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La odisea de ser torero portugués
from Soñadores de Gloria
by FCTH
Por: Rui Bento Vasques
Por mucho que en nuestros campos pasten un buen número de prestigiosas ganaderías, puede que uno de los más difíciles empeños en el toreo actual sea el de hacerse matador de toros en Portugal. Y más aún desde los últimos años, en los que el toreo a pie ha ido perdiendo vigencia en nuestras plazas, siempre a la sombra del rejoneo.
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Yo aún tuve la suerte de intentarlo en una época en que todavía había buenas referencias taurinas en Lisboa, Vila-Franca-deXira y Santarem, los grandes centros de la tauromaquia nacional. Eran buenos modelos a seguir, los de diestros veteranos como Mario Coelho y Armando Soares, que ejercían su magisterio espontáneamente y sin ayudas, dando valiosos consejos a chavales que, como yo, decidíamos emprender esa aventura que se antojaba casi un imposible.
Aunque, también entonces, como buen ejemplo de que se podía conseguir, ahí estaban los primeros triunfos del ambicioso Víctor Mendes, que había tenido que mudarse a Sevilla para dar sus primeros pasos como novillero con picadores después de actuar como banderillero de algunas figuras que venían a torear a Portugal.
La afición me había llegado de la mano de mi hermano Jorge, que fue quien empezó a llevarme a las plazas desde niño. Pero fue en Vila-Franca, adonde me trasladé para continuar mis estudios, cuando esa afición se convirtió en vocación al lado del maestro Mario Coelho. Él fue quien me alentó y preparó para que me presentara al concurso de noveles “A la busca de nuevos toreros”, que organizaban la empresa de Campo Pequeno y la Radio Televisión Portuguesa. Estábamos en mayo de 1982.
Tuve la suerte de ganar el certamen ex-aequo con mi gran amigo José Luis Gonçalves, lo que nos valió a ambos para presentarnos
Fotos: Proporcionadas por Rui Bento
de luces en el mismo ruedo el siguiente 30 de junio y salir a hombros al final de la novillada. Pero aquel triunfo no era suficiente para seguir adelante.
Yo continué preparándome intensamente, avanzando en la técnica y en el oficio necesarios para plantearme nuevas metas.
Pero, aunque en Portugal se daba de vez en cuando algún permiso para dar festejos con picadores, quedaban muy lejos los glorio-
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sos tiempos de Manolo dos Santos y otros grandes pioneros del toreo luso, en los que había más oportunidades para los toreros de a pie. El rejoneo seguía siendo la base de los festejos a la portuguesa y los “cavaleiros” gozaban del principal protagonismo entre la afición. Así que, un año después de triunfar en la plaza lisboeta, no tuve más remedio que emigrar a España, como ya había hecho Víctor Mendes unos años antes. Sólo que, en vez de hacerlo a Sevilla o a Madrid, yo decidí afincarme en Salamanca. Aquel viaje supuso un gran esfuerzo, y no sólo económico.
Afortunadamente, en aquellas tierras castellanas ya habían estado antes dos grandes matadores portugueses, Amadeu dos Anjos y el llorado José Falcón, quienes durante años dejaron su huella en el campo charro. Y no únicamente en el aspecto profesional, ya que con su bonhomía se hicieron pronto con el cariño de los salmantinos.
Su trayectoria y su comportamiento en la vida fueron la mejor guía que un novillero como yo tenía que seguir. Incluso me ayudó el mismo apoderado que ellos tuvieron, el gran taurino Simón Carreño, que me hizo muchas novilladas después de verme triunfar en mi debut con picadores en Laguna de Duero, en 1984.
No era nada fácil abrirse camino en el escalafón de novilleros español de los años ochenta. Pero yo siempre intenté vencer los obstáculos con una gran determinación, con una férrea voluntad de ser torero, que fue la misma que me llevó a tomar la difícil decisión de abandonar mi hogar para abrirme
Paso a paso, intentando superarme a mí mismo y vencer todas las reticencias y limitaciones, fui dando pasos firmes en la profesión. Logré debutar en Las Ventas en 1986 y que la empresa me repitiera dos tardes más.
Y al año siguiente me presenté en plazas como las de Valencia, Zaragoza, Bilbao y Salamanca, así como en varios cosos franceses, logrando éxitos suficientes para ocupar los primeros puestos del escalafón y tomar una alternativa de auténtico lujo, en la misma plaza donde antes la tomaron muchos otros de mis compatriotas, la de Badajoz. Fue allí, el 25 de Junio de 1988, cuando José María Manzanares me doctoró en presencia de Paco Ojeda, con toros del marqués de Albayda.
Pero cuando todo parecía tomar velocidad llegó un durísimo parón, pues sólo un mes después de la alternativa un toro de La Ermita me pegó una tremenda cornada en la plaza francesa de Orthez. El pitón me afectó el nervio ciático de la pierna izquierda y no pude volver a vestirme de luces hasta dos años y medio después.
Durante doce temporadas, siempre con una tremenda voluntad de ser alguien en el toreo, seguí luchando por mantenerme dignamente en la profesión que soñé de niño. Y ese afán me ayudó aún más a crecer como persona y como torero. El recuerdo de aquella lucha, muchas veces en solitario, me sigue llenando de orgullo. Sobre todo cuando pienso en las precarias condiciones en que hube de dar los primeros pasos.
Me retiré del toreo activo en la feria de Salamanca del 2000, pero las hondas relaciones que hice en la profesión, como las que me unieron a los maestros salmantinos El Viti, Niño de la Capea y el infortunado Julio Robles, además de con todos los ganaderos del campo charro, me animaron a continuar en el mundo del toro en las facetas del apoderamiento y de la empresa taurina, incluso al lado de la Casa Chopera.
Desde el otro lado de las tablas, apoderé a toreros como Juan Diego, Antonio Barrera, Eduardo Gallo y Antonio Ferrera, a los novilleros Nuno Velázquez e Ismael López y, en la actualidad dirijo a los rejoneadores Joao Moura hijo y Joao María Branco, además de otros a los que llevé con anterioridad.
Y en 2006 fui nombrado por la nueva empresa como gestor taurino de la reinaugurada plaza de toros de Campo Pequeño, aquella en la que debuté en público dos décadas antes, cerrando un círculo insospechado para mí treinta años antes.
Es así como, intentando fomentar un ambiente propicio para que vuelvan a surgir toreros de a pie en Portugal, ahora intento abrir la plaza de la capital portuguesa a los matadores de toros, dentro de las posibilidades que deja la difícil coyuntura taurina nacional del momento. Y, desde hace dos años, junto con mi gran compañero José Luis Gonçalves –ahora postrado por un desgraciado accidente– abrí la Academia de Toreo de Campo Pequeno. La idea fundamental, tres décadas después de nuestro debut, es la de facilitar a los aspirantes portugueses esos primeros pasos que para nosotros fueron tan duros, ofreciéndoles las referencias y el apoyo necesarios para encauzarles por el buen camino. De la Academia han surgido ya algunos novilleros prometedores, y en la actualidad nombres como los de Diogo Peseiro y Sergio Nunes, que participan con éxito en varios certámenes de noveles de España y Francia, nos hacen concebir muchas esperanzas.
Pero, por encima de sus condiciones taurinas, mis experiencias vitales siempre me llevan a recalcarles que todas las dificultades que puedan encontrarse sólo se vencen con esa misma determinación, esa vocación y esa voluntad que un día me llevaron a intentar conseguir lo que parecía imposible: ser torero portugués.
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