once bocados culinarios para abrir boca Por: Claudia Burr Justamente en la cocina de mi casa “se cocinó” esta presentación especial cuando Mónica Puigferrat llegó a mi casa con un libro de Grant Gibson titulado A la carta. Diseño gráfico para restaurantes. En torno a la mesa de mezquite de mi cocina le conté algunas anécdotas que había aprendido de mis lecturas preparativas para este congreso. Al escucharlas, Mónica me propuso compartirlas con todos ustedes y ella por su parte seleccionaría fragmentos de películas memorables alusivos al sabor. Al no ser diseñadora y tampoco chef no diseño y tampoco cocino. Como antropóloga e historiadora lo que sí hago es contar historias. Tomo pues el micrófono para narrar anécdotas aisladas que aparentemente entre ellas no tienen nada que ver mas sin embargo, están todas entrelazadas con un solo tema: el sabor Son historias verdaderas algunas de ellas maquilladas e incluso exageradas por el paso del tiempo. Para ésta charla consulté las narraciones de cronistas e inventores, historiadores y científicos, poetas y críticos culinarios. Buscando ráfagas de luz consulté y me nutrí de los escritos de Bernal Diaz de Castillo, Diane Ackerman, Eduardo Galeano, Jean Anthelme Brillant-Saravin, Yuri de Gortari, Oliver Sacks y la chef de nombre Nieves autora de las fórmulas de cocina contenidos en su Ramillete del Ama de Casa. Con estas voces, he compilado un brevísimo anecdotario gastronómico que he titulado “Para abrir boca” que reúne once bocados de información culinaria .Son historias salpicadas con dimes y diretes, habladurías y chismes tan interesantes como sabrosos.
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El primer bocado nos sitúa hace tres mil años en Asiria, un país de la antigüedad situado en el suroeste asiático en la antigua Mesopotamia, en el valle del río Tigris. De este lugar remoto provienen las primeras recetas escritas por maestros de cocina. Ellos, los maestros de cocina eran respetados y tenían tanto poder y prestigio como los sacerdotes. Curiosamente, todas las recetas de los cocineros asirios terminan diciendo “Listo para servir” (1) El segundo bocado se entrelaza de manera magistral el ávido deseo de comer con el diseño de un primer elevador. Se sabe que Enrique VIII además de haber tenido seis esposas, gozaba de muy buen estómago. Devoraba. Fue comensal en cientos de banquetes donde seiscientos lacayos servían sus mesas “… mesas rebosantes de pasteles rellenos de perdices, pavos reales servidos con todo su excelso plumaje y cortes de carne de ternero o lechón a los que otorgaba títulos nobiliarios antes de meterles diente. Cuando llegó su última cena, Enrique estaba tan gordo que ya no podía enfrentar la escalinata que iba desde e l comedor hasta el lecho nupcial. El rey no tuvo más remedio que inventar un sillón que mediante un complicado mecanismo de poleas lo subía, sentado, del plato a la cama” (2) El tercer bocado nos remite al vino. Se sabe que hubo vino en este nuestro planeta, desde la Edad de Piedra, cuando las uvas fermentaban desde la prehistoria sin ayuda de nadie. Los egipcios afirmaban que el vino lo bebían los vivos para dormirse, y los muertos para despertarse. Los chinos cantaban que el vino sanaba las dolencias de los tristes. (3)