El libro de despedida

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El libro de despedida Llegó el día en que ella tenía que partir. Dejó, entre las cosas que no podía cargar, un libro sacado de la biblioteca. Le dijo a Oscar: “Si puedes, ve a la Vasconcelos a entregarlo por mí, me da mucha pena no devolverlo.” Óscar, con el compromiso de las cosas perdidas que uno posterga, como decir “No te vayas María, quiero que te quedes en mi vida”, se ofreció encantado a regresarlo, sabiendo que la haría muy feliz. Ella no quería irse, Atlanta era una visión muy distinta de lo que tenía en mente como futuro. Para ella, su felicidad estaba en la Ciudad de México, esa caótica urbe llena de contrastes. Pero, al final, debía regresar, había acabado su maestría en estudios latinoamericanos y no había nada más que la atara a esta ciudad. Nada más que Oscar. Lo conoció en un café, muy cerquita a Santa María la Ribera, lugar que frecuentaba mucho, pues el kiosko le fascinaba. Oscar, vivía a unas cuadras y siempre iba al mismo café en la mañana, esperando encontrar una buena idea para su primer película que, al parecer, aún estaba muy lejana a suceder. María, por el contrario, cambiaba de cafetería a menudo, ya que la UNAM no está nada cerca del kiosco y la Condesa, que es donde vivía, no le terminaba de encantar. Así fue como un día se conocieron; así, tan raro como encontrarte dos veces a la misma persona en el metro, como buscar el mismo libro en una biblioteca tan grande y saber que la persona que está a tu lado tiene el último ejemplar. A él, María le pareció cósmica, rara. Diferente. Ella, por el contrario, ni siquiera se percató que Oscar la veía con ojos de amor lejano, inalcanzable, inaudito. Ahí estaba él, imaginando a María ser la mujer de los cuentos de Cortázar pero, ya no se puede hablar de la nada con una desconocida. Pensaba que es más complejo intentar conocer a una persona de la nada. Tenía que idear un plan. Tenía que encontrar una manera discreta, pero útil, de decirle algo antes de que su café se enfriará o acabara, que en este momento sería lo mismo. Por suerte, se percató de que ella llevaba entre sus cosas un libro marcado con el logo de la Biblioteca Vasconcelos. “Quizá pueda preguntarle algo sobre su libro”, se decía Oscar. El problema es que nunca pudo ver cuál era el título de ese libro, así que esa opción quedaba descartada. Al verla, por su apariencia, sabía que no era de la Ciudad de México. Se atrevió a preguntarle si sabía que la biblioteca tenía un gran bosque oculto. Ella, con extrañeza, no prestó atención a lo que el singular hombre le decía. Pero Oscar


insistió: “Perdón, no quiero incomodar, pero vi que tienes un libro de la Biblioteca Vasconcelos. Ese lugar me parece hermoso y apenas descubrí que tiene un extraño bosque oculto dentro de sus instalaciones.” María no sabía qué decir, ya había escuchado sobre eso, pero no quería hablar con alguien que no conocía. Aun así, ella se atrevió. “Me habían dicho algo sobre eso, pero no sabía que era verdad. Y sí, la biblioteca es hermosa”, contestó. Ese no fue el libro que María entregó a Oscar al despedirse. De aquel libro, pasaron varios más antes de que se dijeran adiós en el aeropuerto. Pero sí fue un libro el último objeto que se entregaron antes de despedirse. FJQ


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