EDITORIAL
En este número celebramos la llegada de Thomas Hauser como colaborador de Esquina Boxeo. Ofrecemos también una instantánea de la división de los pesos gallos y supergallos que desde 2007, cuando venció a Vic Darchinyan, han sido del dominio de Nonito Donaire. Muchos han intentando vencerlo, sin éxito. Y en el 2013 se vislumbran grandes peleas que definirán quién es el mejor entre las 118 y las 122 libras.
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Esquina Boxeo, publicación mensual. Periodo de exhibición: febrero de 2013. Reserva de derechos de título en trámite. Domicilio: Morena 1306, interior 303, colonia Narvarte, México, D. F., CP 03020. Ejemplar gratuito. Prohibida su venta. Publicidad: (044) 55 1513 2910 Redacción: (044) 55 2304 6897 e-mail: redaccion@esquinaboxeo.com Editor responsable: Rodrigo Castillo. Edición: Rodrigo Castillo, Rodrigo Márquez Tizano y Mauricio Salvador. Diseño: Juanjo Güitrón. Consejo editorial: Carlos Acevedo, Pablo Duarte, Luis Carlos Hurtado, Luis Felipe Ortega, Hilario Peña y Juan Manuel Vázquez.
ESTA REVISTA SE REALIZÓ CON APOYO DEL ESTÍMULO A LA PRODUCCIÓN DE LIBROS DERIVADO DEL ARTÍCULO TRANSITORIO CUADRAGÉSIMO SEGUNDO DEL PRESUPUESTO DE EGRESOS DE LA FEDERACIÓN 2012.
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Carlos Irusta
Entrevista con Carlos Monzón ara marzo de 1983, Carlos Monzón era un desocupado de lujo. Siete largos años habían transcurrido desde la última vez que se calzó los guantes: la revancha contra Rocky Valdez, en Mónaco. Un mes después de vencer al colombiano, Monzón anunció su adiós definitivo de los cuadriláteros, aún en la cúspide de sus facultades y con el fajín mundial de los medianos ceñido la cintura. Desde entonces su vida, siempre iluminada por flashes y cronicada en portadas del corazón, fue instalándose en la rutina hasta conseguir emular el sosiego de un Campeón en retiro: Monzón se aburría como un felino tras los barrotes del diario. Instante atípico para un hombre al que su propio temperamento nunca permitió descansar del todo. El ojo de un huracán que aún estaba por causar la más grande catástrofe fue el escenario en donde Carlos Irusta, periodista especializado en boxeo y futuro director de la revista Ringside (1995), charló con el gran monarca argentino de las 160 libras. El diálogo viene recogido en Boxeo (Kier, 2012), un compendio de las mejores entrevistas que ha realizado Irusta como reportero de El Gráfico.
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Esa señora que pasa a nuestro lado ha sido vestida por Pierre Cardin y deja en el aire un sutil aroma a Halston, pero nada le impide llevar un changuito y dejarse devorar por el supermercado que está a mitad de cuadra. Estos árboles inmensos, que unen sus copas bien arriba de la calle, proyectan sombra y paz sobre los Mercedes y los BMW que están estacionados, esperando sin impaciencias a los choferes de sus dueños, que son los únicos capaces de manejarlos sabiamente. Y, sin embargo, surge de pronto y de algún lugar el sonido burlón y nostálgico del instrumento musical que usan los afiladores de cuchillos, mientras en la esquina el agente de facción conversa con el portero de un edifico. Curiosa mezcla de torres de vidrio, tranquilidad de mediodía, lujo de perfume francés y plaza sin pibes. “Es Belgrano”, me digo mientras espero en la puerta del edificio de dieciocho pisos en la calle O’Higgins al 1900. La casa de Monzón. Ya pasaron algo más de treinta minutos desde la hora fijada y sigo esperando. “El señor ya va a venir”, fue lo único que oí a través del portero eléctrico. Y, finalmente, el anuncio se cumple. Porque ahí llega Monzón, apurado y serio, con un paquete de café en la mano. Belgrano quedará afuera y abajo mientras trepamos hasta el piso 17. “Me parece que está como siempre”, me digo, cuando me mira sin verme, me tiende la mano sin preocuparse demasiado por la demora y me arrastra detrás de sí, pensando en sus cosas, ajeno a la próxima entrevista y a mí mismo, pegando un grito estremecedor y burlón en vez de tocar el timbre para que le abran la puerta, forma inconfundible de anunciar que llegó el dueño de casa y que hay que apurarse a abrir… “Me parece que está cambiando”, me digo cuando, después de un “Ponete cómodo”, formal pero sincero, desaparece. Repaso todo, me ubico, me relajo, anoto. Tonos ocres. A la izquierda, contra una pared, un gigantesco anaquel donde se alinean ocho plaquetas, tres trofeos Olimpia, una docena de marcos con fotos familiares (excepto una, del Papa Juan Pablo II ), dos cinturones
de campeón mundial, un par de guantes negros de combate (los únicos que guarda: los de la primera pelea con Benvenuti) y seis ceniceros… En las paredes hay gigantescos espejos con marcos laqueados, una gran mesa en cruz, muy baja, especial para colocar adornos: allí reposan más ceniceros (el más lindo: un sombrero de copa vuelto hacia arriba con una simple expresión: “Lido”; ni siquiera hace falta mencionar París) y un encendedor Dupont azul. En la pared, frente al gran anaquel, hay un equipo Zenith de televisión y videocasete, sistema Beta. Al lado del aparato, algo más de veinte videos entre los cuales —según nos enteramos más tarde— sólo hay algunas peleas: con Mantequilla Nápoles, Tony Licata y las dos con Rodrigo Valdez. Hay también un equipo estéreo con cintas profesionales. Lámparas con pantallas amarillas. Dos teléfonos (uno digital, verde; el otro portátil, sin cables, color crema; ambos con números distintos) sobre una mesita en la que se agolpan media docena de marcas de whiskies importados y una baraja de naipes españoles. “Esta cambiando”, me digo ya sin dudas, cuando aparece vestido en tonos marrones, el brazo derecho recogido para mostrarme su última y más hermosa y dulce obra: una boquita chiquita, un par de ojos vivarachos, pelo claro lleno de rulitos, algo más de diez kilos de ternura y simpatía, nacido el 28 de diciembre de 1981: Maximiliano Roque Monzón… El padre lo mostrará fugazmente, dándonos tiempo como para besarlo, se escuchará una aflautado y alegre “Papá”, que por supuesto festejaremos, y luego la visión se irá esfumando. Ahora hay dos pocillos de café. Ya se ha sentado a mi izquierda. Ante mis ojos tengo la estantería de recuerdos y por mi derecha, a pesar de las cortinas, entra la luz del mediodía. Toma un paquete de L&M Box, prende uno (el primero de los ocho que consumirá durante la entrevista) y abre la charla con toda la diplomacia de la que es capaz Monzón: —Dale, pregunta…
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—O me equivoco mucho, o te veo feliz y contento… —¿Por lo de la fama? [Se refiere a la distinción que le han hecho la revista neoyorquina The Ring y el Madison Square Garden al incluirlo en el “Hall de la Fama”, donde están los más grandes. La noticia recién se conocía cuando lo entrevistamos.] Sí, claro que estoy contento, ayer a la noche me llamaron desde Los Ángeles para hacerme un reportaje para la radio. Yo ya lo sabía porque los muchachos de un quiosco que está de La Cuyanita me habían mostrado el diario La Nación. Yo, la verdad, nunca compro los diarios ni las revistas, las leo en La Cuyanita. —¿Y qué es La Cuyanita? —Un boliche que está en Martínez, adonde voy todos los días. Me llevó Rimoldi Fraga. Ahí paran Tocalli, el Mono Más… Desde que cerró Geramo no tengo nada que hacer, así que me paso todas las tardes en ese boliche jugando al truco, al billar… [Geramo era un negocio dedicado a la venta de coches importados, ubicado frente a la cancha de River, propiedad de Cacho Steinberg, en el que Monzón participó como socio.] Cierran a las 9 y media de la noche; a las 10 ya estoy en casa. —¿Por qué cerró Geramo? ¿Cuándo se cerró? —Las cosas no iban bien y entonces fui retirando mi parte hasta que me desligué del todo en la parte comercial. Es más: a Cacho hace como tres meses que no lo veo, porque está en Estados Unidos. Geramo cerró más o menos por septiembre, octubre del año pasado. Claro, el local sigue funcionando y yo sigo yendo todas las mañanas, pero sin obligaciones. Si no tengo que almorzar con nadie, a las 12 ya estoy en casa, almorzamos y me rajo para La Cuyanita. —¿Y no te aburrís? —Nunca me aburrí tanto. Me aburro como un loco de no hacer nada de nada. ¿Ves?... [Muestra el paquete de cigarrillos y, de paso, prende uno.] Me estoy bajando como dos atados diarios y, a veces, dos y medio. Llegué a pesar unos 80 kilos, cuando lo normal mío son unos 76, así que tuve que empezar a cuidarme con las comidas y el líquido, porque si no la ropa no me iba a entrar. Ahora me traje de Santa Fe la bici del Abel [su hijo mayor] y voy a empezar a dar vueltas por Palermo. El año pasado estuvimos practicando tenis con Alicia en un club que no me acuerdo el nombre y ahora vamos a volver. Para colmo, soy de dormir poco y a las 9 estoy arriba. ¿Cómo no querés que me aburra? —¿Y qué hacés los sábados y domingos? —Los sábados… Como La Cuyanita esta cerrada voy al Club Pringles, que está cerca, y juego a las bochas con unos jubilados amigos. Los domingos almuerzo con mis suegros, que viven en Plaza y Triunvirato. Me mando una buena raviolada, duermo la siesta y a la noche volvemos para casa.
—¿Y eso es todo? ¿Qué otra cosas hacés? No me digas que leés… —No, para nada. Tampoco voy al cine, me gusta muy poco… Al mediodía, por ejemplo ahora, estaría viendo SWAT si no estuviera vos acá. Después veo “Los inundados”. [Se refiere al programa informativo de Canal 13, Realidad 83: él lo llama así porque las noticias que se dan sobre las inundaciones en el Litoral le recuerdan a un largometraje en el que actuó como extra allá por 1960 y que llevaba ese nombre.] Después, ya te dije, a La Cuyanita, y a la noche veo Canal 2. Me veo todas las series; por suerte, en casa hay varios televisores, que si no… —¿Estuviste de vacaciones? —Sí, en Pinamar, del 6 de enero al 6 de febrero. Ahí había días en que venían los padres de mi mujer, después el Abel se rajo unos amigos de Santa Fe, otra noche fui al cine a ver una de Belmondo.
“¡Zás!”, pienso. “Me dio el tema”. Tomo aire, dejo que prenda el tercer cigarrillo y hablo. [Se refiere a El Profesional.] Por supuesto le daba a los asados —yo los hago muy bien— y por eso me fui de peso… —Me nombrás a Belmondo… Veo este cenicero que tengo en la mano… —Es de París. —Sí, claro [es un pequeño cenicero de loza blanca, recuerdo de Fouquets, un restaurante ubicado en el 99 de Champs Elysées] pero voy a otra cosa… ¿No extrañás aquella época tuya de campeón? París… Montecarlo… Roma… Delon detrás de vos… Cuando todos en Europa se volvían locos por vos… —No, para nada. La última vez que fui a Europa fue en 1981 con Benvenuti y Bouttier. Fuimos a Francia y Alemania. No. No extraño… —¿Ni un poquito? ¿Ni siquiera ahora, justamente cuando en tu categoría hay un campeón de moda como Hagler y un retador argentino como Roldán? —No… hace poco Lamazón [un periodista santafesino que era secretario del Consejo Mundial de Boxeo y que se encuentra radicado en México] me mandó una revista… Ring creo que se llama [se refiere a Ring Mundial, un semanario mexicano dedicado únicamente al boxeo], ahí Hagler dice que le gustaría llegar a lo que yo fui y eso lo alegra a uno, ¿no? Pero eso es todo… —Vamos… No me vas a negar que a veces la gente grita por la calles que vos a Hagler lo matás o hasta te piden que vuelvas. —Eso sí, ¿ves? Pero lo dicen porque quieren, no más. Me da gracia porque a veces vienen los pibes y me dicen “A ver los músculos”. Y cuando ven lo flaco que soy, se desilusionan, creen que para ser fuerte únicamente hay que tener brazos grandotes.
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—¿Y cómo lo ves a Roldán? —Yo, la verdad, lo veo muy bien. [Se desparrama en la silla, ha entrado en tema boxístico y en clima de análisis, le gusta hacerlo.] Para mi tiene chance. Cuatro o cinco rounds, ¿eh? Mas, contra Hagler, me parece que no, pero tiene chance. Lectoure lo está llevado bien. Le falta lo que yo tenía, que cuando fui a pelear con Benvenuti ya había peleado con un montón de americanos, pero fijate que ahora, justamente, Tito le está dando fogueo, lo hace pelear afuera y con eso va a llegar justo. —¿No es una declaración de compromiso? Digo, ¿le ves realmente chance? —Y si no, no lo digo y listo. Él está acá, ahora, ¿no? —Sí, entrenando en el Luna Park. —Bueno, eso tiene que hacer, quedarse en Buenos Aires. Aquí tendrá mejores sparrings y seguirá aprendiendo, que es lo que le hace falta. —¿O me equivoco o te estás entusiasmando algo con Roldán? —No, lo que pasa es que yo lo conozco bien, no te olvides de que era de Brusa y que, cuando yo era campeón del mundo, llegamos a hacer guantes juntos. Claro, era un aficionado y no se iba a hacer el loco conmigo, pero me di cuenta que pegaba muy fuerte. Y ¿qué querés que te diga?, yo creo que a Hagler le falta corazón, le duelen las manos y, como es finito de abajo, habrá que salir a quemarlo enseguida, jugarse el todo o nada. Si sale, sale. Si no, hay que perder por KO, mala suerte. En la última que hizo Roldán [se refiere al triunfo ante Wilbur Henderson en febrero] lo vi encimar mucho al rival, le faltó algo de claridad o hacer un paso atrás. Me parece que es normal, se nota que se le acerca la pelea por el título y de tanto querer mostrarse hace macanas a veces. Así me pasó a mí cuando peleé con Candy Rosa antes de ir a Italia. Casi nos matan a los dos de mala que fue la pelea… —Nos desviamos del tema, porque empezamos hablando de vos, de tu pasado. Me decías que no extrañás nada. —No, ésa es la verdad. —Pero serás consciente de que a medida que pasa el tiempo aumenta tu leyenda… —Eso sí. Yo le decía hace poco a Mateyko que los demás campeones trabajaron para mí, se equivocaron y al final no sirvieron. Mirá Galíndez: cuántas veces le habré dicho que se cuidara, y, sin embargo, siempre se pasaba de peso. O Ballas, que se fue del ring con el japonés [Jiro Watanabe]. Yo, en mis tiempos, me fumaba dos atados de cigarrillos por día, pero en cuanto me enteraba de que tenía una pelea, por ejemplo dentro de tres meses, largaba todo. Preguntale a Paladino: para volver a agarrar el sueño por las noches, con todas las trasnochadas que tenía encima, le pedía pastillas para dormir. Y, sin embargo, me aguantaba todo y al otro día salía a correr igual y no faltaba ni un día al gimnasio. Por eso me gusta Laciar, es un torito que nunca da ventajas y que, cuando peleó afuera, ganó. ¿Sabés lo único malo de mi época? Bueno, que fue otra época, nací diez años antes… Ahora cualquier muerto se gana un millón de dólares y yo, en cambio, lo más que me llevé fueron 230 000 dólares en la primera con Valdez y 500 000 en la segunda, y eso fue lo máximo. ¿Cómo no me va a dar bronca? Pero eso ya no tiene remedio, viejo… —La gente dice que justamente ganaste esos 500 000 dólares cuando te fuiste de Lectoure, que gracias a Steinberg pudiste llevarte tanta plata… —No, viejo, la gente no sabe… Steinberg fue vivo y aprovechó que yo hacía mi última pelea y seguramente tuvo más audacia que Tito, era diferente la mano… Lectoure me apoyó mucho, se portó bien conmigo, me consiguió peleas, me acompañó… ¿Por qué yo voy a hablar mal de Tito si él fue justo conmigo? —¿Te arrepentís de algo? —No, de nada. Mirá: hace como dos años yo me metí con todo en un negocio de importación de televisores, grabadores y todo eso. Se iba a llamar Importación Carlos Monzón. Alquilamos cuatro pisos y dos sótanos en Santa Fe y Talcahuano y trabajamos ocho meses ahí, haciendo arreglos, decorando… Al final todo se vino al diablo,
los precios del dólar subieron tanto que no valía la pena traer nada y tuve que subalquilar. Creo que ahí, ahora, hay una juguetería. Mirá vos lo que me pasó: perdí 380 000 dólares en ese negocio; mi mujer, Alicia, se me fue de la casa, y encima me metieron en cana. Y sin embargo yo seguí tirando, siempre para adelante… Manzón estuvo detenido en el Seccional 1ª de la policía de Santa Fe durante treinta y un días (“y ocho horas”, como él mismo se encarga de aclarar) acusado de tenencia de arma de guerra, un Winchester 44 que era un elemento decorativo de uno de sus departamentos de Santa Fe. Entró en la cárcel el 13 de marzo de 1981 y salió el martes 14 de abril, cuando su abogado defensor, Jorge Vázquez Rossi, lo informó de que las actuaciones eran declaradas nulas. Fue entonces cuando Monzón lloró por segunda vez en su vida (la primera ocurrió en 1977, el día que debió suspender su revancha con Valdez en Montecarlo por un corte sufrido en un entrenamiento) y a las 19:45 del mismo día ya estaba en la calle. Lo esperaba una multitud. Un tiempo antes de conocer la prisión, su pareja, la uruguaya Alicia Muñiz, lo había abandonado dejándole apenas una carta antes de partir para Montevideo. Estaba más solo que nunca. —Cuando Alicia se fue… vos sabés: volví a la noche, al whisky, a las minas… Me acostaba de madrugada y dormía todo el día. Hasta que entré en cana. Ahí no supe qué era bañarme con agua caliente, pero aprendí otras cosas. Me di cuenta de quiénes eran mis verdaderos amigos y volví a ver a Alicia, porque, cuando se enteró de cómo estaba, vino a verme. Dicen que fue la hija de Carlos, Silvia, la que ayudó al reencuentro definitivo de la pareja. Al menos, ella estuvo presente en una confitería de Pampa y Alcorta en la primera reunión que tuvieron cuando él recuperó la libertad. Una semana más tarde se los vio bailando en Regine’s y ambos accedieron a declarar que “podía haber una solución”. Y la hubo. Alicia volvió al piso de la calle O’Higgins y Monzón empezó a cambiar. —El nacimiento de mi hijo fue definitivo [Maxi nació ocho meses después de que Monzón fue puesto en libertad por el tema de la tenencia de armas.] ¿Te diste cuenta de que ya no aparezco en las revistas, que no salgo prácticamente a ningún lado? Aquí tengo todo lo que yo quiero. El Maxi es un atorrante, es vivo y despierto como él solo y yo disfruto mucho, me gusta como es… Entonces, ¿qué voy hacer? Ya se me pasó la época de salir en las fotos y de andar de milonga en milonga. Salgo, claro, pero con el nene mucho no se puede. Es muy chiquito. A él le gusta quedarse a jugar conmigo en la cama, ¿no? Y entonces se hace tarde y no quiere irse a su pieza y, en cambio, quiere quedase con nosotros. Y hay que hacerlo dormir y todo eso. —¿Te pusiste a pensar que cuando él cumpla 20 años vos vas a tener 60? — No, sinceramente, no. —¿Y qué esperas para él? ¿Lo dejarías boxear? —No, qué va a ser boxeador. Va a jugar al fútbol. Es zurdo, ¿sabés? Hace todo con la izquierda. Si llega a salir habilidoso… Por supuesto, también quiero que estudie, claro… —En definitiva, volvés a empezar un ciclo. El de ser padre, pero en condiciones diferentes. Ya sos un ex campeón famoso; ya hiciste el gran esfuerzo. —Sí, pero en parte. Con éste porque es chiquito, pero en Santa Fe están el Abel y el Rauli. Los dos estudian. Justamente cuando empiecen las clases voy para allá para ver qué necesitan. Yo no desatiendo a nadie. —Sí, pero no es solamente por eso, es por el contacto con quien es casi todavía un bebé. —¡Ah, sí! ¿Sabés que empezó a caminar a los ocho meses? Es un tipo bravo y fuerte, mi hijo. Bravo y fuerte. Aparece Alicia y se disculpa, mientras nos saluda con cálida naturalidad, como si nos conociéramos de hace muchos años. “Perdón por la demora [son las 12 del medio día] pero el nene no me dejó dormir”: Aprovecho para cambiar el tema y volver al boxeo.
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—De todas tus peleas, ¿cuál fue la mejor? —No sé, pero las más bravas fueron con Bouttier. —¿Las tenés grabadas? —No, aquí sólo tengo las de Nápoles, Licata y las dos de Valdez. El Abel sí tiene las de Bouttier, pero están en otro sistema y no me sirve, no puedo usarlas en este aparato. —Bouttier aparece en la película Los unos y los otros. —Me dijeron. No la fui a ver porque es más larga que el diablo. —Y de las peleas que tenés grabadas, ¿cuál es la mejor? —La segunda con Valdez. —Te tiró… —Sí, porque entré sobrándolo y voy abierto, justo para comerme una mano; hago así [mueve los brazos como para hacer un giro de cuerpo] y, cuando salgo, me mete la derecha. Te digo que ni sentí la mano ni nada, fíjate que apoyé la rodilla y me levanté lo más bien, alcé enseguida los brazos para que el réferi se diera cuenta. [Se ha posesionado del momento y lo revive.] —A propósito. Ese fue tu último combate. Había llegado el momento del peligro, ¿no? Cuando el campeón pierde entusiasmado y no quiere sacrificios. Algo así como lo que pasa en Rocky II. —Bueno, vos sabés que Jorge Jocobson me dijo que este muchacho que hizo Rocky [Stallone] vio mis peleas con Licata y Valdez, y fíjate que lo interpretó bien, yo siempre dije que hay que tener hambre para dedicarse al boxeo. En esa época yo odiaba ya el gimnasio y me preocupaba más por llevar buenas pilchas para entrenarme que por trabajar. Por suerte, yo largué a tiempo, porque, ojo [se ha posesionado nuevamente y ahora mezcla la ficción de Rocky con su propia y real historia], que en la película él pierde y a mí de campeón no me ganó nadie.
Es hora de almorzar. La invitación surge espontánea, sin fórmulas: “Vení, pasá”; me dice. Y pasamos todos a un salón no muy grande, con unos pocos muebles salvo una gran mesa. A un costado, un pequeño televisor color. Y mientras nos acomodamos Carlos, Alicia, Silvia (que llegará un poco más tarde) y yo, Monzón se ríe: “¿Ves este televisorcito? Me llenaron la casa de éstos y de radiograbadores, diez de cada uno me trajeron con el asunto de la importación, así que se los regalé a toda mi familia… ¡Hasta acá estoy de esos aparatos!” Hay torrontés de Etchart (“Dale, tomá un poco que la nota va a salir igual”, me anima como si hiciera falta y recalca: “Yo apenas un poquito por el régimen, ¿sabés?), churrascos, ensalada de tomate y lechuga. Él se sirve un tomate cortado al medio. Por supuesto, miramos “Los inundados”. “Yo nunca viví una inundación así en mi casa”, dice, “pero sé que es bravo. ¿Conocés el Quincho de Chiquito? [una famosa casa de comidas en la vuelta del Pirata, junto al río, a unos kilómetros de Santa Fe]. Bueno, se les inundó todo. ‘Tendrían que irse’, les dije yo, y me contestaron que no, que esa es la tierra de ellos y que ahí se quedarán cuando baje el agua…”. Estamos ya por irnos, pues pasaron los churrascos, la ensalada y la última copa de vino. Él le pedirá a Alicia que lo lleve a La Cuyanita en el coche japonés de ella porque el Mercedes de él está en arreglo. (“No tiene nada, pero no le anda la refrigeración y así yo no subo ni loco”. Mira con impaciencia creciente la hora en su Rolex Presidente (“Tengo el Cartier también en arreglo”) y se arregla el pelo (“Sí, Aramis, como siempre”, me dice cuando le pregunto por el perfume), Y listo, hay que irse, me doy cuenta de que ya pasaron casi tres horas, una eternidad para Monzón. Hay que irse y la despedida es tan rápida, fugaz y sincera como el propio Monzón y su apuro. “Está igual”, me digo cuando cierra de golpe el ascensor y sigue al subsuelo donde está la cochera. “Esta diferente”, me digo, cuando recuerdo su mirada de macho orgulloso y su sonrisa de padre nuevo al mostrarme su última y más preciada y dulce obra: una docena de kilos de ternura y medias palabras con rulitos que se llama Maximiliano Roque…
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Thomas Hauser
ltimamente he pensado mucho acerca de Joe Frazier, mientras el primer aniversario de su muerte (7 de noviembre de 2011) se aproxima. Conocí a Joe en el Hotel Sahara en Las Vegas, el 1 de diciembre de 1988. Acababa de firmar un contrato para ser el biógrafo oficial de Muhammad Alí. Dos días de grabación estaban en marcha para un documental titulado Campeones por siempre, que presentaba a Alí, Frazier, George Foreman, Ken Norton y Larry Holmes. Estaba ahí para realizar entrevistas para mi libro. En la primera mañana, me senté un largo rato con Foreman, el George anterior al modelo de parrillas para carnes Lean-Mean. Hacía veinte meses que George hacía un regreso que muchos consideraban una broma. Pasarían seis años más antes que noqueara a Michael Moorer para recobrar el trono del peso completo. “Hubo una época de mi vida en la que fui un tanto huraño”, me dijo George. “El Zaire fue parte de ese periodo. Iba a tumbar a Alí, y el pensamiento de hacerlo no me molestaba en lo absoluto. Pero después de la pelea, estuve amargado por un tiempo. Tenía excusas de todo tipo. Las cuerdas del ring estaban flojas. El réferi contó muy rápido. La cortada afectó mi entrenamiento. Fui drogado. Debí de haber dicho que el mejor hombre ganó, pero nunca había perdido antes así que no sabía cómo perder. Peleé esa pelea en mi cabeza mil veces. Luego, finalmente, me di cuenta que había perdido contra un gran campeón; probablemente el mejor
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Traducción David Aguilar Vázquez
de todos los tiempos. Ahora estoy orgulloso de ser parte de la leyenda de Alí. Si la gente menciona mi nombre con el suyo de vez en cuando, es suficiente para mí. Eso, y espero caerle bien a Muhammad, porque a mí me agrada. Me agrada mucho.” Después seguí con Ken Norton, quien compartió una conmovedora memoria. “Cuando más contaba”, recordó Norton, “Alí estuvo allí para mí. En 1986 sufrí un terrible accidente automovilístico. Estuve inconsciente por quién sabe cuánto. Mi lado derecho estaba paralizado; mi cráneo fracturado; tenía una pierna y la mandíbula rotas. Los doctores dijeron que podría no volver a caminar. Por un tiempo pensaron que incluso no podría volver a hablar. No recuerdo mucho acerca de mis primeros meses en el hospital. Pero una cosa que sí recuerdo es que, luego que me lesioné, Alí fue de las primeras personas que me visitó. En ese punto no estaba seguro si quería vivir o morir. Así de mal estaban mis lesiones. Como dije, hay mucho que no recuerdo. Pero rememoro mirar hacia arriba, y estaba este hombre loco parado al lado de mi cama. Era Alí, y estaba haciendo trucos de magia para mí. Hizo que un pañuelo desapareciera; levitó. Me dije a mi mismo: si hace un horrible truco más, me voy a recuperar sólo para poder matarlo. Pero Alí estaba ahí, y su presencia me ayudó. Así que no quiero ser recordado como el hombre que rompió la mandíbula de Muhammad Alí. Sólo quiero ser recordado como el hombre que peleó tres peleas cerradas y competitivas con Alí y que se volvió su amigo cuando la pelea terminó.”
Larry Holmes se quedó bajo paga, así que nuestra conversación fue corta: “Estoy orgulloso de haber aprendido mi oficio de Alí”, dijo Larry. “Estoy más orgulloso de haber hecho sparring con él cuando era joven que de derrotarlo cuando era viejo.” Fin de la conversación. Lo que dejaba sólo a Joe. Frazier no me hablaba porque yo era uno de los “hombres de Alí”. Pero en una tardeada después del segundo día de grabación, Joe se me acercó. Había estado tomando. Y la vileza emergió: “Odié a Alí. A Dios puede no gustarle que hable de esa manera, pero lo digo de corazón. Las primeras dos peleas intentó hacerme de hombre blanco. Luego intentó hacerme de negro. ¿Te gustaría que tus hijos llegaran de la escuela llorando porque todo mundo llama a su papá un gorila? Dios nos hizo a todos como somos. Nos hizo de la manera en que hablamos y nos vemos. Y, como me siento, me gustaría pelear contra Alí-Clay-como-se-llame de nuevo mañana. Por veinte años he peleado contra Alí, y aún quiero destrozarlo, pieza por pieza, y mandarlo de vuelta con Jesús.” Joe vio que estaba escribiendo cada palabra. Éste es el mensaje que quería que el mundo escuchara. “Nunca le pedí favores, y el nunca me los pidió a mí. Me sacudió en Manila; ganó. Pero lo envié a casa peor de como vino. Míralo ahora. Está acabado. Lo sé yo, lo sabes tú. Todo mundo lo sabe; sólo no quieren decirlo. Siempre se burlaba de mí. Soy el tontito; soy al que le están pegando en la cabeza. Dime; él o yo, ¿quien habla peor ahora? Ya no
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puede hablar, y todavía intenta hacer ruido. Todavía quiere hacerte pensar que es el mejor, y no lo es. No me importa como el mundo lo mire. Yo lo veo diferente, y lo conozco mejor que nadie. Manila no importa más. Él está acabado, y yo sigo aquí.” Veintiún meses después, cuando terminé de escribir Muhammad Alí: su vida y sus tiempos, viajé a casa de Alí en Berrian Springs, Michigan. Lonnie Alí (la esposa de Muhammad), Howard Bingham (amigo de Alí de mucho tiempo y su fotógrafo personal), y yo pasamos una semana leyendo en voz alta cada palabra del manuscrito. Por mutuo acuerdo, no habría censura alguna. Nuestro propósito al leer era asegurar la precisión factual del libro. En su debido momento, Lonnie leyó la cita de Frazier en voz alta. Hubo un momento de silencio. —¿Escuchaste eso, Muhammad? —preguntó Lonnie. Alí asintió. —¿Cómo te sientes sabiendo que cientos de miles de personas leerán eso? —Es lo que dijo —respondió Muhammad. Los pensamientos de Alí finalizaron ese capítulo del libro. “Siento que Joe Frazier esté furioso conmigo. Siento haberlo lastimado. Joe Frazier es un buen hombre. No hubiera hecho lo que hice sin él, y el no hubiera hecho lo que hizo sin mí. Y si alguna vez Dios me llama a una guerra santa, quiero a Joe Frazier peleando a mi lado.”
En el último día de nuestra lectura, Muhammad, Lonnie, Howard y yo firmamos un par de guantes de boxeo para conmemorar la experiencia. Llevé uno de los guantes a casa conmigo. Howard tomó el otro. La primavera siguiente, yo estaba en Filadelfia para una gala de corbata negra celebrando el vigésimo aniversario de la histórica primera pelea entre Alí y Frazier. Esta noche era de Joe. Fue una pelea que ganó. Pero el odio por todo lo relacionado a Alí era palpable. Temprana la tarde, Howard sugirió que yo posara en una foto con Muhammad y Joe. Me paré entre ambos. Joe puso su brazo alrededor de mi cintura en lo que yo creí que era un gesto de amistad. Luego, justo cuando Howard tomó la foto, Joe clavó sus dedos en la carne bajo mis costillas. Dolió como el demonio. Intenté quitar su mano. Intenten quitarse de encima la mano de Joe Frazier. Cuando Joe estuvo satisfecho de haber infligido el suficiente dolor suficiente, me sonrió y se alejó. Muhammad Alí: su vida y sus tiempos fue publicado en junio de 1991. Joe decidió que lo traté justamente. En los años siguientes, cuando nuestros caminos se encontraban, él era cálido y amigable. Un saludo ritual evolucionó entre nosotros. Joe sonreía y decía: “¡Hey! ¿Cómo está mi amigo judío?” Yo sonreía y decía: “¡Hey! ¿Cómo está mi amigo baptista?”
Adelantemos al 7 de enero de 2005. Joe estaba en mi casa. Comíamos helado en la cocina. Tres guantes de boxeo colgaban de la pared. Los primeros dos fueron usados por Billy Costello en su pelea de campeonato victoriosa contra Saoul Mamby. Esa pelea tiene un significado especial para mí. Es el tema del climático capítulo en Las luces negras, mi primer libro sobre boxeo. El otro guante tenía la leyenda: Muhammad Alí Lonnie Alí Howard L. Bingham Thomas Hauser 9/10 – 9/17/90 Joe preguntó acerca de los guantes. Yo expliqué su procedencia. Luego él dijo algo que me sorprendió. —¿Recuerdas esa vez que te lastimé las costillas? —Lo recuerdo —dije sombríamente. —Lo siento, hombre. Una disculpa. Ése era Joe Frazier. Recordaba cada lesión que cualquiera le causaba. Con respecto a Alí, cargó con esas lesiones como vidrios rotos en su estómago durante toda su vida. Pero Joe también recordaba las lesiones que había infligido en otra personas. Y si sentía que se había equivocadoovcado, con el tiempo trataría de enmendar la situación. Hay ahora un cuarto guante colgado en la pared de mi cocina. Lleva la inscripción: Para Tom, mi hermano ¡Bien hecho! Joe Frazier
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Lee Haskins (Reino Unido)
Saúl Gutiérrez Martín Casillas
Alberto Guevara Giovanni Delgado
Rodolfo Hernández
Luis May
Leo Santa Cruz (23–0-1) México, 24 años FIB
Malcolm Tunacao (32-2-3) Filipinas, 35 años
Raúl Martínez (EUA)
Alberto Guevara
Koki Kameda (29-1) Japón, 26 años
Jamie McDonnell (20-2-1) Reino Unido, 26 años
Rolly Matsushita (Japón)
Hanzel Martínez
Hugo Ruiz (31-2) México, 26 años
Anselmo Moreno (33–2-1) Panamá, 27 años AMB
Stephan Jamoye (24-3) Bélgica, 23 años José Nieves (Puerto Rico)
Osvaldo Castro
Julio Ceja (23-0) México, 20 años
David Sánchez
Tomás Rojas
Shinsuke Yamanaka (17–0-2) Japón, 30 años CMB
Marco Demecillo (Filipinas)
Joseph Agbeko (28-4) Ghana, 32 años
Juan Alberto Rosas
Pungluang Sor Singyu (43-1) Tailandia, 24 años
Randy Caballero (EUA)
Nacif Castillo
Paulus Ambunda (Namibia)
Christian Esquivel
Aaron Bobadilla
Víctor Zaleta
Hasta 118 libras (53.525 kg)
Diego Ricardo Santillán (Argentina)
Non Dona (31-1 Filipinas, OMB
nito aire 1-0) , 30 años FIB
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Chris Avalos (EUA)
Jonathan Oquendo (Colombia)
Tomoki Kameda (26-0) Japón, 21 años
Luis Orlando del Valle (Puerto Rico)
Daniel Rosas
Jeffrey Mathebula (26-4-2) Sudáfrica, 33 años
Hugo Cázarez (37-7-2) México, 34 añoS
Hairón Socarrás (Cuba)
Óscar González
Hugo Partida
Joandri Salinas (Cuba)
Eita Kikuchi (Japón)
Alejandro López (24-2) México, 25 años Chris Martin (EUA) Akifumi Shimoda (27-3-1) Japón, 28 años
Yukinori Oguni (10-0) Japón, 24 años
Fernando Montiel (49-4-2) México, 33 años
Ricardo Pruano
Kiko Martínez (España)
Cristian Mijares (47-6-2) México, 31 años
Rico Ramos (21-2-0) Estados Unidos, 25 años
Scott Quigg (25-0-1) Reino Unido, 24 años
Danny Aquino
Thabo Sonjica (Sudáfrica)
Carl Frampton (15-0) Reino Unido, 25 años
Guillermo Rigondeax (11-0) Cuba, 32 años AMB
Jesse Magdaleno (EUA)
Enrique Bernache
Horacio García
Wilfredo Vázquez Jr. (22-2-1) Puerto Rico, 28 años
Abner Mares (25-0-1) México, 27 años CMB
Víctor Terrazas (36-2-1) México, 29 años
Miguel Zamudio
Cruz Carbajal
Vic Darchinyan (38-5-1) Armenia, 37 años
Hasta 122 libras (55.225 kg)
Arturo Santos
Francisco Leal
Efraín Esquivias (EUA)
Jonathan Romero (22-0) Colombia, 26 años
Giovanni Caro
Ángel Fret (Puerto Rico)
David de la Mora
Jesús Ruiz
Rey Vargas
Edgar Monarrez
Roberto Marroquin (EUA)
Raúl Hirales
César Seda (Puerto Rico)
Genaro Camargo
Edivaldo Ortega
Dibujos por Kelly A. Vélez
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Pablo Duarte @elotroduarte
Nonito Donaire: Heredero Fecha de nacimiento: 16 de noviembre de 1982 Lugar de nacimiento: Talibon, Bohol, Filipinas Récord: 31 (KO 20) – 1 – 0 Campeón Supergallo CMB y FIB
s asmático. Él y su esposa cargan con un inhalador entre las cosas: al Filipino Flash se le cierran los bronquios sin aviso. Tiene el gesto, Nonito, de quienes son humildes a fuerza de humillaciones; de los que guardan rencores por lo bajo, de los que no levantan la voz: tiene rostro de hermano chico. Lo fue durante mucho tiempo; siempre la función preliminar de su hermano Glenn, el estelar. Como gustan decir los clásicos, fue por seguirlo e imitarlo “que se metió en esto”. Al hermano lo metieron al boxeo porque lo reclutaban ya las pandillas californianas; a Nonito, para embarnecerlo y ayudarlo a escapar de
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los demás niños, que lo molestaban y lo hacían llorar. Treinta y dos peleas después, el hijo menor de los Donaire empieza a recibir los cheques de seis ceros, a ser asiduo de rankings y a ser comparado con el primogénito de Filipinas, Manny Pacquiao. No le han escatimado galas: sus campeonatos han sido desfilados por las calles de Manila, políticos en turno al lado, sonrientes y aplaudidores. Pero el prócer de la isla de Bohol, en el retrato de familia nacional, es el de gorrita y pantalones cortos; Pacquiao, el congresista, no deja el puesto central. Boxea de derecho para disimular el forro de plomo que trae en la mano izquierda. Arma probada. Con ella,
como diligente hermano menor, vengó la derrota de su sombra Glenn Donaire propinada por el armenio Darchinyan. Con esa misma zurda y con el mismo golpe —un gancho en contragolpe preciso— hizo que el Cochulito Montiel cayera en el segundo. En un espasmo y tirado de espaldas sobre la lona, el mexicano todavía intentó manotear y perseguir a un enemigo que ya no estaba ahí. Esa izquierda, un reptil con fauces de metal, también fue responsable del inapelable
y último nocaut en la carrera del Travieso Arce. A pesar del peso de la mano izquierda, de la racha de veintinueve victorias seguidas, de la unanimidad creciente de los juicios sobre su habilidad, sigue portando el semblante dubitativo y la voz mesurada. No obstante que ha realizado la maroma de subir cuatro divisiones, de mosca a supergallo, arrebatando cuatro cinturones en el camino —algo que sólo Pacquiao entre los asiáticos había logrado antes—, Nonito sigue siendo el hijo menor.
acecha. Para su propio asombro, sigue sin aparecer en las listas de los mejores libra por libra. En un intento desesperado por ejercer presión, su manager Gary Hyde le consigue boletos de ringside en las funciones estelarizadas por su némesis Donaire, a quien reta de manera pública. Donaire es el Moby Dick de este moderno capitán Ahab. Por momentos su obsesión por una pelea con Donaire lo distrae de batallas más inmediatas, como la que sostuvo con el indiscutible prospecto Roberto Marroquín, quien logró ponerlo mal en un asalto. El triunfo es
para el cubano, sin embargo sirve para evidenciar una vulnerabilidad nunca antes vista. Hay muchas cosas que le quedan por aprender a este hombre insertado sin quererlo entre dos filosofías, convertido en metáfora humana de la lucha entre lo material y lo ideal. El presentarse a su último duelo en Las Vegas portando un sombrero de charro demuestra un interés por descifrar las reglas del juego.
Hilario Peña @HilarioPenia
Guillermo Rigondeaux: Cazador de ballenas Fecha de nacimiento: 30 de septiembre de 1980 ☞ Lugar de nacimiento: Santiago de Cuba, Cuba Récord: 11 (KO 8) – 0 ☞ Campeón de peso supergallo AMB
a gloria que le aguarda a Nonito Filipino Flash Donaire la quiere ya Guillermo El Chacal Rigondeaux. Es la gloria que le prometió a su esposa y a su hijo de siete años antes de huir de Cuba en enero de 2009. Todo lucía un poco más sencillo en aquel entonces, cuando se creía que la parte más complicada sería la fuga en balsa hacia Miami. El mundo se pondría a sus pies tan pronto atestiguara la contundencia de sus primeros triunfos. No ocurrió de ese modo. Los cubanos exiliados en los Estados Unidos no
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echaron a andar la chacalmanía. Al menos no como él lo esperaba. Ni siquiera abarrotaron el recinto que lo vio coronarse monarca de las 122 libras en enero de 2012. Y ahora Bob Arum se pregunta: “¿Cuántos de ellos irán a pagar el pago por evento cuando lo enfrente a mi gallina de los huevos de oro?” El Filipino Flash debutó en el profesionalismo a los dieciocho años de edad. El Chacal lo hizo a los veintinueve. El tiempo para consagrarse como ícono del boxeo mundial se le agota. La sombra de la veteranía lo
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Rodrigo Castillo @roodericus
Abner Mares: Pirata Fecha de nacimiento: 20 de noviembre de 1985 Lugar de nacimiento: Guadalajara, Jalisco, México Récord: 25 (KO 13) – 0 – 1 Campeón de peso supergallo CMB
a disuasión de no querer ser escalón de nadie es el tópico favorito de quienes no ven frente a sí a un rival de peligro. Pero desafortunadamente esta disuasión se torna más negra cuanto más lejanas se miran las cosas pequeñas. Dicen los más allegados al peleador: quieren que este jalisciense suba la montaña más alta alejado de una sombra llamada Nonito Donaire. Sin embargo la enfermedad está en su cuerpo. Y como el paciente que es, el mal puede reconocerse. Se encuentra inoculado como una de las formas del deseo. Después de conseguir logros importantes como amateur, Abner Mares pisó el terreno profesional en el
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año 2005, a sus diecinueve años en una batalla breve frente a Luis El Chavo Malave, pactada a seis episodios, pero finiquitada en dos. Aquella noche Malave vio cómo Mares disparó jabs precisos y mostró un estilo avanzado soltando múltiples combinaciones sobre su cuerpo y su rostro. La escalada de los siguientes combates de Mares constituye el acorazado de una cabeza templada. Ya frente a Isidro el Chino García, los conocimientos de Abner cimentaron las expectativas, pero no fue sino hasta la pelea frente a Diosdado Gabi, donde Mares se convirtió en un púgil más versátil y veloz, quizá poco duro
para entonces. Apenas rebasados los veinte segundos del segundo round Mares dibujó sobre el rostro de Gabi el inicio de su epopeya: el ruido y la furia juntos en su rauda mano derecha dieron a Golden Boy Promotions a un boxeador que pasó de ser un simple debutante al defensor del título gallo del CMB. Todo en muy poco tiempo. Y hoy todo lo tiene en punta del iceberg porque dejó en el camino al ghanés Joseph Agbeko. Y también por aquella batalla en la que probó el sabor de la gloria al vencer al panameño Anselmo Moreno. Hoy cabe la pena preguntarse qué impulsos y qué vitalismo
llevaron a Mares a destacar y sobrevivir entre once hermanos varones. Sin duda, aquellos donde ser objeto de compasión y escarnio no transitaban en su estilo agresivo, que siempre va hacia adelante. ¿Será que Nonito Donaire sea el narrador, una voz baja pero omnipresente de los pensamientos, los miedos y las ansias por navegar en las aguas de Mares?
costo de una guerra prolongada, Darchinyan apuesta a terminar sus peleas con un solo golpe o una combinación decisiva. No es un peleador elegante, pero tampoco lo eran la maza de guerra o las balistas. En divisiones donde la ligereza es ley, Darchinyan hizo del punch su distintivo y lo usó para vencer a Jorge Arce, Cristian Mijares, Tomás Rojas y veinticuatro más. Sólo fue derrotado una vez, en mosca, por Nonito Donaire, cuya carrera estalló desde ese título de la FIB. En gallo han ocurrido sus otros cuatro reveses, todos en peleas
de título, al enfrentar a Joseph Agbeko, Abner Mares, Anselmo Moreno y Shinsuke Yamanaka. Cada hombre que ha vencido a Darchinyan tiene en su palmarés el bautizo de fuego que es detener la embestida de un Toro Salvaje. Darchinyan, como su patria, ha sido territorio de paso, un rey nómada que es a un tiempo ejército y frontera. En peso gallo, volverá a luchar para recuperar su título perdido.
Luis Miguel Estrada
Vic Darchinyan: Nómada Fecha de nacimiento: 7 de enero de 1976 Lugar de nacimiento: Vanadzor, Armenia Récord: 38 (KO 27) – 5 – 1
i es verdad que los hombres heredan el destino de su patria, Vic Darchinyan está llamado a ser nómada y frontera. Armenia es mencionada desde las crónicas persas de Darío I hasta las helenísticas notas de Jenofonte como un territorio para la batalla. En Armenia San Bartolomé venció a Astaroth y fue el primer país en adoptar el cristianismo. Armenia ha visto pasar a asirios, griegos, romanos, bizantinos y persas. Lo que busca el jinete que parte a la conquista, está más allá de esa frontera belicosa. Los
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armenios nunca entregan sin pelear y lo saben los estados que la rodean, muchos de ellos, enemigos a lo largo de la historia. En el boxeo, cada peleador es un monarca rodeado de enemigos. Vic Darchinyan ha sido en varias ocasiones el solitario rey que defiende su título del invasor. Avencindado en Sidney, Austrialia, vive —como muchos de sus connacionales— en un país extraño. En mosca y supermosca fue un monarca de primera línea con el KO como su forma favorita de defensa. Como los hombres que conocen el
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Luis Miguel Estrada
Jimmy Tobin @jet79
Rico Ramos: Wilfredo Vázquez Jr.: Marinero en tierra firme El agitador Fecha de nacimiento: 20 de junio de 1987 ☞ Lugar de nacimiento: Carson, California, EEUU Récord: 21 (KO 2) –2 – 0
ico Ramos navega con el viento en contra. En los gimnasios de California, donde nació, en su carrera amateur y profesional, ha vivido protegido y presionado por la expectativa. Nadie sospechaba el flaco favor que se hacía a los peleadores asiáticos cuando se inventó la división supergallo en 1976. Muchos grandes que se han sumergido en ese peso nebuloso entre los gallos y los plumas, han tenido que luchar contra el soplo desde el Este que siempre amenaza un tifón. Puede ser que por esto los peleadores con raíces en la Isla del Encanto sean capaces de bregar contra esos temporales. El mar es amigo y enemigo: Wilfrido Gómez, recuerda alguien, y lo demás son estadísticas. Cuando Ramos enfrentó a Shimoda, en julio de 2011, todas las señales anunciaban su naufragio. Sin embargo, Ramos se acomodó en la media distancia, el terreno fantasmal donde la mano de adelante debe convertirse en carga de abordaje, no en estrategia para ataque. Un solo respiro del nipón y Ramos destronó a Shimoda con un giro de la
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quilla hacia babor. Pero la gente dejó de creer en él cuando su título cayó en manos del Chacal. El cubano Guillermo Rigondeaux le clavó un puñal en las costillas cuando disputaban el cetro supergallo en enero de 2012. Por ello, cuando enfrentó a Efraín Esquivias, en junio de 2012, Ramos encontró el reto que busca quien ha perdido un campeonato: mostrar que aún puede ganar cuando el viento no le favorece. La pelea se desarrolló en un mundo de terrenos desencontrados. Cuando Esquivias atacaba, Ramos se entorpecía, pero cuando Ramos tomaba la ofensiva, surgían los destellos del peleador que puede ser. Mejor: cuando se comía los ganchos cortos metidos con todo el cuerpo enemigo, Ramos destelló con la grandeza de un peleador promisorio: hambre. Hambre suficiente como para comerse el puño enemigo, si esto es lo que hace falta para llevarse por enfrente a un rival. Ramos sigue siendo una promesa, pero el temporal arrecia: es enero y de nuevo ha sido derrotado, esta vez, en peso pluma.
Fecha de nacimiento: 18 de junio de 1984 Lugar de nacimiento: Puerto Rico Récord: 22 (KO 19) – 2 – 1
acido de sangre real, hijo de una leyenda puertorriqueña, Wilfredo Vázquez Jr. sorteó el aprendizaje tradicional en favor de la gloria y los despojos de la batalla. En su certamen número dieciocho Marvin Sonsana sucumbió ante su linaje real dando al Príncipe de Fistiana su primer título mundial. A pesar de obtener logros congruentes con su crianza, cierto toque de arribismo afectaba a Wilfredo. Quizás el título que se anexó el curtido en batalla Jorge Arce en la celebrada victoria en la eterna rivalidad entre México y Puerto Rico sirvió como la peripecia en la indecorosa historia del joven Wilfredo, una historia más notable por las calumnias que por los triunfos.
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Sin importarle jerarquías, la esposa de Wilfredo precipitó el encono con el clan de los Donaire, llamando cobarde a su hijo peleador, Nonito. Por este desaire Nonito cobró un precio sangriento. Y una vez señor sin señorío, Wilfredo afrontó a su compatriota, Juan Manuel López, acusándolo de afeminamiento y arrogancia. Quizá Wilfredo espera que la intriga le asegurará el reino de la pequeña isla; aguijoneando el cansado carro de guerra hacia un inoportuno episodio de honor para acabar sus días. Ay, sin aceptar los términos de batalla ofrecidos por López, Wilfredo el Joven continuará su demagogia como antesala de la inevitable batalla que podría entregarle el reino de la isla.
Carlos Acevedo @cruelestsport
Leo Santa Cruz: La máquina de guerra Fecha de nacimiento: 10 de agosto de 1988 Lugar de nacimiento: Huetamo, Michoacán, México Récord: 23 (KO 13) – 0 – 1 Campeón gallo FIB
ncreíblemente, la última máquina de guerra diseñada por Da Vinci ha sido encontrada medio milenio después que Cesare Borgia la dibujara sobre una piel de becerro. Esta arma —perdida en tiempo y espacio durante generaciones— resulta una fusión de los diseños anteriores de Da Vinci. Máquina de asedio, catapulta, carruaje escita, arco,
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todos de alguna manera combinados en un solo mortal llamado Leodegario Santa Cruz. En lengua española han llamado Terremoto a esta máquina combinación de carne y hueso, y se dice que es capaz de asediar del alba al crepúsculo una y otra vez cada vez que escucha el sonido de una campana. Se dice que este Leodegario es una suerte de infierno arrollador. Con cada una
de sus pequeñas manos cerradas en un puño Santa Cruz puede arruinar fortalezas y escorar colinas. Día tras día, los hombres se aprestan con ojo avizor ante la inminencia de Terremoto en su camino a la guerra. Y los relatos de matanzas —émulas de aquellas de Cerignola. Y sin embargo nadie sabe cómo es que este bosquejo de Da Vinci logró hallar su camino hacia tan
lejanas costas. Las estrellas no pueden guiarnos. Los cartógrafos nunca antes dibujaron tierra más allá de Florencia, Milán o la Toscana. Pero mira: “Rosemead, California”. Un sonoro nombre en verdad, y con un aura que promete más derrame de sangre bajo el fulminante patronazgo de nuestro Duque de Valentino: Cesare Borgia.
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Mauricio Salvador @mauriki
Rodrigo Márquez Tizano @rmtizano
Shinsuke Yamanaka: Samurai Fecha de nacimiento: 11 de octubre de 1982 ☞ Lugar de nacimiento: Konan, Shiga, Japón Récord: 17 (KO 12) – 0 – 2 ☞ Campeón de peso gallo CMB
ació diestro al sur del lago Biwa cuando la ciudad de Konan todavía no existía. No sabía que en lugar de puño izquierdo poseía una katana sino hasta que su maestro Maekawa Takemoto se lo mostró. A partir de entonces Yamanaka se convirtió en el zurdo del Japón, sólo eclipsado por el otro dios zurdo, Toshiaki Nishioka. Ganó el campeonato nacional de peso gallo ante Mikio Yasuda pero su primera defensa contra Ryosuke Isawa fue la que lo elevó a la fama. Aquella noche Toshiaki Nishioka contemplaba desde ringside una batalla en la que caían golpes por todos lados. Yamanaka parecía despreciar la defensa, animado por su propia destreza y valentía. A pesar de pelear en el país donde las caras largas son más comunes que los gritos, su pelea con Isawa hizo enardecer al público. El 6 de noviembre de 2011 derrotó al mexicano Christian Esquivel para ganar el campeonato gallo del CMB. Su izquierda penetró una y otra vez en la cara del mexicano, apodado El italiano. Entonces un toro salvaje nacido en Armenia lo
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retó por el título. Nunca se ha enfrentado a alguien como yo. Lo llevaré a lugares en los que nunca antes ha estado. Y porque en la antigüedad los dioses armenios originales fueron destruidos, Vic Darchinyan sabía que la madre patria necesitaba un nuevo héroe, un héroe redimido. Pero Yamanaka usó su katana y algo más (un cabezazo y un codo invisibles) para derrotar al armenio. En noviembre de 2012 defendió su título ante otro peleador que buscaba volver a los reflectores, Tomás Rojas, el Gusano. Y obviamente nada podía hacer contra la katana de Yamanaka, quien la asestó en el séptimo round robando a Rojas su futuro y clavándose en su inconsciente para el resto de sus días. Sin embargo el zurdo de Dios, como lo llaman, no ha peleado fuera de su natal Japón. Y en el horizonte sus oponentes no son ni jóvenes inexpertos ni veteranos semi acabados, sino hombres dueños de muchos secretos con los que pueden dominar su zurda: Anselmo Moreno, Leo Santa Cruz, Joseph Agbeko, Malcolm Tunacao.
Koki Kameda: Emperador Fecha de nacimiento: 17 de noviembre de 1986 Lugar de nacimiento: Osaka, Japón Récord: 29 (KO 17) – 1 – 0 Campeón de peso supergallo CMB
oki, primogénito de Shiro, fue educado para cultivar la profesión paterna. El Kameda ha sido, desde tiempos remotos, un linaje consagrado al arte del pugilato, de modo que antes de dar los primeros guantazos, las manos de Koki habían experimentado ya la urgencia de la sangre. La infancia del heredero al trono no fue sencilla: hubo que sacrificar los juegos en favor del aprendizaje marcial, por tanto, no debe resultarnos extraño que un eterno niño, atrapado tras la efigie del peleador, se manifieste en los momentos de impaciencia y rabia. Koki, Daiki y Tomoki, los tres hermanos Kameda, fueron predestinados a convertirse en la familia imperial del boxeo nipón. Así como existe en Osaka un cerezo cuya flor no espera la primavera y abre el decimosexto día del año; las cualidades de Koki tampoco tardaron en notarse: antes de cumplir la mayoría de edad, el mayor de los Kameda reinaba entre los moscas amateur de la prefectura. Sus primeros pleitos profesionales pertenecían a la televisión antes de realizarse: tres tailandeses, tres nocauts, todos antes de los tres minutos. Los ratings no se
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resistieron. A pesar de que las críticas señalaron excesivos mimos en torno al nuevo prodigio (rivales a modo, registros en contra de menos veinte, jueces benévolos), la idea mediática de Koki prevaleció: un joven arrogante y obsesionado con la victoria, cuyas carencias técnicas fueron entendidas (o tasadas) como los niveles a superar de un videojuego. La expectativa era insostenible: un reino de neón y pistas de canto. Su primer título mundial llegó a los veinte, luego de una controvertida decisión dividida ante Juan José Landaeta. Volvió a Japón el venezolano tres meses después para desatar la fiebre. Hubo entonces quien comparó a Koki con Harada o Watanabe. Todo sucedió muy de prisa y la efervescencia terminó por revelar las costuras de su ascenso. Dos cinturones mundiales después, Koki busca escapar de los reflectores y se hace cargo del destino de su clan: ha vengado el falso seppuku de Daiki ante Daisuke Naito y sufrió el exilio boxístico del padre. Mientras tanto, los oponentes oscuros siguen cayendo a domicilio: ¿Hasta cuándo podrá evitar que los grandes nombres pongan los ojos en su reino?
guante izquierdo —de cuero rojo, EVERLAST en blanco, amarilla la E— se extendió por completo de su hombro mientras la parte derecha de su cadera comenzaba a girar. El negro talón de su bota derecha se plantó, el izquierdo se elevó. La palma izquierda de Donaire se abrió y comenzó su acelerado y cada vez más estrecho arco, luego se proyectó hacia abajo; en concordancia el hombro derecho giró alrededor de su cuerpo con el pulgar del guante derecho a una pulgada del lóbulo de la oreja. El nudillo central de su mano izquierda aplastó el relleno
hasta alcanzar la punta de la barbilla de Arce, haciéndolo girar sobre la punta azulada de su bota izquierda como una bailarina que se dobla en la quinta posición. Los equilibrados hombros de Donaire se relajaron al terminar el gancho, un golpe que no encontró interrupciones en su elegante planeo. Se inclinó, cambió el peso a su pierna derecha, vio lo que había hecho —el mexicano yaciente a sus pies— se retiró, trotó en retirada y alzó su mano. Arce estaba retirado.
Bart Barry @bartbarry
Perfil del gancho izquierd0 que Nonito usó para acabar con la carrera de Jorge Arce ucedió en el instante final del tercer round que compartieron este diciembre en el Toyota Center de Houston, cuando el mexicano Jorge Arce, adornado de blanco con lentejuelas azules, y ya caído dos veces, se retiró hacia las
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cuerdas, meneó sus guantes hacia el filipino Nonito Donaire y con un grito le hizo una oferta para que fuera hacia adelante: Donaire amartilló su gancho con el suave desdoblamiento de una bandera color carne que sube a lo alto del mástil y capta una ligera brisa. El
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Rodrigo Márquez Tizano
Nuestras maneras de contar 1
asta el mes pasado, el Libra por Libra de Esquina estuvo basado en el conteo de The Ring. Durante los primeros tres números de esta revista, el P4P de la publicación fundada por Nat Fleischer en 1922 apareció representado de manera fidedigna en nuestras páginas. Para el número de enero 2013, sin embargo, se aplicaron ligeros retoques a la muestra. Quizás el más notorio fue la supresión de Adrien Broner como quinto clasificado. Según el último conteo de enero, el prospecto de Cincinnati aparece un puesto por encima de un tal Manny Pacquiao. El fervor que el actual editor de The Ring, Michael Rosenthal, profesa por Broner es, cuando menos, digno de advertirse. Adrien Broner (25-KO 21-0), nadie lo niega, posee un talento fuera de lo común. Sería una necedad no tenerlo en cuenta como prospecto formidable, uno de esos boxeadores que lo tienen todo para convertirse en leyenda. La paliza que le propinó a Tony DeMarco el pasado noviembre sólo confirma lo anotado. Pero nada más. Al menos por ahora, Broner no ostenta las credenciales necesarias para colarse entre los primeros diez. Que detrás del ajetreo mediático y los halagos desmedidos existan intereses económicos no es algo que deba sorprender a nadie. Que Broner esté tasado hoy como la nueva joya de la corona de Golden Boy, tampoco. Bajo las nuevas reglas del cinturón The Ring, un quinto puesto es suficiente. De todos modos, el caso de Broner es discreto y hasta menor en la cadena de anomalías que ha definido la existencia de una marca como “La Biblia del Boxeo”. No es que el declive de The Ring haya comenzado en 2007, cuando Golden Boy Promotions tiró de chequera para convertir la publicación más antigua sobre boxeo en su boletín personal. Tampoco detonó la crisis cuatro años después, en el momento en que Schaefer y De la Hoya decidieron cesar a Nigel Collins como editor, cerrar las históricas oficinas de Pensilvania y mudar la revista a Los Ángeles, cerca del fino guante editorial de Oscar y compañía. Ni siquiera durante el gran escándalo del 77, cuando Don King vendió a la televisión abierta un campeonato hechizo, validado por el ranqueo corrompido de una revista que vivía sus horas más bajas hasta entonces y cuya participación fue clave en uno de los procesos de corrupción más bochornosos de los que se tenga memoria. No: la decadencia de The Ring ha sido sin prisa pero constante, encauzando su más reciente desprestigio al súbito cambio de políticas para ordenar a sus contendientes. El poder del ranking ha sido explotado hasta la saciedad por organismos y promotoras. Es su manera de legitimar las decisiones del dólar. ¿Por qué no iba a hacer lo mismo un medio de comunicación cuyas cuentas son pagadas por una empresa dedicada a organizar peleas? Los rankings no están compuestos, en principio, para establecer una genealogía boxística. Tampoco, faltaba más, para poner en orden el archivo histórico. Springs Toledo ha bautizado esta galaxia de minerales, fajines, mezzanines y condicionantes ridículas como “Sopa de letras”. Campeones y contendientes de diecisiete categorías, multiplicados por “n” cantidad de cetros ilusorios, metales pesados u organi-
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zaciones de dudoso ejercicio cuyas siglas remiten al zapping o a la alimentación de un niño con sobrepeso. Los rankings son la parcialidad histórica convertida en documento, y no obstante, resultan vitales para establecer una jerarquía rumbo al campeonato. Estos números pueden ser, por más ridículo que parezca, la diferencia entre la gloria o el olvido de un boxeador. Esta pleitesía al escalafón responde a que hubo, hace mucho, una época en la que ser campeón importaba. Quizá, y sólo quizá, porque en ese entonces existía sólo UN campeón por categoría, identificable, sin cuestionamientos. Y si el campeón abdicaba, entonces se respetaba el vacío. Ahora vivimos instalados en el horror vacui. Llegó a tal grado la fobia al incremento de títulos vacantes, que ésta se convirtió en el argumento principal de Rosenthal para ensanchar un ya de por sí generoso criterio. Al menos, claro, en el parte oficial… Según la administración actual de The Ring, si los contendientes uno o dos deciden no disputar el campeonato, pueden echar mano del tercero, cuarto o quinto clasificado; y aún así calificar para portar el cinturón que Fleischer entregó por primera vez a Jack Dempsey hace más de noventa años. ¿Para qué tener un campeón ausente si podemos explotar la imagen de numerosos campeones? Sumemos en vez de restar. Más campeones significan más peleas, más pago por eventos, más taquillazos. Elemental. Estos son sólo algunos motivos por los que, a partir de este mes, Esquina reflejará los rankings del Transnational Boxing Rankings Board (www.tbrb.org), en cuyos estatutos está el apelar al “razonamiento estricto y sentido común” para designar los escaños. Podrá parecer ambiguo, pero ¿no ha sido así siempre? Sin embargo, estoy seguro de que el carácter plural del comité de selección (veinticinco periodistas y escritores de todo el mundo, sin obligaciones con promotoras u organismos) es, al menos, digno de probarse. El boxeo no puede, de ningún modo, ser considerado un deporte seguro. Poco importan los dictámenes, los avances tecnológicos o la labor de convencimiento que pretendan llevar a cabo los dueños del juego. Dos hombres intercambian puñetazos dentro de un cuadrado con la consigna de dejar inconsciente al otro. Ése es el principio. El riesgo no solamente es un componente inevitable del boxeo, sino que forma parte de su esencia. Acaso podemos hablar de la justicia como un ejercicio de protección, para el boxeador en primer lugar, pero también para el espectáculo y por ende, para el espectador. Sin embargo, es uno de los deportes peor regulados. Existen lagunas incontables en su gestión, organización y desarrollo, vacíos que han formado parte del boxeo desde su origen, pero cuyas causas no deben ser pasadas por alto. El deber de un medio de comunicación especializado debería ser informar sobre estos acontecimientos y establecer una visión crítica al respecto. Por eso resulta contradictorio que una publicación seria pertenezca a una promotora. Extiendo a este nivel la eterna discusión sobre si un manager puede fungir también como promotor. Desafortunadamente, no hay Acta Muhammad Ali que impida a una promotora publicar un panfleto y hacerlo pasar como, vaya cosa, un libro sagrado.
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Carlos Acevedo
Jesús Chucho Castillo y los sueños del ayer esús Chucho Castillo murió el mes pasado, y su muerte trae recuerdos de los días en que los peleadores ganaban elogios y riquezas en maneras que ya nada tienen que ver con el boxeo corporativo contemporáneo en Estados Unidos. Y Chucho, Dios lo bendiga, se ganó su reputación como toda la gente lo hizo. Castillo, endurecido y taciturno, fue uno de los mejores pesos gallo en una era plena de grandes hombres pequeños. Durante la década de 1960 y los primeros años de la de 1970, cuando la Dulce Ciencia más allá de los pesos pesados prácticamente no existía en Estados Unidos, fueron Bobby Chacón, Danny López, Chango Carmona, Mando Ramos, Gato González, Jesús Pimentel y un bon vivant llamado Rubén Olivares, quienes impidieron que se clavara el último clavo sobre la tapa astillada de su ataúd. Castillo, nacido en Nuevo Valle de Moreno, Guanajuato, México, se convirtió en profesional en 1962 con el objetivo de ganar el suficiente dinero para comprarse un auto de carreras, algún Plymouth Belvedere o un Chevy Bel Air. Su primer sueño, al parecer, era convertirse en el Richard Petty mexicano. Tras adquirir la clase de fiero aprendizaje que ya no existe más en el boxeo, Castillo comenzó a colarse entre los mejores rankings. Para 1966, a los veintidós años de edad, fue que Castillo comenzó a dar el gran salto. Acumuló una racha que incluyó victorias sobre Waldemiro Pinto, Bernardo Caraballo y sobre el temible golpeador Jesús Pimentel. Al momento de vencerlos la revista The Ring tenía a los tres rankeados en el Top 10. En 1968 Castillo peleó por el campeonato de peso gallo perdiendo una decisión ante Lionel Rose en el Forum. El veredicto provocó un alboroto. Dos meses después del altercado en el Inglewood Forum, Castillo estaba de vuelta en el ring, esta vez en contra del futuro campeón Rafael Herrera. Luego, el 16 de octubre de 1970, Castillo fue el primer hombre en infligir la derrota a Rubén Olivares. El Púas, que llegó a la pelea con un llamativo récord de 57-0-1, y con el amor de todo chicano y mexicano sobre la tierra, ya había derrotado a Castillo unos meses antes, pero volvieron a pelear porque ahí estaba el dinero y donde estaba el dinero era donde un peleador debía estar. En cierta manera fue una cortesía profesional de parte de ambos el intercambiar golpes en tres diversas ocasiones en menos de un año puesto que peleaban en una época en que las bolsas económicas no se ofrecían según una imaginaria lista de los mejores libra por libra. Castillo soñaba con manejar en NASCAR y por eso peleó contra los mejores peleadores de su época, y se le pagó considerablemente por los riesgos que aceptó. En aquellos días, los promotores tenían que llevar a cabo las mejores peleas (o las mejores atracciones) para garantizar las buenas pagas a todos los involucrados. Lo que nadie se pudo haber imaginado es cómo menos de veinte años después, el boxeo —esa ocupación kafkiana— se las arreglaría para hacer más dinero que nunca con solo una fracción de la audiencia que tenía en la década de 1970. Las antenas parabólicas, la televisión por cable y el pago por
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evento unieron sus fuerzas estos últimos veinticinco años para quitar al boxeo en América todo su profesionalismo. Hoy día los peleadores tienen permitido influenciar basados en nada excepto los delirios de ejecutivos de cadenas televisivas. Lo que tenemos ahora son estrellas manufacturadas como Chad Dawson, peleadores que se han enriquecido sin ser capaces, la mayoría de las veces, de conmover al espectador de alguna manera. Por supuesto, hay con frecuencia pocos espectadores que mover cuando Dawson pelea y esto, naturalmente, es parte del enigma. Tradicionalmente el boxeador debía generar algo directamente. Cuando el boxeo comenzó a generar interés en Estados Unidos los boxeadores peleaban por dinero de apuestas, y estas apuestas se generaban con el apoyo de los partidarios de cada peleador. Tal y como lo dijo Elliot J. Gorn en The Manly Art: “Apostar y contribuir al dinero de las apuestas no eran solamente decisiones hechas para ganar o perder dinero, eran además expresiones de lealtad individual, colectiva y étnica.” En otras palabras, la comunidad tenía que interesarse lo suficiente por un peleador para juntar los fondos que apoyaran su pelea. ¿Pueden imaginarse a una comunidad reuniendo dinero para apoyar a Chad Dawson? De igual manera, los promotores de las décadas de 1920, 1930, 1940, 1950 y 1960 se habrían cambiado de calle si hubieran visto a Dawson o Ward venir de frente por la misma acera. Sugar Ray Leonard tuvo que pelear contra Thomas Hearns a fin de ganar las astronómicas sumas de una superpelea debido a las limitaciones tecnológicas de la época. Sólo los nombres más importantes en el boxeo podían enfrentarse y ser transmitidos en televisión de paga, porque una empresa de esa magnitud implicaba gastos y desembolsos que son inimaginables en una época en la que hoy cualquiera puede ser el protagonista de un pago por evento. Hoy día el modelo patrocinado por HBO/Showtime/Pago por evento ha succionado el profesionalismo del boxeo de la misma manera que un chupacabras absorbe la sangre de sus pobres víctimas. El aspecto mercenario y profesional ya no existe en el boxeo, excepto, paradójicamente, entre aquellos que se encuentran fuera de la estructura corporativa del boxeo: peleadores que han fallado, por una u otra razón, o simplemente sin razón alguna —lo que en boxeo viene a ser prácticamente lo mismo— en llamar la atención de un hombre vestido con un traje Brook Brothers. Es por eso que uno ha visto a Orlando Salido en contra de Juan Manuel López, Yuriorkis Gamboa, Robert Guerrero, Juan Manuel Márquez y Mikey García. Porque nunca se espera que Salido, por supuesto, vaya a ganar. Ahora nos hemos quedado con los recuerdos de peleadores queridos como Castillo, cuyas carreras eran más que caprichos fraguados en una conferencia de prensa. No, estos hombres, que tenían deseos de manejar autos de carreras u alguna otra gloria semejante, eran soñadores. Para ellos, y para quienes recuerdan por qué se peleaba entonces, aquellos días se alejan como caballos salvajes. Nadie será capaz de traerlos de regreso.
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Luis Miguel Estrada
CONFESOR HERNÁNDEZ: PECADO Y PENITENCIA o hay enemigo pequeño, ni siquiera en la división minimosca. Adrián Confesor Hernández lo aprendió el sábado 12 de enero, en el Deportivo “Agustín Ramos Millán” de Toluca, cuando enfrentó a Dirceu Cabarca. El Confesor entró al encordado de Toluca con doble calidad de local: mexicano y toluqueño. Defendía el título que había recuperado en el estado mexiquense contra Kompayak Porpramook, a quien le arrebató el cinturón en Tailandia por TKO en la décima vuelta. El Confesor le devolvió el favor con un ladrillazo fulminante en el sexto. Cabarca, por su parte, entró como un retador sin otra expectativa que la de ser noqueado. Fue anunciado como el Explosivo, pero cuando la pelea evolucionó dio la impresión de que el apodo era impreciso: La Roca hubiera sido más decoroso para lo que el paisano de Roberto Durán mostró por doce rounds: una voluntad más resistente que su cara angulosa. El Confesor Hernández salió de cacería, paciente, los primeros rounds, cerrando cada vez más fuerte. Cabarca, zurdo, se miraba echado hacia atrás, perfilado, y reculaba ante la fuerza de Hernández. Cuando acabó el tercero, Cabarca tenía un corte en la nariz; estaba sangrante y aturdido, pero no acabado. Desde que la sangre empezó a manar, Cabarca, como los toros recién picados, refinó su agresividad, enfiló con más inteligencia sus ataques. Lo que para el Confesor había iniciado como una pelea consagratoria, se convirtió en un amargo aprendizaje. Cabarca conectaba rectos de
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izquierda, se fajaba, peleaba sin el bucal y no se detenía aunque le machacaran el hígado; con el paso de los rounds, ganaba la posición ofensiva y no daba muestras de cansancio. Confesor buscaba noquear de un golpe, Cabarca buscaba ganar los rounds. En la esquina, Nacho Beristáin cabreaba. El poder es más visible que la inteligencia pero ésta necesita menos del azar. Cuando Cabarca conectó duramente a Hernández, en el octavo, la pelea adquirió el tono de una camorra entre pares. En el once, Hernández recibió otro golpe zurdo que lo
volvió a dejar tambaleante. El Confesor había pecado de soberbia, la gente lo miraba hacer su penitencia. Hernández retuvo el título por decisión unánime. La decisión ha sido cuestionada por algunos aficionados, particularmente los panameños. Hernández, gastado, sorprendido, golpeado, cortado por un cabezazo accidental en el doceavo round, aprendió que no hay enemigo pequeño: la víctima, mientras esté de pie, puede convertirse en el verdugo. Cuando se tiene un cinturón, cada defensa puede ser la última pelea como campeón.
Mauricio Salvador @mauriki
Mikey García: No con un golpe sino con un suspiro
e alguna manera se esperaba que este sábado 19 de enero, en el Madison Square Garden de Nueva York, Mikey García respondiera ciertas preguntas elaboradas por el campeón de la OMB Orlando Siri Salido. De hecho Mikey tenía que responder por ambos: ¿Cuánto le queda en el tanque a Orlando Salido? ¿Cómo reaccionaría García frente a la presión ejer-
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cida por el Siri? Etcétera. Los pundits presagiaban que la juventud y excelsitud técnica de García serían suficientes para hacerle pasar la prueba. Lo que no esperaban era que Salido se presentara sin ninguna pregunta bajo el brazo, sin ningún cuestionamiento que confundiera al menor de los García. Fue evidente, desde los primeros momentos, que Mikey García y sus entrenadores tenían el
plan perfecto para anular los volados y la presión de Salido. Con golpes rectos, duros, Mikey envió a la lona a Salido en los rounds 1 (dos veces), 3 y 4. Y en los rounds 5, 6, 7 y 8 estuvo a punto de hacerlo nuevamente porque Salido, a pesar de su voluntad incuestionable se encontraba en el ring con alguien más joven, fuerte, hábil y paciente. Había en los ojos de Salido cierta desesperación, cierta confusión ante lo que sucedía en el ring y se llevaba su cinturón. Para García la noche no pudo ser más perfecta excepto por el final, cuando a raíz de un cabezazo accidental Mikey se rompió la nariz y los doctores —así como Robert García, que influyó claramente en todo el proceso— decidieron que la pelea podía terminar ahí. No fue la celebración que se esperaba, fue un triunfo en tono menor que deja a Mikey García como uno de los mejores en la división de los plumas, pero que al mismo tiempo recuerda aquellos viejos tiempos en que una nariz rota no era motivo de nada. En algún lado Israel Vázquez miraba con ternura al menor de los García.
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Donnie Nietes vs Moisés Fuentes viernes 8, Manila, Filipinas
alejandro lópez vs jonathan romero sábado 16, auditorio municipal tijuana, baja california
Humberto Soto vs Ricardo Álvarez sábado 9, ITSON, Ciudad Obregón, México
Johnathon banks vs seth mitchell sábado 16, Boardwalk Hall, Atlantic City, New Jersey
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Robert Guerrero
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colaboradores de FEBRERO Thomas Hauser Novelista y abogado. En 1991 fue galardonado con el Premio William Hill Sports por su libro Muhammad Ali: His Life and Times.
Kelly A. Vélez Artista visual. Ha colaborado en las revistas Tierra Adentro y Esquina Boxeo.
Carlos Irusta Director de la revista argentina de boxeo Ring Side y comentarista en ESPN. Por más de 35 años escribió para El Gráfico.
CADA MES ENCUENTRA ESQUINA BOXEO EN: CENTRO: Hostería La Bota / CCU Tlatelolco / La Terraza CCE / Casa Vecina / Pasagüero / Tienda Gimnasio Jordán / Ex Teresa Arte Actual / Cafetería Gabi’s // ROMA-CONDESA-POLANCO: Librería Foro Shakespeare / Felina Bar / Centro Cultural Bella Época / La Cebolla Morada / Salón Mala Fama / Café Ocho / Ocho Store / Barracuda / Café Nuestra Tierra / Café Emir / Pan Comido / Border / Museo Experimental El Eco / Vértigo / Lucky Bastards / 180 grados / Cine Tonalá / Gimnasio de arte / Capote / La Galería del Boxeo / La Pulquería Insurgentes / Common People / Sala de Arte Público Siqueiros / Ibero 90.9 SUR-ORIENTE: SOMA // EN OAXACA: La Jícara / La Venturosa // EN PUEBLA: Profética Casa de la Cultura // EN MADRID: Tipos infames
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“A partir del número 5 Esquina Boxeo reflejará los ránkings del Transnational Boxing Rankings Board. http://www.tbrb.org”
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Adrien Broner vs Gavin Rees sábado 16, Boardwalk Hall, Atlantic City, New Jersey