Esquina Boxeo 1

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INFIGHT A veintidos anos de Julio Cesar Chavez vs Meldrick Taylor

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La esquina del primer súper estrella latino fue ocupada por Aurelio Herrera los primeros años del siglo pasado. El Mexicano, como se lo conocía en ambos lados de la frontera entre los Estados Unidos y México, es ahora un legado en la historia del boxeo. En su primer número Esquina Boxeo …

Entrevista con Ignacio BeristAIN

sobre hEroes y hazaNas

Retrato de Julio Cesar Chavez Jr. en los Estados Unidos

The Ugly American

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EDITORIAL

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Esquina Boxeo, publicación mensual. Periodo de exhibición: mayo de 2012. Reserva de derechos de título en trámite. Domicilio: Morena 1306, interior 303, colonia Narvarte, México, D. F., CP 03020. Distribución gratuita. Publicidad: (044) 55 1513 2910 Redacción: (044) 55 2304 6897 e-mail: esquina.boxeo@gmail.com Editor responsable: Rodrigo Castillo. Edición: Rodrigo Castillo, Rodrigo Márquez Tizano y Mauricio Salvador. Diseño: Juanjo Güitrón. Consejo editorial: Carlos Acevedo, Luis Carlos Hurtado, Luis Felipe Ortega, Rodolfo Vargas.


arte por: Luis FELIPE ORTEGA


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Floyd Mayweather Jr. vs Miguel Cotto Sábado 5, MGM Grand, Las Vegas, Nevada

Marco Huck vs Ola Afolabi II sábado 5, TBA, Erfurt, Alemania

Brian Viloria vs Omar Nino III Sábado 12, Yñares Sports Arena, Pasig City, Filipinas

Lamont Peterson vs Amir Khan II Sábado 19, Mandalay Bay, Las Vegas, Nevada

Lucian Bute vs Carl Froch Sábado 26, Capital FM Arena, Nottingham, Inglaterra

Moises Fuentes vs Ivan Calderon (TBA) May 26, Palacio de los Deportes, Mayaguez, Puerto Rico

SERGIO

1

3

márquez

MARTÍNEZ

FLOYD

DONAIRE

2

MAYWEATHER JR. País: EEUU (Las Vegas) Récord: 42-0-0(26 KOs) Título: CMB

País: Filipinas Récord: 28-1-0 (18 KOs)

WARD

WLADIMIR 7

4

ANDRE

País: México Récord: 53-5-1 (39 KOs) Títulos: AMB, OMB, The Ring

Klitschko

5

País: EEUU Récord: 24-0 (13 KOs) Títulos: AMB

País: Ucrania Récord: 43-2-0 (40 KOs) Títulos: FIB, OMB, AMB, The Ring

Yuriorkis Gamboa

País: EEUU Récord: 28-0-0 (12 KOs) Títulos: OMB

8 Vitali Klitschko

Manny Pacquiao NONITO

6

País: Argentina Récord: 48-2-2 (27 KOs) Títulos: The Ring

País: Filipinas Récord: 54-3-2 (38 KOs) Títulos: OMB

Juan M.

Timothy Bradley

9

País: Ucrania Récord: 43-2-0 (40 KOs)

País: Cuba Récord: 21-0-0 (16 KOs)

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Rodrigo Márquez Tizano

Kid Sotelo e decían Kid Sotelo y era un desastre sobre el ring. Tiraba con la cabeza gacha y en cuanto sacaba a pasear el volado, se dejaba ir de cuerpo entero, igual que un camión sin frenos. Eso sí, cuando conectaba era un apaga y vámonos instantáneo. Ya abajo, luego de pasar por la ducha, cuando se embadurnaba con esa colonia escandalosa de imitación y se calzaba aquellos tenis tan blancos que dolían los ojos nada más verlos, el Kid le pegaba un aire a Vicente Saldivar: flaco, correoso y moreno: la crespa cabellera peinada con trabajos hacia un lado y el bigotito disparado a todas direcciones, como un zurcido de tres al cuarto sobre la bemba. También era zurdo, y quizá por eso el Triquis le hacía tanto caso: existe en el boxeo un morbo inexplicable por los que lanzan el jab con la diestra.

L

Antes, en las viejas épocas, ningún boxeador razonable deseaba encontrarse con un zurdo en viernes por la noche: se les consideraba seres anómalos que caminaban a la inversa: problemas gratuitos con poca rentabilidad. A los entrenadores tampoco les causaban demasiada gracia y evitaban integrarlos a sus establos. Con tal de evitar desaires de los promotores, el mismísimo Angelo Dundee convenció a Carmen Basilio, zurdo natural, de pelear siempre con la guardia cambiada. Algo similar le ocurrió a De la Hoya. El Triquis soñaba con tener a un zurdito campeón, pero Kid Sotelo no se parecía a ningún campeón que yo haya visto. Era simplemente un bravucón de barrio, incapaz de someterse al rigor de un entrenamiento adecuado. A las chicas les gustaba: cada semana llegaba a la práctica acompañado de una nueva presa: calladitas, casi sombras, los ojos asentados en los premiosos movimientos del Kid frente al espejo. No era precisamente joven, y quizás esa haya sido una de las pocas razones que lo convertían en pastor de un séquito permanente de chupa medias. Gozaba de buena pegada y mucho ímpetu, pero eso es casi como decir que tenía un último modelo estacionado en el corralón: a veces nos preguntábamos cómo era capaz de pegarle al costal sin irse de boca. Tampoco supe jamás cuál era su verdadero nombre: algún chiste cruel de gimnasio le había otorgado, sin querer, uno de los títulos nobiliarios más costosos del boxeo. De todos modos no escatimábamos en apetencias: a otro chico, esmirriado y patizambo le apodaban el Sugar, a saber por qué. Revisemos el árbol genealógico: hubo un Kid McCoy —quizá el primero en ostentar el mote— que fue campeón de los medianos a finales del siglo XIX (y luego mató a su esposa y se colgó de una viga); el bombón cubano, Kid Chocolate, dechado de velocidad, invencible durante su época amateur; Kid Gavilán, eterno rival de Ray Robinson (dicen que en el Sugar Ray de la 124, en Harlem, había un mural enorme con su cara ensangrentada como motivo principal); y hasta un héroe de las danzoneras que, dicen los que lo vieron, tenía el gancho al hígado más demoledor que se haya visto en el pancracio nacional: Kid Azteca. Y luego nuestro Kid Sotelo, oriundo de la Unidad Habitacional Lomas de Sotelo, orgullo del Gimnasio Victoria de las Democracias. Una vez, la delegación organizó un torneo entre algunos gimnasios de Azcapotzalco. Escogieron a uno o dos peleadores por categoría y los menos competentes fuimos invitados a apoyar a nuestros camaradas desde las gradas del Plan Sexenal. El Triquis Morales se empeñó en llevar a su zurdo de oro a competir, esperando encontrarse algún pichón. Pero la suerte les jugó chueco: su adversario resultó ser un pelado fibroso que en el calentamiento le sacó al cuero sonidos nunca antes escuchados por nuestros oídos. No iba a durarle ni un round, el Kid, que se puso blanco cuando supo que le había tocado bailar con la más fea. Era fanfarrón pero no pendejo. Por eso, cuando llegó su turno de salir a pelear, nos quedamos esperando. El Triquis se ponía cada vez más rojo conforme pasaban los minutos, y hacía como que entraba a los vestidores a buscarlo, una, dos, tres veces. “Algo le ha de haber pasado al chavo”, le dijo a uno de los organizadores, excusándolo. La novia que llevó aquella vez se quedó sentada en su lugar, sin decir palabra, tratando de adivinar la silueta del Kid en la oscuridad del túnel. Pero nada. “Pinche coyón, no lo quiero volver en mi vida”, escuché que decía el Triquis a un esquinero, cuando regresábamos a casa luego de una o dos palizas más. Y se le cumplió: aquella vez fue la última que supimos algo de nuestro Kid Sotelo.


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El primer súper estrella latino

N

Aunque ya no la potencia en el pugilismo que alguna vez fue, California tiene una larga historia como uno de los epicentros del boxeo. La escena en el Oeste no ha sido celebrada como las de Nueva York o Chicago. Aún así, muchos practicantes de la Dulce Ciencia emergieron de entre el polvo y la resina de los cuadriláteros de California, entre ellos luminarias como Jim Corbett, Jim Jeffries, Joe Choynski, Abe Attell, Willie Ritchie y Jimmy Britt. En su mayoría de extracción irlandesa y judía, estos golpeadores de la costa Oeste operaban principalmente en San Francisco, que hacia finales del siglo xix era una de las mecas del boxeo. Los promotores y los manejadores de boxeo sabían desde tiempo atrás que para lograr que los trabajadores compartieran sus bien ganados salarios era necesario desarrollar el talento que mejor reflejara los sabores raciales y étnicos del lugar donde operaran. Así, los fines de semana las arenas, los salones y los clubs atléticos se atestaban de vociferantes pescadores y trabajadores de los muelles irlandeses, así como de comerciantes y hombres de negocios judíos igualmente ruidosos. El resultado era una boyante venta de boletos. Pero a tan sólo unas horas al sur de la bahía, en el centro y sur de California, el paisaje étnico se había alterado un poco;

la influencia predominantemente europea del norte languideció y se mezcló con una cultura cuyos orígenes eran mayoritariamente latinos. Así, durante la década de 1900 la necesidad de producir peleadores que representaran este segmento demográfico fue un proyecto clave para los promotores y manejadores de boxeo de Los Angeles y las zonas vecinas. Su éxito final es más que evidente en los grandes peleadores de herencia mexicana que con los años han emergido de los cuadriláteros del sur de California. En la década de 1910 los públicos mexicano y mexico-americano acudían en hordas para apoyar a glorias locales como Bert Colima y Joe Mexican Rivers. Pero antes que cualquiera de ellos hubo un hombre sin igual, una pequeña figura envuelta en un poncho navajo que desafiaba con fiereza las llamas raciales que rugían en su contra y que iluminó el camino para todos los peleadores latinos que siguieron sus pasos. Ese hombre es Aurelio Herrera, la primera súper estrella latina en pisar el encordado. Herrera fue el prototipo del peleador latino de buena pegada y buena bebida, famoso en sus días por poseer el golpe más duro (y la sed más dura) de cualquier peleador en o alrededor de su peso. El poder de su pegada se generaba gracias a sus enormes muslos y a sus enormes

Kid Broad, contendiente peso pluma.

o había nada especial acerca del apocado y triste hombre que se encontraba de pie ante el juez, nada que lo apartara del grupo de vagabundos e irresponsables a quienes la policía había acorralado y que ahora eran sentenciados, uno a uno, por cargos de vagancia. Este personaje en particular, de obvia ascendencia hispánica, no era ajeno a lo que le sucedía. No tenía sentido protestar, resistirse o pelear contra su destino. Ya no tenía más ganas de lucha. El juez lo condenó a noventa días por su crimen. Sin reacción alguna el pequeño fardo de harapos giró y se dejó conducir a su celda. Pero una chispa de reconocimiento se encendió en el cerebro de un reportero llamado William Trafts. “¿No peleaste tú con Battling Nelson en 1904?”, preguntó al vagabundo, que se detuvo y admitió que sí lo había hecho. El juez, al tanto de la famosa pelea así como de la pasada gloria del despojo de hombre que tenía enfrente, mostró clemencia. “Has recibido muchos golpes de la vida desde entonces”, dijo. “Reduciré tu sentencia a diez días”. El juez no tenía manera de saber que su piadosa decisión equivalía, en su mayor parte, a una cadena perpetua. Diez días... significaba que Aurelio Herrera estaría libre cuarenta y nueve de los cincuenta y nueve días que le quedaban en esta tierra.

salvaje. Puede darle una paliza a todos los McGoverns y los Corbetts que puedas poner enfrente de él.

Preludio

Ese mexicano es de verdad un demonio de peleador. Pega como patada de mula y es rápido como un gato

con furia en sus ojos. Creo de verdad que Herrera fue el más grande hombre que me tocó conocer. Battling Nelson, campeón de peso ligero.

Podía golpear tan duro como Jim Jeffries a pesar de que sólo era un ligero. Me lanzó uno de sus famosos golpes y casi me vuela la tapa de los sesos.

Nunca me golpearon más fuerte, ni antes ni después. Di una voltereta y caí de lleno sobre mi espalda. Abrí los ojos y miré a Herrera de pie sobre mí,

Douglas Cavanaugh


Tom Sharkey. Creo que podría vencer a Joe Bernstein y a Kid Broad fácilmente. Terry McGovern, campeón en diversas divisiones.

Hype Igoe, periodista deportivo.

El ascenso de Herrera hacia la fama comenzó entre los amplios huertos de uva de California central. Nació el 17 de junio de 1876 en San José pero su familia se mudó a Bakersfield cuando Herrera apenas era un niño. A finales del siglo Bakersfield era un agreste pueblo y Herrera debió aprender muy pronto a usar sus puños. Cuando no peleaba, Aurelio y su hermano trabajan largas y duras jornadas junto a su padre Anselmo, un comerciante callejero que a gritos vendía tamales, enchiladas y otros platillos mexicanos. Para completar sus exiguos ingresos Aurelio trabajó como bolero y más tarde como repartidor de naipes en una de las varias casas de juego de Bakersfield. Según la leyenda, fue en uno de estos establecimientos donde tuvo lugar un incidente que cambiaría el rumbo de su vida. Frank Carrillo era miembro fundador del Club Atlético de Bakersfield y dueño de un teatro-cantina cuyos atractivos incluían la prostitución y el juego. La leyenda dice que cierta noche un hombre que blandía una pistola irrumpió en el lugar y amenazó con matar a Carrillo sólo para segundos después terminar inconsciente a causa de Herrera, que atendía cerca de ahí. Agradecido, Carrillo no dejó de sorprenderse y comprendió que en los puños de su joven empleado había un gran potencial para hacer dinero. La exactitud de esta anécdota estará siempre abierta al debate, pero no el hecho de que Carrillo fue el hombre fundamental en su temprano desarrollo como peleador. Los primeros récords de Herrera son inciertos. Incluso el año exacto de su debut es incierto. El récord actual dice que su primera pelea tuvo lugar en 1895, pero periódicos locales indican que pudo haber iniciado su carrera profesional desde dos años antes. Sin importar las fechas y los lugares, lo que es cierto es que bajo la guía de Carrillo, Aurelio pronto acumuló una gran racha de nocáuts en un tiempo en que las rachas de éstos eran raras, y su récord solo fue igualado por potencias igualmente destructivas como Terry McGovern y Sailor Tom Sharkey.

Un tipo raro, salvaje, temerario y totalmente incontrolable.

Comienzos

En su camino desde Bakersfield hacia Los Angeles el rastro de cuerpos molidos y tendidos alcanzó la prensa y las noticias de los encuentros de Herrera comenzaron a aparecer en diversos periódicos del país. Sin embargo, un peleador latino era algo nuevo y es claro desde los primeros reportes de aquella época que los periodistas no sabían realmente qué opinar. En algunos barrios inspiraba temor, algo bien ejemplificado en la nota de un periódico que declaraba que Herrera provenía de “una raza que pelea con navajas”. En otros lugares se le concedieron comentarios menos halagadores, descartándolo como un “greaser” o un “indio”. Su respuesta —publicada en Los Angeles Times y muy probablemente pergeñada por su manejador— era elocuente, incisiva y sin duda un reflejo del sentir de Aurelio: “Puedo ser un indio”, decía, “Y si así es, impongo cierto respeto como vástago de una antigua raza”. A pesar de sus nocáuts y creciente reputación, en muchos círculos no se consideraba a Herrera como un peleador de clase mundial y mucho menos con la preparación necesaria como para contender por el campeonato mundial de los pesos pluma. Para empezar, Terry El Terrible McGovern era el campeón y venía de uno de sus mejores años. Sólo en 1900 noqueó a peleadores de calidad como Eddie Santry, Oscar Gardner, Tommy White y Joe Bernstein, así como al legendario George Dixon por la corona. Pero Frank Carrillo comprendió que dos golpeadores de semejante magnitud en un mismo ring sólo podían significar una gran pelea y montones de dinero para los involucrados. Con esto, una gran multitud de diez mil personas se dio cita el 29 de mayo de 1901 en el Pabellón de los Mecánicos, en San Francisco, para ver al “misterioso” californiano tratar de levantar la corona de la cabeza del peleador más temido de la disciplina. A la primera campanada McGovern salió disparado de su esquina y en su estilo usual comenzó a golpear con ambos puños la cabeza y el cuerpo de Herrera. Abrumado por el salvaje ataque, Aurelio se trenzó frecuentemente en busca de oportunidades para contragolpear. Pero en ningún momento El Terrible Terry le permitió acomodarse y, por el contrario, round tras round continuó forzándolo a lo largo y ancho del ring. Herrera logró hacer temblar las piernas de McGovern en el cuarto episodio pero Terry se recuperó y atacó sin piedad hasta lograr el nocáut en el quinto. Tras el encuentro, McGovern y el réferi Phil Wand elogiaron las habilidades de Herrera. No así los periodistas deportivos de la costa Oeste. El Examiner lo descartó como un “fenómeno inflado” y muchos acusaron a McGovern de sobrellevar a Herrera por motivos de apuestas. El mismo Carrillo perdió mucho dinero en la pelea y pronto él y Aurelio seguirían caminos diferentes.

Cualquier hombre que quiera retarlo puede hacerlo, pero pueden aprender de mí que Herrera puede lanzar un golpe tan duro como

manos. Como el campeón de los pesados Jim Jeffries, Herrera peleaba agazapado pero con los guantes abiertos a fin de esquivar y buscar aberturas entre los cuales proyectar su devastadora derecha. Sus violentos nocáuts fueron legendarios y sus victorias ante dos peleadores que nunca habían sido noqueados —Benny Yanger y Kid Broad— provocaron tanto asombro en los periodistas deportivos que dos décadas después de su muerte aún se hablaba de él como el mejor pegador, libra por libra, que hubiera vivido.

En el cuarto round me dio dos golpazos en el cuello, y al momento de la campana no sabía si me encontraba de pie o sentado.

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Para Biddy Bishop también era exasperante intentar disciplinar los relajados hábitos de Aurelio. Sin duda disfrutaba las considerables sumas de dinero que hacían juntos, pero como experimentado entrenador que era advirtió que aquello no podía durar mucho si Herrera no cuidaba de sí mismo. Como muchos otros buenos golpeadores que siguieron sus pasos, Aurelio evitaba el entrenamiento riguroso porque confiaba en que su poder siempre estaría ahí para salvarlo de cualquier situación en el ring. Los temores de Bishop se confirmaron finalmente cuando Herrera sufrió una derrota en veinte rounds el 17 de noviembre de 1903 a manos de Jack Cordell, un peleador con buenas capacidades pero lejos del nivel de Herrera. Bishop señalaría esta pelea como la razón que motivó su renuncia como mánager y entrenador de Aurelio. La derrota pareció lanzar una vez más en picada a Aurelio. Sin el entrenamiento ni la guía de Bishop se convirtió en una sombra de sí mismo acumulando un récord de 0-2-3 en sus siguientes cinco combates incluyendo una desastrosa derrota por nocáut en contra de Louis Long. Para principios de 1904 los periódicos ya se referían a Herrera como un peleador acabado. Así que para tratar de inyectar nuevos ánimos a su desfalleciente carrera dejó sus asuntos en Butte y se enfiló hacia el Este. Llegó a Chicago, donde nuevamente fue superado en seis rounds por Abe Attell; entonces se aventuró al sur, hacia San Louis y perdió una aburrida pelea por decisión en veinte rounds contra Abe Kid Goodman. Desmoralizado, Herrera regresó a Butte donde el 11 de mayo consiguió una suerte de revancha al vencer a Louis Long en veinte rounds. El regreso a Butte significaba el regreso a sus viejos hábitos y una vez más Aurelio se echó de cabeza en su libertinaje de largas noches, cigarros finos, bebidas fuertes y peleas callejeras. A pesar de esto Aurelio Herrera estaba de vuelta y disparando a diestra y siniestra. A su última victoria le siguieron dos peleas importantes, peleas que restablecerían su lugar como un contendiente y que ayudarían a asentar su leyenda como uno de los pegadores más letales en la historia del boxeo. A Benny Yanger, el Cuchillero de Tipton, se le consideraba uno de los mejores tres pesos pluma del boxeo. Herrera sabía que no podía tomar a la ligera a un Yanger que además de ser rápido y potente poseía una quijada de acero. Del empate que habían tenido meses antes Aurelio sabía que el fuerte de Yanger era la pelea en corto por lo que a diferencia de Atell, no le costaría trabajo encontrarlo con una de sus potentes derechas. Ante casi ocho mil personas reunidas en el Teatro Broadway, Yanger hizo honor a su apodo abalanzándose con ambos puños

sobre su oponente, mientras Herrera, contestando como podía, aguardaba el momento de poder penetrar y asestar un derechazo. La oportunidad llegó en el octavo round. Después de intercambiar izquierdas, dos derechas de Herrera explotaron en la quijada de Yanger; éste fue a dar a la lona y a pesar de lograr levantarse a la cuenta de nueve Herrera lo noqueó con otra derecha dejándolo inconsciente y propinándole su segunda derrota y su primera por la vía del nocáut. Una vez más Herrera se convirtió en sensación. Aurelio reiteró su reto para pelear contra cualquier hombre entre los pesos pluma y ligero, y su desafío pronto alcanzó los oídos de un golpeador de Chicago, Battling Nelson, el Durable Dane. Nelson venía de propinar un impresionante nocáut a Eddie Hanlon y vio una oportunidad de hacer buen dinero enfrentando a Aurelio mientras esperaba una oportunidad por el título. La pelea fue pactada a veinte rounds para el 5 de septiembre. Las cualidades de ambos peleadores fueron ampliamente desgranadas en la prensa pues prometía ser una batalla de proporciones épicas. Décadas más tarde, Nelson, que en su juventud había sido sparring de Herrera, recordó su actitud antes de la pelea en una entrevista con el periodista Stanley Weston: “Respetaba su poder pero sentía que si podía vencerlo entonces podría vencer a cualquiera en este mundo.” La pelea no decepcionó y la multitud de diez mil espectadores atestiguó lo que pasaría a la historia como una de las grandes batallas del boxeo bajo las reglas de Quensberry. Tras veinte rounds ambos estaban cortados, lacerados y exhaustos pero la decisión en favor de Nelson, a pesar de que Herrera logró mandarlo a la lona en el noveno round, fue justa. El siguiente día los periodistas deportivos aplaudieron a ambos peleadores y Nelson fue generoso al hablar de su contrincante. En 1905 ganó una decisión en quince rounds a Abe Kid Goodman, así como a Charles Neary, a quien consideró como su más férreo oponente. Ese otoño regresó a Los Angeles, donde no había peleado en muchos años. Se trataba de la ciudad donde había conseguido sus primeros reconocimientos en la prensa y por ello intentaba hacer de su regreso algo memorable. Lo hizo con una pelea a veinte rounds contra el rankeado Eddie Hanlon, pelea lo suficientemente excitante como para asegurarle una pelea contra el ex campeón de los pesos pluma Young Corbett II, quien deseaba restaurar su mellado prestigio tras perder dos veces seguidas ante Battling Nelson. Como Herrera, Corbet comenzaba su declive pero seguía siendo un pegador peligroso. La pelea se pactó para el 12 de enero de 1906.

a la boca. Fueron muchas las ocasiones en las que lo vi irse a dormir con un negro rollo de tabaco entre los dientes. Battling Nelson, campeón ligero.

La derrota ante McGovern pareció mermar la confianza de Herrera. Para 1902, sin embargo, recuperó su forma y de febrero a octubre propinó seis nocáuts en seis peleas y un apretado empate con el rankeado Tim Hegarty. Estos impresionantes logros fueron para Herrera —ahora manejado por su anterior victima, Biddy Bishop— evidencia suficiente de que había reencontrado su destructivo ritmo. Abe Attell —considerado el peleador más inteligente de peso pluma— manifestó su interés en enfrentarlo en una pelea que colocaría al ganador en buena posición para retar a Young Corbett II, campeón tras haber noqueado a Terry McGovern. Se enfrentaron el 15 de octubre, en Oakland, y aunque Abe era considerado el favorito, el conocido poder de Herrera le daba una excelente oportunidad de ganar. Desde la primera campanada Aurelio acechó a su oponente buscando una apertura para lanzar su derechazo. Abe sabía que no podía darse el lujo de cometer ningún error por lo que se dedicó a correr, agacharse, escabullirse, jabear y luego volver a perderse. Consciente del prodigioso poder de su adversario, Attell hizo una pelea defensiva y así ganó la decisión en 15 rounds. Después, enero de 1903, Aurelio y Biddy Bishop se aventuraron hacia Butte, Montana, un pueblo asentado en minas de cobre que con los años se había convertido en uno de los escenarios más vivos para pelear. Bishop sabía que su pequeño golpeador sería una gran atracción en la región. Cada quien hizo bien su parte, Bishop consiguiendo las peleas y Herrera propinando cinco nocáuts en tres semanas. Los cálculos de Bishop fueron correctos. El público se impresionó con el poder de su peleador, con la imagen de “mal hombre” (que Herrera interpretó a la perfección) y Aurelio pronto se hizo de un ávido grupo de seguidores. Su formidable reputación creció exponencialmente con los nocáuts en contra de los mejores hombres de los alrededores, Eddie Santry y Kid Broad. Santry cayó en treces rounds y Broad, que podía alardear de nunca haber sido noqueado a pesar de haber peleado 102 rounds en contra de los más formidables contrincantes, quedó inconsciente en el cuarto asalto. Gracias a estas victorias Aurelio comenzó a desarrollar una creciente cuenta bancaria y un creciente ego. Gastó sus considerables ganancias saciando una sed cada vez más grande por el whisky, los cigarros negros y la ropa fina. El gran sombrero que con frecuencia usaba mientras recorría las calles de Butte era eclipsado sólo por los diamantes que adornaban sus dedos. Sin embargo, algunos habitantes locales veían su arrogancia como una amenaza y su vagancia con frecuencia terminaba en peleas callejeras que eran la noticia del día siguiente.

provisiones. Tomaba un trago cada vez que le apetecía —que era siempre. Y cuando salía de viaje, que era con frecuencia, siempre llevaba un cigarro pegado

Ascenso

¡Tomar! El mexicano hacía ver a John L. Sullivan como un campeón de la abstinencia. Incluso su campamento de entrenamiento contaba con buenas

golpear. No aprendió el secreto en el gimnasio, nació con él. Abe Atell, campeón súper pluma. Salía de un abrazo y él lanzó un cruzado de derecha a mi barbilla. El golpe me dio una fracción de

Pittsburg Press, enero de 1906.

Mi ojo izquierdo comenzó a moverse nerviosamente y no podía controlarlo. Herrera tenía maña para 1956] no lo comparo con nadie. Sólo una vez en los 21 rounds que peleamos me conectó solidamente.

quiere ser campeón. No en esta vida.

pulgada arriba porque de otra manera me habría matado. El lado izquierdo de mi cuerpo se entumió. Herrera era el golpeador más potente de peso ligero que jamás haya vivido. Y al día de hoy [junio,

Herrera, el mexicano grasiento,

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1906 sería un año de extremos para Herrera. Tras sus estelares actuaciones contra Hanlon y Corbett, Herrera volvió a ganarse la estima del público angelino. Tras una accidentada victoria sobre Kid Herman, se pactó una revancha contra Nelson para el 26 de mayo. Nelson y su equipo se establecieron en la Isla Catalina mientras que Aurelio hizo lo propio en el centro de Los Angeles. Cada día la prensa se dedicó a crear expectación visitando los campos de entrenamiento y consiguiendo declaraciones de ambos púgiles. Entonces, en la mañana del 18 de abril, un gran terremoto azotó la bahía de San Francisco matando a miles de personas. Herrera, Nelson, Atell, Kid Herman,

promotor en Bakersfield. Lo cierto es que la separación de su familia, los malos negocios, un mal matrimonio y arrestos constantes por ebriedad y desórdenes fueron los eventos que marcaron sus pasos. Herrera desaparece de los censos a principios de la década de 1920. Reaparece en diciembre de 1926 y en 1927 cuando los periódicos reportan su arresto por vagancia en Santa Ana y San Francisco. Finalmente muere tras ser liberado de la cárcel, a los cincuenta años de edad, un 12 de abril de 1927. A menos que se tratara de un campeón mundial rara vez la muerte de un peleador causaba conmoción en la prensa. No obstante, cuando las noticias de su muerte recorrieron los telégrafos el asunto fue atendido durante semanas. A lo largo de todo el país los periodistas, muchos de los cuales fueron testigos de sus triunfos en el ring, recordaron lo que Herrera había significado para toda una generación de aficionados a las peleas. Un artículo que circuló en varios periódicos resumió así su contribución al boxeo: “Sus éxitos atrajeron a de miles de mexicanos a las peleas, e inyectó el virus del boxeo en la sangre de los jóvenes mexicanos”; El Heraldo de Syracuse, que en ocasiones llegó a vilipendiarlo e incluso tacharlo de cobarde, saludó a Herrera como “el primer ejemplo concreto de que el latino es un peleador a la misma altura del celta y el sajón”. Por todas las calumnias que Herrera debió soportar durante su carrera, difícilmente habría podido imaginar, o pedir, un legado más satisfactorio que éste.

“The Day”, New London, Connecticut, 15 de enero de 1906.

Descenso

Jack Root, Tommy Burns y Jim Jeffries se unieron a las labores de ayuda. Durante esos días Herrera y su hermano Mauro ofrecieron una exhibición llevándose el aplauso del público y probablemente los últimos aplausos dedicados a Herrera. Finalmente, el 26 de mayo de 1906, se suscitó uno de los eventos que darían al traste con la reputación de Herrera en Los Angeles. Aurelio subió al ring a tiempo pero los aficionados debieron esperar una larga hora a que Nelson hiciera lo propio. Cuando finalmente lo hizo, en medio de gritos e insultos, Nelson denunció que Herrera había evadido el pesaje y exigió que uno nuevo se llevara a cabo ahí mismo o de lo contrario no habría pelea. Al parecer, el equipo de Nelson estaba convencido de que Herrera había alterado la báscula la noche anterior. El mánager exigió un segundo pesaje para una hora después pero Herrera se negó a subir a la báscula declarando que ya había cumplido con sus obligaciones contractuales. Con el público impaciente por ver la pelea el pesaje era el único obstáculo para poder llevarla a cabo, pero Aurelio se mantuvo en sus trece. Tras dos horas la pelea fue finalmente cancelada y ambos peleadores dejaron el ring. Cualesquiera que hayan sido sus razones, el resultado para Herrera fue brutal, se le llamó persona non grata en Los Angeles y jamás volvió a pelear ahí. Intentó retomar su carrera unos meses después sólo para caer ante su rival Charles Neary. Finalmente sus largas batallas, las borracheras y los cigarros oscuros le pasaban factura. Crió ganado durante algún tiempo e intentó convertirse en

como cualquiera de nosotros.

A pesar de que a Herrera se le consideró el favorito para ganar, había un consenso general de que Corbett, un pegador igualmente poderoso, tenía posibilidades de ganar. Como en otras ocasiones Herrera esperó el momento de penetrar con su derecha mientras Corbett lanzaba desesperados volados con la intención de acabar con Herrera antes de que éste acabara con él. En el quinto asalto Herrera lo derribó y dos caídas más tarde Corbett, como muchos otros antes que él, quedó inconsciente sobre la lona. Al salir del ring, Herrera no podía saber que esa sería su última gran victoria y la última por nocáut de su carrera.

La gente lo llama El Mexicano. De hecho es tan americano

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Por Xóchitl Mayorquín y Eduardo Maya

Entrevista con Ignacio Beristáin La mañana del sábado 3 de marzo el equipo de Esquina Boxeo visitó las instalaciones del gimnasio Romanza en la delegación Iztacalco. Casa de Juan Manuel Márquez, Ricardo El Finito López, Gilberto Román y Daniel Zaragoza, su cimiento más fuerte es Ignacio Beristáin, un entrenador de esos que aún se cuentan con los dedos de la mano. Esquina Boxeo: ¿Cómo era el ambiente boxístico Durante dieciséis años fui entrenador del equipo olímpico cuando usted era niño? mexicano. Para mí era prioritario ganar una medalla estuviéramos Ignacio Beristáin: Soy de un pueblo llamado Actopán, donde estuviéramos. El éxito más grande que tuvimos fue en en Veracruz. Ahí nací, pero me crié con mis abuelos en Xalapa, sobre todo con mi abuela. Puedo decir que en mi lugar de nacimiento no había boxeo, no existía. Mis abuelos detestaban este deporte. ¡Casi me matan! Cuando mi abuela supo que me iba a entrenar me dio una paliza, pero nunca pudo convencerme de no practicar el boxeo. EB: ¿Quiénes fueron sus entrenadores en

Actopan? IB: Mis primeras prácticas las tuve con unos entrenadores viejos, ya fallecieron. Eran buenos, pero el vicio del alcohol los perdió. Empecé a boxear cuando tenía trece años. Yo era muy flaquito, fui sietemesino. Ellos me vieron por accidente peleándome en la calle, como a tres cuadras de mi escuela. En un estado como Veracruz hasta por defender las canicas se pelea uno. Me preguntaron: ¿Por qué no me iba a entrenar con ellos a su gimnasio?, que estaba cerca, en la calle Betancourt. En el patio de una casa tenían costales colgados de un árbol, así que me pusieron a hacer mucho ejercicio; al otro día amanecí por completo adolorido, pero me gustó. Ahí aprendí a boxear. Viví en Xalapa hasta los 15 años, cuando mi familia (es decir, mi papá y mis hermanos; fui huérfano de madre desde los siete años), se mudó al Distrito Federal. Aquí viví con mi abuela y una tía llamada Trini. Estaba yo acá de ocioso y un tío mío que fue peleador me llevó a el viejo Jordán, ahí me puso con el profesor José Rodríguez, un señor muy educado, cosa rara en el mundo del boxeo. Me trató siempre muy bien. El ayudante que tenía, Antonio Chapela era borracho y grosero, pero buen entrenador. Por eso le decían Antonio Chupela. Como amateur fui Guantes de Oro y fui al Campeonato Nacional a Ciudad Juárez, en la división minimosca, que no existía más que en ese torneo. Para pelear en otro tenía que combatir en la división de arriba, que son casi dos kilos más. Lo mismo en profesional, el peso minimosca no existía. Había que pelear en mosca. EB: ¿Cómo llegó a ser entrenador del

equipo olímpico mexicano de box? IB: Primero me retiré de boxear por una

lesión que sufrí en el ojo. Enseguida, me recomendaron para entrar a trabajar a la extinta SCOP, que era la Secretaría de Comunicaciones y Obras Públicas. Como el polvo me molestaba, ahí mismo me dieron un lugar en el área de deportes. Sabían que yo había peleado y me pidieron que tomara un curso que estaban dando unos argentinos. Uno de ellos se llamaba Arnoldo Parés. Tomé el curso y me dieron el puesto de entrenador. Gané el campeonato de box del verdadero Cinturón de Oro en 1959, lo gané por equipos. Luego el Guantes de Oro; el Distrito, en juvenil y en mayores; el Campeonato Nacional, donde también ganamos por equipos. Entonces me seleccionaron para el CDOM sin yo saberlo, que entonces estaba en el Campo Militar número 1 frente al panteón Sanctorum, donde entrenaba la mayor parte del deporte olímpico: la lucha, las pesas, el box, creo que también el equipo de esgrima.

la Olimpiada de 1968. Ganamos cuatro medallas que pudieron haber sido más, pero por errores cometidos por el conjunto de entrenadores a la hora de seleccionar al equipo sólo pudimos obtener cuatro. En la Olimpiada de Montreal gané sólo bronce, y me retiré después de la Olimpiada de Moscú, ¿el motivo?: íbamos muy bien, ganamos todas las peleas, pero en cuartos de final, a un paso de colarnos a las medallas, con descaro les robaron el triunfo a Daniel Zaragoza, Gilberto Román y Gilberto Sosa. Llegué a pensar que el boxeo europeo, el de los países socialistas, de alguna manera le tenía envidia al boxeo occidental porque este último genera mucho dinero; sin embargo, lo de ellos es sólo amateur. Me decepcioné tanto que me fui a la villa varonil y ya no quise salir; estuve meditando y decidí no seguir en el boxeo amateur. Así se lo comuniqué a el mayor Soto, director técnico del Comité Olímpico en 1980. EB: Existe la idea de que el deporte amateur es noble,

porque quien lo practica lo hace por amor al deporte y éste lo forma como persona integral. Mientras que en el campo profesional se puede llegar a perder el espíritu deportivo, ¿qué piensa al respecto? IB: Es posible que antes de 1968 el boxeo amateur tuviera algo de romántico. Por ejemplo, cuando el entrenador y sus pupilos peleaban por nada y sólo buscaban defender los colores de México. En la actualidad el boxeo amateur es un cochinero, se encuentra en una situación peor que la del boxeo profesional. EB: El mercado de boxeadores en México tiene

mucho de malos manejos… IB: Desgraciadamente hay promotores y personas no profe-

sionales que se dedican a comunicarse con malos boxeadores para llevarlos como carne de cañón al encordado; y lo hacen para pagarles 10 000 o 12 000 dólares, que para algunas personas es ya una cantidad más o menos respetable. Pero hay casos peores, incluso llegan a robarles. Acabamos de enterarnos que un tipo le estaba hablando a un boxeador mío para ofrecerle 8 000 dólares por una pelea; luego me hablaron a mí para conseguir un peso mediano y me ofrecían 12 000. Como yo no tengo otro peso mediano que ése, nos dimos cuenta del engaño, así que le dije al tipo que no volviera a insistir. Nos ofrecen, por ejemplo, 16 000 dólares para pelear en Polonia. En países como éste y Alemania, donde abrieron el boxeo profesional, tienen un rasero aproximado de 16 000 dólares por pelea. Por dar otro ejemplo, en alguna ocasión le ofrecieron a uno de mis peleadores 10 000 dólares, es decir, ellos sin tirar ni un sólo golpe se están robando 6 000 . Es una práctica que a mí no me parece. Y aquí dejo mi opinión sobre el boxeo de mujeres, que no lo apruebo: A una muchachita que empezó a boxear aquí en El Romanza y actual campeona mundial de peso minimosca, y otra de Oaxaca que pelea muy bonito, les pagan una miseria: 6 000 u 8 000 pesos por pelea. Es una explotación criminal. A mí no me agrada que se suban a golpear por una miseria. Pienso que entre los entrenadores y los manejadores deberíamos hacerles ver a los muchachos que el dinero que se gana arriba del ring se gana de manera cruel y difícil.


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EB: La última pelea que tuvo Daniel Zaragoza

como profesional fue en el D.F., ¿qué pasa con las peleas en esta ciudad, por qué no se quiere pelear en la ciudad de México? IB: Lo pongo con un ejemplo: es imposible que Juan Manuel Márquez peleé en esta ciudad contra Manny Pacquiao. Si hay otra pelea contra él Juan se debe llevar entre 20 y 25 millones de dólares, el otro fácilmente tendría que contar con una bolsa de 30 o 35. La pregunta es: ¿de dónde los sacan? No tengo conmigo los precios precisos de entrada para la pelea de Juan MM en la nueva Arena Ciudad de México (14 de abril), pero se cobran como 3 000 pesos más 600 por servicios. En Estados Unidos, en su última pelea, el boleto de ringside costó 1 200 dólares, y en la reventa pedían 4 000 por él. Don King hizo aquí una función de La Chiquita González contra Michael Carbajal, pero se asustó cuando le dijeron que tenía que pagar el 15% de IVA; por poco y se suspende la función. Lo que se piensa es que el gobierno mexicano es muy voraz. En Estados Unidos no me cobran 15% por concepto de impuestos, me cobran uno solo y se paga religiosamente. La Chiquita ganó un millón y medio de dólares en aquella pelea, pero los sueldos por pelear aquí ya no son así. Tal vez si HBO, por ejemplo, diera un presupuesto mayor se podría pelear aquí. EB: Ahora que se inauguró la Arena Ciudad de

México es posible que se realicen más peleas internacionales... IB: Ahí peleó Juan Manuel, y los boletos más caros que metieron son de 3 000 pesos. Eso no da para los salarios tan bajos de los defeños. Por eso las personas aficionadas al boxeo que no cuentan con una suma tan fuerte se van a ver peleas al Cinturón de Oro, ahí les cobran 100 pesos y son peleas auténticas. EB: ¿Cómo sobrevive en un mundo de lobos? IB: A mí no me intimida nada. Le voy a platicar algo que no le he contado a nadie, por primera vez se va a enterar la gente a través de esta entrevista. Yo estaba en la Unión de mánagers, en ella estaban Pancho Rosales, Juli Hernández, El Negro Pérez, Manuel Moreno, Carlos Arenas; este último era el verdadero delincuente, un pequeñito que meneaba a todos. Cualquier cosa que no le parecía de inmediato recurría al veto, a congelar a las personas, a congelar las plazas pugilísticas que no se sometían a su capricho. Yo llegué a esa Unión por Luis Spota, que era mi amigo, también lo fui de su señora, que era actriz. Spota me metió casi a la fuerza a la Unión. Yo no quería pertenecer porque lo que se trataba ahí era terrible desde mi manera de ver las cosas, y si no era con la Unión de mánagers era imposible estar en el medio boxístico. A la fecha ya fallecieron todos, pero ahí trataron de marginarme hasta que yo me decidí. A Luis Spota le dije que yo no podía convivir con esa bola de ratas. EB: Háblenos cómo fue el debut con Juan Manuel Márquez. IB: Fue desastroso. Juan se cayó de un árbol por andar agarrando naranjas y se lastimó la columna. Fue complicado hasta que dimos con un quiropráctico bueno que ayudó mucho a su mejoría. Así empezó a entrenar para su debut. El boxeador contra el que peleaba era apoderado del doctor Horacio Ramírez Mercado, y Juan le dio una paliza: lo tiró tres veces, lo cortó de una ceja: lo masacró. Faltando menos de medio minuto para que terminara el round Márquez alcanzó a darle un gancho izquierdo y una derecha, y lo dejó como zombi: noqueado de pie. Ya no pudo darle otro golpe. Si lo hubiera conectado lo habría lastimado severamente porque el muchacho ya estaba en el limbo. Cuando terminó el round el médico subió al ring para dar la noticia que el otro boxeador ya no podía seguir a pesar de que él (el médico) no podía tomar ninguna decisión (el médico sólo debe dar su opinión médica y hasta ahí), pero el encargado de tomar esa decisión fue el comisionado en turno, así que se lo comunic al réferi y éste detuvo la pela.

Descalificaron a Juan según porque había pegado un golpe de más, pero eso no pasó nunca. Márquez estaba muy molesto; dijo que se retiraba, que ya no quería seguir peleando. El comisionado en ese momento fue el licenciado Guevara, él le dijo a Juan: “Tú ganaste la pelea, pero desgraciadamente este doctor se nos adelantó y se pasó de listo, te descalificó. Yo no estoy de acuerdo, ahorita voy a hablar con el matchmaker de la arena para decirle que te dé otra pelea lo más pronto posible”. Esto lo mencionó el licenciado Guevara porque cuando un peleador debuta en cuatro rounds y pierde, tiene que esperar entre nueve o diez meses para volver a enfrentarse de nueva cuenta. Lo bueno es que intervino el comisionado y le dieron a Juan otra pelea, como tres sábados después de esta descalificación; lo enfrentaron contra un boxeador a quien yo había visto pelear ocho rounds en Poza Rica, Veracruz, uno muy bueno, pero Juan lo noqueó en el cuarto asalto. También hubo polémica porque el mánager del boxeador de Poza Rica estaba “agarrado” con el doctor; tenía a su manejador, Lázaro Ayala, y el doctor lo apoderaba. Así que ordenaron la revancha, y en esa Juan se la llevó en seis rounds. La última pelea de Márquez en el D.F. fue en la Plaza México contra José Montes, en la función donde peleó La Chiquita González contra Michael Carbajal. Luego me lo llevé porque lo vio un promotor que me dijo: “Oiga, qué bonito pelea su muchacho, démelo y yo lo contrato para pelear en Estado Unidos; pelearía en quince días en Las Vegas, en el Caesars Palace, en una pelea de campeonato del mundo”. Lo enfrentaron contra un peleador al que Marco Antonio Barrera apenas pudo noquear en nueve episodios; Juan le ganó en seis. Fue favorable que la pelea anterior se acabara en el primer round, y que luego uno de los peleadores de la pelea siguiente no encontrara su posicionador, por lo que pusieron a Juan pelear y alcanzó a salir en la televisión; la gente que lo vio le fascinó su manera de boxear y empezaron a mandar cartas, y el promotor nos dio un contrato ventajoso; nos dijo que en Estados Unidos Juan tenía que empezar con peleas de cuatro rounds, que le iba a dar una pelea mensual en el Forum de Los Angeles. Así que firmamos un contrato por doce peleas. Luego ya no regresamos a México. EB: En su primera pelea de campeonato, Juan MM peleó contra un zurdo, ¿desde ahí fue refinando su entendimiento de cómo pelearle a los zurdos? I B : Juan es un peleador excelso; contragolpeador, fino. A Freddie Norwood lo tiró tres veces y el réferi se hizo pato. Tengo el video y es muy sospechoso que volteara a ver al público, haciendo algo que parecen señas con la cabeza. El réferi era Joe Cortez. Siempre lo hemos acusado, no quiere a los mexicanos, siempre los jode. Ese día la arena estaba llena pero la gente no capta lo que sucede en realidad arriba del ring. EB: Antes del tercer enfrentamiento

entre Juan MM y Manny Pacquiao, la prensa en Estados Unidos y del boxeo en general no hablaba de la posibilidad de que Juan pudiera ganar, sino del round en que iba a ser noquedo. Había una gran seguridad de parte de Freddie Roach y de todo su equipo. IB: Freddie Roach es un tipo tranquilo. Es Alex Ariza el que es un estúpido, dijo en la rueda de prensa: “Me da risa lo que dice Beristáin del manejo de los pies; lo que Beristáin no sabe es que ni Dios salva a Juan Manuel


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Márquez del nocáut en cuatro o seis asaltos”. Freddie Roach y yo coincidimos en Tuxtla Gutiérrez y él fue a saludarme hasta donde yo me encontraba; sin embargo el otro, Ariza parecía no estar de acuerdo, pero Roach le llamó la atención: “si vas a estar en mi equipo aprende a respetar para que nos respeten”. Es obligado decir que es admirable que un hombre enfermo de Parkinson, como Roach, trabaje tan intenso, todos los días, durísimo. Es admirable y respetuoso, él se lleva bien conmigo. EB: ¿Qué ha sido lo más importante en las peleas

de Márquez, eso por lo que ha podido salir victorioso en sus enfrentamientos contra Pacman, aunque los jueces digan lo contrario? IB: Es la zona de combate, yo lo llamo así. El que gana ese

pedazo de terreno gana todo. Y con Juan, le hemos ganado a Pacquiao por ese lado. Entre un zurdo y un derecho se hace más notorio porque el pie derecho del peleador zurdo queda adelante, y en el peleador derecho el que queda adelante es el izquierdo; así el peleador diestro mueve su pie para el lado izquierdo, para donde debería de moverlo el zurdo, así lo domina, lo mete adonde él quiere hasta que le gana. Juan le ha ganado a dieciséis zurdos y Pacquiao no podía ser la excepción; le ha ganado ya tres veces. EB: ¿Cómo se vivió esta última pelea contra Pacquiao

en la esquina de Juan? IB: Estar en la esquina es sinónimo de angustia, uno ni ve

la pelea, ve los pies, cómo se mueven, los errores que comete el contrario para cuando llegue mi peleador al banquillo y poder decirle: “Oye, vámonos por aquí o por allá, vamos a hacer esto o aquello”. Para esta última pelea agarré videos, pues ya tranquilo empieza uno a hacer otro tipo de análisis del enfrentamiento. Le dije a Juan: “Míralo, es el mismo al que hace ocho años enfrentaste, te levantaste de la lona tres veces, lo hiciste por tu papá, y es el mismo al que hace cuatro años le volviste a recetar la misma dosis; entonces ahora no nos vamos a separar, hay que aprovechar que tienes más velocidad, físicamente estás más grande”. En esta última pelea al término del octavo round le abrió boca con un upper, le hizo más grande la cortada que tenía adentro. No sabía si mandarlo al abordaje desde el noveno o esperarme y mandarlo en el décimo, onceavo y doceavo; pero como que la velocidad de los dos se igualó, y ahí corrimos un poco el peligro d e que Pacquiao alcanzara a Juan con un gancho izquierdo, que es la mano peligrosa de él, y lo tirara, y así cerrara más la pelea o lo noqueara. Tampoco podíamos dejar que le metiera un golpe a la quijada bien puesto, porque hubiéramos echado a perder todo lo que habíamos logrado desde el primer round. EB: Usted le decía: “Redobla tu defensa”. IB: Sí, también le dije: “Los pinches jueces nos van a robar”. Redoblar la defensa es pensar que todo golpe tiene una respuesta y si no piensas en eso seguramente te van a golpear. Pero si

el peleador lo entiende, son esas respuestas las que hay que tratar de eliminar, y ya estás del otro lado. Pero encontrar a un peleador que te entienda es un poco difícil, porque pueden ser disciplinados y respetuosos pero pueden no entenderte, parece que les hablas en otro idioma. EB:¿Hay un estilo que defina su entrenamiento? IB: Nuestro boxeo es característico de Romanza. Si ve a Finito López, Juan Manuel Márquez, Daniel Zaragoza, a La Chiquita González, todos boxean con un estilo parecido. Es uno técnico. Hasta un peleador tan rudimentario como Víctor Rabanales, El Rústico le decían, fue campeón del mundo. Tratamos de quitarle lo rústico, de enseñarle movimientos defensivos mecánicos para que fuera un peleador no tan golpeado. En la actualidad el boxeo no sólo es técnica, también es resistencia y fuerza. En realidad siempre ha sido así, pero siento que ahora lo es más. Es necesario mejorar todos los aspectos para producir boxeo de exportación. EB: ¿Cuáles son sus cinco peleadores favoritos de todos los tiempos? IB: Yo siempre me voy con los mexicanos. Gilberto Román, Juan Manuel Márquez, Julio César Chávez como número uno, Rubén Olivares y Daniel Zaragoza. Todos ellos atletas de alto rendimiento, responsables, de esos a los que les dices “llega a las cuatro de la madrugada a tal lugar” y sabes que ahí los vas a encontrar. Una responsabilidad que muchos no tienen. Yo siempre he pensado que la vocación es la que nos conduce al éxito en cualquier cosa. Si uno no tiene vocación para algo para qué hacerla si la va a hacer mal. El boxeo es entrega y cariño. A mí el boxeo me envenenó desde el principio. En él he tenido de todo: no sólo victorias, también amarguras. EB: ¿Su día a día, cómo es? IB: En muchas partes adonde llego me atienden bien, me hacen muchas entrevistas, principalmente los ingleses y los españoles. He llegado a Rusia y la gente me busca, se quieren sacar fotos conmigo, hasta pisotones me han dado. A veces me enfado un poco de esto. Cuando estoy en una arena me meto al vestidor y sólo salgo a la pelea. Me acaban de nombrar Entrenador del Año en Panamá en la AMB, y me van a hacer un reconocimiento en Puerto Rico. Todo esto me daña porque se junta con las pelas y tengo que viajar mucho. Mucho ajetreo. EB. ¿Hay algo de lo que se arrepienta? IB: No poder haber ganado medallas cuando competí por México en las Olimpiadas: estaba envenenado por saber que tienes que pelear por tu país y ganar algo notable para que el nombre de México se escuche. Le entregas toda tu vida a eso. Siempre he pensado en trabajar fuerte y dar lo mejor de mí. Creo que eso es lo que me ha llevado a tener veintitrés campeones del mundo. EB: ¿Ignacio Beristáin hubiera cambiado su vida

como mánager por haber sido campeón mundial como boxeador? IB. Tal vez…, tendría que pensarlo..., no, más bien no; yo creo que si volviera a nacer querría ser otra vez entrenador de box.


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Carlos Acevedo

The Ugly American los estadounidenses les gustan las cosas grandes: Whoppers, camionetas deportivas, sodas gigantes, éxitos hollywodenses con suficiente sonido y furia como para dejar a los espectadores sordos, atontados y ciegos una vez que los créditos comienzan a aparecer. En el boxeo, si hay escasez de algo grande, los estadounidenses simplemente lo inventarán. Una de las grandes tendencias en la escena del boxeo estadounidense de los últimos años tiene que ver con la absurda coronación de “estrellas” y atletas “libra por libra” que han probado muy poco en el ring o que no pueden vender boletos o carecen de un buen número de seguidores. Muchos de estos peleadores han tenido la ayuda de las televisoras y este extraño apoyo ha creado una división de clases entre los boxeadores en los Estados Unidos. El último ejemplo de esto es el peleador de peso supermedio Andre Ward, catalogado como “súper estrella” con el mismo desahogo con que Richard Nixon solía mentir acerca de Watergate y Vietnam. Los súper estrellas deben ser capaces de lograr ratings, vender boletos, protagonizar exitosos eventos de pago por evento y tener una actuación sobresaliente de vez en cuando. Ward no ha hecho nada de esto. En diciembre de 2011, en un encuentro sin brillo que inexplicablemente recibió halagos de una a otra esquina del ciberespacio, Ward ganó por puntos a Carl Froch en un apagado pasodoble. Menos de 500 mil televidentes vieron en Showtime cómo Ward boxeaba cuidadosamente durante los primeros rounds para luego cambiar al estilo de lucha greco-romana. En México una pelea de tal tipo habría provocado silbidos, trompetazos y un par de botellas de cerveza bien dirigidas. Pero no arriba de la frontera, donde la mayoría de los protagonistas son creaciones de los medios y no verdaderas atracciones. Este extraño escenario retrotrae el boxeo sesenta y cinco o setenta y cinco años, cuando los peleadores, cuyo único propósito era estropear una pelea, eran ignorados por el establishment porque, en aquellos días, la única manera de hacer dinero de verdad era a través de la venta de boletos. Peleadores sin brillo como Ward eran como veneno para un promotor que buscara maximizar sus ganancias con las entradas. Hoy, sin embargo, horribles peleadores como Chad Dawson y Andre Ward logran marquesinas, millones de dólares y los honores de equipos de comentaristas que parecen ignorar por completo que un deporte de combate vacío de combate es tan inútil como una varita de zahorí para el hombre que flota en una balsa en medio del océano Pacífico. Muchos de estos peleadores, incluso, tienen con frecuencia el sello de aprobado por parte de HBO, a la cual hace mucho que dejó de importarle el entretenimiento y los ratings para dedicarse a manufacturar estrellas caseras. Pero en los últimos años semejante fórmula ha probado ser un fracaso.

A

Tomen, por ejemplo, el caso de la función de pago de Chad Dawson vs. Bernard Hopkins el pasado otoño: una debacle que consiguió menos de 50 mil pedidos, una cantidad patética para dos supuestos “súper estrellas”. Increíblemente, Dawson y Hopkins ganarán cada uno dos nuevas e infladas bolsas cuando vuelvan a enfrentarse en una revancha este abril. ¿Cómo es posible que estos dos hombres —que ofrecieron una deplorable actuación el año pasado— se encuentren en posibilidad de volver a montar otra farsa pública subsidiada? Además de los eventos que involucran a Manny Pacquiao y Floyd Mayweather Jr., las grandes bolsas en Estados Unidos sólo pueden encontrarse en HBO y Showtime. Así que tendría sentido para ambas cadenas evitar constantemente a aquellos peleadores cuyos estilos son el equivalente a un cubetazo de agua fría. Años atrás, cuando era uno de los grandes pasatiempos en Estados Unidos, las peleas profesionales exigían algunos de los requerimientos que los aficionados a los toros demandan: casta y carácter. Cómo se desempeñaba un matador, qué riesgos tomaba, era más importante que el resultado final (a menos, claro, que el toro hiciera trizas al matador). Así, el desempeño del matador determinaba su lugar en el deporte. Como escribió Ernest Hemingway en Muerte en la tarde:

Un matador que puede hacer una gran faena se mantiene en lo más alto de su profesión tanto como se crea capaz de seguir haciéndolo si las condiciones son favorables; pero un matador que ha mostrado su incapacidad de lograr una gran faena en las condiciones adecuadas, que carece del arte y el genio con la muleta incluso si se muestra valiente, honorable y hábil y no parece desconocer su oficio, será siempre uno de los obreros de las corridas de toros y se le pagará según su habilidad. Pretender que algo es verdad —y patológicamente afirmarlo— es asunto de paranoicos y esquizofrénicos. Lo que el boxeo en Estados Unidos necesita ahora es una sana dosis de realidad, de tal manera que los peleadores que de verdad interesan al público puedan desarrollarse y ser remunerados según la demanda pública.


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Luis Carlos Hurtado

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Gilberto Prado Galán / David Macetón Cabrera

sobre héroes y hazañas

Rodolfo Vargas

Joe Smokin Frazier

e intitulado Sobre héroes y hazañas a esta columna porque es el nombre de un libro mío que ya apareció bajo el sello editorial Cal y Arena. Sobre héroes y hazañas tiene una retranca parafrástica tomada de la novela de Ernesto Sabato: Sobre héroes y tumbas. Este espacio pretende mostrar las proezas de deportistas y escritores que han cambiado la manera de ver el mundo o, por lo menos, de apreciar los pasmos de la actividad física o mental. Y la primera semblanza centra la mirada en un boxeador mexicano de finales de la década de los años setenta y que brilló en la década de los ochenta: David Macetón Cabrera. Un fajador juchiteco que combatía con una pierna fija, inmóvil, inhabilitada por la rueda de un camión: era la extremidad derecha y curiosamente le servía como punto arquimédico o de apoyo para catapultar los mandarriazos a diestra y siniestra. El estilo del Macetón, computable en cero, ignoraba bendings, pasitos de gallina o maquinitas apantallantes. Era un bisonte. El palmario defecto, de manera paradójica, potenció el temple y logró convertirse en virtud: El Macetón aguzaba la mirada y soltaba su bombardeo de precisión con furia inédita, como rijoso de cantina. Recuerdo con gratitud algunas peleas. La pentalogía contra Emetrio Villanueva (cuatro para Cabrera) y las dos que perdió contra Marcos Geraldo. Y cómo no citar aquí la frase del comentarista Sony Alarcón: “Se dice que Marcos Geraldo asiste a todas las fiestas dominicales, y no son precisamente misas.” El estilo desencuadernado de Geraldo se le indigestaba a Cabrera. Recordemos que el sonorense le aguantó toda la ruta a figurones como Marvin Hagler o Sugar Ray Leonard. El oaxaqueño libró otra batalla épica, espectacular frente a Gerardo el Rocky Valero. Se dieron hasta la fase crepuscular de un pleito que ganó quien alguna vez fuera policía auxiliar, el de la cabeza en forma de maceta. La mujer de David Cabrera recuerda cómo lo alentaba desde primera fila a que terminara rápido las peleas. Con un palmarés de cuarenta y una victorias y trece derrotas, Cabrera defendió con éxito el campeonato nacional de peso semicompleto varias veces. Después vino el natural declive, pero nunca debido al “lastre” de su reptante pierna. A veces la adversidad conjura el heroísmo: recuerdo el cabestrillo del Káiser Franz Beckenbauer en el juego del siglo entre Italia y Alemania en el mundial de México 70. Y volvemos a ver, más cercano a nosotros, el vendaje salvador de Julio Gómez, el autor de la hipnótica chilena en el TSM (Territorio Santos Modelo). Cuando pensamos en los grandes campeones nacionales en la historia de nuestro boxeo viene a la mente la ruda estampa de David Macetón Cabrera.

H

in memoriam El primer mortal que venció al más grande boxeador de todos los tiempos recién ha deshabitado el mundo: Joe Smokin Frazier. El siete de noviembre se fue quien había sido señalado, por uno de sus tíos, como el heredero del gran bombardero de Detroit Joe Louis. En la primera batalla de la trilogía (la pelea del siglo) el moreno de Carolina del Sur asestó una izquierda letal a la mandíbula de Alí en el último round y el fanfarrón de Louisville cayó a la lona. Frazier ganó por decisión unánime. Ambos boxeadores fueron a dar al hospital. Luego siguieron dos fragorosos combates: el segundo otra vez en Nueva York (Frazier perdió por decisión unánime) y el tercero en Filipinas. Ese pleito, conocido como la batalla de Manila, ha sido uno de los mejores que he visto. Cuentan que allí se gestó el actual Parkinson de Alí: una guerra sin reposo. Los primeros trece fueron de dominio alterno con el énfasis puesto en el incombustible fuelle de Frazier, un boxeador de guardia heterodoxa y que avanzaba implacable con un envión poderoso. Hay peleadores que apoyan su boxeo en el juego de piernas, otros en el martilleo incesante del jab, Frazier apoyaba su magia en los movimientos espontáneos de cintura: imposible fijarlo, imposible adivinar su desplazamiento. Por eso Alí procuraba mantener quieto a Frazier con largas derechas. Porque la estatura impedía a Joe el intercambio a distancia. Tenía que forzar la maquinaria y pelear cuerpo a cuerpo. En aquellos combates, pactados a quince asaltos, la condición física era clave. El round trece fue feroz, encarnizado. Los golpes de Alí expulsaron el protector bucal de Frazier. El dispositivo voló hacia el público. Entonces no se recolocaba de inmediato. Así que Frazier aguantó el resto del episodio con la boca expuesta a los bombazos, a la relampagueante metralla del maestro de la inteligencia boxística, el insuperable Alí. El siguiente round fue un calvario para Frazier: los ojos cerrados, el rostro tumefacto. Recuerdo haber visto cómo Frazier escupía sangre en su esquina. El entrenador de Frazier, Eddie Futch, suspendió la desigual batalla porque “Joe ya no veía nada y balbuceaba incoherencias”. Tras aquella batalla de Manila el más grande afirmó: “En ese combate vi la muerte muy cerca”. Joe Smokin (porque sus puños arrojaban humo en los combates) Frazier había ganado oro olímpico en Tokio (1964). Fue un boxeador serio, parco, en la otra orilla de su carismático rival. Víctima de un cáncer hepático Joe falleció en Filadelfia donde entrenaba boxeadores sin futuro. Arruinado, tras haber ganado millones de dólares, vivía en el departamento que le prestaba un admirador. En su lecho de muerte se le oyó decir: “Alí ha sido el más grande boxeador de todos los tiempos… ¡después de mí!”

INFIGHT A veintidós años de Julio César Chávez vs Meldrick Taylor ue el 17 de marzo de 1990 en Las Vegas, cuando Julio César Chávez se convirtió en ídolo del público mexicano al escribir uno de los capítulos más espectaculares no sólo del boxeo mexicano sino de la historia del boxeo mundial. En aquel momento mi interés personal en el pugilismo iba en aumento. Por herencia (¿quién no ha tenido un familiar que lo invite a uno a ver las peleas?) ya era aficionado al deporte desde mucho tiempo atrás. Y sin trabajar todavía en los medios de comunicación (y sin imaginar siquiera que en el futuro tendría la oportunidad de narrar a México las grandes noches de boxeo), empecé a conocer a figurones del deporte mexicano, como Rubén Olivares, Alfonso Zamora, Carlos Zárate y Raúl Ratón Macías, por nombrar a algunos. Además fue decisivo el momento en que entablé amistad con el entonces secretario ejecutivo del Consejo Mundial de Boxeo, Eduardo Oreste Lamazon del Soto, mejor conocido como Don Lama y hoy en día compañero de transmisión en las funciones de Box Azteca 7. Sin embargo el momento crucial que haría que el boxeo se quedara conmigo para siempre, como estoy seguro le sucedió a muchísimos mexicanos, tuvo lugar la noche del 17 de marzo de 1990, cuando Julio César Chávez venció a Meldrick Taylor noqueándolo en el doceavo round y con sólo unos cuantos segundos para terminar el combate. Sin ese nocáut es seguro que Chávez habría recibido su primera derrota en el terreno profesional. Aquel fue un momento mágico y explosivo. Recuerdo que Luz María Zárate, sobrina de El Cañas Zarate, me invitó a ver el combate en compañía de su familia y de su famoso tío. Luz María era mi compañera en la Universidad del Tepeyac, y fue en su casa donde, entre gritos y vivas, festejamos esta épica victoria de Chávez. Por diversas circunstancias y coincidencias, veintidós años después Julio César Chávez se ha convertido también en mi compañero en TV Azteca. Este 17 de marzo pasado me invitó a su casa en Culiacán; su hijo Omar peleaba esa noche. Julio y yo recordamos aquella pelea contra Taylor a la que calificó como la más difícil de toda su carrera y cuyo recuerdo nos hizo revivir otros grandes momentos, todo en su mansión de Culiacán. Para muchos esa pelea nos significó el inicio de un romance con el boxeo, un amor que es para toda la vida, indestructible, porque lo que el boxeo puede provocar en un aficionado es algo que ningún otro deporte puede ofrecer.

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Bart Barry

Retrato de Julio César Chávez Jr. en los Estados Unidos El fin de semana del Día de la Independencia de México, en el año 2005, Julio César Chávez Jr. compartió cartelera con su padre en Phoenix. Era la pelea número 22 de Junior y la pelea 115, y final, de su padre. La cartelera fue un desastre para todos excepto para Junior, quien prevaleció vía nocáut en el segundo round sobre un jóven llamado Corey Alarcón. einticinco peleas han seguido para Junior, algunas casi farsas lamentables; otras, victorias triunfantes. En 2008 en Sinaloa, hubo una decisión dividida sobre Matt Vanda, de Minnesota, una victoria tan insatisfactoria para los mexicanos que cuatro meses después debió realizarse una revancha a fin de restablecer la credibilidad de Junior.

V

En el año 2009 recibió otra decisión sobre alguien llamado Troy Roland, de Michigan, cambiada luego a una no decisión tras descubrirse que Junior había usado un diurético para lograr el límite de los pesos medianos. Hubo también victorias resueltas sobre John Duddy, en San Antonio, y sobre Sebastian Zbik, en Los Angeles. Y vino luego la más reciente y

admirable victoria sobre el duranguense Marco Antonio Rubio, el primer mexicano que Junior enfrentaba en cinco años. En Los Angeles, tan sólo dos semanas antes de su mejor victoria, hubo un arresto por conducir bajo los efectos del alcohol, una detención que revitalizó las preguntas acerca de su carácter, su compromiso y madurez.

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El fin de semana del Día de la Independencia de México de aquel 2005, presenció un pesaje en la explanada de la llamada Arena America West, que desde entonces ha sido rebautizada con el alias de cualquier corporación que hoy sea su dueña. Por insistencia de su padre, Junior subió a la báscula media hora antes de su pesaje oficial para asegurarse de que no habría sorpresas desagradables una vez los oficiales de la comisión de Arizona llegaran. Después de marcar el peso ofreció una insípida y vacilante entrevista con un reportero bilingüe de Phoenix, quien luego se negó a traducir para una cadena de televisión en español pretextando la falta de brillo de Junior. ¿Era falta de brillo o arrogancia? ¿Se trataba de la mente de un veinteañero asustado por el momento, o de un joven emperador molesto por la impertinencia de preguntas no programadas? ¿Era Junior un arrogante y alto muchacho cuya fama no correspondía a sus logros, o simplemente un joven atleta profesional en busca de su propio camino? En febrero, un día antes de su pelea cuarenta y siete, en San Antonio, Junior llegó casi media hora más tarde a su pesaje, donde un promotor local ya lo esperaba con una sábana negra. Junior se desnudó, la sábana cubrió su demacrado cuerpo de los mirones, y así logró el límite de los medianos, marcando nueve kilos más que los que había pesado en 2005.

El fin de semana del Día de la Independencia de México de 2005 presenció una cartelera que la promotora Top Rank llamó proféticamente “Adiós Phoenix”, una cartelera que vio a Julio César Chávez padre perder la pelea final de su gloriosa carrera; al favorito local Jesús El Martillo González ser destruido por El Elotero José Luis Zertuche, de Guanajuato; y a la leyenda local Michael Manitas de piedra Carbajal ver tan borracho que los guardias debieron sacarlo de la Arena America West. La cabeza de Top Rank, Bob Arum, que lo presenció todo junto al cuadrilátero, no regresó a Arizona por muchos años. Adiós de verdad. En el segundo round de lo que comenzó como una pelea competitiva para Chávez Jr., Corey Alarcón se pegó al pecho de Junior y lo golpeó más fuerte de lo esperado. Los ojos de Junior centellaron, crecieron. Entonces se quitó a Alarcón de encima y lo golpeó con una violenta combinación de golpes hasta dejarlo inconsciente. A Chávez Jr. no le gusta ser golpeado en la cara. A nadie le gusta. Pero Junior lo toma personal y de una manera poco común cuando se trata de hombres que se ganan la vida siendo golpeados en el rostro. Considera los golpes de sus contrincantes como inapropiados. No devuelve los golpes en una descarga destinada a emparejar las tarjetas de los jueces. Regresa los golpes con una furia repentina con la intención de castigar a sus oponentes como si se tratara de usurpadores.

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El fin de semana del Día de la Independencia de México de 2005 presenció a un Julio César Chávez Jr. acarrear el cuerpo de un muchacho a la báscula y al ring. Su torso era delgado, sus brazos sin músculos. En Estados Unidos se le consideraba una atracción de relleno, un medio para que la promotora de su padre conciliara la leyenda y proveyera otra fuente de ingreso para la familia Chávez. Junior era grande desde entonces, ya bastante más alto que su padre. Hoy luce grande y musculoso en los brazos y los hombros, los hombros especialmente. El suyo es un cuerpo que debe evaporarse para lograr el límite de los pesos medios, incluso si lo poseyera un campeón maniático de la disciplina como Bernard Hopkins. Que el cuerpo de Junior lo posea Junior, alguien de reconocida indulgencia, hace del proceso de lograr 72 kilos y medio, incluso por cinco minutos cada tres o cuatro meses, una misión casi imposible, razón por la cual se presentó en cueros a la báscula de San Antonio, en febrero.

El fin de semana del Día de la Independencia de México de 2005 presenció a Julio César Chávez Jr. ya rodeado de un séquito de seguidores, personas que querían estar cerca de su padre pero que eran lo suficientemente listas como para profetizar la pronta llegada del día en que Chávez padre se convertiría en una figura de adorno y en comentarista boxístico y ya no en el hombre cuyos puños defenderían el honor de la madre patria. Junior era el hijo de un rey que había presentado la mejor cara de México al mundo en los años noventa, una década desastrosa en la que el país sufrió la devaluación del peso y se tambaleó a un paso del precipicio de la insolvencia económica. Junior ha sido siempre algo parecido al príncipe Hal, creado por Shakespeare en Henry IV. Parte primera. A Junior nunca le ha faltado un adusto rey Henry observándolo desde cerca del cuadrilátero, un ejemplo firme de grandeza al cual emular. Pero fuera del ring Junior no ha contado con bufones ni caballeros joviales. Donde el príncipe Hal contaba con Sir John Falstaff para que se tomara una copa de vino seco en vez de compartirla, Junior no cuenta con semejante consejero. Posee un sentido principesco de sus derechos y una pícara gravitación hacia la indulgencia pero sin un Falstaff que le ayude a mejorar su carácter.


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El fin de semana del Día de la Independencia de México de 2005 presenció, en la negativa de Junior a ofrecer una respuesta con espontaneidad o aplomo a las preguntas de los reporteros, una profecía del mal dirigido príncipe que cuatro años después necesitaría una sustancia prohibida para pesar dos y medio kilos más de lo que había pesado tan sólo sesenta y tres días atrás. Aquel febrero, en San Antonio, Junior canceló sus entrenamientos públicos e hizo muy pocas apariciones durante la semana de su pelea más importante, confinado por su mánager a una alberca en un intento desesperado por quemar los nueve kilos extra que Junior llevó consigo a la comisaría de Los Angeles en el amanecer del día 22 de enero, doce días antes de su pesaje para defender su cinturón de la CMB ante Marco Antonio Rubio.

El fin de semana del Día de la Independencia de México de 2005 presenció cómo Junior absorbía el ataque de un oponente americano que se figuró podría desmoronar a un privilegiado muchacho mexicano. Junior no se desmoronó sino que se plantó ante la afronta de Corey Alarcón para luego castigarlo hasta dejarlo de espaldas contra la lona. Las peleas profesionales, en su violencia y en las ansias de violencia que ofrecen a los aficionados, disfrutan de una moral más bien flexible. Lo que pasa fuera del ring a menudo se perdona cuando un hombre domina a otros dentro del ring. Los peleadores profesionales no son ejemplos a seguir; son hombres cuya compensación es directamente proporcional al sufrimiento que infligen sobre otros hombres. Julio César Chávez Jr. es un peleador profesional, no un farsante o un vándalo. O un ejemplo a seguir.

El fin de semana del Día de la Independencia de México de 2005 presenció cómo Junior sacrificaba su ventaja en estatura y alcance para permanecer demasiado cerca y demasiado bajo como para poder ejercer una violencia efectiva. Fue una decisión correcta, una que Junior ha aplicado en cada una de las cuarenta y siete veces que se ha encontrado en un ring de boxeo. Los aficionados pensaban que Junior tenía pocas oportunidades de lograr una victoria en el terreno corto en contra del duro irlandés John Duddy, quien había vencido a Yory Boy Campas cuatro años antes. Un poco de poder en la quijada de Junior, se pensaba, y la princesita se doblaría. ¡Qué equivocados estaban! “Ejerceré presión sobre este niño consentido”, pensó Peter Manfredo en noviembre, en Houston, “y entonces me verán quebrarlo”. ¡Qué equivocado estaba Manfredo, retirándose inmediatamente después que Junior lo batiera! Marco Antonio Rubio dijo a todo aquel que llevara un micrófono o una cámara, que Junior era un chico protegido, mantenido a salvo del duro camino que todo peleador mexicano antes que él ha tenido que recorrer a fin de alcanzar la celebridad. “Deja de dedicarte a cazar a viejos peleadores blancos”, parecía decir Rubio, “y haz la guerra con un Hijo de la Chingada como yo”. Pero entonces Junior zarandeó a Rubio, lo venció sin lugar a dudas ante una multitud de catorce mil aficionados en el Alamodome de San Antonio, y redujo al orgulloso hombre a quejica por pruebas antidoping.

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El fin de semana del Día de la Independencia de México de 2005 presenció a un Junior con pinta de muchacho que quería hacer montones de dinero y alcanzar la fama de la manera más fácil posible. En febrero de 2012, en San Antonio, presenció a un hombre que se resentía por los usurpadores, aludiendo a la persecución que hacían de su nombre y su fama —ambos pertenecientes a alguien antes que él— y ansioso por castigarlos si es que se daba la oportunidad. En sus primeras cuarenta y un peleas deseaba arruinar a los otros pero daba la impresión de no saber exactamente cómo hacerlo. En sus últimos cinco enfrentamientos, Junior ha sabido exactamente qué es lo que estaba haciendo, quitándose a sus oponentes de encima con el codo izquierdo y perforándolos con cruzados de derecha lanzados desde sus piernas y caderas. Quizá Junior nunca demuestre a los estadounidenses que es un hombre de carácter fuera del ring. Muchos peleadores no lo son. Pero Julio César Chávez Jr. es todo un peleador dentro del ring, y eso es lo más que los aficionados tienen derecho a pedir.


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Dylan Wyn Richards, Reino Unido, 2002, 40 min

Johnny Owen: ace poco más de tres décadas, el cuerpo de Johnny Owen se quebró en el filo de un doceavo asalto, justo en el centro del cuadrilátero, allá en el Olympic Auditorium de Los Angeles. El derechazo de Lupe Pintor lo impactó de lleno, pero aquel fue sólo un acto reflejo: Owen llevaba bailoteando con la muerte desde rounds atrás. Ya desde el ecuador del pleito su mirada parecía extraviada. Luego vino un pequeño desliz: su mente ya no trabajaba en la misma dirección que el cuerpo. Más tarde el peleador galés no pudo volver a ponerse en pie: sus rodillas se doblaron como si hubiesen estado fabricadas de goma y quedó ahí, tendido de bruces, en coma, capturado para siempre como estandarte de los trágicos finales del boxeo. Johnny Owen: The Long Journey documenta el viaje que Dick Owen –padre de Johnny– realizó a la Ciudad de México 22 años después del infausto combate, con el objetivo de encontrarse de frente con el hombre que segó la vida de su hijo, e invitarlo a Merthyr para develar la estatua de bronce que el ayuntamiento del pueblo mandó esculpir en honor a uno de los más grandes peleadores galeses de la historia. Si el planteamiento inicial parece cimentado en el morbo, esto es sólo una desafortunada coincidencia: el verdadero tema es el encuentro entre dos hombres que durante muchos años han sido perseguidos por el mismo fantasma, de distintas maneras. El documental tarda en arrancar (la primera parte es casi una necrología del “Matchstick Man”), pero en cuanto Dick atraviesa el portal de Lupe, la cosa cambia: el hombretón británico se desploma ante las fotografías y los cinturones que estaban considerados asunto de un pasado ininteligible; mientras Pintor, que en nada se parece ya a ese fibroso peso gallo que le arrebató la corona a Zárate en el 79, devuelve la visita y se embarca en un viaje interior que lo conduce por las galerías del remordimiento y la ablución. “Era un guerrero, igual que su padre”, dice el ex campeón de Cuajimalpa, mientras toma a Dick de la mano, mientras se vuelve Johnny Owen por un instante, como sucede desde hace tantos años en la mente de ambos.

H

ilustración para el cartel de alejandro magallanes

los últimos héroes de la penÍnsula de j. m. cravioto, 2008

The Long Journey

Alejandro Toledo, ensayo fotográfico de Víctor Mendiola Galván, Ficticia, México, colección Ediciones del boxeador, 2005, 256 pp.

De puño y letra. Historias de boxeadores

o deja de sorprender que la historia del boxeo mexicano tenga un halo de dramatismo alrededor suyo, también mucho de trágico. Algo de culpa tiene el cine, que lo reflejó como una cuna de pobres que lleva a sus protagonistas a montarse sobre la curva del destino de aquellos hombres que lo tuvieron todo, y al final casi nada, si acaso algunos de sus recuerdos vertidos en confesiones. Fuera del celuloide, el boxeo en sí mismo tiene la riqueza de poder vislumbrar sus hazañas deportivas, pero también cuenta un torcimiento revelador; la casta y el orgullo son para el boxeador mexicano conceptos grandilocuentes y voraces, como un fantasma que se guarda en casa y está al acecho para consumirlo, sobre todo, en lo efímero de la idea de una posteridad insufrible. De puño y letra. Historias de boxeadores, de Alejandro Toledo, trae a nuestros días un pasado épico que cuenta con la particularidad de haberse armado a través de la cercanía y la intimidad vivencial con el pugilismo y sus personajes. Toledo elabora un libro con historias atractivas de las figuras de la segunda mitad del siglo XX mexicano, allá cuando las funciones de boxeo eran abarrotadas por los aficionados para ver a sus ídolos coronarse, algo a lo que el autor asume como “Los buenos recuerdos…” en el primer round de nueve, donde boxeadores como el Toluco López, el Tlacuache Medel y el Pajarito Moreno, envolvían a los años cuarenta y cincuenta con la esperanza puesta en las victorias de sus púgiles del momento, sobre todo, del Ratón Macías, “ratonitis” que infestó el Toreo de Cuatro Caminos para verlo “hacer algo en la vida”. De puño y letra recorre las historias de Salvador Sánchez, Daniel Zaragoza, Julio César Chávez, Óscar de la Hoya, Miguel Ángel González, Ricardo López y de los mánagers Jesús Rivero, Cristóbal Rosas e Ignacio Beristáin, puntuando con un excelente ensayo fotográfico llamado “La eternidad en un round”, a cargo de Víctor Mendiola Galván, que expone una serie de imágenes tomadas en la década de los años noventa en diferentes gimnasios y arenas de la ciudad de México. El boxeo mexicano y las historias de sus ídolos se entretejen en este proyecto donde la escritura periodística alcanza a mantener un diálogo con lo literario, sin ser, precisamente, una suerte de elogios llevados a la ficción. Más bien encuentra en su punto exacto, en lo híbrido entre una crónica y la entrevista, entre la narración y la investigación, la fortuna de dar a conocer a los lectores las vidas de sus figuras tras bambalinas.

N

Los últimos héroes de la península urante la década de los años setenta del siglo pasado, la península de Yucatán —Mérida, para ser exactos— tuvo al mismo tiempo a cinco campeones mundiales del boxeo, todos de la división mosca: Juan Herrera, Freddie Castillo, el ya fallecido Lupe Madera, Guty Espadas, y el más grande peso mosca de todos los tiempos: Miguel Canto. Este documental se lanza en su búsqueda y los rescata del olvido; llega hasta sus nuevas vidas en la blanca Mérida después de todos los años trascurridos desde aquellos febriles días de fama. José Manuel Cravioto nos los presenta en sus casas, barrios, gimnasios, las ruinas de los lugares donde se coronaran campeones; hurga en sus recuerdos a través de videos de sus peleas, fotografías, viejos carteles, los testimonios de un ex comisionado de box y

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José Manuel Cravioto, México, 2008, duración: 95 minutos, Documental

del sabio José Cholaín Rivero, antiguo entrenador de Espadas y Canto, también convertido hoy en leyenda. Cosa extraña: a pesar de que los días como boxeadores duran apenas un suspiro, da la impresión de que el resto de las vidas de estos hombres, ya como boxeadores retirados, giraran siempre en torno a eso que fueron, como si su vida de campeones hubiera sido la real y la actual tan sólo un mal sueño. El documental aborda las hazañas, pero también los problemas crónicos del boxeador en activo y del retirado, como lo son el despilfarro, las estafas de que son víctimas, el alcoholismo, la inadaptación y la pobreza. Esta conjunción es bien tratada bajo las melodías de teclados populares presentes en casi toda la música que ambienta el documental.


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