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Recuerdos de una infancia rochapeana

La Rochapea, un barrio con mucha historia. Debido a la enorme transformación que ha sufrido en los últimos años, nuestro actual barrio corre el peligro de enmascarar lo que muchos y muchas conocimos en nuestros años más jóvenes. Aquella Rochapea de extramuros que tan apartada quedaba del centro de la ciudad. Recordemos algunos de los escenarios de la Rochapea, tal como eran allá por los años 70.

Campos, huertas e industrias, precursores del actual ladrillo

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En aquellos años pasábamos mucho tiempo en las calles del barrio. En él, se mezclaban elementos urbanos con otros más propios del medio rural. Donde ahora se levantan los edificios más altos del barrio, en aquella época había huertas, prados y alguna que otra industria. Grupos de casas recién construidas daban relevo a las anteriores viejas viviendas, acogiendo al vecindario recién incorporado: la cooperativa del Salvador, las casas de Oscoz, la zona de San Blas o la de la Virgen del Río, son ejemplos de ello.

Copeleche, situada donde hoy está la plaza Iturriotzaga, dio trabajo a convecinos del barrio, convirtiendo a la Rochapea en el barrio productor de leche envasada y yogures, elaborados con leche de nuestra tierra. En el barrio había también vaquerías; recuerdo ir con el recipiente, la lechera, a la que había donde ahora está la plaza de Margarita de Navarra. Leche recién cogida de las vacas, de la que ya no conocen las generaciones más jóvenes, sin tratar y con nata de verdad. Donde actualmente se ubica el colegio Rochapea, que hasta hace poco compartía con Patxi Larrainzar el espacio del colegio Ave María, no había en aquella época ningún edificio. Hasta hace 20 años eran campos y lugares no poblados; en ellos se ubicaron industrias como la serrería o la fábrica de Ingranasa, productora de aceites y de margarinas, que tan característico olor dejaba a su alrededor.

Y qué decir de todas las campas que unían La Compasión con la Rochapea vieja, el puente de Santa Engracia o la calle Errotazar. El antiguo camino de los Enamorados tenía a ambos lados campos, casas ajardinadas y terrenos verdes; calles como Bernardino Tirapu separaban las casas de la zona más rural del barrio, de huertas y espacios verdes. Hoy tenemos en ese espacio el boulevard de Anelier.

Marcelo Celayeta, arteria principal

El eje central del barrio era la avenida Marcelo Celayeta. Desde Capuchinos hasta Cuatrovientos, atravesaba el barrio de este a oeste. Por ella circulaba todo el tráfico pesado que debía atravesar la ciudad por el norte; no había ronda norte, y por ello era habitual que los turismos se mezclaran con camiones de gran tonelaje, hoy in-

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imaginables en esta calle. Años después se sacaría el tráfico pesado y se “urbanizaría” la avenida, con un curioso y todavía polémico diseño de su trazado.

En aquellas décadas las villavesas no tenían número. En la plaza del Vínculo de Pamplona (llamada plaza de la Argentina) se cogían 6 líneas que irradiaban a los barrios de la ciudad. Nos tocaba coger la de “San Pedro Capuchinos”. Más adelante se implantó una nueva villavesa que atravesaba el Casco Viejo, uniendo la Rochapea con Santa María la Real.

En aquella Marcelo Celayeta existían todavía casas antiguas, que fueron finalmente relevadas en el boom urbanístico de principios de este siglo. Casas como aquella en la que vivían los modernos curas de El Salvador, entre ellos Patxi Larrainzar, que dio nombre al colegio en euskera del barrio.

Sus comercios y bares dieron mucha vida al barrio. Los recuerdos de un niño de esa época evocan lugares de encuentro de sus mayores en bares míticos como el Porrón, desaparecido donde hoy hay una caja, el Feliciano, el Karpy… También recuerda las aceras por las que dio sus primeras pedaladas con la bici, heredada de un hermano mayor, cuyas ruedas hinchaba en los Ciclos Lasa, que ponían en la calle un hinchador gratuito, allá junto a Capuchinos.

El río y los puentes, señas de identidad

Nuestro barrio vive a orillas del Arga; eso no ha cambiado. Lo que sí ha cambiado es la fisonomía y el uso de nuestros puentes. El de San Pedro, actualmente lugar tranquilo, recogía el tráfico del barrio, ya que era el único acceso al Redín y a la cuesta del Labrit. Un semáforo daba acceso alternativo a los coches que entraban o salían del barrio. Para quien no lo conoció, resulta inimaginable semejante trajín y volumen de tráfico por este estrecho puente.

El puente de Curtidores soportaba también intenso tráfico, ya que parte del que subía al centro no iba por Cuatrovientos, sino que lo hacía por la cuesta de Curtidores y giraba a la izquierda, en el Portal Nuevo. Hoy esta cuesta es peatonal. No había ascensor alguno, y el propio puente tuvo que ser reformado y anchado para que pudieran coexistir en él vehículos y peatones.

La zona de la presa del río Arga, donde hoy está el “faro”, tuvo mucha vida. Quienes no iban a las ya desaparecidas piscinas de San Pedro, ya que las de Aranzadi no existían todavía, se bañaban en sus improvisadas playas de cantos rodados. Las aguas, todavía no demasiado contaminadas, permitían pescar chipas y madrillas, entre otras especies.

Fisonomías que cambian

Sería interminable el listado de cambios que nuestro barrio ha sufrido. Cada persona que ha conocido aquel barrio y también este, tiene su propio recuerdo. Desapareció aquella fábrica del caucho en Cuatrovientos; una caseta y un pozo en un descampado dieron paso el actual edificio de Telefónica en la calle Uztárroz; un solar con materiales de construcción dejó paso al Centro de Salud actual; desapareció el cine Amaya, que nuestro barrio también tuvo un cine de categoría; el campo de fútbol del Rochapeano, situado junto a la piscina, en el que se forjaron figuras como Goiko, desapareció y dejó al barrio sin campo,

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