Él y Ella

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Ella y Él Ella no podía irse sin antes verlo, y como de costumbre el lugar habitual para eso tendría que ser la Biblioteca Vasconcelos. En un inicio, para que a ellos este lugar se convirtiera en algo especial, no tenía que ver con la cantidad enorme de libros que en su interior alberga, pero sí tenía que ver con los libros de una u otra manera. Él, un estudiante de maestría al que la tecnología le dejaba muchos baches que nunca podrían remediar los libros impresos con su olor, sus letras, sus portadas y, sobre todo, su orden, el orden pacífico del inicio. Luego, su portada, acompañada muchas veces por un índice para terminar en un mar de conocimiento que podías adquirir, trasladándose con él de un lugar a otro, abriendo sus páginas y rememorando su contenido en cualquier lugar del mundo, sin la necesidad de pensar si existe o no internet para tener esta bella relación. Ella, magníficamente caótica, llena de conocimientos del mundo virtual, pero a la vez profundamente relacionada con la pasión física por los libros, aunque no muy aficionada a las bibliotecas; su profesión, complicada. Podríamos decir que laboraba en un mundo virtual interconectado con personas que estaban regadas en el mundo entero hablando sobre un interés común. Si usted, querida y querido lector, o escucha, se pregunta qué clase de trabajo es ese, yo sería capaz de enviarle un correo electrónico para que me explique usted a mí cómo la gente es capaz de trabajar sin verse a los ojos, escucharse con la magnífica precisión que comprende la interlocución entre dos o más personas. Así que sí, no tengo idea en qué trabajaba ella, pero sigamos, quizá podemos divisar algún punto común que nos permita saber más. Ellos, al parecer, no tienen por qué conocerse, pero aquí es donde entro yo para que sucedan cosas magníficas en contextos nunca antes imaginados y así, de repente y sin pensarlo, suceda. Al parecer, todo sucedió en una función de danza. Sí, no me estoy confundiendo, la gente va a ver danza. En esta función, él era un simple espectador que en conjunto de algunas amigas y varios de sus amigos asistieron, ya que habían escuchado que esta obra era algo que si estás dentro de los aficionados a la danza contemporánea, no te la podías perder. Ella, por el contrario, estaba en la función, pero se movía de un lugar a otro, pasando por corredores y butacas, y fue ahí cuando lo conoció, tropezando con él. Cuando esto sucedió, con su mejor


acento sudamericano le dijo: “​Uhh, perdóneme, pero ésque usted se me atraviesa”, ​y siguió como si nada. Pero en dos segundos que fueron los que se encontraron, él vio en ella algo que lo atrapó por completo. Lastimosamente no puedo contar nada de la función porque en realidad no la vieron, pasaron buscándose toda la obra, así que no sabemos si realmente valió la pena o solo era un producto más, lleno de líneas y figuras que no conectaban con el público mexicano.

La función terminó, y él, sin perder ni un segundo, corrió al lugar donde sabía que la podía encontrar. Una vez ahí, no sabía qué hacer, porque realmente era un tipo tímido, pero sabía que tenía que decir algo. Esa oportunidad no la iba a perder. Así que se armó de valor y le dijo: “​Oye, espero que esta vez no choquemos, je”. N ​ o había terminado de decirlo y estaba completamente arrepentido, pensando en que ella lo odiaría por tremenda desfachatez, pero no, solo rió y le dijo: “​No, parce, esta vez sí lo vi, así que tranquilo”. No les quiero hacer de esta historia algo largo y romántico porque de eso hay un montón por ahí. Solo les diré que estaban destinados a lograr una bella historia no solo de amor, sino de compromiso y entendimiento, pero lastimosamente la vida no es como la quisiéramos. Así que de la historia de amor pasamos a la despedida más rara que han tenido estas personas. Él esperaba sentado en la Biblioteca Vasconcelos, mientras ojeaba brevemente los estantes con revistas que están muy cerca a la entrada al teatro de esta enorme biblioteca. Ella, peleaba con los guardias de seguridad de la biblioteca, pues no venía sola, traía consigo una maleta naranja de esas antiguas que ahora encontramos en los barrios gentrificados, un banco en el que ni un enano se podría sentar cómodamente y una planta. Así se despedían, con tres objetos llenos de valor que para nosotros no significan nada, pero seguramente para ellos están ahí los universos mágicos del amor.


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