La anécdota del libro maravilloso Recuerdo haber ido a ese concierto cegado por los placeres que la música puede producir en la edad de mayor éxtasis emocional, la adolescencia. Lo recuerdo como si fuera ayer, porque de hecho no ha pasado más de una semana de aquel suceso. Intentaré hilar una serie de acontecimientos desagradables, bueno, no tanto para mí como lo fueron para aquel pobre libro, hasta el momento previo al concierto. En realidad el momento más inesperado y desagradable sucedió ya estando ahí, en medio de esa aglomeración de jóvenes y no tan jóvenes entusiastas a la música que esperaban a su banda favorita tocar en vivo. El día del concierto, salí de la escuela tan rápido como pude. Antes de encontrarme con mis amigos me dirigí a la biblioteca por aquel libro del que tanto escuchaba hablar en casa, pues, en realidad no fue una asignación de la escuela o una obligación. Quizá la obligación era mas bien familiar, en mi casa, todos ya habían leído aquel relato y mi hermana que desde hace unos años asiste a clases de ballet, estaba próxima a presentar un recital que llevaba por nombre “Las aventuras de Don Quijote”. Ya se imaginarán ustedes de qué libro estoy hablando. Por fin llegó el día de la presentación de mi hermana. Nunca pensé que me quedaría profundamente dormido, casi desde el comienzo de su obra. El codazo de mi madre era el merecido premio a mi osadía, pues dicen que soñaba y pataleaba mientras, un grupo de bailarinas contorneaba su cuerpo a punta de sout de chat y Pas de chat o como se digan los nombres de los pasos que mi hermana practica por horas en su escuela y al llegar a casa. En fin, no estamos aquí para aprender la historia del ballet o su nomenclatura francuchi. Recuerden que yo estaba en medio del relato de mi tragedia, o más bien, la tragedia de aquel pobre libro llamado Don Quijote de la Mancha. El asunto es el siguiente, después de ir por el libro a la Biblioteca Vasconcelos, corrí para alcanzar a mis amigos que con impaciencia esperaban a mi encuentro para llegar al tan anhelado concierto. El libro estaba en mi mochila, junto con mis demás pertenencias resguardado por un celoso zipper que a su vez era parte de esa maravillosa mochila mía, compañera de dichas y penurias. Cuando llegamos al concierto la gente estaba muy emocionada de ver por fin y tras una larga espera a la banda que tantas pasiones desbordaba. Uno de mis amigos, el mas experimentado en esto de los conciertos masivos, nos dijo: Este será el punto de reunión al final del concierto, marcando con su dedo un stand en el que vendían discos de la banda. Yo con incredulidad y desconfianza pregunté: “¿No vamos a estar juntos durante el concierto?”. Todos me miraron con asombrosa consternación, al parecer no había entendido a que tipo de concierto había asistido. El resumen de esto fue, varias canciones maravillosas cantadas a todo pulmón, una garganta destrozada, sudor excesivo en mí y en casi todos los asistentes y !claro! Casi lo olvido, una mochila abierta por la emoción colectiva con mis pertenencias diseminadas por todo el piso del concierto, destrozadas, hechas trizas. Y sí, si se preguntan sobre el libro maravilloso que aun ni siquiera tuve la oportunidad de abrir y darme cuenta que comenzaba con esa
frase que todo el mundo conoce, de la que yo solo diré “Cuyo nombre no quiero acordarme”. Pero sí, me acordé, ¡claro que me acordé! porque tuve que ir a poner mi carita con pena y todo a la Biblioteca Vasconcelos a decirles que su maravilloso libro se había roto en mil pedazos, de él solo logré recuperar su pasta dura. Eso con la colaboración de todos mis amigos reclamando mi poco tino por llevar ese libro. Ya sé, ya sé, la culpa no es de nadie más que mía. Pero ustedes no saben la dicha que me va a dar terminar ese libro porque ahora no solo es un libro, es una historia más para contar.