Esquina Boxeo 2

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BAJO EL SIGNO

DE SATURNO

Apaga y vámonos: el gancho JHONNY izquierdo TAPIA pág. 10

The Ugly

American pág. 16

CAMINOS

SIN LEY

ANTONIO

MARGARITO

ABRIENDO LA SECCIÓN DE FICCIÓN

UN PASO ATRÁS

pág. 12

pág. 14

RESEÑAS

cuadrilatero

EDITORIAL

pág. 6

De entre los muchos ídolos que merecen ser recordados por los aficionados, Bert Colima ocupa un lugar especial. En la década de 1920 fue el orgullo de los mexicanos que vivían al otro lado de la frontera, y más tarde uno de los revitalizadores del boxeo en México cuando este más lo necesitaba. “El Príncipe de México”, lo llamaban, mientras reinó del otro lado de la frontera.

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Esquina Boxeo, publicación bimestral. Periodo de exhibición: agosto-septiembre de 2012. Reserva de derechos de título en trámite. Domicilio: Morena 1306, interior 303, colonia Narvarte, México, D. F., CP 03020. Distribución gratuita. Publicidad: (044) 55 1513 2910 Redacción: (044) 55 2304 6897 e-mail: redaccion@esquinaboxeo.com Editor responsable: Rodrigo Castillo. Edición: Rodrigo Castillo, Rodrigo Márquez Tizano y Mauricio Salvador. Diseño: Juanjo Güitrón. Consejo editorial: Carlos Acevedo, Luis Carlos Hurtado, Eduardo Maya, Xóchitl Mayorquín, Luis Felipe Ortega, Rodolfo Vargas.


arte por: Humberto Duque

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Tavoris Cloud vs Jean Pascal sábado 11, Bell Centre, Montreal, Quebec, Canadá

Wilfredo Vazquez Jr vs Rafael Marquez Sábado 4, Coliseo Ruben Rodríguez, Puerto Rico

Michael Katsidis vs Darley Perez Sábado 10, Morongo Casino, Cabazon, EEUU

Juan Carlos Salgado vs Jonathan Víctor Barros Sábado 18, lugar por definirse

Andre Ward vs Chad Dawson Sábado 8, Oracle Arena, Oakland, California

Julio César Chávez Jr vs Sergio Martínez Sábado 15, Thomas & Mack Center, Las Vegas, Nevada

Ricky Burns vs Kevin Mitchell Sábado 22, Glasgow, ESCOCIA

Floyd

País: EEUU Récord: 43-0-0 (26 KOs) Título: CMB

2 Mayweather Jr. País: Filipinas Récord: 54-4-3 (38 KOs) Títulos: OMB

Juan MANUEL

Manny

NONITO

DONAIRE

SERGIO 3

Pacquiao MARTÍNEZ

6 WLADIMIR

márquez

País: México Récord: 54-6-1 (39 KOs) Títulos: AMB, OMB

Klitschko País: Ucrania Récord: 58-3-0 (51 KOs) Títulos: FIB, OMB, AMB, The Ring

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País: Argentina Récord: 49-2-2 (28 KOs) Títulos: The Ring

Timothy Bradley

País: EEUU Récord: 29-0-0 (12 KOs) Títulos: OMB

Vitali 9 Klitschko

País: EEUU Récord: 25-0-0 (13 KOs) Títulos: The Ring, CMB, AMB

2

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vaCANte

4 País: Filipinas Récord: 29-1-0 (18 KOs) Títulos: OMB

ANDRE

WARD

5

8

País: Ucrania Récord: 44-2-0 (40 KOs) Títulos: CMB

Chad Dawson

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País: EEUU Récord: 31-1-0 (17 KOs) Títulos: CMB, The Ring


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Servando Ortoll

Los primeros años pifanio Romero nació un 8 de septiembre de 1902 en Los Nietos, cerca de Whittier, California. Su padre, oriundo de Cananea, fue un gran aficionado al boxeo y el primero en enseñar a su hijo Epifanio “cómo cerrar los puños y dos o tres golpes”. Cierto día, después de uno de los habituales juegos de pelota en los campos de su preparatoria en Whittier, sus amigos lo incitaron a pelear con un muchacho oriundo de Vernon más grande pero de peso aproximado llamado Johnny

E

Woodruff. Woodruff ya había entrenado en el gimnasio durante algún tiempo y no obstante quedó sorprendido ante las capacidades boxísticas de Epifanio, entonces de catorce años de edad, por lo que lo conminó a volverse profesional. En aquel entonces los buenos boxeadores de peso liviano de Estados Unidos eran en su mayoría negros y blancos. Entre los “mexicanos” —o al menos los que la familia de Epifanio consideraba mexicanos— se encontraba Joe Rivers (nacido en 1892 bajo

el nombre de José Ybarra), quien llegó a disputar el campeonato mundial en dos ocasiones. El padre de Epifanio nunca se perdía una de sus peleas. Al día siguiente de sus combates y para asegurarse de que los cronistas deportivos y los árbitros habían visto la misma pelea que él, le pedía a su hijo que leyera en voz alta —porque a diferencia de su padre podía leer en inglés— la crónica de la pelea, asalto tras asalto. Epifanio leía con gran interés y al terminar la crónica se ponía los guantes y salía a ver quién quería


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pelear con él con el fin de practicar los golpes de Joe Rivers. Éstas fueron sus primeras lecciones boxísticas. A los dieciséis años Romero pidió permiso a sus padres para boxear de manera profesional. Había terminado la secundaria y abandonado la preparatoria y razonaba que tenía la edad y la madurez para saber qué quería de su vida. Su tío, recuerda Romero, le suministró dinero para comprar ropa de gimnasia: “Regresé a la casa esa noche y me puse la ropa de gimnasia. Posé frente al espejo y llamé a mis padres y, por supuesto, todos mis hermanos estaban allí. Pero no fueron muy alentadores. Mi madre y padre temían que me lastimaran. De todas maneras mi madre me dijo: ‘ve al pueblo y ve si todavía te gusta ese juego sucio’”. Epifanio así lo hizo y se inscribió en el Western Athletic Club. Al mes de acudir al gimnasio como mero observador, Epifanio empezó a practicar boxeo con oponentes imaginarios. Pero cada vez que alguien lo veía hacer sombra, se detenía. “Me daba vergüenza”, confesó muchos años más tarde, “y también temía que alguien me criticara”. Al segundo mes la oportunidad de boxear con alguien por fin se le presentó. Un boxeador profesional llamado Cliff Gordon, que tenía un combate al día siguiente en la popular Arena Vernon, tras desentumecerse, le gritó desde las cuerdas: “A ver, tú, chiquillo, ¿sabes boxear? Ponte los guantes”. Romero aceptó pero pidió que no le pegara muy duro: él pesaba 147 libras y Gordon 175. Ese fue su día de suerte. Como se lo contó a Raúl Talán, de El Universal, en febrero de 1955: “boxeamos un par de rounds y parece que lo hice algo regular, porque los mismos que no me hacían caso al día siguiente ya se desvivían haciéndome preguntas y hasta desamarrándome los zapatos.” El día que enfrentó a Gordon en el gimnasio muchos mánagers observaron los asaltos. Luego enviaron a sus entrenadores a preguntar a Romero si necesitaba quién lo representara. Epifanio estaba confundido y emocionado. Uno de sus nuevos admiradores lo siguió hasta las regaderas y le preguntó si quería dedicarse en serio al boxeo. Cuando

Romero contestó que sí, éste le preguntó si querría pelear en Long Beach, California. Esto convenció a Epifanio y lo aceptó como a su “manager”. Tiempo después descubriría que éste nunca había sido manager o entrenador. Romero le contó a Talán: “Éramos tan tontos los dos que no sabíamos ni qué comer ni cómo entrenar, así en la primera pelea que tuve ya con ese mánager, antes del pleito comí frijoles y tortillas para estar fuerte. ¡No sé cómo no me dio una indigestión!” Epifanio ganó sin recibir demasiados golpes. Romero ganó sus primeros encuentros peleando principalmente en San Bernardino, Long Beach y la Arena Vernon. Su primera gran oportunidad llegó cuando Joe Rivers se negó a viajar a Yuma, Arizona, para enfrentar a un joven llamado Beaver, quien a su vez rechazó una pelea con el desconocido Epifanio Romero como reemplazo. El empresario detrás de la cartelera telegrafió entonces al campeón de Arizona, Happy Woods, bien conocido por su poder y por haber noqueado a veintinueve de sus treinta y cuatro oponentes. La pelea se llevó a cabo el día internacional del trabajo, 1 de septiembre, en la arena de Yuma. El “mánager” de Romero lo instruyó sobre cómo comportarse. “Primero”, le dijo, “el tipo que se plantará entre tú y Woods presentará al campeón de Arizona, y luego a ti. En cuanto terminen las presentaciones lo saludas de mano.” Epifanio siguió las instrucciones pero al ofrecer la mano a Woods éste simplemente se dio la vuelta. Pronto supo que Woods pegaba duro pero que era muy lento al hacerlo. Como era joven y rápido, Epifanio empezó a golpearlo con jabs cortos. En el sexto round Epifanio le había impartido tantos jabs en la nariz que por fin se la rompió, impidiéndole respirar. Woods miró a su mánager y le señaló la nariz. Al ver esto, el cuidador del púgil arrojó la toalla convirtiendo así a Epifanio Romero en campeón de Arizona. Así se inició Romero, quien habría de cambiar su nombre al de Bert Colima. Bert, porque solía andar por las calles silbando

como pajarito por lo que la gente empezó a llamarlo “bird”, y Colima, porque de allí era su madre.

Bert Colima, ídolo de México Salvo por una pelea que perdió ante un joven boxeador que había entrenado en el ejército, Colima ganó diecinueve de sus primeras veinte peleas. Esto lo volvió muy popular entre las familias mexicanas que llegaban a Los Ángeles desde Los Nietos para verlo en el cuadrilátero. Fueron ellos los primeros en gritarle en inglés, pero con marcado acento mexicano: “kíl jím, prieto!”, “¡mátalo, prieto!” Erróneamente se repite que fueron la actriz mexicana Lupe Vélez (la “fiera” de México) y el comediante mexicanonorteamericano Chrispin Martin quienes, acentuando también la “i” con característico sonido mexicano, le gritaban desde el público: “gív ít to jím, Colíma!” (un equivalente en español, según explicó en 1953 Raúl Talán de El Universal, a “‘¡Suénatelo Colima!”). Pero el origen de su famoso grito de batalla, según el propio Bert Colima, fue otro: una mexicana de Los Nietos, asidua a sus peleas y pensando que pronunciaba buen inglés, fue quien vociferó esas palabras por primera vez. El grito, que se convertiría pronto en su bandera de lucha, primero causó risa por el acento, pero luego arraigó entre el público. Y cada vez que Colima peleaba, la gente repetía el grito de la mexicana de Los Nietos. Como lo contó Talán: “ese era el grito que prorrumpían miles y miles de fanáticos cada vez que peleaba Bert, quien fue sin duda alguna el boxeador de origen mexicano más querido de California [...]”. Colima tenía fama de ser un peleador divertido en el cuadrilátero. Mientras boxeaba solía saludar a la gente según iba llegando. Era su forma de entretener al público. Luego regresaba a lo suyo, frente al oponente. Everett Sanders, antiguo miembro de la Comisión Atlética del estado de California, afirmó que Colima fue “la más grande atracción que tuviera la Arena Vernon”.


Larry nunca tuvo una oportunidad. Colima lo atrapó con un fuerte gancho izquierdo un segundo después del campanazo inicial y el marino moreno siguió mareado el resto de la pelea. Cada vez que despejaba su mente, contraatacaba ferozmente, pero esas veces fueron pocas y distanciadas entre sí. Colima lo golpeó en suficientes ocasiones como para mantener su cerebro confundido. Justo antes de terminar el combate, Bert remató con su primer derechazo sólido de la pelea y para siempre permanecerá el misterio de cómo Larry se mantuvo en pie los últimos 30 segundos.

No siempre fueron los resultados de las peleas tan definitivas para Bert Colima. A veces tuvo que enfrentar a verdaderos rivales. Fue el caso del combate que sostuvo contra Joe Roche en el estadio de la Legión

Americana en Hollywood, en noviembre de 1926. Colima se reponía de una pelea anterior y quien lo vio entrenar en el ring del Main Street Athlete Club de Los Angeles, afirmó que vio en él “falta de agresividad y lentitud en la entrega de golpes y en su defensa”. Roche era agresivo y le llevaba a Colima cinco libras de ventaja. Roche arremetió con grandes ímpetus. Quería noquear a su contrincante. “Esta pelea”, escribió el reportero de La Opinión, “fue una de las más sangrientas que hemos presenciado”. No exageraba: Al terminar los diez rounds, Bert Colima tenía abierta la boca, de donde la manaba un hilillo de sangre, y Roche presentaba una formidable cortadura sobre el ojo derecho, por la cual se produjo tal hemorragia desde el séptimo round, que cubrió de sangre a Colima, al réferi, y salpicó a los espectadores que tenían sillas de ring. Colima derrotó a Roche por decisión pero el peleador de Los Nietos no sintió que el triunfo hubiera sido sólo suyo. Consideró que el triunfo lo debía al respaldo de su público mexicano. Convencido de lo anterior, a los pocos días del combate acudió a las oficinas de La Opinión: quería expresar su agradecimiento, a través del rotativo, a sus seguidores. Quiere [Colima] por conducto de La Opinión, dar las gracias más sinceras a los millares de aficionados mexicanos que estuvieron presentes en la notable exhibición del viernes, pues dice que a ellos les debe en gran parte su triunfo, ya que con sus exclamaciones alentadoras su espíritu no decayó un solo instante e hizo todo lo posible por complacer a sus compatriotas, boxeando tan bien como se lo permitieron su experiencia y sus facultades.

De las veces que visitó la ciudad de México, retomo un combate del 7 de octubre de 1928 contra Tommy White, un hombre de nariz chata y aplastada, con numerosas huellas de viejas contiendas que le surcaban la cara y cabello partido a la mitad. La pelea congregó a un número

inesperado de asistentes. “Pocas veces, en los anales de nuestro boxeo”, escribió Mr. Hook para El Universal, “se había reunido la cantidad de espectadores que se dieron cita ayer para asistir a la pelea de Tommy White contra Bert Colima. El lleno fue, sin hipérbole, enorme. Se puede afirmar, sin temor a excederse, que los aficionados que cubrieron las diversas localidades, llegaron a la cifra de diecinueve mil”. Se trataba de una cantidad de asistentes que superaba por mucho las de otros matches. Pero había otro punto importante por recalcar: las personalidades ahí presentes. Escribió Mr. Hook: Entre los concurrentes había distinguidas personalidades de la política, banca, comercio, etc. Pudimos anotar, entre otros, los nombres de los señores licenciado Emilio Portes Gil, Moisés Sáenz, Luis L. León, Marte R. Gómez, general Andreu Almazán, Juan de Dios Bojórquez, senador Lamberto Hernández, Luis Freg, Vicente Segura, Roberto Fierro y otros muchos, que ocupaban las sillas de preferencia del ring.

El gran ausente de la pelea era Plutarco Elías Calles, pero esos eran días del levantamiento de los cristeros y en julio anterior uno de ellos había asesinado a sangre fría al presidente “electo” de México, el general Álvaro Obregón. Calles fue cauteloso, pues sabía que de asistir al combate arriesgaría inútilmente su vida. Según Mr. Hook, “los lugares de ring se vieron colmados a tal punto, que gran cantidad de personas quedó en pie, a pesar de haber pagado el boleto correspondiente”. Pese a todas las expectativas, sin embargo, la pelea decepcionó a muchos de los presentes. Mr. Hook fue el más crítico de todos: “Juzgando en conjunto la labor de los boxeadores de la pelea principal, podemos decir que si Colima se llevó la decisión fue verdaderamente por una condescendencia, más bien un favor de los jueces, pues en nuestra opinión fue tan censurable la actitud de los boxeadores que los jueces deberían haber declarado que

al aprecio que sus admiradores le mostraban.

Para Braven Dyer, cronista deportivo de Los Angeles Times, Colima “fue uno de los púgiles más emocionantes que vi”. Steve Zuckerman, quien habló con estos dos aficionados, dijo que Colima tenía una personalidad colorida y que además le encantaba complacer al público, “dentro y fuera del ring”. Colima era único: el boxeador más taquillero en la Arena Vernon, según recordó un periodista. La crónica de una de sus peleas mostrará por qué Colima era tan aplaudido. Se trata de un combate que sostuvo con el “marinerote” Sailor Larry. Tocó a Ed Frayne, editor de deportes del periódico The Record, narrar lo acontecido. “Nunca permitas que nadie te diga que Sailor Larry no está dispuesto a emprender algo nuevo o desafiante”, escribió Frayne: “Después de la paliza que recibió de Bert Colima, todo el público en la arena confirió al muchacho negro un renovado respeto conforme regresaba a trompicones a su esquina, al término del combate.” Eso en cuanto al derrotado Sailor Larry. Lo que sigue lo escribió Frayne sobre el Relámpago de Whittier, famoso por su velocidad con las piernas, juego con las cuerdas e imparable gancho izquierdo:

Colima se debía a su público y así correspondía

en que Meyers se metió en problemas, eso no restó popularidad al púgil de Los Nietos, quien siguió siendo el taquillero número uno y el héroe pugilístico entre los mexicanos.

muy discutido nocaut técnico, cuando el réferi vio que su mánager —George Dutch Meyers— le suministraba sales aromáticas para revivirlo. Y pese a no haber sido la única ocasión

En febrero de 1925, ante un público de casi nueve mil personas, Colima peleó contra Mickey Walker por el título de peso welter. Colima perdió la pelea en el séptimo round con un

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Entra al camerino un senador; hay las presentaciones de rigor, nuevos abrazos, nuevas felicitaciones y Bert, con el ojo entrecerrado, no acaba ni de sonreír ni de jadear.

Cuando el mismo periodista le preguntó sobre la pelea, Colima confesó: “White no boxeó. Daba cabezazos, se lanzaba contra mí como un toro; pero no peleó...y claro, ¡hube de cansarme!” Los cabezazos de White ensombrecieron el triunfo del nuevo campeón, pues no hubo quién pensara —Mr. Hook entre los más críticos— que la victoria se la habían regalado a Bert Colima. Pero nunca lo sabremos de verdad.

Colima, héroe mexicano Bert Colima fue el héroe de los mexicanos en su mejor momento. Héroe para los de extracción mexicana que vivían en lugares lejanos como Los Nietos, porque para ellos la lucha en el cuadrilátero era metáfora de la lucha por la vida. Y gozaban de ver que uno de los suyos, un hijo de padres mexicanos, venciera a sus oponentes estadounidenses.

Si ellos no vencían en sus batallas contra la vida, allí estaba Colima, recordándoles que si persistían podrían algún día triunfar como él. Para los mexicanos de este lado de la frontera, en cambio, Bert Colima representaba al conciudadano que regresaba triunfalmente a casa. Bert Colima murió en una casa de descanso de Los Angeles —The Ambassador Convalescent Home— el 24 de octubre de 1979. Como en los viejos tiempos cuando arremolinaba gente a su alrededor, un gran público acompañó al viejo boxeador a su última función. “No había un asiento desocupado en la capilla”, dijo Tom Gallery, promotor de Colima durante los años veinte: “Mandaron más flores que a cualquier otra ceremonia que haya yo alguna vez asistido.” El “elegante” e “inolvidable” Bert Colima, el Relámpago de Whittier —a quien Rodolfo B. García, reportero deportivo del periódico angelino La Opinión llamó “el rey de la taquilla y el campeón de la popularidad”— dejó tras de sí una estela luminosa. El pugilista de Los Nietos —conocido también como “El primer ídolo del México de afuera”— acumuló un récord de 209 peleas. Y no lo hizo mal en el cuadrilátero: ganó 143, perdió 37 y empató 22. Su figura se desvaneció con los años pero su importancia como boxeador durante los años en que los mexicanos y los méxicoamericanos buscaban ídolos propios es innegable.

preguntas y hasta desamarrándome los zapatos. Bert Colima

Bert posó, sonriente, ante el objetivo del extraplano fotógrafo Casasola. [Sonreía] con satisfacción, con una sonrisa infantil, y daba las gracias a los que aún, venciendo la oposición de la policía, aclamaban su triunfo. Abrió la bata gris, a pequeños cuadritos, y enseñó con orgullo el preciado cinturón. A su alrededor se agrupaban los policías

técnicos, sus seconds, algunos curiosos... Apenas estalló el fogonazo del magnesio, [Colima] echó a correr con impaciente precipitación a su camerino. Una nueva barrera de policías montados y técnicos impidió que los admiradores invadieran el local. Solamente los seconds y la gente de confianza de Bert tuvo acceso.

mismos que no me hacían caso al día siguiente ya se desvivían haciéndome

no hubo pelea y por consiguiente no cabía la decisión”. La verdad es que ese match fue uno entre estilista y fajador. Colima privilegiaba la pelea a distancia en tanto que White, con fama de “muy bravo”, entraba siempre a pegar en corto: “de ahí sus narices chuecas y la gran cantidad de cicatrices que como marcas honrosas y señales de su valentía tiene en el rostro”, como lo aseguró Fray Nano, el gran cronista mexicano de los deportes. Si bien las marcas de White eran cosa del pasado, lo del momento, lo que usó ese viernes contra Colima, fue un cabeceo constante. Fray Nano lo dijo justo: “siempre anda meciéndose y con la cabeza como un péndulo”. Colima se topó con un bravo que no temía a nadie y, según Fray Nano, si ganó esa pelea fue por tres razones: “Primera: su enorme gancho con la izquierda, con el cual pudo tirar a White dos veces, una para la cuenta de seis en el noveno round y otra en el octavo sin cuenta; Segunda: su ventaja en el peso y su más fuerza; Tercera: la gran simpatía que le tiene el público.” A la crítica de muchos de que Colima “había bajado” en su rendimiento, Fray Nano contestó: “No, caballeros, lo que pasó es que lo vimos con un gallazo enfrente. White es todo un gallo.” Colima, acostumbrado a la distancia, se vio apurado cuando White logró metérsele. El público se sentía decepcionado, dijo Fray Nano, porque “quería el asesinato, ansiaba que White fuera noqueado por el mexicano; pero, [...] no es tan fácil noquear, como parece, y menos a un hombre como White que tiene en su haber cerca de ciento y medio de peleas y nunca le han contado los diez segundos”. Lo que sigue sucedió al término de la pelea:

Boxeamos un par de rounds y parece que lo hice algo regular, porque los

inacabable sonrisa de placer y de orgullo. Apretones a las rudas manos vendadas. Abrazos, gritos de alborozo. [...]”

“Colima resoplaba, fatigado aún de la lucha reciente. En la ceja derecha le temblaba un rojo coágulo de sangre; pero sonríe con una

Como pudo, el reportero de El Universal se coló para informar a su público lo que sucedía en el camerino del nuevo campeón:

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Johnny Tapia 1967-2012 1.

“El pasado es inevitable”. Delmore Schwartz 2. Miren, ahí está, en una borrosa imagen, atrapado por un instante entre la corriente del tiempo. ¿Es ESPN o USA? ¿Es 1989 0 1990? Algunos entre la multitud llevan mullets, gigantescas gafas, incluso amplios y coloridos pants de deporte. La imagen se ve rayada y granulosa, como una película muda o algo visto en un quinestoscopio, y sin embargo aún es posible ver el tatuaje de Cristo sobre su pecho. Años más tarde una maraña de tinta cubrirá su cuerpo, pero por el momento esta escueta imagen —atrapada en una piel tan blanca como alabastro— se vuelve más sorprendente por su soledad de dos décadas atrás. Manos veloces, pies rápidos, una cabeza llena de pelo, una nariz todavía no torcida por los rigores de su profesión. Un corazón anudado detrás de un corazón con espinas. Aún es hermoso. Cetrino, sí, por las horas en el gimnasio y una vida bajo Saturno. Lo llamaban: The Baby-Faced Assassin. Miren como se mueve para acabar con su oponente. ¿La Ciudad del Pecado o Albuquerque? ¿Pueden recordarlo? Acérquense a la imagen parpadeante, ahora teñida en sepia, los píxeles blanqueados por los años. Jamás volverán a ver a este hombre. 3. Lo que Johnny Tapia consiguió en el ring es casi tan sorprendente como el hecho de que haya vivido tanto como vivió. Porque la verdad es que Tapia ya no era el mismo cuando venció a Henry Martínez en 1994 para ganar su primer título. Desde finales de 1990 hasta principios de 1994 Tapia estuvo ausente del boxeo por razones de fuerza mayor. No se trataba de un alejamiento a lo Alí —conferencias en las universidades y ratos pasados en las mezquitas—; tampoco se trataba de una ausencia a lo Mike Tyson, tres metros cuadrados al día en el Indiana Youth Center. No, después que Johnny Tapia perdiera su licencia en 1991 por fallar un test antidopaje, fueron años de heroína, cocaína, metanfetaminas, vagabundeo, fumaderos de marihuana de Albuquerque, disparos, alcantarillas y pesar. Poco a poco Tapia se minó a sí mismo. “No tenía un dólar en el bolsillo y no sabía dónde me encontraba”, dijo Tapia al Santa Fe New Mexican acerca de su temporada en el infierno. “No tenía ningún lugar a dónde ir, nada que comer.” Una década antes, otro peso gallo —Frankie Duarte— emergió de la pesadilla barriesca hacia delirantes multitudes en el Forum de Inglewood. Cuando peleaba el ring se llenaba de monedas. Pero Duarte nunca ganó un

título mundial. Había vivido muchas horas tristes y demasiados ayeres. Igual que Johnny Tapia. Pero Tapia estaba hecho para ello, si es que saben lo que “ello” puede significar. 4. Johnny se había estado matando a sí mismo —una y otra vez, aquí y allá, ahora y después— durante años. Adicto a las drogas, a las peleas, a los torrentes de adrenalina y, finalmente, a las experiencias cercanas con la muerte, Tapia era un yonqui en una manera en que la mayoría de los yonquis no llegan a serlo. Como un Ave Fénix se elevó de las cenizas más veces de las que cualquiera puede tener derecho a hacerlo. Finalmente lo logró. O la muerte lo hizo. Entre sus combates con una tumba que le guiñaba, Tapia vivió dentro del ring. Digan si así lo quieren que su sórdida vida fue un desperdicio; pero para algunos de nosotros, quizá, fue una bendición. 5. El sadismo, lo admita uno o no, es una parte esencial del boxeo. Lo mismo el masoquismo. Johnny Tapia recibió más golpes de los necesarios, quizá para escuchar el rugido de la multitud, quizá por razones más oscuras. Durante las peleas solía limpiarse la cara y lamer la sangre de sus guantes. 6.

“Golpizas. A veces es lo único que hay. Así es como era. Recibí golpizas constantes. La mitad de las golpizas que recibí eran para alguien más. Había golpizas para todos pero especialmente para mí. Tantas golpizas que me acostumbré a ellas. Atraía las golpizas como un magneto y sólo me hicieron más fuerte. Y a veces, para decir la verdad, era la única manera en que no sentía dolor. El dolor de estar solo. El dolor de no tener a mi madre.” 7. A Tapia se le diagnostica como bipolar. Sufre de Déficit de Atención. Es depresivo, suicida. La disfunción es su Dios. Su madre es brutalmente asesinada cuando él tiene apenas ocho años de edad. Y a esa edad es abusado sin clemencia. Su padre, a quien Tapia no vio sino hasta 2010, es encerrado en prisión. Como Jake LaMotta, cuyo padre lo obligaba pelear de niño, a Tapia lo obligaban a pelear contra otros niños de su barrio sólo para diversión de los adultos. En la década de 1980 Albuquerque es una ciudad sitiada. Los agentes federales llegan a la ciudad para combatir una epidemia de drogas que deja la morgue de Duke City saturada de cadáveres grises.

Carlos Acevedo

8.

Tenía diez años cuando te enterraron. A los veinte intenté suicidarme y volver, volver, volver a ti. Creía que incluso los huesos lo harían. Sylvia Plath 9. John Lee Tapia nació el 13 de febrero de 1967. Le gustaba decir que había nacido un viernes 13, pero las licencias poéticas son innecesarias cuando se trata de una vida llena de tragedias. 10. Octubre, 1991: Licencia revocada tras fallar una tercera prueba antidoping. Abril, 1992: Cargos por amenazar a un testigo de un juicio de homicidio. Febrero, 1993: Arresto por conducir bajo los efectos del alcohol. Mediados de 1993: Sobredosis en la noche de su boda y posteriormente declarado clínicamente muerto. Julio, 1994: Cargos por intentar vender drogas a un policía. Octubre, 1995: Cargos por posesión de armas. Agosto, 1996: La policía arresta a rijosos durante su pelea contra Hugo Soto. Marzo, 1997: Cargos por posesión de armas en California. Junio, 2000: Disparos durante una trifulca de tráfico. Julio, 2000: Hospitalizado por depresión. Agosto, 2000: Cargos por asalto. Enero, 2003: Cargos por drogas. Diciembre, 2003: Una sobredosis lo manda al hospital donde vive con respiración artificial. Marzo, 2007: Una sobredosis lo deja en coma. Febrero, 2009: Arresto por cargos de droga. Abril, 2009: Entra al Central New Mexico Correction Facility para purgar su condena. Abril, 2010: De regreso en la cárcel por cargos de droga. Diciembre, 2010: Se declara en bancarrota. Enero, 2012: Arrestado tras chocar su camioneta; manejaba bajo los efectos del alcohol. 27 de mayo de 2012: Muerto. 28 de mayo de 1975: Virginia Tapia muere tras cuatro días en coma. 11.

Era un criminal. Pero, ¿quién cerrará las puertas de la misericordia? Monsignor John L. Bedford

12. “La noche en que murió vi cómo se la llevaron. Yo tenía ocho años y golpeaba las ventanas, gritando por ayuda, pero nadie creyó lo que vi. No hubo nada que yo pudiera hacer y ella murió. Y he estado triste desde entonces. Y desde entonces no he sabido si viviría o moriría. Esa es la verdad de Dios. Es la única manera en que puedo decirlo. Mientras mi madre esté en el cielo, hay una llamada para que vaya yo también.”


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Kike Ferrari

“It all comes down to what you had and what you lost.” J. Ellroy Round Uno na cuadra antes, cuando una paloma le cagó la solapa del saco azul, el Oso Villagra supo que iba a ser un día de mierda. Ahora levanta la vista al pedazo de cielo plomizo que el enjambre de edificios deja ver y maldice por lo bajo. A su suerte, a Peralta, a las palomas y a la puta madre que lo parió. Después sigue caminando hasta la esquina mientras, con un pañuelo sucio que encuentra en un bolsillo del pantalón, intenta limpiarse la solapa. Pero sólo consigue un enchastre peor, una condecoración entre verde y amarilla construida con mierda de pájaro y mocos viejos. Apenas enfila por Morelos ve al grandote en la puerta. Nuevo, piensa, mientras se acerca. —Vengo a ver al Señor Peralta — dice. —Vos debés ser Villagra, te están esperando. Debés ser, repite el Oso, contento de que haber acertado y que el grandote sea nuevo. En este laburo, piensa, reconocer la forma de caminar, de pararse, la silueta de un cuerpo a la distancia, es más importante que recordar las caras. —Pasá —dice el grandote, abriendo la puerta y haciéndole lugar. Y una vez que pasan: —Las manos, por favor.

U

El Oso levanta los brazos y se deja palpar mirando para otro lado, como si no le importara. Conoce las reglas. —Listo — dice el grandote — pasá, creo que tienen trabajo para vos. —¿Ah, sí? Vos sos nuevo, ¿no? —Hace menos de un mes que estoy. —Bueno, tendrías que hablar menos, pibe —sugiriere el Oso antes de seguir camino. Y no escucha al grandote que a sus espaldas murmura sí, justo vos me venís a dar consejos. Cuando pasa junto al busto del General y después de persignarse, el Oso se besa dos dedos de la mano derecha y los apoya en la sonrisa de bronce. Después duda ante las escaleras, pero decide subir por el ascensor. Son tres pisos. Estamos viejos, piensa mientras lo espera. Una vez en el ascensor se mira en el espejo. Los bigotes encanecidos, las bolsas bajo los ojos. La mancha de mierda y mocos en la solapa. Qué cagada, piensa.

Round Dos Entra sin llamar, ya con el saco en la mano. Mabel lee una revista de chimentos. —Hola, Rubia.

—¿Qué hacés, Oso? —contesta Mabel, sin dejar de leer. —Lindo muñeco pusieron en la puerta, eh. Ahora sí lo mira. Hace una mueca que puede querer decir sí o no o a mí qué importa. —¿Cómo estás vos? ¿Cómo anda todo por acá? –pregunta el Oso prendiendo un cigarrillo. —Bien. Qué sé yo. Aburrida. Acá no pasa nunca nada. Nunca nada, piensa el Oso. Paladea el humo. Nunca. Nada. —¿Está? —pregunta. —Sí, ya te anuncio. Apagá eso, ¿querés? —¿Vos también, Rubia? Ella se encoje de hombros y vuelve a la revista. El Oso se sienta en uno de los sillones, justo frente a la fotografía en la que el hombre de bigotes, sonriente, sostiene el paraguas en alto. Qué épocas, piensa. Y apaga el cigarrillo. Mabel termina lo que estaba leyendo y se arregla un poco el cabello antes de ir a anunciarlo. Tiene una pollera gris. Se le está viniendo abajo el culo, piensa el Oso, todos nos estamos viniendo abajo. Mabel vuelve enseguida. —Dice que pases.


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Round Tres —Bueno, contame. Peralta siempre empieza así. No importa si él te llamó, si él es el que tiene algo que decirte, ni las putas ganas que tengas de estar ahí: contame. —No, mucho, jefe, lo de siempre. Los chicos en la escuela, la nena ya termina la secundaria… —Victorita… —Sí, la Vicki. Y el pibe, Juancito, ya está en segundo. Terminamos de construir el quincho. Eso. Todo tranquilo, gracias a Dios. —Bueno, mejor así, Oso, mejor así. Que grande Juancito, segundo año… Qué lo parió, cómo pasa el tiempo! Y Victoria, che, parece mentira… Menos mal, Oso, que te salieron derechos… Con tanta falopa, tanta porquería, dando vuelta… Pero ellos estudian, ayudan en tu casa, la piba que hace danza en la escuela de Castelar, Martín que sigue con la barrita de amigos del barrio y jugando al pool en lo del Poyo… Pibes sanos, una tranquilidad para vos y para tu jermu, que ya bastante tiene con sus viejos… El Oso se tensa en la silla. A Peralta siempre le gusta dar vueltas, hablar de boludeces antes de entrar en tema, pero no entiende a qué viene esta conversación. —Por acá, en cambio, las cosas están más bien complicadas —dice Peralta y le señala con el mentón el diario doblado sobre el escritorio—. Entre el quilombo con el Grupo y el pibe ese que se cargó la gente de García; los medios, los jueces, todos tienen un ojo puesto encima nuestro todo el tiempo. El Oso no dice nada. Mira el diario. Trata de que no se le escape ni un gesto. La puta que lo parió. Creyó que se lo iban a dejar pasar. Fue un accidente. Y además la macana fue más de Riccardi que suya. Él prefiere laburar solo, Peralta ya lo sabía. —No nos podemos equivocar así, Oso, ahora estamos en la tapa de los diarios… —Jefe —intenta el Oso, pero Peralta sigue como si no lo hubiese escuchado o acaso no lo escucha. —Pero no es de eso de lo que te quería hablar. ¿Querés un café? El tema son las vacaciones. Hay un paréntesis mientras esperan el café. O eso cree el Oso. Con Peralta nunca se sabe, piensa. Hablan de boxeo.

—¿Te acordás de Martillo Roldán? —Cómo no me voy a acordar, jefe. Era una aplanadora, tiraba paredes con esa piña. —Sí, pero era un mal definidor, Oso. Y es porque no sabía dar el paso atrás, tomarse unos segundos para pensar, apuntar y golpear firme y claro. Acordate de la pelea con Hearns. Llega Mabel con los cafés. El Oso piensa en la pelea Hearns— Roldán. La Cobra de Detroit contra el Martillo de Freire. Iba poco menos de un minuto del tercero cuando Martillo lo encontró con una zurda en la pera. Hearns trastabilló, con la mirada extraviada y las piernas flojas, pero en la desesperación por liquidarlo Roldán se abalanzó y entonces el yanqui pudo trabarlo. En el round siguiente el que colocó las manos fue la Cobra. Quien sí dio un paso atrás, sí pensó, sí lo liquido. Dos derechas a la sien y a cobrar. —Una de azúcar, ¿no, Oso? —Olvidate, Mabel —dice riendo Peralta— ¿sabés lo que es la mujer del Oso? Una máquina la Rita. Y no para, eh. La casa, los pibes, un par de veces por semana va a ver a los viejos a Ramos y todavía le queda tiempo para ir al gimnasio ese de 25 de Mayo… No, un infierno la Rita, creeme. Mabel resopla. No pensarán que me quiero coger al Oso, piensa. Sonríe, negando con la cabeza. Y se va.

Round Cuatro —Después de que se retiró —sigue Peralta—, Roldán se puso gordo como un cerdo. Nunca pudo ser campeón del mundo, Oso. Pero es el tipo más feliz del mundo, se reconcilió con su familia, vive en el campo, siempre anda de cacería y asado con los amigos. Eso debe ser vida, ¿o no?… —Linda vida… —¿Hace mucho que no vas a cazar, Oso? —Uf, bastante. Más de un año debe hacer. —Pero seguís teniendo el campito, allá en Lobos. —Sí, lo que pasa es que la última vez tuvimos un accidente… —Sí, me enteré, al otro muchacho se le disparó una escopeta… —Mi cuñado. No pasó nada igual, fue más el susto.

—¿Y de esa vez no fuiste más? —Y, no. Las mujeres quedaron asustadas. Justo estaba la familia. Mala suerte. Yo suelo ir solo a Lobos, a lo sumo con mi cuñado, porque no me gusta que haya nadie alrededor cuando estoy cazando. Pero justo esa vez habíamos ido con la familia. Y los chicos se asustaron bastante y las mujeres se pusieron como locas: que es un peligro, que un día se van a matar… —Es que hay que preservar a la familia, Oso, y hay tener cuidado con los accidentes —dice Peralta terminando el café y levantando el diario de arriba del escritorio— o terminamos escrachados en primera plana… —Jefe —intenta el Oso por segunda vez, pero Peralta vuelve a interrumpirlo. —Me voy a ir de vacaciones, Oso, y hay algunas cosas que me gustaría que estuvieran resueltas cuando vuelva. Hace una pausa, Peralta, se pasa las manos por la cara, con un gesto de cansancio, pero enseguida deshace el gesto con una sonrisa. —Ya sabés como es: primero la Patria, después el Movimiento, por último los hombres. Pero para que el Movimiento funcione por la Patria los hombres tenemos que estar frescos. El Oso asiente. Sigue esperando instrucciones. —Tomate unos días vos también. Desenchufate de todo: del laburo, de la familia, de todo. Andate a Lobos, solo. Dedicate a cazar, a pensar. Tenemos que dar un paso atrás, Oso, el paso atrás de Hearns, ¿me entendés?… —dice Peralta y se levanta. Es obvio que la reunión terminó. Se estrechan las manos. Peralta vuelve a sentarse y a mirar el diario sobre el escritorio. —Cuando salgas, decile a Mabel que lo llame a Riccardi, haceme el favor. —Sí, cómo no —responde el Oso. Da unos pasos hacia la puerta y se vuelve. —Perdone, jefe, pero cuando me llamó creí entender que tenía un trabajo para mí… Peralta levanta la vista. Hay en su cara un gesto de asombro genuino —Ay, Oso, en serio estás jodido… ¿No entendiste nada de lo que te dije? —hace una pausa y después dice remarcando cada palabra —Andate a cazar. Solo. Acordate que acá queda tu familia. Y hacelo parecer un accidente.


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Rodrigo Márquez Tizano

Apaga y vámonos: el gancho izquierdo anny García se retira cabizbajo a la esquina con una cortada en la ceja. Apenas si ha podido conectar un par de veces al cuerpo de su rival. Golpes mal intencionados pero sin demasiada pólvora. El plan marcha a la perfección para Khan: entrar y salir, conservar las distancias, cuidar el flanco izquierdo, combinar no menos de cuatro movimientos en cada incursión. Demasiado lento para conseguir superar la diligencia del británico, un Danny García que aún no se decide a soltar las manos recibe indicaciones de su padre, mientras el cutman frota la plancha helada de metal sobre los futuros hematomas de su rostro. El padre es uno de esos padres del boxeo: controladores, rebosantes de complejos, con la boca demasiado grande. Le dice entonces que ya es suficiente. Que comience a dejar ir los puños. Luego va a ser demasiado tarde. Y García, hambriento, que tuvo ya seis minutos para acostumbrarse al tempo de su contrincante y ha reconocido también cierta dilación entre el upper de derecha y el golpe que completa la serie, aclara la mirada, se pone de pie y choca los guantes en el centro del cuadrilátero. Comienza el tercer asalto. Alí, de maneras muy variadas. Earnie Shavers recurrió al arco El umbral del nocaut, decía Cus D’ Amato, es ese lugar incierto derecho, fiel a su costumbre, mientras que Kenny Norton hizo lo donde cuerpo y mente se desentienden el uno del otro. Origen propio y dejó para la historia una fractura de pulgada y media en la y no consecuencia: un peleador bien entrenado, en plenitud física y mandíbula de Alí. Ninguno de ellos pudo, sin embargo, instalarlo con determinación, difícilmente será derribado por un golpe visto; en la lona. El gancho izquierdo era el camino menos complicado un mandoble o un latigazo, da igual, porque si en ese golpe puede de ver a Alí tendido. Tres de las cuatro caídas que registró en 61 adivinarse la trayectoria e incluso la potencia, el sistema nervioso combates profesionales tuvieron como causa un gancho izquierdo. calcula un estimado del daño, codifica los estímulos, reparte el proceso Fue así que Joe Frazier derribó a Alí en el quinceavo asalto del pleito a través de distintas terminaciones en la corteza cerebral, y luego el que sostuvieron en marzo de 1971, primero de la trilogía. Ocho cuerpo bajo aviso, sin sorpresas, responde en consecuencia al daño años antes, en Wembley, el joven Cassius Clay había probado ya previsto: dolor, inflamación, coagulación de la sangre. En cambio, la receta al estilo británico: el martillo zurdo de Henry Cooper lo una combinación relampagueante o un golpe salido de quién sabe impactó de lleno en el rostro al final del cuarto episodio, luego de dónde, sin importar la fuerza con que se propine, posee grandes tres avisos demasiado próximos. El de Louisville salía de un moviposibilidades de correr un velo negro sobre el afectado. Esto lo miento idéntico aunque con menor fuerza cuando fue sorprendido. recuerda Norman Mailer en The Fight cuando Alí se dejaba usar La primera caída en la carrera de Alí se registró en 1962, ante un como saco de golpeo por sus sparrings en Deer Lake, previo a su Sonny Banks que dio el campanazo en el primero de la noche y pelea contra George Foreman. Sin siquiera levantar los brazos, pudo asestar el inesperado golpe durante un intercambio cercano Muhammad Alí absorbía combinaciones enteras, como previendo a las cuerdas. En las tres ocasiones, Muhammad Alí se levantó para un encuentro prolongado en el cual se viese obligado a canalizar continuar con el combate. Contra Frazier perdió por los puntos, el castigo a lo largo de toda su humanidad. Estaba enseñándole a y en las dos primeras, no sólo regresó para ganar sino que lo hizo su cerebro el camino de vuelta al mundo de los vivos. según sus predicciones: a Cooper le detuvieron el combate en el quinto por un corte; Banks no consiguió sobrevivir el cuarto asalto De todos los movimientos que pueden provocar un apagón ante un Clay rampante y lleno de vida. Alí sabía encajar los golpes general, el gancho izquierdo es el más socorrido. Aparece más potentes e iba y venía de la región tenebrosa del sopor con en cualquier composición simple de tres golpes: es común verlo aparente desenvoltura. Tal era su cualidad más valiosa. aparecer luego del recto de derecha, porque un gancho bien ejecuSalvando las distancias y los efectos, Amir Khan cojea tado comienza siempre desde el trazo anterior y añade además el del mismo lado. Dos de los tres combates perdibalanceo natural del cuerpo, la fortaleza de las piernas que reparten el peso mientras giran. A pesar de su carácter elemental, un gancho dos en su haber han sido decididos por sendos ganchos con la izquierdo en condiciones es casi incorpóreo. De lo contrario se izquierda; a domicilio frente al colombiano Prescott, y en el vuelve un golpe de alto riesgo para el intérprete: el trámite es último combate, que sirvió a Danny García para unificar el inconfundible y puede olfatearse a tres kilómetros de distancia. fajín de los superligeros, en el Mandalay Bay. Una curiosidad: Su itinerario curvo lo vuelve un recurso habitual para quien deja a Peterson lo tumbó con el mismo golpe. También a Maidana se espacio mínimo entre los cuerpos, para el compacto, el que acecha. lo tragó la tierra luego de una combinación al cuerpo que remató Entonces el gancho izquierdo proviene de un tercero inasible, un con un zurdazo. Amir Khan tiene un problema de mandíbula. Esto fantasma que tira desde ángulos dislocados y sustrae centímetros no es un hallazgo sino uno de los principales motivos por los que inestimables al campo visual del contrincante, preocupado por los el inglés rehúye al combate cerrado. Floyd Patterson tampoco era cruzados y las cuerdas y los impactos cortos que nublan la visión poseedor de un maxilar inquebrantable, con la diferencia de que al hasta que el escudo antimisiles se viene abajo, y entonces sí, las experimentar la inminencia del fin, Patterson solía poner a trabajar elipses dibujadas se acumulan una sobre otra, sin oposición, casi las piernas con la idéntica rapidez que imprimía en sus puños. involuntariamente, y todo ese trabajo al cuerpo se hace evidente También sabía reaparecer: en la pelea que sostuvieron por el título en la delicada supresión de las terminales nerviosas, que emiten de los pesados en 1960, Ingemar Johansson derribó a Floyd hasta en por unos instantes y sin parar mensajes de alerta, anulados entre siete ocasiones en el mismo round, el tercero, antes de que la pelea se decidiera por TKO. Khan parece incapaz de reponerse luego de sí a causa del desastre, para llevarlo todo a negros justo después. recibir un toletazo. Su mente había abandonado el cuerpo desde el La relación defen- tercer asalto, cuando se puso de pie por mera casualidad luego de siva de Muhammad recoger el gancho izquierdo de García, que deshizo sus vínculos Alí con el gancho izquierdo motrices. No llegó desde la nada. Ángel García, padre de Danny, no fue cordial en absoluto. se lo advirtió. Pero habían intercambiado tanta basura verbal, que Shavers, Norton, Patterson, los avisos serios se extraviaron en el camino. Y nos quedamos sólo Chuvalo: todos ellos dejaron ante la espectacular y dramática manera que tiene Amir huellas indelebles en Khan de ser noqueado.

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Carlos Acevedo

The Ugly American unca hay que subestimar el hambre. En el boxeo, donde funciona un extraño esquema para concentrar los pagos entre unos pocos mánagers, peleadores y promotores, algunos, con el estómago vacío, tienen que abrirse paso a través de una pendiente de escalones resbaladizos. En el boxeo en Estados Unidos son necesarios los contactos pertinentes a fin de garantizar un salario para vivir. Para el resto de la prole llegar a fin de mes es una lucha constante. Tras una década como peleador, Josesito López finalmente dio la gran campanada al vencer por nocaut en el noveno round a Víctor Ortiz en el Staples Center. Y para López, ¿qué significa exactamente esta gran campanada? Según diversas suposiciones su ganancia por enfrentar en un violento combate a Víctor Ortiz en una transmisión de Showtime fue de casi 100 mil dólares. Sin embargo, aquí es donde el verdadero sangrado comienza. Como el chico que tortura escorpiones en la primera escena de The Wages of Fear, sin duda López verá sus extremidades financieras ser extirpadas una a una. Entre los porcentajes arrancados por el isr, por su mánager, su entrenador y su esquina, Josesito habrá tenido suerte de ver 30 mil dólares, lo que sería una ganancia inesperada tras treinta y cinco peleas profesionales e incontables compresas de hielo. No hay oficio más duro que el del boxeador profesional de segunda fila. Piensen en Beethaeven Scottland, quien murió por lesiones sufridas durante un combate en 2001, y cuya bolsa por haber sufrido el peor escenario posible en un deporte sangriento fue de 7 mil dólares. Ahora Josesito López ha conseguido lo que muchos en este deporte de trata de blancos —donde las luces rojas nunca se apagan— dicen es un premio: el derecho a pelear contra Saúl Álvarez en una dispareja pelea para el 15 de septiembre. Para López, saltar de la categoría de los superligeros a los welter a fin de enfrentar a Víctor Ortiz era una cosa; pero saltar hasta las 154 libras para combatir contra Álvarez califica casi como un salto de fe existencial. Lo que es realmente perturbador en todo este asunto de la pelea contra Álvarez es que el equipo de López la haya aceptado. López, quien había dejado claro su deseo de volver a las 140 libras tras noquear a Ortiz, parece tener un equipo que no se toma pecho ninguno de sus intereses. Más aún, López aparece misteriosamente como un peón en la actual batalla librada por las dos principales compañías promocionales de Estados Unidos: Top Rank y Golden Boy. Álvarez-López se televisará la misma noche en que tendrá lugar la pelea entre Sergio Martínez-Julio César Chávez en una batalla en la que el verdadero perdedor, naturalmente, será el consumidor. Martínez-Chávez es una pelea que daba la impresión de que nunca se llevaría a cabo. Pero en uno de los giros más sorprendentes en un año boxístico lleno de sorpresas, Top Rank decidió dejar que Junior metiera la cabeza en la boca del

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lobo. Para el aficionado, sin embargo, esta pelea es un respiro muy breve. Listo para pelear mano a mano con Top Rank, Golden Boy Promotions ha lanzado a su propio ídolo mexicano, Canelo, para contrarrestar la pelea entre Chávez y Martínez. E increíblemente ambos combates se llevarán a cabo en Las Vegas. Por qué razón cualquier mánager —con una obligación fiduciaria hacia su cliente— acepta un plan que sólo limita las bolsas de todos los involucrados, es intrigante a decir verdad. Pero así es como funciona el boxeo entre las clases rectoras. Aunque López parece tener un buen número de oportunidades frente a sí, escogió la menos favorable para su salud. Forzado a escoger entre una pelea desfavorable y el futuro incierto, Josesito López eligió, con manos temblorosas, bailar con la más fea. López ha visto a otros peleadores lograr grandes victorias y luego no recibir las recompensas merecidas o simplemente no recibir ninguna. Tras noquear el año pasado al entonces invicto James Kirkland, por ejemplo, Nobuhiro Ishida volvió a ver acción ocho meses después en la Monumental Plaza de Toros en contra de un peleador que hacía su debut profesional. El mañana nunca es una promesa en el boxeo, pero si uno se mantiene el tiempo suficiente puede que llegue cuando menos se le espera. En Estados Unidos, la industria del boxeo se comprime en acaso treinta y cinco fechas televisadas en HBO y Showtime más un puñado de eventos de paga. Con los dientes desnudos, los agentes del poder pelean por estos preciosos recursos, y lo que sea que se tenga que hacer para dañar al otro será hecho, sin importar que ello devalúe a un peleador como Josesito López. En cuanto a la pelea en sí, Álvarez se ha enfrentado a una serie de antiguallas —algunos hasta diecinueve años mayores que él— en su camino hacia la fama de la mano de Televisa. Y cuando no se dedica a aporrear a los viejos y los endebles, Álvarez mangonea a oponentes más pequeños como un buli en el patio escolar. Ahora es el turno de Josesito López, cuyo muy real miedo a unirse a la permanente subclase del boxeo, lo ha forzado a ir más allá de lo deseable. En el boxeo uno forja su propio destino dentro del ring. Con una oración a la virgen, un poco de uña de gato y una arenga por parte de El Hijo del Santo, López podrá ser dinero válido cuando suene la campana. ¿Qué más puede esperar en una profesión donde la mayoría subsiste con una constante dieta de nada?


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Mauricio Salvador

Antonio Margarito Uno podría parafrasear a Conrad y decir: Toda América participó de su educación. * iertamente lo hizo Estados Unidos, donde nació, en Torrance, California, y donde se convirtió, primero, en un fiero y respetado peleador y, luego, en el villano por excelencia. * Y Tijuana también, en cuyas calles su hermano Manuel sería asesinado con un tiro en la nuca. Apenas había dejado la báscula para su pelea número veintisiete en Forth Worth, Texas, cuando la noticia del asesinato alcanzó su habitación de hotel. * Sólo él —y otros pocos— pueden decir lo que significa subir al ring con la muerte a cuestas. Mancini creyó haber matado a un hombre y peleaba con la certeza de que cualquier cosa que lograra en el ring era una ganancia, para él y para el hombre que había matado. Al enterarse que el hombre vivía entonces el ring comenzó a darle miedo. *

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¿Es por eso que Margarito podía proferir que estaba dispuesto a dar la vida en el ring? * Esa noche subió al encordado y no tuvo piedad de Robert West, como si al castigarlo castigara al hombre que pocas horas antes había privado de la vida a su hermano mayor. Su izquierda penetró una y otra vez en el cuerpo de su oponente hasta que este cayó adolorido y abrumado, como años después Kermit Cintron lo haría, apaleado por la misma zurda. * Cuando Bill Clinton hacía esfuerzos sobrehumanos para rescatar al país de la bancarrota, Margarito debutó a los quince años contra José Trujillo. Era un muchacho delgado, alto para la división, de corte militar y un ligero bozo sobre el labio superior. * Al retirarse se había producido una transformación mental pero también física. Tras su pavorosa derrota con Mosley la limpieza de su cuerpo se cubrió de símbolos (un pez Koi usado por muchas personas tras un momento difícil o para simbolizar el amor que se tiene hacia otra persona) del mismo modo que Cotto lo había hecho tras ser masacrado por sus puños. Para muchas personas tatuarse el cuerpo es una manera de proteger su psique.

* Al anunciarse su pelea de revancha contra Miguel Cotto las gafas oscuras cubrían perennemente su mirada y la barba alborotada de su mentón lo había vuelto intimidante, diabólico. * Demostró, por lo menos, que no era realmente humano, o razonablemente humano, tras ofrecerse como sacrificio humano a fin de mantener la grandeza de Manny Pacquiao. * Entre aquellos años en que se le consideraba uno de los peleadores más temidos —evitado lo mismo por Mayweather que por Óscar de la Hoya— y los años en que encarnó la maldad misma, coleccionó varios cinturones del alfabeto y ganó varios millones de dólares. * Una noche el entrenador de su oponente opinó que el vendaje no era normal al tacto. Pidió que lo quitaran y al hacerlo un pedazo de venda aparentemente usado cayó al piso. Fue incautado para su investigación. Los peleadores tardaban en subir al ring. La gente creía que la demolición de Shane Mosley era segura. Pero quien subió al ring no fue ni el Margarito de antaño —el humilde y temido boxeador— ni el Margarito del futuro —el cínico y oscuro personaje. Al ring subió una sombra sobre la que planeaba una decisión. * ¿Sabía Margarito lo que llevaba en las manos? ¿Fue Capetillo el único responsable? De cualquier manera la responsabilidad es obvia. * Aquella noche pudo haber repetido las palabras que dijo después de la victoria sobre West. “Mi cuerpo estaba ahí. Pero mi mente no.” * En retrospectiva su derrota ante Mosley, Paquiao y Cotto son venganzas para sus supuestas víctimas. Y desde su punto de vista pueden ser votos —pero votos millonarios— para pagar su pecado. * Margarito ha dejado tras sí un legado incierto. El joven que quería pelear para comer y proteger a su familia en Tijuana —sus hermanas y su esposa— escogió un camino recto y agotador. Pero luego encontró una encrucijada. Es ahí donde la historia se pierde. Ante sus propios ojos Margarito siempre será inocente pero el resto de nosotros nunca sabrá si el precio que pagó fue justo o no.


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Francisco Ponce, Julio César Chávez. Adiós a la gloria, México, Grijalbo Mondadori-Proceso, 2000. Fotografías de portada e interiores: Germán Canseco. Archivo Proceso. Rodrigo Castillo

Adiós la gloria uan Antonio López nunca tuvo idea que aquella primera invitación que hizo a Julio César Chávez González a “meterse al gimnasio” cambiaría para siempre la vida del joven que para entonces ya había vendido periódicos y lavado autos en una localidad de Culiacán, México. Mucho menos imaginó que después de que JC ganara Los Guantes de Oro en el llamado Torneo del Debate, la historia del boxeo mexicano y universal contaría con una vida extra cancha anudada al drama y a la vanidad. No todo fue (o es) una historia “limpia”, como muchos han querido poner en su justa dimensión. Cruzar una barrera que sólo pocos logran es la grandeza de JC Chávez González, el ídolo de pobres y adinerados; para decirlo en breve, el ídolo de México que la televisión forjó en las transmisiones de sus peleas. Pero ni todo el amor verdadero empuja a deshacerse de los problemas y las cargas morales. Estas últimas son las que arrinconan y desmoronan la personalidad; de alguna manera resulta difícil comprender cómo alguien, cuando logra estar del otro lado de la barrera, puede arreglárselas con la vida. En 1987 la vida de Julio César Chávez González dio un giro inusitado. Aquel boxeador de técnica impecable, del hombre que gustaba colocar algunos diamantes a sus cinturones de campeonato; la gloria que el día 5 de febrero de 1980 trazaría el inicio de una de las carreras épicas infestadas de fama y reconocimiento, vio en su suerte que la diosa de la Fortuna enmendó una zancadilla a sus piernas mágicas, las de JC Chávez González que temblaron a tal punto que el equilibrio aún resguardado por una válvula de escape (la sensación de ser todavía consciente de sus actos), lo llevaría a imaginarse a sí mismo encarándose ante un juez por “asociación delictuosa”. Chávez González también vería para sí mismo que no sólo bastaba un resorte estridente en el área de combate, uno excelso, sino también una pizca de sentido común: Chávez González vio (o supo o intuyó) que su vida (al menos la de un hombre que debajo del encordado resultaba minúscula para el monstruo que era arriba del ring) presagiaba una caída en el infierno si no quitaba de sus ojos la venda que le cegaba. En 1987 Chávez González vio cómo el tejido del paso de los años lo colocó dentro de un punto de cruz apretadísimo, el cual tuvo que almidonar. Nadie ha dicho que las cosas debajo del cuadrilátero sean fáciles. Pero tampoco nadie ha visto —al menos Chávez González sí— la destrucción anticipada. No una masiva pero si una que interioriza en los entrañas, que asedia la condición

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humana, que vapulea la consciencia. En 1987, cómo dudarlo, sabemos que JC Chávez González no era una mala persona. Cómo ponerlo en tela de juicio si sus puños lograron que la patria lo llamara “El Guerrero mexicano”, aquel joven de veinticinco años coronado un 21 de noviembre de 1987 en una inolvidable contienda contra el puertorriqueño Edwin Chapo Rosario. Pero a quién le hace falta saber si Chávez González fue o no un alma de Dios. ¿Se le puede cuestionar a un hombre que alcanza, rebasa y trasciende las altas esferas del poder, si no es que las cúpulas mismas donde sueñan los desequilibrados, su condición de desalmado? La respuesta es no si se piensa que aquel joven sinaloense, en una noche de 1990 recibiría en su esquina una lluvia de palabras emocionales, de desesperación: “Julio, está usted muy parado, échele corazón. Hágalo por su familia. Ésta (pelea) se nos ha puesto fea, pero vamos a ponerle los cojones ahí. ¡Tire lo que tenga, tiene con qué! ¡Tire lo que tenga, por el amor de Dios, Julio. Tire lo que tenga, Julio, tire lo que tenga ahí, usted es grande, vamos arriba de él!” Esa noche, lo sabemos, Meldrick Taylor pagó muy caro la combinación que JC Chávez González aplicó sobre su quijada con aquel impecable cruzado de derecha. Sabemos, también, que el réferi detuvo la pelea faltando dos segundos para terminar el último round. Pero lo que no podemos poner en tela de juicio es la calidad boxística y moral de un JC Chávez González arriba en el encordado. Lo que vino después, las enormes sumas de dinero, las demandas y contrademandas, las declaraciones amafiadas por los promotores y abogados, las grabaciones de películas, las apuestas, la relación amistosa con los Arellano Félix, etcétera, alcanzó su punto efervescente cuando Chávez González tocó, junto de la mano de Don King, la idolatría. Y nadie para entonces conocía sus emociones. Es seguro que éstas hayan ido en crescendo toda vez que la cocaína hizo de su vida un drama completo. Toda vez que para 1994 (al igual que en 1987) los días de Chávez González estrenaron una nueva cuenta para apalabrarse con el fisco mexicano, otra más para destrabar la ruindad de los banqueros a través del pleito con una arrendadora española en provincia, y, quizás, el recuerdo más doloroso, el apellido Randall. Una parábola a lo largo de la vida de un hombre que fue llamado Mr. Nocaut, “el más grande peleador del mundo”, “la leyenda viviente”,


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José Ramón Garmabella, Debolsillo. México, 2009, 343 páginas. Xóchitl Mayorquín

Grandes leyendas del boxeo on Raúl El Ratón Macías, el boxeo dio a México uno de sus grandes ídolos populares, hasta entonces sólo surgidos del cine. Su cuna humilde tepiteña, sus triunfos y su ejemplo de dedicación y deportivismo le ganaron la simpatía de un país sediento de triunfos y reconocimientos internacionales, llegándose a decir que el ratoncito era un nuevo tipo de mexicano que venía a romper el complejo de inferioridad que ha padecido el país desde su conquista. En los ídolos del boxeo, el pueblo mexicano parece encontrar a sus vengadores y su esperanza, o al menos su ejemplo de sobrevivencia y tesón ante una realidad dura en la que sólo queda autoafirmarse y abrirse paso a punta de golpes. Este libro del multifacético periodista Joserra Garmabella, además de la historia de El Ratón contiene otras cinco historias de indiscutibles leyendas méxicanas de este deporte: Carlos Zárate, Lupe Pintor, La Chiquita González, y los cubanos de nacimiento pero mexicanos por naturalización —y sobre todo por adopción— Ultiminio Sugar Ramos y José

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Mantequilla Nápoles; todos estos, boxeadores que pelearon entre las décadas de los cincuenta y los noventa. Aunque la pobreza en la infancia está presente en casi todas estas historias, las vidas y actitudes que aquí encontramos son también muy contrastantes. En todos los casos, el cinturón mundial es el brillante centro de gravedad alrededor del cual girán estas vidas: soñarlo, conseguirlo, defenderlo. Perderlo y nunca acostumbrase a ello. A pesar de que las entrevistas tienen la mala fortuna de ser presentadas como historias en primera persona aderezadas con palabras inverosímiles y expresiones clichés sobre el heroísmo boxístico, la lectura es agradable en general: hay anécdotas fascinantes, nos familiariza con comentaristas, entrenadores, managers —el cuyo Hernández es un personajazo— y otros personajes cercanos a los boxeadores. Este libro difícil de encontrar ya en librerías, contiene además buenas fotos y un récord detallado de las peleas de cada uno de ellos.

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Adiós a la gloria se suma a la lista de libros rareza por el tema que aborda como fenómeno deportivo. Puede que algunos lectores reculen por la historia priista que carga a la espaldas Chávez González, pero nunca es mejor justificada si se pone atención en los puntos que Ponce cruza con su historia familiar, con la venia de la familia ferrocarrilera y los antecedentes de Alfredo O. González, abuelo de Julio César Chávez, quien fue mayor y diputado por Sinaloa y el primer presidente municipal del estado por el revolucionario institucional. No es de extrañarse que en la última pelea de “Julito” se lo haya visto con una gorra negra en apoyo del candidato tricolor; como no es de sorprenderse que la mayoría de los boxeadores logre “acoplarse” a la mentalidad del apoyo partidista a cambio de favores y beneficios. Que Chávez padre sea partidario del revolucionario institucional es por convicción, lo ha dicho públicamente, tan así que llegó a dedicar la pelea contra Óscar de la Hoya al ex presidente Salinas de Gortari, porque, dijo entonces Chávez, él “sí supo reconocer mis logros”. Francisco Ponce dibuja lo que hasta entonces la prensa escrita nunca quiso llevar más allá, a una obra de nicho, es cierto, pero que entre otros pocos libros dedicados a abordar el boxeo en México, el de Ponce se suma a aquellos que viven en una categoría distinta, fuera del maquinazo y la nota veloz.

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El Señor de México, El supremo, es la que el periodista Francisco Ponce (1944-1999) ofrece en las páginas de Julio César Chávez. Adiós a la gloria, donde el punto inicial de la carrera de un pobre más de entre millones de mexicanos va tejiendo paso a paso puntos de vista, conflictos, enredos y equívocos, acompañados con dos separatas de diversas fotografías de Germán Canseco, en las que Chávez comparte cámara con personajes como el ex presidente Carlos Salinas de Gortari y el ex gobernador de Culiacán, Sinaloa, Francisco Labastida Ochoa. De la investigación periodística a la historia, salpicado con crónicas y entrevistas, el libro de Ponce abarca una documentación e investigación que data del año 1984 y que concluye en 1998, un año antes de su fallecimiento. Fausto Ponce, hijo del periodista del Excélsior y Proceso, llamado por Vicente Leñero el “sociólogo del deporte”, preparó este intenso volumen asumiendo como suya la responsabilidad de reunir el material que su padre tenía en su computadora. También colaboró su tío, Armano Ponce, editor de la sección cultural de la revista Proceso. Julio Cesar Chávez. Adiós a la gloria hace de la figura del ídolo deportivo mexicano por excelencia un perfil humano, colmado de la necedad que delinea el momento del retiro cuando el envejecimiento lo dicta, en el momento en que los reflejos y la velocidad ya no son los mismos.

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