían lazos que yo me empeñaba en mantener ocultos, fue quien me lo señaló: —¿Has visto? —me dijo—. Allá arriba. ¿No es extraño? Lo era, en efecto. Sobre el manglar que bordeaba el islote hacia el sureste, una gran bandada de aves blancas revoloteaba en formación compacta, apretada, como si en su configuración hubiera algo artificial. Pensé que eran garzas o grullas, y aunque sus graznidos me parecieron extraños no era mucho lo que a ese respecto podía yo decir. Ni mi compañera ni yo, antropólogos ambos, sabíamos gran cosa de biología aviar de todas formas. Yo estaba ocupado en lo mío: a casi dos meses de la llegada me costaba establecer 26
contacto con los locales y estos aún me miraban con desconfianza. Pero esa tarde me recibía al fin el jefe de la tribu, así que no me quise entretener con lo que consideraba fruslerías que no entraban en mi campo de investigación. El viejo me acogió a la hora convenida. Me senté en un rincón, sobre una silla de un material que al principio tomé por hueso pero que para mi decepción resultó ser simple plástico. Al fondo de la casucha reconocí un par de mesas plegadas, de ésas que ostentan la marca de una bebida local. Me dije que tal vez la idea que me hacía yo de la tribu en tanto comunidad prístina e intocada era errónea, puro romanticismo de pacotilla, una fábula que me contaba para sentirme mejor. Pero el viejo no hablaba español, eso era cierto, y mis intentos por que entre nosotros ocurriera algún intercambio entendible se soldaron en fracaso. Al final, lo más que pude conseguir fue que el viejo señalara algo en el techo, un pajarraco con las alas extendidas, disecado por supuesto, y que al mostrarlo me hiciera gestos de alegría con el rostro, y con las manos movimientos que recordaban a los niños que hacen sombras chinescas. —¿Las aves? —pregunté—. ¿Qué hay con ellas? El viejo asintió y emitió un par de sonidos oclusivos que no supe descifrar. Volví a la cabaña triste, decepcionado de mí mismo, enojado por mi propia incapacidad. Esa noche, tras pasar en limpio mis notas, salí a asomarme al pórtico, de donde provenía una barahúnda que me impedía trabajar. Una parvada de lo que tomé por cuervos o grajos graznaba allí cerca, y en sus graznidos había una furia impropia del reino animal. Las ardillas corrían espantadas a esconderse en la maleza, y dos o tres de los trabajadores de tierra firme que conocía de antes, parte de un equipo de topógrafos que estudiaba el terreno pantanoso, pasaron corriendo en dirección al muelle. —¿Qué es? —les grité haciendo bocina con la mano y pensando que quizá se avecinaba una tormenta. —Ya llega, ya llega —me dijo uno de ellos sin detenerse—. REVISTA ESPEJO HUMEANTE #11 / LENGUAJE
En los días que siguieron anduve informándome al respecto y, en efecto, algunos de los lugareños parecieron darme a entender a señas que un cambio se acercaba. Fue Lidia, como siempre, quien mitigó la frustración que me generaba el hecho de no comprender sus historias a cabalidad. —Si las cosas van a suceder —me dijo—, ocurrirán aunque tú no entiendas el mensaje. Y no todo lo que se cuenta tiene que pasar en sentido literal. Pensé que Lidia era lista, y mucho más perceptiva que yo. Entretanto, sobre el islote había descendido una atmósfera extraña. Los nativos se habían resguardado en sus casas, como si algo temieran, y hasta yo, que no era oriundo del sitio, lo podía sentir también. Los insectos guardaron silencio dos noches seguidas mientras afuera de la cabaña y
▶ GEMA RÍOS. HÉRCULES. MIXTA (2021).
Si quiere irse, doctor, nosotros nos vamos ya mismo. Le sugerimos que lo piense, tal vez no habrá otra oportunidad. No entendí el porqué de aquel apremio, y pensé que esta gente (que llevaba acá más que nosotros) tenía respecto al islote información que se negaba a compartir. Pero las envidias profesionales son cosa conocida, y por ello no insistí. No me gustó saber, eso sí, que nos quedábamos a solas con el entorno y los nativos: me acordé de haber oído que la gente de Rurino tenía ideas apocalípticas, y si pensaban que una catástrofe se aproximaba las cosas podían ponerse feas aquí. No que eso me sorprendiera en absoluto: todos los pueblos del orbe creen de una forma u otra en un fin cercano o remoto, y quienes viven en aislamiento no suelen ser la excepción.
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por todas partes a la redonda los tordos se arremolinaban en formaciones compactas que les daban el aire de conspirar. Más allá de la enramada un puñado de vencejos daba saltitos en la yerba, y nos miraban, como niños traviesos tratando de llamar la atención. Temí que nos atacaran (influencia de las películas de terror, supongo), pero ésa no parecía ser su intención. Las aves se limitaban a sobrevolar el alero, se posaban en los maderos y giraban en una enorme espiral que se disgregaba en pequeñas figuras que parecían signos matemáticos, runas o mandalas. —Parece que nos quisieran decir algo —dijo Lidia. Me acordaba que en lingüística existe la noción de acto performativo: la lengua que dice y hace a la vez, un bautizo o un casamiento por ejemplo, donde por sola obra de la palabra un niño entra en la grey cristiana y una pareja se convierte en marido y mujer. Me daba la impresión de que lo que ocurría con las aves poseía esa misma cualidad transformadora, como si con sus graznidos y movimientos los animales nos hicieran víctimas de algún conjuro cuyo alcance o poder desconocíamos. A mí me daba una mezcla de curiosidad y pavor ver cómo se agitaban y bajaban desde el cielo y nos miraban con lo que en ese momento se me antojó una inteligencia superior. Creo que fue entonces que empecé a sentir miedo, aunque no supiera exactamente de qué. Que mi trabajo no avanzara no ayudaba pues, aunque pedí otra audiencia, los nativos se negaron a recibirme. Se limitaron a comunicármelo a señas, como si en el fondo a ellos les pareciera que yo no valía la pena como interlocutor real. Eso me frustraba como pocas cosas antes: sin lenguaje de por medio, yo sentía que nos movíamos en la oscuridad. No entender a los nativos me vaciaba, me hacía pensar que el que no existía era yo. Sólo Lidia me consolaba: ella pensaba que no hacía falta entender por completo para encontrar las conexiones, los sentidos, lo que se escondía detrás. A mi compañera, por cierto, le había dado por ponerse a observar a las aves, e insistía en que en sus chillidos también había una intención. Yo la miraba con sorpresa y escepticismo, aunque en cierta forma me parecía que lo que decía era verdad. Una noche, cerca de una semana más tarde, vi luces en dirección al poblado. Raro, porque las costumbres de la gente acá eran, hasta donde yo había podido dilucidar, predominantemente diurnas. Corrían historias de espíritus y
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duendes de la noche, así que debía estar ocurriendo algo insólito o sagrado para que todos estuvieran de pie a una hora así. Me abrí paso por el bosque tratando no de esconderme, pero sí de no llamar demasiado la atención, y cuando llegué al poblado lo que vi me dejó frío: la tribu entera había salido de sus chozas y bailaba a la luz de una fogata, y se comunicaban entre ellos con graznidos y gorjeos, al tiempo que se movían en círculos y en espirales, y volvían a graznar de nuevo, sólo dios sabría por qué. Tuve la impresión de estar presenciando no una simple ceremonia aborigen sino algo prohibido o malvado, y cuando vi que todos graznaban al unísono hacia el cielo no quise quedarme a ver. Volví de prisa por la misma ruta entre los árboles, mi alma presa de una inexplicable aprehensión. A mi paso se iban dispersando inmensas bandadas de aves que surgían de no sé dónde, de todas partes, somormujos, estorninos, garzas, algún cisne tal vez. Al fin avisté la cabaña a lo lejos y tuve una clara sensación de alivio que enseguida se desvaneció: Lidia salía de la cabaña y venía a mi encuentro, y movía los brazos y apretaba la boca en un rictus que no le reconocí. Cuando al fin la tuve enfrente la miré, interrogante, y ella emitió un par de sonidos de gallina clueca antes de echarse a llorar.“¿Qué es esto?”, pensé, “¿qué es esta maldición?”. Lidia y yo nos abrazamos, sin saber qué más hacer. Quise discutirlo, desde luego, pero de mi boca nada salió. Porque de la mente a la lengua hay laberintos, imprecisos callejones, agujeros escondidos, como bien lo descubrí: lo que quise decir sin haber dicho se escapó al fin de mis labios transformado en otra cosa, un graznido sordo, imperfecto pero claro, un hablar de grajo herido que se quedó flotando en el ambiente y allí permaneció. Eso fue hace meses, no sé cuántos serán ya. En materia de lenguaje, Lidia y yo poco a poco vamos mejorando, y a medida que lo hacemos la tribu nos ha ido aceptando al fin. En las noches en que estamos solos, que son la mayoría, acaricio su vientre distendido mientras nos decimos en la lengua de los pájaros pequeñas cosas que a veces tienen sentido y en otras aún nos crean confusión. No se trata de nada que no pueda remediarse fácilmente; nos entendemos lo suficiente para saber que aquí estamos, que seguimos vivos, que pase lo que pase nos tenemos uno al otro y nos vamos a apoyar. Y, quién sabe, tal vez eso baste por ahora. Sí, quizá nunca haya hecho falta nada más. ¬
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Narrativa / relato
El puente de Babel Alejandra Inclán
▶ Philippe Camoin & Alejandro Jodorowsky. La-Torre-del-Tarot
-de-Marsella-o-la-cuadratura-entre-Marte-y-Urano.
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A
l salir al mercado los primeros implantes nanotecnológicos para estimular el punto de Broca, y desbloquear el potencial de nuestro cerebro para percibir con facilidad cualquier idioma, la gente enloqueció. Imagino que fue lo opuesto a lo que se narra en las leyendas hebreas, cuando en Babel se confundieron todos los ahí presentes, al darse cuenta de que ya no podían entenderse entre sí. La leyenda, según descubrieron años después los científicos, tenía algo de cierta. Luego de investigar infinidad de cerebros en distintos institutos, se descubrió que ese punto del cerebro en particular, junto con otros, parecía que tenían una especie de involución en comparación al resto de nuestra materia gris, y que ese mismo defecto limitaba nuestro potencial mental. Ése fue el primer paso, pero faltaban más y pasarían dos siglos hasta dar con la pieza tecnológica que sería capaz de servir de puente, para que el punto de Broca nos devolviera lo perdido: ser ciudadanos de un solo mundo, de un solo idioma. Lo llamaron “Puente de Babel”, porque eso parecía el nanoimplante: una especie de puente que conectaba al punto de Broca. El primer sujeto de prueba podía escuchar cualquier idioma y con un retraso de un minuto y medio ir comprendiendo, que no hablarlo. Para una comunicación efectiva se requería que el interlocutor tuviera también un implante. Cuando por fin el sujeto de la segunda prueba recibió el suyo, él y el primero hablaron entre sí de manera pausada, uno en chino y otro en español. Se pudo constatar que era cuestión de tiempo para que ambos tomaran la fluidez necesaria para conversar de forma natural. El mundo fue cambiando. Las escuelas de idiomas no estaban muy contentas, hasta que les ofrecieron que fueran ellas las distribuidoras de los implantes. Pero sus precios eran imposibles para el común de la gente, así que esa libertad lingüística que gozaban los que sí podían pagar un implante, era prohibitiva. Pronto los defensores de los derechos de la humanidad se levantaron en protestas, argumentando que el ser “ciudadano del mundo”, era un derecho humano como el derecho a la vida, y que no podían negarlo. Claro, las empresas privadas que invirtieron en el implante se negaron a dar gratis lo que había costado siglos de investigación. La capitalización fue tan radical que no importaba si ya 29
sabías un idioma, si no tenías un implante se te negaba el derecho a viajar a un país con una lengua diferente. Las compañías aéreas fueron perdiendo clientes. Con el costo de un implante se podían pagar cinco vuelos a Japón, ida y vuelta desde México. Así que el ciudadano común que llevaba toda una vida ahorrando para ir a un país exótico perdió su oportunidad. Irónico, el Puente de Babel en lugar de unirnos nos estaba separando. Hubo quien opinó que debería ponerse gratis a los grupos indígenas que aún quedaban en México, para que de esa forma pudieran integrarse más a la sociedad moderna, y exigir sus derechos sin tener la frontera del idioma. No obstante, el gobierno evadió como pudo el tema; aparte, la patente, así como sucedió con la televisión a color, se hizo en EEUU. El país vecino a cambio de poder producir el Puente de Babel en masa, regaló unos cuantos para los funcionarios públicos que fungen como embajadores, y para otros que tuvieran que realizar muchos viajes al extranjero. A México apenas le dieron migajas. De nada sirvió que el invento hubiera nacido en nuestro país. Al menos, a algunos nos tocaron los implantes gratis, como a mí. El gobierno quería incentivar a los que nos habíamos ganado la beca Mario Molina a la Investigación en el Extranjero, instalando el Puente de Babel a los que íbamos a un país con un idioma distinto. Así que los que fueron a España perdieron esa oportunidad, y como el implante no se podía quitar una vez puesto, lo tendría de por vida. La instalación se hace mediante una inyección en el cuello, y a control remoto se dirige con exactitud al punto de Broca, hasta podías apreciar en un monitor cuando la esferita nano tecnológica llegaba a tu cerebro, tomaba forma rectangular y se acoplaba con precisión. Me dieron fuertes sedantes antes de instalar mi implante. Al colocarse en mi cerebro sentí un choque eléctrico o un piquete de abeja cuando puenteó el Punto de Broca. Fue como si despertara de pronto. Tuve el impulso de levantarme de inmediato. Me pidieron que me calmara y esperara cinco minutos en que se estabilizaban mis nuevas facultades. Respiré profundo y despacio. Me dormí. Una hora después, al despertar, de repente alguien me habló en un idioma desconocido. Yo ya sabía inglés, y no era inglés. No supe a qué lengua pertenecían esas palabras, sin embargo, comprendí lo que decían: “Bienvenido al nuevo mundo, bienvenido a Babel”. Me emocioné mucho y lloré.
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En el aeropuerto tuve la oportunidad de experimentar cuando me hablaron en francés al llegar a Francia. Algo que no te daba el implante era la comprensión escrita de un lenguaje, pues son una representación visual y simbólica de una lengua. Había mucho que descubrir y yo quería eso, desvelar las posibilidades de los nanoimplantes en el cerebro y reparar lo que estaba involucionado. Mi beca duraría tres años. El estudio de los implantes se dividió entre tres países, EE. UU., Francia y Japón. México no figuró para tener financiación, pues no faltó quien dijo que los mexicanos sólo funcionamos bien cuando nos vamos al extranjero, que era más prudente dar dinero para becas y dividir a los becados para obtener mejor aprovechamiento de nuestros “chispazos científicos”, como denominaron a las pocas aportaciones que hemos realizado a la humanidad en cuanto a ciencia. No se lo dije a nadie, pero yo tenía una idea pseudocientífica. Si decía mi intención lo más seguro es que no me hubieran dado la beca. La mitad de mi vida la dediqué a estudiar por gusto esos misterios que anunciaban los pseudoinvestigadores, porque varios de ellos le atinaron a hechos científicos antes que la ciencia oficial; como el primero que mencionó que el Sahara fue una selva y que el antiguo Egipto estuvo asentado en áreas verdes, y no en desierto como se creyó por siglos. Los científicos se rieron de ese loco que también era “apóstol de los extraterrestres”, pues afirmaba que ya nos habían visitado. Años más tarde se encontraron evidencias de que el Sahara sí fue una zona selvática y que coincidía su antigüedad con el esplendor de las pirámides terminadas. Así que mi idea era que, si existía un hemisferio con el punto de Broca, por simetría debería existir algo similar al otro lado, un punto para instalar otro Puente de Babel. Lo que no sabía era qué facultades se desbloquearían al realizarlo. Estudié un diplomado en nanotecnología, no en neurología. De hecho, el perfeccionamiento del Puente de Babel se logró con la ayuda de varios neurólogos. Sólo que yo no quería contar mis intenciones a nadie, así que actuaría en solitario cuando tuviera acceso para realizar mi prueba. El equipo de trabajo se conformó de un ingeniero en nanotecnología, dos neurólogos y un bioquímico, ése era yo. Ninguno era francés, todos hablábamos distintos idiomas, sin embargo, los descubrimientos y avances se le atribuirían a Francia.
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Me hice muy amigo del ingeniero en nanotecnología, dado que él era quien ponía los implantes y los programaba, pero no logré que me dijera todos sus secretos, tuve que ser paciente. Después de un año por fin pudimos experimentar en sujetos humanos. Íbamos a mejorar el Puente de Babel para comprender desde el primer segundo cualquier idioma, sin necesidad de contacto con alguien que hablara la misma lengua. El sujeto de prueba tenía el implante y se le realizó el “parcheo” correspondiente, entonces pude observar cómo programaba el ingeniero. El código era muy sencillo, lo único que debía realizar yo era el cambio de coordenadas al hemisferio derecho. Después de tres sujetos de prueba tuvimos un avance que los otros equipos no habían conseguido. Fue tanta la alegría de los políticos que nos premiaron con la actualización de nuestros implantes, fue cuando pude practicar la instalación. El ingeniero no podía ponerse el implante a sí mismo, por los tranquilizantes que debíamos inyectarle; aunque era un proceso casi automatizado, al final se tenían que hacer ajustes manuales debido a la diferencia de tamaños entre cerebros. Me explicó cada uno de los pasos mientras los instaló a mis compañeros. Le pedí ser el último. Logré verificar que podía cambiar la configuración a modo espejo y que el implante se fuera al otro lado, pero ése sólo era un parcheo, no podría hacer mi experimento con él, tenía que esperar, no obstante, lo realizaría. Al terminar dije que estaba muy cansado y que prefería esperar al otro día. Estaban soñolientos por los tranquilizantes y no objetaron. Nos fuimos, bueno, yo fingí hacerlo. Regresé en cuanto los perdí. Escaneé mi cerebro, calculé su tamaño y coordenadas para poder programar la colocación del implante de manera automática. Era peligroso, mas no me importó. No me apliqué los tranquilizantes. Contaba con una única oportunidad para poner el parche y el Puente de Babel en mi hemisferio derecho al mismo tiempo. Preparé todo. Hice la doble programación. Si mi cerebro no tenía una buena simetría podría tener daños permanentes. Busqué un espejo. Me inyecté de un lado el parche, del otro el nuevo implante. Fui a la computadora y activé ambos. Vi como subían al punto indicado. Una tecla era suficiente para lograr por fin mi objetivo. La oprimí. Y lo
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que debió ser un piquete de abeja, sin los tranquilizantes lo sentí como una perforación en mi cerebro y grité hasta que me desmayé. • Tuve un sueño. Me vi en una construcción, con ropas antiguas. Sudaba. Alguien se dirigió a mí en un idioma raro, el cual entendí, aunque sonaba muy extraño a mi oído. Me dijo: «Esa torre no se va a terminar sola». Volteé y vi el edificio más gigante que había visto en mi vida. Ni la destruida gran pirámide de Egipto podría tener esa altura. Bajé la mirada, impresionado, y busqué alrededor un referente. Me vi a mí con mi bata. El que me habló también me vio. Me desmayé y desperté en el laboratorio. Estaban unos policías afuera. Busqué un reloj. Habían pasado dos horas. Hablaban de mi desaparición. Pude distinguir al guardia del edificio al asomarme. Me vieron y fueron a preguntarme qué pasó. No supe qué decir. El vigilante me dijo que me escuchó gritar, pero al llegar no había nadie, sólo la silla tirada. Le dije que lo sentía, que todo estaba bien, que hablaríamos al día siguiente. Y me fui. ¿Qué hizo el implante en mi hemisferio derecho? Caminé por las calles oscuras. Iba con la cabeza baja. No entendía por qué hablaban tan duro las personas que pasaban junto a mí. El ruido era insoportable y caótico. Crecía a cada minuto, como si todos me estuvieran gritando. Al levantar la cabeza pude observar que sus labios estaban cerrados. Estaba oyendo sus pensamientos. Fue tanta la impresión que me llegó una luz que me cegó. Aparecí en el mismo lugar de antes, el que soñé. Era de día, me sentí muy perturbado al volver a verme con ropas antiguas y distinguir mi yo actual a unos metros de mí. «¿Dónde estoy?», pregunté a los que me miraban con la boca abierta. Una especie de guardia me tomó de las manos y me amarró. Entonces volví a aparecer en Francia. Un sujeto chocó conmigo y casi me tira. Escuché su pensamiento: «¿De dónde salió?» Corrí, me desesperé. ¿Qué eran esas alucinaciones en una tierra desconocida? Llegué a la Torre Eiffel. No era muy tarde, aún podía subir. Las sensaciones en mi cuerpo y en mi cerebro eran tan extrañas que sólo quería terminar con el infinito ruido que escuchaba. Dolía, como si percibiera con todos mis nervios. Al subir por el elevador me volví a ir. Ya no estaba en el ascensor, sino en unas escaleras de piedra, amarrado de las manos. Sudaba torrentes. Volteé, el guardia me conducía
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apuntándome con una espada. Vio aparecer a mi yo científico y se asustó y cayó de las escaleras. Los demás se alertaron y corrí. Corrimos. Sólo quedaba ascender. Me sentí ligero, como si fuera un fantasma. Ahí no sentía el dolor que me aquejaba en Francia. La cima estaba muy cerca. Ya no tendríamos a dónde correr. Disminuimos la velocidad y le pregunté quién era. Iba a hablar cuando, por un tragaluz al otro lado de nosotros, cayó un rayo que destrozó esa parte de la torre. La corriente eléctrica nos tocó de rebote y caímos por una ventana hacia el exterior. Pude observar que salían rayos de nuestras cabezas, y golpeaban a los demás que aún estaban en la parte en pie de la torre, y esos rayos también tocaban a los de más abajo. El implante estaba funcionando como una bobina de Tesla, comunicándose con todos los cerebros. Podía escuchar de nuevo los pensamientos. Mi mente interfería en las suyas. Vi dolor en sus ojos y sentí el mío. Me percaté de que el rayo golpeaba su punto de Broca y el contrario. Entonces, una voz retumbó en mi cabeza: «Nunca más volverán a oír mi voz, sólo los elegidos. Has sido un buen instrumento». No supe qué era eso que me habló.
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El otro, mi doble, ya casi cuando estábamos en el suelo se unió a mí y vi una luz intensa. Desperté de cara a la tierra. Ya no llevaba esas ropas extrañas, pero de mi cabeza seguían saliendo rayos que golpeaban a todos a mi alrededor. Hasta que alguien me atravesó con una lanza y pude escucharlos hablar. No entendí lo que decían. Oí que hablaban entre ellos y no se entendían. Quise decir algo y tampoco me entendieron. Entonces morí. Desperté de día, bajo la Torre Eiffel. Estaba vivo. Ya no escuchaba los pensamientos. Me acerqué a un quiosco de noticias y revisé. No podía entender las palabras, sin embargo, había una imagen de una persona envuelta en un rayo, una secuencia de él cayendo y desapareciendo. Busqué alguien con quien hablar. No me entendió, ni yo a él. Fui al laboratorio. Dejé todos los datos en la computadora. Mis compañeros lo sabían. Les hablé. No era español lo que yo hablaba. Me revisaron el cerebro. No había implantes. Ninguno de los dos. Investigaron el idioma que pronunciaba. Era sumerio antiguo. Gracias a sus Puentes de Babel lo entendían. Me preguntaron: «¿Qué hiciste?» No supe cómo explicarles que fui yo quien inició la confusión de los idiomas en Babel. ¬
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Narrativa / relato
Ahora despierta la palabra Mauricio del Castillo
E
l aparato de comunicación interior de Mansur sonó y la voz de una mujer dijo: —Doctor Mansur, siento mucho molestarle, pero hubo un accidente con el paciente de la habitación 0015. Mansur dejó de cruzar los pies por encima de su escritorio y se inclinó ante la pantalla. —Voy enseguida. Franqueó interminables oficinas y pasillos hasta dar con el laboratorio de neurolingüística. Tras meses de formulación y experimentos, Valverde había decidido utilizarlo en un paciente con claustrofobia. Clavó una aguja en su cráneo, arriba de la frente y la sien, justo en el área de Wernicke, una parte del cerebro humano situada en el lóbulo temporal del hemisferio dominante. Fagui se encontraba acostado sobre la cama acolchada, boca arriba con los ojos cansados y los brazos de costado. Sus ojos se mantenían abiertos, con un vendaje en la cabeza, a punto de caer inconsciente. Había dejado un rastro de sangre en la habitación. Mansur echó un vistazo alrededor en busca del verdadero responsable. —¿Dónde está el doctor Valverde? —Max, qué tal. Qué bueno que estás aquí —El doctor Valverde extendió una mano a Mansur para saludarlo, pero éste no le correspondió. Valverde la bajó, sin sentirse mal por ello—. Ubicamos el punto de control en el cerebro de Fagui. Hemos borrado todo aquello que corresponde con el concepto “pared”, “muro”, “muralla”. Al principio se trataba del significado, pero ahora… lo ha olvidado por completo. —¿Qué quieres decir? —Las paredes ya no significan nada para él. Ha olvidado para qué sirven. Piensa que los espacios son extensiones, que no tienen límites. Puede detenerse cuando ve una barda, un cerco, una valla o una reja. Pero en cuanto a un material más rígido y material que alcance el techo, piensa que no hay nada ahí. Pues
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bien, aquí está el resultado. —¿Resultado? —Nuestro amigo Fagui quiso cruzar la puerta y se llevó un buen golpe. Así de simple. Fue posible con tan sólo… alterar su lenguaje. Mansur gruñó y dijo: —¿Tienes idea del daño que le has provocado? Quiero que lo cures de su claustrofobia, no que le machuques el cerebro. En cuanto recupere el conocimiento y salga de aquí, júralo que nos demandará a ti y a mí. —Quiero contarle lo que he estado investigando en los últimos meses —dijo Valverde, sin alterarse en lo más mínimo—. He descubierto que el lenguaje interviene en la percepción del mundo tal y como lo conocemos, y transforma su sustancia misma. Pregúntate esto: ¿Todas las culturas distinguen las clases diferentes de nieve? ¿El tiempo siempre avanza de “atrás hacia adelante”? ¿Los pelirrojos provienen de Escocia? Estas preguntas se basan en la idea de que el lenguaje que hablas afecta tu forma de pensar. Por ejemplo, la diferencia en la percepción del color entre los hablantes del inglés (que tienen once términos básicos para el color) y griegos (quienes tienen doce, pues diferencian entre dos tipos de azul). O está el famoso caso de los japoneses, que hasta hace un milenio no tenían una palabra para distinguir el verde del azul. Hasta hoy cruzan la calle cuando el semáforo está en azul, y no en verde. Mansur enarcó las cejas —¿Dices que hay una relación entre el lenguaje y la realidad? —Al principio puede ser difícil creerlo. Ciertas diferencias en el lenguaje pueden afectarnos en aspectos de nuestra vida tan concretos como la forma en que gastamos nuestro dinero. Cada vez que mencionábamos o leía la palabra “pared”, así como la imagen que representaba de las mismas, una zona del cerebro de Fagui se accionaba. Bueno, pues localizamos las neuronas, y por medio de un supresor rompimos las conexiones. Al principio creí que podíamos enseñarle de nuevo el significado de la
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palabra “pared”, pero también se extendió a su figura. ”Esto prueba que existen conexiones entre el universo físico y el lenguaje. Nosotros interactuamos con las palabras y son ellas las que transforman el mundo. Vivimos en un mundo de palabras y enunciados; todas las personas y cosas se definen a través del lenguaje, no de su mera existencia. Lo que no sea accesible para el lenguaje no puede existir, así de fácil. ”El lenguaje es esencialmente un programa, y ha sido usado históricamente para proyectar la realidad. La realidad es sólo una descripción de la realidad y no la realidad en sí misma, por lo que podemos afirmar que efectivamente vivimos en una simulación. ¿No te parece increíble? Un universo programado al antojo, un universo personal. Con sólo manipular el lenguaje es posible hacerlo. —¿Cómo podrá sobrevivir afuera sin la más mínima referencia de lo que significaba un límite de espacio, Valverde? ¿Cómo? —Si le explicamos lo que significa una puerta, su función y significado, podrá comenzar a darse una idea. Las paredes comenzarán a ganar significado y existencia dentro de su universo. Mansur resopló. —La simulación aparece muy vívida en su mente, al menos bajo el efecto de la aguja —dijo Valverde—. No se puede predecir cuáles serán los resultados definitivos. —La confusión podría producir un intervalo psicótico — opinó Mansur, sin dejar de sujetarse la barbilla, preocupado—. Nos veríamos obligados a someterlo contra su voluntad. Creo que debes intervenirlo de nuevo y sacarlo de aquí, aunque no llegue a curarse del todo. Esto es un asunto serio. —De acuerdo —respondió Valverde. —Cuanto menos nos relacionemos con este hombre, mejor —dijo Mansur—. No hay que comentarlo con nadie. Cuanto antes nos desembaracemos de Fagui y de su trastorno, la clínica no se verá afectada. Valverde dijo, con plena seguridad: —Cuenta con ello. • Pasó un mes antes de la recuperación de Fagui, sin que Mansur autorizara su alta. Se le hizo saber que su claustrofobia había sido curada, sin embargo, aún había que realizar un último ajuste en una zona específica de su cerebro. Decidió ir a verlo por cuenta propia. La mayoría del tiempo Fagui se encontraba dormido, por lo que fue una suerte hallarlo aún despierto en su habitación. Mansur arrastró una silla y se sentó en ella.
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—¿Cómo te encuentras, Fagui? —Muy bien, doctor. Gracias por preguntar —dijo Fagui, como si arrastrara las palabras. —Quiero decirte que todo va a estar bien. No tienes por qué preocuparte. —Muchas gracias, doctor, es bueno saberlo. —Hubo un contratiempo con respecto a tu tratamiento. El doctor Valverde está al corriente de que todo salga bien esta vez. —Pero yo me encuentro perfectamente bien, doctor. No le veo el caso de… —El extraño golpe que recibiste puede repetirse —insistió el doctor Mansur—. No quisiera que tuvieras otro problema similar. Tu vida puede correr peligro. —No corro ninguno, créame. Me siento con más libertad, más independencia. El mundo se ha extendido para mí. —Fagui, no creo que… —Ahora puedo ir a donde me plazca sin ningún problema. El doctor Valverde me curó de mi claustrofobia. Observe. Se levantó de la cama y caminó con rapidez hacia la pared más cercana. Mansur intentó impedirlo, pero no fue lo suficientemente rápido. El golpe era inminente. Sin embargo, Fagui atravesó la pared. Mansur se detuvo. Fagui había desaparecido como un fantasma, sin ninguna explicación. La pared lucía intacta, sin ningún daño. Mansur parpadeó y volvió en sí. A los pocos segundos escuchó los gritos de varias personas, seguramente sorprendidos de Fagui y su habilidad para atravesar las paredes. Se encontraba en peligro, ya que al llegar la última pared podía representar una caída de veinte pisos. Era prioridad hallarlo antes. Mansur se encontró con un caos en toda la clínica. Las enfermeras corrían despavoridas luego de ver el acto de magia de Fagui. Varias quedaron desmayadas. Las puertas se cerraban con violencia y los empleados se peleaban por encontrar sitio donde esconderse. Las llamadas de auxilio se repetían en cada teléfono celular. Hubo unos minutos de silencio y después siguieron susurros muy débiles. Enseguida se oyó el ruido de una silla que cayó al suelo. Después, de nuevo el silencio. Mansur intentó calmarlos, pero la impresión fue demasiado para ellos. La policía arribó convencida de que esto se trataba de una tontería. Registraron el lugar y llegaron a la conclusión que se trataba de una histeria colectiva, sin que ningún directivo de la clínica lo confirmara o lo negara. Valverde llegó al poco tiempo, sin alterarse en lo más mí-
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nimo, como siempre. —¿Qué sucedió con Fagui? ¿Ahora qué ocurre? —Con un carajo, Valverde. Qué buena la hiciste esta vez. Tu paciente está fuera de control. ¡Ahora puede atravesar las paredes! El rostro de Valverde se iluminó como el de un niño. —¡Es increíble! El mundo de Fagui ha sido moldeado con tan sólo alterar su lenguaje. Y ahora nosotros podemos ser conscientes de él. —¿No te das cuenta de que está en peligro? Quiero que vuelva a la normalidad. Temo que esto se salga más de control una vez que muera. —De acuerdo, realizaré un ajuste una vez que lo encontremos. Pero tienes que reconocer que es un gran descubrimiento. —Sólo reza porque no le pase nada. —Mansur recibió una llamada en su teléfono y respondió—: Diga. ¿Qué? ¿Están seguros? Vamos para allá. —¿Qué sucede? —preguntó Valverde. —Se encuentra en las bodegas de materiales. No se ha movido de ahí en un buen rato. Muy bien, ahora vuelvan a sus lugares. Aquí no ha pasado nada. Adiós. Le volvió el alma al cuerpo y se contuvo para no golpear a Valverde. —¿Qué sucede? —preguntó éste. —La policía halló a tu paciente. No me gusta arreglar los problemas que tú provocas. Valverde rio. No quitaba la sonrisa de su rostro. —Ya verás lo que esto traerá, Mansur. Sólo debes ser paciente y dejarte conducir por los milagros del lenguaje, el auténtico programa que constituye la realidad. —Por tu bien, espero que así sea —dijo Mansur. Se encontraban cerca de las bodegas. Una fila de policías bloqueaba el acceso. Mantenían la vigilancia, esperando que ocurriera algo, con los rostros tensos y preocupados. Apretaban con fuerza sus armas. Mansur y Valverde llegaron a la carrera. —No disparen —ordenó Valverde—. Está bajo mi custodia. Sé que es difícil de explicar. No hay nadie en peligro, excepto él. Los policías se mantuvieron serios, pero no fijaron ninguna postura. Ni la menor reacción. Después, poco a poco, se apartaron. • El procedimiento fue sencillo. Después de que le fuera clavada
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la aguja y se repararan las sinapsis específicas de sus neuronas, Fagui comenzó a recibir de inmediato instrucciones con respecto al significado de una pared. Valverde estimó que el tiempo de recuperación fuera de una semana luego de la intervención del cerebro, ya no intentaba siquiera tocar una pared. Mansur se encontraba más tranquilo hasta que recibió una llamada a su comunicador. —Doctor Mansur, se trata del paciente de la habitación 0015 —dijo la asistente del doctor Valverde. Me temo que algo está ocurriendo. Mansur fue hacia la habitación. Encontró ahí a Valverde, esta vez sin una sonrisa de por medio. La piel de su cara estaba pálida. —Mansur, no vas a creer esto. —Espero que no me digas que ahora vuela. —Al parecer Fagui ha vuelto a padecer de claustrofobia, justo como lo habías previsto. Se le enseñó todo respecto al significado de una pared. Pero él… —Déjame verlo. —Mansur se adelantó y encontró en el fondo de la habitación a Fagui hecho un ovillo. No dejaba de decir con los ojos apretados: —Las paredes… Todas están aquí, encima de mí… Me sofocan… No puedo respirar… Justo aquí, aquí… No puedo respirar… —Está peor que antes —exclamó Mansur—. Pero por lo menos ya está fuera de peligro. Quiero que dejes por la paz la aguja y cualquier otra cosa que tenga que ver con alterar su lenguaje. Creo que este caso pertenece a la psiquiatría. Valverde no respondió. Los síntomas de Fagui lo perturbaron. Cuando Mansur llegó a su oficina se detuvo de pronto. Juraría que la habitación se había vuelto más pequeña. Luego de un minuto no tuvo dudas de ello: su escritorio se partió en dos a causa de las paredes que se acercaban entre sí centímetro a centímetro. Sus diplomas y reconocimientos cayeron al suelo. Las lámparas del techo tronaron en un estallido. Su silla se volcó luego de que la pared más cercana la empujara. Mansur rodeó su escritorio; intentó todo lo posible por llamar a Valverde y ordenar revertir el proceso en Fagui. Esto era mucho peor que atravesar las paredes, se dijo. Poco tiempo después se encontraba en el suelo, acurrucado, sin dejar de sostener sus piernas en el único espacio disponible de su oficina. Cerró los ojos, esperando lo inevitable. ¬
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Narrativa / relato
Aquí tienes una pluma para que escribas tu nombre Cósima Villabosque
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econoció la casa porque sintió un vacío detrás de ella. Aterrizó en un gran jardín con árboles altos, juegos, alberca y una bonita terraza con muebles de madera. Por un segundo, Águeda se dejó impresionar y envidiar los lujos de los ricos, pero el ambiente enrarecido la regresó a su tarea. Apagó su mp3 y lo guardó en su saco cuadriculado. Un silencio inusual cubría todo, no olía a la humedad de la lluvia otoñal de anoche, ni las plantas exuberantes emanaban sus aromas prometidos. No había insectos, ni pájaros, ni movimiento en el follaje. Y la energía inconfundible de lo desnombrado comenzó: un miedo creciente queriendo entrar al pecho, como un dedo empujando arena mojada. Ajeno, invasivo. El alba parecía atorada. Caminó sobre la hierba insonora y entró a la casa por la puerta de cristal. La sensación en su pecho punzó más, y Águeda pronunció su Segundo Nombre en voz baja para alejarla, como quien espanta a un mosco. Adentro estaba demasiado silencioso para que estuviera deshabitado. El comedor frente a ella, la sala contigua a la derecha con una chimenea de piedra al fondo, y la cocina a la izquierda, detrás un pasillo oscuro al resto de la casa; los espacios se sentían lejos, como en los sueños, las orillas de las cosas eran planas, y las sombras parecían repetirse. Avanzó con cautela, extrayendo el diccionario de su pantalón ancho café. Debía atender sus sentidos con cuidado, en casos como estos cuando la realidad perdía su esencia, ésta se comportaría de maneras impredecibles. Repasó en susurros algunos Segundos Nombres generales, —el del suelo, del aire, y de algo aleatorio como lo que comió ayer— para calcular el alcance del daño. Una especie de reverberación en la piel, que sintió extenderse hasta afuera de la casa, le indicó que la materia llevaba varias horas degenerándose. La notificación del caso le llegó al diccionario en medio de la noche, y salió volando enseguida.
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▶ Paul Fürst. Der Doctor Schnabel von Rom. (Circa s. XVII).
De las sombras, o tal vez de sus bordes, salieron dos figuras a recibirla. Una pareja, los dueños de la casa seguramente. Le sonrieron como si la hubieran esperado llegar. —Es usted muy amable en venir, pero pierden su tiempo, usted y la compañía para la que trabaja —dijo el hombre, casi un pastiche de sus propias características: clase alta, rubio, blanco, amable, complacido.
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—En realidad, pensamos que no existían, —añadió la mujer, tan estereotipada como él, y se miraron divertidos. —Pues somos bastante reales, pero discretos —replicó Águeda, e indagó—: ¿Quién les dijo que vendría? ¿Les dijeron también de mis responsabilidades, a lo que vine? —Oh, son secretos a voces —respondió la mujer, haciendo un gesto cómico de silencio sobre sus labios—, pero le repito, todo está bien aquí, sus servicios no son necesarios. Sus voces eran normales, pero no se sincronizaban del todo con sus bocas, sus expresiones sonrientes daban esa misma impresión de atoramiento, y parecían flotar sobre el suelo. —Me llamo Águeda, ¿sus nombres son…? —Somos una familia normal —respondió el hombre pasando un brazo sobre los hombros de su mujer—, tan normales que nos confunden con otros todo el tiempo ¿verdad? —Hicieron los movimientos de una risa, pero tal sonido no sucedió. —¿Qué ciudad es ésta? —Águeda continuó con el protocolo de diagnóstico: nombrarse a sí mismo, un lugar y por último al otro. —Es… ¿cómo no lo sabe? —repuso la mujer extrañada. —¡Siempre hemos vivido aquí! Con un vistazo, Águeda notó que las fotografías sobre las mesas estaban borrosas. Y las ventanas afuera ya no mostraban el exterior, sino una neblina blancuzca. —¿Quién más vive aquí? La pareja forzó su expresión alegre y su respiración. —¡Pues estamos nosotros y…! —La mujer se contrajo como si fuera a vomitar las siguientes palabras, doblándose en sí misma hasta que su esposo la atajó. “Ahí está”, pensó Águeda con creciente enojo. Los vestigios de compasión se le esfumaron y la insistencia en su pecho volvió. Era una fuerza sin origen. La esencia de las cosas se estaba deshilando de a poco, y no podía reconocer eso desnombrado que estaba vaciando todo lo demás. Debía encontrarlo rápido. Recorrió la casa, ignorando los reclamos de la pareja, pero al abrir una puerta o entrar a una habitación se encontraba en otra parte de la casa, como ecos de sí misma. Después de varios intentos se dio cuenta de que algo no encajaba: sobraba una puerta. Una habitación estaba perdida. Volvió con la pareja. Ya no podían decirle mucho sobre ellos mismos porque se estaban desnombrando, olvidando
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sus nombres comunes y segundos. Abrió el diccionario y leyó en voz alta el hipertexto que se formaba con su lectura. Encontró la ciudad, el día presente y el ecosistema que los rodeaba. El lenguaje detrás del lenguaje es incomprensible y extraño para quien no lo conoce. Más que un conjuro, es muy cercano a la comunicación de los animales y las plantas. Asustada, la mujer se tapó las orejas y rogó. —¡Basta! ¡No te vamos a decir nada, bruja horrible! ¡Cállate, cállate! —¿Nada sobre qué? —presionó Águeda— ¿Qué hicieron? —¡Nada! ¡Todos estamos bien! —¿Quiénes son todos? ¿Quién falta? ¿A quién le quitaron su Segundo Nombre? A su alrededor, lo desnombrado se extendía, espesando el aire y haciendo oscilar su sentido de equilibrio. Si continuaba, la casa y ellos se volverían una especie de agujero negro en la realidad. Y podía pasar mucho tiempo para que alguien lograra decirlos de vuelta. La casa, pensó Águeda, era lo único que se mantenía presente, y comenzó por ahí. Leyó del Diccionario los Segundos Nombres de los materiales y las manos que los trabajaron, las flores que un jardinero plantó y los gusanos debajo en la tierra, el hervor de un té, juguetes olvidados, pies descalzos en la cocina, colegiaturas por pagar, manguera en el verano, un cuadro viejo y atemorizante, limonada insípida y soundtracks por la noche. Todo se iba traduciendo desde el hipertexto a la normalidad. Las sombras ya no se fragmentaban, la gravedad volvía a acoger a las cosas y el alba ya no dolía. La pareja parecía recordarse a sí misma y sus cuerpos recobraron dimensión. Al elevar la vista, Águeda se encontró frente a la puerta de la habitación perdida, y entró. Era un cuarto ordinario de adolescente, ordenado, con algunos pocos objetos de la infancia todavía, deberes escolares sobre el escritorio y una cama destendida. Sobre el tapete, centrado en el lugar, las sombras se doblaban en sí mismas, como incapaces de mostrar lo que había ahí. La presión en su pecho era ahora ancha y suave como una mano cálida. Águeda supo que sólo le faltaba el último paso para terminar su trabajo. Era el más decisivo y difícil, porque descifrar lo desnombrado implicaba acceder a él, permitirse la deriva y el riesgo mismo de desaparecer con él. Nada es más peligroso y necesario que aquellos proce-
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sos que amenazan con desaparecernos, de llevarnos al olvido de lo borrado, lo no dicho, lo anulado. Sin embargo, no había decisión que tomar. Águeda respiró profundo y pronunció las primeras sílabas de su Segundo Nombre para que fueran capturadas por el aire convexo. Sintió un tirón en las venas y la habitación se alejó tras un velo, como en las pesadillas. Desintegrarse es liberador. Hay un chico y le pregunta su nombre. Miguel. ¿Eres psicóloga? Dice, Águeda sonríe, no, soy una escriba, lee este diccionario, por favor, ¿Qué es?, ¿una biblia o algo así? Sarcástico el muchacho. Te quitaron tu identidad, ahí la vas a encontrar. Extrañeza y angustia y el placer del dolor, el fuego de saberse inocente. Hay un eco del cuerpo que hormiguea, mejor al suelo. ¿Qué te pasa? Es Miguel. Siempre que entro en lo desnombrado quiero continuar este viaje al olvido, porque así me desharé de mí misma, es una carga tan pesada existir ¿no crees, Miguelito? Chingueasumadre el mundo, ¿Qué hay en el libro? Es un diccionario, contiene los nombres de las cosas, Nombres Segundos que son más reales y más largos que los comunes, tus padres intentaron borrar el tuyo, no me digas por qué, no es asunto mío, y por eso todo se está deshaciendo, al negarte se niega todo lo que tenga que ver contigo, el punto es que vine a ayudarte, ése es mi trabajo, ayudo a escribir o reescribir los Segundos Nombres que otros intentan borrar o cambiar. ¿Por eso estamos aquí, nos estamos muriendo ahorita? Algo así, todavía queda otro nombre detrás del Segundo, pero es inaccesible y ahí está la muerte, supon-
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go. ¿Qué clase de terapia es ésta?, ¿eh? Ninguna, mira, mejor no leas nada, Miguel, al fin y al cabo “siempre nos vamos a pertenecer a nosotros mismos, aunque los demás nos nieguen”, me dijo un wey una vez, nuestro Segundo Nombre es nuestro y trastocarlo detona este tipo de cosas, no sé qué va a pasar y es difícil que me importe aquí, tal vez vamos a desaparecer, tal vez renazcamos, no lo sé. No me quiero morir. Aquí viene un sueño pesado donde ya no hay lenguaje que nos limite. La sensación de caer en un sueño la devolvió a la realidad. Miguel la miraba desconcertado, el diccionario en sus manos. —¿Qué fue eso? —preguntó. —Todo, la realidad, o tu cuerpo. Es lo mismo. —Águeda se levantó y le pidió el libro de regreso—. ¿Recuerdas lo que leíste? —El chico no respondió, tal vez no podía hacerlo o no quería decirlo—. Bueno, no importa, no me digas, total, lo importante es que ya te recuperaste a ti mismo. Escucha bien: al conocer tu Segundo Nombre lo tienes más aprehendido, es más difícil que te lo quiten, pero si te lo memorizas pueden pasar otras cosas, es algo con lo que debes tener cuidado. Listo, ya te advertí, y con eso termina mi trabajo aquí. Te dejo, Miguel, cuídate. Tus padres son unos pendejos, pero te quieren. A veces, con el tiempo, entran en razón. Se puso sus audífonos al salir de la casa, y lo último que vio, ya sobrevolando el jardín, fue a Miguel rechazando un abrazo de sus padres y rompiendo en llanto, algo les gritó. Y ella tampoco pudo contener su propia rabia acumulada. ¬
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Narrativa / relato
La frase exacta M. Sebastián Salas
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anto tiempo sin encontrar la frase exacta. Tres años. Le parecía absurdo a primera vista, desesperante a la segunda y mortífero a la tercera. Ninguna vista más disponible, por eso prefería no imaginarlo; sin embargo, de vez en cuando, pasaba por su casa, curioso de si la susodicha había sido al fin encontrada. ¿Podía ser tan difícil escribir una frase? Estrada solía hacer cartas e informes sin mayor problema en casa o en la oficina y no era capaz de imaginarse sumido en casi un infierno por unas cuantas palabras. —Si escribir fuera así de fácil, no tendríamos literatura, abogado. La voz del maniático le resonaba constantemente en la cabeza. ¿Literatura?, ¿era la literatura algo tan sombrío como para dejar a un hombre de un momento a otro con los ojos bien abiertos, delineados por profundas ojeras y la ropa sin cuidado? La primera vez que lo vio descalzo y con la camisa mal puesta, como un pordiosero, quedó impactado. ¿Un hombre? Sí, evidentemente un hombre, como cualquier mendigo de la calle, ni más ni menos. Y aquel hombre era un célebre arquitecto… o lo había sido hasta hace algún tiempo, una época pasada, según él mismo, desde que descubriera que su verdadera pasión se encontraba en las letras. —No es muy distinto a ser arquitecto, ¿sabe?, pero tiene una esencia de purísima vida, algo que atrae y envuelve a cualquiera. Según decía, su formación en matemática, física y descripciones espaciales le había dado una visión constructivista de la realidad, y tan pronto como cayó en la cuenta de que el universo humano en sí estaba hecho de palabras y sentidos, no se resistió al poder de crear los suyos propios, de diseñar cada detalle desde cero. Sería capaz de controlar lo que existía y lo que no. Una barbaridad si lo dijera un cualquiera, pero lo decía él, y lo bárbaro que había en ese ideal era una aparente obsesión. Tal vez por eso sufría tanto por una sencilla frase, al punto de convertirse en un ermitaño. Sólo, a veces, un amigo suyo — Estrada lo vio alguna vez, de lejos, y pensó que sería también un arquitecto o un escritor misterioso—, llegaba a tocar la
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puerta y, a diferencia de él, pasaba de inmediato. Seguramente mantendrían conversaciones de lo más extravagantes sobre la realidad o la literatura. Estrada lo sabía, porque el arquitecto le inquirió aquellos temas en alguna ocasión, pero poco sabía él, no era algo que le apasionara o le generase ningún tipo de interés. Tal vez esa indiferencia le impedía acercarse a los pormenores de la tan ansiada frase. Aquella vez se daría con una sorpresa. Pasaba por la casa del arquitecto, una casa escondida tras un jardín sin podar —“Nada de jardineros, la paciencia me llegaría al tope con gente rondando por acá y fastidiando a cada momento”, le escuchó decir alguna vez a su amigo—, pero no pasaba tan solo; algo empujó su espíritu hacia la puerta y, de manera inconsciente, comenzó con su ritual de visitante. Acomodarse la corbata, limpiarse el sudor de la frente, tomar aire y tocar a la puerta “una sola vez”, como le había advertido —“Si se trata de una visita, lo sabré de inmediato”— antes de que la ansiedad comenzara a envolverlo por completo. La puerta entonces se abría. —Buenas tardes, arquitec… —Estrada quedó sin palabras. Aquel no era el arquitecto, sino un hombre muchísimo más joven. —Usted debe ser el doctor Estrada, ¿verdad?, pase. —El abogado se quedó mirándolo—. ¡Ah!, ¿es esto? —añadió mientras se retiraba el cigarrillo de la boca—, no se preocupe, aquí no hay formalismos, el arquitecto lo espera. —Pero Estrada no se movía—. Mi nombre es Martín Alexis, periodista. —Hizo con la cabeza una ligera venia—. Curioso apellido, ¿no cree? —Extendió la mano para saludar, pero la retiró pronto—. ¡Ah!, disculpe, el cigarrillo. —Y lo regresó a su boca sonriendo—. Un gusto. ¿Pasamos? Era el hombre que solía visitar al arquitecto. ¡Un periodista!, vaya… nunca se lo hubiera imaginado. —Nos suelen acusar de mentirosos, ¿sabe? —Estrada parecía no entender—. Me refiero a los periodistas. Pero no es así. La gente no entiende que el mundo no cabe en un periódico, ni
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siquiera este país. Nosotros sólo canalizamos toda esa realidad e intentamos hacer una obra de arte, porque sólo el arte le inspira confianza a uno, menos a los políticos. Por eso nos odian. —Buenas tardes, abogado. —El arquitecto nunca solía llamarlo por su nombre. El hombre de prensa lo había llevado hacia el taller en el que se hallaba el maniático, muy bien vestido y con una gran sonrisa, tomando un café, actitud que sorprendió a Estrada—. ¿Ya se presentó Alexis? —El mencionado sonrió, confirmando una mala costumbre. —Le decía al doctor cómo es realmente mi trabajo. Un introductorio, usted sabe. —El arquitecto lo miró con sorna. —Perfecto, entonces. ¿Pasa algo, abogado?, ¿lo ha asustado el muchacho?, ¿no? —Hizo una pausa—. Lo estábamos esperando. —¿La tiene ya? —Se atrevió Estrada—. La frase que le hacía falta, ya sabe. —¿Frase? —Hizo memoria. El periodista rio—. Acompáñenos, abogado. El fondo del taller tenía una gran cantidad de materiales y maquetas sin terminar dispuestas de forma desordenada. Todo esto rodeaba un gran escritorio sobre el cual se hallaba una gran cantidad de planos. —Al principio fue sencillo. Me conformaba con diseñar universos en mi mente para proyectar en ellos la realidad. Historias de cualquier tipo con personajes de cualquier tipo. Suele ser divertido, pero luego vino a mí una luz. Usted lo mencionó hace un momento, abogado:“la frase”. Pues bien, no se trata solamente de una frase, aunque sea eso ciertamente de lo que se trata. Permítame explicarle. ¿Alguna vez se ha preguntado de dónde vienen las palabras que utilizamos? Lo que solemos denominar “realidad” está en todos lados, incluso en el lugar más recóndito de su mente, aunque aquello no exista físicamente. ¿Qué significa esto? Nosotros conocemos el mundo por nuestra experiencia, nos enfrentamos a su magnífica e ininteligible estructura e intentamos darle un sentido. ¿Por qué? Porque necesitamos justificarnos a nosotros mismos en él. Moriríamos de desolación al descubrirnos desnudos, ésa es la razón por la que padecemos una enfermedad llamada arte o curiosidad. Nuestra necesidad de conocimiento nos hace inmiscuirnos en todos los detalles, siempre buscándonos a nosotros mismos, no a un dios ni a otro, sino a nosotros mismos. El ego lo supera todo. Así, cada uno crea un mundo sostenido por las columnas de su propia experiencia. Aun así, tenemos la ingente necesidad de sabernos en el universo y hacemos lo posible
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por compartir nuestras visiones con los demás. De esta manera terminamos formando comunidades. Pero esto no implica una expansión del universo personal, éste nunca dejará de ser único, porque las experiencias jamás dejarán de serlo. Abogado, ¿se ha preguntado de dónde vienen las palabras que digo? De mi lengua materna, de mis padres, de la historia humana… pero más allá y más precisamente, aunque suene genérica y hasta estúpida la precisión, de mi propio universo. No existen allí las palabras como en el mundo nosotros mismos, sino que allí se forman a partir de los sentidos. Y un sentido compartido es una necesidad de precisión, de ser comprendido, de vernos en el mundo. Una frase exacta no sería exacta sin ello, y sin un diseño auténtico del universo propio del individuo. —Arquitecto, ¿no es ya hora de que se lo muestre? —intervino Alexis. El cigarrillo se le había terminado. Estrada se encontraba todavía hipnotizado por las palabras del arquitecto. Parecía un erudito y al mismo tiempo un místico. Sentía que se le había revelado una verdad, y, sin embargo, aún no comprendía del todo a qué se refería aquel hombre. La punzante curiosidad que lo había arrastrado hacia esa casa lo torturaba ahora acelerando su ritmo cardíaco. La curiosidad, una enfermedad incurable, eso él siempre lo supo, pero nunca se le ocurrió pensarlo. El arquitecto, sin responder, se acercó a su escritorio, tomó asiento y comenzó a revisar sus planos. —Estos, abogado, son los planos de la ciudad que necesito. Y estos de acá, los de algunos lugares en los que se desarrollaría la historia. Pero esto… —Revisó uno de los cajones y sacó una carpeta con una gran cantidad de archivos—. Esto es la vida del protagonista, su experiencia toda en la ciudad y su gente, que también tienen historias menos detalladas, pero lo suficiente como para evitar problemas. Estrada miró rápidamente todo el contenido. ¿Qué era todo eso?, no entendía nada en absoluto, nunca había visto nada parecido, tampoco había escuchado alguna vez sobre una hazaña de tal magnitud. Ese arquitecto, amigo suyo, ¿hablaba en serio? Parecía que sí. Parecía una locura la literatura, una completa locura. Estrada vio una ruma de papeles apilados a un extremo, junto a una gran cantidad de periódicos con los títulos tachados o remarcados. Alguno con una mancha de café. —Ése sí que fue un café, ¿no, arquitecto? —El arquitecto entendió a lo que se refería el periodista—. Si no fuera por esa mancha, no hubiéramos avanzado tanto. —Alexis me ayuda a perfeccionar este universo. Esa pila de
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REPRODUCIR / TEMA IDEAL LÍNEA DE LA HISTORIA DECIDIDA —Estos tres años… no escribía una novela… —murmuró Estrada. Revisó los apuntes y no encontró lo que buscaba. Diarios de todo el año y muchísimos años atrás. Cada noticia había sido pegada a una hoja en blanco, con anotaciones que las explicaban e intentaban relacionarlas entre sí, una especie de archivo de inteligencia policial. Nada de eso parecía ficción.
El arquitecto y el periodista lo miraban sonriendo—. Esto… es la historia de un ciudad. —Regresó la vista a los planos y caminó hacia ellos, como esperando algo. La ansiedad le había regresado, una vez más acompañada por el miedo, un miedo irreverente que, a pesar de todo, no podía contra su maldita curiosidad—. Esta ciudad —Estrada comprendió. —Sí, abogado, y también los personajes —musitó el arquitecto con un tono orgulloso—. Especialmente usted. Miedo. Maldito miedo. Pero más maldita esa curiosidad humana. La carpeta de personajes le fue alcanzada. Dentro, halló una fotografía suya y una descripción vastísima de su personalidad y actividades, además de su pasado; al final, encontró un guion que reproducía sus últimas palabras casi a la perfección. Al volver sobre su ficha, notó la palabra VÍCTIMA remarcada bajo su nombre. Sólo entonces, y por primera vez, la literatura le supo a vida. ¬
▶ Xóchitl Olivera Lagunes. Lenguaje(s). COLLAGE (2021).
papeles que ve allí es de la historia e incidentes de la ciudad. Los diarios los tomamos como modelo, y quién mejor para entenderlos que un periodista joven y experimentado. Acérquese y mire si quiere, abogado. Y así lo hizo, se acercó a los papeles y vio más de cerca la mancha de café. Encerraba un caso policial, un caso de asesinato irresuelto. Las notas alrededor decían:
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ENSAYO
Cómo se trenza una lengua cibernética: política, literatura y rap Javier Torres Marruffo
I
nnumerables historias nos muestran la idea de que la tecnología acabará con el mundo. Sea la inteligencia artificial, las realidades virtuales o las faltas de ética biogenética, de una u otra manera el futuro está relacionado con el fin. Como si fuera inevitable: los avances obtenidos por las distintas ramas de la ciencia conducirán a la humanidad a su exterminio. Estamos convencidos de que el futuro es ahora y que esa tecnología apocalíptica es muy antigua, tanto que probablemente está enquistada en nuestro sistema y ya ha propiciado las primeras transformaciones. Siguiendo estos planteamientos, desarrollaremos dos apartados sobre máquinas del futuro que habitan entre nosotros hace mucho tiempo: la literatura y el rap. TRANSHUMANISMO(S) En el último estadio físico del planeta, el apocalipsis será causado por la palabra. La antigua serpiente cyborg morderá su propia cola. Así como originó las primeras articulaciones del tiempo en la historia escrita, así también terminará de sumirnos en la dominación. ¿Imposible? La relevancia de la palabra viene por su antigüedad. Apareció en los cimientos de nuestros complejos entramados y se logró gracias al único valor diferencial humano. La razón o el conocimiento, parafraseando a Burroughs, es una potencia cuando alcanza transmisión, creación y almacenamiento. Las ratas no pueden hacer un manual de supervivencia y pasarlo entre sus generaciones para preservar su existencia. Nuestra sociedad existe gracias a la capacidad de hacer lenguajes y dejarlos como marca, como hendidura en la realidad. Según Jacques Derrida, esta obsesión con instrumentalizar y poseer el saber se define como logocentrismo, manía de la sociedad occidental que insinúa que la palabra escrita es más antigua de lo que alcanzamos a contar. ¿Qué pasa si la palabra escrita fue antes que la palabra hablada? ¿Si la palabra escrita es un virus alienígena que propició el habla? William Burroughs, en la primera parte de su libro publicado en 1970, La revolución electrónica, propone que la 42
palabra escrita existió antes que la palabra hablada; es más, nos dice que el signo causó el habla —manifestándose como virus— a los primeros homínidos. Su imagen liberó una carga biológica capaz de enfermar y modificar su estructura física. Los machos con la garganta inflamada, y en plenos dolores de la metamorfosis, fecundaron a las hembras. Nació un linaje de homínidos fundidos con la capacidad de hacer lenguajes. Ataron cosas con onomatopeyas; así es como el sonido se unió al signo. El virus contenido en la palabra escrita encontró una aparente armonía con su huésped. Burroughs pronostica que, a largo plazo, esta relación es negativa para el portador. Amir Hamed, en 2016, dentro de su ensayo “Lo literario y su certidumbre”, nos dice: “La escritura y entre sus variantes, más que ninguna la literaria, no sólo se sabe alien; tiene como mandamiento dar cuenta de lo ajeno”. El autor propone mostrar lo extraño, lo particular, lo ajeno de la escritura en la humanidad. Porque cuando uno lee, entra en un proceso de decodificación o de abstracción. Para Hamed, esta capacidad de enajenación de las palabras es entendida como otredad. Lo otro es lo desconocido. Los griegos lo acuñaron como barbarie y se ha manifestado a través de la historia en marcas simbólicas. Recordemos la asociación de la mano y el salvajismo. El autor arguye que esa barbarie podría estar relacionada a la escritura: la mano que escribe. Lo ajeno de la escritura se muestra también dentro de la historia del pensamiento. Para Platón, lo único verdadero es la idea y sus representaciones son falsas. En ese sentido, la palabra desplaza a la idea y sólo es su simulacro. Por eso Platón, al principio, destierra a los poetas de su república: la poesía no resulta un recurso útil para el conocimiento, no expone las cosas como son. Esta consideración sobre la utilidad de la poesía, o sea, de las ficciones literarias, plantea su injerencia dentro de una dimensión política. Las ficciones nos advierten de nosotros mismos y eso que llamamos “ajeno” o “desconocido” sirve para reconocernos, imaginarnos y advertirnos como REVISTA ESPEJO HUMEANTE #11 / LENGUAJE
humanidad. Hamed dice que la literatura barbariza los tropos, nos muestra la extrañeza de la realidad para que volvamos a ella modificados. La palabra escrita tendría su praxis política dentro de lo literario. La enajenación resulta una forma de mandarse a otra dimensión. Si la palabra escrita fue la primera tecnología alienígena que encontramos, antes que las naves espaciales, entonces fuimos infectados. Nuestra antigua y progresiva condición de anfitriones ha mutado a nuestra especie. Medir lo positivo o lo negativo de este alcance es apresar el azar. Sabemos que no todos desarrollan la misma relación empática con los síntomas. Lo que sí sabemos es que el virus de la palabra deja el sistema inmunológico despejado para otra infección. No es un intento de futurismo, somos testigos: la palabra escrita nos predispone a cierta estructura subjetiva. Por ejemplo, la búsqueda de la historia en el producto artístico provoca linealidad en los posibles sentidos. A largo plazo, se produce una abstracción mecánica. En esta época virtual, el método más factible del capitalismo siempre ha sido lo viral de la escritura. A través de los medios masivos se nos bombardea con secuencias codificadas como razón, orden y Dios. O sea, logos, ley e imagen. Lo que no podemos olvidar es que las sociedades siempre negocian con los agentes de dominación. El virus de la palabra produce un acceso en el cuerpo de los transhumanos, una ranura, un puerto para cualquier adhesión futura. MÁQUINAS LITERARIAS En una entrevista a Burroughs publicada dentro de un periódico latinoamericano de 1975, le hacen una pregunta sobre el sistema de control que ejerce la palabra escrita. Él dice: “Nuestro sistema de signos es tan propenso a la abstracción que las palabras ya no tienen más un sentido preciso. Aquí es donde el control y la manipulación política aparecen”. Por eso su proyecto estético es que la palabra sea liberada de su condición de vehículo comunicativo hasta volverla una materia opaca. Utiliza un ejercicio literario para desprogramar y combatir los accesos creados por la palabra. Frente a esto, el cutup no sólo es un recurso sino también una posible herramienta del futuro. A pesar de haber nacido de manera lúdica con los surrealistas, su experimentación y práctica llevada a cabo con el pintor Brion Gysin resultó un medio de belleza bélica. Burroughs y Gysin no se plegaron al campo textual; utilizaron la técnica con sonidos pregrabados, imágenes y películas. En la misma entrevista, Burroughs se impacienta y casi enojado dice: “la experiencia misma es un cut-up y esto se ve claramente en la experiencia de escribir. No se puede
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escribir sin ser interrumpido por todo lo que viene a la cabeza y por todo lo que se ve”. Esta premisa es una lúcida predicción sobre la escritura en el mundo de los dispositivos. No es lo mismo realizar un texto en una máquina de escribir que en una laptop conectada a internet. La escritura se convierte en una práctica que transita entre el exceso de posibilidades, la enajenación y la metamorfosis: un acto de significación entre hipervínculos (como una semiosis infinita). Cuando escribimos en una red interconectada es muy probable que terminemos adecuando los signos sobre soportes cibernéticos o realidades alternativas. ¿Esto es subversivo? La literatura es política desde sus mecanismos internos, no necesariamente por el mensaje que porta su contenido. Es la forma de la escritura lo que contiene su posibilidad de arma futurista. Eso es a lo que se refiere Jacques Rancière cuando aborda las relaciones entre política y arte. Una política de la literatura es una práctica colectiva escrita que crea nuevas sensibilidades en distintos regímenes históricos. Dicho de otro modo: es la razón y textura de una parte del mundo en un momento determinado. La literatura no es una máquina, pero puede ser parte de una. Las máquinas literarias se han logrado formar desde que el internet modificó varios procesos lingüísticos de la sociedad. No olvidemos que el acontecimiento literario también es un circuito donde intervienen emisor, mensaje y receptor. Reconocer el futuro permite esta lectura: el texto es una realidad virtual compuesta por escritura alienígena y actualizada por transhumanos. RAP, MÚSICA DE MÁQUINAS [Para poder entender el rap como como fluido que reactualiza antiguas tecnologías, debemos privilegiar su condición como ficción sónica.] Antes de eso hagamos un scratch, avancemos y luego retrocedamos un poco. “El hip hop es la madre de toda la cultura pop”, dice el rapero peruano Fakir Iskaywari. Al otro lado del mundo, Kodwo Eshun propone analizar las disidencias en la música con raíces africanas sin utilizar referentes históricos. Propone que el hip hop es parte del futurismo afrodiaspórico, esparcido por todo el territorio geográfico y unido a través de una red interconectada por conceptos cyborgs: ideas que nacen y funcionan a partir de las máquinas. Eshun, en su texto más famoso, “Más brillante que el sol'‘, interpreta a ciertos artistas de hip hop que producen sonidos y temáticas
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futuristas. Lo hace sin recurrir al rastreo histórico que justifica su melodía o la valoración de la calle como verdad estética. A partir de esto da cuenta de los paisajes extraterrestres que se desprenden del rap y de las tecnologías que implican el vinilo, el turntablism y el breakbeat. Otra aproximación estética (y más antigua) es elaborada por los escritores David Foster Wallace y Mark Costello en su texto Ilustres raperos, publicado en 1989. Ambos abordan el hip hop/rap buscando establecer un análisis desde su dimensión literaria. Aquí un ejemplo: Igual que las cajas de ritmos y el scratch, el sampleado y el ritmo de fondo, la «canción» del rapero es en esencia una capa superior del denso tejido de ritmos que, en el rap, usurpa las funciones esenciales de identificación, llamada, contrapunto, movimiento y progresión que antes correspondían a la melodía y la armonía, el juego de las notas entretejidas […] un compás de baile cargado de ilimitadas posibilidades corporales y casado rítmicamente con letras llenas de acentos complejos que afirman, tanto en su mensaje como en su métrica, que las cosas nunca pueden ser distintas de lo que SON.
Los autores nos dirán que el rap funciona de manera similar a una figura retórica. Específicamente una sinécdoque. Se toma una de sus partes como referente para nombrar su totalidad. Dicho de otro modo: uno de sus niveles habla con un público masivo, convirtiendo aquella parte en un todo para algunos grupos (los estereotipos a los que está asociado el rap). Otros de sus niveles son captados por grupos más pequeños. Tienen texturas que sólo logran ser decodificadas por su propia comunidad musical. Wallace termina denominando al rap como antimúsica (depende más de la palabra que de la melodía), expresión de un grupo para ese mismo grupo. Un espacio hermético que causa fascinación. Mejor dicho, causa un miedo que alimenta la empatía. Este acercamiento nos hace pensar el rap como una matriz que produce significados, muy similar a la ficción literaria. Una ficción sónica que nació de manera espontánea sobre soportes tecnológicos y cuyas formas de composición ahora dictan los paradigmas estéticos. ENSAMBLAJE 1. La escritura es una tecnología alienígena. 2. La palabra escrita ha acelerado nuestra conversión en organismos cibernéticos y conceptos cibernéticos. 3. A través de las dictaduras de la razón también se pretende estandarizar las poéticas.
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Para liberarse del virus de la palabra escrita, uno tendría que reprogramarse, como diría Burroughs. El problema del cut-up es su corto alcance. Se necesita una interfaz. En el hip hop, el sampleado, sampleo o sampling es una técnica musical que muchas veces se realiza con el instrumento del sampler. No fue inventado aquí pero sí masificado. La operación funciona como ética y estética dentro de esta cultura musical. Formarse con fragmentos y crear nuevos discursos. Como hemos dicho, lo que llama la atención dentro del rap es la reunión de tecnologías en un solo producto. Palabras escritas (alienígenas) hechas para formar una estructura de retazos, o sea, de rimas, colocadas sobre sonidos aislados, sintetizados y producidos por otras máquinas. Ese futurismo espontáneo, y que existió desde 1970, hace emerger capacidades subversivas que se han propagado por todo el mass media. ¿Cómo podría el rap actualizar el entramado político que es la literatura? Transforma las señales producidas por un aparato en señales comprensibles para el otro. Si entendemos la política como una práctica colectiva que funda una nueva realidad y seguimos el pensamiento de Rancière, veremos que el régimen histórico de la escritura literaria ha posibilitado y se ha modificado por la emergencia del rap. Como antecedentes de estas correspondencias podemos citar a las tradiciones orales africanas y al spoken word. Como síntoma de la estética del rap podemos citar a la alt lit, el slam poetry y al lyrical wave. Seguramente también estarán en esta intersección las nuevas formas de la literatura que sean asistidas por máquinas. ¿Qué sensibilidades se organizan en estos espacios? • Oralidad • Ritmo Estas formas, como las otras, bien han sido apresadas por el capital agresivo, pero resisten. El hip hop es un espacio donde se conceptualizan las lenguas cibernéticas del futuro. ¬ BIBLIOGRAFÍA Bolón, Alma (2016). El animal letrado: Literatura, verdad, política. H Editores. Burroughs, W. S., Dupont, M., y Gamerro, C. (2013). La revolución electrónica. Caja Negra. Eshun, K., y Lima, T. (2018). Más brillante que el Sol: Incursiones en la ficción sónica. Caja Negra. Wallace, D. F., Costello, M., Calvo, J., y Cruz, N. (2018). Ilustres raperos: El rap explicado a los blancos. Malpaso Ediciones.
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ENSAYO
El discurso sexuado Julio Villalba
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EL DISCURSO BAJO SOSPECHA a relación que existe entre el pensamiento y el lenguaje estipula que aquello que se nombra existe. Si nombramos algo lo hacemos en función de que lo (re)conocemos, pero ¿a partir de qué (re)conocemos aquello que nombramos? Si me retraigo a la infancia, aprendí a nombrar mi entorno a través de una serie de prácticas iterativas en donde el mundo iba tomando forma, en concordancia entre mi experiencia y los patrones interpretativos de aquellas personas que me lo enseñaban. Reparé entonces que el lenguaje mantiene un acuerdo tácito con aquellas formas que se nombran. El contacto que establezco con la realidad objetiva parte de aquellos vínculos que aprendí de niño. En aquellos años, las cuestiones relacionadas con el género gramatical y la construcción semántica de los objetos no era algo que se discutiera: el mundo es así y punto. Mi relación primaria con el entorno me llevó a apreciar, al igual que Gertrude Stein, que una rosa es una rosa. Nombrar el mundo consiste en replicarlo —no sólo en el sentido de objetar, sino de duplicar—. El paso siguiente nos lleva a la comunicación en razón de que compartimos una lengua, y por la necesidad de relacionarnos. Para que esto último suceda, es fundamental poner en juego el uso de tropos en los que fuimos habilitados. Tal presteza —instilada— es una amalgama de intereses que, en principio, cumple con el objetivo de poder establecer los lazos de comunicación y de entendimiento, lo cual sucede a través de los pactos y las alianzas que uniforman los modos de procesar la información y, sobre todo, la perspectiva que adquirimos para mirar: “Existe una codificación de los modos de mirar mediados por las estructuras de género. Las representaciones del cuerpo masculino, aceptables socialmente, tienen ciertas especificidades mediante las que se desprenden de cualquier elemento de pasividad para ser coherentes con la construcción de lo masculino como lo activo”. (Martínez Oliva, 2001) Los ojos ven y el cerebro ordena. Nuestra mirada al mirar despliega contexto e historia. REVISTA ESPEJO HUMEANTE #11 / LENGUAJE
Formar parte de la sociedad precisa de membresía. Si en el momento oportuno sabemos describir la O por lo redondo, adquirimos una, y con ella me convierto en un miembro más del grupo. El requisito: nombrar el mundo enunciando la narrativa conveniente a los intereses del sistema. Pero, si a la membresía le entrecruzo las variables de la condición sexual, el color de piel y la clase social, veremos que el tipo de adhesión no va a ser en absoluto ni común ni la misma. Jugaré a enunciar en negativo nuestra premisa: lo que no se nombra no existe. Ahora con dudas: ¿lo que no se nombra no existe? Al margen de fomentar hipérboles retóricas, expongo la sospecha de que, más allá de lo gramatical, son razones políticas más que lingüísticas las que determinan la omisión al caso. Lo que se nombra resulta “indiscutible” porque se trata de una fórmula, y como tal la sustentan la lógica y el sentido axiológico. Pero, qué sucede con aquello que no nombro, que silencio. ¿Lo eludo porque se trata de un sinsentido o porque, quizá, conviene anular, ignorar, ocultar y/o suprimir? La deriva de sinónimos me permite reparar en que, pese a los desplazamientos metonímicos, condensaciones metafóricas, eufemismos y oscuras razones, la invisibilización de sujetos a través de la limitación lingüística desmarca realidades, y que, pese a su omisión, existen. PONIENDO LOS PUNTOS SOBRE LAS ÍES Los hábitos cotidianos basados en una estructura que fomenta iterativamente la diferenciación sexual generan prácticas que introducen patrones de acción, órdenes concretas con una carga de objetivación y subjetivación no sólo semántica, sino también sexuada del mundo. Esto favorece el trasvase de diferencias de manera jerárquica: “La unidad elemental del lenguaje —el enunciado— es la consigna. Más que el sentido común, facultad que centralizaría las informaciones, hay que definir la abominable facultad que consiste en emitir, recibir y transmitir las consignas” (Deleuze y Guattari, 2006). El mundo como lo conocemos, el que aparece en los cuentos infantiles, en la historia, en el 45
cine, en la literatura y en nuestra vida cotidiana, produce distorsiones sexistas: su “realidad” se impone como una narrativa que se refuerza en la producción de patrones a los que resulta inevitable no terminar ajustándose. Incluso la disidencia se asimila como contraste, reforzando el campo de las relaciones estructuradas entre la sanción y el tabú. La ficción que despliega un mundo cuya deriva del lenguaje se bifurca en lo binario demarca representaciones ideológicas y figuras arquetípicas con las que se legitima un orden de dominación y explotación (Méndez, 2004). La condición androcéntrica, genitocéntrica y eurocentrista con la que se ha fundado la imagen de los cuerpos (su vivencia en la historia) no sólo ha contribuido a establecer categorías identitarias monolíticas y claustrofóbicas, con “elementos ideológicos, de indudable eficacia como factores de segregación y jerarquización sociales, garantes de relaciones de dominación y efectos de hegemonía entre razas, sexos y clases”. (Martí y Pestaña, 1983) La predisposición de los mecanismos sociales bajo una sola perspectiva ha sido el campo idóneo para moldear intelectual y éticamente a los sujetos con pautas de relación, afectos y sentimientos. Se trata de un programa operacional, de un software con planes, recetas, fórmulas, reglas e instrucciones que gobiernan la conducta bajo un orden interiorizado en cada cuerpo. Por ejemplo, en el campo lingüístico, la palabra “todos”, que se enmarca gramaticalmente en el masculino genérico, pretende abarcar las múltiples realidades identitarias y sexuales como neutro inclusivo. La justificación que la Real Academia Española expone al respecto es que dicha connotación permite la economía lingüística y la concordancia gramatical. El término masculinizado se impone, y el efecto que produce es la dilución de los cuerpos/sujetos que presupone cita. En lo inmediato, anula a su contraparte femenina, y sobra decir que las otres realidades —no binarias, periféricas, disidentes, diversas, trans, inter y queer— ni se contemplan. Con esto quiero resaltar la arista de un problema estructural cuya dimensión afecta de manera desigual a un margen nada minoritario de la población. Sin pretender ser demagogo ni panfletario, la irrupción de nuevas formas de nombrarnos invita a considerar otros escenarios como espacios de visibilización, pero sobre todo a enfocar y distinguir que, lejos de discusiones bizantinas, el problema radica en el desigual reparto de poder propiciado por una sociedad claramente sexista.
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SIGNOS, GUIÑOS Y SONIDOS La irrupción fonética y gramatical de la variante todes parece dar algunas opciones de inclusión y consideración en la escena actual. Pese a las descalificaciones al respecto por los doctos apóstoles del lenguaje, dicho término despliega una pantalla que por lo pronto incide en lo políticamente incorrecto, y eso ya inspira ánimo. No vamos a ponernos tontes y a ciegas creer que a golpe de decreto todo va a cambiar de la noche a la mañana —y conste que no veo desacertado que se exija—. Pero el lenguaje es un organismo vivo que se va transformando poco a poco, así que démosle tiempo. Mientras tanto, bienvenidas las distintas formas de representación y de enunciación, mestizas, bastardas, jipitecas, cyberpunk y cualquiera otra que se presente. Ya va siendo hora de renovar con propuestas disruptivas la conformación imaginaria, social y cultural de nuestro presente. En el Primer Congreso Internacional de la Lengua Española, en Zacatecas, México, Gabriel García Márquez nos invitó a soltar amarres y renovar decires: “Cuántas veces no hemos probado nosotros mismos una sopa que sabe a ventana, un pan que sabe a rincón, una cereza que sabe a beso. Son pruebas al canto de la inteligencia de una lengua que desde hace tiempo no cabe en su pellejo” (García Márquez, 1997). El uso de las palabras más allá de la retórica sirve de trasvase entre el aparato simbólico y la forma en la que nos interrelacionamos mujeres y hombres dentro del campo real y objetivo. Por esto, quiero resaltar algunas contribuciones que, aún incipientes, empiezan a incomodar a las buenas conciencias. En un primer momento, la aportación que se ha desprendido del movimiento altermundista ha contribuido al campo de la producción simbólica con una X que desplaza y descentra el género gramatical. Su intervención invita a imaginar nuevas formas de concebirnxs, que de manera libertaria y contestataria complejizan la fonética de las palabras. Su aportación nutre los campos social y cultural mediante la disrupción que genera en el imaginario dominante. Inscribir en el lenguaje una equis propone poner atención precisamente ahí donde se señala: marque con una X, donde le duela el alma. Se trata de ejercitar cierta transformación simbólica con elementos mínimos que, en principio, a través del grafismo y del sonido, recombinan formas “de operar la objetivación de las categorías de ese inconsciente” (Bourdieu, 2000), que puede interpretarse como el intento de reinstalar y recuperar ciertas relaciones,
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basadas en un cooperativismo contestatario a favor de un proceso igualitario. El guiño que se escribe pretende conciliar las contradicciones mediante una objetivación distinta, donde el uso de la X recupera la incógnita de una identidad fluida, y que, según contexto, se puede, o no, despejar. El recurso gramatical de intercambiar signos funciona, por lo pronto, para descentrar significados, pero a la vera de los entendidos su uso no deja de ser superfluo. Pero aquí, entre nosotrxs, si el sesgo sexual dominante se anula en favor de la diversidad de cuerpos y de sexos, la invitación a recombinarse colectivamente se antoja una anárquica y poliédrica sexualidad. Otro recurso lo encontramos en el uso de la arroba que pretende ser, además de incluyente, políticamente correcta. Incluir en el nosotr@s el grafismo da la impresión de que se nos remite a un contexto amplio cuyo género se difumina. En el intento se practica la impresión de una invitación abierta. El 11 de septiembre de 2008, el “Sup” (Subcomandante Insurgente Marcos) propuso en un comunicado zapatista el uso del oa que de manera simultánea hace del código lingüístico una implicación atípica. La opción libera fonéticamente las dificultades con las que tropezamos con la equis y la arroba, y nos regala con humor otra acepción: “Primero nuestr@s pres@s: A las compañeras, compañeros y compañeroas adherentes a la Sexta Declaración, de La Otra Campaña y de la Zezta Internacional: A quien se sienta aludida, aludido y alulidoa: Compas: ¿Qué tal con eso de ‘compañeroa’? De este lado estamos pensando que así podemos resolver el problema ése de la @, e ir un poco más allá” (Subcomandante Insurgente Marcos, 2008). Finalmente quiero mencionar otra incursión al respecto, que nos brindan los colectivos LGBTTTIQA+ que han incorporado en sus comunicados la letra e, como elemento de inclusión. La intención no creo que sea desplazar lo binario del género gramatical, sino antes, hacerse presentes mediante su inclusión en el debate. La iniciativa de esta modalidad, donde todes somos bienvenides, creo, despierta pasiones y descalificaciones. La acepción “todes” no es en absoluto bagatela, sino, contrariamente, se trata de una irrupción en el silencio, y la gana de visibilizar les otres cuerpxs hartxs ya de tanta degradación y violencia, silencio y negación. Estas alternativas no sólo buscan descentrar determinadas patrimonializaciones semánticas, sino que dejan entrever una labor por nombrarn@s/es/xs/oas de manera distinta, no sólo con respeto, sino con reconocimiento. Más allá de los avatares del lenguaje, el problema estructural del
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que somos todes parte no puede mantenerse entre líneas. Lejos de la distracción que solivianta las descalificaciones al respecto, habrá que esmerarnos un poco más para erradicar la utilización que alevosamente hacemos lxs un@s de los otroas, en nuestra cotidianidad. Esperemos llegue el día para librarnos de la enajenación y de los derroteros que nos distancian, de aquellos puertos donde podríamos ensayar solidaridades, cooperaciones, empatías, justicias y reciprocidades. Porque no puede ser tan difícil el “establecimiento de relaciones no basadas en la dominación-sumisión” (Mata, 2008). Y crear los puentes para que elles, lxs otres y todes juntas podamos transitar hacia una vida digna y sin violencias. Se trata de sembrar libertades, y de que nuestrxs lenguajes nos sirvan para imaginarnos ricos de recursos, libres de fronteras, llenos de experiencias, de otras maneras, posibles todes ellas, al margen del apoltronado agente binario como único-activo de la construcción lingüística que condiciona, no sólo de facto sino también a priori, la experiencia social y cotidiana de la vastedad de realidades que existen, aunque no se les nombre. ¬ — REFERENCIAS Bourdieu, P. (2000). La dominación masculina. Barcelona, Anagrama, pág. 17. Deleuze, G. y F Guattari (2006). Mil mesetas. Capitalismo y esquizofrenia. Valencia, Pre-Textos, pág. 81. Instituto Cervantes. (17 de abril de 1997). Gabriel García Márquez: «Jubilemos la ortografía». https://www.youtube.com/watch?v=TLkheKuKjD8 Martí, S. y A. Pestaña (1983). Sexo: naturaleza y poder. Madrid, Nuestra Cultura, pág. 182. Martínez Oliva, J. (2001). “Identidades corporales (Algunas representaciones de la homosexualidad en el arte contemporáneo a través de la reducción a cuerpo)”, en: Aliaga, J.V. Haderbache, A. Monleón, A y Pujante, D. (comp.) Miradas sobre la sexualidad en el arte y la literatura del siglo XX en Francia y España. València, Servei de Publicacions de la Universitat de València, pág. 151. Mata, N. (2008). La manipulación. La perversidad del pequeño poder. Barcelona, Plataforma, pág. 16. Méndez, L. (2004). Cuerpos sexuados y ficciones identitarias. Ideologías sexuales, reconstrucciones feministas y artes visuales. Sevilla, Instituto Andaluz de la Mujer, pág. 55. Subcomandante Insurgente Marcos (12 de septiembre de 2008). Primero nuestr@s pres@s [discurso]. https://enlacezapatista.ezln.org. mx/2008/09/12/primero-nuestros-presos/
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ensayo / libros
Todo discurso es ficticio, especialmente en los relatos históricos
Una lectura de El juego secreto de Moctezuma. O de cómo los españoles perdieron la guerra contra los aztecas, de Omar Nieto Miguel Ángel Lara Reyes
▶ Anónimo.Tezcatlipoca. (Circa. s. XVI).
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1. EL RELATO HISTÓRICO PUESTO A PRUEBA POR LA FICCIÓN a ficción atraviesa todos nuestros discursos. También (y sobre todo) los discursos que tienen por objeto específico la realidad. Incluso, existen pensadores que afirman que, estrictamente hablando, no hay discurso que pueda referirse única y exclusivamente a lo real. En sentido lingüístico se tiene la certeza de que los hechos reales no son sino construcciones del lenguaje, y que no existe una realidad que no se reduzca, en última instancia, a relato (Costa, 2018). Por tanto, la historia, o las narraciones con las que abordamos la historia nos son accesibles solo a través de una previa textualización. El filósofo griego Gorgias clarificó esto en las famosas tres tesis con las que concluyó que nada existe, puesto que, según sus elucubraciones, ninguna verdad se puede reconocer en el pensamiento ni se puede comunicar mediante el lenguaje; es más, afirma que ni siquiera podemos esperar que haya verdad en el pensamiento ya que todo lo que pensamos bien puede ser falso o ficticio. ¿Cómo entonces nos hemos convencido de que la historia de la conquista de México nos ha sido contada a cabalidad?, ¿cómo es que algunas ideas llegan a convertirse en certezas absolutas en el imaginario popular?, ¿son relevantes los actuales cuestionamientos a las relaciones de poder, a la idea del mestizaje, a la diversidad poblacional, al ejercicio de ofrecer y aceptar disculpas por agravios antiguos y a la historia que nos han narrado nuestros libros de texto y que solemos entronar como verdad absoluta? Más de una vez se ha hablado del choque de culturas que hace poco más de 500 años configuró el país y el continente que habitamos, pero pocas veces desde la voz digna de los pueblos sometidos y con una interpretación tan significativa como la que nos presenta El juego secreto de Moctezuma (Nieto, 2021), la más reciente publicación del escritor y teórico, Omar Nieto con HarperCollins como la casa editorial de su primer tiraje. Mediante una narración fantástica, el autor poblano ilustra cómo desde el discurso es posible reconfigurar la manera en que las relaciones, aparentemente añejas e inamovibles, en realidad se transforman cuando se las discute, se las relata y se resignifican. Existen enunciados que ayudan a sostener los relatos fragmentarios: «las cosas siempre han sido así», «eso nunca va a cambiar», operan en un inconsciente colectivo ata-
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do a las relaciones de poder que, para el caso que aquí tratamos, surgieron en el contexto colonial, donde las jerarquías siempre estructuraron las relaciones: la «sangre» y los rasgos culturales de procedencia africana o indígena se consideraron inferiores a los de los europeos: la negritud y la africanidad eran asociadas con la esclavitud; los indígenas tenían el estatus de vasallos; a ambos se los relacionaba con la barbarie y la heterodoxia religiosa. (Wade, 2021) Para comenzar a desmenuzar esta novela, podemos referirnos a la función pragmática de la lingüística, que a la hora de determinar la funcionalidad de las ficciones o de los relatos de sucesos reales, se atiende al carácter público: mientras que la literatura se consume individual y privadamente, el relato de sucesos reales está destinado a una esfera compartida de saberes, y en ese marco se la consume y se la observa, objeta, discute, cuestiona. En esta línea de la pragmática, Peter Lamarque y Stein Olsen entienden a la ficción como una «practica social gobernada por reglas y convenciones» en la que se narran «relatos que la audiencia toma como afirmaciones o como algún otro acto ilocutorio, aunque sepan que no lo son». El enfoque pragmático pone énfasis en la esfera de la recepción de las narrativas (Costa, 2018) y nos permite colocar esta novela en el foco de la discusión acerca de su función como agente modificador del discurso histórico que nos atraviesa. Desde el punto de vista de la producción o de la recepción de las narrativas de sucesos reales, un relato interesa en la medida en que es referencial (Frege, 1971). La destrucción de voces y referencias nativas en el relato de la conquista de México contribuyeron a la sensación de vacío que presenciamos en ese amplio cúmulo de personajes «derrotados». El juego secreto de Moctezuma llegó para sumarse al cambio de foco en los discursos que, como contrapeso a la historia oficial, ayudan a equilibrar un relato que, hasta hoy, continúa influenciando las mentes de mexicanos y latinoamericanos. 2. LA FICCIÓN SOCIALMENTE ACEPTADA En la época medieval, los viajes desde Europa hacia Oriente inspiraron una vasta literatura, poblada de informaciones y sobre todo narraciones fantásticas, que sin embargo nunca sugirieron la idea de un Nuevo Mundo, que sí nació con los viajes hacia Occidente, inaugurados por Colón
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en 1492, primero con su llegada a tierras desconocidas y luego con su identificación como un continente desconocido para el Viejo Mundo. Este «descubrimiento intelectual» atribuido a Américo Vespucio en 1503, y finalmente el reconocimiento de su situación geográfica por Fernando de Magallanes en 1519 produjeron cambios de toda índole: filosóficos, teológicos, científicos, políticos, económicos, y también en la producción y difusión de las narrativas de sucesos reales. La novedad de América despertó una enorme avidez por conocer todo acerca de ese misterioso y tangencialmente diferente continente. Se escribieron formidables cantidades de cartas, crónicas y diarios, y circularon gracias a la difusión que les daba la imprenta. La literatura de sucesos reales llegó a convertirse en un éxito editorial que también favoreció la proliferación de narraciones apócrifas. Las descripciones de América resquebrajaron la cosmovisión medieval: la idea de un círculo terráqueo formado por partes iguales de tierra (en cuyo centro se hallaba Jerusalén) y mar (desconocido, en cuyo vértice antígono a Jerusalén se encuentra el purgatorio, según la ilustración de Dante Aligheri) (Costa, 2018). El «descubrimiento» del nuevo continente propició (aunque no concretó) la ruptura de la concepción de lo humano como exclusivamente europeo, mediterráneo y judeocristiano. En cuanto al contenido y peculiar modo de combinar ficción y realidad que se da en los relatos de sucesos reales llegados desde América entre fines del siglo XV y principios del siglo XVI se pueden identificar (siguiendo una comparación que establece Beatriz Pastor) dos líneas muy diferentes en dos narrativas separadas por muy pocos años. Una es la escritura de las cartas y los diarios propios de Colón, en las que informa sobre las nuevas tierras y lo que existe en ellas; otras distintas son las Cartas de Relación de Hernán Cortés, que informan sobre la conquista de México. Estas cartas cumplieron un propósito doble: tienen un valor de uso, a mitad de camino entre epístola y documento legal, en el sentido de que narran e informan sobre aspectos múltiples de la realidad, e incluyen reflexiones e interpretaciones. Aprovechando conscientemente este doble papel de su narrativa, Cortés intenta engrosar su posición dentro de la jerarquía de la conquista. Para ello, ejecuta dos tipos de discursos ficcionales: por un lado, relata una ficción sobre la conquista mediante la selección y transformación de los hechos reales que narra a los reyes, y por el
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otro, elabora una ficción sobre sí mismo, construyendo un personaje a la medida de sus propias aspiraciones y que, a la postre, serviría también para apuntalar las de la corona (Pastor, 1988). La insistencia con la que Cortés emplea el adjetivo «verdadero» para calificar sus dichos parece orientada a persuadir a los que lo leen a la distancia. Pero el carácter retórico de esta calificación salta a la vista cuando se contrastan sus dichos «verdaderos» con los que relatan sobre él mismo otros testigos y cronistas. (Costa, 2018) En lo inmediato, estas narraciones de los sucesos en el Nuevo Mundo se revelaron como productos que interesaron más allá de su primordial función legal y política a medida que se hizo evidente su valor comercial, y en los años subsecuentes, su valor ideológico como justificación para las diversas expresiones de poder, dominación y explotación en todo el territorio bajo control español. La cantidad disponible de testigos que pudieran escribir memoriales fue limitada, pero surgieron diversas narrativas que contribuyeron a crear un conjunto de historias que contaron y moldearon la invasión y conquista del nuevo territorio, y que mantuvieron su hegemonía discursiva hasta nuestros días. Las crónicas y relaciones redactadas por Francisco López de Gómora, Bartolomé de las Casas, Bernal Díaz del Castillo, por mencionar a algunos, compactaron la visión de los vencedores. La visión de los pueblos originarios, de las naciones conquistadas, sistemáticamente fue eliminada en aras de la imposición divina y utilitaria del nuevo orden. Una fuerte resistencia a la destrucción de la imagen judeocristiana en el centro en el mundo aún domina buena parte de los argumentos de los que invocan la «superación de los agravios del pasado» y la «integración del mestizo orgulloso». 3. EL JUEGO SECRETO DE MOCTEZUMA, UNA NOVELA TRANSCULTURAL El modelo de la «transculturización narrativa», surgió como una reacción estética frente al regionalismo y al indigenismo, que se adjudicaban la autoridad de representar la voz de los sectores indígenas a través de modelos literarios heredados de Europa. En este marco, los autores transculturales desarrollaron nuevos modelos para poder renovar la estética del regionalismo y el indigenismo hacia nuevas posibilidades expresivas más adecuadas a su objeto. Con la creación de nuevos fenómenos culturales que incorpora-
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ran tanto las tradiciones ancestrales, indígenas o populares (recuperadas para resistir a los avances aculturadores de la modernización) como tradiciones occidentales, la narrativa de transculturación es capaz de renovar la literatura latinoamericana hasta el punto de convertirse en un modelo superador del indigenismo (Baudagna, 2018). Dentro del modelo transcultural, se puede decir que El juego secreto de Moctezuma opera en los tres niveles del modelo estético: lengua, estructura y cosmovisión (Rama, 2008). Lo consigue remitiendo su ucronía a la cosmovisión prehispánica del centro de lo que ahora es México, incorporando elementos discursivos propios de la oralidad, rompiendo así la distancia lingüística que impera en otro tipo de novelas que retratan el tema de la conquista, distancia que normalmente separa la lengua del narrador de la de los diálogos. Con este libro, sentimos que la narración nos habla desde el centro de los personajes nativos históricamente silenciados. Por ejemplo, Omar Nieto, con el conocimiento nativo en la mano, nos presenta en su lecho de muerte a Cuitlahuatzin, quien recibe una poderosa visión del Espejo Humeante, Tezcatlipoca, que le muestra el destino de todas las naciones originarias a manos de los españoles. Atendiendo al espíritu y las lecciones morales de este numen mexica, nos dirige al desarrollo de una trama circular, ataviada con una forma de ser, pensar y experimentar la realidad que no nos es extraña a los mexicanos. Y no nos es lejana porque se dirige directamente a la memoria ancestral del inconsciente colectivo que reconoce propios estos patrones, esta estructura no lineal, la lengua florida con la que se teje esta historia. Se trata de una lengua transcultural, sin diferenciación entre los discursos de los personajes y los narradores, que deja ver tras de sí las fuerzas subterráneas, sumergidas, de las lenguas nativas que pugnan por hacerse oír mezcladas con la sintaxis, la fonética y la semántica del castellano (Baudagna, 2018). A través de los discursos y estructuras que remiten a las narraciones orales tradicionales, podemos argumentar también que la trama está atravesada por un «pensar mítico» que muchos críticos han tomado como elemento central para interpretar textos literarios. Específicamente, El juego secreto de Moctezuma se sirve del mito del descenso al mundo de los muertos. Aunque en este momento no profundizaré en tal análisis mítico, no deja de ser un importante acento en la configuración de la trama y un elemento
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elogiable en la ejecución creativa de Omar Nieto. 4. RESIGNIFICACIÓN DE LA CULTURA NATIVA Y SU FUNCIÓN EN LA RESISTENCIA Y DIGNIFICACIÓN SOCIAL Pienso que El juego secreto de Moctezuma representa una sólida declaración respecto al cambio de narrativa que de la conquista de México (y del eurocentrismo que se vive en Latinoamérica) se ha venido gestando desde hace varias décadas. El descubrimiento, traducción, reinterpretación y acceso a las denominadas fuentes indígenas (León-Portilla, 2012) agregadas a la resistencia de múltiples personas de perpetuar la adherencia al discurso oficialista, han permitido que al momento que estas líneas se escriben, vivenciemos un tiempo de reconocimiento y resignificación de la identidad que durante mucho tiempo se consideró inferior, pecaminosa, absurda, lo menos, y a la que acudíamos de lejos a través de visitas a ruinas arqueológicas o en forma de artesanías que el gran mercado pronto se encargó de copiar y abaratar. Mediante una ucronía, una historia de lo que pudo haber sido, el autor reaviva y confronta a personajes históricos en un espejo. Los coloca frente a sí para que el reconocimiento de sus cualidades se dé de manera completa, simbolizando así la integración del consciente y el inconsciente de lo que nos dijeron, pero también de lo que omitieron. Traza la ruta de la supervivencia del modo de vida de un conjunto de naciones, sí, separadas estructuralmente, pero unidas por una cosmovisión compartida que bien pudo constituir el nudo que mantuviera firme la resistencia ante la invasión. Ciertas imágenes a lo largo de la novela resultan particularmente vívidas e intensas, como la del huey Cuitlahuatzin arrojando el cráneo cubierto en oro de Cortés en la playa de Cádiz, para luego vestir de manera ritual la piel desollada del aspirante a conquistador del Nuevo Mundo, costumbre ritual que dignifica al enemigo a los ojos de Xipe Tótec. Sin pretensiones morbosas o escandalosas, Omar Nieto enfoca la cultura tenochca en una serie de estampas saturadas de una amplia investigación documental, así como de su comprensión del modo de vida que, lejana pero no extraña, nos habla directamente a los que heredamos la parte sobreviviente del genocidio. Recuperando la musicalidad que el náhuatl traducido al español conserva, la prosa del autor poblano se teje como tilmahtli, detallándonos el ilhuicatl iohtlatoquiliz y el Mictlán, los niveles del cielo y
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el inframundo, así como cantares y poesía, un recorrido por el panteón mexica, donde toma particular relevancia el quieto conocimiento del Espejo Humeante, Tezcatlipoca, quien muestra la manera de imponerse a la obsesión europea por el oro, el dominio y la imposición ideológica, además de devolver importancia a un incontable número de pueblos que tarde o temprano tuvieron que defenderse del destructivo avance occidental: mayas, cihuatlancas, purépechas, yaquis, mayos, sinaloas, yopes, tecos, tlahuicas, malinalcas, huastecos, mixtecas, zapotecas, otomíes, chichimecas, tlaxcaltecas, encuentran en esta historia un lugar de importancia en la historia alternativa de los hechos contados desde otro punto de vista. Más que un consuelo, resignificar el pasado permite abrazar en dignidad y orgullo buena parte de los rasgos que como otredad nos hermana. Que los españoles vencieron a los mexicas es una certeza casi absoluta. Que los españoles se tomaron muchas molestias para reemplazar el modo de vida nativo para establecer una extensión territorial homogénea lo es también. Que lo hayan conseguido es algo menos que indiscutible y algo más ficticio. El Juego secreto de Moctezuma representa la más reciente expresión de esa incómoda otredad que se ha dejado de ocultar, que desafía el papel secundario que en algún momento se le impuso y que vivencia el modo de ser y saber antiguo en pleno siglo XXI. La historia de cómo una nación de naciones confederadas venció a un enemigo común se convierte en una poderosa convocatoria que contribuye a la utópica visión de conseguir diluir la confrontación que entre las distintas autoasignaciones que existen en Latinoamérica permita unificar esfuerzos para caminar en comunidad, arropados de la cosmovisión nativa a la que seguimos asistiendo. Representa también la posibilidad de conseguir lo que muchas resistencias modernas persiguen: eliminar la narrativa limitante que hoy aglutina buena parte de las luchas sociales en la que diversas otredades defienden sus derechos. El otro contemporáneo es tode aquel que se niega a configurar su estilo de vida a un centro que obliga al despojo de expresiones de identidad distintas a la que en él se consideran aceptables. En la periferia se encuentran, por ejemplo, las comunidades que defienden sus territorios de las grandes empresas extractivistas, de la tierra, el agua y cualquier recurso susceptible de comercializarse (entiéndase sus territorios como esa porción de mundo en la que desarrollan su iden-
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tidad vinculante, que les sostiene en todas las esferas de su individuación); les persones agrupades en la comunidad LGBTIQ+ cuyas demandas, de hecho, aglutinan a las de un montón de minorías segregadas de las esfera de acción y discusión pública y por supuesto las diversas expresiones de feminismo que cuestionan las jerarquías de género en las relaciones públicas y privadas, entre otras. Hoy, el Espejo Humeante sigue mostrando poderosas visiones a los que se asoman a él. — REFERENCIAS
Baudagna, R. (2018). “El pensar mítico como crítica social en Pedro Páramo”. En Sincronía 73 (M. Universidad de Guadalajara, Ed.). Costa, I. (2018). Ficción y realidad en los relatos de sucesos reales. Universidad de San Andrés. Frege, G. (1971). Estudios sobre semántica. Ariel. León-Portilla, M. (2012). Visión de los vencidos. Relaciones indígenas de la conquista. Universidad Nacional Autónoma de México. Nieto, O. (2021). El juego secreto de Moctezuma. O de cómo los españoles perdieron la guerra contra los aztecas. HarperCollins México. Pastor, B. (1988). Discursos narrativos de la conquista: mitificación y emergencia. Ediciones del Norte. Rama, Á. (2008). Transculturización narrativa en América Latina. El Andariego. Wade, P. (marzo-abril de 2021). Racismos latinoamericanos desde una perspectiva global. Obtenido de Nueva Sociedad: https://nuso.org/articulo/racismos-latinoamericanos-desde-una-perspectiva-global/
▶ El juego secreto de Moctezuma. Portada. HarperCollins.
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autor invitado / poesía
A ti me encomiendo / A TI ME RACOMANDE Eduardo Montagner Anguiano
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s mentira que México tenga 69 lenguas: 68 indígenas y el español. Son 68 lenguas autóctonas, originarias de lo que hoy es México, más al menos cuatro lenguas alóctonas, no originarias: el plautdietsch menonita, el romaní gitano, el véneto chipileño y el español. El véneto es lengua romance o neolatina, derivación del latín vulgar y no del italiano. Está catalogada como vulnerable en el Atlas interactivo UNESCO de las lenguas del mundo en peligro, que la ubica en la región italiana del Véneto y en países vecinos como Croacia y Eslovenia; fuera de Europa, la UNESCO sólo la localiza en el estado de Rio Grande do Sul en Brasil y en el pequeño pueblo de Chipilo, en Puebla. La presencia de esta lengua en México obedece al proyecto de colonización con agricultores europeos realizado entre 1881 y 1882, con el que se fundaron seis colonias. La única lengua que logró sobrevivir fue el véneto y sólo en Chipilo y comunidades posteriores por desplazamiento de chipileños a diferentes zonas del país, ya que, por ejemplo, en Veracruz, en la colonia de la que fue originario el escritor Sergio Pitol, el véneto también murió por asimilación. El véneto hablado en Chipilo es el septentrional, también llamado trevisano-feltrino-beluns por encontrarse entre los confines de las provincias de Treviso y Belluno aunque, a casi 140 años de existencia en México, es ya una variedad lingüística propia, además de hablarse también una variedad única del español que he nombrado español chipileño. Fue registrada, estudiada y transcrita por primera vez en 1982, gracias al estudio realizado por el antropólogo Mario Sartor y la lingüista Flavia Ursini, ambos vénetos italianos, en el marco del centenario de la comunidad, pero la literatura escrita en véneto chipileño fue aún más tardía: ocurrió hasta 1999 gracias al primer escritor local,
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Agustín Zago Bronca (1935-2021): su importante labor se concentró principalmente en registrar la tradición oral. En ambos casos, el véneto fue plasmado en grafía italianizante, lo que produjo problemas de comprensión lectora y convirtió su escritura en un ejercicio elitista: sólo quien supiera o se interesara por el italiano podía acceder a la lectoescritura de la lengua que hablaba a diario. Un escritor en lengua mayoritaria no debe preocuparse por cómo escribirla: llega al mundo sin ese problema. En cambio, los escritores en lenguas no estandarizadas debemos partir de cero y calibrar la importancia de los grafemas con los que produciremos textos, literarios o no. El problema en el véneto chipileño fue la creencia de que debía ser escrito en grafía italiana y que quien no la supiera no podía escribir sino textos efímeros como recados, lo que provocó que algunos prefirieran escribirse en castellano. Ante esto y ante la presencia de libros en véneto escritos sólo en esa grafía, decidí consultar a la comunidad mediante encuestas y un cuestionario. La mayoría prefirió la funcionalidad: que a su lengua materna, el véneto, correspondiera una escritura materna, esto es, la grafía en que somos alfabetizados. Algunos grupos locales adoptaron mi propuesta y hoy es común encontrar en redes a chipileños escribiendo así, ya sin miedo de que sea considerado erróneo. Como escritor en lengua étnica he publicado dos libros: una antología bilingüe (2005) y uno de varia invención — una novela más relatos y poemas— (2010), este último por completo en véneto. El texto inédito que presento traducido aquí por primera vez al español es un fragmento del poema Al cantón del mat (El rincón del loco), escrito en 2010, del cual solamente hice un video en internet leyéndolo con imágenes del amanecer chipileño.
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▶ Adriana Rocha “Drita”. Aves. FOTOGRAFÍA (2021)
A TI ME ENCOMIENDO, LENGUA VÉNETA A ti me encomiendo, lengua véneta, que eres como un caballo viejo —cansado, que no se cansa nunca, ni siquiera de cansarse—, a ti me encomiendo, lengua vieja, torcida, lengua de pedazos arrancados cada tarde, a ti me encomiendo, a ti te dejo mis palabras, que son las tuyas, a ti te dejo mi aliento, mi alma, alguna hilacha de mi cuerpo también, a ti te los dejo todos, querida lengua vieja y joven, a ti me encomiendo, te dejo mis gritos, mis rumias, la 54
A TI ME RACOMANDE A ti me racomande, lengua véneta, que tu sé fa n rozh —strac, que no l se straca mai, ma ñanca de stracarse—, a ti me racomande, lengua vecha, storta, lengua de toc zhoncadi vía oñi sêra, a ti me racomande, a ti te ase le me parole, que le é cuele toe, a ti te ase al me fiá, la me ánema, cualque sbríndol del me corpo anca, a ti te i ase tuti, cara lengua vecha e dóvena, a ti me racomande, te ase le me zhigade, le me REVISTA ESPEJO HUMEANTE #11 / LENGUAJE
caja vacía de todas mis preguntas, a ti te las dejo, querida lengua extraña, fuerte de raíz, lista como la planta más despierta pues pegaste incluso en las tierras más desconocidas y desiertas, a ti, querida y bella y pobre lengua, te dejo las palabras que te aprendí, también las que te exprimí a la fuerza, con la sospecha de que tenías más guardadas en los libros llegados de lejos, en los libros llegados de donde nuestros muertos nacieron, de la tierra que todavía no conozco y que quizá no conoceré nunca y que tal vez ni siquiera quiero conocer en realidad, querida lengua, porque mi tierra es ésta y no la tuya, pero también porque esta tierra la hiciste tuya, aunque sea a rasguños, a cada labio que te moría, a ti me encomiendo, lengua arrugada, lengua chica, lengua grandota, lengua viva, milagro de palabras hecho verdad y siglo y algún día, a ti, justo a ti me encomiendo para que contengas el remolino de mis pensamientos, para que incrustes cada pedazo de mi vida hecha palabra escrita, para que juntos le digamos al mundo que todavía estás aquí, que aún no te vas, aunque sé que algún día habrás de hacerlo, tras tus verdaderos muertos, cuando tus vivos ya no sean capaces de mantenerte viva, cuando sientas que te retuercen demasiado y agarres y hagas y digas de perderte, mejor, cuando quieras salvare con tu evaporarte y desaparecer, con tu irte de una vez y para siempre de esta tierra que criaste y educaste y coloreaste y enruidaste, cuando te vayas como si en esta tierra no se hubiera oído nunca tu voz, tu reír, tu jugar, tu herirte, tus alaridos, cuando no quieras ser muleta de cáscaras, cuando no quieras ser madre o padre de hijas o hijos perdidos o abortados, cuando no quieras ser verdad de una mentira, a ti me encomiendo, lengua pequeña, pimienta y
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rumigade, la scátola goda de tute le me demande, a ti te le ase tute, cara lengua stranba, forte de radís, brava fa la pianta pi sveya visto que tu á chapá anca inte le tere pi descoñoseste e deserte, a ti, cara e bela e pora lengua, te ase le parole que te ó inpará, anca cuele que te ó schipá fora par forzha, co l sospeto de que tu guen avea depí meteste vía inte i libri rivadi de dalundi, inte i libri rivadi de onde que i nostri mort i é nasesti, de la tera que ancora no coñose e que fursi no coñosaró mai e que fursi no ui ñanca in realitá coñóser, cara lengua, causa que la me tera la é cuesta e no cuela toa, ma anca causa que sta tera tu la á fata toa, magari a rosegade, a oñi láuri que i te moría, a ti me racomande, lengua strupia, lengua chenina, lengua grandona, lengua viva, mirácol de parole fat veritá e sécol e domanlatro, a ti, vero a ti me racomande, par que tu chene al sguirlo de i me pensier, par que tu inpire oñi toc de la me vita fata parola scrivesta, par que insieme gue disone a l mondo que ancora tu sé cua, que ancora no tu nda vía, insianca que só que andiolatro tu avará da farlo, dríogue a i to veri mort, faque i to vivi no i sía pi boni de chénerte sú viva, faque tu sente que i te storzha masa e tu chape e tu cose e tu digue de ndar persa, vía, pitost, faque tu upia salvarte co l to svanpirte esmarirte co l to ndar vía de na bela olta e par senpre de sta tera que tu á arlevá e ducá e incolorí e instrepitá, faque tu yire come si inte sta tera no se avese sentist mai la to vozhe al to ríder al to far moti al to farte búa le to urlade faque no tu upia éser scrózhole de scorzhe faque no tu upia éser mare o pare de fíe o fiúi persi o despersi faque no tu upia éser veritá de na busía a ti me racomande, lengua pízhola, péver e formai e scala e mufa e broque de garófol, a ti, lengua de chodi e de mur e de paya,
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queso, escalera y moho y capullos de clavero, a ti, lengua de clavos y muros y paja, lengua de reuniones nocturnas, de hilos y humo, lengua de un montón de tardes apiladas en el cada día de los siglos, lengua no vista, no bastante llorada, lengua reída y muy hablada, poco escrita y aún menos leída, a ti me encomiendo, lengua madre o madre lengua, padre lengua o lengua padre, lengua hermano y hermana, novio y novia e hija y becerra y vela, ahijado, padrino y también madrina, a ti te dejo este trozo de siglo que me tocó vivir, te dejo los alientos de mi vida vivida en el escribir terco de tus letras, en el ir en tu busca, encontrarte y tomarte prestados, rentados o regalados, cada latido de tu corazón a ti me encomiendo lengua establo, lengua estrella lengua dicha, lengua vida lengua blanca lengua bella, fiel lengua cruel, y mansa lengua plomo, lengua mundo a ti me encomiendo, lengua sucia, lengua rubia, lengua escasa, lengua agria, lengua activa, lengua tímida, lengua luchona, lengua diente de león, lengua raíz, lengua aire, lengua todo lengua callo, lengua dale, lengua gallos, lengua tajo palabras de zanja, palabras de rosario a ti te dejo todo mi todo, nada de mi nada tómalo y tenlo y guárdalo a ti te dejo mi calor mi frío mi espuma, mi grava, mi cal y mi arena mi tierra, esa donde habré de deshacerme a ti te dejo mis esperanzas, el año, el día y la hora de mi muerte a ti te dejo la vida de mi mundo cuando esté muerto porque sé que, vieja como estás, habrás de sobrevivirme tendrás que estirarte, que hacerte y de nuevo hacerte para por fin deshacerte tendrás que descansar tendrás que despegarte
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lengua de filó e de fil e de fum, lengua de n grum de sêre ingrumade inte l oñi di de i sécui, lengua no vardada, lengua no abastanzha piandesta, lengua ridesta e tant parlada e poc scrivesta e manco ancora ledesta, a ti me racomande, mare lengua o lengua mare, pare lengua o lengua pare, lengua fradél e sorela e morós e morosa e fía e vedela e candela e fiozho e sántol e anca sántola, a ti te ase sto toc de sécol que me á tocá víver, te ase i fiá de la me vita vivesta inte l scríver testón de le to létere, inte l ndarte in zherca e catarte e tôrte inprest, azhitá o regalá, oñi báter del to côr a ti me racomande lengua stala, lengua stela lengua dita, lengua vita lengua bianca lengua bela, fedela lengua crudela, e méstega lengua pionbo, lengua mondo a ti me racomande, lengua onta, lengua bionda, lengua scarsa, lengua agra, lengua springa, lengua spavia, lengua sfadigona, lengua daricho, lengua radís, lengua aria, lengua tut lengua cai, lengua dai, lengua gai, lengua tai parole de fos, parole de rosari a ti te ase tut al me tut, ñent del me ñent chápelo e chénetelo e mételo vía a ti te ase al me calt al me fret la me sgaya, la me yara, la me calzhina, al me sabión la me tera, cuela onde que avaró da desfarme a ti te ase le me speranzhe, al ano, al di e la ora de la me mort a ti te ase la vita del me mondo co sone mort parque só que, vecha come que tu sé, tu avará da soravíverme tu avará da destirarte, da farte e ancora farte e par fin desfarte tu avará da destracarte tu avará da destacarte co rive la ora
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cuando llegue la hora cuando llegue tu último labio sincero cuando llegue tu nunca más tu ya no a ti te dejo mi dejo me dejo dejarme ser dentro de tus cuevas y agujeros fuera de tus montañas y valles y campos tan contento estoy de haberte oído, entendido, olvidado, aprendido, hablado y escrito de haberte llamado y escuchado de haberte hurgado casi hasta el fondo de haberte mencionado, pronunciado y defendido delante de quienes te entendían y también quienes no de haberte olido y estrenado y saboreado lengua de cubetas, agua, frío, de fiebre y jetas, de buenas tardes y buenas noches y hola y buenos días lengua de seco lengua de desnudo lengua de mudo lengua de todo lengua de regaños y órdenes todo seco todo desnudo todo mudo todo todo te dejo todo y a ti me encomiendo, palabra secular, cincelada aquí, en ninguna parte
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co rive al to último láuro sinzhier co rive al to mai pi al to ya pi no a ti te ase al me ase me ase asarme éser entro par le to tane e i to bus fora par le to montañe e le to val e i to canp stracontent son de averte sentist e capí e desmentegá e inpará e parlá e scrivest de averte chamá e scoltá de averte sfruzhá aromái fin in fondo de averte menzhoná e pronunzhiá e defendest davanti de quí que te capisea e anca de quí que no de averte nasá e nisá e zhercá lengua de seche, de acua, de fret, de fiébera e zhiera, de bonasera e bonanote e ¿ya? e bondí lengua de sut lengua de nut lengua de mut lengua de tut lengua de bravade, de domande, de comande tut sut tut nut tut mut tut tut te ase tut e a ti me racomande, parola secolosa, scarpelada cua, da ñinsuloc. ¬
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gráfica / cómic
MUJER QUE SOSTIENE EL PESO DEL LENGUAJE Silvia Favaretto tinta china (2021)
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Narrativa / Relato
Nuevo mundo Abril Alcaraz
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l hombre que nos trajo cosas que tenían nombre llegó con los invasores, pero él no era un invasor. Nuestras cosas no tenían nombre. Eran las cosas que siempre habían estado aquí, como nosotros siempre habíamos estado aquí. Para nosotros, el mundo era un lugar de multiplicidades innominadas. Los objetos y los seres se agolpaban y se dispersaban sin razón. Hablábamos con las cosas lo mismo que hablábamos de ellas y no había diferencia entre ellas y nosotros. Nos daban y nos quitaban del mismo modo en que les dábamos y les quitábamos, como una danza en la que donde uno pone el pie el otro lo retira, y ambos avanzan o retroceden o giran en concordancia, aunque una vez u otra den un traspié. A nosotros nos gusta bailar. Nos gusta la danza del cántaro que pasa lleno de mano en mano para apagar el incendio y vuelve, ansioso de llenarse; nos gusta la danza del viento que enreda la túnica en las piernas haciéndonos trastabillar levantando el polvo; la danza de la palma que se inclina gentil si suben los niños por frutos y se yergue galante cuando bajan con la boca a reventar de dátiles maduros. Así también bailamos con las cosas y nuestro hablar es una danza que nos hace girar y girar y girar hasta que todo pierde su forma exacta y se enreda, se arrebuja —como dentro de un torbellino, todo vira incesantemente y sube y baja, y se revuelven los colores, se separan, y todo puede ser grande o pequeño según se encuentre cerca o lejos lo uno de lo otro—, y todos los sonidos de todas las cosas que hablan al mismo tiempo son como el zumbido de miles de abejas cantando en el aire con sus alas. Hoy sabemos que cuando están juntas todas al mismo tiempo, las cosas vivas blancas de pelambre espeso son rebaño. Cuando ocurren solas no son más que ovejas o corderos. Desde que conocemos el nombre de las cosas es como si el mundo nos mirase con recelo 60
a la distancia. ¿Tienen ahora las cosas nombres para nosotros? ¿Susurran a nuestras espaldas? El hombre que nos trajo las cosas que tenían nombre no era un invasor. Eso decía. Tal vez lo creía en verdad. Él venía a traernos las cosas que tenían nombre porque los suyos pensaban que necesitábamos las cosas que tenían nombre para vivir mejor. Pensaban que nuestro vivir no era un vivir bien, un vivir que valiera la pena ser vivido. Nuestro vivir estaba mal, hacía mal y había que cambiarlo. Para eso necesitábamos cosas, cosas con nombres, que no teníamos porque ellos las habían inventado y eran suyas, pero podían darnos algunas de sus cosas para que con ellas nuestro vivir fuera mejor. Así que nos traerían las cosas, nos mostrarían sus nombres y nos enseñarían a usarlas para que fuéramos un poco más como ellos y un poco menos como nosotros. Al principio no sabíamos qué de mal podían tener ni nuestro ser ni nuestro vivir. Si así había sido siempre, ¿no estaba bien así? Pero veíamos cómo, mientras nosotros teníamos cada vez menos y éramos cada vez menos, ellos tenían cada vez más y eran cada vez más. Pensamos: “¿Qué mal puede hacernos conocer, probar el vivir del otro?, ¿qué mal? ¿No se hace acaso así el mundo un poquito más ancho para que quepamos más?” Aceptamos porque, así como no veíamos daño en nuestro vivir, no veíamos daño en conocer el suyo. Y si resultaba cierto que el de ellos era más bueno, ¿qué se ganaba con negarlo, si de lo diferente podíamos hacer lo nuestro todavía mejor? “Probemos un poco del sabor de su vivir y entonces decidiremos”, pensamos. Para hacer que las cosas vinieran, mandaron llamar al hombre que nos trajo las cosas que tenían nombre. Llegó en un carromato con cuatro ruedas enormes que hacían mucho ruido y que de tan lleno que venía se ba57 REVISTA ESPEJO HUMEANTE #11 / LENGUAJE
lanceaba de un lado a otro como una hembra preñada. Nos reuníamos en el coso grande por las tardes porque allí cabíamos todos. Formábamos un gran círculo alrededor del hombre, que nos miraba con los ojos enormes y el pecho inflado, como quien va a revelar algo importante: un terrible secreto o un nuevo paso de baile. Entonces, después de hacer silencio, nos mostraba las cosas, que tomaba una por una, y nos decía su nombre: “Martillo. Mar-ti-llo. Esto es un martillo”, “Esto es un azadón. Azadón”. Luego obraba unos pases y hacía como si la cosa estuviese haciendo algo. Movía el brazo hacia arriba y hacia abajo golpeando el aire, o rascaba o sacudía, lo que fuera, según lo que quisiera hacer parecer. Al principio no entendíamos, luego empezamos a entender: el sonido que salía de su boca guardaba alguna clase de relación inmanente con eso que agitaba en su mano. Y entonces, conforme se nos revelaba su misterio, esas cosas, cosas con nombre, poco a poco cobraban forma: pasaban de ser ese instante en que todos sus azares se reúnen fugazmente antes de disolverse en el resto de la existencia para ser algo único, inflexible, separado del mundo donde todo bailaba y se entrelazaba incesantemente; se convertía en algo duradero, que existía por sí mismo, para sí mismo, arrojado fuera del mundo, solitario en la mano del hombre que lo levantaba por encima de su cabeza para que todos lo pudiéramos ver. Fuimos aprendiendo que la cosa con nombre es exterior, tiene límites, empieza y acaba en sí misma. Cada cosa con nombre se nos presentaba con una forma y un color y una temperatura y un olor y un movimiento y un peso y un estado, pero todo eso era suyo, sólo suyo, sin relación con todas y cada una de las otras cosas con nombre o sin nombre que la rodeaban, la antecedían y la sucedían en el tiempo y en el lugar; como si sólo en sí y no con respecto a todo pudiera cada cosa existir. Fascinados, nosotros repetíamos como una oración: martillo, azadón, barreño, punzón, carretilla. Luego, conforme vio que le entendíamos, el hombre empezó a señalar lo que se le aparecía alrededor: “Perro. Dos perro se llama perros. Perros es un plural. Pero muchos perros se llama jauría”. Y repetíamos: perro, perros, jauría.
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Repetíamos y aprendíamos el nombre de las cosas, pero no sabíamos para qué. ¿Para qué servían todos esos nombres?, nos preguntábamos en la mirada. ¿Para destruir el mundo? Porque cuantos más nombres conocíamos menos el mundo era un todo, el mundo se iba desgajando, menos las cosas hablaban y bailaban, porque se iban separando como si cayeran muertas a nuestros pies. Llenos de espanto, no podíamos dejar al mismo tiempo de sentirnos fascinados de ver cómo las cosas con nombre aparecían de repente frente a nuestros ojos al invocar las palabras. De todo esto nada veía el hombre porque su hablar era el de un mundo de cosas amontonadas, no entrelazadas. Su mundo está separado, viene por partes. Nuestro mundo, en cambio, es todo junto: azul y rápido y caliente es uno, y es recíprocamente un actuar que puede ser naranja, fijo y frío, o a veces un dejar pasar, un hacerse a un lado rojo para no quemarse de azul, pero en todo caso se vuelve uno, se vuelve un gris o un violeta tibio porque el calor pasa de un color a otro y la velocidad tarde o temprano va hacia abajo y se oscurece al final. El hombre nos enseñó el nombre de lo de arriba y el de lo de abajo, de lo que repta y lo que se desliza. Los nombres que usaba su pueblo no decían nada: sólo eran sonidos pegados con el ser de las cosas; no contaban su sabor, su textura, su tamaño, su peso ni su temperatura; no decían si la cosa estaba viva, si saltaba, si escurría, si se escondía cuando alguien se aproximaba, ni hablaban de su carácter o de si traía peligro. Sólo por el nombre no se podía saber si la cosa en cuestión mordía o no mordía, si machucaba la mano. Pero para usar las cosas que tenían nombre había que usar palabras, ya que las cosas y sus palabras eran como un mismo ente. “Pásame el martillo”, había que decir, por ejemplo, y en vez de que el martillo se dejara coger rosa, lento, denso, jubiloso y frío, alguien lo tomaba y lo ponía en tu mano para que dieras con él golpes a otra cosa que lo trataba a uno con igual desinterés. Además del nombre de las cosas, el hombre tenía muchas buenas palabras: a veces cantaba canciones o recitaba poemas y sus palabras sonaban como jugo de caña fresco escurriendo lentamente por la barbilla en
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una tarde calurosa, aunque también tenía palabras ásperas que se sentían como esparto. A veces las cosas venían sólo con nombrarlas, sin que tuviera que mostrarlas con las manos. Bastaba decirlas y estaban, no exactamente frente a nosotros, pero ahí, casi podíamos verlas. En todo caso, nos gustaba escuchar sus palabras, incluso en esas ocasiones en que eran palabras que no hacían aparecer cosas nuevas en el mundo. Escuchándolo aprendimos que también se pueden hacer cosas con palabras: cosas como convencer a las personas, hacerlas felices o tristes, inquietarlas, emocionarlas, invitarlas, obligarlas, prohibirlas y humillarlas. A cambio de las cosas que tenían nombre, nosotros le dábamos cosas de las nuestras, que no tenían nombre, pero él les ponía uno: citrino, bocote, yuca. Al principio nos intrigaba, ya que nuestras cosas nunca habían necesitado un nombre; sin embargo, nos parecía bien porque él no sabía hablar con las cosas como hacíamos nosotros ni sería jamás capaz de bailar con ellas si se movía casi tan torpemente como su enorme carro que otra vez se iba llenando. Pero cada vez que una de nuestras cosas sin nombre recibía uno, empezaba a definirse como una entidad separada de la vorágine y nuestro mundo se iba haciendo más pequeño, quedándose sin sus cosas. Aunque esto nos inquietaba, no dejábamos de notar que cuando él nos daba un nombre nuevo, con el nombre venía la tenencia de la cosa. Al designarlas, no sólo las colocaba fuera del mundo, sino que podían entonces estar ligadas a las personas, como si se pudiera
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tener una cosa como propia, sin importar si es una cosa no viva o viva. Un mundo se hacía más pequeño, cierto, y nos atemorizaba, pero al mismo tiempo ese otro mundo que se llenaba de cosas hechas de palabras y de palabras que hacían cosas, iba haciéndose cada vez más grande. Cuando terminó de enseñarnos el nombre de todas las cosas que había traído y de ponerle nombre a todas las cosas que le habíamos dado, el hombre dijo que debía partir. Para entonces empezábamos a acostumbrarnos a usar los nombres e incluso conocíamos el nombre de los nombres y de las demás palabras. Las cosas ya no nos hablaban a nosotros, pero no nos importó, porque era mucho más fácil hablar de ellas que con ellas y todo se hacía más rápido de ese modo. Sabíamos el nombre de las cosas que teníamos —que ahora nos pertenecían justamente porque conocíamos sus nombres—, pero el mundo nuevo era todavía pequeño con esas pocas palabras para habitarlo con comodidad. Ese mundo era incompleto sin el nombre de todas las cosas, de todos sus posibles, de todas las relaciones que mantienen entre ellas, de sus colores y texturas y sabores y todo aquello que hace que las cosas sean las cosas tal y como son aquí y ahora y en cada momento de su existencia puntual y total, y teníamos que saber los nombres, todos los nombres, para poder vivir en él, pero el hombre tenía que irse y ya no iba a enseñarnos nombres nuevos y no nos podíamos quedar en un mundo tan pequeño, así que nos lo comimos, para tener sus palabras todas y un mundo más grande nuestro que habitar. ¬
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Narrativa / Relato
Un infinito menos Manuel Mörbius
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Pasó mucho tiempo antes de que fallara la lógica de lo que llamamos “las reglas del espejo”: era la norma de intercambio de comunicaciones. Es decir, una interacción que se refiere a la empatía con otro ente basándonos en su comportamiento e intentando imitarlo para comprenderlo. Con esas reglas mediamos la naturaleza de nuestras interacciones frente a la especie que nos regresaba una y otra vez a nuestro hogar después de que fallábamos la comunicación. El primer “retorno” colocó a la misión en el sitio, pero no en su temporalidad de origen, o, mejor dicho, a un espacio distinto del que había partido la misión: décadas o centenares de años atrás. ”De esa manera el problema de la primera interacción con una especie distinta a la humanidad resultó en la primera exploración temporal al mismo tiempo. Lejos de lo que se podría pensar, el problema de la comunicación fue más relevante que el viaje espaciotemporal en sí mismo, dado que quienes retornaban, hicieran lo que hicieran, terminaban determinando la línea temporal conocida. Sin importar lo loca o reservada que fuera su intervención, aquello estaba hecho, así las exploraciones comenzaron a ser tiradas como cacahuates en el suelo y siempre regresaban. Nunca faltó el registro de exploradoras que terminaran enloqueciendo por el viaje temporal e intentando aprovechar el sentido para hacer contacto con civilizaciones antiguas, intentando darles tecnología a civilizaciones, griegas o egipcias, por ejemplo. Pero dependiendo del grado de complejidad o de asombro, terminaban incorporando los hechos a capas temporales que eran verbalizadas en forma de mitos. Dioses y mesías que otorgaban la gracia a la humanidad eran únicamente exploradores rechazados
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▶ Jan van Grevenbroeck. Venetian doctor during the time of
the plague. Museo Correr, Venecia (Circa s. XVII).
por la complejidad de un organismo con capacidades y alcances que buscábamos entender. ”De esa manera, hechos inexplicables, como los avistamientos de objetos voladores registrados a lo largo de la historia, hasta diferentes deidades y eventos religiosos, encontraron la explicación definitiva. Casi todas las misiones fallidas terminaron formando parte de la historia conocida
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y sin alteraciones, así que nuestra interacción fallida forjó nuestra historia y la volvió más compleja en la medida en la que continuaron nuestros intentos por comprender. ”Para el año 4200 las descripciones de aquellas formas de vida habían alcanzado más o menos un consenso: múltiples individuos con biomasas anamórficas con capacidad de desplazamiento en el espacio exterior. La biomasa se concentraba en membranas de hierro y zinc que contenían, al parecer, océanos nitrogenados con seres muy parecidos a bacterias, que se transportaban en el espacio por medio de rizomas de interacción: pequeños enlaces de un material desconocido que se unían para rodear y atrapar la energía de cuerpos celestes moribundos. ”Las formas por las cuales se entrelazaban iban más allá de la capa que formaban alrededor de las estrellas de las que extraían su energía, y se prolongaban por distancias que no podíamos medir, pero que sabíamos que estaban establecidas por líneas de comunicación que “pulsaban” frecuencias y ecos. Y aquí un problema: no había forma de acumular la cantidad de información que comunicaban. No se trata de una comunicación regular de algunos tonos, más bien se trata de miles de millones de frecuencias que al unísono forman su comunicación. ”Los ‘anamórficos’, como comenzamos a llamarles de cariño, interactuaban con las misiones, por decirlo de alguna manera. El intento de comunicación más largo había durado diez minutos, tras los cuales se terminaba con la apertura de un túnel de gusano por el que lanzaban a las mismas coordenadas, pero en una época diferente, a quienes lo intentaban. ”Lo que entendíamos es que nosotras les habíamos dado las coordenadas, sin embargo no entendíamos si el cambio de época al que expulsaban a la misión respondía a un accidente o era premeditado. El viaje temporal quedó relegado a segundo plano como parte de las reglas del espejo: hagas lo que hagas va a ser un reflejo de lo que es. ”Los registros de una extinción masiva de la especie, encontrados en una misión abandonada de un futuro desconocido, nos advirtieron que acontecería un rasgo
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de decadencia en la tarea. —Entonces, ¿por qué no parar? —¿Qué podrían decirnos si es que un día llegábamos a entender? En una de las misiones, a la que yo pertenecí, tuvimos que asumir nuestra tarea. Tomamos el enfoque de Minerva Lispector, la hermana que había logrado la comunicación más larga hacía cien años, y comenzamos a cultivar fragmentos de información y a criarla mediante algoritmos propios para romper el paradigma del espejo. Comenzamos a criar larvas de datos y a crear fragmentos propios de sonidos que evolucionaran por sí mismas. El enfoque era éste: ¿Y si lo que está vivo es el caótico torrente de información que corre por sus estructuras, que lo que nosotras considerábamos el organismo, en realidad es la nave espacial y lo que está vivo es lo que comunica? Es decir: la forma de vida es el lenguaje. ”De esa forma comenzamos con conexiones realizadas por nosotras para poder insertarlas. Algo teníamos que tomar en cuenta: la quietud y la paz no son rasgos característicos de la evolución. El leguaje requiere grandes liberaciones de energía que se traducen en caos, en choques. Lo que intentamos fue cambiar las normas de la crianza de un lenguaje: receptores, transmisores, significados, interpretaciones, e implementarlos a la gran extinción de lo que llamamos scientia y aethlos: juegos de fuerzas dentro de líneas temporales de expresión comunicable. —Creo que no lo comprendo muy bien. —Toma el objeto que tienes en la mano. —¿Mi pluma? —¡Ajá! Yo no sabía que se llamaba pluma, ahora lo sé. Ahora podemos nombrar al mismo objeto, ¿cierto? Bueno, pues lo nombramos por su capacidad de emplazar la escritura sobre una superficie. Ahora bien, podemos usar un tropo y decir que una vida es como una pluma: algo que tiene la posibilidad de trazar para hacerlo más poético. Esto es un recurso lingüístico que nos deja transmitir imágenes e incluir otras sensaciones en un lenguaje que nos permite reconocernos. Pues bien, ahora imagina que defines a la pluma por la cantidad de luz que tiene en el día, por la cantidad de pigmento que contiene, por la que
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ha perdido, por la que perdió, por la cantidad de bacterias que transporta después de llevártela a la boca, la posición, lo que escribió, el tiempo que estuvo sin escribir. Imagina que cada una de esas propiedades fluctuantes le da un nombre distinto a esa pluma, y que lo hace cada segundo de la existencia de esa pluma, desde que la miras, hasta que cambia su forma, porque siendo materia no es más que una experiencia transitiva. —Eso sería imposible de nombrar. —A menos que tengas miles de millones de labios que lo pronunciaran en el momento. La teoría de Minerva Lispector era que, dentro de los anamórficos, lo que considerábamos bacterias en realidad eran civilizaciones microscópicas que gastaban su energía en definir una propiedad en un momento determinado de tiempo y que únicamente cambiaban de escala para poder obtener más energía para seguir reproduciendo ese lenguaje con el que entendían su entorno. —No suena muy distinto a lo que hacemos nosotros. —¡Exacto! Eso genera contradicciones lógicas, casi imposibles de resolver en el desarrollo del organismo propenso a organizar el tiempo al servicio de una entidad productiva masiva. Sabíamos que había cobrado inteligencia propia y para lograr una comunicación de más de un par de minutos creamos un lenguaje, una serie de secuencias con pensamiento de colmena, una vida artificial semejante. Sin embargo, por más que lográramos, nuestra comunicación iba a sonar torpe y lenta. Como alguien que tiene demasiadas cosas en mente e intenta comunicarlas todas de una única vez a alguien que no entiende bien nuestra lengua materna. Se tenía que intentar. —Y ¿lo lograste? —¿Logramos más de diez minutos de comunicación? Claro, pero comenzaron a despedazar nuestra vida artificial verbalizada. Tenemos el método, pero no la energía suficiente para comunicarnos. —¿Qué es lo que lograron comunicar? —Fue algo así como: “¿Nos entiendes? Por favor, no nos regreses en el tiempo”. —Suena demasiado corto. ¿Qué respondió? —Respondió exactamente esto: que nos entendía susceptibles a liberar lo que habita en la masa total del peso
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del orden del carbón que nos transporta. Luego dijo: “La misma materia que contiene una estrella es un lugar distinto al orden aparente de todos los verbos conjugados”. —¿Recuerdas cómo llegaste aquí? —Luego de la exitosa comunicación nos trajo a este tiempo y nuestra cosechadora se estrelló. Mis hermanas no sobrevivieron al accidente y vine hasta aquí porque en los psiquiátricos es donde podemos dejar los registros que buscan las hermanas de otra conjugación. Siempre decimos que en las misiones Ariadna fallamos y lo logramos al mismo tiempo. Todo lo que pueda considerarse un instante, en realidad es un eco infinito de significados que estamos a punto de comprender. —Creo que es hora de tu medicamento. Puedes descansar. —No hay problema. La enfermera se la lleva. La mujer siempre queda exhausta después de contar su historia. Debajo de la bata no parece que haya una mujer entrando a sus treinta y tantos años; es muy alta, demasiado, más allá del promedio. Sus dedos alargados hacen que sus gestos parezcan más perturbadores al momento de reconocer su entorno, como asegurándose que la fuerza de gravedad es estable. Sus pupilas, oscurecidas, se expanden dentro de la cuenca del ojo ahuecado, una manera poco natural para un ojo que se considera normal. Ella está cubierta por una piel morena casi traslúcida en la que sus venas resaltan y se bifurcan por el cuerpo como las raíces debajo de un árbol viejo. La jefa de psiquiatría sopesa el caso mirando cómo recorre el pasillo el cuerpo extraño de una pieza que no parece encajar en el rompecabezas. Todo está anotado en una hoja de cálculo que es el registro de la paciente 489. Las notas parecen multiplicarse dentro de una grieta que busca definirla en la realidad mientras llega a una conclusión. Su colega limpia los lentes pensando en las pocas palabras que tiene para definir su realidad. —¿Tiene algo en mente, doctora? —Cada que cuenta la historia es exactamente igual. Es muy consistente. El problema es el resto de los análisis. ¿Cuántos años se supone que tiene? —Casi cien. ¬
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Narrativa / Relato
Invasión Ángela Almonaci
▶ Adriana Rocha “Drita”. manzanas. FOTOGRAFÍA (2021).
A
pareció una mañana en el centro: un golpe que desconcertó a los habitantes y los dejó sin posibilidad de reacción. Era enorme y estaba hecho con tubos que formaban rejas; de alambre de púas parlantes; y del acero más despiadado. Se veía como si fuera la entrada de una prisión de máxima seguridad, y yo me preguntaba si del otro lado se encerraba a seres monstruosos o si nosotros éramos las aberraciones, los nuevos excluidos. El portón, vigilado por su propia envergadura, era tan nuevo, de ciudad plena y hormigueante, que hacía un
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contraste deprimente con las construcciones de adobe y muros rosa mexicano que lo rodeaban. Se escuchaba el murmullo de la gente, que buscaba la razón del cambio tan brusco en el paisaje del pueblo; muchos dijeron que se trataba de un nuevo rico que escapaba de la capital y otros más le atribuyeron la puerta a un centro de oficinas de una empresa en expansión. Las historias eran varias, pero ninguna callaba la curiosidad, sólo la hacían más atrayente. Toda explicación que aparecía sólo servía para avivar más el chisme que ya de por sí caminaba por su cuenta. Recuerdo muy bien que ese día se habló como nunca, las personas se comunicaban con los comerciantes, y estos, a su vez, se lo contaban a sus familiares. Todo el pueblo era un panal de avispas, las palabras y las oraciones cargaron el aire de una electricidad que soltaba la lengua. Lo recuerdo muy bien porque fue el último día que se escuchó una voz en las calles. Hasta hace dos semanas. Antes de abrirse, el zaguán hizo un ruido grosero que despertó a los vecinos cercanos y a los de más allá, todos salieron de sus casas después de meses encerrados para acudir a la junta que convocaba el alboroto metálico. Eso sí, nadie se atrevió —o ya no supo cómo— a decir algo, como si la lengua ya no formara parte de sus cuerpos. Del interior del páramo encerrado salió una nube, ¿o un cristal opaco? También pudo ser un pedazo de concreto vestido con un traje negro, perfumado con pachuli, el cabello alisado, y algunas canas en las patillas. Su rostro no existía, pero nos miraba asqueado y torcía la boca de disgusto. Se dirigió a la multitud que lo observaba embobada pero con respeto y sumisión: —Mis días aquí acaban de comenzar, los suyos también. 63 REVISTA ESPEJO HUMEANTE #11 / LENGUAJE
Hoy yo y mañana ustedes. Pero primero lo primero, ¿verdad? Primero hay que trabajar. A las afueras de este pueblo acabado hay material suficiente para construir otra puerta igual a la que se yergue detrás de mí; el ingeniero, que se me parece bastante, les va a decir cómo hay que unir y soldar, nada más obedézcanle y van a ver cómo salen adelante rápido. ”Antes de que se me olvide, quiero que ahora todos hablen como yo les estoy hablando. Nada de gritos ni de poner nombres extraños a las cosas que hay por aquí, menos a las personas. Mucho menos se les ocurra encender su música escandalosa que perturba el orden que les traigo. Parecerá una medida algo abrupta, pero pido que me crean, esto es por su bien y de nadie más. Eso es todo, ahora apúrense que el tiempo es oro. Todos quedaron atónitos, porque no entendían cómo era posible que un ente desconocido, que a lo mejor ni era humano, se pusiera a darles órdenes tan exactas sin antes haber dado los buenos días a sus trabajadores. Era insostenible, pero no podían hacer nada y se quedaron quietos, con la vista puesta en el pedazo de concreto. Bueno, ¿a ustedes qué les pasa?, ¿por qué no se marchan al trabajo?, dijo la piedra, que no entendía la actitud extraña de los pueblerinos que permanecían inmóviles y sin contestar. Se acercó a una anciana que estaba en la primera fila y le preguntó qué sucedía. —Es que necesitan que les dé usted el permiso para hablar y también los buenos días, eso es lo que de veras va primero —gritó la vieja muy indignada. —Pues eso yo no lo sabía, yo vengo de muy lejos. Es su culpa por no haberme dicho en cuanto llegué —respondió el jefe. Levantó la mirada y farfulló unos buenos días a medias, después dio permiso para que los demás tomaran la palabra. Vaya que la tomaron. —Mire, entendemos que hay que ser más educados y lo vamos a intentar, pero ¿para qué queremos otra puerta y aparte tan lejos? Allá no hay nada —dijo un campesino con voz rebelde. Las personas que lo escucharon exclamaron que era un revoltoso y se lanzaron a darle pedradas y a castigarlo con pitidos muy agudos. Luego los estudiantes, yo incluida, también nos alzamos 64 REVISTA ESPEJO HUMEANTE #11 / LENGUAJE
en insultos hacia el oscuro político burócrata, estábamos convencidos de que ningún extraño podía venir y decirnos cómo hablar, qué palabras usar y qué música bailar. —Ustedes se me callan, chamacos metiches, no tienen ni idea de cómo funciona el mundo, es pura arrogancia lo que dejan ver en sus acciones. —¡No! ¡Ni madres! Usted es un rancio y nos vamos a encargar de que se largue de aquí —se animó a protestar una compañera del grupo. Los abucheos y proyectiles de la gente nos llegaban de todas partes, trataban de echarnos de nuestro propio hogar porque de pronto nos convertimos en los malos. Como no se daban abasto, de la lúgubre entrada penitenciaria salieron decenas de esqueletos, cosas muertas, amorfas, que portaban uniformes sin color. A la orden del jefe, empuñaron sus armas y descargaron los tiros sobre la compañera que lo encaró. No cayó inerte, sino que se volvió a nosotros y amenazó: “Váyanse o no seré la última, nos hace falta personal”. Tuvimos que huir, escondernos, salir sólo de noche. Seguimos ocultos hasta la fecha, a la espera de que dejen de buscarnos. Han pasado días, muchos de los nuestros desaparecieron o nos traicionaron cuando se encontraron famélicos y deshidratados; el miedo los convierte en un montón de huesos deformes y armados, o hace que agachen la cabeza y se marchen a sus casas. Hay pocas veces en las que, movidos por una esperanza pasajera, planeamos rescates nocturnos, búsquedas infructuosas de compañeros que ya no regresaron. Con lo único que vuelven los dos o tres que salen es con reportes tristísimos; cuentan que allá afuera, entre los que llamamos familia y amigos, se usan palabras complicadas para dar detalles de la construcción de más puertas en lugares diferentes; se habla de manera pausada, con un tono medio que nunca sube. Es como quería la roca: expresarse de manera educada y sin gritos. Yo creo que nos arrebató el lenguaje antes que nada porque era la única forma de hacerle frente a su progreso. Ahora se platica en otro idioma y los muros rosa mexicano se agrietan poco a poco. ¬ 67
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Narrativa / Relato
Uno más uno es cero Daniel Maturana Caballero
L
legar atrasada le fue inevitable. Sara completó a medias el protocolo para evitar inconvenientes. El guardia no dudó en dejarle pasar, intentando interrogarla sin éxito y olvidando el estricto horario de entrada para la grabación. Se acomodó junto a una señora vestida con ropa de iglesia, la cual expelía un olor a colonia barata, útil para disimular que no lavó sus dientes. Arregló su cabello con las manos y desde que tomó el microbús —hace una hora con trece minutos—, dudó sobre si percibían su falta de prolijidad. Los nervios eran mayores que los detalles. Pasó por alto la ausencia de su empatía. El aroma a vainilla con naranjas se ausentó, mientras su estela divagaba entre lo neutro y el alcohol gel. Sacó su atomizador artesanal, aplicándose dos medidas del perfume: una en el cuello y otra en la muñeca, justo donde tomó su pulso unos segundos antes. La calma permitía el enfoque. El enfoque abría el poder. El poder obligaba la perfección. Los momentos se presentaban como diapositivas animadas en el círculo de sus sentidos colindantes. Como un televisor descompuesto, las luces concéntricas borboteaban ante la elección de la mejor realidad. El peso abstracto de rebajar a sus cercanos a objetos era un sentimiento nuevo. La masa de gente —ya con dos personas era suficiente— embobada en el trámite del programa televisivo hizo innecesario un sobreesfuerzo mayor. La concentración de Sara estaba en el participante del concurso, que lucía estático en un trono de plástico y metal, alzado frente a la conductora del programa. El hombre en cuestión respondía la pregunta que significaría el premio gordo: —Las culturas por lo general responden a prácticas calculadas por las personas, que operan dentro de los límites morales y sociopolíticos que dependen del grupo. Fíjese que el grupo interna sus propias tradiciones y reproduce las prácticas, afinándolas conforme a una tecnología, un lenguaje o un oficio que requiera optimización… Y Sara entendía. A más de diez metros, su aura no le 68
afectaba. La gente alrededor de ella se miraba entre sí, buscando sentido a las palabras del concursante. Lucían incómodas y revisaban el celular pese al bloqueo de señal del canal de televisión. —Por eso he supuesto —seguía el concursante— que la interacción entre los conceptos de difusión y endocultura sólo podrían prescribir hacia el fundamento teórico del materialismo cultural y, por lo mismo, ratifico mi afirmación previa. El encargado de animar al público estaba petrificado a metros de Sara. Miraba con el vaivén de un entrecejo dudoso, buscando papeles en los bolsillos. Ella sonreía al verlo, comprometida a usarlo como distracción de las palabras del concursante, que conforme mostraba su conocimiento se aseguraba de que la conductora tuviera claridad de la explicación: —En concreto, lo sociopolítico tendría sentido. Me sigue, ¿no? —S-sí, don Alex. Por favor, continúe. Y el fundamento no perdía vergüenza en datos de lugares, teorías, personajes y cuanto fuera necesario para estirar el programa, el cual sería editado para mostrarlo como un espectáculo dinámico. Sara chequeaba hasta dónde llegaría la desfachatez de usar un intelecto por sobre la media. Un nivel que, con esfuerzo, autogestión y desilusiones, ella apenas rasguñaba. Cada concepto era un dolor, cada materia era un suplicio. Superar la barrera interna de la independencia humana por el conocimiento le mostró en sus años previos el impacto de la cultura alejada de lo oral. Si las pistas coincidían, si el camino era certero y si el tiempo marcaba ganancia, el momento parecía teñirse de lo correcto. Sin detenerse, las palabras del concursante esgrimían una sabiduría facilista: —Y podría mirar las vicisitudes de las controversias entre la escuela alemana y francesa, pero siento que lo correcto sería considerar la variable de la presión antropológica. —Bien, señor Alex. —La conductora miraba atenta a los camarógrafos, que no coordinaban las órdenes del director—. ¿Cuál sería su respuesta? 65 REVISTA ESPEJO HUMEANTE #11 / LENGUAJE
—Alternativa D, Marvin Harris. Y antes que me pregunte, es mi respuesta definitiva. Desde su posición, Sara veía la nuca del concursante, pero inclinándose hacia un monitor de retorno, la sonrisa de medio labio y el mentón con dos hendiduras le indicaron esa relación dicotómica entre seguridad y ficción. —¡Vamos a ver! —La conductora se animó sin recibir la comanda desde el set. La imagen de fondo estaba congelada en las opciones—. Tenemos una demora en la animación de la pantalla. Bueno… Usted, señor Alex, ha sido el único concursante en años que llega hasta la última pregunta sin comodines, sin ayuda y sin apoyo. —Lo golpeó en la pierna con la tarjeta de apuntes—. Un tremendo jugador. —Es que leo tu mente. Por eso no debes mirar las tarjetas cuando me preguntas. —La sonrisa del concursante incomodar a cualquier interactuante. La conductora se levantó, hizo unas señas al camarógrafo y partió a hablar con el director. El público cuchicheaba cada vez más fuerte y aquel encargado de apaciguar, animar e incentivar los aplausos continuaba perdido en la indecisión. Sara aprovechó para avanzar dos filas abajo, quedando a nivel con el piso. El público aplaudía, cortando el bullicio genérico. El camarógrafo más cercano a Sara dejó pegado su equipo hacia el techo, mientras sus colegas lo miraban, le hacían morisquetas y gemían con descaro para llamarle la atención. Confuso, el concursante bajó de su silla y, antes de cambiar la estrategia, la conductora regresaba triunfante, con el maquillaje retocado y sonriente como era debido en ese medio. Se acomodó en la silla, invitó al concursante a seguirla y dijo: —Don Alex, podría acumular cincuenta mil dólares. — Titubeó ojeando cada tarjeta—. Este… ¿cómo era? Sí, su respuesta es correcta, pero no puedo confirmarlo. Algo nos dice que hace trampa. El concursante miró hacia el público y en el retorno del camarógrafo veía una multitud de imágenes. Hundió las mejillas, vio con cautela a la conductora y no dejaba de mover las piernas, como si aplaudiera con ellas. Sara notó esa conducta, previendo el cambio de actitud. —No la sigo —refutó el concursante, intuyendo que las grabaciones pasarían a segundo plano. Se tomó el pulso, relajando los hombros, pero sin dejar de batir las piernas. Sara avanzó por el plató. Ningún integrante del programa la detuvo. Los guardias se movieron con torpeza, que-
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dando en órbita a su alrededor. Ella detuvo su andar entre dos trípodes y el concursante la vio de reojo, sin darle importancia, volviendo a confrontar a la conductora frente a él. —No entiendo el cuestionamiento hacia mi respuesta. —Don Alex, estamos corrigiendo algunos detalles y corroborando datos. —¿Corroborando? —Lea esto, por favor. —A la conductora le latían los párpados—. Me siento extraña. El concursante cogió la tarjeta, la dejó caer y cerró los ojos. —Lo siento —dijo—. Pero no puedo quedarme así. — Estiró su mano como si sujetara una copa y la conductora agarró su cuello al sentir una presión—. Sólo quería… necesitaba ganar —remató, sin abrir los ojos. Dejando de sentir el efecto provocado en contra de la conductora, el concursante procuró que la luz penetrara su retina sin perturbar su concentración. Vio a la conductora en un estado de suspensión, moviéndose como si la gravedad fuera veinte veces menor. —¿Qué carajos? El concursante se dio la vuelta. El público estaba suspendido de la misma forma que la conductora, pero algunos se movían más rápido que otros. Buscó por si encontraba una persona distinta, moviéndose sin restricciones. “¿El sueño terminó?”, se preguntó, rascándose la nariz y la frente. Salió de la silla caminando a la salida trasera, casi ignorando la situación. —Eres tú. —Escuchó de fondo y, al mirar, el director con su personal había bajado del set de control. Los veía penetrar en una especie de cúpula invisible, quedando suspendidos en el tiempo. —Sí, debes ser tú. —¿Quién es? ¿De qué va esto? Asomándose tras una cámara, Sara se irguió en dirección del concursante, que de inmediato estiró una mano contra ella. Al no ver efectos, usó las dos, simulando que la ahorcaba. El público recuperó el control de sus movimientos mientras Sara usaba sus fuerzas para quitar la presión en su cuello. Tras lograrlo le dijo: —Descuida. Comprendo tu desesperación. Vivo con ella y no me deja. Los ojos de Alex crecieron y crecieron, casi saliendo de la cavidad ocular. Corrió sin consecuencias hasta colocarse a centímetros de Sara. Por primera vez, tras años, intentaba controlar a otro ser humano sólo con su fuerza física. Es-
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trangulada por unas manos débiles, pero decididas, Sara tomó una pistola paralizante de su bolsillo y la aplicó en el pecho de Alex, que saltó a dos metros de ella. —E-estás… preparada… para esto… —Siempre —señaló, sin dejar pausas en el diálogo—. He sufrido en carne propia la virtud de la soledad, obligada por este maldito poder. Alex comenzó a reír con intermitencia. Recuperarse de la descarga supuso un tiempo extra para entender la situación. A la distancia, los guardias forcejeaban las puertas, ayudados por la desesperación del gentío que, sin saber razones, quería escapar. La animadora y su equipo desfallecían en el set, conmovidos por la lenta realidad paralela a la que fueron sometidos. —¿No habías hecho esto en público? —Alex arreglaba su ropa para iniciar su marcha hacia Sara. —Eternos intentos. Infinitas pruebas. ¿Cuánto has sacrificado por tu regalo? —Vidas. Más de las que quise, menos de las que necesito. El rostro de Sara cambió. Con sus cejas en “v”, apretó el puño. Alex se acercaba renovando la risa, agregándole un tono burlesco. Se detuvo en seco al ver a Sara juntar sus manos y extenderlas a lo ancho. Juró ver que desde ella se extendía una burbuja invisible que cubrió el lugar. —No soy única… —le dijo, justo después de tumbar a cada integrante del set, al público y a cuanto ser vivo la rodeaba—. Nos debemos respeto, tenemos que conocernos. Las puertas cedieron ante un balazo. Los guardias entraron apuntando y vieron el caos de los cuerpos tirados. Los nervios no les dejaron hablar, sin ceder en dirigir sus armas a esos extraños, únicos especímenes que se erguían en la escena. —Te cedo los honores —señaló Alex. Sara se quedó sin reacciones. Había gastado sus intentos en el último soplo de inhabilitación mental. Sonriendo, Alex se giró, gesticuló con su mano derecha una rotación y
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los guardias, con impotencia, se apuntaban a sí mismos. Caminó hasta la salida, pasando entre los guardias que transpiraban al verse forzados en su actuar. Alex iba sin prisa. Sara le siguió y, antes de ver que abandonara el lugar, le insinuó: —Lo peor que puedes hacer es subestimarme. No dejaré que te escapes después del tormento de buscarte. —No me interesa —aclaró Alex, mirando sobre su espalda a Sara. La mano izquierda de Sara se posó en la cabeza de un guardia y éste, sintiendo una jaqueca concentrada en un segundo, salivó en demasía, poniendo los ojos en blanco. Alex levantó una ceja al sentir que no lo controlaba. El guardia cayó de bruces. —No somos iguales. —Alex se echó las manos a los bolsillos, sin dejar de mirar a Sara, enfocándose en detener el movimiento de su cuerpo, pero sin resultado. Ella se acercaba—. Pareces… bloquearme. —El uno para el otro. —Sara posó su mano en la cabeza de Alex—. ¿Cómo te sientes? —Normal… ilógicamente normal. Una bala atravesó el cuerpo de Sara. El segundo guardia reaccionó de su congelación mental y no dudó. Trató de disparar de nuevo apuntando a Alex, pero éste lo detuvo a tiempo. Se imaginó que extraía la bala y ésta salió eyectada del cuerpo de Sara, la cual, sonriente, se incorporó de inmediato. Ninguna parte vital fue dañada. La bala penetró sobre el tejido muscular, sin rozar los tejidos internos. “¿Sabías que fallaría?”, le dijo Alex a través de su mente. La sonrisa de Sara le hizo sospechar que las habilidades tenían niveles. La dejó en el piso, forzó su mente para atraer al guardia consigo y lo estranguló, dejándole apenas un aliento de vida. Colapso físico y colapso mental. Dos efectos que ejemplificaban la reciente relación entre Sara y Alex, víctimas de habilidades que tenían en común la soledad, como si ésta fuera un inherente poder arraigado en sus entrañas. ¬
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Narrativa / Relato
Crónicas de la Melange Texto: Alexis Figueroa / Ilustraciones: Claudio Romo Archivo de curiosidades del Proyecto de Exploración de Melange sustentado por la Comunidad Rio Grande, Latitud: 32°02´04" S, Longitud: 52°05´54" O Altitud sobre el nivel del mar: 7 m. Accedido a las 7:40 a. m. Filosofía y lenguaje.
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En qué mundos de alucine realiza su acción la melange? ¿Qué fronteras de la percepción atraviesan aquellos que consumen su esencia? Llamada el lugar de la mezcla, la textura sin adentro ni afuera, el anverso reverso de una dimensión o la furia, no hay casi forma posible de adentrarse en sus delirios. Límite de la psiconáutica, su arsenal de brillantes colores pareciera advertencia y reclamo designando el no más allá. Introducida a finales del siglo XXI, su uso obedeció a una puesta al día de la Filosofía como ciencia del espíritu. Desde el final del siglo XIX, esta rama del saber humano había buscado su objeto, desdibujado tras el ataque a la metafísica, producto, primero, del romanticismo europeo; segundo, por la irrupción de la crítica al etnocentrismo; tercero, por el desmembramiento del sujeto macho y la incisión del ecofeminismo apognico; y, cuarto, por la dispersión democrática del concepto saber. A finales del siglo XXI, la Filosofía, como disciplina, estaba derrotada. Habiendo probado como un canto de cisne extenderse en el campo de la lingüística y la semiología, la apertura de la línea de Ofiuco y su mensaje estelar —primer contacto con inteligencias de otros mundos y estrellas— abortó la pujanza esperada. Lo visto como un vasto territorio naciente abierto a la exploración humana, revelose finalmente como un desierto helado: los sistemas lingüísticos, las estructuras sintácticas, el mismo lenguaje sólo eran comprensibles en tanto ellos concedían la gracia de lo traducido. Mas el lenguaje mismo permanecía arcano y distante de toda interpretación. Intentar ésta, era, lo dijo Santana Mac Donnell, como “intentar saber qué decía la figura de una cadena de montañas o el desplazamiento de una columna de hormigas por un bosque tropical”. O de otra forma, el cómo intentar atribuir las virtudes de signos lingüísticos a los tra-
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zados fangosos de un camino rural. O dar connotación de alfabeto a una formación bacteriana bajo un microscopio. Cierto es que si bien se podía aplicar el concepto de “lectura” ya como técnica o como metáfora, el caso es que Ofiuco terminó por aplastar la disfrazada arrogancia de nuestro conocer. Destronada la Filosofía de su aventura lingüística, fragmentose en múltiples causas, floreciendo en saberes particulares. Algunos, entre ellos Margarita Boune Texmex, la más destacada, saludaron el nuevo panorama designándolo como el momento anarcodemocrático del pensamiento y la interpretación, vaticinando eclosiones de disciplinas incluso trashumanas en donde el pensamiento sería tan sólo un peldaño desde el cual otear lenguajes y saberes verbigracia no humanos, pero, ¡ay!, la complejidad del asunto terminó por reducir la intentona a un arte y luego a una artesanía incapaz de hacer un sistema de valoración. Filósofas y filósofos terminaron por ser entes de literatura, aislados, como los sabios de Gulliver, en la esfera de su particular solipsismo. La Filosofía fue vista como un asunto de habilidad fantasiosa que hacía uso de los mecanismos de la entretención social. Algunos dijeron con sorna que el filósofo volvía a ser lo que siempre había sido, puesto que estaba en su naturaleza el bufón; otros, sin embargo, aseguraron que regresaba a su ser primitivo, como reivindicación problemática de la fantasía. Ambas líneas terminaron —allá por 2090— volcadas a la producción de argumentos de los juegos de rol. Parecía no haber vuelta atrás, cuando la Melange —al principio una droga ilegal, creada en los laboratorios de diseño químico que alimentaban las ansias de la población euroasiática— reveló el Universo. El nuevo universo posible de la filosofía reconocido como la exploración interior. No es éste el texto en que se describa el ascenso de la misma Melange desde el 71
▶ Claudio Romo. Lámina seis. digital (2021).
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▶ Claudio Romo. Lámina dos. digital (2021).
oscuro concepto de droga ilegal hasta su trono de increíble potencia capaz de abrir nuevos mundos a la Humanidad. Baste decir que el adagio fue: los nuevos mundos posibles, ahora al alcance de la mano, estaban entre las paredes de calcio del cerebro humano. El laboratorio y el cuerpo de exploración filosófica serían las puertas de la percepción. Tal como Blake anunciara algunos siglos atrás, la conciencia sería el banco de pruebas —ayudado por la dichosa Melange— a disposición de cualquiera. La Filosofía, ahora con mayúscula, volvía por sus fueros y esencias: pronto, comunidades en línea de reinas filósofas —hubo una designación genérica que desconcertó los poderes y en la que no podemos abundar aquí— se interconectaron, enlazándose en sus sueños psicoestimulados, creando diseños complejos de interrealidad. El primer tiempo o fase se reconoció como el de dibujo y la “Lámina dos” representa el momento como paradigma. En ella observamos una alegoría, aunque advierto, no es una alegoría y, en todo caso, debe “leerse” como un documento o una trascripción. Aparentemente, se trata de la representación de la vastedad de las relaciones y objetos de mundo que brotan de la conciencia humana, exaltada a través de chispazos de luz y en el anunciamiento de la trasfiguración. Mas, no es tan así, puesto que sabemos que la Melange no inventa, sino relaciona y
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desvela. Con los años de estudio aceptamos una teoría: la Melange abre el paso a otra realidad objetiva —lo defino mejor y siguiendo el razonamiento de Clarita Tejeda, conocida autoridad al respecto— escondida en la esencia misma de lo que hasta el momento llamábamos lo real. Sospechábamos esto —hablo en nombre de la humanidad— por la misma existencia de la fantasía como virtud humana, pero a lo largo de la historia nunca fue más que un momento de la subjetividad. La Melange, con su ataque radical al concepto de normalidad objetiva, abrió la compuerta. Estas láminas se han elegido por su configuración arquetípica y ejemplifican el paso. Son láminas seleccionadas entre el inmenso universo de la psicográfica elaborada. Son las láminas que, como nuevo abecedario y lenguaje, constituyen las letras actuales de la filosofía. De esta forma, la “Lámina tres” resume la nueva imagen operante de la figura humana. Enlazada en las redes neuronales maquínicas, la figura muestra la proyección de conciencia a punto de ingresar al pasaje (el momento más intenso de droga, cuando se abre el portal) para luego vivir entre mundos —conforme lo grafica la “Lámina seis”—, accediendo a la matriz colectiva en que todos, otra vez individuos (ver “Lámina ocho”), emergemos en forma de nahual o tótem, avatar o trasunto en el aura divina. ¬
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▶ Claudio Romo. Lámina tres. digital (2021).
▶ Claudio Romo. Lámina ocho. digital (2021).
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Autora invitada / Narrativa
Ella dice [rana] Itzel G. García
▶ Gema Ríos. Corazón de sandía. mixta (2021).
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rimero me encontré con S. Vive a una cuadra y media de mi casa. D, P y Q viven a ocho, catorce y veintidós. S dijo [hambre]. Entendí que quería que enlistara las opciones para comer. Dije [chilaquiles/ tamal//desayuno formal] (para el lector externo [a partir de ahora PE]: el orden de mis palabras era resultado del balance entre mi preferencia personal + mis intuiciones sobre sus preferencias personales. La mención del desayuno formal, con una pausa doble, significaba que si elegía la
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tercera opción podría desplegarle una nueva lista de opciones de lugares donde consumir algo más formal). Eligió chilaquiles. Llevé a S al negocio. El cartel que lo encabezaba decía en mayor tamaño: “Chilaquiles-verdes-plato”, y, abajo, la lista con las demás opciones. Había una larga fila, que se redujo con mucha rapidez. En nuestro turno, la vendedora nos miró, le devolvimos la mirada sin réplica y nos preparó un plato de chilaquiles verdes para cada quien (PE: porque
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era la respuesta más obvia). Nos los dio y nos fuimos en silencio, lo que quería decir que estábamos satisfechos con el servicio. En la esquina de la gasolinera vimos a P. Me pareció extraño que llegara antes que D. Si al llegar D no daba una razón, le preguntaría. Mi personalidad es curiosa (soy ENTP-A). Pero, principalmente, para obtener aquella nueva información que me permitiera predecir mejor los órdenes de llegada en reuniones posteriores. D llegó 15 minutos más tarde. Nos dijo [pulmón]: S, P y yo entendimos que se refería a que en la mañana había tenido una breve crisis respiratoria cuya causa no conocía aún. Ya nos diría cuando supiera. No dijimos nada, lo que quería decir que, como sus amigos, lo apoyábamos. Q llegó a la hora esperada. Era el último domingo del mes: día de espectáculo. Los espectáculos de fin de mes están destinados a los más trabajadores. Nosotros lo éramos. Los que trabajan menos o no trabajan tienen acceso a las necesidades, nosotros a las necesidades y a los privilegios. Q es pianista, P astronauta, D, S y yo analistas de datos. No es casualidad que los tres lo seamos: las personalidades afines tienden a elegir carreras afines (PE: los grupos de amigos son sugeridos por el equilibrio entre personalidades e intereses). Estábamos emocionados. Lo intuí porque nadie dijo que no lo estuviera + porque yo lo estaba + porque la primera vez que fuimos, dos años atrás, todos concordamos en que nos emocionaba ir y nadie había cambiado su declaración + porque vi a S, P y Q sonreír. El resto del viaje salió a la perfección sin necesidad de hablar (PE: gracias al “Método S&W”: S. y W. idearon un “método para ahorrar el 97% de las interacciones verbales, a partir de reemplazar la opción más obvia —en sus palabras, relevante— con silencio, así como para reducir el esfuerzo de las interacciones, mediante estrategias como señalar las relaciones entre sus partes con la longitud de las pausas” —Taylor, K. Simons & Werther’s Silence Method. 2023: p.12—). Entramos al Odisea casi desesperados. El aire fácil funcionaba muchas veces como una adicción. Era para algunos la mejor parte del Odisea: los filtros ultrafinos de ventilación. Dimos nuestras credenciales. El señor que nos atendió nos miró a los ojos cuando le extendimos las tarjetas naranjas, y yo repliqué [centro]. La respuesta obvia era que queríamos estar lo más cerca del escenario, pero a
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mí me gustaba más el centro. Me concentraba mejor si no sentía que se me observaba. Una de cada tres veces, mis amigos me consentían que estuviéramos en el centro. El señor nos dio cinco fichas del I-8 al I-12. En un inicio pensamos que la I era un 1, así que para resolver la confusión le mostramos a la acomodadora una ficha y ella se posicionó frente a la fila I (PE: para guiarnos con su cuerpo hacia la fila correcta). Nos sentamos. S me buscó con la mirada. Noté cómo volteaba hacia la derecha y giré la cabeza hacia la izquierda y vi sus ojos en mi dirección. Nos vimos. Me sonrió muy ampliamente. Nuestra amistad era la más fuerte dentro del grupo. S me lo dijo un día y yo no lo negué. Le sonreí de regreso. A mí también me emocionaba muchísimo el evento. Habíamos ido 14 veces. (En teoría, podíamos hablar cuanto quisiéramos en el Odisea. El aire puro lo hacía sencillo. Pero nuestra generación no había aprendido fuera del S&W). Las luces de la audiencia se apagaron y se prendieron las del escenario. Señal de que faltaban 7 minutos. El escenario tenía un telón gris oscuro de fondo y sólo había un banco alto sobre los tablones de madera. Salió Maya. Yo ya estaba impaciente y me dio mucha alegría ver su silueta de pera. También su distintivo traje plateado. Lo describiría, pero no sé. Sus ojos se posaron en el público de una forma que me pareció muy intensa. Se sentó sobre el banco. Con voz suave y lenta, dijo: —Es de noche. Sentí una oleada de calor subir por mis mejillas, hasta mi frente. No era de noche. Eran las doce del mediodía, casi exactamente. Era lo opuesto a la noche, pero Maya había dicho que era de noche. Como si lo fuera. Y, de pronto, en nuestras mentes lo era. Distinguíamos la luz que venía del exterior, desde la salida de emergencia. La veíamos, la reconocíamos, y al mismo tiempo veíamos en nuestros pensamientos una noche. No sé cómo, tan sólo imaginé la oscuridad que Maya prometía. Maya dijo después: —Hay una rana. Y la rana existió. Las palabras, en vez de sonar mal, falsas, horriblemente desconcertantes, como habrían sonado en cualquier otro contexto sin ranas, sonaban bien. Pude ver la rana en mi mente. Al mismo tiempo que no veía nin-
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guna rana en el escenario. En ninguna parte. Maya continuó, poco a poco, mintiéndonos. —La rana está junto a un lago. A diez centímetros de tocar el agua del lago. Hay luna llena. La luz de la luna se refleja en el lago. La rana está mirando el lago. La mentira se construía, las figuras estaban. Me encantaron la rana, el lago y la luna. Sabía lo que seguía, pero traté de quitármelo de la cabeza. Como si fuera la primera vez. Como si pudiera mentirme yo también. —El lago está ante una montaña. Detrás de la rana hay un árbol. La rana sigue mirando el lago. Quiere meterse al agua. Da un brinco y queda a medio centímetro del agua. La rana es del color del pasto. Verde. La rana se asoma al agua y ve un pez nadar. El pez es pequeño y rojo. Me gustaba incluso la pelea en mi interior. Esos instantes en que me regresaba el conocimiento de que no existía nada de lo que Maya decía. Pero ni mi parte más lógica podía negar que las cosas no eran exactamente iguales que si Maya no estuviera nombrando aquellas falsedades. La rana no existía, pero mi cuerpo no reaccionaba como si no existiese. Muchas otras cosas no existían y no tenían ningún efecto en mí. Pero sí pensaba en la rana, y ahora en el pez. Por instantes, me parecía verlos estar y moverse. —El pez avanza en círculos. Se aleja y se acerca a la rana que lo observa. La rana ya no quiere entrar al agua porque quiere seguir viendo al pez. La rana está tan distraída viendo al pez que no se da cuenta del búho que acecha, desde una rama del árbol. No entendí qué estaba pasando. Era la primera vez que Maya mencionaba un búho. Así no iba la historia. Mi corazón se aceleró un poco de la impresión. Por la esquina del ojo vi el gesto desconcertado de S. El mío debía de ser similar. —El búho no hace ningún sonido. Está atento a la rana. El búho tiene plumas plateadas. Después de doce segundos, la rana deja de mirar el pez y se acomoda un poco en su lugar. Tampoco entendí por qué sentía algo parecido a la decepción. El búho nunca existía, ni siquiera en la mentira. Era como si Maya nos estuviera mintiendo dentro de la mentira, y por alguna razón eso no se sentía igual. —El búho se da cuenta de que es una rana viva. El búho abre las alas, echa a volar y atrapa la rana con sus garras en
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el aire. La rana se debate, se debate y grita. Grita al búho que la deje caer sobre el lago. El búho, atento a la ladera de la montaña, la ignora, hasta que la rana abre la boca y de su garganta sale un alacrán. El alacrán tiene en la cola una cadena de metal. El alacrán se adhiere a la garra del búho, que insiste en no soltar a la rana y en no dejar de volar. No tenía sentido. Desconocía las razones, las palabras se habían vuelto impredecibles. Era terrible, para mí, para todos los que escuchábamos. Nada tenía sentido. S tenía los ojos muy abiertos y Q se tapaba los oídos con las manos. Yo había cerrado los ojos, pero seguía viendo la mentira del búho y de la rana haciendo cosas que no hacen los búhos ni las ranas. Maya elevó el tono de voz. Habló más rápido. Del público salieron murmullos y algunos quejidos. —Las plumas del búho se desprenden de su cuerpo. Debajo de ellas hay una cabeza café, inmensa, que es todo el cuerpo del búho menos las alas y las garras. Enfrente de la cabeza hay un rostro humano. La cabeza usa sus dientes para rasgar las ancas de la rana. La rana se sacude mientras un olor a jengibre brota de su panza verde. Sus tripas hierven. El alacrán cubre con la cadena el cuerpo del búho, mientras éste termina de devorar la rana. El búho ulula con el escozor del jengibre en la lengua. El búho cae por el peso del metal y el lago entierra su cuerpo. Sus plumas nadan en el aire, con risas de plata. El alacrán camina sobre el agua hasta regresar al pasto. Gotean tripas de rana. El lago se ha vuelto color pez. Maya terminó de hablar cuando la mayor parte del público ya se apresuraba hacia la salida. Maya había transformado la mentira más hermosa en una asquerosa pesadilla. Mi mente trataba con todas sus fuerzas de darle sentido a aquello que no lo tenía. Resultaba doloroso. No debían caber todas esas imágenes en los pensamientos lógicos del ser humano. Ni en la estructura del mundo. El mundo no funcionaba así. Dos segundos antes de salir de la sala giré para buscar la figura de Maya. Sus ojos se fijaron en los míos, sin réplica. Sentí miedo porque me di cuenta de que no tenía la menor pista de si la respuesta obvia era que se disculpara o no. S me jaló del brazo hasta el área común. Dijo [mareo]. Los cinco nos dirigimos a los baños del Odisea. ¬
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Narrativa / Microficción
Era domingo por la tarde (o no) Héctor Olivera Campos
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ra domingo por la tarde, el espacio temporal en que se agrupan el tedio y la decepción de la semana, semejante al filtro de la lavadora que recoge las minucias olvidadas en los bolsillos y las demás escorias centrifugadas al final del ciclo. ¿Por qué aquella melancolía vespertina? ¿De dónde provenía aquel desasosiego? ¿Por qué el domingo se llamaba domingo? Las palabras no eran más que convenciones, o, a lo sumo, herencias etimológicas malditas. El viejo pensó que si el domingo se llamara viernes, sería más llevadero y más fácil digerirlo, así que comenzó a decirse que era viernes por la tarde, ¿por qué tarde? Viernes nono. Y como no podía haber dos viernes (tres hubiesen sido multitud en la isla de Robinson), el día de la semana, antes conocido como viernes, pasó a llamarse sacacorchos. El juego le pareció divertido al viejo. ¿Qué otra cosa se puede hacer un domingo por la tarde, perdón, un viernes nono? Pensó en ello mientras usaba el baño. Al retrete lo bautizó como retrato y hacer uso de él, un autorretrato. El papel higiénico se transmutó en lija. Luego volvió a su dormitorio, es decir, sésamo. No, se dijo, persistía cierta sombra de lógica. Todo juego exige audacia. El salón se llamaría Hugo; la mesa, hora y, cada silla, Santa Cruz. El televisor pasó a denominarse ciénaga y las películas, lacas (la lógica acechaba de nuevo, esperando cualquier resquicio para volver a infiltrarse). El sofá, abracadabra. En ese punto se detuvo, todo juego precisa reglas: La mutación de las pimientas (palabras) tan sólo afectaría a las acelgas (sustantivos). Siguió cambiando nombres a capricho. Meditó que, de persistir en su tarea, su lenguaje privado sería cada vez menos inclusivo, más egocéntrico, menos comunicativo; pero no le importó, el absurdo es el lenitivo con el que la razón se distrae de su cansancio. A medio nono el armario, tomó un muro de ginebra, se sentó en el abracadabra y contempló una laca en la ciénaga.
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Acabada la tostadora regresó el hormigón. Menuda gilipollez tratar de cambiar la realidad a golpe de semántica, hacer del lenguaje una fantasmagoría, un espantajo y decir que así borramos la crueldad de lo existente a golpe de ensalmo. Cuando abandone el juego de pimientas, el dinosaurio de su soledad todavía seguirá allí. El viejo insistió y repasó los fracasos de su vida a la que llamó estafa, sus pasaportes felinos, su pantano payaso truncada. Fue su último viernes nono, el que llamó a la muerte, liberación y al bote de barbitúricos, herramienta. ¬
▶ Itzel G. García. JACARANDA. DIGITAL (2022).
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Reseña / Libros
Literatura de contacto: Un pájaro en el ojo, de Xóchitl Olivera Rafael Tiburcio García
Un pájaro en el ojo Xóchitl Olivera Lagunes Casa Futura Ediciones, 2021, Pachuca, México. 128 pp.
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os talleres literarios que imparte Xóchitl Olivera, autora de Un pájaro en el ojo, suelen enfatizar la escritura desde dos perspectivas: la primera relacionada con el viaje de la heroína, es decir, desde un sentido mítico pero tamizado por el presente; la segunda, desde la corporalidad, algo que podría parecer antitético, en principio, pero que no lo es si atendemos a la posibilidad de la palabra para detonar las formas en que experimentamos la realidad, casi siempre a través de los sentidos. Los cuentos de Un pájaro en el ojo bien podrían integrarse como una literatura de sensaciones que se desarrolla a partir de tres temas centrales: la corporalidad, el duelo y la empatía. Como indica la sinopsis del libro, “las historias de Xóchitl permiten sentir cada punzada bajo la piel, es una escritura hecha desde el cuerpo que permite compenetrarnos con los protagonistas de sus historias y situarnos en atmósferas terroríficas y realidades inquietantes. Para adentrarse
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en estos cuentos y conectar con el extravagante universo de la autora, hay que permitirse [...] leer con la totalidad de los sentidos”. Sin embargo, predomina, me parece, uno de esos sentidos: el tacto, convirtiéndola en cierto modo en una literatura del tacto, o de contacto, si apelamos a la crudeza de ciertos pasajes. Hormigas bajo la piel, hongos en las uñas, pelos de gato, tierra en la cabeza, sirenas que caben entre los dedos, quimeras que nacen de deseos, así como otros personajes, más realistas pero no menos terribles, que sufren o causan sufrimiento por igual. Se trata de cuentos que exploran y llevan a sus límites imaginativos las experiencias que podemos percibir con los sentidos, en historias que a veces apelan a lo fantástico, a veces a lo feérico y muchas veces al terror, pero en todos los casos desde una visión contemporánea, más personal que social, que prefiere centrarse en lo que hace frágiles y vulnerables a los personajes y, por eso mismo, dignos de exponer sus historias y miedos. Jovany Cruz, editor de Casa Futura, abunda en las sensaciones que experimentó:“…noté una sensación desde el primer cuento: algo podría pasarle a mi cuerpo, algo podría invadirlo, y esa inquietud me motivó a querer compartirlo”, y sí, los 16 cuentos que conforman el libro, divididos en bloques o categorías, generan esas inquietudes. Los primeros presentan estructuras y temas afines que se refuerzan entre sí; otros priorizan sus premisas por sobre la anécdota; y una tercera variedad, más “tradicionales”, prefiere descubrir los universos emotivos de sus protagonistas a la par que nosotros y la propia autora, anteponiendo la fabulación a cualquier plan o escaleta. Destaco personalmente el cuento que da título al libro,“Un pájaro en el ojo”, en el que una visita al médico se convierte en un pretexto para que el diálogo y la anécdota se impongan por sobre la estructura. “Live Note” presenta una interesante inversión de la Death Note y la mitología de los shinagamis presente en el manga. “Musgo” nos presenta una efigie de roble que le recuerda a su creadora lo insoportable que es una pérdida. “No te muevas” es un monólogo críptico y claustrofóbico con un manejo poderoso de la tensión. “Naturaleza muerta” presenta a una anciana en estrecha relación con su jardín. Y, por supuesto, destaca también el cuento que cierra el libro,“Semillas de sauce”, una crónica desgarradora de las mujeres que desaparecen a diario y el vacío que nos dejan, lo sepamos o no. Debajo de todas estas historias de horror y fragilidad se esconde el que quizá sea el tema más importante de estos cuentos: la empatía, una que los personajes traslucen mientras caminan mirando al suelo, mientras cuidan de aves diminutas, o mientras sus familiares, presas del olvido, arrastran con ellas el verdor de los jardines o entregan sus dones en sueños luego de que han muerto. ¬
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Autorvs Cecilia Eudave (Guadalajara, México). Narradora y ensayista. Algunos de sus libros son: Registro de imposibles (cuentos, 2000, 2006, 2014), Bestiaria vida (novela, 2008, 2018), con la cual ganó el premio de novela Juan García Ponce, En primera persona (cuentos, 2014), Aislados (novela, 2015), Microcolapsos (minificción, 2017, 2019), Al final del miedo (cuentos, 2021) y El verano de la serpiente (novela, 2022). Escribe también cuentos infantiles con títulos como Papá Oso (2010) y Bobot (2018), y novela para jóvenes. Ha sido traducida a varios idiomas, participado en diversas antologías y revistas tanto en México como en el extranjero. En 2016 se le otorgó la Cátedra América Latina en Toulouse, Francia y en 2018 fue invitada de honor de la Cátedra Dolores Castro por la Universidad Autónoma de Aguascalientes. Raquel Hoyos. Autora de la compilación de cuentos Maldita (2021). Sus relatos de ficción especulativa han aparecido en diversas antologías impresas y en revistas digitales. Este 2022 publicará con Odo ediciones Imago, ganador del Primer Premio de Libro de Cuentos Imaginación y Futuro, convocado por la MexiCona. Poldark Mego (Lima, 1985). Psicólogo, actor y director de teatro. Publicó Pandemia Z: Supervivientes (2019), El Domo, historias distópicas (2020) y Pandemia Z: Cuarentena (2021), en ediciones Torre de papel; y El libro del Erebo (2022) en editorial Cthulhu. Como gestor cultural ha organizado la convención internacional de literatura fantástica Uróboros 2020. Antologador de Pulp primitivo y Cyberterror (2020) con Speedwagon Media Works. Es director editorial del sello de literatura fantástica Pez del Abismo. Hugo del Castillo. Doctor en Letras, maestro en Letras Españolas, licenciado en Lengua y Literaturas Hispánicas (UNAM) y miembro del Sistema Nacional de Investigadores (SNI-CONACYT). Es profesor de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM desde 2011. Colaboró como investigador dentro de la FFyL en el proyecto Escritura autobiográfica en México en el siglo XIX y XX y también en el proyecto Letras y Literatura Comparada en la UNAM. Eduardo Montagner Anguiano (Chipilo, Puebla, 1975). Lingüista, defensor de las lenguas minoritarias de México y escritor en idioma véneto y castellano. Sus obras literarias mantienen una identidad propia de la localidad poblana de Chipilo. Mayo Nieto. Médico especialista en psiquiatría, investigador clínico y escritor. Ha publicado textos científicos y narrativa autobiográfica. Es profesor de la Facultad de Medicina de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí. Itzel G. García (Michoacán, 1998). Pasante de Lengua y Literaturas Hispánicas por la UNAM. Sus intereses son la lingüística, la literatura fantástica y el dibujo digital. Ha publicado cuento e ilustración en las revistas Primera Página, Tlacuache y Voces Emergentes de la Literatura. Alma Mancilla. Antropóloga y escritora mexicana. Autora de un par de libros de cuentos y de cuatro novelas. Su obra ha obtenido, entre otros, el Premio Nacional de Literatura Gilberto Owen (2011) y el Premio Bellas Artes de Novela José Rubén Romero (2018). Ilse Sánchez Quintero (Hidalgo, 1986). Licenciada en Ciencias de la Comunicación. Becaria del Festival Cultural Interfaz 2016, ha participado en seminarios, talleres, foros y spoken words. Recurrió un tiempo a la memoria de artificio, a explicarse en verso. Se le acabaron las palabras, pero considera que sólo en la escritura puede ser ella misma sin intentar complacer a nadie. Daniel Maturana Caballero. Escritor dedicado desde 2017. Con tres publicaciones físicas, ha dedicado sus tramas a la ciencia ficción, centrándose en los dramas de la rutina, el posicionamiento de la mujer en la sociedad y los viajes en el tiempo, entre otras. Alejandra Inclán (México). Comunicóloga y especialista en Promoción de la Lectura por la Universidad Veracruzana. Ha publicado No era quien me dijeron ser (Bellaterra, 2016), La pieza que me faltaba (Amazon, 2018) y Sentirte de a poco (Amazon, 2019). Héctor Olivera Campos (Barcelona, España). Escritor con varios premios literarios ganados. Javier Torres Marruffo (Perú, 1992). Bachiller en artes escénicas y literatura, dirige la plataforma cultural Hoguera de las vanidades.
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Julio Villalva. Escritor español. M. Sebastián Salas (Lima, Perú 1992). Estudió Comunicación Social y la maestría en Escritura creativa en la UNMSN. Ha publicado Seres comunes y Algo anda mal con nosotros (2021). Participó en Líneas sobre la arena (2018) e Historias algorítmicas (2020). Xóchitl Olivera Lagunes (Ciudad de México, 1985). Escritora feminista. Estudió ingeniería agrícola en la UNAM. Ha publicado relato, cuento, ensayo y poesía en las revistas Cronopio, El Universal, EspeculativasMx, Tierra Adentro y El Beisman. Ojos de gato (2016) fue su primera novela. Ha impartido talleres de narrativa y es cofundadora y editora de la revista digital Semillas de sauce. En 2020 ganó el Premio Nacional de Novela Joven, José Revueltas. Mauricio del Castillo (México). Ha publicado varias colecciones de cuentos y novelas de ciencia ficción. Ganó el Primer Concurso de Cuento de Ciencia Ficción del Festival Semillas 2020, organizado por la UACM con el cuento La gente de la capital. Ángela Almonaci (Estado de México). Habitante de un pequeño pueblo, estudió en la Escuela Superior de Física y Matemáticas del IPN. Para ella, escribir no es un pasatiempo, sino algo a lo que desea dedicarse y llamar trabajo. Obsesionada por los fantasmas y su concepción. Abril Alcaraz (México). Directora de teatro y video documental, escritora, fotógrafa y performer. Entre sus intereses destacan las artes, la cultura pop, la filosofía del arte, la lingüística, las lenguas minoritarias, la historia global, la antropología, la geopolítica y las ciencias. Alexis Figueroa (Concepción, Chile). Escritor, guionista, poeta e investigador cultural. Ha publicado novela, poesía, cuento, investigación cultural, narrativa gráfica y traducción. Ha participado en proyectos experimentales de carácter medial. Adriana Rocha, “Drita” (Bolivia). Psicóloga con especialidad en educación superior por competencias y docente de inglés en las carreras de medicina, enfermería, administración de empresas y odontología. Claudio Romo. Ilustrador. Cósima Villabosque (Ana María Ortiz Baker) (Monterrey, México). Licenciada en Letras, maestra en Literatura Hispanoamericana. Siempre se ha inclinad por la fantasía. Entre sus autores favoritos se encuentran Walt Whitman, Patti Smith, J.R.R. Tolkien, y Cornelia Funke. Manuel Mörbius (México). Ciudadano de composta biomecánica, licenciado en sociología por la UAM-Xochimilco, escritor de ciencia ficción e investigador independiente durante los tiempos muertos de la morgue. Productor de radio y medios digitales en la distópica Tenochtitlan. Silvia Favaretto (Italia). Presidenta de la asociación Progetto 7LUNE que difunde la cultura hispanoamericana en Italia. Ha editado 13 libros entre prosa y poesía (ediciones en Costa Rica, Argentina, Colombia, México, Honduras, El Salvador). Jurado de premios literarios italianos. Gema Ríos (México). Su obra se centra en temas simbólicos. Ha realizado proyectos para concientizar sobre diversas problemáticas a través del arte. Ha expuesto individual y colectivamente en México, El Salvador, España, entre otros países. María Susana López (Quilmes, Argentina). Docente, artista plástica, escritora amateur. Participó en varias muestras, exposiciones, concursos y antologías. Colabora en revistas nacionales e internacionales. Actualmente continúa con la enseñanza y la expresión artística. Felipe Huerta Hernández (Zacatlán, México). Sus textos han sido publicados en la antología Historias de Las Historias (Ediciones del Ermitaño, 2011). Miguel Ángel Lara Reyes (Toluca, México 1984). Colaborador de la revista Página Salmón. Sus trabajos han sido publicados en revistas y en la antología Años luz (Activarte, 2018). Rafael Tiburcio García (Villahermosa, 1981). Escritor, melómano y locutor. Conduce y produce los podcasts Indisciplina y Espejo Humeante. Autor de Cuentos de bajo presupuesto (2014) y Rabia | Ikari (2015). Mención honorífica en el Primer Premio de Libro de Cuentos Imaginación y Futuro de MexiCona. FB, TW, IG: @juancorvus.
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CONVOCATORIA “Arqueologías del futuro” La revista Espejo Humeante INVITA a participar en su duodécimo número mediante las siguientes: BASES 1. Podrán participar autores e ilustradores de cualquier edad, género y nacionalidad presentando un trabajo original escrito en español, o en cualquier idioma o lengua originaria latinoamericana siempre que incluyan su respectiva traducción al español, cuyo tema sea: ARQUEOLOGÍAS DEL FUTURO. 2. Los participantes enviarán un único texto de ciencia ficción u otras variedades de géneros no miméticos que aborden distintas formas de especular reconstrucciones de objetos e ideas imaginarias del pasado basadas en fragmentos o residuos de uso desconocido y/o de origen incierto, desde aquellas que imaginan nuestro presente o futuro en el pasado de las sociedades y mundos por venir, a través de perspectivas negativas (apocalípticas, distópicas) o positivas (decolonización, feminismo, ambientalismo, etc.), así como aquellas que prefieran abordar aspectos de sus pasados remotos desde estéticas o contextos retrofuturistas como steampunk, raypunk, dieselpunk, atompunk, leverpunk, cassettepunk o scrappunk. 3. Recibiremos colaboraciones de los siguientes GÉNEROS: o Cuento / Relato: máximo 2000 palabras. o Ensayo / Artículo / Crónica: máximo 2000 palabras. o Reseña: máximo 700 palabras. o Microficción: máximo 500 palabras. o Poesía: máximo 500 palabras o 90 versos. o Artes visuales: hasta 5 ilustraciones (tema libre). 4. El texto deberá enviarse en un archivo de Word escrito en fuente Times New Roman, a 12 puntos. El documento no deberá incluir el nombre del autor y deberá nombrarse según el siguiente formato: “Género-Arqueologías-Título.docx”. Ejemplo: “Cuento-Arqueologías-Demonionegro.docx”. 5. Para ARTES VISUALES, recibiremos de 1 a 5 ilustraciones, preferentemente del mismo estilo, en formato .jpg o .png, con un tamaño mínimo de 1000 y máximo de 3000 pixeles por lado. Cada imagen deberá nombrarse según el siguiente formato: “Autor-Título-técnica-año.jpg” o “.png”. Ejemplo: “OmarMoreno-Orbis-collagedigital-2021.jpg”. 6. Los textos e ilustraciones se enviarán a través del siguiente formulario de Google: https://forms.gle/qXSoBQuFzrRWYegcA
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Además de cargar su participación en el formulario, se les solicitarán su nombre artístico, semblanza breve y otros metadatos. Toda la información que proporcionen será tratada con absoluta confidencialidad por parte del comité editorial y sólo se dará a conocer aquella estrictamente necesaria para la difusión de los trabajos que resulten seleccionados. 7. El formulario permanecerá abierto para la recepción de colaboraciones del 25 de febrero al 13 de marzo de 2022. 8. Los autores e ilustradores seleccionados serán dados a conocer en el sitio web y las redes sociales de la revista la última semana de abril de 2022. 9. Los autores seleccionados aceptan que el material de su autoría sea sometido a las correcciones pertinentes de estilo, forma o fondo, en caso de que el comité lo considere necesario. Espejo Humeante procura mantener un cuidado editorial riguroso, siempre en beneficio de la obra, por lo que no participar en estas revisiones y sugerencias será motivo de descalificación. 10. Los trabajos se publicarán en junio y agosto de 2022. 11. Espejo Humeante es un proyecto independiente, sin fines de lucro y de publicación gratuita; por tanto, no ofrecemos pago por los textos. 12. Sobre los derechos de autor: los escritores e ilustradores publicados conservan todos los derechos sobre sus obras en todo momento y pueden reproducirlas en otras publicaciones; sin embargo, solicitamos que, por respeto a nuestro trabajo editorial nos otorguen un periodo de exclusividad de dos meses para promoción y difusión. Asimismo, son responsables de las opiniones que expresen. La responsabilidad sobre la legitimidad de los derechos de propiedad intelectual o industrial correspondientes a los contenidos aportados por quienes envíen material para su publicación, recae exclusivamente en quienes los envían, y de ninguna manera sobre la revista o el comité editorial. 13. El comité editorial está facultado para descalificar cualquier colaboración que no cumpla con los requisitos de esta convocatoria y no estará obligado a dar razón del rechazo de ningún trabajo. La participación implica la aceptación de todas las bases. Contacto: espejohumeanterevista@gmail.com https://espejohumeanterevista.wordpress.com Facebook, Twitter, Instagram: @EspejoHumeanteR
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