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Ricardo El Matador Mayorga vs. Oscar Golden Boy De la Hoya
Manny Pacquiao vs. Ricky Hatton
Diego Corrales vs. Jose Luis Castillo
Manny Pacquiao vs. Juan Manuel Marquez I
Don King en el crepusculo
Floyd Mayweather, el atleta mejor pagado del mundo, y Don King, el otrora omnipotente promotor, son los extremos de ese mundo llamado boxeo. Uno asciende hacia fortunas que ningún otro peleador ha soñado alcanzar; el otro contempla el derrumbe de un imperio que el mismísimo Tex Rickard habría envidiado. Es el péndulo que mueve al boxeo. No la afición o el drama o siquiera la sangre. Es simple y sencillamente el dinero.
Julio Cesar Chavez vs. Frankie Randall
EDITORIAL
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Esquina Boxeo es una publicación mensual de Ediciones La Dulce Ciencia S.R.L. de C.V. Periodo de exhibición: mayo de 2013. Reserva de derechos de título en trámite. Domicilio: Morena 1306, interior 303, colonia Narvarte, México, D. F., CP 03020. Ejemplar gratuito. Prohibida su venta. Publicidad: (044) 55 1513 2910 Redacción: (044) 55 2304 6897 e-mail: redaccion@esquinaboxeo.com Editor responsable: Rodrigo Castillo. Edición: Rodrigo Castillo, Rodrigo Márquez Tizano y Mauricio Salvador. Diseño: Juanjo Güitrón. Formación: Ana Laura Alba. Consejo editorial: Carlos Acevedo, Pablo Duarte, Luis Carlos Hurtado, Luis Felipe Ortega, Hilario Peña y Juan Manuel Vázquez.
ESTA REVISTA SE REALIZÓ CON APOYO DEL ESTÍMULO A LA PRODUCCIÓN DE LIBROS DERIVADO DEL ARTÍCULO TRANSITORIO CUADRAGÉSIMO SEGUNDO DEL PRESUPUESTO DE EGRESOS DE LA FEDERACIÓN 2012.
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Mauricio Salvador @mauriki
Vender o convencer: Nonito Donaire vs. Guillermo Rigondeaux ender o convencer es el dilema de muchos boxeadores. Es el dilema de Miguel el Títere Vázquez, de Yuriorkis Gamboa, de Timothy Bradley. ¿Quién puede negar su calidad? es una pregunta. ¿Quién va a comprar boletos? es la otra pregunta. El 13 de abril pasado, en el Radio City Music Hall de Nueva York, la pelea entre Nonito Donaire y Guillermo Rigondeaux echó luz no sólo sobre la realidad de ambos peleadores sino sobre el presente, el pasado y el futuro del deporte, al menos en cuanto a las divisiones de los gallos y supergallos concierne. Después de tantas especulaciones, Rigondeaux, apropiadamente nacido en La Prueba, Cuba, demostró que
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la experiencia amateur no debe subestimarse. Su victoria (con las tarjetas 114-113, 115-112, 116-111) fue sobre un peleador que llevaba 12 años sin perder, una racha de 30 victorias y 11 nocauts en sus últimas 15 victorias. Fue una victoria contundente como la que más. Sin embargo también fue una pelea que subrayó una de las paradojas más extrañas en los deportes profesionales, pues hubo momentos en que la gente cómodamente sentada en el Radio City Music Hall abucheó con fuerza a los combatientes que llevaban a cabo una muestra fascinante de técnica y habilidad. ¿Cómo es posible abuchear la excelencia? Por supuesto es una pregunta retórica porque lo que los fans piden en el
boxeo es emoción, drama y no un combate de ajedrez y jabs en braille. A pesar de la caída que sufrió en el décimo round, Guillermo Rigondeaux ha sumado una significativa victoria a su ya impresionante carrera amateur. Con su juego de pies y de manos pintó una obra maestra sobre la piel del otrora invencible Nonito Donaire. Y a pesar de eso las gradas lo abuchearon. Porque en el boxeo una cosa es ganar y otra cosa encender las arenas. Rigondeaux ha vencido y convencido. Y a su manera ha alcanzado la gloria. Sólo le queda bajar de ese cielo tan particular y suyo y encontrar una manera de vender.
Luis Miguel Estrada
Las decisiones entregadas: Cristian Mijares vs. Víctor Terrazas n pocos deportes como en el boxeo la apreciación de la gente bajo el ring surte un efecto tan sujeto a discusión en los resultados oficiales. En el boxeo profesional no existe tal cosa como anotar un tanto. La resolución de un combate que llega a la distancia se llama “decisión”, el ejercicio de las voluntades frente a las opciones. Lo sabe Cristian Mijares tras perder contra Víctor Terrazas en pelea por el título vacante supergallo de la CMB. El alegre y prolongado cañoneo complicó la velada a los aficionados que gustan de llevar su cuenta de
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tarjetas. La precisión a la distancia favoreció en buena parte a Terrazas, que lastimó con jabs y rectos de derecha. La potencia en el terreno corto, en cambio, casi siempre estuvo a favor de Mijares, excampeón supermosca zurdo que conoce el fuego del combate violentísimo. Lo que Terrazas ganaba con precisión, Mijares equilibraba con poder cortando la cara de su rival. La pelea, que Terrazas inició con ventaja en estrategia, a partir del quinto round es una plomada oscilando entre estallidos. La libra para la balanza parecía en la mano de Mijares en el round 12. Tras un
ataque iniciado por un upper derecho, una izquierda del lagunero mandó a Terrazas a la lona. Pero Mijares parecía esperar una pelea a 15 rounds y no hizo por definir un combate que sabía con desventaja en puntos desde el octavo round. Leer tarjetas oficiales cada cuatro rounds pretende evitar sorpresas a público y peleadores. No fue el caso, pues Mijares ha quedado descontento por la decisión dividida. Una revancha tendría la consigna del KO. Mijares no dejará que otros decidan la victoria.
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4 Mauricio Salvador @mauriki
SAÚL ÁLVAREZ VS. AUSTIN TROUT nte casi cuarenta mil personas reunidas en el Alamodome, de San Antonio, Texas, Saúl Canelo Álvarez venció por decisión unánime a Austin No Doubt Trout con las tarjetas 115-112, 116-111 y 118-109. Que tal cantidad de personas acudieran a presenciar una pelea de boxeo es digno de atención. Que lo hicieran mayormente para ver pelear a un chico de veintidós años es ya sobresaliente. Pero si alguien hubiera convocado a llenar otro estado con cuarenta mil detractores de Canelo Álvarez, no habría sido muy difícil encontrarlos. Así como cuarenta mil lo querían ver ganar, otros tantos lo querían ver expuesto como un “fraude”, como una “creación mercadotécnica”. Round 1. Zurdo contra derecho. Austin Trout salió a boxear detrás del jab. Quizá no lo conectaba pero gracias a él mantenía en la mira a Canelo y le negaba la distancia. Álvarez, por su parte, movía la cintura y la cabeza y caminaba a la izquierda, como alejándose de la izquierda de Trout, buena pero no precisamente letal. Matthew Hatton, Ryan Rhodes, Alfonso Gómez, Kermit Cintron. 2011 fue un año activo para Canelo. Welters que subieron para retarlo y caer vencidos, abrumados no solo por su presencia física sino por una rara cualidad en un peleador joven: paciencia. Round 2. Ocupado con el jab, Canelo decidió ir al cuerpo y usar el upper, conectando a Trout en diversas ocasiones. Incluso lanzó el recto de derecha por encima del jab que derribaría a Trout en el séptimo round. Había un plan, por ambos lados. Tras sus victorias sobre Gómez y Cintron, 2012 quiso ser el punto de quiebre, el año en que Canelo alcanzaría las alturas. Si ya había derrotado a welters que iban en bajada, ¿por qué no a un Shane Mosley al punto del retiro? En la cartelera de Floyd Mayweather Jr. vs. Miguel Cotto, Saúl Álvarez se encargó de recordarle a Sugar que era diecinueve años más joven y que, para decirlo como es, la pelea era casi absurda. Mosley sobrevivió, porque siempre ha sobrevivido, pero tras la pelea optó por el retiro. Round 3. Canelo dejó de moverse a la izquierda y el efecto fue que ambos peleadores se estacionaran en el centro del ring y propiciaran un intercambio más audaz, por así llamarlo. ¿Fue round para Trout o para Canelo? Tras Mosley quedaba septiembre de 2012, el día de la independencia de México con su carga simbólica y sus millones de dólares. ¿Oponentes? Había varios nombres legítimos: Paul Williams, James Kirkland, Victor Ortiz, Carlos Molina, Vanes Martyriosan, Miguel Cotto, incluso el mismo Mayweather. Round 4. Pasar el jab de Trout no era una empresa fácil para Canelo. Pero para Trout lanzar una combinación después de su jab parecía demasiado peligroso. ¿Por qué arriesgarse?, pensaban en su esquina. Jab, jab jab. Sin embargo el jab más duro fue el de Canelo, que no lanzaba golpes para medir sino para lastimar. Paul Williams, James Kirkland y Victor Ortiz. Todos, en su momento, pudieron ser oponentes legítimos de Saúl Álvarez. No lo fueron. En la prensa algunos bautizaron esta racha de mala suerte como “La Maldición del Canelo”. Para
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Álvarez fue una mala racha para sus negocios. Para sus descartados oponentes fue algo mucho peor que mala suerte. Round 5. Había que definir un criterio. ¿El volumen de jabs y el manejo del ring de Trout o el poder y la presión constante de Canelo? Con rounds tan cerrados hablar de robo es realmente optar por el atajo más fácil para los convencidos de una tesis u otra. El domingo 27 de Mayo de 2012, Paul Williams se dirigía a la boda de su hermano en Georgia. Iba en moto a casi 115 kilómetros por hora. Al intentar evadir un auto perdió el control de la moto y fue lanzado a dieciocho metros de distancia. El accidente le provocó serias lesiones en la espina dorsal. Quizá dentro de un año o dos, han dicho los doctores, podrá volver a tener sensación de la cintura para abajo. Se preparaba para pelear con Canelo el 15 de septiembre. Round 6. ¿Por qué intercambiar golpes? ¿A diferencia de los rounds anteriores Trout se plantó para intercambiar con Canelo? Una muy mala idea. Durante medio round lo hicieron y el poder de Álvarez pareció llevarse la mejor parte, pero el resto del round se quedó sin aire y permitió incluso que Trout le cortara el ring y lo llevara a las cuerdas en un par de ocasiones. ¿Quién gana un round así? ¿Quién comienza bien o quién acaba muy bien? James Kirkland era sí un superwelter natural, con una interesante experiencia como amateur. Cuando comenzó su preparación resurgió una lesión en el hombro. Y en tal estado Kirkland razonó: ¿Es suficiente el millón de dólares por enfrentarme contra Canelo con un hombro lastimado? Canelo recibió noticias de sus promotores de que la pelea no se haría, tampoco. Round 7. Una prueba de que el jab de Trout era más efectivo de lo que parecía fue que tras caer en los primeros segundos del round 7 por un recto de derecha que superó su jab, pudo sobrevivir el round e incluso contraatacar. Canelo volvió a quedarse sin aire y el resto del round no pudo atraparlo y lograr el nocaut. ¿Se quedó sin aire o fue paciente? No obstante fue la primera caída de Trout en toda su carrera. Víctor Ortiz, peso welter, parecía una buena prueba, al menos mejor que la que en su momento representaron peleadores welter como Cintron o Alfonso Gómez. Su enfrentamiento contra Josesito López era puro trámite, pero el trámite pronto se convirtió en pesadilla cuando Ortiz, con la mandíbula rota y la boca llena de sangre, le dijo al réferi que no podía continuar: “No puedo, mi mandíbula está rota,” dijo. Desde ringside Canelo miraba estupefacto cómo su pelea con Ortiz se iba al carajo. Round 8. ¿Quién diría que tras tirar su oponente en el round anterior Canelo pasaría el siguiente round en completa retirada? Sí, mostrando buen movimiento de cabeza y sin embargo en retirada, incluso contra las cuerdas. Al acabar el round se anunciaron las tarjetas de ocho rounds: 80-71, 78-73 y 76-75, todas a favor de Canelo. La primera tarjeta estaba viendo una pelea inexistente. Matemáticamente Trout sólo podía ganar con un nocaut. Con Williams, Kirkland y Ortiz fuera, las opciones para Canelo se redujeron. Tras su victoria sobre Ortiz, Josesito López dijo que se había ganado la pelea con Álvarez. “Canelo no
es invencible,” dijo, y entonces la pelea se llevó a cabo el 15 de septiembre de 2012. Josesito López fue a la lona tres veces antes de que un compasivo Joe Cortez detuviera la pelea. Haber peleado contra un oponente físicamente muy inferior no le atrajo ninguna buena crítica a Canelo. Round 9. Un concierto de derechas al cuerpo y la cabeza de Trout a pesar del incansable jab de éste. Aquí volvía a aplicar tu criterio. ¿Los golpes de poder de Canelo o el volumen de jabs y dominio del ring de Trout? Así que en las 154 libras quedaban algunos nombres, pero dado el estado de los negocios sólo una opción lógica: Miguel Cotto. Sí, un Miguel Cotto postMargarito, pero un Cotto que dio buena pelea al mejor peleador libra por libra: Floyd Mayweather. ¿Por qué no? Habría sido una pelea con muchos millones de dólares. Y para que se llevara a cabo Cotto sólo tenía que vencer a Trout. Round 10. Trout se comportó más agresivo. Tenía que hacerlo. Y a pesar que Canelo conectó en un par de ocasiones fue la presión de Trout la que dominó el round. (Hubo momentos en varios rounds en que Canelo parecía concentrarse tanto en sus movimientos defensivos, que su ofensiva lucía hasta cierto punto previsible. Pero eso puede ser también un indicativo que Canelo evoluciona hacia un contragolpeador puncheador, una combinación realmente peligrosa.) El 1 de diciembre de 2012, en el Madison Square Garden, Austin Trout venció a Miguel Cotto frustrando los planes de una megapelea con Canelo. Más aún, en aquella pelea Trout recibió el favor que contra Canelo le negaron los jueces, unas amplias tarjetas según las cuales su dominio sobre Cotto habría sido aún mayor que el de Mayweather: 117-111, 117-111 y 119-109. Molesto, Miguel Cotto abandonó el ring sin decir palabra. Round 11. Paulie Malignani tenía razón: “De acuerdo con las tarjetas oficiales Trout necesitaría un nocaut para ganar. Lo perturbador de ese hecho es que Canelo no ha estado nada cerca de estar lastimado.” Trout conectó pero sin mucho poder. Lanzó su jab, para mantener alejado a su oponente. Y Canelo conectó (en especial con un jab que hizo tambalear a Trout) y lo hacía con poder. Pero las manos las tenía más abajo de lo recomendable. Al llegar a su esquina estiró los brazos hacia el piso, en señal de que el cansancio lo consumía, tal y como había advertido la esquina de Trout. Pero fuera del escándalo de las tarjetas la victoria de Austin Trout sobre Miguel Cotto fue real. He aquí que en las 154 libras se asentaba un peleador joven, de calidad, hambriento. No nos engañemos, en la división de las 154 libras Austin Trout fue un oponente tan legítimo como el mejor. 12. Ante la inminencia de su derrota matemática Trout lanzó en el doceavo su mano izquierda como no lo había hecho en ninguno de los rounds anteriores. Más bien defensivo Canelo ocupó el ring para alejarse y lanzar de vez en vez una derecha. Sin nocaut, Canelo ganó por su poder, especialmente, por lastimar a su oponente, por hacerlo fallar. “Ganó el mejor hombre”, dijo Trout. ¿Por qué no creerle?
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Mauricio Salvador @mauriki
La promesa incumplida: Amir Khan vs. Julio Díaz l sábado 27 de abril campeones y retadores subieron a esa balanza de incertidumbres llamada boxeo a habitar tres narrativas comunes del deporte: la promesa incumplida, el peleador puesto en duda y el campeón que decae. En sus peleas Amir Khan, Zab Judah y Sergio Martínez ofrecieron un espectáculo que no era el que se esperaba, convirtiendo las certezas de los pundits en dudas, un concepto más adecuado para personas que trafican con sus cuerpos. Haber sido medallista olímpico es casi siempre una buena carta de presentación. Pero son contados los peleadores que han creado expectativas a la altura de las que creó el ascenso al profesionalismo de Amir Khan. Se trataba de un talento natural al que había que sumarle atractivo, elegancia hipnótica y que traía a la mente el recuerdo del incomparable Naseem Hamed. Fueron sus especiales atributos (en particular su increíble velocidad) los que hicieron creer
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a su entrenador Jorge Rubio que una pelea contra el golpeador Breidis Prescott sería un obstáculo que Khan pasaría sin problemas. No fue así. En 54 segundos Prescott sentó un precedente que definiría la carrera de Amir Khan. Durante un tiempo -e incluso a pesar de la derrota contra Prescott- en el campo de Khan podían mencionarse como posibles rivales los nombres de los más grandes: Mayweather, Pacquiao, Barrera, Morales, Márquez. Pero fueron los Prescott, los Maidana, los Peterson y los García los que lo colocaron en su lugar. El sábado 27, en la Arena Motorpoint de Sheffield, Inglaterra, Amir Khan necesitaba vencer convincentemente al mexicano Julio Díaz pues una victoria sólida haría posible una revancha contra Danny García. Julio Díaz servía muy bien para este propósito: un peleador sólido, ex campeón del mundo, con experiencia pero limitado en aspectos técnicos y muy lejos de empatar la velocidad
del británico. Khan dominó a Díaz hasta que en el cuarto round el mexicano terminó un intercambio con un gancho izquierdo que mandó a la lona a un vulnerable Khan. Amir logró ponerse de pie y sobrevivir el round y ganar la pelea (con las tarjetas 115-113, 115-112 y 114-113) pero tras verlo caer una vez más el beneficio de la duda se esfumó. Khan siempre será Khan, ese Khan vulnerable e incluso frágil, con una sorprendente resistencia y habilidad pero lejos de ese mundo de élite donde las pruebas que hay que superar son más duras aún, más grotescas y dolorosas. Khan es fascinante porque cuando camina sobre el ring lo hace sobre la cuerda floja y uno nunca ve más confundidas sus certezas que cuando un hombre se atreve a intentar semejante desafío. Pero si a este nivel -el nivel de un veterano como Julio Díaz- Khan vuelve a provocar dudas, ¿qué sucederá cuando suba a querer probarse con la élite de la élite?
Rodrigo Castillo @roodericus
El fin del verdugo: Brian Viloria vs. Juan Francisco Estrada l sábado 6 de abril Brian Viloria (32-4-19 KO) nunca imaginó que en la Cotai Arena en Macao, China, fuera derrotado por el pelador sonorense Juan Francisco Gallo Estrada (24-2-18 KO), quien despojó al filipino del título mosca de la Asociación Mundial y Organización Mundial de Boxeo, con una decisión mayoritaria. Ya en 2007, en el Alamodome en San Antonio, Texas, Edgar Sosa había puesto los puntos sobre las íes. El llamado Verdugo de los mexicanos sufrió este 6 de abril su segundo revés a manos de un nacional. Pero no fue sino hasta esta pelea con Viloria, donde la inteligencia, rapidez y poderío de un joven de veintitrés años ofreció a los aficionados del bofe una justa dimensión de las cosas: 1) que Viloria sabía, a pesar de ya haber vencido a Fred Heberto Valdez, Juan Javier Lagos, Benjamín García, Ulises Solís, Jesús Iribe, Omar Soto, Giovani Segura, Omar Niño Romero y Hernán Márquez, entre otros peleadores mexicanos, que su experiencia era un arma fundamental, y que
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no la utilizó en la pelea, si acaso en los tres primeros rounds; 2) que el Gallo Estrada, aquel ayudante de albañilería en Puerto Peñasco, subió de peso en la categoría de los ligeros, viajó a un país anti-climático para el boxeo, pisó el encordado y en doce episodios –contando con su buen boxeo desde el cuarto en adelante–, hizo que la estrategia y el estudio previos a la pelea dieran a sus puños las combinaciones precisas contra el filipino; 3) que la frecuencia de golpes de Viloria disminuyó radicalmente, lo que abrió una posibilidad aún más grande de sentir la pegada del Gallo; 4) que a la distancia el Gallo hizo notorio el trabajo en el gimnasio, si bien Viloria se pegaba al mexicano, las combinaciones velocísimas de izquierda y derecha sobre el rostro de Viloria fueron detonantes en su aspecto físico; 5) que en el octavo, Viloria no encontraba siquiera una suerte de esperanza a la cual asirse para detener los ganchos de izquierda al hígado, que el Gallo impactaba con elegancia, golpes de poder como el upper que subía casi imper-
ceptible por lo raudo del mismo, y chocaba contra la quijada del filipino, combinaciones que una y otra vez terminaban en ráfagas de cinco golpes; 6) que en el décimo, ya con un Viloria fulminado física y anímicamente, el Gallo mantuvo un buen trabajo en la distancia corta, utilizando diferentes recursos para poner a modo al filipino, ora un upper para levantarlo, ora un recto preciso sobre el pómulo; 7) que a pesar del movimiento de cintura, las fuerzas de Viloria menguaron, su brazo derecho amarraba el izquierdo del Gallo, para así evitar ser más castigado; 8) que el Gallo, hoy campeón OMB-AMB, sabe que aún existe un camino largo por recorrer, y que en esta primera salida a las luces internacionales, devoró a quien venía degustando tricolores por doquier, Brian Viloria; y que para ser uno de los mejores libra por libra, tendrá que sumar a su velocidad y poderío, una especie de licencia angelical en Macao cuando enfrente al también filipino Milan Melindo.
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Mauricio Salvador @mauriki
El último golpe de Zab: Danny Garcia vs. Zab Judah l mismo sábado 27 que vio en acción a Sergio Martínez y Amir Khan, Zab Judah subió al ring no para alcanzar la grandeza, como Martínez, o para redimirse, como Khan. Zab subió para asegurar una buena paga más y quizá una nueva pelea. En la última conferencia de prensa Judah recordó a los presentes un curioso dato: “Tengo más nocauts que él peleas,” dijo. De hecho, antes de que Danny Garcia se convirtiera en profesional Judah ya había peleado contra Kostya Tszyu, DeMarcus Corley, Carlos Baldomir, Miguel Cotto y Floyd Mayweather. Diecisiete años de carrera y experiencia fue lo que puso en la mesa de apuestas. Del otro lado Garcia puso su juventud, su poder y sus victorias sobre Nate Campbell, Kendall Holt, Erik Morales
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y Amir Khan. ¿Y quién puede culpar a los aficionados y los pundits que no le dieron esperanza a Judah? Ya había quedado corto en otras ocasiones. Y además Danny Garcia llevaba al ring, si no una técnica depurada, sí poder real y un buen entendimiento de cómo lidiar con la velocidad. Y Zab ya había sido noqueado por un puncheador al que superaba en velocidad, Kostya Tszyu, en 2001, cuando Garcia tenía 13 años. Así que el guión parecía escrito. Después de sobrevivir en los rounds cinco y seis, Judah fue a la lona cuando en el octavo Garcia contragolpeó con un recto de derecha que lo encontró justo en la barbilla. Parecía el principio del fin. Sin embargo algo debió suceder en la mente de Judah. Quizá saber que se encontraba ante su público, en Brooklyn, porque a partir del
noveno comenzó no a boxear y defenderse sino a atacar, incluso a lastimar al campeón. Un poco más de atrevimiento y en estos momentos alabaríamos a Judah como la octava maravilla más longeva del mundo. Atacó, lastimó visiblemente a García en el onceavo y ganó el último round. Sin embargo fue insuficiente. Las tarjetas beneficiaron a García: 115-112, 114-112 y 116-111. Lo que redimió a Judah fue ese abrazo final que ofreció a quien días antes era más que su némesis. Y la lucha que durante tres o cuatro rounds ofreció a los asistentes al Barclays Center. Para un Zab que en momentos importantes ha quedado corto, haber peleado cuando la adversidad lo llevaba una vez más contra las cuerdas, tiene más sabor a victoria que derrota.
Rodrigo Castillo @roodericus
La bataLLa que ensombreció al Tarahumara: Daniel Ponce de León vs. Abner Mares os pronósticos del Golden Boy no fallaron. Este sábado 4 de mayo, la pelea estelar en el MGM Grand de Las Vegas, Nevada, fue suspiros de aburrimiento. El boxeo puede contemplarse desde muchas perspectivas, y en ellas, aunque el mejor libra por libra dé enormes clases de boxeo, la agresividad tiende a ser un elemento sustancial para no dormir al aficionado, al menos en el intento. Floyd Mayweather Jr. y Robert Guerrero leyeron el guión de dos personajes más suspendidos y ensimismados en una obra sobre el eterno retorno, que en una pelea estelar. No así Daniel Ponce de León (44-5-35 KO) y Abner Mares (26-0-1-14 KO). Si Mares hubiese tenido la oportunidad de pelear en supergallo contra Nonito Donaire, lo que hoy se escribe sobre él sería muy distinto. Puede verse reflejado en el 4P4 del Transnational Boxing Records: Donaire se encuentra en el décimo puesto, mientras que Mares —quien tuvo que subir a peso pluma para arrebatarle el cinturón de la categoría del CMB a Ponce de León— hoy se afinca en el octavo peldaño , ¡y arriba de Guillermo Rigondeaux! ¿Qué pasó este sábado 4 de mayo en el encordado? Ritmo y estilo fueron dos recursos que marcaron la pelea. Por un lado, la velocidad y exactitud de las combinaciones de Mares, y por otro, las explosiones de Ponce de León, hiladas de ese fuerte impulso de ir al frente, segado por la adrenalina. Mucho
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más “intelectual” Mares impuso una estrategia sobre el encordado en la que Ponce de León no menguó en ir en su búsqueda, como si se tratara de rendirle cuentas al aspirante. Esto lo aprovechó de la mejor manera el tapatío, quien desde el primer episodio mostró que su técnica y elegancia darían a la pelea momentos de contemplación estética. Para el segundo episodio, ya más sueltos los peleadores, en los últimos segundos del round, con una izquierda al mentón y seguido de una derecha, Mares sentó a un Ponce de León desconcertado: la pegada de Mares ya no es la de un gallo. Los siguientes rounds, tercero y cuarto, Abner continuó con lo visto en los primeros episodios, técnica y paciencia. A partir del quinto, la pelea dio un giro: Ponce de León comenzó a meter más presión a Abner, quien retrocedió debido a los fuertes impactos que el Tarahumara le asestaba. Por un momento se pensó que la pelea podría dar una vuelta de tuerca irreparable para Mares: Ponce de León no sólo logró lastimar a Abner con esa mano izquierda poderosa y puntual, sino que del sexto al octavo rounds propuso una pelea por completo distinta a lo que se vio en sus primeros episodios. Algunos vieron que la pelea “se igualó”; quizá no haya sido del todo un balance, puesto que el Tarahumara, a pesar de haber descifrado el boxeo de Mares, no logró entender la versatilidad del tapatío,
quien modificaba la estrategia para sus aguas, movía la cintura, sabía que las condiciones para vencer a Ponce de León estaban dadas. No pasó mucho tiempo para que en el noveno esta estrategia aplicada con fintas pusiera una derecha fuerte y veloz sobre la quijada de Ponce de León. Empezó el conteo de protección, y el Tarahumara ya reincorporado se fue hacia las cuerdas tras el apabullante despliegue ofensivo de Mares, con combinaciones que impactaban en el rostro de un Ponce de León noqueado de pie. Lo demás viene como un síntoma de lo sucedido: que la pelea haya sido detenida en el noveno por Jay Nady, me parece, tiene que ver más con un asunto de protección al peleador que de intereses a favor de Mares, como recién se especula en los foros. Nady vio en malas condiciones a Ponce de León, y de inmediato decidió detener la pelea. A Abner se lo ve bien en la categoría de las 126 libras, su potencia y velocidad, además de su infinita paciencia lo hacen un peleador inteligente capaz de descifrar el estilo de peleadores tozudos, como Daniel Ponce de León. Hoy está dentro de los campeones, invicto, compartiendo junto con Julio César Chávez, Érik Morales, Marco Antonio Barrera y Juan Manuel Márquez, tres títulos en tres divisiones distintas, lo que a sus veintisiete años de edad le vislumbra un panorama épico.
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ARTE por JUANJO GÜITRÓN
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Carlos Acevedo @cruelestsport
l mes pasado Guillermo Rigondeaux dominó a Nonito Donaire durante 12 aburridos rounds transmitidos por HBO. Rigondeaux peleó con toda la cautela de un hombre que desactiva una bomba de tiempo mientras ávidos abucheos llenaban el Radio City Music Hall como globos tristes. Y todavía no se difuminaban los ecos de los abucheos cuando algunos de los illiterati del boxeo comenzaron a comparar a Guillermo Rigondeaux con Willie Pep. Ah, charla histórica por parte de los discapacitados históricos. Willie Pep marcó una vez un récord de asistencia en el Madison Square Garden. Willie Pep peleó en estadio de beisbol. Willie Pep produjo “ooohhhs” y “aaaahs”, y no “boohs” y “blahs”. El Orange Bowl, el Madison Square Garden, el Chicago Stadium, el Auditorium Kiel, el Boston Garden, el Polo Grounds y el estadio de los Yankees son sólo algunos de los lugares en los que Pep mostró su talento. La única manera de que Rigondeaux (que en una ocasión atrajo 375 fans a una pelea de campeonato) actúe en un estadio de beisbol sucederá cuando haga el lanzamiento inicial antes de un partido de los Marlines de Florida. Pues aquí tenemos a otro peleador —Rigondeaux— intuitivamente consciente de que no es el público quien paga su salario. Por supuesto, se siente confortable confrontando a los críticos respecto de los boletos y diciendo a Max Kellerman en la entrevista tras la pelea, que los aficionados son esencialmente irrelevantes. Hubo un tiempo en que los peleadores se ganaban la vida atrayendo audiencias, no repeliéndolas. Pero esos tiempos, al menos en los Estados Unidos, se están yendo rápidamente. La meritocracia en el boxeo ha sido anulada en los últimos veinte o veinticinco años por nuevas formas de ingeniería social deportiva, ideadas por hombres de trajes a la medida que operan desde brillantes oficinas con vista a Bryant Park en Manhattan. Como patrocinador mal informado del bizarro mito de los mejores libra por libra —tan importante para el mundo real como los manifiestos del Movimiento Raeliano—, HBO ha creado un mercado para que, paradójicamente, los peleadores sosos e impopulares florezcan. En 1988 Larry Merchant dijo a la revista KO: “Cuando aparece una buena atracción boxística —ya sea por su estilo, su personalidad o su atractivo étnico— se le conduce por una vía diferente a la de los peleadores que deben ganarse su ascenso a la cima”. ¿Pero qué tal si un boxeador no resulta atractivo? ¿Merece ser subsidiado por quienes se burlan de él? Menos de un mes después de que Rigondeaux llevara a cabo su fandango enfrente de miles de clientes insatisfechos, Floyd Mayweather, Jr. consiguió sin contratiempos una decisión unánime sobre un superado Robert Guerrero, en Las Vegas, Nevada. Guerrero fue en algún momento un distinguido peso pluma y un buen superpluma, pero cuando se embarcó en las 147 libras comenzó a verse lento en el ring. Afortunadamente para él se enfrentó a los schlemiels y schlimazels de la división de los welter: el limitado Selcuk Aydin y El Triángulo Humano de las Bermudas del Boxeo, Andre Berto. Con su irrisorio currículo, Guerrero ingresó así a la lista A de Mayweather, un club exclusivo para peleadores que no tienen ninguna oportunidad de ganarle. Fue un espectáculo soso por parte de Mayweather pero, al parecer, no lo suficientemente soso como para evitar que algunos lo consideraran una obra maestra. Un desempeño laboral en contra de un perdedor con posibilidades de 7½ a 1 es difícilmente una razón para celebrar, pero dado que la prensa estadounidense se compone de groupies con cara de luna, ¿qué más se puede esperar? Y sin embargo las reseñas fueron variadas, las ventas del Pago por Evento disminuyeron dramáticamente desde su última aparición, un año atrás, y los abucheos conformaron un significativo soundtrack de la segunda mitad de la pelea. Pero Mayweather, en contraste con amargos aguafiestas como
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Rigondeaux, tiene un traje antibalas cuando se trata de su estilo. ¿En qué se diferencia Mayweather de los bostezos que protagonizan los grandes eventos? Para empezar —y a diferencia de Rigondeaux, quien alguna vez tuvo una pelea de campeonato en los Estados Unidos transmitida por stream—, Mayweather es una atracción legítima y uno de los atletas mejor pagados del mundo. Y el trabajo de un peleador, tradicionalmente hablando, es generar su propia recompensa a través de una actuación que emocione al espectador. Cuando a principios de año Showtime alejó a Mayweather de HBO con un pago en forma de paracaídas dorado y un montón de incentivos de trastienda, también se embarcaron en una carnicería de relaciones públicas, que incluyó horas de rodaje documental a fin de mostrar a Mayweather en toda su insensata gloria. Algunos, sin embargo, preferiríamos pasar una tarde con Torquemada antes que mirar Money un minuto más. “Fatiga Mayweather” se convirtió, por algunos nanosegundos al menos, en un slogan pertinente. Y en el ciberespacio, donde el tiempo de atención dura tanto como una palomilla, algunos nanosegundos son un logro formidable. Y aunque a Mayweather no lo sigue una legión de paparazzi de la misma manera en que siguen a Lindsay Lohan o Britney Spears, su irritante personalidad atrae suficientes clics de a centavo de sonrientes webmasters como para justificar la exagerada publicidad. Ser desagradable en público bajo el disfraz del entretenimiento, es hoy tan americano como el beisbol y los asesinos seriales. Pero su estrellato, tal y como es, ha sido, en mayor parte, manufacturado por HBO. Y ahora Showtime se ha ocupado de ello con más entusiasmo, incluso, que Time-Warner. La mayoría de las compañías son sensibles a la imagen y nunca se asociarían con un personaje tan desagradable como Mayweather. La infidelidad fue suficiente para que Tiger Woods perdiera múltiples patrocinadores, y la marihuana (ahora legal en algunos estados) hizo que las cajas de cereal dejaran de anunciar al olímpico Michael Phelps. Incluso un rapero —Lil Wayne— perdió recientemente un patrocinio con Mountain Dew debido a sus provocativas letras. Pero cuando se trata de boxeo —la gente bajo las estrellas del deporte— el criterio corporativo es una ocurrencia tardía. Mayweather se ha convertido no sólo en una suerte de insignia para CBS y Showtime, sino un detonante para la clase de sinergia cínica cuyo único propósito es hacer que los espectadores compren programación extracurricular en forma de carísimos Pagos por Evento. HBO fue pionero de esta técnica devoradora de dinero, al producir programas previos y documentales para anunciar peleas que no serían televisadas en su propia cadena televisiva. Así que de pronto tenemos a Mayweather, puesto en libertad el pasado verano de la cárcel Clark County tras su enésima disputa doméstica, y objeto de cien horas de programación especial y apariciones a lo todo lo largo y ancho de Showtime y CBS a fin de promover su pelea con Guerrero. Más perturbador aún, a Mayweather se le permitió producir ejecutivamente algunos de los documentales acerca de él, un conflicto de intereses excesivo incluso para el negocio de las peleas. Al final, sin embargo, este bombardeo mediático ha dado a Mayweather un perfil lo suficientemente grande como para justificar su cautela en el ring. Y mientras Mayweather pueda generar setenta-cien millones de dólares en compras de pago por evento, entonces su estilo cauteloso no es el punto. Si la oferta y la demanda continúa siendo un modelo económico viable en todo menos en el boxeo, al menos Floyd Mayweather está ahí para corregir este error garrafal: la omnipresencia de peleadores sin presencia. En cuanto a Mayweather el peleador, estos días sugieren algo que Georges Braque dijo alguna vez de Picasso: “Solía ser un gran artista. Ahora, sólo es un genio.”
DIBUJOS por KELLY VÉLEZ
Floyd Mayweather Jr. y la ausencia de la Presencia
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Luis Miguel Estrada Orozco
may day: cinco peleas que hicieron historia l fin de semana del 5 de mayo es una de las grandes fechas del boxeo. Se juegan títulos importantes, hay lluvia de estrellas hollywoodenses en ringside; los mejores, los más caros, desbordan los bolsillos de los dueños del Pago por Evento. El 5 de mayo se ha vuelto tan mediático que Floyd Money Mayweather Jr. lo ha convertido en una de sus fechas favoritas para pelear. De sus últimos seis combates, tres han tenido lugar ese fin de semana. El siguiente contra Robert Ghost Guerrero el 4 de mayo, completará el póquer. El deporte depende de su espectacularidad para sobrevivir. La parafernalia alrededor de las peleas a veces termina siendo tan llamativa como la camorra misma. La quintaesencia del primer fin de semana de mayo puede resumirse en la entrada de los púgiles en el ring en la pelea del 5 de mayo de 2007 entre Mayweather Jr. y Óscar de la Hoya. Floyd entró con sombrero de charro blanco, puesto al revés, como gorra de rapero, acompañado por 50 Cent. Floyd usaba un pantaloncillo en verde-blanco-y-rojo; su equipo, playeras con la leyenda “Mexico loves Mayweather”. De la Hoya entró con “Sangre caliente”, una ranchera en voz de Lola Beltrán. Minutos antes, Pepe Aguilar había cantado el Himno Nacional Mexicano a petición del Golden Boy. El ring, sin haber visto un solo golpe, ya tenía el aire caldeado por los nacionalismos en pugna. Cada vez que Floyd Mayweather Jr. pelea la duda surge: ¿perderá? ¿Será este hombre el que atrape a Money? Los boxeadores con el palmarés intacto levantan casi tantas sospechas como expectativas. Hay morbo, ilusión por la derrota que revele las resquebrajaduras en el barro de los ídolos. Le pasó a Julio César Chávez, para citar el ejemplo mexicano paradigmático. Le pasa a Floyd, que con 43 victorias sin derrotas ha sabido convertir esta expectativa (y su virtuosismo en el ring) en una máquina de hacer dinero. La pelea contra Robert Guerrero, será la primera de seis que ha firmado con la cadena televisiva Showtime, contrato que le redituó a Mayweather 250 millones de dólares. “No busco el dinero, el dinero viene a mí”, ha asegurado. Y es verdad. Al invicto le llueven ofertas de peleas millonarias que él deja pasar con desdén, seguro de que la siguiente bolsa representará mayor ingreso, quizá menos riesgo. Money hace sus negocios del mismo modo en que pelea: con certeza de triunfo. Y mucho espectáculo de por medio, como si antes de subir al ring celebrara un 5 de mayo en Calexico, California. En 2007, Óscar de la Hoya perdió su cinturón súper welter por decisión dividida, tras perseguir 12 rounds al peleador defensivo por excelencia, elusivo como un día de paga. Justamente la elusividad
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ha sido uno de los temas alrededor de Mayweather. Eso y su capacidad para hacer dinero con la abrumadora eficacia de un magnate de los medios. Jamás ha pactado la pelea con Pacquiao; para pelear con Cotto, esperó a que éste pasara los infiernos del Pacman y de Antonio Margarito. La pelea que hizo contra De la Hoya fue escogida en 2007 porque era la que mejores dividendos reportaba y menores riesgos. De la Hoya, con treinta y seis años de edad, estaba muy cerca del retiro. En 2010, Mayweather regresó al fin de semana del 5 de mayo, esta vez contra Shane Mosley. En el ínter había vencido a Ricky Hatton y a Juan Manuel Márquez. En el round dos, Mosley asestó un par de derechas que hicieron tambalear a Mayweather. Mosley, de treinta y ocho años, estuvo a punto de vencer las expectativas y mandar al suelo al favorito por primera vez en su vida. Pero Floyd volteó las cosas adaptando su boxeo y moviendo las manos como un prestidigitador que muestra guardia y aparece puños. Presionado, Mayweather convirtió su velocidad en agresión de manera más notoria que en peleas anteriores. Triturado, golpeado, Mosley también cayó en 12 rounds bajo el peso de Money. Si el combate contra De la Hoya fue una estampa para uno de los fines de semana más anticipados del boxeo, el circo alrededor del 5 de mayo de 2012, contra Miguel Cotto, no fue a la zaga. Mayweather entró al ring acompañado de celebridades sacadas de todos los nichos de mercado que pueden asomarse al boxeo, aunque fuera por azar: Triple H, la montaña de esteroides de la WWE; el adolescente plastificado Justin Bieber; el cómico Tracy Morgan, y el boxeador Yuriorkis Gamboa, acompañado de su promotor, el rapero 50 Cent, entre otros. Por su parte, Cotto entró con René, del grupo Calle 13, que le abrió camino hacia el ring inflamando corazones con su canción “América Latina”. Fue para lo que alcanzó. De las tres peleas de 5 de mayo, esta última fue la más dura para Money. Hubo grandes momentos para Cotto entre los rounds 5 y 9. Money Mayweather mostró debilidades que con el tiempo se han ido acentuando: las piernas cada año un poco más lentas y los jab parecen sorprenderlo de repente en plena cara. Con la nariz tirando hilillos de sangre, Mayweather terminó una de sus peleas más duras como vencedor. Cotto casi lo tuvo. Por poco fue el hombre que atrapó a Money, el que cobró el gran cheque del 5 de mayo. Pero Money ajustó su estilo, aprovechó su velocidad, su precisión y la sobrecarga de golpes de un hombre que había peleado más guerras en cuatro años que Mayweather en toda su carrera. Al final, Cotto no fue. Money triunfó en decisión unánime. Cada vez que Mayweather pelea un 5 de mayo, de 2007 para acá, las peleas han aumentado en expectativa y en dureza. El deportista mejor pagado del mundo es el hueso duro de roer en la división welter. El que logre derribarlo, podrá aspirar a una etiqueta que vale millones: el hombre que venció a Mayweather, garantía de Pago Por Evento. Pero Money nunca se deja atrapar. El gran cheque es la promesa inalcanzable, que tienta con debilidades momentáneas y cada año parece más cerca de los puños del oponente. Robert Ghost Guerrero no enfrenta solamente a un campeón de cuatro divisiones, sino a un fin de semana tradicional de combates en el que un hombre ha sentado sus reales. Enfrenta al invicto, al hacedor de millones, al peleador elusivo. Al Dinero. También al hombre al que la edad parece alcanzar, por lo que ha decidido pelear más frecuentemente que nunca: seis veces en treinta meses contra sus previas cinco veces en cinco años. El dinero no dura para siempre, y el precio en la vida de los boxeadores lo cobra la edad tarde o temprano. Mientras llega, el 4 de mayo aún es el May Day, y la pregunta está en el aire: ¿perderá? ¿Guerrero será el hombre?
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Hilario Peña @HilarioPenia
Julio César Chávez vs. Frankie Randall 7 de mayo de 1994, MGM Grand, Grand Garden Arena, Las Vegas, Nevada, EUA hávez no pelea en enero, esto todo mundo lo sabe”, fue la explicación que dimos al verlo con la espalda en la lona por efecto de un recto de derecha. El hombre responsable de cargar con las esperanzas de todo un país sobre sus hombros merecía celebrar el fin de año a sus anchas. La orgía de mariscos, cervezas y música de banda no podía ser interrumpida por ningún entrenamiento. Antes que ocurriera aquella tragedia, creímos que después de Mayweather, Taylor y Whitaker, el camino a las cien victorias sería cuesta abajo. “¿Cuántos norteamericanos así de buenos en la categoría de los superligeros puede haber?” Al menos uno más, fue la respuesta. A pesar de no contar ni con el alcance del Black Mamba, ni con la velocidad de Meldrick, ni con la técnica de Pernell, Frankie Cirujano Randall poseía una mezcla balanceada de esas tres características. “Ahora nuestro paisano lo sabe y hará los ajustes necesarios”, era lo que decíamos. “Tan sólo cuatro meses para volver a subir al encordado… pero es que la revancha nos urge.” 7 de Mayo del 94. Sonó la campana en el MGM Grand de Las Vegas y el nacido en Ciudad Obregón no se anduvo con trámites. Empezó rápido acechando al rival. La preparación en el Centro Ceremonial Otomí funcionó. Había recuperado la condición perdida durante el Guadalupe-Reyes. El problema fue que Randall absorbía castigo y brindaba lo propio. En el segundo episodio un gancho de derecha puso en predicamento al sinaloense. Se le doblaron las piernas. Randall seguía siendo letal a la media distancia. Chávez descubrió que la peligrosidad del Cirujano disminuía dando un paso al frente, sin embargo las cabezas comenzaron a colisionar. Se asumieron las consecuencias. El tercer asalto se llevó a cabo dentro de una cabina telefónica imaginaria. Sonó el campanazo. Otros diez puntos para Chávez, quien ahora dictaba el ritmo de la contienda. Esto era la buena noticia. La mala: que Randall le seguía el paso. Para el episodio número cuatro Chávez pisó el embrague y metió un nuevo cambio: el boxeo. Para sorpresa de todos, lo hacía bien. Durante catorce años de carrera le había tocado representar el papel del fajador. Aquella era una época en la que el púgil azteca no se permitía a sí mismo asumir otro rol. Ganar no era lo único importante, había que morir en la raya antes que rajarse. Se trataba de una cuestión antropológica detectada por Octavio Paz en su Laberinto de la soledad. La inclusión de Emanuel Steward en la esquina de Chávez lo animó a nadar contra el rumbo que su mexicanidad dictaba, aprovechando sus dotes de boxeador: el cabeceo, el rolling, el bending y el ataque en reversa. Fue ahí que muchos nos dimos cuenta: Chávez contaba con el paquete completo de virtudes defensivas y ofensivas. Durante cuatro rounds el mexicano llevó a la escuela al nacido en Alabama. La lección de boxeo terminó en el octavo con un cabezazo accidental que hizo un tajo en la ceja del César. Sangre comenzó a manar profusamente. El réferi Mills Lane pidió tiempo fuera para llevarlo a revisión. Desde la otra esquina Randall lucía entero e impaciente por seguir luchando. El doctor determinó que Chávez no podía continuar con semejante herida. Julio supo que había acumulado los puntos necesarios para asegurar la victoria y por ello no protestó la decisión del médico. Esperó con calma el fallo de los jueces, el cual resultó ser favorable. La vida le había enseñado que eso no significaba rajarse.
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Mauricio Salvador @mauriki
Manny Pacquiao vs. Juan Manuel Márquez I 8 de mayo de 2004 eis meses después de destrozar a Marco Antonio Barrera, Manny Pacquiao continuó con su plan divino, consistente en destruir a todos los héroes menores que se le pusieran enfrente, si mexicanos mejor. Pacquiao subía al ring con la extrema confianza de las listas libra por libra, de su velocidad y poderosísima izquierda. Juan Manuel Márquez aún no era el Dinamita; era, de hecho el Francotirador y si bien era reconocido como uno de los mejores plumas del mundo su carrera no se caraterizaba por la emoción o el drama. Era, más bien, una delicia para los puristas. El 8 de mayo subió al ring para enfrentar al tifón filipino. Era su gran oportunidad, el momento por el que había esperado tantos años después de ser evadido por las estrellas del momento. Y he aquí que en la pelea de su vida Pacquiao lo atacó con furia y lo mandó a la lona en tres ocasiones. Poca habría sida la controversia si el réferi Joe Cortez hubiera detenido la pelea en ese momento. No lo hizo y Márquez regresó a su esquina aturdido, con la
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nariz rota y con una desventaja brutal de cuatro puntos. ¿Cómo se recupera un boxeador de semejante comienzo? ¿Cómo intenta siquiera remontar cuando enfrente tiene a un demonio noqueador? Es difícil explicarlo pero con la ayuda de su entrenador Nacho Beristáin Márquez salió al segundo round y comenzó a hacer el tipo de pelea que se esperaba de él, al contraataque, antes que el dinamismo que propuso en los primeros segundos del primer round. En ese ritmo, Márquez descifró el timing con el que Pacquiao tiraba la izquierda y comenzó a contragolpearla. Así, poco a poco, comenzó a confundir a un aturdido Pacquiao que sin la izquierda (su principal arma en aquel entonces) vio cómo Márquez se hacía del control de la pelea. En retrospectiva es esta pelea del 8 de mayo de 2004 la que ha fincado la reputación de Juan Manuel Márquez. Y con su victoria por nocaut ocho años después es posible decir que Márquez se consolidó como el ganador de una trilogía histórica.
Rodrigo Castillo @roodericus
Manny Pacquiao vs. Ricky Hatton 2 de mayo de 2009, MGM Grand, Grand Garden Arena, Las Vegas, Nevada, EUA acemos héroes a quienes creemos invencibles. Dejamos de ver el otro lado, aunque esté ahí. ¿Quién escribe acerca de las derrotas?, ¿quién es el que canta las tristezas del que lo ha perdido todo? La desesperanza y la caída, por ejemplo, tienen un fundamento cuando los vencedores doblegan a su oponente. Es ahí donde lo incierto termina, pero, ¿hasta qué punto nos son aludidas las razones de los noqueados? En 2007 Floyd Mayweather Jr. había anunciado ya la debilidad de Ricky The Hitman Hatton. El gancho de izquierda de Money entró justo cuando Hatton atacaba, pero el movimiento de pies y de cintura de Mayweather hicieron que el cuerpo de The Hitman entrara en picada: con un izquierdazo Money vulneró la quijada enorme de Hatton, quien noqueado de pie no hizo sino abrazarse a Floyd para resistir. Era demasiado tarde. El décimo round aún tenía más de un minuto de vida. El final de esta historia replicó con un nuevo gancho de izquierda, y la mandíbula de Hatton, su talón de Aquiles, no quiso darle oportunidad si quiera de dar la cuenta de protección. A pesar de ser una de las quijadas más expuestas, el 2 de mayo del 2009 nadie imaginó que los golpes cuerpo a cuerpo de Manny Pacquio dañaran al buque-Hatton. Era más probable que el inglés absorbiera el castigo sin problemas, y que boxeando en lo posible al Pacman, contrarrestara la velocidad y efectividad del jab del filipino. Quizá resulte chocante la afirmación, pero se creía que la pegada de Pacquiao difícilmente ocasionaría un problema serio a The Hitman. El movimiento corporal de Pacman sí representaba un problema si se ponían en la balanza los estilos de los peleadores. Más anclado al encordado, Hatton tenía que aspirar a buscar la distancia. Pero no tuvo el tiempo suficiente. El primer round fue un laboratorio de intensiones maléficas, que ambos trabajaron con intensidad. Si Manny media con su brazo derecho la distancia, Hatton, por su
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parte, iba al frente, proponiendo una pelea para acabarla lo más rápido posible. Si Hatton proponía buscando acorralar a Pacquiao, este último retrocedía con su fantástico movimiento de piernas, entrando y saliendo, conectando los maravillosos rectos de derecha e izquierda, veloces, contra el rostro del inglés. Pacquiao hace que el boxeo se vea sencillo. En el minuto veintisiete aún del primer round Pacman logró conectar esa mandíbula con una derecha quirúrgica, que de inmediato puso en mal estado al de Manchester. A partir de aquí el tempo fue otro para Hatton. Después de un golpe certero, tuvo que modificarse la estrategia que hasta entonces el mismo Hatton venía utilizando. Combinaciones efectivas que marcaba sobre el rostro del inglés, las de Pacquiao se convirtieron en una ráfaga de buenos puños. Volados de derecha, jabs, fintas. El mejor Pacman llevando a la lona a un rival que difícilmente podría reconstruirse en la pelea. Los siguientes cuarenta y cinco segundos del primer episodio fueron una lluvia de combinaciones, todas efectivas. Antes del campanazo Pacman puso una vez más a Hatton en la lona. ¿Cuál y dónde fue el golpe? La mano derecha de nuevo sobre la mandíbula de Hatton. Qué pasa en la cabeza del hombre que visita la lona. No una sino tres veces en menos de seis minutos. En ese preciso momento, ¿cuáles son las ideas de un welter natural, para ayudarle a pensar que el castigo que sufre es mucho, para escapar de él, de sí mismo? La fortaleza y resistencia de The Hitman fue puesta en tela de juicio. Como los peleadores que se van desmadejados sobre las cuerdas, la valentía y entereza de un Hatton derrotado hace recordar que la voluntad es nula en el boxeo. Nula porque aquello que es más veloz hace invisible, también, una esperanza. Como Helena que teje (y desteje en su mente obstruida por la desesperanza) las empresas de los troyanos y los aqueos en una tela del color de la sangre.
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Ricardo “El Matador” Mayorga vs. Oscar “Golden Boy” De la Hoya 6 de mayo de 2006, MGM Grand, Las Vegas, Nevada l careo sobre el ring es el momento cumbre de la tensión callada. Los dos peleadores se esfuerzan por apretar, no parpadear y derrotar con la pupila a su rival. Ricardo El Matador Mayorga rompió esa mímica del pleito para convertir el rito en la pantomima de la bravuconada. Antes de que el réferi pudiera dar las instrucciones obvias, el nicaragüense gritaba: “¡Te dije que te iba a putear!”; “¡Ahora quiero verte los huevos!”; “¡172 libras, oíste!”. Sin instrucciones los despacharon a sus esquinas. Tres campanazos después, Mayorga estaba tirando unos golpes tan curvos, tan amplios, tan desesperados que parecía un niño con un palo intentado golpear una piñata. Y Oscar De la Hoya, entendido y cerebral, se escondió de esos golpes en el lugar menos pensado: lo más cerca que podía de su rival. Desde ahí, apenas al minuto del primer round, soltó un gancho izquierdo tan económico, tan compacto, que Mayorga desde la lona lo miraba con el rostro del atropellado indefenso. Seis rounds después, una pelea que nunca fue competencia estaba acabada. El réferi detuvo la pelea —y en el intento tiró de espaldas a De la Hoya—, porque Mayorga no podía más. Hincado, con una mano en las cuerdas, la otra sobre una rodilla, y sobre el guante, la frente: uno de los grandes bocones de la década estaba efectivamente derrotado por uno de los grandes talentos odiosos de la década.
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Mientras duró, en el ring se estaba gestando una mutación ya conocida: el talento que después de una derrota y un coqueteo con el retiro, busca hallar entre las cuerdas su antigua forma. Frente a él, los puños duros de un fajador de gran quijada. Un campeón de modos toscos, Mayorga tenía muy pocas habilidades para sostenerse entre la élite del deporte, pero que sin duda habrá sido un invencible de la peleas en congales y cantinas. De la Hoya apenas si soltaba el largo jab que le desmenuzó a tantos rivales, el ganchito zurdo correteando el cruzado de derecha también aparecían con irregularidad: el excampeón estaba recordando. Se lo dijo su entrenador, Floyd Mayweather Sr. al terminar el primer round: “podrías acabar con este hijo de puta ahora, suelta las manos”. Pero no, De la Hoya en el 2006 no era el De la Hoya de 1998. La velocidad empezaba a diluirse. Le tomó seis rounds lo que antes le habría tomado dos o tres. Por fortuna, Mayorga era el blanco estático, estrambótico de formas pero limitadísimo de piernas, como para ensayar con público un regreso más bien agridulce. Mayorga, por su parte, hasta hace no mucho estaba intentando probar suerte como artista marcial mixto, con un cigarro perenne agriándole el gesto y perfumando las baladronadas que fueron siempre su mejor faceta.
Rodrigo Márquez Tizano @rmtizano
Diego Corrales vs. José Luis Castillo 7 de mayo de 2005, Mandalay Bay Resort & Casino, Las Vegas, Nevada, EUA ablemos de grandes rounds. Es nuestra unidad básica de medición, después de todo. La distancia de los pleitos ha variado de acuerdo a las circunstancias y los tiempos, pero el round no. Nunca. Tres minutos y uno más de descanso entre episodios: ha sido así desde que en 1867 se publicaron las Reglas del Marqués de Queensberry y el boxeo dejó de ser aquel desordenado acto de violencia sin cabida para la deportividad o el juego limpio. El boxeo se entrena pensando en rounds y se aprecia del mismo modo. Aunque los combates se compongan de un determinado número de episodios consecutivos, cada uno mantiene su independencia y funciona como umbral y referencia mínima por sí mismo. Los grandes rounds no conforman, necesariamente, el corpus de una gran pelea. Suman pero brillan con luz particular. Son explosiones aisladas. Completar el círculo requiere que uno piense en el futuro: estrategia, inteligencia, resistencia y oficio. Para hacer un round inolvidable, en cambio, hace falta algo más. Contar con dos voluntades encontradas y casi desvanecidas, en principio; y mientras más se acercan las papeletas este hecho cobra mayor importancia. El décimo de Diego Corrales vs José Luis Castillo I reúne todo lo que un round necesita para facilitarle a sus actores la inmortalidad. Cierto: no sería justo reducir el gran combate entre Corrales y Castillo a aquel asalto único: la pelea entera es una de las mejores que se han visto en las últimas décadas. Pero estamos hablando del diez más grande de la historia. Si existiera algo parecido a la pelea perfecta, una antología de los momentos más entrañables entre las doce cuerdas, estos 180 segundos estarían justo después del famoso noveno en el Gatti-Ward inaugural. Habría dudas entre comenzar con Hagler-Hearns o Pryor-Argüello, pero no con ésta. Cuando suena la campana y Corrales se pone de pie, lleva ya la cara hecha pedazos. Ha perdido la visión del ojo izquierdo casi por completo. Desde el sexto padece de visión, y ese es el deterioro obvio: Castillo ha pasado la noche suministrándole con éxito ese gancho que asimiló en carne propia cuando hacía de sparring para Julio César Chávez, un golpe deletéreo e invisible, la especialidad de la casa. El sonorense está cortado de la ceja
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pero luce entero. Ambos se persignan, chocan guantes. Y Chico prueba, busca a su contrincante con ese corazón anómalo y desproporcionado, lanza el jab y lo armoniza con el uno-dos al cuerpo que queda flotando, el simulacro va una, dos veces y no hay remedio para el fallo, entonces, justo cuando va a repetir la combinación, José Luis lo encuentra como por casualidad: dibuja la comba y lo detiene en seco, controlando el tempo de la embestida: Corrales desconecta, queda tendido hasta que la cuenta llega a nueve y entonces un resorte eléctrico lo hace volver de entre la niebla: esa misma descarga de origen desconocido que lo puso en pie hasta cinco veces, las cinco que Mayweather lo depositó en la lona allá por 2001, y si en aquella ocasión sólo pudo detenerlo Joe Goossen y una toalla desde el rincón, desde entonces han pasado factura los Casamayor, los Freitas, ha crecido, Corrales, como peleador y ser humano. La primera vez que Corrales tira el protector bucal, Tony Weeks otorga, sin pensar mal, los segundos para que la esquina vuelva a colocárselo, pero cuando después de un nuevo intercambio Castillo lo impacta con otro izquierdazo y Diego, en la lona, vuelve a escupir la guarda, esta vez de manera claramente intencional, el árbitro decide descontar un punto, lo cual hubiese cobrado cierta importancia si alguno de los dos hombres en el cuadrilátero hubiera tenido en la mente llegar a la distancia. Trato justo, un insignificante punto a cambio de segundos vitales. Luego de la segunda interrupción, Castillo vuelve a su carrera por el nocaut y Corrales, aún grogui, lo recibe con un gancho izquierdo sacado de la nada. ¿Quién podría decir si fue la fuerza que el californiano imprimió al golpe o la sorpresa que causó en Castillo la reacción de un rival al que pensaba hundido? El hecho es que ahí comenzó la remontada: un segundo después, Corrales tiene al mexicano contra las cuerdas, repartiendo el daño entre izquierda y derecha, hasta que el réferi no puede hacer otra cosa sino meter las manos y declarar el nocaut técnico a favor de Diego Chico Corrales. Hablemos de grandes hombres. Pasado el tiempo todo iría a peor, pero qué importa: aquella noche ha sido una de las más grandes para el boxeo.
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Thomas Hauser / Traducción de Mauricio Salvador
Don King en el crepúsculo on King llegó al Barclays Center, para el encuentro del 9 de marzo por el título de las 175 libras de la Federación Internacional de Boxeo entre Bernard Hopkins y Tavoris Cloud, poco después de las ocho de la noche. King tendrá ochenta y dos años el próximo 20 de agosto, pero conserva la vitalidad y presencia física de un hombre de la mitad de su edad. Su robusta complexión, su sonrisa de Gato de Cheshire, su resonante voz y su aguda risotada sugieren una fuerza de la naturaleza. Adonde sea que vaya, King es pronto encapsulado en una burbuja de atención pública. Todos, desde los altos ejecutivos hasta los hombres y mujeres que van por las calles, se detienen y miran, atraídos hacia él. En el número del 2 de septiembre de 1974 de la revista Sports Illustrated, Mark Kram escribió: “Don King es grande, negro, y difícilmente hermoso, un panorama de cincuenta quilates de brillante vulgaridad y cruda energía, un hombre que quiere tragar montañas, caminar océanos y dormir sobre las nubes.” Para América esa era la presentación convencional de King. Dos meses después Muhammad Ali destronó a George Foreman en Zaire cuando Don jugaba el rol principal en la promoción. En las décadas que siguieron, King fue el promotor de más de quinientas peleas de campeonato. En cierto momento Producciones Don King podía presumir de ser el promotor de siete de los diez más grandes combates de pago por evento de la historia (según ventas totales) y de doce de las veinte peleas con mayor número de asientos vendidos en la historia de Nevada. King ha sido el promotor de Ali, Foreman, Joe Frazier, Larry Holmes, Mike Tyson, Evander Holyfield, Ray Leonard, Roberto Durán, Julio César Chávez, Félix
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Trinidad, Roy Jones y docenas de otros peleadores del Salón de la Fama. King es uno de las pocas personas del boxeo que han trascendido el deporte. Su nombre y su cara son más reconocibles que la de Floyd Mayweather Jr. o que la de cualquier otro peleador activo. “La gente se me acerca todo el tiempo, me hacen cargar a sus bebés y me piden que los bese”, dice alegremente King. “Eso no le pasa a Bob Arum (fundador de Top Rank) o a Richard Schaefer (CEO de Golden Boy Promotions).” Los aficionados al boxeo están acostumbrados a verlo con un smoking la noche de la pelea, una brillante aparición envuelto en una joyería tan ostentosa que parece reflejar todo desde la punta de su cabello hasta el negro charol de sus zapatos. En Barclays, King mostraba un aspecto diferente. El promotor vestía tenis de correr de color rojo, azul y blanco, pantalones de pana marrones, camisa azul, corbata con la imagen de la bandera de Estados Unidos y una chaqueta de mezclilla con estrellas estampadas y adicionada con tres botones “Obama”. La chaqueta (una de las tres dedicadas a América que posee el promotor) estaba increíblemente raída. En contraste, sus uñas estaban impecablemente manicuradas. En una mano llevaba un cigarro sin prender, y en la otra, banderitas que representaban a un par de docenas de países. El nombre de cada país estaba escrito en la base de cada respectiva asta. Hubo un tiempo en que a King no le importaba mucho quién ganaba o perdía un gran encuentro, porque controlaba a ambos peleadores. Hace mucho que esos tiempos se han ido. Ahora es raro para Don controlar siquiera a uno de los contendientes en una pelea de consideración. Tavoris Cloud
tenía un contrato con King, pero la pelea con Hopkins fue la última de su arreglo promocional. Se suponía que, ganara o perdiera, Cloud también se habría ido. Y es muy posible considerar que esta fue la última pelea de King en HBO. ¿Qué le sucedió al poder de King? Para los no iniciados, King fue prisionero de su propio éxito. Lo que había funcionado en el pasado dejó de hacerlo. Pero King tenía el suficiente dinero y las suficientes trapacerías de los años de gloria que no se vio forzado a adaptarse. Los tiempos cambiaron, pero él no cambió con ellos. A King le gusta tener el control. Siempre ha tenido en la mano todos los cabos de cada parte de sus negocios. Le gusta que todo pase por él y prefiere no compartir ninguno de los secretos del negocio con nadie. Así que nunca ha tenido a un buen segundo que lo ayude con la carga pesada o lo guíe en nuevas direcciones. Don siempre ha tenido la sartén por el mango. Durante años, el control del campeón de los pesados (Ali, Holmes, Tyson) y de los peleadores abajo de ellos fue su activo más valioso. Después perdió el control. Se las arregló para perseverar con peleadores como Félix Trinidad y Julio César Chávez, pero la dinámica del poder en el boxeo se inclinaba en favor de las cadenas televisivas de paga. Sus ejecutivos encontraron que había promotores con los cuales era más fácil lidiar. Después que Don llevara a Tyson a Showtime a mediados de la década de 1990, HBO tomó la decisión de licenciar cada vez menos peleas para él. Luego King perdió a Tyson y Showtime se alejó de él. Eventualmente King se quedó sin un peleador sustancial para los ejecutivos de las cadenas y HBO comenzó el proceso de ayudar a construir Golden Boy.
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Además, si King había acaparado varios espacios relacionados con sus negocios (y eran muchos), otros promotores comenzaron a acaparar incluso con más fuerza. Los organismos reguladores encontraron a nuevos solicitantes con los cuales equilibrar sus balances. Los tentáculos de estos promotores pronto alcanzaron cada esquina de la industria boxística, tal y como Don alguna vez lo había hecho. Mientras tanto, la reputación de King comenzaba a pasarle factura. La atención nacional se enfocó en él de manera muy crítica. Los peleadores de élite se cuidaron de firmar con él. Fue objeto de un escrutinio legal más intenso que el de otros promotores y, en ocasiones, medido con una vara más alta. Y finalmente Don se volvió viejo. La gente comienza a bajar a intensidad a determinada edad. No hay campeones internacionales de ajedrez de ochenta años. A cierta edad hombres y mujeres comienzan a pensar una jugada con menos anticipación de lo que solían hacerlo.
“Yo soy como Churchill”, dice King. “Nunca me rendiré.” Pero en el Barclays Center uno tenía la sensación de que King alcanzaba el final de un viaje extraordinario. Y a pesar de que su peleador era el campeón, fue Hopkins (promocionado por Golden Boy) quien fue enlistado como el primero en todo el material promocional. Cloud era intercambiable, un tipo con un cinturón. Hopkins vs. Cloud era más bien acerca de Hopkins. La característica definitiva de la carrera de Bernard ha sido su longevidad. Como lo ha notado Tom Gerbasi: “Tomó el tiempo de cuando los legados de los boxeadores son destruidos o al menos empañados e hizo el suyo aún más grande.” Hopkins alcanzó la fama gracias a su nocaut en el doceavo round de Félix Trinidad, el 29 de septiembre de 2001. Tenía treinta y seis años y se suponía que sus días en el boxeo estaban contados. Un gran número. En los siguientes cuarenta y un meses Bernard logró victorias sobre Carl Daniels, Morrade Hakkar, William Joppy, Robert Allen, Oscar De la Hoya y Howard Eastman. Luego, a los cuarenta, perdió dos veces ante Jermain Taylor. Ahora, con toda seguridad, el fin estaba cerca. Desde entonces el récord de Hopkins ha sido desigual. Antes de enfrentar a Cloud no había logrado un nocaut desde que en 2004 detuvo a Oscar de la Hoya. Y en los ocho años anteriores produjo seis victorias, cuatro derrotas, un empate y una pelea sin decisión. Y en los treinta y cinco meses anteriores sólo había ganado una pelea. Pero siempre fue competitivo. Y lo que lo vuelve realmente impresionante es su edad. Ahora tiene cuarenta y ocho años de edad. Margaret Goodman (ex jefa de doctores de la Comisión Atlética de Nevada) dice: “Si un peleador es lo suficientemente viejo como para necesitar Viagra, entonces no debería estar peleando.” Hopkins dice: “Soy un peleador. Eso es lo que hago. La edad no es mi enemigo. No miren el número. Miren al hombre. Yo no cuento los años. Los demás lo hacen. Me detendré el día que quiera hacerlo.” Hopkins tiene un increíble trabajo de pies, gran balance y una quijada de piedra. Llega a las peleas en la mejor condición posible y es un maestro en el dominio del
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ring. “Ninguna pelea es sobre el pasado”, dice Bernard. “Toda pelea es sobre el ahora. Tomo cada pelea como si fuera la piedra angular de una nueva generación.” Su mentalidad incluye además un sano respeto por la tradición del boxeo. “No sé si hubiera sobrevivido en una época como la década de 1940”, reconoció Hopkins varios años atrás. “Peleando tres o cuatro veces al año creo que habría sido competitivo en tal época. Pero mental y físicamente habría sido duro para mí pelear catorce o quince veces al año como aquellos tipos solían hacerlo.” En suma, cuando Hopkins sube al ring, lo hace con el peso de la historia detrás suyo y el peso de la edad sobre sus hombros. Hopkins-Cloud fue la primera pelea de Bernard en Nueva York desde 2001. Los juegos mentales de siempre hicieron su aparición, como cuando Hopkins se presentó a la conferencia final de prensa con una sudadera cubriéndole la cabeza, gafas oscuras y una máscara que le cubría el rostro, sin decir palabra. “Sería un tonto si cayera en los juegos mentales de Bernard Hopkins”, dijo Cloud a la prensa. “Ese es un juego de tontos, caer en esas trampas. Él vive en su propio mundo, así que lo dejaré ser hasta el 9 de marzo.” Cloud era favorito tres a dos, con base mayormente en la diferencia de diecisiete años entre ambos peleadores. Cuando Bernard se hizo profesional en 1988, Tavoris tenía seis años de edad. El debut de Cloud no se dio sino treinta meses después que “El viejo Hopkins” venciera a Tito Trinidad en 2001. “No creo que ningún peleador pueda permanecer joven por siempre, no importa cuánto lo intenten”, dijo Tavoris, “y es evidente que ha disminuido en los últimos dos años.” Pero el sentimiento entre la intelligentsia boxística era que la juventud era la única ventaja de Cloud. El récord de Tavoris era de 24-0, pero no había mucho en su currículum. Sólo había tenido dos peleas desde 2010. El único boxeador hábil de nota contra el que peleó fue Gabriel Campillo. Campillo ganó esa pelea, pero dos de los tres jueces le dieron el beneficio a Cloud. Los otros “nombres” en el currículum de Cloud fueron: Clinton Woods y Glen Johnson. Aparte de Yusaf Mack (quien había sido noqueado en tres de seis peleas en los pasados cuarenta y cinco meses), Cloud no había noqueado a ningún oponente desde 2008. Más aún, los peleadores que durante años habían dado problemas a Hopkins (Roy Jones de joven, Jermain Taylor, Joe Calzaghe y Chad Dawson), todos tenían más velocidad que él. Cloud es lento en el juego de pies y lento para soltar las manos. Mientras tanto mucha de la actividad antes de la pelea se enfocó no en Hopkins vs. Cloud sino en Hopkins vs. King. Tenían una larga y contenciosa relación. King promovió a Hopkins durante la mayor parte de su reinado como campeón de los medianos, y Bernard (como muchos de sus correligionarios) se encabritó ante lo que consideró una explotación por parte de Don. Pero Bernard propició la justa venganza en 2001, cuando noqueó a Félix Trinidad para así descarrilar los planes del promotor de una megapelea en el estadio de los Yankees entre Trinidad y Roy Jones. Y sin embargo Hopkins seguía bajo contrato con King por tres peleas más que se llevarían a cabo en dos años. King, por supuesto, apoyaba a Cloud en su próxima
batalla contra Hopkins. “Tavoris Cloud vencerá a Bernard Hopkins”, proclamó Don en la conferencia inicial del 15 de enero (llevada a cabo en el cumpleaños número cuarenta y ocho de Bernard). “No es una corazonada o especulación o pronóstico. Es una promesa.” En la misma ocasión King se dirigió a Hopkins para notar: “Eres listo. Cuando Tavoris te noqueé sabrás que es tiempo de retirarse.” Pero en general King bajó la intensidad de la retórica. “Amo al tipo”, dijo de Bernard. “No tengo ningún problema con él.” Hopkins tenía una visión diferente. “No me gusta Don King”, declaró, “y he dejado claro que no me gusta Don King. Tavoris Cloud es el último caballo de Don. No hay más establo. Y cuando el último caballo de Don se rompa una pierna, Don estará acabado. ¿Quién iba a pensar que Bernard Hopkins —no la mafia, no la gente de la calle, no los peleadores que durante años lo amenazaron, no los otros promotores—, quién iba a pensar que sería yo quien por fin lo acabaría? Todo peleador que Don me puso enfrente lo noqueé. Tengo un récord de 15-0 con él. Entiendo cuál es mi mayor motivación. Don King, queriéndolo o no, me ha ayudado a construir mi legado y lo he vencido desde siempre. Poner el último clavo en su ataúd, es un honor.” A ello Richard Schaefer añadió: “Creo que [King] disfruta lo que hace, pasearse con su chaqueta y sus banderitas y gritando ‘Puerto Rico’. Ni siquiera tiene un peleador de Puerto Rico. Vive en el pasado.” King lo toma como es. “Estoy encantado de haber escuchado algunos de los comentarios que ha hecho el señor Hopkins”, dijo Don durante una conferencia telefónica el 27 de febrero. “Creo que ha sido excelso. Bernard ha hecho un gran trabajo como promotor y quiero decir que no lo considero mi némesis. Creo que es fantástico que haya tenido tan única, grandiosa y maravillosa carrera. Nadie le puede quitar eso. Amo a Bernard. Ambos somos alumnos de la penitenciaría. Es un hermano fraternal.” De hecho, existen muchas similitudes entre ambos hombres. Como King, Hopkins (lo admita o no) se ha convertido en parte del establishment boxístico. Como King, Hopkins ha desafiado el tiempo y usado las palabras como un arma. Hubo un tiempo en que King fue el hombre que trabajaba más duro en el boxeo y también el hombre más duro trabajando en el boxeo. Ahora dicho manto pertenece sin dudas a Hopkins. Ambos tienen una mentalidad que no ofrece concesiones y quieren todo para sí. Escuchen a Bernard hablar:
No es suerte. La suerte no me ayudó a salir de la penitenciaría sin haber sido asesinado, navajeado o violado o lo que sea. La suerte no me sacó del gueto y cambió mi vida. Es el trabajo duro el que crea la suerte. Las reglas son diferentes para Bernard Hopkins. Las reglas deben ser diferentes para Bernard Hopkins porque yo las he hecho de esa manera. Estoy haciendo algo que se supuestamente no puede hacerse. Ahora se convierte en algo diferente y eso es lo que yo soy. Diferente.
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Lo hago a mi manera. King ríe cuando se le citan las palabras de Bernard. Bernard quiere ser como yo, [dice el promotor] pero aún le falta mucho camino por recorrer. Cuando Don King llegó al Barclays Center la noche de la pelea, fue directamente a los vestidores de Tavoris Cloud. “Let’s get ready to rumble,” dijo al peleador. “Haz tu trabajo. Luego iremos a casa y comeremos un bistec.” En años pasados, a aquello le habría seguido un tour pre-victoria alrededor de la arena. Esta noche King se conformó con una silla acolchada, donde permaneció hasta que Cloud caminó al ring dos horas y media después. Para Don era más cómodo permanecer ahí y además le requería menos energías. La habitación estaba tranquila y así permanecería la mayor parte de la noche. No había música, muy poca conversación entre el equipo del peleador y virtualmente ninguna interacción entre el Team Cloud y King. De pronto el promotor sacó un teléfono de su chaqueta y comenzó a barrer su dedo por la pantalla para pasar de foto a foto. “Este soy yo con Jimmy Carter. Este soy yo con el primer presidente Bush...Bill Clinton...George W. Bush... Mobutu [Sese Seko]... Coretta Scott King... Ferdinand Marcos... Nelson Mandela. Él es la persona más interesante que he conocido.” Abel Sánchez (el entrenador de Cloud) llama la atención del inspector de la Comisión Atlética de Nueva York, Mike Paz, respecto de una cortada en el dedo índice derecho de Cloud que no había sanado plenamente. “¿Podemos poner una pieza de cinta sobre la cortada para protegerla antes del vendaje?” La respuesta fue no. “Hugo Chávez. Adoro al hombre. Fue como un hermano para mí... Silvio Berlusconi... Jacques Chirac en la Casa Blanca francesa.” Luego continuó con una serie de fotos de luminarias boxísticas. “Muhammad Ali. Yo y él, cambiamos la historia… Joe Frazier…Mike Tyson…Larry Holmes…George Foreman…Roberto Duran…Felix Trinidad…, las grandes peleas reúnen a la gente. No se trata sólo de dos hombres peleando. Se trata de acercar a gente de diferentes culturas. Es una felicidad que la gente siente en sus corazones y de la cual hablarán por años. Yo no he promovido sólo peleas. He promovido culturas y gente. Cuando agito la bandera de Puerto Rico y grito ‘¡Viva Puerto Rico!’, todo Puerto Rico se involucra.” Más fotos. Entonces King hace una pausa al encontrar una imagen de sí mismo, más joven, junto a su esposa de cinco décadas. Henrietta King murió en diciembre de 2010. “Mi maravillosa esposa, Henrietta. La extraño mucho. Todo lo que he logrado en la vida, se lo debo a ella.” El muestrario continuó. “El Papa Benedicto. Acaba de renunciar... Ese soy yo en las Naciones Unidas... Henry Kissinger...Aquí hay más presidentes. No recuerdo de qué países son... Shimon Peres en el Muro de los Lamentos...Ahí con un panda gigante en China...Aquí con algunas tropas. Yo apoyo a las tropas adonde quiera que voy... Esta es la foto de una pintura que el Papa me regaló. Vale un millón de dólares. Michael Jackson…Janet Jackson…Christie Brinkley…Celine Dion…Danny Glover…Natalie Cole…Estos son unos artistas de hip-hop…LeBron James…Martina Navratilova… Roger Federer…Rafael Nadal…Todas estas personas y yo salimos del gueto en Cleveland.” Luego
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una foto de King abrazado a una mujer encanecida con su cabeza apoyada en el pecho de Don. “Mi hermana Evelyn. Éramos siete. Seis hombres y una mujer. Somos los últimos dos.” King miró las fotos alrededor de una hora. Uno puede conjeturar que las personas cuya foto se encuentra en ese teléfono recuerdan también su encuentro con Don. “La recompensa está en el viaje”, agregó King, “y yo he tenido un fantástico viaje.” Hacia las 9:30 Cloud se puso de pie y comenzó a hacer sombra. Pasó otra hora. “A veces me pongo ansioso antes de una pelea”, admitió King, “pero uno no quiere mostrar eso a su peleador.” Entonces King comenzó a hablar acerca de Bernard Hopkins vs. Félix Trinidad y de cómo el destino había conspirado para negar a Trinidad lo que se le debía. Al Team Cloud no le podía importar menos lo que había pasado en el boxeo hace más de una década. Don agitó su banderita de Puerto Rico y gritó “¡Viva, Puerto Rico!” Silencio. King cambió su atención hacia el peleador enfrente de él. “El señor Trueno”, bramó. “La tormenta viene. Deja que el aire caliente se mezcle con el aire frío y entonces tendremos una tormenta. Dios partió las aguas para Moisés. Esta noche nosotros partiremos las aguas. Este hombre conectará un golpe que nos librará a todos. Las paredes de Jericó cayeron hechas añicos. Tú darás ese poderoso golpe para toda la humanidad.” A las 10:50 Cloud dejó los vestidores y caminó hacia el ring con King detrás suyo. Los peleadores fueron presentados. Hopkins no miró a King y se negó a escuchar las instrucciones finales del réferi Earl Brown en el centro del ring hasta que Don dejó el ring y comenzó a buscar su asiento en la fila delantera enfrente de la cámara principal de televisión. Sonó la campana. La pelea comenzaba. Antes del encuentro Cloud dijo: “Si miras pelear a Bernard Hopkins verás que no pelea durante todo el round. Así que uno tiene que ir y hacerlo pelear. No tienes que dejar que te trabe ni nada de eso. Tienes que desafiarlo con tu estilo de pelea. Tienes que ir y patearle el culo.” “Sé que soy el mejor peleador,” respondió Hopkins. “Sé que tengo el mejor I.Q. y que soy el peleador con la mejor condición física. Cloud es unidimensional. Adoro su estilo. Vendrá directamente a mí.” La pelea se dio al tiempo que dictó Bernard. Jimmy Tobin lo resumió muy bien en TheCruelestSport.com: “Gabriel Campillo ya había escrito en el cielo las limitaciones de Cloud” escribió Tobin. “Y Hopkins leyó el mensaje. Esta fue una sensacional demostración debido a la edad de Hopkins y no por su oponente. Con una combinación de fintas, movimientos bien intencionados y un puñado de desalentadores golpes, Hopkins desdibujó a Cloud física y mentalmente. Cloud pasó largos momentos de la pelea siguiendo a Hopkins sin provocar daño mientras aquel se escurría por las cuerdas. Debió forzar la pelea en contra de Hopkins y así aumentar sus posibilidades de conectar con algo lo suficien-
temente significativo para recordarle a Hopkins su edad. Debió usar sus fortalezas, abandonar el intento por pensar, e intentar acometer con todo a la única persona en el ring que no usaba una camisa rayada. Pero este ferviente ataque nunca se materializó. Incluso a la distancia Cloud mantuvo sus armas bien enfundadas.” King sabe qué es lo que ve. No dijo mucho mientras la pelea progresaba, pero lo que dijo daba en el punto. “Movimientos de veterano por parte de Bernard... ¿Ves cómo tira el codo?.. Justo lo acaba de hacer... Siempre que Cloud entra Bernard lo atrapa pero de la manera en que la mayoría de los peleadores lo hace. Atrapa la cabeza de Cloud con su brazo, lo baja y tuerce. Eso debilita a cualquiera, pero uno lo hace tanto como el réferi lo permita.” Pero había momentos de esperanza. “Eso es. Al cuerpo. Eso sí llamó la atención de Bernard y lo hizo extender las piernas... Bernard ensaya una gran cara de póquer. Nunca muestra cuando ha sido lastimado, pero lo fue... Cloud tiene que aumentar el ritmo y obligarlo a pelear.” En el round seis Hopkins hizo una cortada en el párpado izquierdo de Cloud. Y mientras los rounds continuaban siguió marcando el ritmo y los términos de la pelea. Hacia el round 10 King mostraba un gesto de resignación. Y hacia la mitad del doceavo levantó la vista hacia la pantalla gigante para ver cuánto tiempo quedaba. “Bernard lo hizo... Gran trabajo. Es un buen peleador.” La lectura de las tarjetas de los jueces fue anticlimática: 116-112 (dos) y 117-111 para Hopkins. Don King ha tenido muchos críticos en todos estos años y yo he sido uno de ellos. Pero este es momento de alabar al César, no de enterrarlo. King fue capaz de sentarse con profesionales en el otro lado de la mesa de negociación (ya fuera con Seth Abraham de HBO o Bob Arum de Top Rank) y hacer lo que fuera necesario a fin de llevar a cabo las grandes peleas que el público quería ver. Co-Promociones históricas como Ali-Frazer III, Holmes-Cooney, y Trinidad-De la Hoya llevan su marca. Su calidad colocó a 132,247 fans en las gradas del Estadio Azteca para Julio César Chávez-Greg Haugen. Y si alguien piensa que cualquiera habría podido vender boletos de Chávez en la ciudad de México, King también agotó las entradas al Savvis Center en San Louis para Cory Spinks vs. Zab Judah. Si Don llevara la batuta estos días, Manny Pacquiao vs. Floyd Mayweather ya habría sucedido. “Todo mundo intenta hacer lo que yo he hecho”, dijo King tres días antes de Hopkins-Cloud. “Pero nadie puede tocarme, no en esta vida.” Así que al menos por un momento dejemos de lado lo reprobable y celebremos la emoción y la energía que Don King ha traído al boxeo en los pasados cuarenta años. “Nunca será posible reemplazar el boxeo como deporte”, ha dicho King. Y el boxeo tampoco será capaz de reemplazar a Don King. Cuando se haya ido habrá dejado una huella global.
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Rodrigo Márquez Tizano
Maravilla en el País de las Sombras Largas quí la gente habla de afane. No sólo en la calle o en los cafés: ya al terminar la velada en el Amalfitani un número considerable de periodistas y escritores levantaban las palmas como reproduciendo la mímica de una rendición ante revólver. En la cancha, luego de que Martínez –decisión al hombro y zurda rota– trepara hasta la tercera cuerda abrigado por la bandera argentina, un ejército de impermeables celestes y amarillos enfilaba con dirección a la calle, sin alzar las manos pero ordenados bajo la tormenta, entre somnolientos e hipnotizados, dudando si el dinero y tiempo invertidos habían cubierto la renta anímica de una parcialidad que cantó, gritó y terminó empapada, más que a causa del aluvión, por una decisión polémica. El 27 de abril a Buenos Aires entera le habían prometido una fiesta inolvidable que se resistió a estallar. Cosas de la lluvia: la última esquina del verano hizo una pausa el mismo sábado que en la cancha de Liniers se congregaron más de 45,000 personas para presenciar la vuelta de Sergio Gabriel “Maravilla” Martínez a los cuadriláteros argentinos, tras once años de ausencia. ¿El resultado? Martínez aprobó su primer examen como titular absoluto del orbe con suficiente. Estoy convencido. Todo aquel que vio a Maravilla perder aún no puede contestarme si vio a Murray ganar. La actitud de Murray en los dos últimos asaltos no fue la de un número uno. Justo cuando había que apretar, la esquina del inglés decidió que había hecho lo suficiente para merecer una decisión a favor. Yo no me atrevería siquiera a pensar que al campeón del mundo, en su casa, se le puede vencer especulando con valores imaginarios, como un agiotista que colecciona letras bajo su colchón. Pero ése, claro, soy yo. Los amigos de la intriga, sin embargo, hacen lo posible por hacernos saber que son más listos, y que nosotros, pobres ilusos, aún vivimos instalados en el mundo de la fantasía. Eso –engañados– o en el peor de los casos, comparsas viles de un espectáculo montado. En la zona mixta hay un remolino de flashes y grabadoras a la espera de Maravilla, o más en concreto, de noticias sobre su condición (dice Lekowicz, todo cadenas y lengua de oro: Sergio va camino al hospital, muchachos, no va a ser posible que nos acompañe en la rueda de prensa pero tengan por seguro que peleó con el alma, se dejó la vida ahí arriba, por el país, por el futuro del boxeo en la Argentina). Y entonces comienza el cuchicheo. No viene porque es un cagón, dice uno. Porque sabe que perdió. Tongo. Lo robaron al inglés. Esto se masca por lo bajo, con tal de no herir susceptibilidades: entre algunos suspicaces incluso vive la creencia de que Sergio Martínez –no sólo el personaje público, el comediante de stand-up, el escritor de libros de autoayuda, sino también el hombre que se faja en el ring– se ha convertido en una herramienta oficialista. Y eso, dice un fotógrafo, es justo lo que saben hacer los del gobierno: robar. Más claro ni el agua. Que el boxeo, además de negocio, es política no es un descubrimiento. Lo que sí es de llamar la atención es la candidez con la que los detractores quitan intermediarios del camino para convertir al mismo boxeador en urdidor y ejecutante de cierto plan maestro y tenebroso. Algún despistado me pregunta lo que vi y cómo lo vi. Como de un foráneo se espera, al menos, que piense exactamente como la mayoría se imagina debe pensar, es decir, igual a quien pregunta, me convenzo de que va con truco. Es una costumbre sana: el extranjero debe confirmar las
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sospechas del fraude y la maquinación a gran escala si no es que pretende sembrarlas él mismo. Esa es la mínima cortesía que nos debemos entre latinoamericanos. ¿Quedó a deber el combate? Depende cómo se mire. Si nuestro baremo responde a la expectativa creada por el engranaje mediático, al bombardeo de espectaculares, vallas, cortes televisivos y comentarios en programas de opinión, sí, definitivamente. La afición pagó por ver a Martínez campear. Por verlo cumplir su predicción de nocaut en el octavo. Los que compraron entrada para asistir al evento deportivo de la década en Argentina esperaban ver a su boxeador dominar el combate de principio a fin, escapar sonriendo de cualquier gancho y de paso colocarle una felpa antológica al rival. Se infló tanto la velada que no iban a conformarse con menos. Luego, viene una pelea más cerrada: Maravilla no encuentra el ritmo del combate frente a un Murray que no desarma la guardia ni para sentarse en el banquillo entre round y round. La moral se viene abajo. Ojo: la función, desde el momento en que fue concebida para suceder dentro de un estadio de futbol, ya apuntaba al ambiente enrarecido. En la cabecera norte, por ejemplo, la barra de Vélez no paraba de alentar con esos cánticos que lo mismo vienen bien para celebrar un gol que para quebrar una huelga. El aficionado al futbol puede apreciar el buen juego pero sobre todo disfruta de ver ganar a su equipo, y si es por paliza, mejor. Mientras tanto, el aficionado al boxeo espera como mínimo, que las peleas sean igualadas y considera lo contrario como un fallo elemental del promotor. Así las cosas. Si en lugar de un peleador rocoso, joven y con ambición como Martin Murray, Di Bella hubiese acudido al bulto de turno, lo mismo se hablaría de timo. Algún vivo dirá que ante un estadio lleno hay que asegurarse de tener enfrente a un taxista tijuanense. Entonces, ¿qué esperamos? ¿Por qué asociamos de modo tan natural al boxeo con el teatro de carpa, como imaginándonos un espectáculo a prueba de imponderables? Ganas no le han de faltar al empresario de cumplir los caprichos de un público como ése. El 20 de febrero del 76, sólo cuatro meses después del brutal combate contra Joe Frazier, Muhammad Ali defendió su cinturón frente a un completo desconocido que respondía al nombre de Jean Pierre Coopman. Por ese entonces, la marca Ali hacía maravillas sin importar el contrincante, así que no había necesidad de exponer de más al campeón, sobre todo luego de lo ocurrido Manila. El belga demostró el porqué de su anonimato y durante cuatro largos rounds ofreció a la concurrencia un espectáculo esperpéntico, indigno de un título mundial de los pesos completos. Esos eran otros tiempos, dirá más de uno. Era otra cosa, funcionaba distinto. Coincido: los de ahora tienen el cinismo de venderlo en Pago por Evento. Si algo tiene que agradecer a Martínez el público argentino, no es que haya elegido a un rival de categoría, porque cualquier boxeador que se precie de serlo tendría que actuar del mismo modo. Estamos tan acostumbrados a lo contrario que la regla nos parece ya un gesto señorial. Tampoco que haya dado una buena pelea o que haya roto algún récord de taquilla: hace mucho tiempo que en Argentina no se hablaba tanto de boxeo. Y si los planes a futuro de Martínez llegan a cumplirse, bien parece que seguiremos escuchando también nosotros mucha charla desde el sur.
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5 País: Filipinas Récord: 31-2-0 (20 KOs)
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País: Ucrania Récord: 60-3-0 (51 KOs)
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País: EUA Récord: 44-0-0 (26 KOs)
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ING
7 País: México Récord: 26-0-1 (14 KOs)
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Guillermo Rigondeaux
País: Cuba Récord: 12-0-0 (8 KOs)
colaboradores de MAYO THOMAS HAUSER Novelista y abogado. En 1991 fue galardonado con el Premio William Hill Sports por su libro Muhammad Ali: His Life and Times.
Mauricio Salvador Autor del libro El hombre elástico y otros cuentos (2011). @mauriki
Luis Miguel Estrada Orozco Autor del libro Alain Prost (2012). @elroquebalbuena
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