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Aurora caribeña

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Instrucciones

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Breigner Torres

(Número 6, Colonización. Junio de 2020)

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Hugo estaba en la azotea de su casa teniendo un poco de jugueteo con su novia cuando el resplandor del cielo cortó el besuqueo y quedaron atónitos. Él sabía de las auroras que se veían cerca de los polos, pero jamás había oído de auroras caribeñas. Ahora el cielo nocturno era dominado por un brillo azulado, parecido al neón, mientras algo como un rocío caía con la brisa suave y cálida del viento.

Miró su mano y, sobre el lomo, había un poco de este rocío. Hugo pensó que quizá estaba alucinando, pero esa idea despareció cuando vio que Johana miraba el cielo también.

¿Qué es eso, cariño? preguntó, tomando a Hugo por el brazo.

Éste no le respondió, estaba perdido con la mirada en el cielo que, de un momento a otro, comenzó a brillar. Ella tuvo que tirar un poco del brazo para que su novio reaccionara.

¿Es una de esas auroras, Hugo, como las que vimos en los documentales que te gustan? preguntó, todavía recostada sobre la manta con estampados florales del suelo.

Las auroras solamente se ven en los polos respondió él, tratando de no sonar tan sorprendido . No tengo idea de qué sea esto.

Hugo se puso de pie y observó que muchas otras personas estaban afuera, maravilladas por las luces en el cielo. El tránsito en la calle del frente se había detenido y todos habían dejado de hacer sus quehaceres para ver aquel espectáculo fluorescente. Los ojos de Hugo eran sólo otro par entre los miles que estaban cautivos en la aurora en ese preciso momento, mientras el rocío brillaba igual que el cielo y florecía sobre él y sobre todos.

Vamos adentro, bajemos dijo. No se sentía cómodo.

¿No te parece hermoso? Johana todavía estaba acostada en la manta, apoyada sobre los codos. No parecía querer levantarse.

Entremos, Johana.

Quiero seguir aquí contestó, sin dejar de ver el cielo.

Después de insistir un par de veces más y de que ella no aceptara siquiera levantarse, decidió entrar solo. Fue al baño. Al verse en el espejo notó que había unas manchitas fluorescentes en su cuerpo.

Se lavó los brazos frenéticamente pero las manchas no salían, por el contrario, estaban empezando a expandirse. De pequeñas manchas empezaban a formar parches azulados. Desde dentro de su casa, escuchó el ruido del caos que se adueñaba de las calles con gritos y lamentos acompañados de estruendosos golpes; algo grave estaba ocurriendo.

El pánico se adueñó de él y recordó que su novia todavía estaba a la intemperie. Le preocupó que aún no hubiera bajado. La casa se vio iluminada de la luz azul que entraba por las ventanas. El brillo se iba tornando más y más fuerte y su brazo ahora estaba cubierto casi totalmente de esa fluorescencia. Corrió escaleras arriba a buscarla.

¡Johana! llamó desde el umbral de la puerta hacia las escaleras. Ella no respondió, aun cuando empezó a gritarle que volviera.

Cuando llegó a la azotea se sorprendió al verla de pie, con los brazos abiertos. Su cuerpo entero brillaba con el mismo color e intensidad que el cielo, tanto que sólo se veía la silueta azul resplandeciente.

Horrorizado, corrió hacia ella e intentó tomarla por uno de sus brazos, pero éste simplemente se deshizo al contacto, se desintegró en polvo que fue arrastrado por la brisa, al igual que el resto de Johana.

Hugo intentó asir las partículas de aquellas cenizas resplandecientes que se le escapaban entre las manos. En el fondo creía saber que eso era Johana y que la iba a perder para siempre. La desesperación y la incertidumbre se apoderaron de él, pero no pudo rescatar nada.

Mientras lloraba amargamente de rodillas sobre la manta, Hugo se dio cuenta que él también estaba completamente cubierto por la misma luz azul. Miró al cielo, a la aurora que lo cubría, y sintió que la aurora también estaba mirando hasta lo más profundo de él, como si le hablara, como si le contara la historia de un tiempo distante, de una colonización devastadora que le ahorraría a la humanidad eones de evolución dolorosa.

Se dio cuenta, mientras su mirada se perdía en la luz, que ésta era hermosa, que su naturaleza era como la de una divinidad. Mientras más veía dentro del resplandor, más paz le daba sentir cómo la aurora de neón lo cubría y se filtraba dentro de él. Y sentía a Johana en la luz que cubría todo su cuerpo.

Finalmente percibió cómo su mente de disipaba y, pacíficamente, se dejó llevar a un lugar donde él ya no existía, donde Johana ya no existía, mientras imaginaba que la vida florecía nueva y perfecta, unida a todo, sin humanidad que la corrompiera.

Antes de desaparecer, Hugo logró ver cómo su brazo y el resto de su cuerpo se desintegraban en cenizas que se mezclaron con las de Johana, arrastradas por la brisa. ¬

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