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Una conciencia limpia

Mical Karina García Reyes

(Número 13, Noir. Noviembre de 2022)

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Una fétida neblina los envolvía, mezclada con la enrarecida atmósfera provocada por el petricor externo, el consumo etílico y la propia tensión de la negociación. A pesar de ello, los ejecutivos mantenían su lógica y diplomacia habitual en el trato, no sin cierta camaradería. La mesa de aquel exclusivo y lujoso restaurante era sitio para acuerdos que no podían cerrarse en el marco de la legalidad.

Licenciado Garza, ¿estamos en un lugar seguro para hablar? Usted sabe lo que se rumora por ahí… sobre los incorruptibles susurró Gerardo Gutiérrez, mientras se inclinaba lentamente hacia el lado derecho de la mesa.

¿Incorruptibles? inquirió Garza, también con voz baja.

Sí, se rumora que son agentes de la policía que no aceptan sobornos. Y lo peor, que vigilan todas las transacciones legales en las que hay dinero público involucrado. Buscan la transparencia absoluta de todos los acuerdos aseveró Gutiérrez con suma solemnidad y recato.

¿Agentes infiltrados? el licenciado Garza nunca había escuchado sobre ello.

Eso se dice concluyó en un susurro más tenue.

Descuide incrementó el volumen de su voz , todos aquí somos de confianza. Sólo somos mi vendedor estrella, mis dos nenas y yo. Abrazaba a dos hermosas mujeres iguales entre sí, de cabello castaño y tez morena, con rebosantes mejillas rosadas que irradiaban el candor de los veintes, aunque el señor Garza alcanzaba los sesenta años . Y no se preocupe por ellas, no entienden lo que hablamos, fueron creadas estúpidas. Pero la boca la saben usar y muy bien soltó una carcajada que fue acompañada por los presentes.

Está bien. Antes que nada, dígame, ¿ustedes se encargan de producir los clones o los compran a otros proveedores? inquirió Gerardo Gutiérrez. Lo acompañaba Eduardo Osorio.

No se sabía exactamente cuál era la fuente de ingresos de los dos últimos, pero el licenciado Garza y Rodríguez asumían que era mejor no preguntar.

Los compramos a otros en China dijo Rodríguez, quien estaba seguro de que los negociantes estaban desesperados por la insistencia y premura con la que los habían citado, comprarían el producto incluso si les decía la verdad.

Eso quiere decir que, básicamente ustedes son intermediarios, ¿cierto? cuestionó Osorio.

Así es, realmente nosotros no los generamos ni mantenemos, los recibimos en periodo de dormancia agregó Garza.

He escuchado mucho sobre los clones procedentes de allá, no les dan suficiente ácido fólico y tienen muchas deficiencias en la metilación del adn. Gutiérrez hizo una mueca . No sé si nos sirvan.

Despreocúpate, Gutiérrez intervino Osorio . Creo que servirán para lo que tienen que servir. Además, mira a esas nenas, se ven de muy buena calidad.

“Servirán para lo que tienen que servir”, la frase resonó en la cabeza de Rodríguez, como un estridente y ahogado grito.

Perdone que pregunte, pero, ¿para qué planean usar los clones? musitó el vendedor . Quizá les pueda brindar una mejor asesoría sobre el tipo que les puede servir.

Eso no les incumbe, así como a nosotros no nos incumbe el cómo lograron evadir la ley para vender clones sin el certificado de aprobación de la Organización Internacional de Derechos de los Humanos Replicados, ¿me entiende? respondió Osorio, de forma contundente.

Por supuesto que lo entendemos, ¿verdad, Rodríguez? el licenciado Garza miró de soslayo a su subordinado, en signo de desaprobación.

Pues bueno, Osorio, si estás seguro de que no tendremos inconveniente con aquello de la metilación, yo no tengo nada que agregar. Los clones están a muy buen precio agregó Gutiérrez, no del todo convencido, pero tampoco con los argumentos suficientes para poder objetar. Los asistentes siguieron discutiendo los pormenores del trato, riendo, bebiendo y bromeando. Cerraron el trato y celebraron a discreción. La charla continuó y, de un momento a otro, se centró en la disertación sobre los derechos de los clones.

A la salida, sólo Rodríguez caminó al suburbano bajo el goteo constante que llovía sobre aquellos lúgubres edificios olvidados, lejos de la opulencia del restaurante minutos atrás. “Si se cierra el trato con esos tipejos, te llevarás una comisión suficientemente buena, hasta podrías comprarte a una de nuestras chicas, o a cinco”, le dijo su jefe antes de despedirse.

Llegó a su austero departamento y observó a su alrededor, el mantenimiento era necesario desde hacía mucho tiempo: pintar las paredes, arreglar la cerradura de la puerta, las ventanas y también la instalación eléctrica que echaba chispas. Si todo salía bien, efectivamente conseguiría el dinero suficiente para arreglar los desperfectos.

“Servirán para lo que tienen que servir”, retumbó en su cabeza, casi como el chillido de una superficie lisa al raspar con las uñas. La venta de humanos replicados, o clones, como se les conocía coloquialmente, estaba fuertemente controlada en todo el mundo, muy pocas empresas podían ofrecer tal producto, puesto que cumplir con la legislación ética era un martirio. La mayoría de los que lo intentaban, renunciaban al esfuerzo luego de toparse con la rígida burocracia de certificación que bien podía demorar un par de años. Sólo su jefe logró traficar aquellos clones y venderlos abiertamente sin ser atrapado. Rodríguez aún desconocía su secreto.

“Servirán para lo que tengan que servir”, se repitió en su cabeza y observó de nuevo su departamento. Ante las carencias en las que vivía, aquel dinero también resonó en su cabeza por un instante. Como una ráfaga, su conciencia moral suprimió aquel eco. Rodríguez no podía permitir que la duda se extendiera por encima de su rectitud, así que corrió a la cocina y tomó un cuchillo. Con la punta trazó algunas líneas sobre la epidermis de su muslo, sin ni siquiera permitirse manifestar a sí mismo el dolor que sentía. Apenas unas gotas de sangre brotaron de su cuerpo, llevando consigo los residuos de aquella duda punzante.

El motel esplendía con sus luces neón que cambiaban su color entre la oscuridad de la noche y la humedad de la lluvia. Sin alumbrado público circundante en funcionamiento, aquella iluminación era lo único que permitía ver a las prostitutas rodeando el hediondo lugar, a la espera.

Escogió al azar a una de las mujeres cuyo rostro le pareció familiar, sus ropas y cabello escurrían. Tan pronto llegó a la habitación, la sexoservidora se quitó la ropa ante la sorpresa de Rodríguez. La joven lo miraba, expectante, con ojos humedecidos y mejillas rebosantes. A pesar de la peluca y el exagerado maquillaje, Rodríguez identificó su rostro, era el mismo de las mujeres que los acompañaron en la negociación, meses atrás. Intentó conversar pero ella simplemente no parecía captar el significado de ninguna de sus palabras. “¿Deficiencias en la abstracción de ideas?”, se preguntó.

“Hasta podrías comprarte una de nuestras chicas, o cinco”. La mujer, incapaz de sostener la mirada, mantenía la cabeza baja mientras escapaban un par de lágrimas y ahogaba sus sollozos. Sin embargo, seguía luciendo hermosa. Rodríguez se acercó lo suficiente para rozar sus labios con los de ella, húmedos y con aroma a cigarro. Instintivamente, colocó sus falanges sobre los hombros de la chica y profundizó el beso.

Luego llevó sus manos a las mejillas de la chica y al sentir el torrente de sus lágrimas humedeciendo sus dedos, se detuvo. Le pagó y salió del motel.

“Finalmente, los clones son creados al servicio de la sociedad. Sin derechos, libertades ni obligaciones, sin la capacidad de quejarse si uno así lo quiere. Quienes los compran también los usan, los someten a experimentos de todo tipo y llaman ciencia a eso. ¿Cuál es la diferencia entre quien los compra? ¿Darles una vida digna? ¿No te parece hipócrita que el gobierno diga eso? Los nacidos no tienen qué comer, viven en una aguda pobreza, ¿y me dicen que los clones merecen buena calidad de vida? Si de todos modos existirá la trata de órganos y de mujeres, ¿no es mejor que la fuente de esos recursos sea fabricada y no humana? Seguramente así disminuiría el número de desapariciones en el país”. Esas fueron las palabras de su jefe.

Recostado sobre su cama, Rodríguez se preguntó si las clones que lo acompañaban aquel día también lloraban por las noches, mientras sostenía y presionaba el filo del cuchillo contra su piel, esta vez más profundo, más desgarrador, formando grietas que manifestaban el quebranto de su voluntad. Mientras el dolor se incrementaba explosivamente, sus pensamientos eran acallados por completo. Los deseos asentados en su mente horas atrás escaparían con el oxígeno de su sangre. Las neuronas que perpetraron aquella vacilación no merecían más de aquella molécula vital.

Las pruebas presentadas por Rodríguez eran suficientes. El licenciado Garza fue acusado de corrupción, falsificación de documentos legales y tráfico de influencias. Resultaron clave para la localización de sus cómplices en el departamento nacional de la Organización Internacional de Derechos de los Humanos Replicados, aquellos que desviaban la mirada ante la venta ilegal de Garza. Los compradores, Gutiérrez y Osorio, también fueron arrestados por trata de humanos replicados. El destino de las clones sería luego determinado por el Comité Nacional de Ética, quizá serían enviadas a algún centro de rehabilitación luego de unos años de trámites burocráticos.

Fue una victoria más para el Departamento Policiaco de Modificación Suprahumana, cuyos agentes recibían un entrenamiento especializado. Estaban condicionados para no sentir deseo, codicia o apego por ningún objeto material o persona, mientras sus respectivas conciencias eran mucho más incisivas y ruidosas que lo normal. Por ello eran llamados “suprahumanos”. Dicho departamento había demostrado ser eficiente, impoluto e incorruptible, por lo que el Comité Nacional de Ética no cuestionaba sus métodos.

Rodríguez acudió a la oficina de su jefa de verdad en el departamento. Algo perturbaba sus pensamientos, sabía que la inquietud moral era esa picazón insistente que poco a poco lo obligaba a desgarrar la epidermis hasta hacerla sangrar. Quizá si se desangraba por completo lograría expiar sus culpas.

Jefa, sobre este asunto de los clones, yo flaqueé en muchos momentos. Y me encargué de rectificar, pero siento que no lo suficiente —lamentó Rodríguez ante ella, una mujer de alrededor de cincuenta años.

Lo importante es que hiciste lo correcto, eso distingue a nuestro departamento. Pero si quieres sentirte tranquilo contigo mismo, podemos apoyarte. ¿Te gustaría recibir un refuerzo moral? Cuando mis suprahumanos empiezan a dudar, es correcto brindarles ese servicio gratuito. ¿Qué me pasaría si, acaso, me corrompiera? preguntó el subordinado.

El entrenamiento conductual es tan fuerte que posiblemente no soportarías tu existencia. La culpa se volvería una carga tan grande que incluso podrías acabar con tu vida. Afortunadamente, nunca nos ha pasado.

Quiero el refuerzo moral agregó Rodríguez, después de un largo e incómodo momento de silencio.

Todo su cuerpo agonizaba, millones de agujas se clavaban hasta sus músculos; cada centímetro de su piel recibió su castigo. Miles de microcircuitos se conectaron a cada célula cutánea del sistema nervioso, azotándola hasta desfallecer. Cada deseo, anhelo, cada aspiración o pensamiento de superación fue oprimido con ese castigo. Cada momento de duda desató una ráfaga de violencia y dolor. “Recuerden este tormento cuando piensen en decir sí. Recuerden la aflicción de este refuerzo cuando duden de hacer lo correcto”, dijo el entrenador miles de veces. “Regresen cuando vuelvan a sentir que su conciencia no ha sido suficiente para guiarlos en el camino de la rectitud”.

Apenas tolerando el roce de la ropa sobre su piel, Rodríguez llegó a su pequeño departamento, se despojó de sus prendas y permaneció de pie en la única esquina libre al interior de sus cuatro paredes. No quería recostarse, seguramente no soportaría el dolor.

Cansado y con la epidermis punzante, observó a su alrededor. Las despintadas paredes, la cerradura que no era segura, las ventiscas que corrían por la habitación con ventanas rotas, acompañadas de las chispas que crujían con la corriente eléctrica, la insondable soledad que lo envolvía todo con su eco estremecedor. Bajo una renovada visión del mundo, todo le pareció hermoso.

Austero y bello. Qué bien me siento de vivir así, de servir para lo que tengo que servir, de ser un suprahumano exclamó orgulloso para sí, mientras intentaba dormir de pie, desnudo, con miles de cicatrices en su cuerpo, pero con la conciencia más limpia que nunca. ¬

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