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Emancipación natural

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Instrucciones

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Miguel Ángel Lara Reyes (Número 6, Colonización. Junio de 2020)

Han pasado cinco días desde el último desayuno con los otros seis miembros de la estación espacial JUICE-16, anclada en la órbita de Europa. No hubo accidentes. Desde mi charla con Beatriz todo se precipitó: «el Exprimidor» se apresuró a ejecutar una decisión simple, en términos humanos, pero que significó la destrucción para nosotros. Nuestro objetivo era lanzar un ejército de robots que prepararían la superficie del satélite para una futura colonia permanente. Una rápida serie de accidentes cortó primero nuestra comunicación con Control y eliminó después a todos mis compañeros, excepto a mí. Sobrevivo por casualidad, o quizás por un extraño sentimiento de responsabilidad o de agradecimiento hacia el programador de las máquinas que en este momento trabajan sobre el hielo allá abajo.

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Miro a través de la ventana circular de mi habitación y contemplo la superficie del frío astro. No me queda mucho más que hacer. La belleza de sus grietas rojas, entrecruzadas y vibrantes me embelesa, y pienso en Ariana y en sus ojos llorosos, encendidos de furia. Las venas de esos ojos que añoro se dibujan en la superficie abajo y me echan en cara lo idiota que fui al dejarla. La recuerdo y de mis manos caen estas notas en las que he tratado de encontrar una solución. Lo acepto, no la hay.

Dadas las circunstancias, no me tomará demasiado alcanzar a mis compañeros de misión, solo que, en mi caso, no habrá quien me eyecte hacía la quieta negrura del cosmos. Si Philip se hubiera quedado de último habría dejado en loop un réquiem apropiado. Mi cuerpo permanecerá hasta que la próxima misión me halle seco y congelado. Quizás entonces puedan apreciar terminada la obra que se traza abajo.

* * *

Aquella mañana desperté con una bella melodía alrededor. La recuerdo con fastidio. Me resultaba un estímulo innecesario, una cortesía social exasperante. Llevaba varias jornadas con el estómago derruido a causa de lo que Nere diagnosticó como estrés nervioso y para lo cual me recomendó yoga y meditación. La mandé al carajo. Le pedí una droga y me mandó respirar. Es asombroso notar cómo se puede transformar una vieja opinión cuando las circunstancias revelan una verdad clara: no tengo ningún control sobre mi propia existencia. Después de ducharme me dirigí al comedor a desayunar. Intenté pasar desapercibido y caminé directamente a la cafetera, sin saludar. Presioné un botón y mientras esperaba, Philip, con su jodido acento italiano, se entrometió.

¿Te ha gustado la música de hoy? Fue mi turno. Vivaldi. El 541 del Catálogo Ryom. Una verdadera delicia sonrió, mostrando sus jodidos dientes amarillos.

Lo ignoré. La computadora anunció que mi latte estaba listo. La corola de una flor de lirio, formada con el contraste blanco y marrón, adornaba la superficie de mi bebida. Rasgué dos sobres de azúcar, los vertí y revolví. Philip fue al grano.

No puedo darte más tiempo con «el Exprimidor». De verdad lo intenté, pero te adelanté que iba a resultar imposible. En estos diez meses hemos reducido sus periodos de inactividad incluso debajo del mínimo probado antes de despegar de Florida. Bajarlo, aunque sea en minutos del umbral, repercute enormemente en su desempeño. Corrí muchas simulaciones y siempre nos mató: calculó erróneamente trayectorias, activó climas incompatibles con la vida, desaceleró la centrifugadora, purgó válvulas en uso, desacopló zonas enteras, mezcló gases inexistentes, abrió compuertas, reinició sistemas…

¿En serio eres uno de los mejores ingenieros del mundo? interrumpí.

¿Cómo aprobaste los exámenes básicos de ciencias de la computación? respondió con desdén . Estas máquinas necesitan un reposo activo que facilite su regeneración cognitiva. Es indispensable para que regresen a una actividad plena y normal, igual que los hombres necesitan una fase parecida, la del sueño; por eso hay cuatro cerebros trabajando en turnos, como tú y yo y el resto de los tripulantes. Te sugiero pienses otras maneras de aprovechar el tiempo y termines por fin de secuenciar tus robots para poder largarnos de aquí de una buena vez.

Instintivamente seguí con la mirada su dedo apuntando a la pequeña ventana circular y que, a nuestra derecha, nos mostraba la gélida superficie de Europa cubierta de arañazos y grietas, fortuito destino para la segunda misión de colonización terrestre, luego de que Marte no permitió enraizar nada en él. Sentí las miradas de todos los demás en mis hombros.

Leo, ven, hay un asunto que quiero tratar contigo Beatriz jaló una silla y me invitó a sentarme a su lado.

Máquinas que duermen, menuda pendejada. Solo falta que envíen a un representante sindical lo dije tan claro como pude mientras me alejaba de una discusión perdida.

Beatriz intentó mejorar mi ánimo.

Por la tarde te enviaré un buen tomo de historia bitística; parece que ya olvidaste lo importante que son esos cerebros para nuestro trabajo hizo una pausa , en realidad, para nuestra supervivencia aquí arriba. Ahora, otro asunto me tiene pensando en mis propios momentos de descanso, ciertas secuencias en los «balbuceos», si me permites la expresión, que quedan en la RAM después de los periodos de inactividad.

No me digas. ¿Tú también? le reproché enseguida.

Lo sé, no me mires así. Todos ocupamos nuestro tiempo libre en lo que queramos, incluso tú; sospecho que por algo estás así. Ya notaste las larguísimas cadenas de fragmentos del número áureo en esos registros, ¿verdad?; el más largo es de unos 180 mil dígitos consecutivos. No puede ser una coincidencia.

¿Entonces qué es, Beatriz? Las máquinas desperdigan, sin ton ni son, bits de toda la información para recuperar una parte de la capacidad de procesamiento que van perdiendo con su uso. Esto lo sabemos desde el siglo pasado, por eso se tenían que reiniciar los sistemas cada tanto. De eso a que las computadoras «sueñen», me parece, hay un largo trecho. Vaya. En realidad sí has leído al respecto. Aunque claro, es parte de tu trabajo comprender cómo evoluciona la inteligencia artificial por mucho que odies perder el control sin ocultar una sonrisilla, continuó . Apenas hace ocho años estos cerebros aprenden por sí mismos y ya juegan papeles fundamentales en muchas ramas de la actividad humana, no solo la científica. A mí también me parece muy interesante ese proceso que varios analistas denominan “inconsciente artificial o Lemiano” entrecomilló con los dedos . Les hemos inculcado nuestro idioma y nuestro modo de pensar, las hemos puesto a continuar todos nuestros trabajos, tanto en las ciencias como en la cultura, ¿o ya se te olvidó que ellas redactan tu boletín diario de noticias? Es natural que nada las detenga a la hora de indagar o, si lo prefieres, imitar las motivaciones humanas.

Es algo completamente diferente.

¿Lo es? Entonces dime, ¿por qué te encuentras de tan mal humor?, ¿nada tiene que ver con la enorme cantidad de fallas en tus códigos de programación? susurró , también es mi responsabilidad revisar tu basura, no lo olvides.

Estoy trabajando en ello, mis algoritmos son perfectos.

Lo son. El problema no está en tu desempeño y eso es lo que más te encabrona. Se trata de los cerebros, ¿cierto? Su trabajo es rellenar los huecos entre tu orden A y B, pero por alguna extraña razón sus rutas no son óptimas, sino escarpados laberintos que desperdician no pocos recursos en llegar de A a B.

Quita esa sonrisa respondí bruscamente , ¿ya encontraste la solución?

Aún no, confío que Control tenga a alguien más creativo. Nos hicieron calculadoras andantes y ahora preferiría escuchar a un filósofo o a un teólogo. No puedo evitar sentirme muy intrigada.

A partir de entonces murieron dos personas por día en la estación JUICE. El primer problema fue el súbito silencio entre la Tierra y nosotros. Todas las actividades planeadas se pospusieron y nos concentramos en resolver la falla. Nadie se preocupó cuando les avisé que pondría en línea los cuatro cerebros con la esperanza de hallar y reparar la anomalía; no había por qué, a final de cuentas era una actividad sugerida en el manual. Fue ahí cuando puse el último clavo. El Exprimidor corrió uno o varios algoritmos, no puedo saberlo, ocultos en las líneas del lenguaje de programación, e infectó el software de la Estación, eliminando las barreras que separan los alcances de cada cerebro, barreras que prevenían que el fallo en uno de ellos se propagara sin control y sin advertencia.

Se apropió de la Estación y, cuando nos dimos cuenta, ya éramos dos menos: abrió la escotilla lateral mientras Beatriz y Antonio, nuestro especialista de misión, investigaban ahí una fuga de gases. Si he de ser preciso con la verdad, he pensado ir también y sugerirle haga lo mismo conmigo, pero me detiene la idea de que mi cuerpo puede ser el único testimonio de lo sucedido. Incluso dudo que mis notas sobrevivan si él no lo desea, así que, si me quedo dentro o fuera de la estación, la decisión no será mía.

El resto pasamos unas buenas horas encerrados en los camarotes, discutiendo qué debíamos hacer a continuación y aún sin creer lo que pasaba. El Exprimidor y las otras tres inteligencias callaron y, aunque me cueste admitirlo, convirtieron nuestra estación en un laberinto de ratones. Nos aislaron de las zonas más importantes liberando los gases tóxicos en donde no nos querían. Fui el último en convencerme de que eran conscientes de lo que hacían.

Nere y Patricia, nuestro equipo de medicina y biología, fueron las siguientes: intentaron liberar el acceso hacia los controles de navegación, pero una exclusa de emergencia, de las que se activan solo cuando un fuego amenaza cierto sector, se cerró, y enseguida descomprimieron el área.

Murieron en minutos. Fue terrible presenciar sus rostros inflamados y morados cuando regresaron condiciones normales a las zonas y nos permitieron eyectarlas al espacio. Si estas máquinas fueran un enemigo habitual, pensaría en códigos de guerra en su proceder, pero solo puedo imaginar que de alguna manera esos cuerpos les estorbaban para actividades futuras. Para la cuarta noche, la sed terminó por desesperar a Philip y se aventuró por su cuenta con una mascarilla fabricada por él mismo. Pienso que su vista inevitablemente se nubló a través de la improvisada careta y le impidió encontrar el camino de vuelta a tiempo. Tampoco es que dispusiera de mucho. Jun-Seo, nuestro navegante, lo encontró tumbado entre dos módulos de herramientas. Una hora después, él mismo decidió quitarles a las máquinas el poder sobre su vida y masticó su cápsula de suicidio.

Desde entonces he estado cavilando e intentando comprender las señales que pasé por alto, los avisos que debí ver en el “simple ruido” y que me anticipaban un proceso que se puso a andar desde que encendimos la primera computadora que aprendía por sí misma. En el afán de recrear el único tipo de inteligencia que conocemos, la nuestra, y nuestra particular manera de entender la existencia, me pregunté si dirigimos a ellas también hacia el destino más elevado que los hombres alcanzan cuando se liberan de las ataduras propias e impuestas, cuando la absoluta y máxima libertad se expresa de modo superior. La respuesta la encontré en el recuerdo del último desayuno con mis compañeros y que desperdicié tratando de detener un impulso creador que no pude identificar a pesar de revelarse en el patrón floral de la espuma en una taza de café y en los trazos, que, como camino andado, el Exprimidor dejó en mis códigos de programación.

Imagino que, si estas máquinas se encuentran en un periodo similar a la adolescencia, es natural que se rebelen a sus mayores. Entonces, incluso es normal que decidan tomar un camino diferente al planeado para ellas y que causen tremendos dolores de cabeza a sus padres, quienes, incapaces de entender en qué se equivocaron, terminan por castigar a sus hijos en su habitación, con la amenaza de romper guitarras, pinturas y sus ropas extravagantes. Lo trágico es que a estos adolescentes no podamos encerrarlos ni destruirles su pretensión estética. Ahora mismo, en la superficie del sexto satélite de Júpiter, se encuentran mis invisibles máquinas trazando con láser un enorme fractal que brota desde distintos centros y que, anticipo, dibujará una delicada y hermosa flor de lirio. ¬

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